Las aventuras de alan braw

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Las aventuras de Alan Braw Daniel Igual Merlo



1ยบ PARTE LA GUARDIA REAL



1. La llegada a Ciudad de Monarcas

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levaba cabalgando ya dos jornadas, algo previsto teniendo en cuenta la distancia. Cuando reanudó la marcha esa tercera mañana de su viaje el día estaba despejado, pero corría una ligera brisa fresca. Había tenido suerte en esos primeros días grises del otoño por no tener lluvias ni temperaturas frías por la noche. También había tenido suerte en aquellos dos días de no sufrir ningún robo de ningún salteador, que era algo que estaba a la orden del día en aquellos tiempos. Por fin divisó el Palacio Real a lo lejos sobre la loma, más elevado que la ciudad. Era la ciudad más grande que había visto en toda su vida. Aunque en seguida recordó que jamás había salido de su aldea natal en la región de Sonek Hacia escasos meses que había cumplido los dieciséis años. Llevaba años entrenándose con su padre para que llegara ese momento. Cuando recibió la carta de aceptación supo que había dado el primer paso: lo habían aceptado en la Guardia Real. La Guardia Real del rey estaba situada en el palacio en Ciudad de Monarcas. Así se llamaba la capital del reino de Vanrrak. El reino se componía de varias regiones. Ciudad de Monarcas estaba al Noreste y era una de las regiones más extensas. Al Norte y al Noreste de esta, se encontraban las regiones portuarias de Ciudad Marina y Troblio. Al Sur estaba la región de Elduvayez. Más al sur todavía Fuente Sagrada. Al Oeste de la capital, había tres regiones que componían la Extensa Llanura, como se la denominaba: Sonek, Sanka y Seneka. Al Sur de esta primera región, estaba Ansalana, que era la región más pequeña, pero donde el rey trasladaba mucho la corte. Al Oeste de esta, se encontraba Regiones Boscosas, al Sur de esta, Canoma, y al Oeste de las dos anteriores, Confín de Montañas. La región más montañosa del reino con montes abruptos y zonas muy rocosas. Al Norte y al Este de este reino, estaba rodeado por mares. Al sur, había dos reinos que unían sus fronteras al reino, Sergaber y Asuma. Y al

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Oeste, estaban los Dominios Olvidados. Esta era la descripción del reino y sus alrededores. Era un reino legendario. Hacía años que había una relativa calma y paz en el mismo. El rey había acabado con sus enemigos del Oeste, liderados por el Conde Yango y sus magos oscuros. El rey Cedric había extinguido y la magia negra y se podía decir que la blanca también porque sus artes por buenas que fueran, podían traer de vuelta a la negra. Era difícil que el Conde Yango pudiera volver, aunque era una de las posibles amenazas que tenía el reino. Él no había participado ni vivido esa guerra. Su padre sí y llegó a ser el capitán de la Guardia Real, Mine Braw. Cuando decidió retirarse por consentimiento del rey, se instaló en una aldea de Sonek, donde la esperaba su madrastra. Allí crecieron él y sus hermanos. Él con dieciséis años, era el mayor de cuatro hermanos. Su hermana Hansa tenía cuatro años menos que él, su hermano Rand, ocho menos que él y su hermano pequeño, Orlus, nueve. Su madrastra estaba entristecida porque su hijastro se marchaba de su hogar, pero era ley de vida y eran sus deseos. Su padre estaba contento y orgulloso por mucho que lo fuera a echar de menos porque iba a seguir sus pasos. Desde muy pequeño, había sido entrenado para ello. La Guardia Real no olvidaba lo que había hecho su padre por la orden y por eso amparaba a su hijo. A petición de su hijo, entraría en la guardia como soldado raso. Quería empezar su carrera militar desde la base de la pirámide y tal vez algún día, llegar a ser capitán como su padre. Según su madrastra, había salido a su padre en todo, no sólo en la forma de ser y de actuar, sino en lo físico. Tenía el cabello negro y espeso, la piel bronceada, era fuerte y alto como su padre, teniendo también el mismo tono gris en los ojos. Su madrastra, era una buena mujer. Él era fruto del amor de su padre con otra mujer del que su padre nunca le hablaba. Tan sólo le decía que ella había muerto al poco de nacer él y que su padre se había encargado de sus cuidados. No sabía ni su nombre, ni si seguía viva. Tampoco la recordaba, así que para él, su madrastra y los tres hermanos que su padre había tenido con ella, eran su verdadera familia.

