Uxama La Frontera de
Felix Badorrey Benito
Uxama La Frontera de
Felix Badorrey Benito
Š Felix Badorrey Benito
Edita:
I.S.B.N.: 978-84-16582-36-5
Impreso en EspaĂąa Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
PROLOGO San Esteban de Gormáz, 17 de Marzo de 1853 Durante las obras de restauración del ábside de la iglesia románica de San Miguel construida en el siglo XI, unos albañiles, al realizar un hueco para afianzar el apoyo de un andamio, golpearon una de las piedras de la pared abovedada que cedió con facilidad, iluminando un agujero de media vara de profundidad en el que se hallaba un pequeño arcón. Movidos por la curiosidad ante la posibilidad que se tratara de un antiguo tesoro, los operarios forzaron la cerradura y extrajeron de su interior una vieja arca; al abrirla, observaron una caja forrada de piel de pergamino envejecida por el tiempo con un gravado escrito en alifato árabe.
“Secreto” Dentro de ella, apareció una larga estola de seda perfectamente doblada con dibujos azules, amarillos y verdes que, a pesar de los mil años de su largo sueño, se había conservado extraordinariamente bien. Era sin ningún lugar a duda un objeto sorprendente y enigmático, ornamentado con trece medallones octogonales con figuras de aves en marcado estilo copto. En las bandas laterales de la cenefa, aparecía una misteriosa inscripción. “En el nombre de Ala, Clemente y Misericordioso; la bendición y la prosperidad de Ala para el califa Imán Abadía Hixham, favorito de Ala y Principie de los creyentes”. Además, en uno de los rincones del arcón, había una pequeña bolsa de cuero de delicadas costuras y marcas oscuras que bien podían ser antiguas manchas de sangre, dentro, un pañuelo de lino con un medallón ovalado de nácar con un ribete contorneado hasta el ojal. En su cara cóncava llevaba una extraña inscripción rúnica:
“Mjolnir in Thor extbertasum “.
2
I Monasterio de San Martín de Turieno 15 Abril de 1085 El tañido de la campana del monasterio rompió el silencio frío de la tarde de aquel tranquilo rincón del valle, llamando a los monjes a la oración de Vísperas, haciendo que el tintineo metálico del bronce espantaba a centenares de gurriatos que revoloteaban enloquecidos entre las ramas de la higuera del patio. El día había salido soleado y parecía que por fin se despedía el largo invierno que había tenido sumido en un gélido sueño a aquel apartado rincón de Dios, desde Noviembre hasta Pascua, con los caminos nevados y vientos helados que dejaban incomunicado demasiado tiempo a la Abadía. El infinito bosque que lo envolvía todo, comenzaba a desprenderse de un aroma que barruntaba la primavera, al tiempo que los altos picos de las montañas cercanas amagaban con desnudar su blanquecino manto invernal llenando el valle cantarines riachuelos. Veinte monjes de San Benito, ayudados por una docena de conversos, oblatos en su mayoría, componían la comunidad religiosa del cenobio de San Martín de Turieno, además de un viejo lego que hacía de portero, dos criados oriundos del valle que atendían las cuadras y suministros, un anciano mudéjar amigo del abad, que se ocupaba del scritorium y dos esclavos sajones cedidos por el Concejo de los Valle para hacerse cargo de los trabajos más duros. Gobernaba aquella congregación el abad Genarus, un hombre bondadoso, culto, de larga experiencia viajera, enviado a ampliar y consolidar el monasterio por orden del obispo Petrus de Astorga, con el propósito de dulcificar la vida monacal después de secretas protestas llegadas a sus oídos. La llegada de Genarus para sustituir al anterior rector, el difunto Nicasius, había constituido poco menos que una revolución para los frailes, acostumbrados hasta entonces a los métodos de su predecesor, que había conducido a la comunidad religiosa con mano dura y férreo espíritu asceta. No obstante, uno de los miembros que más sintió la muerte del antiguo 3
