Briznas

Page 1


J.P. WELING (Zaragoza, 1966) es artífice de una singular obra literaria en la que se alternan la novela y el relato a partes iguales. Antes de «Briznas» publicó otra novela, «La vida es dura para las amebas», y dos libros de relatos, «12 cuentos de muerte» y «Mixtura».


Briznas J.P. W el ing



CERO – CERO

Dos seres de apariencia humana conversan entre sí flotando a un centímetro del suelo. De repente, callan. Han visto a alguien más y deciden abordarle. –¡Oiga!, por favor. Acérquese. –¿Yo? –Sí claro, usted. No hay nadie más. El joven mira a su alrededor y es cierto, no hay nadie más. Entonces se da cuenta de que ambos están flotando. «Deben ser de alguna secta. La secta de los flotadores», pensó. –Preste atención. Vamos a proponerle realizar un proyecto conjunto y usted sólo tendrá que actuar en consecuencia. ¿Ve esta pequeña puerta? –Sí –no la vio, pero asintió con la cabeza y la ilusión en el rostro. –Se trata de uno de los accesos al submundo. Si entra se acabarán sus comodidades pero comenzará su aventura. Su forma de existencia holgada e insulsa se puede transformar en sugerente y atrevida. Al atravesar la puerta usted aparecerá en Zaragoza, ansioso por encontrar trabajo, en un piso de alquiler con unos padres jubilados, otro ser que simulará ser su hermano cuando le convenga y Entré sin pensármelo dos veces. La vida continúa. Y vaya si continúa. He pasado de no hacer nada a tener que ir corriendo con el sol a cuestas sobre el cogote a casa de Rufus Botarate –el hombre que tomaba decisiones cada seis cubatas–, sin haber digerido aún la comida, corriendo con la lengua fuera y un babeo constante, para darle el biberón al bebé: tiene un gatito; lo que no tiene es tiempo para cuidarlo, pero sí la cara dura de pedírmelo

Briznas

5


a mí. Después vuelvo a casa para hacer la siesta, aunque sólo queda tiempo para diminutas cabezadas que, por razones que desconozco, no me reportan ningún descanso sino todo lo contrario, me dejan sumido en un estado de vagancia y dejadez del que a duras penas me puedo desprender. A las doce de la noche tengo que ir a un garito y recoger unas llaves para, de madrugada, fregarlo de arriba abajo y dejarlo como los chorros del oro. Estos cambios tan bruscos alteran cerebro y comportamiento con unas sacudidas que aún no logro entender pero puedo criticar. Siempre necesito un lapso de tiempo para poder criticar lo que estoy haciendo, si es que ello puede llegar a ser criticable. Normalmente casi siempre puede ser y si no me lo monto para que así sea. Mi jefe no para de quejarse. Dice que tengo que limpiar el interior de los váteres con un estropajo, como si fuesen unas cacerolas, cuando lo que habría que limpiar como un váter es su cerebro; introduciéndole la escobilla pringosa por las orejas hasta perder el contacto visual, manual y la propia escobilla. Pero dejémosle que despotrique lo que quiera que yo haré lo que me dé la gana. Sólo puedo decir de él que ondea a los cuatro vientos su abanderada condición de homosexual desvirtuado a la antigua usanza, o, como dirían otros, chilla como hiena paridera soy marica y que se entere España entera, se llama Emilio y regenta un bar de descerebrados que se autodenominan bakaladeros; el pastor y su rebaño de fieras anfetamínicas. Una película de mentira recubre todo su cuerpo, y sus ojos desprenden ese fingimiento que nos atemoriza y nos hace creer que, posiblemente, estemos ante un ser de otro planeta, una alimaña más dispuesta a colonizarnos. Mejor olvidarlo. Bastante tengo con el gato de Rufus Botarate, el sol en el cogote, ¡Vale! Tengo que escribir. Escribir, escribir, escribir. Como decía Henry, hay que escribir aunque no te lea nadie. Quiero escribir y lo voy a hacer. Y, de hecho, lo estoy haciendo, pero tiene que ser de una manera más constante porque hay una confabulación de todo y todos, en la que yo mismo participo, para que se me niegue el derecho, el don, el