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En medio de estos pensamientos, llegó a la entrada de la ciudad. Ésta a pesar de tener muralla a su alrededor, sus entradas y salidas estaban abiertas sin que hubiera cuerpo de guardia. Por lo que todo el mundo entraba y salía a sus anchas en aquellos tiempos en los que había pocos peligros de día. Entró en la ciudad. Esta era enormemente grande a medida que fue cruzándola, descubrió que antaño había sido más pequeña y había tenido otra muralla. La ciudad tenía un destacamento con una compañía de la guardia real que se ocupaba de la ciudad, con el apoyo de la guardia de palacio, según le había contado su padre. Empezó a distinguir el palacio con sus torres sobresaliendo por las almenas que lo rodeaban en su conjunto. Se detuvo en unas caballerizas para vender su caballo. Iba a seguir las instrucciones de su padre. No estaba bien visto que un hombre que iba a entrar como soldado llegara montado con un caballo porque denostaría al resto de sus compañeros. La guardia trabajaba a pie a no ser que fuera para desplazamientos largos. Si era merecedor de un caballo, el tiempo lo diría. El dueño de las caballerizas de la ciudad le compró el caballo teniendo en cuenta que su padre le había dado uno ya mayor que no le era de mucha utilidad. El joven dedujo que no era el único que realizaba esta maniobra a juzgar por el comportamiento del dueño. Con su hatillo cargado sobre sus espaldas y su espada en su cinto, haría el resto del camino andando. Cuando llegó al final de la ciudad, giró a la izquierda y enfiló un camino cuesta arriba dejando la muralla de la ciudad a su derecha. Antes de la almena de palacio tenía que identificarse en el cuerpo de guardia de la barbacana. El puente levadizo estaba extendido por encima de un ancho y profundo foso. Un soldado con uniforme de la guardia Real y alabarda le dio el alto y este obedeció. Mientras sacaba un salvoconducto, que era la carta que el capitán había enviado a su padre, salió de la barbacana otro miembro de la guardia Real. Este era un jefe de grupo y comprobó la carta. Sin hacer preguntas se la devolvió y le dijo:

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–Cuando entrés, muéstrale la carta al jefe de grupo del edificio de la derecha. –Gracias.–respondió el joven. El puente tenía algo menos de cincuenta metros de largo por seis de ancho. Lo cruzó a pie y miró hacia el cielo. Soldados armados con arcos y ballestas vigilaban desde la almena. Cuando este superó el arco de la muralla, se encontraba dentro de palacio. En ese momento, le entró cierto nerviosismo mezclado con satisfacción. Por fin estaba en el palacio Real. Avanzó mirando a su alrededor; había mucho ajetreo por el lugar. En la plaza de armas había soldados desfilando, soldados entrenando con la espada o con los arcos en una apartada zona de tiro. Soldados y más soldados venían haciendo tareas a las cabellerizas, las cocinas o a los almacenes. Precisamente a su derecha, en las caballerizas, había un segundo, aunque más pequeño cuerpo de guardia. Le tendió de nuevo la carta a otro jefe de grupo y este le pidió que lo siguiera. El joven lo siguió por la calle y entraron en un edificio muy grande que tenía la segunda torre más alta de todo el palacio. Siguió al jefe de grupo por unas escaleras de caracol y pronto se encontraban andando en una enorme sala muy iluminada por el sol, cuya luz entraba por un gran ventanal. Allí había unos bancos para sentarse a ambos lados de una puerta. –Espera aquí.–le dijo el hombre mientras que él se perdía tras una puerta. El joven se sentó en uno de los bancos. Había cuatro hombres más aguardando en aquella gran sala. Todos con sus hatillos a sus pies. Justo cuando se sentó, un sargento hizo entrar a uno de los jóvenes que estaba sentado frente a él. Era rubio, con los ojos marrones, la nariz aguileña y la piel ligeramente pálida. Era un poco más bajo que él, pero lo suficientemente alto para estar en la guardia. Para estar en la guardia, había que tener como mínimo dieciséis años y como máximo veintiséis años. Había que medir como mínimo más de uno metro con setenta y dos centímetros y era necesario tener conocimientos de esgrima, de tiro con arco o ballesta, con lanza y

