Cuentos mesa camilla

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Cuentos de mesa camilla… … y un cuento de Navidad.

José María Asensi.

Barcelona (España). 2015 3


1ª edición. Octubre de 2015. Portadas del autor Corrección de textos, Angélica Regidor © José María Asensi Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16582-48-8 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


Sobre el autor J. Mª Asensi, es economista por la Universidad de Barcelona, donde fue profesor de Historia Económica de España y miembro del consejo de redacción de “Cuadernos de Historia Económica de Cataluña”. Luego cursó estudios de Biología, también en la U. B. Es Codirector de “Scripta Musei Geologici Seminarii Barcinonensis. Series Malacologica”. Ha sido director financiero de una prestigiosa empresa multinacional alemana con sede en España. Director y guionista de documentales galardonados en certámenes de cine, nacionales e internacionales. Escritor. Ha escrito varios libros y numerosos artículos sobre temas técnicos de sus especialidades, así como libros de contenido más ligero pero no por ello menos dedicados. “Cuentos de Mesa Camilla … y un Cuento de Navidad” está a caballo de unos años en los que el autor dejó todo, para ser pastor en el desierto de Almería (España).

Al pequeño Antonio para que cuando llegue el momento me evoque, alguna tarde de otoño, al calor del brasero.

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Índice Índice

Presentación. Presentación. dos conejos. Los dosLos conejos. La hormiga La hormiga sabia. sabia. La nevera. La nevera. La hormiga La hormiga enferma.enferma. Una historia de orugas. Una historia de orugas. Carmelilla. Carmelilla. La plancha. La plancha. El caballero El caballero andante.andante. El pececillo El pececillo curioso.curioso. Los árboles del camino. Los árboles del camino. de Navidad. Noche de Reyes. Cuento Cuento de Navidad. Noche de Reyes. Receta dede dulces de Navidad. Receta de dulces Navidad.

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Presentación

Recopilo en este trabajo una serie de cuentos que empecé a escribir en 1999. Todos tienen su moraleja, aunque en alguno no esté muy clara. Siempre he escrito pensando en que la lectura pueda hacerla un joven o un niño, aunque reconozco que entre estos cuentos alguno puede exigir la interpretación de un adulto…, que tenga corazón de niño. Al final coloco dos historias navideñas; un cuento y una alegoría culinaria - hoy tan de moda - que tienen por objeto hacer de este librito un regalo de Navidad pero, sobre todo, que sintetizan un sentimiento común que, de forma más o menos evidente, subyace en todos los cuentos que les preceden.

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Los dos conejos

Dos conejitos un tanto osados, habían decidido ir a buscar hierba al otro lado de unas tierras muy áridas que se extendían más allá de su conejera. No es que no tuviesen qué comer en donde vivían, pero habían oído que más allá del secarral, la hierba era más alta que el conejo con orejas más grandes que conocían, y tan fresca que tenían que ir a comerla abrigados. Y además, no había zorros ni hombres. Valía la pena probar. Por lo menos se tardaba un día largo en llegar, con el sol quemando de lo lindo y sin una sola sombra, ni una sola. Si no tenían cuidado, ¡se podían morir de sed! ¡Uy, que peligroso era aquello! Pero, ¿y luego?,… ¡habría valido la pena! Así que un día, muy de madrugada, se pusieron a andar hacia el horizonte. Pronto salió el sol. Al poco, sus rayos empezaron a castigar a sus cuerpecitos blancos sin piedad. Por debajo, los guijarros calientes y cortantes les herían las patitas, acostumbradas a la tierra húmeda. Ya a media mañana, uno de los conejitos empezó a decir malhumorado - ¡Menuda sed tengo!… ¡Mira qué está caliente el suelo!,… ¡Con el calor se me han rizado los bigotes!...

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Refunfuñar le daba ánimos y también la medida de sus fuerzas, pues mal puede refunfuñar quien está exhausto o aturdido por la fatiga. - No haces más que protestar – le recriminaba el otro conejito; - ¿no puedes tomarte las cosas con más optimismo? - ¡Mis orejas me arden! – continuaba el gruñón, sin hacerle caso - ¡Pufff… que duro es esto!... ¿Cómo vas tú, compañero? El compañero, que era muy discreto, no dijo más que “Bien”. Le daba apuro protestar y prefería reprimir sus impresiones. Pero la verdad es que estaba cansado y sediento. Muy cansado. Muy sediento. Mientras tanto el gruñón, entre protesta y protesta, tiraba adelante, y con su empuje arrastraba al otro. De haber sabido que su amigo estaba tan derrengado, habría tomado alguna medida para ayudarle, pero lo veía tan entero, que no se preocupaba de él y seguía a su propio ritmo. Estaba cansado, y pensaba que su compañero debería estarlo tanto como él, pero le tranquilizaba el que no se quejase. ¡Quizás estuviera incluso menos cansado que él! Pero no era así. El conejito tímido estaba exhausto. No podía con su alma, pero a cada pregunta que su compañero gruñón le hacía sobre sus fuerzas, le contestaba “Bien”. Hasta que no pudo más. A media tarde, agotada su resistencia, el conejito tímido hizo “puf”, y se quedó tirado en el suelo. - ¿Qué te pasa, le preguntó alarmado el gruñón? ¡Eh!, ¿estás vivo? ¡Pero si hace un momento estabas bien! El conejito tímido no contestaba. No reaccionaba a las palmadas y alientos del conejito gruñón. 12