abad y en consecuencia el cambio de costumbres promovido por el nuevo superior, fue sin duda Osorio el portero, un viejo enjuto, sañudo, seco como una vara de fresno, que no acababa de entender los refinados modales del nuevo rector a la hora de aplicar las Normas, siendo como era también, firme defensor de métodos rígidos para combatir las tentaciones del alma. Según el parecer del portero, nadie había sabido mortificar sus carnes y la de sus subordinados con cilicios, azotes o ayunos como lo había hecho Nicasius, a quien no le había temblado el pulso a la hora de castigar la gula con regímenes de trabajos severos, aplicando a sus monjes el precepto de que cuerpo era para la muerte y la mejor manera de purgar la existencia era por medio de la flagelación de las carnes y el sufrimiento, aderezando con flagelación de carnes con látigos de cuero. No contento con eso, el anterior abad, llegada la noche, obligaba a todos sus frailes a dormir sobre sarmientos para preservar del pecado de la tentación corporal y, con el tiempo, casi todos aceptaron de mala gana el inevitable sufrimiento extremo, resignados a que aquel sacrificio fuera por el bien de su alma. En algunos casos, hasta complacidos estaban si lo comparaban con el trato que recibían en sus casas o por sus amos antes de entrar en el monasterio. El portero Osorio sin duda estaba fraguado con otro pellejo que el resto de los mortales. Ya desde joven había buscado a Dios como ermitaño en la soledad de una cueva, alimentándose de hierbas, raíces y bebiendo agua de los arroyos. Un día vio pasar delante de su cueva a Nicasius, solemne, en perpetua oración, e interpretó la aparición como una revelación divina, siguiendo al místico a fe ciega donde quisiera llevarle. Desde aquel día la fidelidad del antiguo eremita con el abad fue tan grande, que seguía permanentemente su sombra con veneración y no contento con ello, en los ratos libres, se entretenía en hacer dos oquedades en la roca, una para él y otra para su maestro, con el propósito de que fueran tumbas que acogieran sus cuerpos al final de sus vidas, con el ánimo aliviado de encontrarse de nuevo juntos el día de la resurrección de los muertos. Al llegar el nuevo abad, todo cambió de repente y de forma radical. Los métodos impuestos distaban mucho de las costumbres ascéticas y sacrificadas de su predecesor y, como era de esperar, desde el primer momento encontró una fría acogida por parte de Osorio. Contrariamente, el resto de los frailes, recibieron complacidos los nuevos tiempos, viéndose liberados de una vez por todas de torturas desmedidas, convencidos que si habían servido para algo, ya se habían ganado sobradamente el cielo con los sacrificios pasados con el anterior abad. 4
Los métodos y formas habían cambiado, pero las horas conventuales seguían repartidas entre el trabajo y la meditación regulada por la oración, la liturgia y los rezos cantados. Las horas canónicas eran el eje sustancial que planificaba los tiempos del día a día, desde Maitines rayando alba, hasta la hora de acostarse tras el rezo de las Completas. Después, el silencio de la noche permitía el recogimiento y el descanso hasta Laudes al amanecer. La Hora Tercia marcaba los trabajos en la huerta, la granja, la cilla o los servicios regulados, hasta que el campanillo anunciaba la Hora sexta para el descanso, una frugal colación en el refectorio antes de volver al trabajo. Finalmente La Nona, al atardecer, cerraba el ciclo de las horas menores antes de volver a reunirse todos en comunidad en la pequeña iglesia y cantar los salmos de Vísperas a Dios su Creador. A última hora de la tarde, el anciano mudéjar del scritorium, un hombre de avanzada edad, togado con un albornoz sirio y cubierto con un almaizar verde oliva, cerró el libro que leía sobre la mesa, frotó sus ojos cansados y se levantó pesadamente de la silla ayudándose de unas muletas, fue acercándose lentamente hasta una hornacina horadada en la pared, tomó una pequeña alfombra de oración, la extendió en el suelo y ayudado por los bastones se hincó de rodillas dirigiendo una vez más sus oraciones hacia una marca de la pared que siempre había creído orientada a la Meca. Con extrema dificultad, logró ponerse de nuevo en pie, salió de la celda y recorrió el estrecho pasillo que le separaba del claustro. Era una más de las costumbres que se había impuesto desde que vino a vivir con los monjes, hacía más de cuatro años, repitiéndola cada atardecer como parte de compromiso con sus amigos los frailes. Siguiendo el ritual diario, buscó su rincón bajo la portada abocinada de la pequeña iglesia y, desde allí, iba contemplando el paso lento y solemne de los monjes cantando latines hasta la capilla. A medida que pasaban, iba saludando con una inclinación de cabeza y una sonrisa a cada uno de los frailes, como ritual, cortesía y deferencia a sus compañeros de convivencia. No sabía bien por qué, pero aquel saludo diario le sosegaba el espíritu, colmando su alma de serenidad como el mejor bálsamo antes de recogerse a dormir. La escena se repetía cada día y a nadie le resultaba extraño ver al viejo musulmán en la puerta de la iglesia, apoyado en el mainel, haciendo inclinaciones de cabeza. Cuando llegaba a su altura Genarus, le devolvía la reverencia y éste correspondía al saludo llevándose la mano a la altura del corazón, la frente y los labios. 5
