Cuando las rosas se marchiten

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Cuando las rosas se marchiten Chary Burgos Ruiz


© Chary Burgos Ruiz Diseño de portada: Cristina Jiménez Burgos

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16174-63-8 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.


A Fernando



Índice 1. Cross

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2. El ángel de la condena

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3. Caminante

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4. A orillas del Támesis

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5. Quisiera

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6. Michele

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7. Italy

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8. Pero. . .

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9. Un último aliento

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10.Amar un piano

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11.Belleza I

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ÍNDICE

12.Belleza II

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13.Sin tiempo I

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14.Sin tiempo II

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15.Palabras

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16.Nieve

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17.Kiss

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18.Deseo

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19.Condenado

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20.Fuego

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21.Ahora

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22.Inspiración

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23.No huyas

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24.Susúrrame

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25.El lucero del alba

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26.Otro paso más

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27.Una nueva vida

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Capítulo 1

Cross

La fantasmagórica cruz que se alza sobre los campos de cultivo cada noche recuerda la caída de los ángeles y las vidas humanas que se segaron en su nombre. Cada noche el ángel vengador ama los gemidos de las pálidas y dolientes almas que cayeron en incontables batallas a manos de los portadores de la cruz. Cada noche las almas renacen y reviven su muerte. Cada noche la armonía de las vidas de los latientes se deshace. Cada noche las pesadillas atenazan las pútridas mentes de sus asesinos. En busca de la salvación y la venganza enloquecen a aquellos culpables que aún hoy no aprenden la lección.

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Capítulo 2

El ángel de la condena Cuando los ángeles cometemos errores perdemos lo más preciado que conocemos, pero no nos damos cuenta de lo mucho que ganamos, de que por una vez el amor que damos es reciproco. Mi mayor ejemplo es mi propia historia. La historia de un ángel que un día portó la luz. Volvía a caer la noche sobre la aldea y los espíritus despertaban. Su labor aún no había cesado y yo debía continuar velando por su integridad. Ellos tenían que obtener venganza y cruzar. Yo debía ayudarlos. Por algún motivo comenzaba a cansarme de mi labor. No soportaba ver a los seres humanos enviarme espíritus día tras día. Sólo había un problema y, es que el Ángel Vengador no podía inmiscuirse en aquellos asuntos o pagaría con sus alas. Harto, cansado, hastiado. . . un ángel así poco puede hacer por su labor. Los humanos rozaban mi corazón en cada una de sus 7


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CAPÍTULO 2. EL ÁNGEL DE LA CONDENA

horribles muertes y sus torturadores arrancaban el odio de lo más profundo de mi ser. Se acabó, ahí llegó mi límite. No me importaban en absoluto las consecuencias, debía parar aquella crueldad y la muerte de las inocentes almas que condenaban. Hice lo que nunca debí hacer, intervine en la labor de venganza de los dolientes. Alcé mis alas al cielo y condené a los crueles a sufrir su propia crueldad. Sólo recibirían aquello que daban. Debían lamentar cada pecado cometido. No tuve en cuenta que los humanos eran imperfectos, crueles y oscuros en su esencia. Su condena significó mi caída, una dura caída al mundo de oscuridad que yo mismo había creado. Condenado a clavar mis alas en la cruz que un día fue mi hogar. Condenado a vagar entre el sufrimiento de mi propio espíritu por dañar aquello que más amaba. ¡Dulce y cruel venganza. . . condena de los inocentes! Mi vida cambió mucho. Aunque no se si llamar vida a esto sería lo correcto porque ya no creo en nada, ni siquiera en mi propia existencia. Todas las mañanas trataba de ver el mundo con nuevos ojos, intentaba sentirme mejor, pensar que no tenía razón para querer morir cada segundo. Debía salir y enfrentarme a los rostros humanos. ¡Mis amados, siento tanto haberos hecho esto! Las lágrimas afloran a mis ojos cada vez que mi mirada se cruza con la de otro condenado. Hasta ahora no he visto ningún otro ángel caído, pero no puedo ser el único, no puedo ser único que ha perdido sus alas. Sentir el dolor en mi espalda me recuerda