Gracias a que el conejito gruñón era fuerte, a que una nube oportuna les protegió del sol, y a que pronto llegó la noche, el conejito gruñón pudo arrastrar, a duras penas, a su amigo hasta el final de aquel camino. Desde entonces, el conejito modoso y tímido decidió no protestar más por las inofensivas gruñonerías de su amigo e incluso decidió ser él mismo más extrovertido. Así podrían conocer sus sentimientos y estados de ánimo en los momentos más complicados, y de esta forma ayudarse mejor. Y como se apreciaban, no les afectaban algunos prontos, a veces con expresiones tan bruscas como “¡por todas las zanahorias del monte!” o “¡que mi pata sirva de amuleto a un humano!” Sabían que no eran cosas del uno contra el otro, sino disgustos con uno mismo o, a veces, sólo alientos para seguir adelante. Y eso no era malo sino que, en su justa medida y expresión, ayudaba, a veces, a seguir adelante.

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La hormiga sabia

Era una hormiga afortunada, porque estaba muy bien considerada en el hormiguero. Desde que en las inundaciones de hacía unos años había evitado la pérdida de toda la comunidad, era considerada una hormiga sabia. Porque en aquellos momentos trágicos, se le ocurrió taponar una serie de galerías de forma que frenaran la fuerza de las aguas, para que achicaran por otras galerías abiertas apresuradamente al efecto en la pared del talud que flanqueaba el norte del hormiguero. Las lluvias estropearon parte de la colonia, pero gracias a su acertada actuación, el corazón del hormiguero quedó resguardado, salvándose las despensas, un buen número de obreras y soldados, las crías y, sobre todo, la reina. Entonces se le liberó de los trabajos rutinarios, se le asignó un discípulo que hacía las veces de secretario y se le permitió entrar y salir del hormiguero a su discreción. La natural y especial agudeza de la hormiga, se vio rápidamente acrecentada al disponer de tan buenas condiciones para desarrollarla. Empezó con largos paseos por las proximidades del hormiguero, lo que le permitió conocer y discernir sobre las distintas especies vegetales que lo rodeaban. Las sistematizó y nombró, detallando las que servían de alimento para la colonia y las que no, matizando entre estas últimas las que tenían utilidades anejas o las que eran completamente inútiles o, incluso, dañosas. 15


También hizo lo propio con las especies animales. Y hasta se entretuvo detallando las texturas y colores de los terrenos que rodeaban el hormiguero. La comunidad se impresionaba día a día, hasta el punto de que liberó a otras hormigas de sus obligaciones, para que ayudaran a la hormiga sabia. Y siguieron los progresos. Porque no fue ya sistematizar las plantas, los animales y los terrenos. No, sus conocimientos progresaron hasta llegar a encontrar relaciones entre las cosas, lo que supuso el verdadero salto en el conocimiento y, consecuentemente, en el progreso de la colonia; descubrió que en los terrenos sueltos, de colores claros, se criaban mejor sus alimentos preferidos, por lo que las obreras ya no tenían que andar por el campo mirando hacia arriba para buscar sus alimentos, con los consiguientes tropiezos y contusiones, sino que bastaba andar normal y solo prestar atención cuando el suelo se volvía de textura suelta, y color claro. Esto mejoró mucho el rendimiento de las salidas en busca de alimento, y disminuyó el número de roturas de patas y torceduras de tobillos, reduciendo el tanto por ciento de obreras en baja. La colonia prosperaba feliz. Y no sólo en lo material, sino en su propia concepción de hormiga. Porque, aunque todavía no se atrevían a decirlo en voz alta, estaba claro que ellas, eran diferentes. No diferentes a otras cosas, lo cual era obvio, sino diferentes a otras hormigas que aparentemente eran como ellas. Pero había más. Por fin podían superar sus miedos y temores basados en la ignorancia, y afrontar su futuro colectivo con realismo y sin tabúes. El conocimiento de su entorno les había hecho ver con claridad su sitio en el mundo, al que con el tiempo y con paciencia podrían dominar, pues ya la técnica les daba los medios para encauzar su futuro.

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En esta tesitura estaban, cuando un día dichoso, el ya Comité Científico, presidido por la hormiga sabia, comunicó a la colonia que tras una larga investigación, salpica de no pocos sinsabores, habían conseguido dar con un extracto vegetal que aliviaba sus temidos dolores de abdomen, fruto de las digestiones pesadas; se trataba de una florecilla de centro amarillo bordeada de hojillas blancas, que debidamente masticada producía un efecto beneficioso para la digestión. La noticia causó furor. Incluso algunas hormigas vieron resueltos el envejecimiento y la muerte. Ya nada se interferiría en su camino. Ya podían dejar el lastre del incierto instinto, para guiarse con la certeza del conocimiento. Durante tiempo, todo discurrió a mejor, hasta que un día la reina reunió al Comité Científico. La reina tenía una inquietud y deseaba buscar opinión. - Mis queridas hormigas sabias - ya eran muchas, presididas por la más sabia - tengo un problema, una duda,... no sé,... una inquietud. - Dinos, reina - le dijo la hormiga más sabia. - Hace semanas que merodea por estos parajes el hombre, y eso me causa zozobra. - No te inquietes, mi reina. Hemos estudiado el fenómeno desde los primeros avistamientos, y podemos asegurar que no corremos riesgos. - Pero el hombre es peligroso, su presencia no puede significar nada bueno, y eso me causa pesar.

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