Pero aquel día iba a ocurrir algo extraño que rompería la rutina; podía haber pasado inadvertido, pero un simple incidente durante la procesión, estaba a punto de causar un grave problema y un sobre todo un profundo cambio en la comunidad. Dos jóvenes oblatos, al pasar frente al musulmán, comentaron algo en voz baja y no pudieron contener la risa. El abad levantó la cabeza sin entender el motivo de aquella falta de disciplina y, una vez concluida la oración, hizo llamar a los dos revoltosos. - ¿Me pueden explicar que ha ocurrido a la entrada de la iglesia?preguntó el rector visiblemente molesto. Los dos novicios bajaron la cabeza intimidados. - ¡Vamos vamos, hablad!- insistió Genarus - Quiero saber que les ha hecho romper el silencio y hacer mofa con tanto escándalo en medio de la procesión. - Abba reverendísimo- balbució uno de los novicios - sentimos mucho lo ocurrido… - No sé si se dan cuenta que con su actitud han roto una de nuestras reglas más sagradas en hora de recogimiento y oración. - Lo sentimos mucho reverendísimo padre…- repitió el otro niño casi al borde del llanto. -Vamos a ver, ¿cuál fue el motivo de las risas?- insistió el abad levantándose de la mesa rodeando a los dos infantes. - Se nos escapó sin querer…- trató de justificarse el aprendiz más pequeño cubriéndole su boca con la mano- … y todo fue por la presencia del mm...rr.mm.hórreo... - Vamos hijo no sé lo que decís, levantad la cabeza, retirad la mano de la boca y pronunciad bien las palabras para que os entienda. - Perdone reverendísimo padre, quería decir que todo vino por la presencia del moro hórreo en la puerta de la capilla. - ¿Por la presencia del moro hórreo? - se sorprendió el abad - ¿Que queréis decir? - Sí, reverendísimo padre - se envalentonó el oblato mayor animado por la confesión de su compañero - no pudimos aguantar la risa al pasar junto al moro hórreo de la celda del scriptorium. - ¿Cómo? - balbució el abad sin acabar de creer lo que estaba oyendo. - Hacemos bromas a menudo con el hermano Osorio con las vestimentas y las costumbres heréticas que práctica el moro que vive oculto en nuestro monasterio. Esta tarde, al pasar junto a él, mi hermano dijo algo divertido sobre él y no pudimos aguantarnos la risa. 6
El abad no esperaba tanto, se retiró hasta su mesa, tomó asiento cubriéndose el rostro con las manos tratando de dar sentido a lo había oído. Después de un buen rato de de meditación, se incorporo, apoyó su cabeza en la contraventana de la rectoría y permaneció una eternidad con la mirada perdida en la huerta. - Siéntense aquí delante de mí. - ordenó a los dos pequeños señalando sendas banquetas de madera - Han leído muchas veces el Salmo 28 del Profeta que dice. “Guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; pondré un freno a mi boca, enmudeceré, me humillaré y me abstendré de hablar aun cosas buenas"- ¿Lo recuerdan? - Si Abba reverendísimo, lo recordamos.- respondieron los niños a una sola voz. - Pues bien, este relato lo han recitado de memoria muchas veces y yo estaba convencido que era una constante en su conducta, pero veo con pesar que estaba equivocado. Les confieso que mientras regresaba a mi celda, traía en el ánimo reprenderles porque estaba convencido de que había sido una simple travesura propia de su edad, pero no podía llegar a imaginar el verdadero motivo de la burla. Ahora, he de confesarles que estoy decepcionado con ustedes como rector de este convento, herido por la aptitud que han tenido con mi amigo y siento tristeza por la injusticia que han cometido al juzgar a su prójimo con tanta ligeramente. Por si eso fuera poco, al dirigir su mofa el maestro Salém, les aseguro que han sido doblemente injustos y ese hecho ha sido a su vez profundamente doloroso para mí. El abad se levantó nuevamente acercándose a un extremo de la celda donde extrajo un diminuto breviario de la alacena volviendo de nuevo a la mesa. - Mirad hijos, sois todavía muy jóvenes y es difícil que comprendáis lo que os quiero decir. Vinisteis a esta casa sin duda guiados por la mano del Señor, que iluminó a vuestros padres al entregaros al amparo de este convento para convertiros en unos buenos frailes. Todavía no habéis recibido la “prima tonsura”, de manera que si los deseáis, sabéis que sois libres para marchar mañana mismo antes de llegar a convertiros en unos vulgares monjes sarabaítas. El abad se sentó tras la mesa, abrió el breviario hojeando sus páginas hasta detenerse en una de ellas y se entretuvo leyéndola detenidamente. Los dos oblatos permanecían inmóviles esperando un castigo, pero la espera empezó a hacerse larga; de vez en cuando ambos intercambiaban miradas a reojo sin saber cómo acabaría el problema, ni cómo salir de aquel atolladero. 7
