EL FOSSAR DE LA PEDRERA BARCELONA TÉRMINO
JACOBO LAJARA CUESTA
EL FOSSAR DE LA PEDRERA BARCELONA TÉRMINO
JACOBO LAJARA CUESTA
Š Jacobo Lajara Cuesta Edita:
I.S.B.N.: 978-84-16174-30-0 Impreso en EspaĂąa Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.
ÍNDICE
PRÓLOGO 9 INTRODUCCIÓN 11 CAPÍTULO I
17
CAPÍTULO II
21
CAPÍTULO III
27
CAPÍTULO IV
35
CAPÍTULO V
41
CAPÍTULO VI
47
CAPÍTULO VII
53
CAPÍTULO VIII
59
CAPÍTULO IX
63
CAPÍTULO X
67
CAPÍTULO XI
73
CAPÍTULO XII
87
CAPÍTULO XIII
93
CAPÍTULO XIV
101
5
CAPÍTULO XV
109
CAPÍTULO XVI
125
CAPÍTULO XVII
133
CAPÍTULO XVIII
143
CAPÍTULO XIX
155
CAPÍTULO XX
167
CAPÍTULO XXI
183
CAPÍTULO XXII
197
CAPÍTULO XXIII
205
CAPÍTULO XXIV
219
CAPÍTULO XXV
227
CAPÍTULO XXVI
235
CAPÍTULO XXVII
243
CAPÍTULO XXVIII
253
CAPÍTULO XXIX
271
CAPÍTULO XXX
279
CAPÍTULO XXXI
293
6
CAPÍTULO XXXII
303
CAPÍTULO XXXIII
317
CAPÍTULO XXXIV
329
CAPÍTULO XXXV
345
CAPÍTULO XXXVI
353
CAPÍTULO XXXVII
361
CAPÍTULO XXXVIII
367
CAPÍTULO XXXIX
379
CAPÍTULO XL
385
CAPÍTULO XLI
395
CAPÍTULO XLII
403
CAPÍTULO XLIII
411
CAPÍTULO XLIV
425
EPÍLOGO 431
7
PRÓLOGO
Este relato se puede asegurar que todo lo que en él se menciona esta basado en auténticos hechos reales, así como también, los personajes que convivieron con la protagonista, están descritos con sus verdaderos nombres y cargos. Por los momentos y época en la que fue vivida esta historia, muchas de las circunstancias hubiesen sido consideradas como severo delito y, de haber tenido conocimiento de ellas las autoridades que gobernaban el país, hubiese sido considerado motivo suficiente para justificar una sentencia y aplicar la máxima pena como en tantas ocasiones venía ocurriendo. Por esto creemos que realizando esta historia contribuimos a realzar el ímpetu, la fuerza interior, el coraje y la férrea voluntad de una mujer, que procedente de provincias nunca se amilanó ante ninguna adversidad, ni se atemorizó ante fatales circunstancias, después de lo que le había deparado o forzado a vivir el destino o las personas de malas costumbres, quizá por envidias, méritos o como justificación para camuflar o disimular acciones, que podían ser poco correctas y pudieran devengar en ser apartados de la ambición y el deseo de congratularse con los nuevos ideales y directrices del Régimen establecido. Se ha de hacer énfasis, en ánimo de esta mujer, que sin saber leer ni escribir supo sobreponerse a todas las adversidades, sin dejar de pensar un momento en la que la llevó o bien la arrojó dentro de un laberinto en el que durante muchos años no vio la salida. Sólo el ansia de vivir para ver a sus hijos mayores, así como procurar un porvenir para ellos y su mayor afán conseguir por cualquier medio que no les faltase nada para el mejor bienestar de ambos, pero siempre con el respeto de cumplir y hacer prevalecer su idealizado compromiso respetado y adquirido voluntariamente con 9
el progenitor de sus descendientes, aferrada firmemente a la vocación de no mancillar su nombre ni en acción ni en pensamiento, porque para ella a título póstumo habría representado un ultraje a su constante e idealizada memoria y una falta de respeto a sus principios. Basándose en todos los hechos con los que actuantes y participantes, se vieron inmersos en una realidad contra humana en la que se obligaron vivir.
