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José Antonio Sanchis Tormo nació en la ciudad española de Valencia. Su trayectoria profesional ha quedado marcadamente definida por el mundo del cine, la música y la radio, aunque es en el ámbito de la fotografía y la escritura donde ha asentado los pilares de su vida durante sus últimos años. Su último trabajo se encuadra dentro del género de la novela, sector en el que por vez primera echa sus raíces con absoluto entusiasmo y entrega. A este, su tercer libro, preceden dos singulares biografías. La primera de ellas, dibuja generosamente la vida y obra de nuestro rey del rock español y se dio a conocer con el nombre de: «Bruno Lomas, El Eterno Rockero». Su edición tuvo lugar en 2010; la segunda, relata la historia del prestigioso baterista Juan Antonio Faure, y fue bautizada bajo el título: «Colele Memorias de un Baterista Rebelde». Salió a la luz en 2015. Como fotógrafo, ha desarrollado su carrera participando en multitud de proyectos a lo largo y ancho de España e incluso parte del mundo. De su estancia en cada uno de los lugares que ha visitado ha hecho fiel acopio de la belleza que les reviste, a través de la captura de insólitas y sorprendentes imágenes que a bien seguro a nadie dejará indiferentes, pues su próxima idea podría recoger estos inigualables parajes en la edición de un futuro libro.


59 MINUTOS JOSÉ A. SANCHIS TORMO


© José A. Sanchis Tormo © de las imágenes: José A. Sanchis Tormo y Francisco José Llatas.

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-17068-74-5 Depósito legal: V-375-2018 2ª Edición Julio 2018

Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


A quienes creen en la existencia de las almas gemelas, predestinadas a encontrarse y unirse en un solo ser y que, pese a las circunstancias adversas que puedan interponerse en su camino, se mantienen inmunes al desaliento, ante su convicción de alcanzar el bien más preciado… el amor eterno. José A. Sanchis

Dedicado a mi sobrina Marta



Prólogo

Cuando José Antonio me pidió que una persona como yo, ajena profesionalmente a este campo, indiferente al mundo de las letras, y nada amante de los textos largos —admito que siempre confío en que un gran triunfo literario acabe proyectándose en las salas de cine para conocerlo—, prologara su tercer y más deseado libro, dos sentimientos contrapuestos me invadieron: por una parte, cierta humilde satisfacción ante el hecho de haber sido elegido por mi gran amigo para que me adentrase en estas lides en las que soy totalmente profano y, de otro lado, un temeroso respeto al depositar en mí su confianza —que entiendo no puedo traicionar— en virtud de la cual, contraigo una responsabilidad que acepto con gusto, al brindarme la oportunidad de expresar lo que siento por mi amigo —más bien un hermano— y subrayar su inmensa afición por la escritura. No dudo de que esta obra suya se convertirá en un merecido éxito. Conocí a José Antonio cuando ejercíamos juntos una profesión que es totalmente ajena a la que ahora le ocupa. Desde entonces, han transcurrido ya más de veinte años, y todavía guardo en mi memoria aquellos instantes de descanso de los que disponíamos, momentos ·7·


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que siempre llenaba con curiosos y entretenidos relatos —que pululaban en su mente inquieta y prodigiosa—, captando con ellos mi máxima atención. Su inmensa imaginación resultaba desbordante. De sus historias se deducía una clara inclinación por el género de la novela, así como la enorme creatividad que afloraba de sus narraciones. Era evidente que había nacido para ello. Ya cuando escribía su primer trabajo, «Bruno Lomas, el Eterno Rockero», biografía del cantante valenciano que adquirió notoriedad en la década de los ’60, me contaba lo duro que se le estaba haciendo redactarlo y, ello, porque sus colaboradores recelaban del aplauso de este proyecto, desconfiaban de su solvencia, por el mero hecho de que la juventud que le avalaba constituía a los ojos de sus lectores, un hándicap de cara a dar crédito a la crónica de una vida que no había vivido de primera mano. ¡Qué injustos son los prejuicios! Sin embargo, resulta tristemente irónico que, cuando el libro salió a la venta y alcanzó una merecida popularidad, quienes antes cuestionaban su valía, eludiendo una mínima cooperación con el autor, le alabaron y felicitaron por la importante aceptación que tuvo la obra entre sus leyentes. Con su siguiente relato, «Colele, Memorias de un Baterista Rebelde», fue mucho el sacrificio y la fuerza de voluntad que depositó para sacar adelante su nueva ·8·


