LA TERTULIA Y LA FUNDACIÓN YON SOLLEIRO
LA TERTULIA Y LA FUNDACIÓN YON SOLLEIRO
Š Yon Solleiro
Edita:
I.S.B.N.: 978-84-15933-13-7
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Todas las situaciones y personajes de esta historia son ficticios
JAVIER
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Javier salió de su despacho de muy mal humor. Siempre, en todas las empresas en que trabajó, había tropezado con los mismos problemas: incompetencia, envidias y nepotismo. Algún otro más, pero esos eran los principales. Si a la incompetencia le unes el nepotismo, ya tienes un problema grave, pues ningún argumento sirve, si además le sumas la envidia es que ya no tienes soluciones. La única solución es la que aprendió a tomar en su anterior empresa en Galicia, dimitir, pero ahora y de momento no estaba dispuesto a ello, pues parece ser que el que «recomienda» va a ser retirado del Consejo de Administración y, entonces, ya todo se resuelve casi de un plumazo. De todos modos su mal humor no cesó de fluir al recordar las barbaridades que tuvo que aguantar de un total incompetente. Su día de trabajo ya había terminado y se dirigió a la cafetería que solía visitar al final de la jornada, para, en una conversación con alguno de sus amigos, dejar atrás los malhumores del día. Al llegar vio un conocido que trabajaba en el banco donde tenía su cuenta, acompañado de una hermosa mujer. Se acercó a ellos y su amigo le presentó a María, que tal era el nombre de la dama. Se pusieron a charlar de cosas intrascendentes y el amigo le contó que María trabajaba en el mismo banco que él y que si no la conocía era porque recientemente había sido trasladada a la misma sucursal en que ellos tenían sus relaciones profesionales. La conversación terminó y cada uno se fue por su lado sin más. 7
Javier se fue para su casa, sin embargo ya cesó su mal humor gracias a la conversación habida con sus amigos, que si no fue trascendente, por lo menos había sido amena. Era Jefe de Ventas de una importante compañía, con sedes por toda España y también en el extranjero, aunque era una empresa de capital español. Tenía, por tanto, un puesto ejecutivo importante en la empresa, a la que accedió con una fuerte competencia, pero gracias a lo que había logrado en las compañías que trabajó anteriormente, le dieron el puesto.. Vivía, o mejor dicho, dormía, en un apartamento que tenía alquilado cerca de su lugar de trabajo, pero la verdad es que sólo dormía en él, ya que las comidas y cenas las hacía, o bien en la cafetería o bien en un restaurante, ya un poco más lejano, de un amigo de la infancia en Galicia, el que le permitía toda clase de caprichos culinarios, aunque la comida normal en el restaurante era común y corriente para poder ofrecer precios bajos. El establecimiento se llamaba Enxebre, nombre que ya indicaba la procedencia. Aunque las comidas eran bastante comunes, la calidad de los productos era muy buena, pues su propietario, Manuel, era nacido en la ría de Arousa y muchos de sus productos procedían de aquella zona. Javier no tenía ganas aquella noche de ir tan lejos, pues había dejado el coche en el garaje del apartamento y no le apetecía sacarlo y conducir por Madrid a esa hora de la tarde, en que los atascos eran cosa de todos los días. Así que se fue para casa con un café que había tomado y pensando que si tenía algo en el frigorífico, sería suficiente.