6

J. P. Weling


placer de la escritura. Tengo que arrasarla y difuminarla, y hacer de ella, tan sólo, un claro de luna; sí, porque tengo que vivir para escribir y lo demás ya no importa. Y si hay algo que de verdad interese, será escrito. Me veo obligado a decirlo: sólo he durado quince días haciendo de chacha en el garito del moñas. Dos semanas que me han dejado el cuerpo molido y un regustillo a cadena perpetua. La verdad es que me estaba sacando de quicio ese hombrecillo interplanetario procedente de Cretinolandia. Pretendía que dedicase un montón de horas a fregar la suciedad incrustada por el pataleo psicótico de sus clientes, por poco dinero, sin asegurar, y que diese las gracias después de decir a todas sus correcciones y reprimendas que sí; y, por si fuera poco, sus ojos, contemplados de manera continuada, delataban un alto grado de no sé qué repugnante que me inducía a volver al paro de cabeza. La desesperación me llevó a él y el asco me hizo huir de él. Como tenía miedo de que no me pagase me he inventado la muerte de un tío imaginario. Nada mejor se me ocurrió. No sé por qué pero las muertes siempre quitan las ganas de jugársela a alguien. Causan un misterioso respeto cuando deberían ser consideradas de lo más rutinario; desde que existe la vida siempre ha estado la muerte buitreándola, ¿de qué nos sorprendemos entonces? Pero, hábil como nadie y conocedor de los efectos que provoca con sólo nombrarla, decidí aprovecharme de forma sutil y sin cometer excesos sentimentales. Y emprendí un pequeño viaje a una ciudad cercana del pasado de mi vida. La ciudad con forma de pueblo donde perdí mi infancia y algo de calderilla: La Villa de los Ilergetas. La sorpresa me alcanzó al comprobar que el muerto imaginario se había transformado en real. Tuve suerte y llegué tarde al entierro. No era el muerto imaginado, pero la muerte había cazado a otra persona sólo por haberla nombrado. Y uno llega a la conclusión de que hay cosas que no deben imaginarse, aunque formen parte de una mentira piadosa. La muerte es mucha muerte, ya se sabe. Pero también yo soy mucho yo, aunque no lo sepa nadie.

Briznas

7


Tengo que conseguir dinero. Hace unos párrafos tan sólo quería escribir, pero un amasijo de estupideces, entre ellas aplacar el orgullo del consumista, se han asociado para transformarse en una ansiedad incontrolada y no puedo más. Últimamente voy de culo con el trabajo. Me presento a unas ofertas que parecen circenses: ¡más difícil todavía! Las condiciones de trabajo expuestas en las entrevistas dirigen el pensamiento hacia dos posibilidades de respuesta: partirle la cara al entrevistador o partirse de risa el entrevistado. Nunca he puesto en práctica ninguna de las dos, pero, de todas formas, creo que voy a optar por la risa, por los beneficios que tiene y esas cosas. Ciertas personas aseguran que unas cuantas carcajadas equivalen a diez minutos de remo y, estando en mi lugar, habrá que tenerlo en cuenta; la gimnasia gratuita, como decía la canción de las endorfinas, no la venden en la esquina. Hoy he sido víctima de una nueva entrevista laboral sin parangón hasta la fecha. En la oficina del paro me han dado una serie de datos incorrectos, como de costumbre. Tonto de mí, me he confiado y he ido a la entrevista con un trozo de ilusión pasajera que me encontré por ahí. Los datos que me dieron decían que se trataba de una oferta de dependiente en una tienda de bricolaje. Cuando me zambullí en la entrevista, no sé por qué tipo de alquimia, se trataba de una oferta para estar más que nada en el taller, palabras textuales del entrevistador y supuesto jefe de ese nuevo cotarro misterioso. Después añadió con una tranquilidad pasmosa y una sonrisa de ganso, y sus ojos, ¡oh sus ojos!, me estaban degollando, que el horario sería de unas cincuenta horas semanales que se incrementarían si el trabajo lo imponía. Daba a entender que el jefe no era él sino el propio trabajo. Claro, al estar tanto tiempo sin dar palo al agua no me he enterado de que ahora los jefes son abstractos. Cuando me preguntó cuánto quería cobrar, tomé aire y, con una duda tímida propia del parado ansioso, le dije una cantidad inferior a la razonable que estuvo a punto de hacerle saltar los ojos como dos pelotitas de ping–pong. Intentó recuperar el rictus de persona amable que está abierta a todo e insistió en decir