Finalmente Genarus cerró el libro como si hubiera extraído suficiente reflexión de sus páginas y se dirigió a ellos. - Debería llamar a sus familias para que se hagan cargo de su disciplina fuera de este santo lugar y sin duda su expulsión sería un buen ejemplo para los demás hermanos, no lo duden, pero al mismo tiempo estoy convencido que perderíamos dos almas con buena madera para servir de teas que iluminen el camino del Señor y, sobretodo, que os privaríamos de la oportunidad de comprender lo injustos que habéis sido con el maestro Salém. De manera que he decidido que continuéis aquí, pero antes de pronunciarme sobre vuestro castigo y saber si aceptéis la penitencia, es justo que conozcáis porque habéis ofendido tan gravemente la dignidad de nuestro invitado. - Debéis saber que Salém es ante todo un hombre bueno, de conducta recta, culto y enormemente generoso con el prójimo.- dijo el monje levantándose, dando pasos cortos de un lado a otro de la habitación delante de los novicios.- Durante su dilatada vida ha respetado siempre la condición, religión, cultura y también las costumbres de las personas que ha tenido a su lado y que no pensaban como él. Debéis saber que parte de los antepasados del maestro Salém nacieron en estas tierras, practicaron nuestra religión y pisaron los mismos caminos que vuestros padres y abuelos, pero las circunstancias hicieron que él naciera en Al.Ándalus y fuera educado en una religión que no es la nuestra, pero eso no le convierte en motivo de burla. ¿Desde cuándo el lugar de nuestro nacimiento y la enseñanza religiosa de nuestros padres nos convierten en culpables de algo? Hace unos años le ofrecí este humilde convento para que encontrara un poco de paz en su azarosa vida y él aceptó apartándose de todo boato para meditar, trabajar humildemente y dedicarse a acabar la extensa memoria que le legó su padre. Tened por seguro hijos míos que el maestro Salém jamás ha hecho mofa de otro ser humano por ser diferente a él, como habéis hecho vosotros esta tarde. Incluso, siendo educado en el seno del Islam, tubo la generosidad de dedicar años de su vida a construir hermosos templos para creyentes que se dirigían a otro Dios distinto al suyo o incluso escribir plegarias ajenas a su culto. El abad se acercó de nuevo a la ventana intentando dominar la emoción que embargaba sus recuerdos, extrajo un paño de lino de su peto con el que frotó sus ojos mientras fijaba la vista sobre los últimos rayos de sol de la tarde que lamían las crestas plateadas de las montañas. - Reverendísimo padre - se atrevió a decir uno de los novicios a su espalda. - Nosotros solo conocíamos a los sarracenos por lo que contaban 8
nuestros padres y lo que nos dice el hermano Osorio, pero no sabíamos nada de lo que nos está diciendo su paternidad y además.... - ¡Aunque fuera así! - interrumpió el abad con energía mientras se volvía hacia ellos - Eso no os otorga el derecho a ofender a nuestro prójimo. “Dad bien por mal” dijo nuestro Señor. ¿O lo habéis olvidado también? Genarus se acercó de nuevo a su mesa y comenzó a ordenar con prisa los papeles del escritorio. - Precisamente las palabras de Nuestro amadísimo Padre me iluminan para aplicaros una penitencia a la medida de vuestra falta. De manera que si verdaderamente tenéis propósito de enmienda y queréis seguir en esta casa, dedicareis todo el tiempo que os sobre de vuestras obligaciones a la atención personal y el cuidado esmerado del maestro Salém, mientras viva entre nosotros. Espero que el trabajo que os impongo como castigo a vuestra falta, lo realicéis con humildad y sin que de vuestros labios salgan durante ese tiempo más que alabanzas a la persona ofendida. ¿Aceptáis? Los dos oblatos no tardaron en reaccionar. - Yo sí acepto reverendísimo padre - dijo Lucas. - Y yo también acepto, reverendísimo padre - imitó Simón. - Bien - concluyo abad satisfecho- sabía que aceptaríais. Ahora solo nos queda que comuniquéis al