La hora azul

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LA HORA AZUL

Cuentos y pensamientos

Francisco MartĂ­nez


Francisco Martínez nació en Moratalla (Murcia). Es maestro de Educación Primaria y publicó su primer libro de relatos cortos en 2013. Colaborador en diversas revistas literarias, sus cuentos han sido publicados en prensa y radio.


LA HORA AZUL Cuentos y pensamientos

Francisco MartĂ­nez


© Francisco Martínez Diseño de portada: Francisco Martínez Edita:

ISBN: 978-84-16846-83-2 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


ÍNDICE

El fotógrafo................................................................ 21 Gregorio Samsa......................................................... 25 Estrés post vacacional............................................... 27 El opositor................................................................. 31 ¿Feliz Navidad?......................................................... 33 ¿Quién mató a Kennedy?.......................................... 39 La hora azul............................................................... 43 Autorretrato ............................................................. 55 Futuro imperfecto..................................................... 59 La chispa de la vida................................................... 61 Recortes..................................................................... 63 La subasta.................................................................. 65 Aromaterapia............................................................. 69 Vestida de novia ....................................................... 71 Off ............................................................................. 73 Ave migratoria........................................................... 75 Desahucio.................................................................. 77 El último tren............................................................ 79 Turno de noche......................................................... 81 Corazón partido........................................................ 83 El zapatero................................................................. 85

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La dama blanca.......................................................... 87 Tareas de casa............................................................ 91 Good morning vietnam ............................................ 93 La niña del sari rojo................................................... 95 Diario de un superhéroe........................................... 97 Días de verano........................................................... 103 Libertad condicional ................................................ 105 El elixir....................................................................... 107 Cambio horario......................................................... 109 Soledad sola............................................................... 111 Cuestión de tiempo................................................... 113 A un viejo árbol de la glorieta................................... 115 La noria de salmerón................................................ 117 Tardes de futbol......................................................... 121 Clave de sol................................................................ 125 El ciclo de la vida....................................................... 131 Cenicienta.................................................................. 133 ¿Ciencias o letras?..................................................... 135 Infidelidad................................................................. 137 El vuelo de Ícaro........................................................ 139 Día de playa............................................................... 141 Ni principes azules ni princesas rosas...................... 143 Cita a ciegas............................................................... 145 La vida en un instante.............................................. 149 Veinte imágenes y mil palabras................................ 151 La orquesta del Titanic............................................. 154 6

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La carrera................................................................... 155 Curiosidad................................................................. 156 Niño de lluvia............................................................ 157 La última calada........................................................ 158 El charco.................................................................... 160 Cheshire..................................................................... 161 Venganza................................................................... 162 Penélope.................................................................... 163 Tic–tac....................................................................... 164 Su medio limón......................................................... 165 El dictador................................................................. 166 ¿Jaque mate?............................................................. 167 Declaración interrumpida........................................ 168 Pirueta....................................................................... 169 El jugador................................................................... 170 Trileros....................................................................... 171 Insomnio................................................................... 172 Tan cerca, tan lejos.................................................... 173 Cuando me venza la tristeza..................................... 176

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En primer lugar quiero darte las gracias a ti, lector, por haber elegido este libro entre las miles de posibilidades que ofrece el panorama literario actual, y porque la tarea excitante y agotadora de escribir un libro no tendría sentido si el círculo no se cerrase con la pieza clave de este proceso: el lector. Pero sobre todo, quiero dar las gracias a los lectores que tuvieron la curiosidad y la generosidad de asomarse a mi primer libro “Relatos ínfimos”, porque sin su aliento nunca me hubiese planteado la nueva aventura de escribir un segundo libro. Agradecimiento que extiendo a aquellos que se acercaron a mí en la calle o en una red social para brindarme su reconocimiento. Pero también mi más sincera gratitud a los que realizaron las necesarias críticas que nos obligan a intentar dar lo mejor de nosotros mismos. Y como no, mi agradecimiento a la infinita paciencia de mi mujer y al rigor de mis lectores más inmisericordes, mis hijos, verdadera criba de estos relatos.

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A mis padres, a quienes todo debo.