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publicación. Personaje este coetáneo al autor, creía ciegamente en lo que hacía, si bien no obtuvo la respuesta que esperaba. Por cierto, y he vivido personalmente ese episodio, durante la ejecución de este trabajo, José Antonio estuvo ingresado en un Hospital, en varias ocasiones, por una importante enfermedad que casi le roba la vida. Y, recuerdo verle escribiendo en la Clínica, tecleando sin parar su portátil, a la vez que oía —a través de los auriculares— las transcripciones de las entrevistas mantenidas en su día con los familiares y allegados del protagonista. Médicos y enfermeras se encontraban fuertemente impresionados, asombrados por el vigor, el tesón, y la ilusión con los que se desvivía en momentos en que, por su estado, debía mantenerse en reposo. Pues bien, cuando pudo presentarlo al público, la primera edición se vendió en menos de un mes. Nuestro prologado, aun a costa de su frágil salud, había ganado en reputación ante sus incondicionales. Fue durante su estancia en el Hospital cuando, sin haber podido todavía saborear las mieles del triunfo que se le avecinaba, se le ocurrió la idea de escribir —dando un giro copernicano a su trayectoria en el campo de la música pop y sus conseguidas biografías—, su primera novela de ficción, que ahora, queridos leyentes, tenéis en vuestras manos. Debo admitir que cuando leí las páginas de este último libro, quedé gratamente sorprendido al descubrir, ·9·


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gracias a su ilimitada imaginación, que podía confiar de nuevo en valores tan importantes y, a la vez, tan olvidados en mi mente como: el amor, el trabajo, la connivencia, la amistad, la lealtad, el altruismo. A mayor abundamiento, su lectura ha logrado concitar en mí esa curiosidad benéfica y necesaria para saber los entresijos que esconde la Ciencia que, pese a su inexactitud en ocasiones, coadyuva a la mejora de la condición humana, al convertirse en un arma efectiva para volver a soñar con la realidad de un mundo mejor. Recibe, José Antonio, mi sincera gratitud, por todo el bien que proyectas en las personas. Antes de conocerte a fondo no entendía por qué actuabas como lo hacías. Ahora sí que lo comprendo, sé que vives por y para los demás, y en virtud de la enorme satisfacción que encuentras en ello. Con esta última obra estoy convencido de que obtendrás ese estímulo que necesitas. Tu amigo y hermano para toda la vida:

David Martos

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Intención del autor

En mi primer libro narré las vivencias de uno de los mejores solistas que había dado nuestro país, lo titulé «Bruno Lomas, El Eterno Rockero». Se realizaron dos ediciones, cuyas ventas traspasaron fronteras, allende lugares tan dispares como: Alemania, Francia, Italia, Portugal, Argentina o Miami. ¡Fue un primer gran paso! Cinco años después, fue otro músico el que atrajo mi curiosidad, hasta el punto de inducirme a darlo a conocer al público a través de una biografía autorizada que titulé «Colele, Memorias de un Baterista Rebelde», cuya primera publicación rompió todas mis expectativas, al venderse en tan solo un mes. Con esta tercera obra he decidido dar un paso más adelante, navegando en un estilo literario que determina un antes y un después, con respecto a mis anteriores proyectos. Ahora me siento realmente preparado para ofreceros una propuesta radicalmente diferente, que ha brotado «solo» de mi imaginación. Ideas no me faltaban; más bien, me encontraba sobrado de ellas. De hecho, desde muy niño mi facilidad para escribir ya se dejaba entrever · 11 ·