8

J. P. Weling


que me tendría en cuenta, pero no para qué. Gracias a Dios se trató de una mentira más. Y como este caso, muchos, muchos más. Este es el primero de una lista que no parece tener fin, por lo menos hasta que una revolución mande a tomar por el culo a este tipo de empresarios que pretenden ser tratados de «bwana». A pesar de todo, tengo algún amigo, aunque sería más correcto decir conocido, que me increpa diciéndome que no trabajo porque no quiero. Tendrán valor. ¿Por qué no se ponen, aunque sólo sea por una vez, en el lugar del otro? No lo sé. Yo procuro hacerlo y me consideran un bicho raro. Y para obrar como tal hay que vivir bien y no trabajar. No es imprescindible ser millonario, pero reconozco que es una tarea difícil vivir bien sin serlo; hay que ser un auténtico artista, y yo estoy en ello. De esta guisa espero que el dinero me llueva de alguna parte. Mi ilusión, desde muy pequeñito, es tener una oreja de esas que utilizan los magos para sacar naipes, pero sacando billetes, aunque sea con restos de cerumen. Es una posibilidad remota, pero no tanto como encontrar trabajo digno y estable. Los juegos de azar tampoco parecen ser mi fuerte. Llevo años haciendo quinielas de fútbol y sólo me han tocado la moral. El año pasado, en una de las cuatro columnas que hago todas las semanas, mis aciertos fueron no me atrevo a decirlo, pero, en fin, voy a hacerlo: cero. Pero no hay que desesperar. Por eso repito esa columna, porque ahora tiene muchas más posibilidades, sobre todo si estudia. Y si hacemos una extraña traslación al mundo de la escritura, aunque no me hayan publicado nada puede que sea un genio, ¿pero hasta qué punto es importante serlo? Podría ser que la genialidad residiera en pasar desapercibido. Enrique Facientes, persona que regaló su alma a un camello, me ha dicho, supongo que no hablaba en serio, que reconocerían mi obra cincuenta años después de mi muerte. Pues no. O se reconoce ahora o se viene a la tumba conmigo, ¡qué cojones! Faltaría más. Pero no sé por qué me tomo tan en serio sus palabras, porque Enrique Facientes no lee, apenas sabe escribir, lo único que hace medianamente bien es absorber sustancias tergiversadoras de la