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MARÍA
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María se había incorporado recientemente a la sucursal céntrica del banco en el que trabajaba. Como su puesto era de interventor –el más desagradecido de todos los puestos en una sucursal bancaria– el trabajo no le dejaba tiempo para nada, pues tenía que ir por las tardes a poner orden en lo que su antecesor masculino había dejado de mala manera. Es más, después de la última inspección lo habían degradado y la enviaron a ella porque tenía fama de ordenada y de no dejarse llevar por los compañeros ni por los clientes. No le gustaba tener que vivir en Madrid, su anterior destino era en un pueblo de Alicante, pero si quería alcanzar ascensos en su trabajo, tenía que acceder a estos puestos, que, como el que ocupaba actualmente, eran de mucho trabajo y responsabilidad y nunca estaban pagados como se merecían. El Director lo pasaba mucho mejor, recibía a los clientes importantes; salía cuando quería con la disculpa de visitas a clientes; tenía mucho mejor sueldo que ella; trabajaba la mitad y si luego en su ausencia venía un cliente y había que correr un riesgo, siempre le tocaba a ella. De todos modos, como de momento tenía pocos amigos en Madrid, le daba igual trabajar más horas. Había alquilado un piso en Alonso Cano; un piso muy amplio pero que a ella no le sobraba, ya que sus padres podrían venir a visitarla con cierta frecuencia desde Barcelona, en donde residían, y quería que tuvieran comodidad. Además, el problema económico no existía, ya que, aparte de un buen sueldo, tenía su propio dinero de una herencia de un tío y 9
padrino suyo que había muerto hacía dos años y como no tenía ni mujer ni hijos se lo dejó todo a su sobrina, y todo era bastante. Dada su profesión, estaba invertido bien, con muy poco riesgo y mucha rentabilidad, lo que le permitía vivir sin pensar en los problemas económicos. María solía desayunar en la cafetería en que había conocido a Javier, y las comidas de mediodía las hacía por la zona en que trabajaba, pero por la noche no, para cenar le gustaba cocinar, y tenía siempre en casa alimentos congelados suficientes para hacer platos sabrosos, que le hicieran olvidar las comidas que hacía a mediodía. Es que llegaba un momento en que todas le sabían igual y ya iba a los restaurantes porque no tenía otro remedio, pues no le daba tiempo a ir a su casa y cocinar a mediodía, a pesar de la jornada continuada –eso era para los otros– ella tenía que trabajar por la tarde. Recorrió todos los restaurantes y cafeterías próximos a su trabajo, pero no obtuvo satisfacción en ninguno de ellos, por lo cual comenzó a ser asidua de un restaurante, en que por lo menos, las comidas parecían mejores. Pero luego de noche se desquitaba. Le gustaba cocinar platos muy elaborados, con sabores muy fuertes, que no picantes, pero que además de la calidad de los productos, realizaba con hierbas aromáticas que daban mucho gusto a sus platos. Todo lo que cocinaba lo había aprendido de su madre y de los libros de cocina que tenía en abundancia en su librería. Para ir a trabajar no llevaba el coche, ya que el aparcarlo era difícil y si lo hacía le costaba tanto como un taxi y encima tenía que trabajar. Acordó con un taxista que la llevara todos los días y si algún día no quería que fuera le avisaría telefónicamente. Y así se instaló en Madrid.
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EL ENCUENTRO
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Era un viernes por la tarde y Javier al terminar la jornada, sobre las 9 de la noche, se encontró con que no tenía ningún plan de fin de semana, los días anteriores había estado de viaje y no había contactado con ninguno de sus habituales y se fue a la cafetería próxima a cenar alguna cosa ligera e irse después a la cama, pensando que al día siguiente, sábado, ya contactaría. Nada más llegar a la cafetería, se encontró de frente con María, que llegaba en ese momento, también según dijo a tomar algo antes de irse para casa. Javier se alegró de esta circunstancia e invitó a María a