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en pequeños relatos que compartía, a modo de ensayo, con mis amigos que siempre me escuchaban absortos y complacidos; creo que nunca defraudé a ninguno de ellos. Recordando aquellos momentos, más lúdicos que profesionales, he vuelto a pensar y a preguntarme si tal vez, ¿y por qué no?, esos viejos cuentos que narraba a mis compañeros podrían haber sido la semilla que, una vez germinada, habría servido de entrenamiento para proponerme un reto mayor: la creación de una novela de ciencia-ficción, llena de romanticismo y salpicada de inteligentes toques de ironía, que atrajese la atención de jóvenes y adultos. Y me he respondido, como categórico optimista que soy, con la certeza de que sería posible alcanzar los mismos resultados de aceptación, si no mayores, que cuando era un adolescente imberbe. Sostengo que las ideas que emergen de la invención de un niño, alimentadas por la experiencia, adquieren una más alta cota de realidad, de auto convicción, a medida que siguen innatas en personas más maduras y, desde mi punto de vista, me atrevo a decir que hasta podrían suscitar, ya en el otoño de nuestras vidas, la realización de un film sobre la base de la novela que os voy a presentar. Pues bien, queridos lectores, estáis a punto de leer —si a bien lo tenéis— mi última obra —y diría que la más solventemente construida—: «59 minutos». Esta representa la culminación y acopio de todos esos momentos felices que invadían mi cabeza desde que tuve · 12 ·


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uso de razón. Cuando escribí mis libros anteriores, fui un narrador que indagó escrupulosamente en la vida de sus personajes, en ambos casos, seres que vivieron y dejaron su impronta al alcance de quien quisiera acercarse a ella; pero debo reconocer que todavía no estaba preparado para construir una historia sólida de fantasía, pasión y dosis de ingenio que enlazara aptitudes, actitudes, vivencias, pensamientos y sentimientos en un edificio literario construido y bien acabado, del cual, yo iba a ser el único arquitecto. Ahora bien, este relato es harina de otro costal. Describir al detalle, y exhaustivamente, la ficción de diversos y variopintos personajes —que bien podían pasar por reales—, inmersos y contenidos en una trama que recoge varias etapas vitales del protagonista, enhebradas convenientemente al hilo del desarrollo de los acontecimientos hasta obtener un clímax sorprendente, que deje al lector impacientemente deseoso de querer leer más, supone un ejercicio de ingeniería literaria más complicado, aunque no imposible. La capacidad para la ilusión es ilimitada, y por regla general, es muy sabia cuando se dispone a medir concienzudamente los avatares imaginados y sus presuntas consecuencias. Esta novela está cimentada en una profunda y larga inspiración que no os dejará… indiferentes. · 13 ·


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Espero y deseo, queridos amigos, que su lectura os resulte tan divertida, amena y apasionante, como lo ha sido para mí su concepción.

Mi sincera gratitud a todos mis eternos lectores.

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Capítulo I

El origen de los fuertes

Andrew Vincent Miller había cumplido ya los dieciocho años de edad, mayoría suficiente para pensar y reflexionar seriamente sobre qué sentido quería darle a su vida. Atrás dejaba aparcada una infancia complicada, de duros reveses, que forzosamente le empujarían —sin quererlo— a ser testigo de las contingencias vitales más amargas e indeseadas que nadie quisiera protagonizar en los capítulos más esenciales e influyentes de su existencia, no solo en el terreno personal, sino familiar, obligándole a desempeñar un papel que marcaría claramente su futuro porvenir; de la misma manera, tuvo que padecer las vivencias más duras, y las realidades económicamente más incómodas, a las que plantó cara con un gran sacrificio que le permitió recuperarse; asimismo sus padres, gracias a ese esfuerzo común y solidario, que constantemente estaba presente en todas sus actuaciones. A la llegada de su duodécimo cumpleaños, su padre perdería el trabajo, a raíz de la conocida situación de quiebra de la empresa de juguetes de acreditada firma, · 15 ·


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que se encontraba en la ciudad de Anchorage1 (Alaska2); entidad por la que dio orgulloso tantos años de su existencia, privándole inminentemente de un salario que, si bien no era muy ampuloso, sí atendía con suficiencia las necesidades más socorridas. Este aciago e insensible infortunio le llevaría a adoptar una necesaria y meditada decisión, que sería a todas luces irrevocable. Consciente del trance económico al que tenían que hacer frente, así como de la extrema situación 1

Anchorage: Es la ciudad más septentrional de Estados Unidos y la mayor de Alaska. Se la considera, a día de hoy, una de las urbes más modernas e innovadoras, cuyo censo supera los 300.000 habitantes —el 40% de la población total de dicho estado—. El principal aeropuerto de Anchorage es la terminal internacional de Ted Stevens, situado a 7 kilómetros al suroeste del centro. Es la tercera con mayor tráfico de carga del mundo, gracias a su privilegiada situación geográfica entre Asia y América. El municipio se encuentra rodeado por las Montañas Chugach y se asienta en la costa interior de la Ensenada de Cook. Igualmente, constituye un futuro punto de conexión para el tráfico aéreo del lejano Oriente ruso.