Briznas

9


realidad y, a veces, ni siquiera eso. Para comprenderle hay que tener otra estratosfera, un par de dimensiones desconocidas y el mundo real encerrado en una caja vieja dentro de un armario del trastero que nunca abrimos porque la llave se suicidó al descubrir nuestro secreto. No sé cuánto va a durar esta situación pero no me importa porque tampoco sé cuánto va a durar ninguna otra. Gracias a la lectura he olvidado la miseria económica porque me enriquecía intelectualmente. Hace años no hubiera concebido obtener el placer que logro ahora al saborear un libro que valga la pena. Es mucho mayor que el sexual –me refiero a la cantidad de tiempo y a la intensidad– si el libro consigue engullirte y hacerte vivir lo que relata. Estés donde estés ya no puedes pensar en otra cosa. El libro se convierte en una prótesis y yo parezco una página más, un epílogo con patas, por ejemplo. El único inconveniente es que siempre estoy leyendo varios libros a la vez, entonces mi personalidad se hace múltiple y, tal vez por eso, estoy majara. Bueno, y a quién le importa. Si pudiese leería doscientos libros a la vez y formaría mi propio país o una pequeña ciudad con todas mis personalidades, cambiaría la moneda, daría golpes de estado, impondría una estúpida democracia y, sobre todo, crearía unos fondos reservados personalizados con mi nombre y mi número de cuenta bancaria; bien, basta ya. Sí, basta ya de entrevistas de trabajo cutres, de dinero inexistente y de ansiedad espeluznante. Había olvidado que me apunté a chochocientos cursos del paro. Me incitaron a ello, yo no quería, pero parecía necesario que llenara mi tiempo con algo, y he tenido la mala suerte de ser elegido para ingresar en el que menos predilección tenía por hacer. Aunque ya debería estar acostumbrado a no coincidir con este tipo de oficinas, nunca y en ningún aspecto. Concretamente voy a zambullirme en un curso de panadería. El año pasado hice uno de carpintería porque me hacían falta unas estanterías para colocar los libros que estaban invadiendo toda la casa. Hasta Rufus Botarate, que no lee por temor a marearse, tiene unas estanterías hechas por mí que, a buen seguro,

10

J. P. Weling


serán aprovechadas por las siestas y retoces de su gato. Por cierto, el muy desustanciado las puso al revés y, si coloca los libros correctamente, tendrá que atarlos con una cuerda que, aunque parezca una idiotez, puede que sea ese su deseo . Y eso nunca puede augurar nada bueno. Se parece a un cuervo negro dando vueltas alrededor de tu casa justo el día en que te haces pipí encima. El curso de panadería se ha hecho más interesante porque de quince personas catorce son hembras. El otro macho cabrío no parece un duro competidor. Es de complexión gorda deforme forrado de pelo como las trufas de chocolate, con treinta y pocos años, pero aparenta diez más, cejijunto y un tanto bobalicón, desprende un olor nauseabundo pero familiar, el profesor huele igual, así que podré amasar a mis anchas. De momento me han dado una bata blanca y un delantal blanco a la par que la vara, blanca también. Da igual que te encuentres al lado de un horno o en una sala de operaciones, la bata es la misma –y la habilidad parecida–. Veremos qué nos deparará la bata una vez puesta. Mañana a las ocho en punto comienza la carrera del pan. Rufus Botarate insiste en dejar las estanterías como están y Enrique Facientes no sabe leer la eme con la a. Han sido cinco horas que, más que de conocimiento teórico o práctico, han servido de conocimiento personal superficial, suficiente para conjeturar con elevados porcentaje de triunfo en caso de sexo fortuito. Cortocircuito. Tengo unas compañeras aparentemente simpáticas y otras simplemente reticentes: algo con lo que nos vamos a encontrar siempre a lo largo de nuestras vidas. Con las aparentes veo algún tipo de posibilidad carnal, con las otras está asegurado; el carácter nos delata. Todos los días nos vamos a llevar lo que hagamos o deshagamos, y hoy, para no ser menos, nos hemos llevado unas cuantas magdalenas y una masa para pizza. Algo bueno tenían que tener los cursos, además de las compañeras. Creo que mi vida ha cambiado al contemplar a dos de ellas. Una se llama Maite –es virgen facial, joven y fácil de engañar– y la otra, más espabilada en todos los sentidos, Cristina –sólo es joven–. Nada más hay que se