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equitación. Más lucha cuerpo a cuerpo y nociones militares. Además de saber leer y escribir y ciertas nociones de protocolo ante la vida en palacio. Él sabía todas esas cosas, algunas las dominaba a la perfección y con otras se defendía. Lo habitual era realizar unas pruebas para ser aceptado en la guardia o ser trasladado de otro cuerpo después de haber adquirido experiencia. En su caso, su padre le había enseñado todo eso desde que era pequeño y la petición de su padre a palacio, le dejó exento de prueba alguna. Se fijó en el grabado que había en la puerta. Era un grabado que ya había visto en su casa gracias a su padre. El grabado consistía en cinco figuras de héroes mitológicos y legendarios de Vanrrak. El del centro era un águila montada por el rey Basel siglos atrás. A su derecha apuntando hacia arriba, se hallaba un jinete montado a caballo con el estandarte de la guardia elevado hacia el cielo. Era el comandante Yandara, el fundador de la guardia real. Debajo de este, a la derecha del grabado del rey, había un juglar tocando el arpa, era el único personaje que no montaba ningún animal en el grabado general. Se contaba que era el juglar que contaba gestas de la guardia. A la izquierda del rey hacia arriba, montado sobre un hipogrifo, el príncipe Colvyn, que a pesar de ser heredero del trono era el único príncipe que había llegado a ser al mismo tiempo comandante de la guardia. Y por último, a la izquierda y abajo, montado sobre un dragón, el capitán Kolm, el capitán que había aguantado un asedio en palacio durante más de cuarenta días hasta que llegaron las tropas de ayuda. Ese era el emblema de la guardia real. –No pensé que llegaríamos tantos en un solo día.–le murmuró el joven de al lado.– ¿De qué región vienes tú? –De Sonek.–respondió él.– ¿Tú? –De Troblio.–respondió el muchacho, que debía tener su misma edad.–Mi nombre es Norbert Kalahan. –Braw. –respondió el joven mientras le tendía la mano. –Alan Braw. El joven provenía de una familia en la que sus dos hermanos mayores pertenecían a las fuerzas de Troblio y él con sus enseñanzas,

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había superado la prueba. Mientras que Alan y Norbert conversaban, los otros muchachos iban entrando y saliendo por la puerta. Ninguno más llegaba a la sala. Finalmente, entró Norbert y Alan se quedó solo en la sala. Estuvo un rato pensativo. Según le había dicho su padre, la Guardia Real se componía de nueve compañías que superaban la centena de hombres. La más importante era la Compañía Mayor. Luego las otras se numeraban desde la primera a la octava. Y por último estaba la compañía de la ciudad. Su padre había sido el jefe de la tercera durante mucho tiempo. Él no sabía a cuál sería destinado, pero no le importaba mucho. Ya era un orgullo estar en la Guardia. Por fin salió Norbert por la puerta y un jefe de grupo le indicó que entrara mientras que Norbert se despedía de él con un gesto de cabeza. Alan entró y acompañó al jefe de grupo hasta una de las muchas puertas que había a los lados de ese largo corredor. Abrió una puerta de la derecha y le invitó a entrar. Cuando lo hizo, el jefe cerró la puerta tras Alan y este se quedó solo en un despacho bastante amplio. A la derecha, había una mesa rectangular con siete asientos, uno presidiéndola. Luego, había una mesa de despacho con dos sillas delante, detrás de la mesa había una enorme estantería que cubría toda la pared excepto la esquina de su derecha que tenía una puerta. A su izquierda, había una ventana por donde entraba la luz. Al otro lado de la mesa, Alan vio a un hombre. Su pelo era canoso, aunque tenía calva la coronilla, su mirada de ojos azules miraba fijamente a los papeles sobre los que escribía con su pluma. Tenía el uniforme de capitán de la Guardia Real. –Soldado Alan Braw.–dijo en tono impasible sin cambiar su semblante al tiempo que consultaba un papel.–Bienvenido a la Guardia Real. Soy el capitán Morris, jefe de la primera compañía…de la que tú vas a formar parte.–hizo una pausa sin mirarle, Alan permaneció en silencio, aunque ligeramente sorprendió, no esperaba entrar en la primera compañía.–No tienes experiencia alguna en combate, ¿verdad? –No, capitán.–respondió Alan. –Tu padre me aseguró cuando me escribió que estás muy preparado tanto física como militarmente para pertenecer a la guardia. Pronto