compartir mesa. Así lo hicieron y estuvieron charlando de cosas intrascendentes, hasta que salió a relucir la comida y los restaurantes. Javier le contó lo del restaurante de su amigo y aprovechó para invitar a María a cenar al día siguiente en el mencionado restaurante. María, que con su carácter de ejecutiva no tenía pelos en la lengua, la cosa le pareció bien, pues no tenía ningún plan para el sábado y aceptó, aclarando que ésa no era una cena a la americana, que estaba dispuesta a ir si Javier aceptaba las condiciones. Aceptaría ir a cenar y a bailar y después cada uno a su casita. Javier, aunque le gustaba mucho María, no pensaba que la cosa iba a ser tan fácil, y así se lo dijo, que su intención, de momento, era sólo eso, cenar, divertirse un rato en un baile o un cine y luego, como dijo María, cada uno a su casita. 11
Quedaron pues en que al día siguiente él la iría a buscar a su casa, para lo cual ella le dijo la dirección, y sobre las nueve la llamaría desde el portal. Así quedó la cosa, cada uno por su lado se fueron a dormir. Al día siguiente y a la hora convenida Javier fue a buscarla y en el mismo taxi que llegó él se fueron al restaurante. Explicó que cuando iba a cenar fuera nunca llevaba su coche, iba en taxi y volvía en el mismo medio para no tener que medir si bebía algo más o algo menos. La llegada al restaurante fue triunfal, el dueño que estaba pendiente de recibir a Javier, pues éste ya le había llamado por teléfono pidiendo mesa para dos, para las diez aproximadamente, se quedó alucinado con la belleza de María y no dejaba de decirle a su amigo el buen gusto que tenía al escoger compañía. Como era de esperar los atendió magníficamente, incluso personalmente. Y llegó la sobremesa y ahí fue donde Javier tomó la palabra para decirle a María que quería que se conocieran un poco más y que él comenzaría por darle sus detalles personales, con el fin de evitar luego malos entendidos, si continuaban su amistad, cosa que dijo él deseaba profundamente. Así que empezó: –mi nombre es Javier Gonzalo Valls Gómez, nací en La Coruña hace tan sólo 34 años. Mis padres son gallegos, viven en La Coruña, me llevo muy bien con ellos. Estoy soltero, nunca estuve casado aunque sí enamorado cuando tenía 20 años de una nena de más o menos la misma edad, pero que la cosa no siguió adelante. Trabajó en la empresa que ya te dije de Jefe de Ventas, ejecutivo importante en esta empresa pues tengo rango de Vicepresidente. En mi tarjeta verás que pone: Javier G. Valls, el Gonzalo no me gusta y así prefiero que me llamen, Javier solamente. Ya te dije ayer que vivía en un apartamento cerca del trabajo. Como ya no somos niños también te digo mis inclinaciones políticas, hacia la izquierda, que no casan con las de mis jefes naturalmente, pero a los cuales no tengo que dar esos detalles, ni me los piden. 12
– Lo único que quieren es que mi departamento suba, y eso está fuera de toda duda, por lo cual soy apreciado en la empresa, aunque a veces tenga que aguantar tonterías de recomendados y parientes del Consejo de Administración. – Creo que te he dado todos los datos de mi vida,si quieres saber más pregunta. Ahora me toca a mí, dijo María: me llamo María Eduarda (no te rías) Franquet Fernández. Mi padre es catalán y mi madre sevillana, me llevo bien con ellos y viven en Barcelona, cuando nací mi madre y su familia se empeñaron en que me llamara Eduarda igual que una abuela que había tenido. Mi padre aceptó y en el bautismo me pusieron ese nombre, pero cuando me inscribió en el Registro Civil me puso María solamente, por lo cual mis tarjetas prescindieron del Eduarda. Trabajo, como tú sabes, en el Banco, tengo 28 años y estuve casada cuando tenía 20 años con un elemento que me duró dos años solamente, pues a los 22 ya había pedido el divorcio, y de mutuo acuerdo llegamos a ese fin. Mis ideas políticas más o menos coinciden con las tuyas y con las de mi padre, no así con las de mi madre. Vivo en donde tú ya sabes en el piso alquilado y no tengo ni novios, ni amantes. Una vez enterados de su currículum ya tuvieron tiempo de llegar a otras conversaciones, que