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INTRODUCCIÓN
C
omenzaba el año 1932, un gran descalabro económico había sacudido al mundo entero y como consecuencia también este país estaba sufriendo las consecuencias de una recesión provocada por el desplome de la bolsa Norteamericana, que en el año 1929 hizo que se tambalease casi toda la estructura económica del resto de las naciones del planeta. En Barcelona también en este mismo año se celebró la gran Exposición Universal de Muestras, lo que se hizo como hito histórico para proporcionar el despegue económico y dar a conocer a todas las naciones del mundo el espíritu innovador y ambicioso de todo un pueblo. Este emprendedor proyecto pudo muy bien ser frustrado o minimizado por el «cata crack» de la bolsa estadounidense. Todo esto pude constatarlo años más tarde cuando adquirí el uso de la razón. Todo fue llegando a mi vida a modo de información circunstancial, y también a consecuencia de una despierta curiosidad por el afán de aprender y saber el porqué de las cosas. Vine al mundo en el primer mes del año en el que comienza este relato, concretamente, a los diez días de haber comenzado este año de 1932 vi la luz por primera vez, rodeada por una familia que no hacía mucho se acababa de formar, mi padre era un trabajador llegado de provincias varios años antes, mi madre también de la misma procedencia. Era una mujer de mucho coraje, con un gran espíritu de sacrificio y muy alta convicción moral, si bien y a pesar de poseer estos grandes valores, se vio seriamente perjudicada por la falta de preparación académica. Sus progenitores la habían forjado e inducido a la antigua, y aceptada cultura centrada en al machismo, en la que se decía que a las mujeres les hacía más falta otras enseñanzas de 11
labores y quehaceres de la casa antes que aprender a leer y a escribir, tampoco sé a ciencia cierta si esto se correspondía a egoísmo de retener para siempre a la mujer dentro de la casa, como también podía corresponder a la plena convicción de que había cosas que sólo las mujeres con conocimiento y delicadeza eran capaces de atender y desenvolver con toda diligencia, y que hombres y también algunas mujeres creían más interesante para que la mujer estuviese más formada e informada en estos menesteres, por ello apreciaban más necesarios que el saber leer y escribir. En los Centros de Enseñanza también existía cierta tendencia discriminatoria, y se practicaban reglas con ciertos matices de mejor formación para los varones. Nunca las clases eran conjuntas para chicos y chicas. El hombre que destacaba en los estudios o en alguna otra materia era considerado como lumbrera, la chica por el contrario a veces era vista como una entrometida. Había transcurrido un año y medio, para ser más exactos fueron veinte meses, cuando nuevamente aumentó la familia. Vino a agrandarla un hermano. Yo era feliz, observaba a mis padres que siempre bromeaban, no nos sobraba nada, pero se podía decir que tampoco nos faltó lo más esencial. Yo siempre he creído a todo lo largo de mi vida que aquella corta etapa de mi vida fue la más feliz de toda mi existencia, disfruté el máximo que una criatura de tres años pudiera disfrutar, esperaba con ansia todos los días la llegada de unos padres, que después de cumplir la jornada de trabajo, sacaban a sus hijos a pasear, correteaban tras ellos, jugaban, reían y disfrutaban con total tranquilidad, llenos de seguridad, se sentían protegidos y custodiados. A veces escuchaba comentarios que solía hacer mi madre, en la que con mi corta experiencia aún entendía, que algún sacrificio sí les estaba costando. En alguna ocasión le había oído decir que mi padre no tomaba la leche que le proporcionaban en la empresa en donde trabajaba, la cual tenía asignada por estar expuesto a toxicidad, por las emanaciones que se desprendían del horno que él debía abastecer de materia combustible en el que se vaporizaban estos gases perjudiciales para la salud, y la leche mitigaba sus 12
efectos nocivos. Pero mi padre creía más necesario pasar sin esta leche, y traerla a casa para que nosotros los pequeños pudiésemos disfrutar de ella; todas las noches disponíamos de un buen tazón de ésta con sopas de pan. Para mi madre, como creo que lo hubiera sido para cualquier otra, le llenaba de satisfacción al vernos dormir tranquilos y satisfechos bien alimentados. Conforme pasaba el tiempo e iba adquiriendo conciencia de mi existencia y de las circunstancias que la rodeaban, me sentía más contenta y a gusto de haber nacido en aquel hogar, donde todo eran halagos y protección. Mis padres se tenían confianza plena. También les oí comentar que se había proclamado la República, yo como es natural con tan corto conocimiento no sabía nada de lo que iba todo esto, pero sí apercibía que ellos parecían más contentos y unidos, a tal punto que creí comprender que eran dos personas con un solo pensamiento. El compromiso de respeto y confianza era muy fuerte, y creo que por esto nunca creyeron que fuera imprescindible el contraer oficialmente el matrimonio, les bastaba con saberse el uno para el otro, y los