maestro Salém vuestra decisión, si él acepta, será conforme mi absolución. Los dos novicios hicieron una larga reverencia y se fueron retirando sin volver la espalda hasta la entrada, cuando estaban a punto de cerrar la puerta, Genarus les llamó la atención nuevamente. - Otra cosa hijos, - rasgó el prior una mueca parecida a una sonrisa no es que sea de mi incumbencia, pero sería más generoso por vuestra parte que os ofrecierais como si fuera una idea vuestra, porque si Salém sospecha que es una imposición o un castigo por vuestra fechoría, es muy posible que no lo acepte de buen grado. Los dos jóvenes cerraron la puerta, se levantaron los pesados hábitos de lana y bajaron los peldaños de las escaleras de dos en dos hasta llegar a la celda del scriptoriun, donde solía permanecer el anciano mudéjar trabajando hasta última hora. -Ave María Purísima - se oyó una voz infantil tras la puerta de la biblioteca y unos livianos golpecitos en los cuarterones de madera. - ¿Quién hay ahí?- se oyó desde dentro. - Somos Lucas y Simón, ¿podemos pasar? - Adelante. 9
- Maestro Salém - dijo uno de los conversos inclinándose mientras observaba por el rabillo del ojo la reacción de su compañero. - yo soy Lucas y éste mi hermano Simón. - Sí, ya os conozco. ¿Y bien?- observó divertido el musulmán a ver los dos visitantes tan nerviosos. - Hemos pedido a nuestro reverendísimo padre abad, que… nos permita… dedicarnos a su atención y el cuidado permanente de su persona. tartamudeó Simón con la respiración entrecortada. - ¿Cómo? - Sí. - se sumó Lucas - Queremos estar a su servicio para lo que podáis necesitar. El anciano se levantó lentamente de la mesa, tomó una de sus muletas y se acercó a los niños sonriendo tiernamente. Había pasado tanto tiempo sin que alguien se dedicara en exclusiva a su cuidado que aquel gesto le conmovía profundamente. - Muchas gracias pequeños, sé que esto es idea de mi querido amigo Genarus que subestima mis fuerzas para valerme por mi mismo. Agradezco vuestro generoso ofrecimiento, pero no necesito ningún servicio más el que yo pueda prestaros a vosotros. Decid a vuestro superior que ya me siento reconfortado con el cobijo que me da esta casa. - Bueno…maestro...- titubeo Simón bajando la cabeza - es que… en realidad debemos hacerlo como penitencia. - ¿Cómo penitencia? - Así es. Si vos no queréis, al menos dejarnos estar a vuestro lado el tiempo libre para que podamos espiar nuestro pecado y que el Señor perdone nuestra falta. - ¿Y se puede saber que falta tan grave han cometido dos niños, para que deba ser purgada con el sacrifico de su tiempo en la dedicación a un anciano casi imposibilitado? - Es que…hemos roto la disciplina del silencio en el claustro y nos hemos reído de vos. - balbució Simón encarneciendo sus mejillas. - Y además- prosiguió Lucas- porque….en algunos momentos… le hemos odiado por ser sarraceno. - ¿Odiarme por ser sarraceno? - Sí, el hermano Osorio dice que los sarracenos son mala gente, que han traído todos los males que asolan nuestra tierra y las desgracias a nuestras familias - se envalentonó Lucas sacando de sus entrañas el mal que le atormentaba desde hacía mucho tiempo. 10
Salém miró con ternura a los niños, recordó los momentos dramáticos cuando tuvo que huir de Córdoba a su misma edad y sintió por un momento que las fuerzas le abandonaban. Volvió a sentarse mientras intentaba encontrar las palabras más adecuadas para explicar a unos niños algo que el mismo jamás había entendido del todo aun siendo mayor. - Comprendo lo que quiere decir el hermano Osorio, pues yo también perdí a seres queridos por culpa de las guerras y el fanatismo. El odio sembrado por hombres cargados de malos sentimientos también me hizo a mí derramar muchas lágrimas; pero con todo, deberéis ser prudentes a la hora de juzgar a los seres humanos porque cometeríais el riesgo de errar en vuestras apreciaciones. Salém ofreció asiento a los dos oblatos y rogó que le dedicaran un poco de tiempo. Después les habló de la tierra donde había nacido, la cultura y grandes obras que había desarrollado su pueblo, que nada tenían que ver con el comportamiento sanguinario y cruel de algunos de sus guerreros, al sembrar destrucción y muerte por doquier. Trató de explicarles que, entre los combatientes musulmanes, también existieron hombres buenos, generosos, respetuosos de la ley, amantes de la rectitud y de las reglas. Los dos niños permanecían con la boca abierta abrieron los ojos sorprendidos en lo que parecía un descubrimiento. - No os extrañéis de lo que os digo, mi padre fue uno de esos guerreros prudentes y de gran corazón. - ¿Vuestro padre?