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lo averiguáremos. Y aquí tendrás tiempo de aprender muchas más cosas. Tu padre era un buen amigo mío y lo sigue siendo a día de hoy.– en ese momento fue cuando alzó la cabeza para mirar a Alan.–Eres idéntico a él. Ahora la pregunta es: ¿lo harás igual de bien? –Esa es mi intención, capitán, pero sólo el tiempo lo dirá.–respondió Alan mientras que el capitán se levantó y se asomó por el alfeizar del ventanal, delatando una estatura inferior a él. –Nuestra compañía, Alan, es la primera encargada de realizar tareas complicadas porque la Compañía Mayor va pegada siempre al rey. Nosotros nos toca encargarnos del resto de familiares de la familia Real. Cuando no hay tareas o misiones importantes mantenemos un programa de instrucción y de trabajo. Al principio te parecerá desconcertante, pero es muy simple cuando se acostumbra uno. Alternamos instrucción, con guardias dentro de palacio, guardias en las murallas y una vez por semana enviamos una patrulla a reforzar la guardia de la ciudad. Todo eso contando con un programa diario de entrenamiento y trabajos. Lo normal es tener un par de tardes libres para ir a la ciudad a pasar el rato. Y cada mes, un par de días de permiso. Aunque se te pueden privar de estos privilegios si tu suboficial lo cree conveniente. El salario ya te lo habrá mencionado tu padre. Mi compañía tiene hombres ya veteranos que conocen muy bien su oficio. Yo paso cada vez más tiempo con el príncipe Evans al que estoy instruyendo por orden expresa del rey. Poco más tengo que decirte, Alan. Pasará mucho tiempo hasta que volvamos a hablar. Afuera te recogerá el jefe de grupo Crane y pasarás a formar parte del pelotón del Sargento Singlet. Actualmente el Sargento Singlet es también el jefe de la tercera sección al no disponer de oficiales. Puedes retirarte…y Alan, espero lo mejor de ti. En este caso la responsabilidad es doble porque tienes que demostrarlo por ti y por el trabajo de tu padre. Alan abandonó la sala y el edificio, afuera se encontraba Norbert acompañado por un jefe de grupo ligeramente más alto que él con el uniforme de la Guardia. Era un muchacho que tendría tres o cuatro años más que él, con el pelo castaño y los ojos marrones. Dentro de los dominios de palacio los soldados iban sin casco a menos que estuvieran de guardia.

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–Tú debes de ser Alan Braw.–le insinuó el jefe de grupo amablemente. Alan se limitó a asentir con la cabeza y a apretar la mano que le tendía el jefe de grupo.–Soy tu jefe de grupo. Mi nombre es Velibor Crane, y junto al soldado Kalahan, formáis parte de mi pelotón bajo las órdenes del sargento Singlet. –Sí, jefe de grupo.–respondió Alan. –Oh, vamos, no me respondáis de esa forma. Tardaríais mucho en contestarme así. Limitaros a llamarme Crane siempre y cuando no olvidéis que soy vuestro jefe. A Alan le cayó bien su jefe de grupo. Era un joven que daba la impresión de saber mandar y a la vez de poder llevar una buena relación con sus hombres. Este los llevó por el patio de palacio para llevarles a un edificio de varias plantas que era donde se alojaban los hombres de la guardia. La sala donde dormían los hombres de la primera compañía estaba en la planta baja de la misma. Era una sala alargada donde tenía que albergar a un centenar de hombres. Los jergones estaban situados a la izquierda y la derecha dejando un pasillo en el centro. En esos momentos no había nadie allí, obviamente. Junto a los pies de cada jergón había un baúl. Los dos fueron bien vestidos con los uniformes de la guardia y se les asignaron jergón y baúl a cada uno. Luego Crane los llevó al comedor, ya había pasado la hora de la comida, pero ese fue el sitio donde Crane habló con ellos. –Bien muchachos. Os tengo que advertir de una cosa. El Sargento Singlet es un sargento muy duro y estricto. No siente ninguna lástima por sus hombres y no tiene reparos en los castigos. Si advierte en vosotros debilidad, peor os tratará. Tampoco os hagáis los listos ni tratéis de caerle bien. Simplemente hacer lo que os ordene sin rechistar. Y a veces eso no será suficiente. Siguieron a Crane al patio y lo siguieron hacia unos almacenes donde los llevó junto a tres soldados que estaban limpiando y afilando unas espadas y unas alabardas. –Os presento a vuestros compañeros de grupo.–dijo Crane a Alan y a Norbert.–Con vosotros ya estamos al completo.