vínculos cerrados mediante contrato para ellos no tenían más valor que el adquirido por sí mismos. En alguna ocasión oí decir a mi madre que cuando se tocaba este tema hasta su propia madre, mi abuela, les decía que el dinero que hubieran de emplear en la ceremonia se lo gastase en disfrutar un poco más de la vida, tal como podía dedicarse para hacer un viaje, una extraordinaria comida, o otra cualesquiera celebración o necesidad más vital. Tenían la creencia firme que para vivir en unión inquebrantable no era imprescindible imprimir las firmas en unos papeles, ni tampoco la bendición Eclesiástica que por la época en que se atravesaba, y las circunstancias que la rodeaban se creía estaba cayendo en desuso, debido a las constantes exaltaciones y proclamas de libertades a las personas y sus ideales y convicciones republicanas; así y todo, poco se pensaba que esas libertades y euforias se acabarían, al igual que de haber hecho caso omiso al compromiso con la 13
sociedad después habría de representar un trauma que se prolongó hasta los últimos días de la existencia de ambos. Fueron pasando días, semanas y meses de plena tranquilidad, tal era así que el único acontecimiento intranquilizante que sentíamos en el día a día era el momento en el que teníamos que dar de comer a mi hermano, había que proporcionarle la comida con dos cucharas, una puesta dentro de la boca y la otra llena a punto para que no se produjera intervalo, pues lo contrario era provocar el llanto instantáneo o bien un ocasional atragantamiento y el consiguiente desasosiego. Mientras esto transcurría, recuerdo también con la equidad con que se trataban los pequeños o grandes asuntos cotidianos, fuesen de la índole que fuesen. Un día de entre tantos alguien, quizá mi propia madre, me sugirió que entretuviese a mi hermano y le procurase hacer callar su llanto, era del todo asumido en las tradiciones domésticas que los hermanos o hermanas mayores parece ser tenían por obligación el atender y distraer a los menores con juegos y carantoñas, para calmarlos de las llanteras ocasionales que algún pequeño malestar les pudiese ocasionar. He aquí cuando se percató mi padre de tal aplicación y sólo con el fin de librarme de esta práctica me sugirió a modo de infundirme su autoridad y creo también para ir configurando mi personalidad, que debía rebelarme en contra de quien me pidiera hacer callar al niño si yo no estaba conforme con ello, y si insistían quedaba autorizado a coger al niño por los pies y arrastrarlo por toda la estancia, creo que comprendí con mi corta edad que era el modo de decirme que yo también era una criatura pequeña, con las mismas necesidades de atenciones y que por ser la mayor, no me obligaba más deber que el generado en mi propio yo, queriendo a mi hermano y mimándolo con la espontaneidad que produce este vínculo. Transcurrieron los años l934 y l935, durante este periodo de tiempo la abuela materna había venido de provincias y pasaba largas temporadas con nosotros, yo la estimaba muchísimo, estaba muchas horas en su compañía, siempre procuraba enseñarme algo nuevo o bien me aconsejaba de forma categórica utilizando 14
un adecuado refrán, relato o consejo con los que creo pretendía ir formando mi personalidad. También me orientaba y me enseñaba faenas domésticas, como limpiar dentro de casa, coser, lavar la ropa –sobre todo la de color negro por ella muy utilizado–. Observaba cómo hacía servir unas hojas verdes muy carnosas que según decía ella en el pueblo en donde residía, del cual era nativa, las llamaban «azavaras». Estas plantas las buscaba en el campo, una vez en casa las desposeía de piel y de unos espinos y con el jugo que conseguía lo utilizaba para hacer la colada, con lo cual hacía resaltar el brillo y la limpieza de las prendas lavadas. Años después cuando fui creciendo supe de más aplicaciones de esta planta, incluso que se utilizaba en fórmulas farmacéuticas, cosmética y hasta en productos nutricionales. Creo que se trataba de la planta «aloe vera», por entonces casi desconocidos sus efectos o la mayoría de ellos. Mi abuela también sufría el problema de las hijas, como ellas carecía de la más elemental preparación académica, no había tenido oportunidad de aprender a leer ni a escribir. He de explicar que mi madre o sea la Juana, así la llamábamos en casa, era hermana de dos más: un varón Jacobo y otra mujer Isabel, ésta a su vez había dado a luz un niño al que puso de nombre Alfonso, como mi hermano que también se llamaba así, tenían aproximadamente la misma edad, tan sólo había entre ambos unos meses de diferencia; coincidían también en los apellidos, por ser el hecho de que dos hermanos habían contraído matrimonio con dos hermanas, ¡claro está de distinta familia!, el marido de la hermana mayor o sea de Juana era Salvador, el de la otra o sea el de Isabel, era Silvano. En realidad el nombre de mi madre era Juana María y no entiendo por qué siempre se la llamó «Juana». Tengo la obligación de decir que a mí esta historia se me ha ido quedando un poco grande y prefiero que sea mi propia madre, la auténtica protagonista, quien la cuente.
