Huellas en la nieve

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Huellas en la nieve Antonio GarcĂ­a


Antonio García (Ponferrada, 1950). Huellas en la nieve es la compilación de distintos poemarios publicados en los últimos treinta años y otros poemas dispersos.


Huellas en la nieve Antonio GarcĂ­a


© Antonio García 1ª edición, 2016

Edita:

ISBN: 978-84-16582-70-9

Impreso en España / Printed in Spain Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


PRÓLOGO



Este libro de poemas no pretende ser lo que algunos llaman una obra definitiva. Sería pretencioso si así lo denominase, porque no creo que los poemas, la poesía, sean algo definitivo y acabado. Tampoco podría explicar la razón por la que he seleccionado unos poemas y dejado otros fuera. Muchos de ellos aparecen en varios libros que aquí figuran fechados y que podría llevar a error. Pues no se tratan de poemarios tardíos, han sido escritos con anterioridad y apareciendo en forma de libro en esos años. Por lo demás, alguna consideración al respecto. Nunca hablo de mi poesía, porque no está hecha para ser publicitada, sino para ser leída, aunque parezca paradójico. Cualquier aspirante a escritor puede quedar atrapado en la exhibición de lo que escribe, y caer en la repetición o la impostura. Y no es eso. Escribir es un acto de libertad, y para ello es necesario librase de las ataduras y desnudarse, quedar expuesto. Sostengo, cuando se hace así, que la poesía no consiste en transmitir emociones, sino en despertar en el otro algo que había en él y tenía adormecido o velado, en el sentido más estricto de la lectura, como explica Proust. Siempre me pareció baladí y estéril el dilema de la poesía como conocimiento o comunicación. No entiendo uno sin otro. Sería un floripondio, un envoltorio vistoso, una cebolla, valga el símil, pues no consiste en eliminar capas tratando de buscar algo que nunca se encuentra. El valor, el gusto, está precisamente en ese punto suave o irritable de cada escama. A medida que uno es consciente de su ignorancia, va incorporando una serie de variables que le conducen a la incertidumbre. ~7~


De modo que la incertidumbre es, de alguna manera, una de las pocas certezas que nos sirven de referencia. Perplejidad que nos hace comprender mejor el aforismo délfico: «Conócete a ti mismo». Pero no como una respuesta, sino como un fin al que debemos dirigir nuestro conocimiento, aunque sepamos que nunca alcanzaremos ese objetivo utópico. Dicho de otro modo, citando los versos machadianos, «caminante, no hay camino, se hace camino al andar». Incertidumbre que se le olvida casi siempre a la caterva de «expertos», que nos apabullan con sus soluciones magistrales, y me ha llevado a cuestionar algunos anclajes que pensaba inamovibles. Por ejemplo, el cacareado «distanciamiento» del autor y su obra. Como si el «yo» fuese ajeno al «yo poético». Otra cosa es el oficio o la artesanía de escribir. Oficio que jamás logrará que alguien sea poeta. Ya que, al contrario de lo que no hace mucho creía, el poeta no se hace, nace (lo que sí se hace es el poema). Poema que ya deja de ser del autor y es de cada lector. De ahí esa pretensión biedmiana de ser poema. Y por otro lado, es imposible concretar nuestra multiplicidad, como ya decía Zenón: «Soy uno pero en mí hay multitudes». Lo que me hace reconsiderar aquella correspondencia unívoca y académica, cuando era joven, de relacionar las obras con el autor, ese «yo omnipresente», ajeno a las múltiples vidas que vivimos a la vez, incluso aquellas que, ocultas en nosotros, descubrimos: lo que percibimos, deseamos, nos imaginamos o recordamos. Me refiero a la voluntad sincrética por la que incorporamos al presente la multiplicidad de «yos íntimos», las voces familiares de nuestros mayores que perviven en nuestra memoria. Y traerlos y nombrarlos, para que no caigan en la muerte del olvido, sin la aflicción cavafisiana de la fila de cirios humeantes y apagados. Aunque somos hijos de nuestra época, creo en la atemporalidad de la escritura. En aquello que decía el maestro Emilio Lledó: «un autor no puede tener “presente” el futuro de todos sus posibles lectores, ni, por ~8~