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Alaska: Es uno de los 50 países de los Estados Unidos. Geográficamente está ubicado en el extremo noroeste de América del Norte, limitando con las regiones Oeste y Costa Oeste. Al este, linda con el territorio canadiense del Yukón; al sureste, con la provincia de la Columbia Británica, y está separado de Rusia al noroeste por el estrecho kilómetro de Bering. Considerado el estado más extenso de América con 1.717.856 km², presenta actualmente una demografía que asciende a los 750.000 habitantes. Su capital es Juneau, y su ciudad representativamente más poblada Anchorage. El 3 de enero de 1959 fue la penúltima nación que entró a formar parte de la Unión, por delante de Hawái.

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laboral que se les presentaba, decidiría compaginar sus estudios y arrimar el hombro, ofreciendo su ayuda en la construcción personal de una vivienda, propiedad de sus tíos, que se encontraba en la comunidad de Eagle River, donde mantenían su residencia de cuna. Horas de sufrida dedicación y recíproca complicidad que, como gesto de reconocimiento, compartía con prurito ante una conducta siempre bondadosa y altruista de sus padres, frente a la que respondía mano a mano ante la injusta e inclemente inmisericordia de unas políticas, en ocasiones, irracionales. Con su actitud pretendía reavivar, ¡por qué no decirlo!… ese frágil hálito de esperanza que tan escondido se hallaba en el corazón de sus progenitores. Pese a que dicho compromiso suponía iniciar un nuevo camino desde la nada, su objetivo no era otro que recuperar el risueño y vitalista talante del que hacían gala sus predecesores, a quienes la impotencia y el abatimiento les había embargado, pese a intentar constantemente disimularlo ante él —era consciente de ello—, aun haciéndoseles cuesta arriba tal esfuerzo. Según la costumbre popular que sienta precedentes, a los padres no se les elige al nacer; circunstancia opuesta ocurre con las amistades. En esta dualidad, prima lógicamente el concepto de la familia. A esta le debía todo, y como hijo único, cualquier contribución constituía un ridículo gesto de lo mucho que él había recibido de su estirpe… la vida. · 17 ·


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Con tan solo dieciséis años y, superada su formación básica, entraría a trabajar en el departamento de imagen y sonido de unos prestigiosos almacenes. Su clara vocación por la música, el cine, y la fotografía, su carácter empático, sus habilidades comerciales, y una memoria prodigiosa —que todos envidiaban—, favorecerían su selección, pese a las duras pruebas a las que tanto él como el resto de los aspirantes fueron sometidos. Allí desempeñó, con meritorio reconocimiento, su tarea como vendedor hasta que cumplió la mayoría de edad, fecha en la que su compromiso con la empresa se extinguió. A nivel personal fue una experiencia satisfactoria que le permitió sumar más dinero a las arcas familiares. Su dura etapa como adolescente le obligó a madurar con mayor celeridad de la que hubiese pretendido. Aunque los valores educativos que le fueron inculcados por sus ascendientes no fueron baldíos e hicieron de él un hombre cabal y maduro, con apenas 18 años. Pese a que Anchorage era el lugar más poblado del estado de Alaska —casi 300.000 habitantes—, su amplia extensión no era suficiente para satisfacer las expectativas laborales que seguía buscando; así pues —y hasta que las encontrase— decidirá seguir caminando por la senda de la comprensión y la solidaridad en connivencia con los anhelos más ansiados de sus ejemplarizantes padres, que ante cualquier contratiempo siempre permanecían a su lado. · 18 ·