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CAPÍTULO I
L
legué a Barcelona procedente de un pueblo provinciano dedicado a la agricultura con pocas posibilidades para la juventud, aunque la finalidad de mi viaje consistía en algo más íntimo. Una ilusión en forma de hombre se me había adelantado hacia esta grandiosa capital algún año antes, él era de la misma ciudad que yo. Habíamos mantenido algún contacto corto y fugaz tiempo atrás, pero a pesar de tan poca relación no lograba apartarlo de mi pensamiento, sé que él también sentía atracción hacia mí. En alguna ocasión en la que habíamos hablado me lo dejó entrever, vivíamos entre familia y quizá por esto, en aquellos tiempos se nos hizo más difícil relacionarnos y poder mostrar abiertamente nuestros sentimientos, pues era constante la vigilancia a la que estábamos sometidos. Eran mis padres los que con costumbres más arcaicas, me sometían a mayores castigos y sacrificios, e incluso me hicieron sentir en alguna ocasión una especie de destierro temporal a unos cuantos kilómetros de distancia, y aun así siguió estando siempre presente dentro de mi cabeza. Después de muchos intentos y algún que otro disgustillo, conseguí que mis padres accedieran a dejarme marchar hacia Barcelona, en donde sabía que hacía algunos años él se había trasladado a vivir, todo y así fui condicionada para hacer el viaje junto a mi hermana, ella era menor que yo, pero las dos éramos mayores de edad, aunque fieles a la época seguíamos estando bajo la tutela y dominio de nuestros padres. Pasé algún día recién llegada a esta gran ciudad, en el que la impaciencia me empezaba a producir cierto desasosiego y nerviosismo. Nos hospedaron provisionalmente en una vivienda situada en la plaza de Tetuán, a la que debido a mi ansiedad me asomaba por los balcones de ella a cada instante, con la ilusión y la esperanza 17
de observar si por casualidad pasaba por allí al que yo quería ver. ¡Cuántas veces después recordé este affaire! con el que pude medir mi gran ignorancia, aunque también me sirvió para asombrarme con el bullicio y ajetreo que se apreciaba por toda la capital, al mismo tiempo no quería decepcionarme pensando que en medio de tanta gente, fuera posible encontrar a la persona que deseaba ver. Por otra parte, con todas las personas con quien hablaba coincidían en decirme que se estaba viviendo momentos históricos, Barcelona se preparaba para celebrar un gran acontecimiento: La Exposición Universal de 1929. Creo que sin saber cómo, me fui contagiando de la euforia que, transmitida de unos a otros, iba invadiendo todos los hogares y rincones de esta gran capital. Todo cuanto iba descubriendo era tan nuevo para mí, que me pareció que había llegado a un mundo asombroso y completamente nuevo, no salía de mi perplejidad, de todas formas en mi pensamiento faltaba algo, ahora más que antes sentía la necesidad de comunicar todas mis impresiones y sensaciones a la persona a quien con prioridad vine a ver. No transcurrieron muchos días cuando acompañada de mi hermana Isabel, nos dirigimos hacia una ciudad cercana en donde vivía una hermana de él y según referencias ésta le había cobijado durante largo tiempo. Pensé que allí quizá podría encontrarme con él y así fue, estando hablando con la hermana como parientes que en realidad éramos, escuché que alguien se iba acercando por detrás y al llegar junto a mí, sentí una voz que pronunciaba un casi inaudible ¡hola! Emocionada respondí en el mismo tono y manera, observando cómo él se encaminaba hacia la puerta que daba acceso a un patio interior de la casa. Yo no sé el modo como pude rehacerme de la emoción y salir de la casa, pero también supe más tarde que él se había impresionado tanto al verme y que se sintió tan abrumado, que creyéndose perder el conocimiento buscó refugio en una estancia en el interior del patio. Después de este leve y fugaz encuentro que como anécdota marcó nuestras vidas, continuamos viéndonos hasta llegar a la conclusión de que estábamos destinados a ser el uno para el otro y así nos decidimos a convivir juntos. 18
