Chino y Gitano José María Sánchez “Kimbo”
© Textos: José María Sánchez “Kimbo” © Ilustraciones: José Julio Edita:
I.S.B.N.: 978-84-15933-69-4 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
Chino y Gitano José María Sánchez “Kimbo”
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COMO cada tarde, el matrimonio Sánchez, Eveline y José María, se encontraba sentado en la terraza del bar cercano a su casa. FERMÍN el camarero, acababa de servirles cuando un señor, que había llegado en ese momento con un cesto en la mano, y por el que aparecía la diminuta cabecita de un perrito, trataba inútilmente de que permaneciera en el fondo del cesto y empezó a hablar con el camarero. LA señora Eveline sintió deseos de tocar a tan gracioso cachorrillo, y como se encontraba en espera de tener un bebé, pues todos sus deseos eran órdenes para su marido. El señor Sánchez hizo una seña al camarero quien cumpliendo con su deber, dejando al hombre del cesto, se aproximó al ya conocido cliente; éste le notificó los enormes deseos de su esposa en ver y acariciar al diminuto animal que llevaba su amigo en el cesto. PARECÍA ser cosa fácil, con una sonrisa en los labios, llamó al hombre del cesto quien pareciendo adivinar los motivos por los que era llamado, se aproximó sacando el perrito del cesto. ELLA, sin poder ocultar su entusiasmo, alargando los brazos suplicó tenerlo un momento. El buen hombre se lo ofreció gustoso y la Sra. Eveline, cambiando la voz en un tono muy agudo, podría decirse que haciendo falsete, hablaba al animalito dulcemente, mientras el perrito le lamía la nariz con desespero. UNA agradable y bondadosa sonrisa se reflejó en la cara de los tres hombres que no dejaban de admirar, más que mirar, el tierno cuadro que se desarrollaba ante ellos. SIN apartar la vista de su nuevo amigo y volviendo a cambiar la voz en su tono natural, la señora preguntó. –¿Cómo es que lo ha separado tan pronto de su madre? UNA vez hecha la pregunta, volvió a cambiar la voz y siguió diciéndole cosas al animalito.
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–Para evitar que lo mate –fue la tajante contestación del hombre del cesto, quien advirtiendo la extrañeza que se reflejaba no sólo en la cara de la señora Sánchez, sino también en la de su marido y hasta en la cara de Fermín el camarero, se apresuró a continuar–: la madre no quiere a los cachorros y aplastándolos con su cuerpo los asfixia. Éste es el último que le quedaba con vida y por eso se lo he quitado. PREOCUPADA por el porvenir del animalito volvió a preguntar intrigada. –¿Y qué piensa usted hacer con él? –Bueno pues... –mirando al camarero continuó– Para eso he venido a ver a Fermín, por si sabía de alguien que quisiera un perro. Estoy buscando un dueño para él. LA señora Sánchez se limitó a mirar al marido poniéndole cara de lástima y haciendo una mueca de llanto. El marido comprendió esa mirada tan significativa, por lo que se limitó a decir: ¿Estás segura de lo que estás pensando? Acuérdate que dentro de tres meses vas a tener un hijo. ¿Qué pasará entonces? ABRAZÁNDOLE muy cariñosamente y frotando su nariz con la del animal, mimosamente afirmó: –¡Que tendrá con quien jugar! Anda cariñito, por favor. Te lo agradeceré toda la vida. Quedémonos con él y te prometo no pedir nada más. ¿Vale? ¿QUÉ mujer en espera de un bebé, y con semejantes palabras, no logra que sus deseos sean concedidos por un marido enamorado? El buen hombre le dijo al dueño del perro que si estaba dispuesto a darlo ellos se harían cargo de él. EL dueño del perro se fue contento, por saber que lo dejaba en buenas manos. Los señores Sánchez se fueron más contentos, con el nuevo personaje que entraba a formar parte de sus vidas. Y Fermín se quedó mucho más contento con la excelente propina que le dieron sus conocidos y buenos clientes.
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UNA vez en casa, Eveline y José María pusieron al recién llegado cachorro encima de la cama. Mientras José María contemplaba las peripecias del cachorro, por mantenerse de cuatro patas, Eveline preparó leche templadita con galletas y azúcar. EL cachorro devoró la suculenta comida en cuestión de segundos y una vez terminado el banquete, poniéndose de cuatro patas, se hizo pipí en la cama entornando los ojos de placer. Los dos se rieron a la vez llamándole varias veces “cochino”. MEDIA hora más tarde José María se encontraba tumbado en la cama, con el perrito encima de su pecho. Eveline, a su lado moviendo un dedo que dejaba asomar por debajo de la corbata de su marido, jugaba con el cachorro dejando que se lo mordiera. –Debemos ponerle un nombre–. Aseguró ella, sin dejar de mover su dedo. José María le dio la razón observando el juego del diminuto personaje a la caza del dedo cuando de pronto, el perrito volvió a hacerse pipí. ESTA vez en la camisa y parte de la corbata. Eveline empezó a reír a carcajadas mientras José María, sin demostrar enfado, volvía a repetir, varias veces más, “cochino”, mientras se sacudía la corbata riendo. FUE entonces como, iluminado por una buena idea, afirmó: –¿Por qué no? Le llamaremos Cochino. ¡Hola Cochino! Y ése es el nombre con el que fue bautizado desde ese día el gracioso y meón cochino. Cada vez que le llamaban recordaban el motivo por el cual le habían bautizado de esa manera y el pobre animalito ya atendía cada vez que era requerido por ese nombre. PASADOS tres meses, cuando ya empezaron a sacarle a la calle, sintiendo un poco de vergüenza cada vez que
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