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Alan observó a sus tres compañeros. Aunque fueron amables con ellos, notó que los observaban con cierta superioridad. Uno tenía unas barbas muy negras y crecidas y era un verdadero gigante. Otro era lo opuesto: delgado, más bajo que cualquiera de los allí presentes, debía de dar la altura justa para estar en la guardia. Bien afeitado, con la piel sedosa y de cabello pelirrojo. El último estaba afilando su espada, pelo rubio y ojos azules. En aquel momento, Alan no recordó los nombres de cada uno. –¡Crane! Se dieron la vuelta los dos nuevos soldados y el jefe de grupo mientras que los tres soldados alzaban sus cabezas. Alan vio que llegaba ante ellos un hombre uniformado con las insignias de Sargento. En seguida notó la veteranía del aquel sargento, con muchas entradas y un bigote ya cano, añadiendo además un cierto sobrepeso. La mirada era fría y penetrante. Sin embargo, Alan no sintió pavor por ese hombre que era sin duda el sargento Singlet. –¡Sargento!–se cuadró Crane.– ¡Estos son los nuevos soldados! ¡Norbert Kalahan y Alan Braw! Alan notó que Singlet lo miraba más fijamente cuando supo su nombre. Tal vez porque el nombre de su padre seguía en el recuerdo de los veteranos de la guardia. –Bien, entonces será mejor que se pongan al día cuanto antes.– ¡Puesto de guardia a media noche, Crane! ¡Qué hagan la guardia! –¡Sí, sargento!–asintió Crane. Singlet se marchó. Lo bueno de no tener oficial en la sección, era que Singlet tenía que encargarse de muchas gestiones al ser el suboficial de más antigüedad. Eso permitía cierta tranquilidad para el pelotón donde habían entrado, que tenía seis integrantes más que formaban otro grupo. Esa noche, Alan y Norbert cenaron en el comedor de la tropa donde se juntaban todas las compañías. Cuando llegó la media noche, los dos se presentaron en el cuerpo de guardia y el jefe de la misma el envío a la muralla Oeste donde hicieron una guardia de tres horas.

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Norbert fue enviado a una garita y Alan a ir y venir por la muralla armado con una ballesta. Disfrutó por un momento de la brisa de aquella noche otoñal. Sabía que tenía que tener paciencia. Al principio sería así, pero ya estaba en la Guardia Real.