Trascurrían los primeros meses del año 1931, para nosotros todo estaba resultando con toda normalidad dentro de lo anhelado. A principios del año siguiente el día 10 de enero de 1932 di a luz una niña, la primogénita, a la que pusimos de nombre «Juana Antonia», mi marido quiso que así fuera en honor a su madre que había ostentado este mismo onomástico y era precepto de obligado cumplimiento el hacerlo así para no caer en falta. En este mismo año de 1932 se celebraron Elecciones Generales; yo no sabía nada de política, y tan sólo entendía lo que mi marido me explicaba después de leerme los diarios, solía hacerlo cada noche cuando venía de trabajar. Llegó una noticia que me comentó con sorpresa: –Mira dicen que el Rey Alfonso XIII marcha fuera del país, las elecciones las ha ganado El Frente Popular y si es verdad que el Rey marcha, ahora se proclamará la República. Al margen de todo debido a mi total ignorancia, no me atreví a preguntarle si esto sería bueno o no. Sí pude apreciar que él parecía haberse puesto contento con la noticia, pero a mí la ignorancia no me permitía observar ningún acto relevante para denotar alegría o insatisfacción, pero confiaba plenamente en mi marido y si a él la noticia le parecía buena es porque lo sería. En septiembre de l934 nos nació otro hijo, varón al cual también por tradición familiar le correspondía el nombre de «Alonso», pero que también por tradición toda la familia lo había transformado y adaptado en su forma de Alfonso, al parecer era más actual, con la llegada de éste habíamos completado la pareja, creo que teníamos lo que un matrimonio joven pudiera anhelar, ahora nos quedaba el aspirar a hacerlos crecer fuertes y sanos, nuestra dedicación a ellos era exclusiva y total, a veces incluso nos sobrepasaban algunas de sus exigencias, pero ya se sabe en la atención a los hijos todo es dispensable más cuando son bebés indefensos e inocentes.
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CAPÍTULO II
D
esde el nacimiento de nuestro segundo hijo, habían transcurrido ya casi dos años, veíamos crecer a ambos satisfechos y contentos. Mi Juanita, que así la llamaban para distinguirnos del mismo nombre ya que yo era la Juana; sólo mi marido y los más allegados llamaban a la niña Juana Antonia, pues el padre quería que así la llamasen haciendo honor al nombre que por heredad creía corresponderle. Estábamos en los primeros meses del año 1936, mi marido seguía como siempre leyéndome los diarios, las noticias eran poco halagüeñas, decían de escaramuzas y movimiento de tropas, de Generales del Ejército que no estaban conformes con el propio Gobierno ni tampoco de acatar la ideología de éste, aun sabiendo que había sido elegido por sufragio universal legitimado por el pueblo soberano. El día 14 de abril se celebró el día de la República, fecha que conmemoraba la proclamación de ésta desde cuatro años anteriores, todos los diarios resaltaron las efemérides, pero no tardaron mucho en empezar las noticias sobre escaramuzas y algún intento de sublevación por parte de algún General en Sevilla; también se daban noticias con cierta confusión sobre muertes ocasionas en varios puntos del país, todo era muy preocupante, se hablaba de refriegas y tensión generalizada. El Gobierno a su vez trataba de poner orden, castigando severamente a algunos de los sublevados con arrestos y suspensiones, también se produjeron desmanes entre la población civil sin acabar de saberse cómo y por quién estuvieron motivadas, pero sí crearon malestar e incertidumbre en buena parte de la población. Nosotros aunque poco interesados en política y sin querer prestar atención a lo que mi marido me leía en la prensa, 21