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Por esos años, el servicio militar ya no era de preceptivo cumplimiento y, tras meditarlo a conciencia, optará por alistarse voluntariamente, erigiéndose tal oficio en su forma de vida, su trabajo y su fuente principal de ingresos de cara a su futuro más próximo. Entre las múltiples salidas que ofrecía en ese momento la dura carrera militar, escogerá convencido una de las más sacrificadas: su ingreso en el cuerpo de la policía. Sin duda, prepararse para ser un digno representante de su patria no iba a ser tarea fácil. Pese a estar sometido a una rigurosa e inflexible disciplina, ajena a toda clase de miramientos, donde la réplica no era entendida como un derecho, y la opción de decir «no» era censurada, eso no minaba lo más mínimo su ánimo ni voluntad; más bien y, como efecto rebote, la reforzaba. Con el paso del tiempo, su personalidad iba forjándose férreamente, y, aun mediando adversidades, las afrontaba con desmedido afán, viendo su objetivo cada mes que transcurría en una realidad más que tangible. Así pues, las perspectivas de futuro y, por ende, de su familia no podían ser más halagüeñas. Lógicamente su constitución atlética iba estrechamente ligada a su apariencia física: su cabello era corto, oscuro y fino. Sus cejas oblicuas quedaban separadas por una nariz recta y delgada, que contrastaba con una boca prominente y unos labios gruesos, que endurecían, más si cabe, su imagen recia y marcial. En su brazo izquierdo · 19 ·


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escondía un amplio tatuaje de la antigua alquimia con el legendario emblema del acero. Por aquel entonces, el estallido de la guerra en un país del sudeste europeo se manifestaba con su máxima crudeza y sin consideración alguna para nadie: niños, mujeres, personas de avanzada edad… Todos eran blancos indiscriminados de una lucha injustificada y sangrienta, que hacía presagiar una de las tragedias cívicas de mayor cifra de mortalidad. Las Fuerzas de Paz de la ONU, popularmente conocidas como Los Cascos Azules, participarían con valentía y sangre fría en dicha contienda —indeseable e innecesaria para muchos— con el fin de erradicarla, y prescindir de tan doloroso y virulento episodio. Ante situación tan amarga y malhadada no podía quedarse de brazos cruzados, convenciéndose de que su lugar se encontraba en dicho país. Desde un principio tuvo claro que su decisión marcaría a fuego el devenir de su vida, pero eso no le importaba, pues en su mente presidía la idea firme de no admitir tanta injusticia. Todo el horror visto durante ese contubernio retumbaba diariamente en su cabeza como un repiqueteo encadenado de campanas. ¡Cómo olvidarlo siendo espectador involuntario de un escenario desolador! ¡Cómo cerrar los ojos ante dicha escena! ¿Alguien podría quedarse impasible ante imágenes tan aterradoras?: · 20 ·


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escuelas infantiles bombardeadas con saña, edificios destruidos hasta su completo derribo, la visión de tanta gente muerta en las calles descomponiéndose, pudriéndose como vulgares ratas, todo ello invitaba desgraciadamente al respiro de un caos alarmantemente angustioso. Ante tremenda atrocidad, solo faltaba sumar la experiencia de ver cómo entre hermanos eran capaces —irracionalmente— de quitarse la vida. Su intervención en guerra tan cruenta marcaría a fuego en su mente el trágico y atroz dolor sufrido. Una experiencia tan difícil y amarga que decidiría reflejar en su piel, tatuándose en su brazo derecho un breve y simbólico mensaje en el arcaico idioma del latín «Memento Mori» (Recuerda que morirás), para no olvidar nunca las innumerables ocasiones que dejó en manos de la muerte… su vida. Era hora de volver a casa tras dos estoicos años, y ¡triste de él! ninguna novia le esperaba en el aeropuerto militar de Elmendorf-Richardson en Anchorage, sus padres únicamente o más bien —cabría decir en este caso— su madre que, siempre puntual y hecha un manojo de nervios, allí estaba. Su padre, Jonathan Miller, fumador empedernido hasta la médula —desde su más temprana adolescencia—, había enfermado gravemente, y arrastraba desde hacía una temporada sus consecuencias más víricas. El instinto protector de su madre le condujo a ocultárselo para evitar su preocupación. Pero sus · 21 ·


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