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A veces podemos pasarnos aĂąos sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. (Oscar Wilde)

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Este libro está salpicado de recuerdos, recuerdos en forma de cuentos, de anécdotas o de reflexiones sobre aquellas cosas que nos parecen insignificantes, pero que en realidad son el substrato de este juego de azar que llamamos vida. Recuerdos que resultan un misterio porque tampoco sabemos cuánto de real o de imaginario hay en cada uno de ellos. No sabemos si el recuerdo es algo que nos pertenece o algo que se ha ido para siempre, aunque quizás un recuerdo sea el mejor regalo que nos pueda dejar un momento inolvidable. Sería terrible tener hermosas experiencias que una vez vividas se esfumaran de nuestro recuerdo, aunque, también puede resultar triste recordar algo que nunca más volverá a suceder. Por eso los recuerdos tienen esa mágica contradicción que hacen que sean un misterio. El olor a ropa recién planchada, por ejemplo, siempre me retorna por un segundo a ser un niño, sentado frente a mi madre, embelesado con el sonido de una vieja plancha de carbón deslizándose sobre la ropa húmeda, e impregnando la casa de esos aromas que van cimentando la esencia de un hogar. Pero al mismo tiempo me recuerdan que esos momentos no volverán, que esos instantes mágicos se fueron para siempre y que ya sólo forman parte del recuerdo. Pero quizás esa memoria tenga una misión, la tarea de actuar como distracción del presente, La hora azul

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la de alejarnos por un momento de la búsqueda primaria que iniciamos, y tal vez sea bueno dejar que de vez en cuando nos invada y nos lleve a su terreno, deteniéndonos en ella, dejándonos mecer entre sus brazos como en un columpio, quedando suspendidos de esa memoria mientras aparcamos la misión que nos llevó a ese pensamiento, aunque sepamos, como decía Adso de Melk al final de “El nombre de la rosa” que: “de la rosa primigenia nos queda únicamente el nombre”.

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A diferencia de la infancia tecnológica y endiabladamente virtual de los niños de hoy, los de mi generación crecimos en un ambiente tan real como el que nos proporcionaba la calle, aquellas calles empedradas que eran el campo de recreo perfecto para nuestros juegos: el trompo o “zompo”, las canicas, la comba, los cromos o el rodar de un simple aro, se convertían en nuestro mejor entretenimiento y eran parte de esos juegos con los que nos socializábamos y compartíamos nuestro tiempo. En otras ocasiones nos fabricábamos nuestros propios juguetes: las cometas que volábamos en el cerro de San Jorge, los “mortíferos” tirachinas, o una simple tabla con rodamientos con la que nos lanzábamos por calles de vértigo, cuesta abajo y sin frenos. Un balón de “reglamento” te convertía en el mejor amigo del grupo y una bicicleta nos permitía viajar a territorios lo suficientemente lejanos como para estar de vuelta a la hora de la merienda. Con la llegada de la televisión también llegaron los anuncios publicitarios y con ellos, otros juguetes que nos abrían un nuevo mundo de emociones: scalextrics, coches teledirigidos, o mecanos. Sin embargo, la mayoría de niños no podíamos acceder a aquellos maravillosos juguetes que la publicidad hacía parecer aún más extraordinarios. Nuestras cartas a los Reyes Magos se convirtieron en una larga lista de prodigios que raramente se transformaban en realidad, en el mejor de los casos, alguna imitación que nos permitía fantasear como si se tratase del original. Los Magos de Oriente de aquellos años sesenta no parecían por la labor de premiar fácilmente nuestros esfuerzos por portarnos bien y ser obedientes. Mi último regalo de La hora azul

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“Reyes”, ya cumplidos los doce, fue un bolígrafo del clásico diseño “Parker”, que por supuesto no estaba en mi lista de deseos y que fue el detonante de un tremendo berrinche. Sin embargo hoy, cuarenta años después de ese último regalo de reyes, aún escribo estos cuentos con aquel viejo bolígrafo Parker que con tan buen juicio eligieron para mí aquellos “Magos”, y del que nunca me separo.


EL FOTÓGRAFO

A mediados de diciembre comenzaba a escribir mi carta a los Reyes Magos. Cuidaba mi caligrafía procurando una imagen proporcionada de cada palabra y para ello ponía toda mi atención en cada trazo, inclinando las letras ligeramente, espaciando milimétricamente las palabras, alineando los renglones y respetando las reglas ortográficas aprendidas hasta entonces. Sin embargo, a pesar de mi pulcritud y de lo detallado de mi lista de peticiones, los Magos de Oriente nunca pusieron en mis zapatos nada más que unos cuantos dulces y algún humilde juguete de madera. Fue entonces cuando decidí comenzar a escribir de manera furtiva cartas a Papa Noel, yo mismo me encargaba de introducirlas en un buzón de correos que había de camino al colegio. Me adelantaba a mi madre con cualquier excusa, colocándome de puntillas hasta que mi mano a duras penas alcanzaba la ranura y dejaba que la carta se deslizase hacia el interior del receptáculo amarillo. A pesar de mi tozuda insistencia nunca recibí ningún regalo de aquel hombre regordete y de aspecto bonachón, aunque por algunos años continué con aquel doble juego que tan pocas satisfacciones me deparaba. Ni el coche teledirigido, ni el tren eléctrico, ni siquiera aquel juego de construcción que se repetía año tras año en mis cartas. Finalmente en La hora azul