- susurró Simón. - Si pequeño, mi padre fue el general Marco Ibn Zaydún; combatió durante muchos años en estas tierras junto al famoso Al-Mansur. Os puedo asegurar que él jamás trasgredió las normas del honor con el adversario y mantuvo siempre la dignidad, la piedad y el decoro con el pueblo durante los difíciles días de la guerra. Salém dudó en seguir el relato tantas veces leído en las memorias de su progenitor, se detuvo comprendiendo que aquella era una historia demasiado larga y compleja para contar en tan poco tiempo a dos almas ingenuas que estaban por descubrir la vida. - Bueno - sintetizó - espero que con el tiempo vuestra sabiduría sepa distinguir lo malo de lo bueno antes de emitir un juicio precipitado. - ¿Y qué hay de nuestra penitencia?- sintetizó Lucas. - No sé..., dejadme pensar… - dudó Salem frotándose el mentón con la mano, mientras saboreaba una idea largo tiempo fraguada en su cabeza y que la ocasión ponía en bandeja - Como veo que debéis obedecer a vuestro superior y no podré librarme de vosotros, os propongo un acuerdo. 11
- ¿Un acuerdo? - repitieron a dúo los dos menores. - Sí, vosotros hacéis los trabajos que creáis convenientes para cumplir la penitencia que os ha impuesto el abad y yo os enseñaré las artes de la caligrafía, el dibujo y la encuadernación. De esta manera ambos saldremos beneficiados de nuestra relación ¿qué os parece? Los niños se miraron desconcertados al comprobar que, después de todo, su travesura les iba a reportar un beneficio de la mano de aquel extraño personaje. - Nosotros aceptamos con mucho gusto lo que proponéis, pero no se qué opinará nuestro padre. - No lo sabremos hasta que no se lo preguntéis vosotros, de manera que hacedlo cuanto antes y saldremos de dudas. Sin perder más tiempo los dos niños saltaron de las banquetas, hicieron una cómica reverencia y salieron a toda velocidad, llamaron a la puerta de la celda del rector y, sin apenas dar tiempo a hacer los saludos de rigor, comenzaron a hablar atropelladamente los dos a la vez. - Bueno, bueno, uno a uno y despacio, ¿que ocurre? Simón levantó la mano e intentó explicar la propuesta del anciano mudéjar atropelladamente. Lo hizo con tanta prisa, tan atolondrado, con muecas y gestos tan teatrales que Genarus tuvo que esforzarse para no reír. - Está bien, está bien - asintió el abad levantando la mano - si no he entendido mal, el maestro Salem os quiere enseñar el arte de la encuadernación. Reconozco que con ser una buena idea, de ninguna manera debe afectar a las horas de los rezos, la meditación, ni a las obligaciones que tenéis impuestas por la congregación. Y, sobre todo, no olvidéis la principal que es vuestro servicio personal al maestro Salém, que es lo que nos ha llevado a esta situación. Genarus despidió a los novicios y salió tras ellos en dirección al scriptoriun. Al entrar vio a su amigo escribiendo sobre un voluminoso libro, aprovechando la frágil luz del atardecer que aun entraba por la ventana. - ¡Ave María, Salém, ¿puedo hablar con vos?!- saludó el fraile desde el umbral. - Adelante. ¿En qué puedo serviros querido amigo? - Desde hace tiempo buscaba el momento para tratar con vos un asunto al que vengo dando vueltas. - Tomaros el tiempo que necesitéis, ya sabéis el placer que me produce hablar con vos. 12
Genarus tomó una de las banquetas de madera y derramó su voluminoso cuerpo sobre ella. - Hace unos años, cuando aceptasteis venir a vivir con nosotros, mi alegría como sabéis fue grande al poder tener a un buen amigo a mi lado, pero he de confesaros que me movió también una ligera esperanza no exenta de egoísmo. Pensé entonces que teniéndoos a nuestro lado, podríamos repetir las labores que hicimos juntos en los talleres de Silos. Durante años soñé con ello, pero mis obligaciones como rector de esta comunidad lo relegaron a segundo orden. Después, cuando llegasteis, me propuse pedíroslo, pero siempre pensé que si lo hacía, vos lo veríais como una obligación o un canje a nuestra hospitalidad y eso me retrajo una y otra vez. He paseado decenas de veces por los sótanos que dan al refectorio soñando con mi taller de escribanía y en todas las ocasiones he imaginado a mis monjes ocupados en esa actividad. Pues bien, hace un momento, cuando han venido los dos jóvenes novicios a transmitirme vuestro deseo de enseñarles esas técnicas, he creído que la