no queríamos interesarnos mucho de los hechos y de la política, porque jamás pesamos que habríamos de intervenir más allá de la preocupación y el malestar que nos generaban estas noticias tan desalentadoras, Mi marido ya tenía cumplidos los 35 años pues había nacido en el año 1901. Había prestado el servicio militar obligatorio en Melilla, coincidiendo con la guerra en Marruecos de 1921, por lo que ya pertenecía a la reserva. Se hablaba mucho de guerra, pero de verdad nadie lo creía ni lo quería. Durante los primeros días del mes de mayo mi hermano que aún residía en el pueblo donde habíamos nacido, nos comunicó por carta que ya eran padres de un tercer hijo, la noticia nos produjo cierta satisfacción y alegría; cuando le comuniqué a mi marido la buena nueva estuvimos conversando sobre lo que nos preocupaba, porque las noticias de escaramuzas y reyertas callejeras nos llegaban en los diarios procedentes de varios puntos del país, pero a pasar de todo seguíamos convencidos de que todo se iría calmando, no había motivo que hiciera pensar en que se pudiera producir algo con más gravedad. El día 18 de julio de 1936 para nosotros había amanecido como uno cualquiera e intrascendente, hasta que empezó a correr la voz y el nerviosismo sobre la sorprendente noticia de que un General se había sublevado y desde Ceuta pretendía dar el salto a la Península, cuando empezaron a llegar noticias sobre el hecho, hablaban de una conspiración, asumida y organizada por cuatro Generales y el grueso del Ejército destinado en el Norte de África, para salvaguardar las fronteras y proteger los territorios pertenecientes al país. La prensa, que todavía era favorable al estado de la República, notificaba con crítica severa la conjura de los Generales, también notificaban de la sublevación y adhesión del resto de los mandos de buena parte del ejército, que hasta el momento se habían mantenido adictos al Gobierno Republicano. Los militares asaltantes no tardaron en proclamar la guerra, por otra parte había noticias que decían que el Gobierno les exigía que depusieran las armas y desistieran de su actitud, pero pronto quedó claro que nada de lo solicitado había de suceder, por el contrario se 22
apresuraron a manifestar como queriendo dar legalidad que se trataba de un «Alzamiento Nacional» y así lo divulgaron amparados con fuerte campaña de publicidad, a la que siguió algún conato de adhesión entre la población civil, que empezaba a vislumbrar que si esta gente ganaba y derrocaba al gobierno quizá podrían sacar beneficio de ello; las refriegas se hicieron más latentes entre ciudadanos cuando más avanzaba la contienda. Los militares divulgaron con toda la fuerza posible la proclama de guerra en todo el Estado y el llamamiento al «Alzamiento Nacional». Los que se adherían a este movimiento se calificaban como los «nacionales» como si se tratase de que tan sólo éstos fuesen los nacidos en esta Nación; a los que esto no apreciamos como lealtad comenzaron a asignarnos el calificativo de «rojos» aunque creo que más bien era como descalificativo. Según los analistas que articulaban en los diarios decían que el Gobierno Republicano nunca creyó que la sublevación llegaría a cuajar, las medidas que iban adoptando resultaban desacertadas ¿quizá porque parte del ejército le había dado la espalda, se había visto obligado a dar armas a la población civil?, movilizando reemplazos de hombres y mujeres voluntarios y voluntarias los cuales muchos de ellos por edad ya no les correspondía, pero se sentían comprometidos con la causa y ponían empeño y coraje para no perder la libertad y el estatus conseguido. Como carecían de mandos ni instructores repartieron estrellas y galones entre gentes con reconocidos valores morales, pero con carentes actitudes militares, ni tan siquiera poseían una mínima preparación para el cargo ni vocación militar, sólo mucha ilusión y dedicación para que las decisiones les resultasen bien. Entre tanto el Ejército Nacional bien comandado por oficiales con buena preparación y disciplina, pero sin escrúpulos a la hora de ejecutar órdenes y tácticas, y también, según comentarios que se escuchaban en gentes no alarmistas que había infiltrados entre la población llana y estaba practicando y desarrollando golpes de mano para producir efectos contradictorios y así exaltar a unos y atemorizar a otros, a los que se les culpaba de asaltadores; según 23