DESTERRADOS
DESTERRADOS Autora y editora: Milagros Beneyto Poveda Coeditora: Ana MarĂa Rubio Cabrera
Š Milagros Beneyto Poveda
Editorial:
I.S.B.N.: 978-84-16174-76-8
Impreso en EspaĂąa Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
Índice
INTRODUCCIÓN 9 BIOGRAFÍA
11
UNA NOVELA
17
Capítulo I - REVANCHA
19
Capítulo II - LA SALIDA: EL PARTIDO RECOMIENDA…
29
Capítulo III - EL AFRICAN TRADER: SU CAPITÁN
35
Capítulo IV - LLEGADA A ORÁN
39
Capítulo V - UNA NUEVA FAMILIA EN EL EXILIO
45
Capítulo VI - INFIERNO
53
Capítulo VII - NOTICIAS DE ESPAÑA
59
Capítulo VIII - RESIGNACIÓN
69
Capítulo IX - TRES VIDAS PARALELAS
79
Capítulo X - PRESOS EN EL DESIERTO
85
EPÍLOGO 93 APÉNDICE 99
Agradecimiento
M
i presente y el de mis familiares, puede que tenga una respuesta en esta pretendida novela que hubiese quedado incompleta de no ser por Joseph Sánchez, hijo de Marie y de nuestro abuelo José Poveda, aunque no fuera de su sangre. Luchó por encontrar algunas líneas de las que él veía escribir al abuelo Toni. Al fin, encontró una libreta y nos la mandó desde la honradez de quien sabe que la vida de quienes permanecieron en España en la posguerra, querrían una respuesta a tanta incertidumbre vivida. Quiero dar mis sinceras gracias a este hombre que vivió la vida que ni mi abuela, ni mi madre, ni mis tíos pudieron vivir. Un hombre que fue hijo y nieto de desterrados, pero que quiso regalarnos ese trozo de vidas perdidas entre Argelia y Francia y que dejaron huérfanas muchas otras en un pueblecito de la montaña alicantina, Onil. Es un camino de verdad, de parte de esa verdad que no conocimos y que nos hace ser lo que hoy somos.
–7–
Introducción
D
ar visibilidad al pequeño legado de apuntes que Antonio Poveda Sanjuán tituló como «Memorias de mi odisea», era
un deber y una responsabilidad que siempre sentí como contraída con la memoria oral del pueblo, aquella de la que nada han mencionado los libros de Historia en España durante demasiadas décadas de censura, pero que las familias mantuvieron en su memoria y nos transmitieron en muchas horas de recuerdos y conversaciones sobre ese compendio de páginas en blanco. Basándome en unos y otros, he intentado novelar las vicisitudes de las vidas de estos seres queridos de aquí y de allí, entre ellos, mi madre. Así pues, y como contrapunto a lo contado por quienes se fueron tan lejos, he querido mostrar a grandes rasgos cómo quedaron aquí en España, en su pueblo natal, Onil, las vidas de sus familiares: padres e hijos sobre todo. A estos últimos dedico mi pequeña aportación y unificación de datos tantas veces contadas por mi madre en este «pretendido» libro. Agradezco a mis padres el hecho de que siempre hablaran del mundo en el que transcurrió su infancia, adolescencia, juventud y madurez (porque mucho alargó la sombra el dictador), sin tapujos, exhibiendo su dolor, su intimidad y siempre sus esperanzas de libertad con todos sus hijos. –9–
He sentido siempre la injusticia de la Historia al ocultar premeditadamente las actuaciones de tantos activistas e ideólogos políticos de base. De pueblos y ciudades españolas, cuyas actuaciones en sus respectivos Ayuntamientos fueron olvidadas, silenciadas o, en la mayoría de los casos, robadas por quienes usurparon sus cargos, haciendo gala de proyectos que no concibieron ellos, sino «los vencidos». Por ello, al manuscrito rescatado, y que se conserva en una pequeña libreta que el abuelo Toni escribió en Sidi-Safi (Argelia) quise añadir dicha redención política realizando un pequeño resumen de algunos de sus pasos acaecidos en la vida política de su pueblo en el apartado de Actas del Ayuntamiento, ya que fue por su pasión de servir a Onil lo que le llevó al exilio. Se trata de una exégesis, a modo de esquema, del periodo previo a su «Odisea» sin ánimo de comentar, ni interpretar; solo mostrar sus actuaciones. Algunas de ellas presentes todavía: la Avenida, las escuelas José María Paternina, luego llamadas –ironías del destino– Franciso Franco y finalmente S. Jaime, son obras proyectadas por ellos. Otras decisiones sociales o políticas, buenas o malas están ahí. Lo realmente importante es restablecer la memoria de aquellos que vivieron y murieron lejos de su hogar por un ideal al que no quisieron renunciar a pesar de tantos sinsabores. Esta edición es un homenaje a los hombres y mujeres que construyeron también la Historia de la que se apropiaron otros. Milagros Beneyto Poveda – 10 –