mano de nuestro Señor guiaba vuestra oferta, he venido a agradeceros en persona vuestra generosidad y solicitaros que, si lo veis posible, enseñéis también a algunos de mis frailes esas técnicas, de manera que puedan transcribir la palabra de Dios de forma escrita más allá de su tiempo. - Como puedo negarme a vuestra petición amigo mío. A quién sino a vos puedo complacer. Yo también pienso que el destino guió mis pasos hasta aquí por algún motivo. Pero a decir verdad, no sé si podré ofreceros todo el tiempo que necesitáis para ese proyecto, pues noto que mi existencia se va agotando deprisa. - ¿Os encontráis enfermo tal vez? - No, pero muchos días tengo la extraña sensación que el final no está lejano. Por ese motivo yo también quisiera aprovechar este momento para pediros algo. -¡Vos diréis! - Como sabéis, llevo mucho tiempo escribiendo este manuscrito con la recopilación de las memorias de mi padre y ya lo tengo completado con las mías propias hasta el día de hoy. Confío en vos para que os ocupéis de mis cosas cuando yo ya no este y las administréis a vuestro justo saber y entender. Los libros que todavía me quedan son un recuerdo entrañable de mi querida Córdoba, bien pueden ser el principio de esa biblioteca que soñáis y, este manuscrito con la historia de mi familia que tanto tiempo me ha costado poner en orden, os ruego que lo leáis vos íntegramente y después le deis el destino que creáis más adecuado. Posiblemente a nadie más 13
interesará esta historia y es más que probable que al final acabará en un rincón del sótano, comido por los ratones, olvidado en algún baúl, incluso en la hoguera perdiéndose para siempre, pero al menos habrá habido un hombre recto que juzgue con equidad lo que pasó hace muchos años en la frontera del Duero. Si lo veis oportuno, cuando crezcan en madurez y sentido común, me gustaría que lo dierais a conocer a Simón y a Lucas, porque han mostrado interés en conocer la historia de mi familia. Yo no se la podría explicar mejor Genarus se inclinó sobre la mesa tomando las manos de su amigo y las apretó con fuerza. - Me juzgáis con tanta generosidad que me siento abrumado. No obstante tenéis mi palabra que se hará como vos deseáis cuando llegue el momento. Aquella misma noche en el refectorio, después de la lectura, el abad hizo leer una sencilla nota comunicando a sus frailes la próxima apertura de una escuela de transcripción bajo la supervisión del maestro Salém. Un sordo y prolongado murmullo se extendió por la sala y a la mayoría de los frailes se les iluminó la cara con innegables gestos de satisfacción. Después de la Hora tercia del día siguiente, los dos novicios se dirigieron corriendo a la celda del mudejar.Cuando se cruzaban con algún fraile, bajaban la cabeza con recogimiento, pero cuando comprobaban que nadie les veía, seguían a la carrera divertidos, dándose empujones hasta llegar a la puerta del scriptorium. - Ave María, maestro Salem, ya estamos aquí, ¿que necesitáis? preguntaron con la respiración cortada haciendo levantar la vista al anciano. - Buenos días pequeños. Sentaos a descansar de vuestra carrera mientras trato de poner un poco de orden. El hombre recogió varios pergaminos amarillentos esparcidos por ambos lados de la mesa, colocó una pluma como señal en el punto donde parecía haber acabado su escritura y apiló dos voluminosos tomos. - Veréis, lo primero que necesitáis para saber el oficio de escribanos es conocer los pigmentos y las tintas. Con el tiempo debéis perfeccionar la caligrafía, saber aplicar los colores sobre los lienzos y, cuando sepáis los principios básicos de la escritura y manejéis las plumas con destreza, ya podréis transcribir documentos, no antes. El camino será largo, pero no desesperéis, porque al final hallareis la recompensa a vuestro esfuerzo. Hoy empezaremos por el principio y cuando llegue el momento, practicareis cien veces cien si fuese necesario sobre cortezas embreadas, tablas de arcilla, 14