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2. En Palacio

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urante las siguientes tres semanas, no hubo mucha novedad en palacio. En ese tiempo Alan conoció a otros soldados, otros jefes, otros sargentos y algún que otro oficial. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la pasaba con su grupo. Alan se sentía a gusto con ellos. El gigante que le habían presentado el primer día se llamaba Sander Avarok, un joven que había entrado en la guardia después de servir en las fuerzas de Regiones Boscosas. Era muy afable y solía estar siempre de buen humor. El joven bajito era Will Marsha. Un muchacho muy callado, aunque cuando intervenía demostraba ser muy inteligente y sabio a pesar de su juventud. El que disgustaba ligeramente a Alan era el otro soldado, Roy Brans, que a menudo se burlaba de ellos bromeando por ser unos novatos. El Sargento Singlet trataba a todos con la misma dureza sin importarle si se era veterano o novato. En esos primeros días, ni Alan ni Norbert se libraron de realizar guardias nocturnas, ya fuera el primer o el segundo turno. En dos ocasiones, Alan tuvo que empalmar la guardia nocturna con la diurna. Hasta la novena noche, no se libraron de hacer guardia y a la siguiente volvieron a realizarla. En esas tres semanas, Alan se limitó al edificio de las compañías donde hacían vida, a los almacenes y al puesto de guardia, además del patio de armas donde realizaba los trabajos y los ejercicios de instrucción. El resto de palacio no lo había visto aún y no había visto aún a ningún miembro de la familia Real. Tampoco había visto al jefe de la guardia; el Comandante Cuin, ni al Capitán Morris. La parte Este de la muralla, tenía una puerta con un puente levadizo (más pequeño que el principal), que accedía a unos jardines y a un palenque para torneos y espectáculos, que debían de ser los lugares donde salía la familia Real. También amurallados y vigilados. Hasta ese momento, Alan ya había realizado varios tipos de guardias: estático en las garitas de las murallas, patrullando por la almena, patrullando por el perímetro interior dentro de palacio y en una ocasión apostado en la barbacana.

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En aquellas tres semanas, ni Alan ni Norbert, tuvieron ninguna tarde libre para salir a la ciudad. Singlet no les había dado permiso alguno, aunque en su pelotón daba pocos permisos de salida. Esas tardes, Alan y su grupo estaban en las salas de estar del edificio de la tropa y pasaban el rato. La instrucción mañanera era bastante interesante y variada. Unos días practicaban tiro con arco o ballesta y otros combatían con la espada. La vigésima segunda mañana desde que llegó a la Guardia, Alan estaba entrenándose con la espada frente a Marsha. De todos los de su grupo, Alan y él eran los mejores espadachines del grupo, aunque el resto se defendía muy bien también. Ambos estaban luchando en la plaza, Marsha era rápido y fino mientras que Alan, era más agresivo en sus movimientos, que contrarrestaban los ataques de su compañero. Ambos estaban enfrascados en su lucha, cuando de pronto, Alan sintió un fuerte y doloroso golpe en el costado con algo contundente, aunque ni cortando ni punzante, después el dolor se trasladó a su parte derecha de la cara, cerca de la frente y cayó al suelo adoquinado de la plaza con la sangre en su sien. Norbert y Avarok, estaban cerca tensando unos arcos, Crane afilando su espada y Brans confeccionando con un cuchillo saetas para las ballestas. Todos se sobresaltaron por lo sucedido y cuando desde el suelo, Alan alzó la cabeza, vio ante él al Sargento Singlet observándole triunfal y desafiante. En su mano derecha, sostenía un palo alargado de madera y grueso con el que había agredido al joven soldado. –¡¿De qué demonios te sirve ser tan bueno con la espada si no vigilas a tu alrededor?!–le preguntó Singlet. Norbert trató de dar un paso para ayudar a su amigo, pero Avarok lo sostuvo por el brazo y le detuvo, no era buena idea. Marsha, miraba estupefacto con la espada apuntando hacia el suelo, Crane observaba a Alan con lástima. El único que continuaba haciendo su trabajo sin mirar, era Brans. –Llevo un rato observando vuestra lucha, Braw.–siguió Singlet.– Me ha dado tiempo a coger el palo, acercarme y golpearte. En ningún momento te has fijado por estar tan emocionado en tu combate con Marsha. Y a él también podría haberle golpeado si hubiera querido porque estaba igual de distraído que tú. ¿Qué haces ahí tirado en el suelo mirando como un niño llorón? ¡Vamos levanta! ¡Ponte en

