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LA LAGARTIJA FELISA
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Felisa, es una lagartija de corta edad, risueña, alegre, muy coquetona; todos los días se pone un lacito al final de su cola, cada día de un color: para el lunes rosa, para el martes azul, para el miércoles amarillo, para el jueves verde, para el viernes blanco, para el sábado malva y para el domingo rojo. Le gusta salir al jardín de su casa, sin hacer nada, sólo disfrutar del sol. Sus amigos, cuando la ven, la saludan: ¡Hola Felisa! ¿Qué tal? Y ella siempre responde con mucha alegría: ¡muy bien, muy bien! ¡Cómo pega el sol! -dice la lagartija Felisa- yo me escondo, no quiero quemarme. El sol luce esplendorosamente, extiende todos sus rayos, les alarga y alarga para que se metan por todos los rincones del planeta, y así los seres que lo pueblan se dan cuenta de su enorme poder. La lagartija Felisa se mete en su casita fresca, tranquila, acogedora… Su sofá es una joya: blandito y cómodo, especial para tumbarse. Está tan cansada… El sol y el calor la han agotado. Responde a la llamada de su sofá y decide recostarse,
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se va a regalar una pequeña siestecita; cuando se despierte verá todo de otra manera, estará descansada, podrá afrontar con más ánimo el resto de la tarde; tendrá ganas de hacer cosas, de jugar, hablar, correr…, ahora mismo es incapaz. Le pesan los párpados, poco a poco entra en el reino de los sueños, poco a poco… Empieza
a
soñar
con
un
pueblecito
pequeño, aquel pueblecito del que tanto
le hablaba su abuelita, de casitas blancas con tejados rojos, todas en hilera, todas guardando una perfecta armonía, indicando calles y callejuelas, todas adoquinadas, todas tranquilas en la hora de la siesta…, y en el que, justo en el centro, estaba situada la plaza con su ayuntamiento. En esta plaza había una fuente con cinco caños por los que caía agua alegremente, procedente de un manantial que llegaba de las montañas cercanas, montañas que, con el comienzo del otoño, se cubrían con un manto de nieve que las arropaba, y que desaparecía cuando la primavera hacía su presencia. Es un pueblecito tranquilo en el que, aprovechando el agua que cae de la fuente, se ha formado un estanque con peces de colores, renacuajos, ranas; aves de todas las clases: jilgueros, tordos, palomas, milanos…, insectos de todos los tamaños, y un 5
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mundo completo de pequeños seres que viven su vida tranquilamente: moscas, mosquitos, saltamontes, mariposas, grillos, luciérnagas, hormigas, ciempiés… En este pueblecito tan pintoresco, en cuya plaza del ayuntamiento está la fuente con su estanque, también hay un jardín. Un jardín precioso, poblado de numerosas flores de muchos colores y de muchas clases: hay rosas rojas, amarillas, blancas, también petunias azules, malvas…,margaritas, pensamientos, azaleas…,y más y más clases de flores y arbustos. A estas flores las protegen algunos árboles que, con su sombra, evitan los fuertes rayos del sol que a la hora del medio día caen con toda su fuerza sobre este jardín tan hermoso que rodea el estanque que hay en la plaza de este pueblecito. Hace mucho que no llueve. Nadie riega ese jardín, ni esos árboles; el estanque está muy lleno, el agua no deja de
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caer, pero los árboles están un poco lejos, no pueden beber. Si los árboles se secan las flores se abrasarán con los rayos del sol, y la plaza ya no será la misma. El roble se lamenta: - ¡Cómo esto siga así nos vamos a morir de sed, hay mucha agua pero no llegamos a ella! La gente de este pueblo está muy ocupada, no se da cuenta de que no nos riegan y nos vamos a secar. ¿Qué será de las flores? Si se mueren
se irán los
insectos, las aves no tendrán con que alimentar a sus polluelos, y el estanque se quedará solo con su agua. ¿De qué le servirá, si no tendrá a nadie para saciar con sus aguas la sofocante sed?A los pies de este roble estaba Pablito, un niño que vivía cerquita de la plaza del pueblo y que, aunque su mamá se empeñaba en que todos los días durmiera
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