cera o madera, porque los pergaminos son un bien muy escaso y el papel todavía no ha llegado a estas tierras. - ¿El papel?- preguntó Simón arrugando la nariz. - Sí, el papel es como un ligerísimo pergamino inventado en el lejano oriente. - ¿Vos lo conocéis? - Si, incluso lo empleé muchas veces siendo niño. Mi madre los tenía en gran abundancia y en ellos aprendí a escribir de su mano. Salém explicó a los niños que el papel había llegado de Oriente y que se fabricaba en generosas cantidades en la ciudad de Xàtiva. Para conseguirlo, los artesanos empleaban pasta de lino, cáñamo macerado con agua de cal, aplastado después en finas laminas para ligarlo con cola de almidón que lo daba coherencia. Solo después de colocarlos en grandes secaderos instalados en buhardillas o azoteas bien ventiladas para orearse convenientemente, eran actos para escribir en ellos. -¡Mirad, esto es un papel!.- dijo abriendo un cajón de su mesa, extrayendo un afilado pliego que mostró a los dos oblatos. Los niños lo tomaron con tanta delicadeza como si se tratara de los paños sagrados de la sacristía, dieron varias vueltas al extraño objeto, rozando con mimo sobre su cara para sentir la textura, mientras abrían los ojos como si se tratara de un objeto mágico. - ¡Dios mío, es tan ligero como una pluma! - se asombró Simón. Salém se limpió los dedos entintados con un paño y levantándose trabajosamente del sillón acercó a niños. - Mirad pequeños, todo está en la sabiduría de la naturaleza que nos ofrece a cada paso lo que necesitamos y a la naturaleza hay que conocerla. El bosque que hay a nuestro alrededor produce infinidad de recursos, después, solo hace falta aplicar sabiamente los conocimientos y en seguida se obtienen sorprendentes resultados. De todo lo que ofrece la madre naturaleza podemos obtener alimentos como sabéis, pero también pigmentos, sabias para alumbrarnos, incluso brebajes para curar enfermedades entre muchas otras cosas. - ¡Pero... maestro eso es brujería! - se escandalizó Simón haciendo repetidas veces la señal de la cruz. - No siempre es así hijo. El Supremo Hacedor es nuestro creador, pero también dueño y señor de todo lo que nace a nuestro alrededor. Veréis, mañana mismo pediré permiso a nuestro abad para que nos permita salir del monasterio, e iremos hasta la ermita que hay al final del camino. En el paseo 15
por el bosque, si estas piernas me lo permiten, os podré enseñar alguna de esas plantas de las que os hablo. A la semana siguiente, después de la Hora sexta, Salém y los dos oblatos atravesaron el portalón que custodiaba el hermano Osorio, dejándose arrastrar por la mala cara del portero, acompañado de alguno de los comentarios hirientes que no ahorraba cada vez que se cruzaba con el musulmán. Era de todos conocida la animadversión que sentía el antiguo eremita por Salém desde el primer momento que el musulmán puso los pies en el convento. Desde aquel día su hostilidad no dejó de ir en aumento, sin ahorrar inquina en cuantos comentarios hacia con los otros religiosos cuando se refería a él. La aptitud Osorio había crecido en la sinrazón y el odio que sentía por los sarracenos, a los que su mente enfermiza les hacia responsables de todos los males del mundo. La relación de los dos hombres era escasa, pero la inclinación del portero hacia el cordobés resultaba a todas luces esquiva, cuando no amenazante en las pocas ocasiones que se cruzaban en el claustro o en los pasillos de la abadía. Cuantas veces atravesaba el viejo musulmán la puerta del convento, recibía la mirada inquisitorial del portero, mascullando entre diente palabras hirientes hacia el anciano como si fuera el mismísimo demonio. Salém sentía compasión por aquel hombre prisionero de sus miedos, aunque sin poderlos evitar, le dolían los comentarios soeces y humillantes dirigidos hacia su persona. Las formas y los malos modos de Osorio nacían en el fondo de unos sentimientos mucho más profundos, basados en una interpretación errónea y tronzadiza de la doctrina del Beato, alimentada y tergiversada por el anterior abad Nicasius. Durante muchos años, el integrismo de quien había sido ermitaño, fue creando un caldo de cultivo rancio y xenófobo hacia todo lo que se apartaba de la doctrina del santo y es que no era para menos. Beato fue un monje del siglo VIII de ideas extremadas que formó parte de aquel primitivo cenobio hacía más de trescientos años. Había dejado escrito en su “Apologético” una forma radical de interpretar la doctrina de Dios como argumento para un combate solapado contra el arzobispo de Toledo Elijando, sencillamente porque el toledano había tenido la frivolidad de interpretar a la figura de Cristo como hombre hijo de Dios, no por naturaleza sino por adopción y para Beato, aquellas ideas solo las podía tener un obispo que vivía entre musulmanes, influenciado por sus creencias islámicas que consideran a Jesucristo como un profeta más. El monje de Liébana defendió a ultranza la independencia, ortodoxia y pureza de los dogmas cristianos que él creía 16