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aquella mágica mañana de enero, encontré junto a mis zapatos un pequeño paquete envuelto en un brillante papel sobre el que se reflejaban chisporroteantes las luces del árbol de Navidad. Con el cuidado de un cirujano fui despegando el envoltorio, desdoblando cada pliegue, como si bajo aquel embalaje se escondiese el más valioso de los tesoros. Por fin, y ante mi asombro, apareció una flamante Werlisa, la cámara con la que tanto había soñado. Finalmente Sus Majestades habían accedido a traerme la primera opción de mi carta. Creo que aquello determinó mi pasión por la fotografía, pasión que acabaría por convertirse en mi modo de vida. Hoy tengo una sesión de fotos en casa de una familia del Barrio Alto de la ciudad, quieren que realice un reportaje de los niños para recordar este día de Navidad. Papa Noel aparece de manera sorprendente en mitad de la sesión, luciendo su espesa barba blanca y enfundado en un traje rojo. Los niños saltan de alegría y se abalanzan sobre la multitud de paquetes que tapizan el suelo. No dejo detalle sin fotografiar: sus ojos asombrados, sus caritas de alegría, sus manos menudas y nerviosas desgarrando sin piedad el papel de regalo. Papá Noel se acerca, mientras me abraza hundo un cuchillo en su enorme barriga: –A mí nunca me trajiste nada, gordito– le susurro al oído.

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Mi primer contacto con la literatura digamos “seria”, lo tuve, como la mayoría de los estudiantes de mi generación, durante la etapa de bachillerato. A lo largo de aquellos cursos disfruté de algunas de las obras cumbre de nuestras letras, y he de confesar que otras me supusieron una completa tortura, sin embargo, todas contribuyeron al comienzo de un viaje de ida y vuelta a través de la literatura, ese viaje en el que uno comienza a preferir a algunos autores y a disfrutar con unos géneros más que con otros, un camino que va construyéndose poco a poco, un recorrido con sus estaciones y destinos, con posadas limpias y paradores poco recomendables, y también con carreteras mal señalizadas, en las que a veces nos perdemos, alejándonos de nuestra ruta inicial a la que siempre terminamos volviendo, porque nos supone un refugio, una especie de hogar que nos acoge y consuela tras algún trayecto decepcionante. Justo en el verano en que terminé el bachillerato y me preparaba para el importante cambio que suponía trasladarme a la capital con el fin de comenzar mis estudios en la Universidad, y fruto de una incursión en la biblioteca municipal, cayó en mis manos un libro cuyas primeras líneas me atraparon sin remedio, su título: La Metamorfosis. La historia, escrita en poco más de sesenta páginas, narraba la asombrosa transformación de un hombre en un insecto, un relato que podía causar cualquier efecto menos el de la indiferencia. Este es uno de esos libros a los que vuelvo de cuando en cuando y releo con la misma inquietud de la primera vez, en aquel verano que presagiaba tantos cambios, La hora azul

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obteniendo en cada nueva lectura una nueva interpretación. La transformación y el cambio, tan inherentes al ser humano, también están presentes en los dos relatos siguientes.

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GREGORIO SAMSA

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruo. Su proverbial sensatez se había convertido en una retahíla de halagos y promesas difíciles de cumplir. Su elegancia natural había degenerado hasta verse convertida en un inventario de gestos estudiados, ensayados y analizados al milímetro. La amena charla de la que disfrutaban sus amigos era ahora un cúmulo de forzadas consignas y frases huecas. Gregorio Samsa pasó a cultivar con esmero y devoción los mismos vicios que antes criticaba, y aquella humildad de la que hacía gala se había transformado en toda suerte de abusos y atropellos. Además, el aprecio hacia sus congéneres había derivado en el convencimiento de que todos eran manipulables a través de un concienzudo fomento de la ignorancia. No era necesario comprobar si su espalda era dura y en forma de caparazón, tampoco si un par de antenas filiformes habían surgido de su cabeza, ni si bajo sus pantalones de pijama asomaban unas patas largas aplanadas y espinosas, ni siquiera si habían crecido unas alas membranosas en su dorso. No cabía la menor duda de que a Gregorio Samsa, una extraña metamorfosis le había transformado en un animal… político.