ese día se alargaron a los asuntos personales, con lo cual cuando terminaron ya era muy tarde y se fueron cada uno para su piso. Tanto uno como otro se fueron contentos con la velada, ya que se habían conocido, habían simpatizado y quedaron en verse el lunes a la hora de desayunar en la cafetería. Ya tomaron nota de los números de teléfono de ambos y así cuando se vieron el lunes desayunando no tuvieron necesidad de darse más datos. Javier comunicó a su amiga que se iba de viaje esa tarde a Barcelona y que no volvería hasta por lo menos el viernes, pero que si hubiera algún inconveniente para el sábado se lo comunicaría. 13
Y llegó el sábado, muy esperado por ambos, aunque no expresamente, y a la hora convenida Javier fue a buscar a María para ir a cenar. A la entrada del restaurante se encontraron con un matrimonio joven, amigos de Javier y tras las presentaciones de rigor les indicaron si querían cenar en la misma mesa que ellos, pues Manuel les había reservado una mesa en una zona en que la intimidad de las conversaciones era respetada ya que las otras estaban detrás de una especie de biombo. Lo hicieron así y la velada transcurrió muy amena, ya que la conversación fue muy fluida y sobre algunos temas había diversidad de opiniones. El matrimonio se fue antes que ellos y volvieron a quedar solos. Es entonces cuando la conversación pasó a ser más personal y Javier dijo: – Ahora que se han ido, me gustaría que me dieras tu opinión sobre la institución matrimonial, ya que tú estuviste casada y tienes un conocimiento de causa del que yo carezco. – Me pides una opinión de algo en lo que yo he meditado muchas veces, después de mi divorcio, y que he llegado a la conclusión que está mal aplicado actualmente, ya que ahora las mujeres no son como antes, sumisas porque no tenían más remedio, ya que su estabilidad económica dependía del marido totalmente. Para mí que el matrimonio como está ahora establecido no debía de existir, y ya muchos jóvenes se encargan de ello pues se van a vivir juntos sin ningún papel y la sociedad no los rechaza como antes, aunque la que era rechazada siempre era la mujer. – De todos modos hay algo que hay que tener en cuenta, los hijos. – Efectivamente. Eso es lo único que debería establecer el Estado de una forma muy contundente, de manera que los que engendran un hijo tuvieran unas obligaciones, vivieran juntos o no, lo suficiente duras para que no se tuvieran hijos sin tener en cuenta esas obligaciones que se adquieren con este acto. Tener un hijo es una responsabilidad 14
y como tal deben establecerse leyes mucho más duras que las actuales. Ellos no piden venir aquí. Los traen sus padres una veces por placer y otras por voluntad. – Ya he oído más de una vez a muchachos decir a sus padres: «yo no te pedí que me trajeras a este mundo», pero eso también podría decirlo el padre y el abuelo, etc, hasta los primeros que tuvieron un hijo, y esos se supone que no tendrían ninguna razón metafísica para ello, se limitaron a seguir los instintos primarios que en su creación tenían establecidos. – Parece que en principio estamos de acuerdo, pero no obstante no demos por cerrado este coloquio al respecto, y si el próximo sábado vienen a cenar el matrimonio amigo, como ellos sí están casados pueden darnos su opinión. La conversación decreció, ya que tanto uno como otro estaban pensando en lo mismo, en lo bien que lo pasarían si estuvieran un fin de semana juntos, pero ninguno se atrevió a dar el primer paso como si fueran adolescentes. María, no obstante, pensó que no debía de hacer que las cosas fueran demasiado fáciles, pues así se apreciaban más. Se separaron como siempre, cada uno a su casa, aunque María esta vez no dejó de pensar que la cosa tenía que avanzar y cambiar, pues no se podría tener una relación platónica por mucho más tiempo sin que surgieran otras alternativas que ella, ahora sí, estaba dispuesta a aceptar. Pero, no obstante, quería dejar que la iniciativa partiera de Javier para dejar a salvo su orgullo de hombre. Y llegó el sábado siguiente y otra vez fueron a cenar al mismo lugar y aparecieron los mismos contertulios, volvieron a cenar juntos, y a la hora de la tertulia, contaron al matrimonio la conversación que habían tenido el sábado anterior respecto a la unión matrimonial, para que les dieran su opinión. Se encontraron con la opinión tradicional de la Iglesia Católica, eran totalmente conservadores al respecto y no aportaron ninguna novedad que no conocieran ambos protagonistas. 15