Briznas

11


pueda resaltar y no deprima a un elefante. Podría hablar un poco del profesor, pero lo más lógico sería matarlo. Podría hablar un poco de la chica del sindicato que nos abrió la puerta, pero en este país no existen los sindicatos a pesar de estar todos sindicados, ni siquiera el del crimen organizado. Aquí todo son chapuzas, como los cursos del paro y sus ofertas de empleo imaginario. Qué pena. Podría hablar de la pena, pero es algo tan patente que, a veces, pasa desapercibido. ¡Dios mío, soy el rey de la pizza y no me había dado cuenta hasta esta misma tarde! Mis padres se han quedado alucinados y, voy a ser sincero, yo más que ellos; todos boquiabiertos contemplando el milagro burbujeante y embriagados por el aroma que nos inducía al saqueo. He cubierto la pasta con tiras de queso manchego suave y he dividido la pizza en tres sabores: atún, jamón y, en el centro, panceta de cerdo de Teruel con más lonchas de queso. Espolvoreado todo con albahaca y amor en polvo. Una vez sacada del horno, no ha durado más de minuto y medio. ¡Ah!, me olvidaba, la he decorado con rodajas de tomate. Suculento. Todos hemos babeado y ninguno estaba en celo. Mi madre, cuando está enfadada, me llama don perfecto; con el tiempo he podido comprobar que tiene toda la razón. La verdad es que he hecho la pizza a tientas, esperando el «a–ver–qué–sale», pero he puesto tanta ilusión que ha salido perfecta. Cuando estaba a punto de sacarla del horno me he sentido recompensado. He experimentado el placer de la obra bien hecha con el vapor esencial subiendo por mis fosas nasales a la carrera. Ha sido espléndido; como yo, como mi pizza. Puedo parecer un ególatra, pero me importa tres cominos pigmeos lo que pueda parecer. ¡Al carajo con todo! Si soy perfecto tendré que asumirlo y ya está. Y después, y con ayuda de Dios o tarjetas de crédito, que lo asuman los demás. Parece que la ayuda de Dios para que asuman que soy perfecto no llega. Asumiré yo entonces que el resto del mundo es imperfecto. Lo sabía desde que nací, pero nunca lo había asumido. Resignación. Ante

12

J. P. Weling


un panorama tan desolador no queda nada más que la resignación; la resignación perfecta, claro. Hoy he vuelto a estar en contacto con la masa. Al principio es pegajosa, pero cuando adquiere forma se asemeja mucho al culo de una gorda. La diferencia estriba, tal vez, en que a la gorda no la metes en el horno. Horneaban sólo a las más esqueléticas porque las gordas podían ser amasadas. Sólo es necesario amasar una vez para entenderlo todo. Es curioso que un oficio tan simple, como el de panadero, te pueda ayudar a resolver tantas dudas. Si oyese estas mismas explicaciones de una tercera persona no las creería. Aún dándolas yo, tengo mis dudas; aunque bien mirado es lo más normal, no voy a tener las de otro. El curso se ha ido repitiendo estos últimos días. Tal vez alguien nos haya rebobinado sólo por el hecho de ser parados y, de pronto, estop y eject, vuelvo a introducirme en un fin de semana que puede deparar muchas cosas o tal vez nada. Me zambullo en el sábado y noto cierta viscosidad en el líquido festivo. Una camarera me pide fuego y el mechero se autodestruye con la ayuda de su fatídico dedito. No sé si será una señal, de todas formas procuro no pensar en ello. Desaparezco de allí y me voy a otro garito, El Quid, porque Enrique Facientes celebra su nosecuántos cumpleaños. Aunque no sabe leer, todos los años le regalo un libro, para estimularlo. Lo mira un par de segundos, me da las gracias y, como si le quemara en la mano, lo deja en cualquier parte. A las dos horas, y sin haber salido del bar, me encuentro en pleno viaje. Apenas me muevo, pero el vaivén anímico es constante. Risas y más risas; unas aguas intercaladas con algunas copichuelas y mucho humo o por lo menos eso me parece. A las seis o las siete de la mañana –he perdido la noción del tiempo y además no tengo reloj, pero, como dice mi prima, ya es de día o tengo cataratas– aparece Rufus Botarate con una planta de metro veinte que pronto será sólo humo entre sus manos y una sonrisa de primer premio, y resulta ser un regalo sin envolver. La contemplamos como si de una aparición se tratase, y