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ESTRÉS POST VACACIONAL

Quién sabe, quizás fuese el cambio de estación lo que provocaba en mí aquella sensación de perpetuo cansancio y de infinita tristeza, o tal vez el regreso a la rutina, el ruido y las prisas de aquel repentino septiembre. Aunque sobre todo, eran aquellas primeras luces del alba las que traían consigo el desasosiego y una irracional sospecha que iba apoderándose de mí en cada nuevo amanecer. El paso de las semanas no contribuía a reparar mi cada vez más maltrecha salud y finalmente me decidí a consultarle a un viejo compañero de la facultad, el cual me diagnosticó el típico estrés postvacacional, nada que no pudiesen solucionar unas cuantas píldoras, ejercicio físico moderado y una alimentación equilibrada. Los remedios recetados por el doctor no sólo no me produjeron ninguna mejora, sino que por el contrario, mi apatía aumentaba, mi piel se tornaba pálida y mustia y mi estómago no toleraba casi nada de lo que ingería. Sin embargo, la llegada del horario de invierno y la consiguiente merma de los días, provocó en mi estado físico una mejoría casi milagrosa, y a medida que los días se acortaban mi salud iba mejorando de manera notable. No obstante, el más tenue rayo de luz provocaba en mi piel terribles quemaduras, una intolerancia alérgica a la luz del Sol, según mi amigo el doctor. Ello me obligó a La hora azul

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prescindir de las salidas diurnas, a cubrirme con ropa oscura y a recluirme durante el día en el sótano de casa. Las sombras y la oscuridad me proporcionaban la energía que la luz me hurtaba, y poco a poco se convirtieron en mi único alivio. Mi mujer, una eminente bióloga, insiste en que todo esto debe tener una explicación científica que no se aleje de las fronteras de la medicina, pero ya no sé cómo explicarle la “extraña” desaparición de sus cobayas, la ausencia de mi imagen en los espejos, y mi irresistible obsesión por morder su cuello.

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Nunca confié en el azar, y aunque alguna vez he frecuentado el bingo y algún casino, he jugado a la lotería y me he dejado engañar por algún trilero, siempre partí del absoluto convencimiento de que la banca siempre gana. Mis padres me inculcaron que el esfuerzo y el tesón son la única baza que tenemos en la gran partida de la vida, sin embargo, el azar existe, aunque hay que tener en cuenta demasiadas variables como para que se convierta en un aliado en el que poder confiar. Si pudiésemos controlar, por ejemplo, todas las variables físicas que intervienen en el juego de la ruleta: el lugar en el que el croupier apoya la bolita, la velocidad con la que la lanza por el resalte de madera al tiempo que el plato gira en dirección contraria, el rozamiento del aire, la fuerza de la gravedad, los ángulos de impacto entre la bola y los compartimentos de las casillas, o el rozamiento que se produce entre la pequeña esfera y el plato antes de detenerse definitivamente en una lugar, podríamos saber a priori, cuál iba a ser el desenlace. De manera que el resultado final no sería producto del azar, sino de todos los procesos físicos que han tenido lugar dentro del cilindro. El concepto de azar vendría a ser el de un destino que no podemos controlar, por esa misma razón guardo cierta fascinación por el jugador que confía en su mano de cartas, y que imperturbable a los ojos de los demás es capaz de llevarse la partida con dobles parejas y una buena dosis de sangre fría. El azar, que nos convierte en ganadores o en víctimas del juego, ese mismo azar que nos muda de triunfadores a menLa hora azul

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digos, estĂĄ presente en los siguientes relatos, como tambiĂŠn lo estĂĄ en casi todos los asuntos de la vida, por eso, mientras el plato sigua girando y la bola no se detenga, todo es posible.

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EL OPOSITOR

La convocatoria había dejado a todos los aspirantes estupefactos, tan sólo una plaza para cubrir aquella preciada vacante, sin embargo, nuestro opositor no se encontraba nervioso ni alterado por aquel contratiempo. Escondido tras unas gafas oscuras como un avezado jugador de póker, aparentaba no querer desvelar a sus oponentes la valiosa información que parecía atesorar. Esa mañana, antes de encaminarse hacia la Universidad, había pasado por la Catedral, un imponente templo barroco cuya torre se divisaba desde cualquier punto de la ciudad. Ya en su interior, el opositor cruzó la nave central y se dirigió a una de las capillas laterales deambulando entre un bosque de columnas y capiteles, centelleados por los matices irisados de los haces de luz policromada que se colaban entre las vidrieras. La capilla de San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, se encontraba separada de la nave por medio de una reja, y en su interior había un pequeño retablo a los pies del cual los devotos podían encender velas para alumbrar sus peticiones. El estudiante prendió una de las pequeñas lámparas de cera y la llama, tras unos instantes de indecisión, se avivó con fuerza. Al cabo de unos minutos el opositor volvió a cruzar la maraña de columnas y se dirigió al paraninfo donde iba a tener lugar la prueba. Cientos de aspirantes a la solitaria vacante cruzan miradas preocupadas e inquietas. Algunos echan un úlLa hora azul

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LA ORQUESTA DEL TITANIC

“Las tragedias no están escritas para un buque como éste”, dijo el capitán del barco. Luego todo el mundo corría mientras la orquesta seguía tocando... 154

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LA CARRERA

De pequeños les decían que lo importante era participar, pero en su primera competición comprobaron que sólo ganaba el primero. La hora azul

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