Estaban en esta conversación, cuando se acercó Manuel a presentarles un amigo, muy amigo –según Manuel– pues era un periodista que había conocido allí en Madrid cuando abrió el establecimiento. Lo invitaron a sentarse con ellos y le contaron lo que habían estado discutiendo, sobre la idoneidad del matrimonio canónigo, y también lo invitaron a que diera su opinión. El periodista tampoco dijo nada nuevo, estaba como persona joven, más cerca de la opinión de Javier y María, pero no llegaron al fondo de la discusión que dejaron para otro día. En ese momento fue cuando Javier les hizo una proposición. Ya que el tratar una cuestión que a veces trae discusiones violentas, máximo cuando la Iglesia anda por medio, y que la discusión había transcurrido en unos términos civilizados y científicos, podrían, si todos estaban de acuerdo, hacer una reunión los sábados en este lugar en la que sólo pudieran estar los que ahora estaban, además de Manuel que se incorporaría cuando consideraran conveniente. Sólo ponía una condición, que no se tratara de política, salvo acuerdo de todos y que no se pudiera agregar ninguna otra persona a LA TERTULIA, si no había acuerdo por unanimidad. Vamos que casi como la Unión Europea, dijo bromeando, y,continuó, como este próximo sábado iba a estar de viaje, si estaban de acuerdo tenían quince días para pensarlo. Se acabó la reunión y fueron marchándose unos y otros hasta que quedaron solos. Entonces María preguntó a Javier: – No me habías dicho que ibas a estar de viaje el próximo sábado. – No te lo dije porque lo quería dejar para cuando estuviésemos solos. – Tú dirás por qué. – Pues porque en este viaje, que tengo que realizar a mi tierra para firmar unos papeles, quería invitarte a que vinieras conmigo de fin de semana. 16
– ¡Vaya sorpresa que me das!, no esperaba esta invitación, pero sin pensarlo mucho más acepto, pues a lo mejor si lo pienso mucho te digo que no. Pero con una condición: otro fin de semana cualquiera te invitaré yo a Barcelona para que conozcas esa ciudad de algo más que de reuniones de negocios. – Muy de acuerdo, pues estoy deseando que nuestras relaciones avancen. – No será por la discusión sobre el matrimonio, que ya te digo, es un error que no estoy dispuesta a repetir. – No es por eso, es porque desde el principio que nos conocimos, sentí que nuestras relaciones no se iban a acabar rápidamente. –Y, dice bromeando–, lo hago como los antiguos me pongo de rodillas y te digo que te quiero. – No me iba a pasar la risa en un largo rato. – Bueno, pues ya que se ha roto el hielo, la proposición abarca el que este mismo fin de semana lo pasemos juntos. – Acepto todo, pero la condición de hoy es que vayamos a mi casa para que no me encuentre tan extraña, porque lo que para vosotros los hombres puede ser una aventura de unos días, para nosotras, las mujeres en general, es una cosa más seria. Como comprenderás no se trata de una aceptación de un frívolo fin de semana, sino de que algo más que siento junto a ti. Y así sencillamente transcurrió ese fin de semana tan importante para la vida de los dos, después de una noche satisfactoria para ambos, ¡cómo no podía ser de otro modo con dos amantes que son jóvenes y se quieren! Por la mañana se sentaron a desayunar en una terraza pequeña que María tenía en el piso y durante el transcurso del mismo llegaron a tener una aclaración a lo ocurrido. Lo primero en la conversación vino de parte de María que diciendo pocas palabras abarcó mucho en contenido. Dijo: – Ahora tranquilamente y sin la presión que las urgencias sexuales nos someten, quiero dejar claro desde este momento nuestra 17