Biografía
A
ntonio Poveda Sanjuán nació en Onil (Alicante), el día 12 de julio de 1869. De oficio, según consta en la partida de
nacimiento de su hijo, jornalero; aunque sus nietos recuerdan la tienda que regentaba y las clases que impartía en su casa (y que ellos mismos recibieron en el periodo de guerra en el que se interrumpió la actividad docente del pueblo). Su cultura se refleja en el diario que escribió en el exilio y en otros escritos y libros perdidos en tierras africanas o francesas.; además de constatarlo por su encomiable labor como concejal, alcalde y secretario del movimiento obrero. En definitiva, miembro activo de la política de su pueblo. Se casó con María Vila Doménech, el día 26 de diciembre de 1891. Ambos tenían 22 años. Vivieron en la calle Tormito y tuvieron cuatro hijos: Concepción, Francisco, Antonio y José. Este último fue quien lo acompañó en el viaje del exilio hacia Sidi-Safi (Argelia) y que el abuelo Toni denominó «su odisea.» Fundó la Agrupación Socialista de Onil en 1893. Fue miembro de la corporación municipal desde el año 1931 hasta el 19 de marzo de 1939. Durante el tiempo que actuó como concejal y alcalde, se construyeron obras básicas para el pueblo que aun hoy perduran. Por ejemplo, el depósito de agua que abastecía al pueblo y el alcantarillado. Además, como así consta en las actas municipales, – 11 –
se compraron las huertas que dieron lugar a una posterior prolongación de la avenida principal. El proyecto estaba ya realizado. También se tenía el proyecto para la construcción de las escuelas y otros sueños de obras de mejora que fueron silenciadas por quienes se apropiaron de ellas posteriormente sin nombrar nunca a sus antecesores. El abuelo Toni fue un defensor y luchador incansable en pro de los derechos de los trabajadores. Fue fiel a su partido hasta el punto de obedecer las órdenes pautadas por el PSOE para que sus militantes-directivos embarcaran en «el African Trader» por miedo a las represalias de quienes se presagiaban serían «vencedores». Dicho barco era un carbonero inglés que zarpó de Alicante con unos 700 pasajeros el 19 de marzo de 1939. Antonio Poveda murió el 22 abril de 1953 en aquellas lejanas tierras, después de muchos sinsabores. Su cuerpo fue enterrado en Beni-Saf, cementerio expoliado durante la guerra de la independencia argelina. En su viaje hacia el exilio le acompañó su hijo menor: José Poveda Vila cuando tenía 36 años. Nació el 25 de noviembre de 1903. Se casó con Milagros Vilaplana Quilis y tuvieron tres hijos: José, Milagros y Clara. José era panadero. Afiliado al partido al lado de su padre, también perteneció a la corporación municipal como responsable de Abastos. – 12 –
A los cinco meses de su llegada a Sidi–Safi, su mujer murió a la edad de 36 años. Permaneció en Argelia hasta la independencia de este país donde se había casado con una mujer viuda, Marie, con tres hijos: Lidie, Marinette y Joseph. Tras arrebatarles la panadería que habían logrado levantar en Sidi-Safi, se instalaron en Lyon ( Francia) donde murió en 1975; después de haber pisado su tierra natal solo dos veces. Él nunca quiso hablar francés ni árabe a pesar de conocer dichas lenguas. Ambos, padre e hijo, yacen en las tierras de su exilio, la que les acogió tras ser expulsados por una España de odios y represalias.
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Antonio Poveda Sanjuán y su hijo José Poveda Vila.
Un recuerdo a mi esposa Quien pájaro fuera y en una volada el mar cruzara y a mi esposa viera, ensimismada, de pena llena por los tormentos de mi odisea.
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Muy atormentada por los hijitos y nietecitos, que allí a su vera sufren martirio, sufren la pena de nuestro exilio. El pensar fijo en mi odisea y la del hijo, ¡Grande es la pena! Que es aumentada por el otro hijo, que allá en la cárcel sufre condena. Cruel destino el de mi pobre vieja que atormentada por el dolor, sufrirá callada, de angustia llena poniendo a prueba su gran valor.