Briznas

13


Enrique Facientes la bautiza como Junior a pesar de no tener ningún parecido con los invitados. Rebobinar dos veces más y listo para tomar. Eject. Estop con antelación, por favor. El viaje parece haber llegado a su fin. Nos encontramos en casa de Enrique Facientes como si fuera la estación de llegada, con el típico cansancio del que ha recorrido unos kilómetros y que escogería, si pudiera, echar una cabezada para reconfortar un cuerpo semimagullado, para aposentar una mente mareada por el zigzagueo interior de sus sensaciones hasta ahora dormidas. Pero, como he dicho, estamos en casa de Enrique Facientes y yo no pego una cabezada aquí ni harto de vino, antes duermo en un contenedor escogido al azar porque estará más limpio.

14

J. P. Weling


SUBCAPITULO UNO

Otro día. Y otro día más, y otro día, otro día Esto no parece acabar nunca. ¿Cuántos días tendré ya? A veces ni siquiera sé los años que tengo. Pero qué importancia tiene. ¿Tiene tanto valor el tiempo como el que pretendemos darle? No; solamente son importantes pequeños trozos de tiempo, acumulaciones de energía sin nombre. Briznas que solemos denominar a toro pasado anécdotas, historias, recuerdos... Porciones en que el tiempo parece haber desaparecido, y me sumerjo en un limbo terrenal más maravilloso, incluso, que el viaje del fin de semana. Pequeños trozos de tiempo que se separan de la totalidad para, más tarde, reagruparse y hacer una tribu de miguillas. Algo auténtico fluye por mi cerebro, bucea por mi sangre y mi mente parece expandirse a mundos desconocidos. Rozo la eternidad con la punta de los dedos, la noto entre el paladar y la lengua y gozo como un cochino en celo crónico. Me inunda el flujo vital del universo. Últimamente pienso más de lo habitual en mi compañera Cristina, ha invadido una de mis futuras briznas o ese es mi deseo. Sólo la considero una amiga panadera, pero tiene todos los puntos para transformarse en algo más y ¡vaya tetas! Aunque, en estos casos, casi siempre suele haber un cretino que se autodenomina novio y lo jode todo. Pero calma, aún no hay nada seguro, no anticipemos obstáculos. La vida me sonríe y Cristina también. ¿A quién le importa su novio, si es que existe? INJERENCIA UNO –¿Crees que resistirá la experiencia? –Por lo menos va por buen camino. Nadie le sugirió lo de los informes y ahí lo tienes escribiendo.

Briznas

15


–Sí, eso es cierto. Pero estarás de acuerdo conmigo que no se trata del tipo de informes que nosotros imaginábamos. –Mira, Flotador Uno, será mejor que no pidas evanescencias concluyentes al integrante de un submundo. Avanzamos hacia ninguna parte, y yo el primero. Pero también soy el primero en saberlo. Vamos dando tumbos en círculo imperfecto y siempre se repiten las mismas historias con ligeros matices superficiales. No hay nada original en muchos aspectos de la vida, ni aunque tuviera trabajo. ¿Pero es tan importante la originalidad o será un camelo? Intento comprender, pero no me veo capacitado ante tanta tontería legítima y acabo sucumbiendo ante «la vida es así», «ya se sabe», «son cosas que pasan». La monotonía es el monstruo de la sociedad que nos obliga a comérnoslo a cucharadas. Después, con los años, se transforma en ese señor robusto, alto y de mirada helada llamado don tedio. ¡¡¡Nooooooo!!! Después de un fin de semana desenfrenado que comenzó el jueves con un cumpleaños de borrachera, hemos llegado a un lunes triste, de planes futuros echados por tierra, de un amor perdido que ni siquiera llegó a ser incipiente. Cristina ya no está en el curso. Ha debido encontrar trabajo. Otra vez esa palabra, ese estado, ese estúpido ente que, no contento con joderme directamente, pretende destruirme también con ataques indirectos. ¿Cómo ha podido enterarse el trabajo de mis intenciones para con Cristina? De todas formas aún quedan trece chicas en el curso. Sí, ya lo sé. No es lo mismo. Algún monstruo etéreo y espiritual sumergido en metafísica pura me está poniendo a prueba. El único problema es que no entiendo por qué. Pero no tengo que perder los estribos de la esperanza. A lo mejor encuentra un trabajo maravilloso y decide mantenerme, transformarse en la mecenas del artista desconocido por antonomasia y unos cuantos más, quererme hasta la médula, publicar mis libros sin rechistar gastando todos sus ahorros y los de sus padres.