situación. Tú sabes que yo desde mi divorcio aborrezco el matrimonio como institución firmada y sellada ante notario, lo cual no significa que no esté dispuesta a compartir mi vida contigo, pero siempre con la premisa que antes expresé. Solamente cambiaría si en un futuro estuviéramos dispuestos a tener un hijo, en cuyo caso tomaría otra decisión. Pero lo de ahora que quede claro. – De acuerdo en todo, –contestó Javier–, pero hemos de tomar otras decisiones, pues si como creo tú estás dispuesta a que vivamos juntos, esa situación lleva a que las tomemos y que digan, cómo, cuándo y dónde. El cómo ya está decidido el cuándo, si tú no tienes inconveniente es lo más pronto posible y el dónde es: ¿estás dispuesta a venir a vivir a mi piso?. – Creo, –dijo María–, que es más idóneo el mío, primero porque es más grande, dispongo de habitaciones independientes para que podamos tener nuestra intimidad en baños y duchas, y luego porque en principio me encontraría más cómoda y a ti por lo que veo te da igual. – Ahora bien, yo me quedaría, de momento, con mi piso, pues cambiar las cosas poco a poco no me daría ningún agobio, como pasaría si lo hiciéramos rápidamente. – Bien, porque si en un caso vienen mis padres de Barcelona, quiero tener un lugar donde alojarlos sin dar muchas explicaciones. – Aún hay más cosas – ¿Sí? – Tenemos, también, que tomar una decisión respecto a lo que hemos de decir a nuestros contertulios, a los que hemos citado para dentro de quince días, sobre nuestra situación. – Creo que no hay por qué ocultar nada, diremos, si nos preguntan, la verdad de nuestra situación, aunque al matrimonio católico no le gustará mucho, pero claro esto es cosa nuestra y nadie tiene por qué inmiscuirse en ello. Una vez aclaradas las cosas, se entretuvieron en salir por Madrid adelante y a aprovechar el buen tiempo para tomar el vermut en una terraza, comer en un restaurante que no fuera el de Manuel y 18
comportarse como toda pareja joven y sin problemas económicos puede hacer en una ciudad como Madrid. Esa tarde fueron al piso de Javier, –que ella no conocía– y este recogió las cosas más indispensables para llevar a Alonso Cano e ir a trabajar el lunes. Y el lunes fueron cada uno a su trabajo, con la diferencia que salieron juntos a desayunar y luego cada uno en su despacho se encontraron más completos que la semana anterior. Javier confirmó a la agencia de viajes los billetes de avión para La Coruña, que tenían salida para el viernes por la noche con destino a Alvedro. Ya tenía reservado, vía la misma agencia, la habitación en el Hotel María Pita, para el viernes y el sábado, ya que saldrían el domingo de noche para Madrid. La rutina diaria cambió para ambos, ahora procuraban comer juntos en la cafetería, cuando el trabajo lo permitía y a última hora se ponían de acuerdo para irse a su casa juntos, lo cual era una novedad.
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A CORUÑA
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Llegó el viernes y, como estaba previsto, salieron ya por la tarde en avión para Alvedro, a cuyo aeropuerto llegaron ya de noche, y en un taxi se fueron para el hotel ya reservado. El sábado por la mañana, cuando se despertó, María se encontró con una vista que no conocía, era un día espléndido de primavera y desde su ventana pudo observar la ensenada del Orzán, hermoso paisaje para un día de primavera. Siguió observando, en tanto no se despertaba su acompañante, y cuando esto sucedió y después de que él observara lo mismo, lo comentaron y fue Javier quien le expuso a María el plan que ya antes de salir de Madrid había proyectado. – No tenemos mucho tiempo para ver todo lo que hay que ver así que no vamos a desayunar en el hotel, sino que saldremos caminando y te llevaré a un lugar muy conocido. – No me harás caminar mucho, dice María, ya que no vengo preparada para largas caminatas. – No te preocupes, no tendrás que andar más que unos 500 metros y luego lo demás en taxi. Y efectivamente, salieron del hotel y cruzaron hasta la Marina, calle en que se vuelve a ver el mar. María quedó un poco descentrada al volver a verlo, ya que lo había dejado atrás al salir del hotel, y Javier tuvo que explicarle que la ciudad estaba en una península, principalmente la antigua, que se llama por aquí la Ciudad Vieja y que luego la llevaría para que la viera y lo comprendiera. 20