supuesto, prever las condiciones históricas bajo las que esos lectores van a realizar su lectura». Desde esa perspectiva, he tratado de ir pergeñando, sin grandes pretensiones, mi aportación personal (y autobiográfica) al acto de escribir. A la honestidad del autor con su obra. En cualquier caso, hablar de poéticas, y más de la propia, es de una osadía, ingenuidad y egotismo innecesarios, pues no hay otra poética fiable que la lectura de los poemas. Sea entonces. De eso se trata.

Antonio García (Carboneras, mayo de 2016)

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He dejado huellas mientras caminaba por la nieve del jardĂ­n. ÂżPensarĂĄ ahora quien pase ante mi casa que he tenido un secreto visitante? (Jien)



HORARIO DE INVIERNO (2000-2008)



UN LECTOR LE ESCRIBE

De sus poemas, prefiero los abiertos, no muy largos. Los espejados, trasparentes, donde reconocido a veces no me reconozco; los amorosamente epicenos, murmurando música barroca —tonalidad, melodía, cadenza: cierto aire de oboes y flautas— que sugieren variaciones, otro enfoque; los acabados que se trasforman en otros distintos con solo cambiar un sustantivo —sin perder lo ya compuesto—; aquellos, sobre todo, que rezuman deseos, sensaciones, pongámosle algo de entusiasmo y pasión —nada con exceso—. Los demás, tan sublimes, se los devuelvo con Hermes —comprenda mi torpeza—, a mí nada me dicen. (Un lector le escribe). ~ 15 ~


DESDE EL TREN

Una tarde amable de enero, desde el tren. A lo lejos, reposa un pueblo. ¿Quién dormitará a esta hora, alrededor de un féretro velará la pena o echará el resto en un órdago desesperado? Y no sabe si se queda con ellos o se suben en marcha y se van con el viajero. La extraña sensación, a su paso, que no es silencio ni ausencia, pues difunden el designio y los contornos. Tal vez el reverso de que nada ha sucedido.

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¿CÓMO TE LLAMAS?

El frío es húmedo por fuera y en la penumbra insomne de pálidos espejos de color y lencería hay miradas soñolientas de alcohol y tabaco. Algún amnésico murmura del porvenir con la barra: «¿Cuánto?», y el oráculo responde: «¡Tanto, por tanto!». El ascensor sube a la más profunda soledad y se oye la cantilena desangelada de la práctica: «¿Cómo te llamas?», y el frío es húmedo por dentro.

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AUTOAVERSARIO

Ya próximo a los cincuenta la vida deja secuelas incurables. Constatar que esa mujer que esperabas se ha ido para siempre con el último verano —repetirse también es síntoma de la edad—, que el tiempo de rápido confunde los paisajes y las ninfas se esconden en las alas del ocaso. Admitir que son más frecuentes los olvidos: las pinceladas de los olmos por el aire, la música del mar después de la tormenta. Renunciar a expresar lo inefable. Aceptar a desnudarse de tanta vanidad, y más si se tiene la sospecha de que no habrá penitencia ni perdón. Al fin, saber lo que es la melancolía y sentir a menudo la avaricia de los viejos.

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LA VENUS DEL ESPEJO

Alguna vez iré a la National Gallery

En el tafetán curvado de penumbra de espaldas reposa Venus seductora al otro lado de un amorcillo con espejo que oculta un semblante, el iris de unos ojos, y deja más desnudo el cuerpo seducido.

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ESCOLIO

En tu pelĂ­cula preferida siempre figura el inevitable personaje secundario que has elegido de por vida.

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GOTA FRÍA

Esta tarde, viene —desde allá arriba: la infancia— con su boina, montado en bicicleta, a recitarnos viejos romances ya perdidos, cantarnos coplas, acompañado de cucharas. Y, no sé, me da por pensar —esta víspera otoñal— en el futuro asilo para ancianos, donde ya no escucharé aquel canto acompasado del abuelo.

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