16

J. P. Weling


¡Nooooooo! Sé que no va a ser así. Por eso grito. ¡Nooooo! Creo que, por lo menos, merezco un desahogo. Sigo chillando porque ni llorar puedo. Soy un parado, pero no uno cualquiera, un parado con fantasías inútiles que ve como se pierden por el sumidero de la realidad mortificante, un parado sin lágrimas, con el lagrimal parado, con el sexo en paro, un total parado. Un señor mazo, siempre más quieto que. Camino por la barandilla del precipicio de mi pensamiento con los ojos cerrados. Un golpe de aire y puedo morir. Asumiré el riesgo, qué importa ya uno más. Dios mío. He perdido un pie y sólo puedo desplazarme dando pequeños saltitos. Mis ideas mutiladas, pero insisto con obstinación en dar saltitos, no me da miedo el vacío generacional al que nos están sometiendo, como tampoco me dio cuando estuvo lleno. Ya nada importa. Y a quién le importa. Si nunca he podido hacerme entender ni transmitir lo que sentía por qué insisto entonces en que mi pensamiento dé, de una vez por todas, un fruto real. Creo entender mi insistencia aunque aún conservo algunas dudas. Es lo único que se me permite conservar por el momento. El cielo me ha escuchado. Ya tengo el número de teléfono de Cristina. Se lo pedí ayer al profesor del curso mientras el índice y el pulgar presionaban mi nariz. Mañana viernes la llamaré y a ver qué pasa. Supongo que no pasará nada, pero por lo menos ya tengo su número. Por algo se empieza ¿no? Después ella tendrá mis hijos y todo irá como la seda. Son las seis de la tarde de un día ajetreado y todavía me quedan energías. Observo las plantas, seres vivos que me respetan tanto que se comunican conmigo guardando silencio; cuánta sabiduría menospreciada. Estoy fumando y estos instantes, tan banales, me resultan paradisíacos; placeres sencillos, los mejores, inmersos en las briznas de tiempo de mis anécdotas: mis miguillas. Y sigo llenando la bolsa de mi vida con ellas, esculpiendo el sentido de mi existencia. Soportando la desdicha ajena con los polvos mágicos de mis sonrisas provocadas por unos dulces pensamientos que la soledad y las

Briznas

17


plantas me instigan. Una lágrima de felicidad se balancea en mis pestañas y pienso en mi vida como en un campo de hierba, donde las briznas crecen y bailan con la música del viento. Parpadeo, me froto los ojos y la realidad me dice que el humo entró en ellos. Suspiro y paciente sonrío a las briznas de mi intelecto. Como llovida del cielo ha llegado a mis manos una entrada para lo que actualmente se denomina macrofestival o festival de verano que, aunque parezca más hortera, no deja de ser lo mismo. Más de cien grupos tocando –espero que sigan un turno– en un valle del pirineo catalán, cerca de la frontera con Francia. Escalarre es el nombre del valle y Manolo el nombre del cabrero. Calculan que irán más de treinta mil personas y yo voy a formar parte de ese mogollón. ¿Hasta cuándo me llamarán la atención estos eventos o cualquier cosa? No lo sé, pero me transformaré en una célula rítmico–melódica o algo por el estilo, para correr por unas venas musicales extasiando a todo aquel que se digne rozarme. Pero no profeticemos más de lo necesario, puede ser contraproducente. Hoy tan sólo es lunes y la aventura, en clave de sol, comienza el jueves. Tengo la mochila preparada; antes me acicalé el ánimo. Me han aconsejado que lleve alguna prenda de abrigo porque en la montaña refresca por las noches. También me he agenciado un bote de crema solar protectora y algunas chorradas más que resultan completamente imprescindibles: un par de periódicos viejos, dos platos rotos, un flotador pinchado y un escapulario. Estoy preparado para el acontecimiento. ¿Pero estará preparado el acontecimiento para mí? Otra duda más a mi infinita colección.