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pie!–Alan obedeció rápidamente y se puso en pie.– ¡Ahora grábate esto en la cabeza, Braw!: ¡en los combates callejeros nadie entiende de caballerosidad! ¡Aprovechan lo que sea y cuando sea para librarse del enemigo sin importarle lo más mínimo! ¡Hace ya rato que de haber finiquitado tu lucha con Marsha para preocuparte de lo que venía a tu alrededor! ¡Y si no has podido has tenido ocasiones de sobra para pararte a mirar lo que te podía sorprender! ¡Tenlo presente, afuera no tendrás una segunda oportunidad! Alan asintió con la cabeza, pero no podía disimular su enfado y sabía que esto era lo que Singlet quería y con lo que más disfrutaba. –¡Vete a la enfermería a que te limpien ese rasguño diminuto y luego ve al cuerpo de guardia! ¡Tienes patrulla en los jardines Reales! ¡Lárgate, sal de mi vista! Enfurecido, Alan se marchó de allí escuchando a Singlet que les decía a sus compañeros: –¿Y vosotros qué hacéis ahí pasmados? ¡Vamos, continuar con vuestros trabajos! Alan fue atendido en la enfermería, que se encontraba en la parte trasera del edificio donde había estado el primer día conociendo al capitán. Le atendió un anciano que era uno de los que se encargaban de atender a los heridos. Alan dijo que había sido entrenándose y realmente era verdad, pues aquello había sido una lección por dura y dolorosa que fuera. Ya más relajado, aunque todavía muy enfadado, Alan descubrió que el paño el vendaje que se le había asegurado a su sien delataba que había sido golpeado, pero era bastante más doloroso el golpe en el costado. Sin embargo, logró disimularlo con dignidad, la venda tan sólo le cubría la parte derecha de la sien y se presentó en el cuerpo de guardia donde le ordenaron ir a los jardines Reales. De esta manera, Alan cruzó el foso Este y se encontró ya en los jardines. Era la primera vez que los veía y había que admitir que estaban muy bien confeccionados. Tenía caminos adoquinados para pasear y rectángulos de hierba separados por setos además de una plaza con una fuente que representaba al abuelo del actual rey sobre un corcel cuya estatua echaba agua por la boca. Todo este recinto, estaba rodeado

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por más murallas que vigilaban más soldados y teniendo al final del mismo el palenque de torneos y espectáculos. Al otro lado del puente, había varios soldados de la guardia: dos apostados a ambos lados del puente con sus alabardas y cuatro más, uno de ellos un alférez aguardando a Alan que se presentó con el saludo reglamentario. –Bien, ya estamos todos.–dijo el Alférez.–Quiero que todos hagáis una ronda por todos los jardines y que cuando la familia Real salga, que estéis cerca de ellos, aunque lo bastante alejados para que no adviertan vuestra presencia. Alan lo entendió entonces: hacía una buena tarde y la familia Real saldría a los jardines a disfrutar de los mismos. ¿Vería por primera vez a su majestad, el rey Cedric? Se preguntó mientras hacía la ronda. No había nada fuera de lo normal en los jardines y cuando Alan se colocó en el suelo adoquinado, la familia real ya estaba cruzando el puente. De inmediato el joven distinguió llegar primeramente nada más y nada menos que a la reina con dos de sus damas de compañía. La reina Moirea era muy bella a pesar de haber dado a luz ya a seis hijos. Ella y sus dos doncellas se fueron a pasear por los jardines yendo detrás de ellas un Teniente que las acompañaba en todo momento. Alan vio que detrás de ellas llegaba el capitán Morris acompañando a un joven que debía de tener la misma edad que él. Iba con unas ropas vistosas, aunque algo envejecidas. Morris no reparó en él cuando pasó a su lado. Comprendió que se trataba del príncipe Evans al escuchar al capitán llamarle “alteza”. Después vino una doncella muy atractiva, aunque de edad madura venir con dos niños de unos trece años de edad más o menos. La niña venía jugando con una perrita completamente blanca y el niño venía con un hombre de edad muy avanzada. Según las descripciones de su padre esos dos niños eran los príncipes mellizos Ahina y Fenrrir. Ya no salió nadie más del séquito a excepción del pequeño Galio, que contaba siete años, acompañado de su dama de cuidados. Faltaban de los seis hermanos la princesa Mara, que por lo que Alan había oído, a sus doce años, había sido enviada una temporada con sus tíos a Ansalana. Y también el príncipe Lombar de diez años, que se decían que estaba continuamente enfermo. Por supuesto, Alan notó la ausencia del rey Cedric, que dedujo que debía de estar trabajando en los asuntos del reino. ¿Tanto peso cargaban los

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