9 cada una de las noches que pasaba apoyado sobre la cruz vigilando. Nunca había sentido más que odio o amor, sentimientos encontrados, nunca había experimentado nada más. Aún así, ni siquiera mi amor o mi odio eran puros, ni siquiera en mi ser de esencia angelical y pura se podían encontrar los sentimientos en todo su esplendor. Estaba programado para amor, un amor infinito por Dios y sus criaturas, simplemente eso. El tiempo pasa tan lentamente para un ser que nunca va a morir. . . Los siglos transcurrieron por mí y empecé a acostumbrarme a vivir con el peso de la culpa. Algo que nunca llegué aceptar realmente y mucho menos cuando todo comenzó a cambiar y el mundo tal y como lo había creado cambió. Quizás el peor día de todos los pasados por mi existencia no fuera el día que mis alas fueron arrancadas de mi espaldas y, sangrantes, fueron clavadas en una cruz, recordando el odio y el dolor que me había cegado. El peor fue el día que mis ojos se cruzaron con los de una hermosa joven. Jamás había conocido una belleza tan inocente. Esa joven no era como el resto. Sus ojos reflejaban una profunda tristeza e inseguridad. Por un segundo llegué a pensar que quizás su interior estaba desgarrado por malos sentimientos, pero después rectifiqué, sólo era la crueldad del resto de los humanos lo que la hacía así. Finalmente no había construido un mundo tan justo y tan culpable. La joven clavó sus ojos en los míos y ambos sentimos un chispazo. Nuestro destino estaba ligado por alguna extraña razón.


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CAPÍTULO 2. EL ÁNGEL DE LA CONDENA

En mi corazón algo despertó. No se cuando comencé a amarla ni cómo continué a su lado a pesar de habernos visto sólo en aquella ocasión. Mi más ferviente deseo era poder demostrarle mi amor, contarle la historia de un corazón que se había detenido ante la frialdad de su mirada. Un día me arme de valor y la llevé a un escondido rincón de la ciudad, allí donde mis alas descansaban convertidas en piedras a los ojos de los mortales pero aún sangrantes frente al condenado. Me acerqué lentamente a ella y la besé. Un beso angelical da luz, el beso de un ángel caído abre los ojos al mundo. Cuando me separé de ella y solté su cintura, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Quizás hice sufrir demasiado a la hermosa joven por culpa de mi egoísmo y de mi amor. Quizá sea cierto que amar es solo destruir un alma dulcemente. — Mi dulce ángel— la joven cayó a los pies de la cruz gimiendo.— Tú has sido culpable de nuestro mundo. Sus palabras me hirieron profundamente, pero no fui capaz de apartar la vista de aquella hermosura. Permanecimos horas así, hasta que el cuerpo de la joven no pudo más y cayó dormido. La levanté con facilidad y la llevé a su hogar. Allí esperé pacientemente, tenía que hablar con ella, conocer el significado de sus palabras, descubrir hasta dónde llegaba el dolor que mis actos habían provocado. — Mi joven condenada— susurré a su oído.— Dime, ¿cuan culpable soy? — Tu culpa no es justificada, tu corazón sufre demasia-


11 do por algo que no cometió. Eres inocente. No fui capaz de creerla y en un momento de ira bebí de su esencia, absorbí su vida y dejé descansando sobre el suelo su cuerpo inerte. Ahora sí era culpable, ahora había una razón para condenarme. Esta vez no era un error, estaba condenado por el sufrimiento causado al ser que más había amado. El tiempo volvía a pasar como antaño, lento, pausado, doloroso. Mi vida en el mundo humano era más dura cada segundo que pasaba. Hasta que un día decidí volver a honrar mi condena y mis errores. Junto a la cruz, una fría brisa acarició mi rostro. Unos labios incorpóreos se acercaron a mi oído y me susurraron: — Mi dulce ángel de la condena. . . Tu caída nos dio esperanza, aunque tu frío y cruel amor demuestre que la amargura es el sello de los inocentes. Arrópame con tus sangrantes alas esta fría noche. Yo era el ángel más hermoso, ahora soy consciente de que aquello que hice sólo salvó a los que realmente lo merecían. Que mi condena sólo conservó intacto mi amor y mi belleza, porque del lado de Dios, del lado de los miedos humanos, nadie sale ganando. Mi deber es salvar aquella almas que realmente sufren, aquellos dispuestos a dar su vida y su alma por su justicia, por la libertad incluso de aquellos cobardes, salvar a los valientes, a los verdaderos ángeles.



Capítulo 3

Caminante Un caminante solitario paseaba por una calle a altas horas de la noche. El silencio caía como una pesada losa sobre su espalda. Las luces de las farolas iluminaban un camino que él no recordaba haber tomado. Iba sin rumbo entre las telas de sueños y deseos que entretejían aquellos que descansaban al cobijo de sus sábanas. Había insomnes que leían novelas, ajadas por el tiempo y el uso, para intentar conciliar el tan deseado sueño. Había matrimonios que hablaban de su vida en común con tranquilidad para no despertar a sus tiernos infantes. Había jóvenes que se amaban en secreto amparados por la luna, única conocedora de su temerario amor oculto. Las estrellas, en cambio, se escondían asustadas de los altos edificios que las acariciaban robándoles su luz. Y el hombre caminaba, caminaba sin rumbo entre los dorados hilos que tendía la noche para ocultar sus demonios donde nunca nadie pudiera rozar tan de cerca el dolor, 13


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