Cuentos para ninos grandes

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José Carlos Alfonso Pérez



José Carlos Alfonso Pérez

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© José Carlos Alfonso Pérez

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pasionporloslibros www.pasionporloslibros.es

pasionporloslibros ISBN: 978-84-938267-5-8 Dipòsit Legal:


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ARDILIA A MI AMIGO maRCO

La pobre abuela era ya tan vieja que nunca dormía. ¡No podía dormir porque se le habían agotado los sueños! ¡Ya había soñado todo lo que podía soñar! ― ¡Pero eso no puede ser, abuelita, tiene que haber alguna manera de que puedas recuperar tus sueños y volver a dormir! ―Dijo su nieta. ― ¡Ah querida Ardilia! ¡Es tan difícil volver al pasado! ¡Cómo podría olvidarlo todo, todo lo vivido y lo soñado para volver a empezar! ― ¡Pero tiene que haber alguna manera!

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― Bueno, sí que la hay. Dicen que en algún lugar más allá de la Tierra de Erl existe un sitio al que llaman “el Almacén de los sueños”. ― ¡El Almacén de los Sueños! ―Sí, así es. También dicen que allí se pueden conseguir todos los sueños que una persona puede necesitar para llenar una o cien vidas, con tan solo recitar las palabras mágicas. ― ¿Y cuáles son las palabras mágicas? ― ¡Oh, nadie lo sabe! Ardilia se levantó de su silla y se puso a caminar de un lado a otro de la habitación con cara muy preocupada, hasta que dijo: ― ¡Yo iré al Almacén de los Sueños! Averiguaré las palabras mágicas y te trae-

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ré muchos más sueños de los que puedes imaginar. ― ¡Hijita mía, pero es muy lejos y, además, cómo vas a averiguar cuáles son

las palabras mágicas! ―No sé cómo, pero algo me dice que seré capaz de hacerlo. Las semanas siguientes las pasó Ardilia preparando su nueva aventura; buscando mapas de la Tierra de Erl y consultando todos los libros que encierran la sabiduría de la magia y las palabras para intentar desvelar cuál era el código que 7


abriría el Almacén de los Sueños. Finalmente, aunque un poco decepcionada por no haber sido capaz de encontrar la solución, decidió partir y así mismo lo hizo. El primer objetivo que se había marcado era dirigirse hacia el sur para llegar a la Tierra de Erl y consultar al sabio Yez-arin, quien tenía fama de conocer todos los secretos de la vida y el mundo. Ardilia se montó en su burrito Pergio y empezó su viaje con un simple: ¡ADELANTE! Después de muchos días y semanas de marcha parándose sólo para comer, dormir y preguntar a los lugareños si sabían dónde podría encontrar al sabio, llegó nuestra buscadora a una explanada, ya dentro de la Tierra de Erl, en la que

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había una mujer con raras vestiduras. Ardilia se acercó, tímidamente. ― ¡Has venido aquí buscando algo! ― dijo la extraña mujer. ― ¡Oh, sí! ¡Pero cómo lo has sabido! ―Pocas cosas permanecen ocultas a la adivina Morticia. ― ¡Morticia! ¡Qué nombre tan raro! Aunque, bueno, la verdad es que has acertado. Estoy buscando al sabio Yezarin. Quisiera saber dónde vive. ―El sabio Yez-arin no vive en ninguna parte y, a la vez, vive en todas partes. ―No me ayudas mucho con tus respuestas ―dijo Ardilia―. Creo que me marcharé.

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―Adiós pues, pero recuerda, lo podrás encontrar en ninguno y en todos los lugares. Ardilia anduvo mucho tiempo pensando en las palabras de la adivina, pero cuanto más pensaba en ellas más absurdas le parecían. ―Bueno ―se dijo, ya encontraré a alguien que sepa donde vive el sabio Yezarin; sin embargo, no volvió a toparse con nadie durante el resto del día por lo que buscó un lugar confortable para pasar la noche y se acostó, quedándose rápidamente dormida. Pero no duró mucho. ¡Pirín, pipín! ¡Tirín, tirón! ¡Saltrín, saltrón! ¡Ribedrín, ribredón!

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Ardilia abrió los ojos y vio cómo se acercaba un grupo de niños con varios instrumentos. ― ¡Qué es todo este ruido! ―exclamó Ardilia mientras se frotaba los ojos―. ¡No les parece temprano para hacer tanto ruido! ¡Me han despertado! ― ¡Cómo que ruido! ―Dijo uno de los niños―. Ya está amaneciendo y como aquí ya no quedan pájaros, nosotros, los niños pájaros, salimos con nuestros instrumentos a saludar a la mañana. ― ¡Qué cosa más rara! ―Pensó la muchacha. ―Vemos por tu atuendo que no eres de aquí, ¿no es cierto? ―Sí, vengo de muy lejos ― ¿Y para qué vienes desde tan lejos?

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―Estoy buscando a una persona. ― ¿A quién? Quizás nosotros la conozcamos. ―Pues no creo porque es un sabio… Yez-arin. ―Lo cierto es que nosotros somos los que mejor lo conocemos, en verdad. ― ¡Cómo va a ser eso, si ustedes no son más que niños! Bueno, ya que me despertaron, ¿pueden decirme, al menos, hacia dónde debo ir para salir de esta tierra y llegar al Almacén de los Sueños? ―Es muy fácil, sólo tienes que seguir el camino por donde hemos venido nosotros. El camino en cuestión era más largo de lo que Ardilia hubiera esperado y empezaba a pensar que nunca llegaría a su final. Mientras pensaba así, divisó una

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pequeña y destartalada casa de madera a unos quinientos metros. Por alguna razón que no entendía, sintió un terrible deseo de ir hasta la cabaña. Cuando llegó vio que había un hombre con una larga barba de un extraño color verde. ―Hola ―dijo Ardilia―. ¿Vives aquí, tan alejado de todos? ¿Es esta tu casa? ―De ninguna manera. ¡Soy el guardián de esta cabaña! ― ¿El guardián? ¿Y qué guardas? ―Guardo sueños, muchos sueños. ―Pero, ¿cómo? ¿Entonces es éste el Almacén de los Sueños? ―Sí, así es. ― ¡DÉJAME ENTRAR! ―No puedo dejarte entrar si no pronuncias primero las palabras mágicas. 13


― ¡Pero no las sé! He estado buscando al sabio Yez-arin para que me las enseñara, pero no he podido dar con él. ― ¡DÉJAME PASAR! ―Repitió. ―No puedo, pero te diré algo, Yezarin, el que todo lo sabe, puede estar aquí mismo. ― ¡Cómo! ¿Eres tú? ―No, no lo soy. ―Entonces, hay alguien más aquí. ―No, no lo hay. Ardilia pensó que el guardián se estaba riendo de ella y empezó a enfadarse, pero, de repente, comenzó a notar una gran calma y paz que la embriagaba. Empezó a recordar lo que le habían dicho. “Está en todas las partes y en ninguna”. Lo que le habían dicho los niños, “somos nosotros

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