18

J. P. Weling


SUBCAPITULO DOS

He soñado con un amigo africano que murió. ¿Alguien se acuerda del muerto imaginario? Pues mi amigo fue el que lo suplantó. Me lo encontraba y, sin dejarle hablar, le sonreía diciéndole que sabía que no había muerto, que estaba enterado de que todo era mentira y bla–bla–bla, bla–bla–bla. Me sonrió y me abrazó, formándose una neblina que acabó por cubrirnos a ambos (apunte extra: en mi siguiente vida, si se puede elegir, elegir ser neblina). Entonces supe que estaba muerto de verdad. Pero al despertarme no he sentido añoranza, ni tristeza, ni tampoco todo lo contrario. Sólo he notado una seguridad que no sentía desde que soñé con mi hermana, también fallecida, y unas enorme ganas de tomar cereales con leche. Pero esa seguridad, al vivir el día a día, se va desvaneciendo; por cierto, como los cereales en la leche. Parece que tiene que morir otro ser querido para que resurja, para que fluya de nuevo. Tengo la certeza de que el mundo de los sueños me está revelando algo, pero aún no logro entenderlo con la suficiente claridad. Paciencia. ¿Freud dónde estás? ¡Contesta cabrón! Estoy cansado, mi cara y mis brazos están enrojecidos y vuelvo a reencontrarme con la rutina, ahora añorada, de siempre. Conclusión: el festival ha terminado. Atrás quedaron música, risas, convivencia y diversas sustancias tan propias de festivales como de patios de colegio. INJERENCIA DOS –Perdona Flotador Dos, ¿no crees que va siendo hora de tomar cartas en el asunto? –A qué te refieres.

Briznas

19


–Muy sencillo: échale guindas a la Tarasca, y verás como las masca. –¿Qué? –Se trata de una frase terrenal a las que, por cierto, nos tenemos que ir acostumbrando. Tú déjalo en mis manos. Ha llegado una sorpresa que no esperaba –¿pero es posible esperar una sorpresa?–: he encontrado trabajo. Gracias a las recomendaciones y alabanzas, todas falsas por supuesto, de un amigo de mi hermano Pepónidas, he conseguido un puestecillo de reponedor a media jornada en un supermercado. Sentado delante de la secretaria que me estaba contratando absorbía impertérrito una serie de datos sobre mí que desconocía por completo: –Ya me han dicho que eres un geniecillo de la informática y que, además, dominas varios idiomas y, sobre todo, me han informado de tu gran responsabilidad y No podía hacer otra cosa que contener la carcajada y asentir con timidez, con ligeros movimientos de cabeza y hombros bien acompasados. Me apetecía decirle que todo era mentira y que nos fuéramos a tomar una cerveza, pero me contuve. Y yo me pregunto ¿de qué sirve ser un genio de la informática, políglota y responsable si lo único que se espera de mí es que ordene el género, de una tan dudosa como turbia procedencia, en unas estanterías sucias? El mundo laboral se me hace enormemente complicado. Intentan someterte en un panorama desolador donde la condena acaba siendo el premio; requisito previo: estar sindicado. Lo único que he entendido es que la mentira forma parte de los cimientos del sistema, a pesar de que su eficacia nunca ha sido demostrada. Una ambición sediciosa empieza a poseerme. Tal vez soy más disidente de lo que pensaba. Aunque también se lo podría achacar a la influencia de mis antepasados nobles. No sé qué pensar. Creo que lo mejor será que me tumbe un rato. Pensar en el trabajo futuro me cansa hasta el subconsciente.

20

J. P. Weling


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.