Javier cumplió su palabra y la llevó a desayunar a Bonilla, explicándole que era una churrería muy antigua, que tenía churros frescos a cualquier hora del día y que era famosa hasta en Madrid, ya que un conocido locutor de televisión, Andrés Montes, más de una vez había hablado por la tele de esta circunstancia. Después de desayunar muy a gusto, cogieron un taxi en el Canton Grande y fueron hasta la Torre de Hércules, símbolo de La Coruña, y subieron todos los escalones, que hay que subirlos a pie. Javier le explicó a su acompañante la antigüedad de esta torre, pues ya la usaron los romanos hace más de mil años,y dice la leyenda que aquí desembarcó Breogan. Desde arriba pudo María observar la configuración de la ciudad y comprender lo que no había entendido bien cuando observó al mar tan cerca uno de otro. Ese día había en el muelle un transatlántico de turismo y si bien ya lo había visto antes desde la Marina, ahora aún le pareció más grande. Desde allí y a pie la llevó bajando por el paseo marítimo, hasta la casa de los peces, lugar en que pasaron casi dos horas y así, entre unas cosas y otras, ya había llegado la hora de comer. Insistiendo en lo de a pie, la llevó a la Domus, la casa del Hombre, otro de los lugares que ver pues tiene un magnífico restaurante, con vistas también a la ensenada del Orzán, la misma vista que tienen desde el hotel y que les gustó mucho en todos los sentidos. Quedaban aún muchas cosas que ver, pero como sabía que no les iba a dar tiempo, dejó para otro viaje las cosas de la ciudad y pensó en ver los alrededores, y así decidió llevarla por Oleiros hasta Sada a la mañana siguiente y quedarse por la tarde a descansar en el Hotel, pues María que no llevaba, como ya le había dicho, calzado adecuado, estaba muy cansada de todo lo que habían andado. Al día siguiente decidió llevarse un taxi, ya que por casi medio día no le merecía la pena alquilar un turismo, y en él fueron hasta las playas de Sta. Cristina, Bastiagueiro, Dexo etc, hasta llegar a Sada. 21
Allí comieron en un restaurante cerca del puerto en donde tanto el marisco como el resto de la cocina estuvo, como dijo María, muy bien. Más tarde volvieron al hotel a recoger el equipaje y se fueron, ya en el mismo taxi, a Alvedro a por el avión a Madrid, que salía sobre las ocho de la tarde. El vuelo fue perfecto y ya en Barajas tomaron un taxi para su casa, dando por terminado el fin de semana por lo que del viaje se trataba, ya que aún les quedaba el domingo para descansar e ir en buena forma a sus respectivos trabajos. Ya en su casa, María conversó con su pareja: – El viaje en general me gustó, pero me parece un poco precipitado para conocer una ciudad y sus alrededores. – Eso ya lo sabía– contestó Javier– que para conocer Galicia y aunque sea sólo la provincia de La Coruña no llegan dos días, eso ya lo haremos en vacaciones y recorreremos todo lo que hay que ver en esa tierra, que es bueno y mucho, pero este viaje no sólo fue para conocer Coruña, sino también para conocernos nosotros un poco más y romper el hielo en nuestras relaciones que acaban de comenzar. – Ya me suponía algo así, pero no te olvides que quedamos en ir a pasar por mi cuenta un fin de semana a Barcelona. No será el próximo, ya que quedamos con nuestros amigos en vernos en el restaurante de Manuel. Por cierto me presentaste al matrimonio con quien quedamos, pero ahora quisiera que me contaras algo de ellos, pues nada sé. – Nada sé seguro– dijo Javier– pero algo me dijo Manuel sobre ellos. Dice que están casados por la Iglesia, que son católicos al estilo español, es decir que discuten en favor de la Iglesia pero que luego no cumplen casi ningún precepto de la misma. Eso sí, parece que van a misa los domingos, que son de Segovia, que se conocen desde niños, y que a pesar de llevar casi cuatro años de casados, no tienen hijos, según Manuel no por su gusto. – Pues para no saber casi nada lo sabes casi todo, lo único que no me dices son sus nombres. 22