20-10-1939 (A. Poveda)
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UNA NOVELA
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Capítulo I REVANCHA
M
is hermanos y yo permanecíamos inmóviles, agarrados a los pliegues de su delantal. Joaquinito sollozaba detrás
de ella mientras que yo trataba de ocultar mi rostro debajo de aquellas telas ajadas que me servían de escondite. Solo Clarita parecía serena, quizá porque con sus cuatro años no percibía, como yo, el hedor del odio, de la revancha y sobre todo, del poder. Nos sorprendieron en la cocina. Eran voces de hombres que pronunciaban el nombre de mi madre. No paraban de gritar: –¡Abre, roja! –espoleaba mis tímpanos ese apelativo que tantas veces había oído desde que acabó la guerra. Demasiadas. No, no queríamos abrir, pero quizá mi madre pensara que era peor, que aquel hombre se enfadaría más y nos señalarían, para ser vapuleadas en público. Abrió. Tras asegurarse de dejarnos a salvo en la cocina. Los tres seguíamos juntos, unidos ahora al vacío que había dejado ella al alejarse y dejarnos solos. Podía escuchar el corazón de mi hermano. Ambos nos miramos y, en un acto reflejo, corrimos a agazaparnos debajo de la mesa, como si intuyéramos un peligro mayor. – 19 –
Las voces del individuo que había irrumpido en mi casa seguían insultando a mi padre. –¿Qué, te ha dejado sola el cobarde de tu marido? – repetía. Una y otra vez mi madre le suplicaba que no gritara, que la dejara, que estaban los niños, que ella no tenía dinero. –¿Cómo, con lo que robó no te ha dejado nada?– contestaba maldiciendo–. No me lo creo, y menos de ti, roja. Así que, dentro de dos días volveré a por lo que te he dicho. Si no lo haces, – continuó– volveré a por ti. De repente, unos pasos, un golpe seco, y unas manos nos sacaban de nuestros tímidos sollozos, de nuestro miedo. Ella, con una sonrisa esbozada con esfuerzo en su apacible rostro, intentaba acariciarnos con sus manos por igual. Quería que todos percibiésemos su amor a través de su tacto. Venid– pronunciaba dulcemente– no tengáis miedo. No pasa nada. Nos abrazamos los cuatro sin derramar una lágrima. Sorbíamos la sal de la vida para que nuestra madre nos sintiera mayores. Sabíamos que notaba la ausencia de papá y solo hacía unos meses que había marchado. Dijeron que en unos meses acabaría la guerra y volverían, pero tardaban demasiado y a mí me parecía que la guerra no había acabado, al menos en mi pueblo. Todos los días oía comentarios en casa, aunque mis abuelos instaban a todos a bajar la voz ante nuestra presencia, percibíamos el miedo de sus palabras. – 20 –
– Sí, anoche, en el cementerio, Amalia – era la mujer más valiente del pueblo. ¡Ay Señor, Señor! ¿Qué va a ser de nosotros?– decía mi madre. Nosotros, entretanto jugábamos y, a pesar del susurro con el que pretendían hablar, sus exclamaciones subían de tono y nos sacaban de nuestra diversión de niños. Yo peinaba a Clarita mientras oía a mi madre relatar al abuelo que en dos días, Mariano «el Sabater», ese era su nombre, volvería a por el dinero. No te preocupes hija, –le decía el abuelo– yo tengo algo, pero lo que falta se lo pediré al tío Joaquín. Al cabo de dos días, volvió a por el botín de los vencidos. La sonrisa de su cara me hizo empequeñecer. Esta vez no gritó, solo dijo: –¡Muy bien! Así me gusta. No fue la última. Sus visitas se repitieron en dos ocasiones con el mismo fin. Desde abril a junio, cada mes, como el vasallaje que se paga al señor feudal. Una vez al mes el pavor se apoderaba de nuestros corazones y se instalaba en ellos hasta que volvía; hasta que mi madre enfermó. Comenzó a tener fuertes dolores de cabeza. Primero los soportaba, pensando que eran normales, propios de la ansiedad. A veces me encargaba ocuparme de mi hermanita para que ella pudiera descansar. Su rostro y sus ojos languidecían. Mi abuelo no se conformó con el médico del pueblo. Fueron a un especialista del oído de la capital. Y llegó julio, cuatro meses tras la partida de mi padre y mi abuelo Toni. Mi madre seguía aplicándose las gotas prescritas por – 21 –