Los perfiles del viento A. MarĂa RodrĂguez
Antonia María Rodríguez nació en la malagueña localidad de La Romera (Archidona). Cursó el bachillerato elemental en el instituto Luís Barahona de Soto de Archidona y el bachillerato superior en el Colegio Nuestra de Loreto de Antequera. Posteriormente se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada en la especialidad de Filología Románica. Compaginó siempre su labor docente con el ejercicio de la literatura en diferentes publicaciones y revistas. Autora de varios libros de relatos, se define a sí misma como «aprendiza de escribidora» con palabras de su admirado Juan Goytisolo. Su afición literaria se inició en el ámbito del verso con poemas sobre diversos asuntos de los cuales en Los perfiles del viento se recoge una selección de los mismos, escritos en los años setenta y referidos a su aldea natal donde pasó su niñez y parte de su juventud.
Los perfiles del viento A. MarĂa RodrĂguez
Los perfiles del viento A. MarĂa RodrĂguez
Título: Los perfiles del viento © 2015 A. María Rodríguez Cubierta: Francisco A. Martín Iglesias Fotografía de Cubierta: Álamos del arroyo del Puerto de la Cruz
Edita:
I.S.B.N.: 978-84-16414-56-7 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.
Cuando por fin regresas a tu tierra descubres que lo que añorabas no era tu casa sino tu niñez. Salustio
Todo lo que es hermoso tiene un instante y pasa. Luís Cernuda
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Primera Parte:
Volviendo al ayer 1234
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La Fuente de la Mina En la Fuente de la Mina los cantarillos se llenan, glu, glu, con ese sonido de los chorros de agua fresca. A la Fuente de la Mina, al llegar la primavera, flores le regala el campo y el cielo le ofrece estrellas. Esa fuente cristalina que baja de la Romera se derrama cauce abajo refrescando la reguera para dirigir sus aguas caminito de la aldea.
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Las cabras del molino Las cabras del Molino por las mañanas van carretera arriba para las brañas. Y dejan siempre murmullo de pisadas y cascabeles. Las cabras del Molino qué bien que pasan con su cabrero al frente y un perro de aguas. Sólo se quedan cuando el viento o la lluvia toman la sierra. Si una cabra se aleja de la vereda Rafael con su honda tira una piedra y ¡con qué garbo Maestro se la lleva para el rebaño!
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Las cabras del Molino vuelven airosas bajo cielos azules y nubes rosa. Y, en su paseo, dejan en los caminos cascabeleo.
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El arroyo de la Colonia Arroyito, arroyuelo de limpias aguas, ¿a los barquitos nuestros dónde llevabas? Barquitos de papel que ibais nadando, aquellos barqueritos siguen soñando. En las orillas frescas alguien lavaba y al son del agua clara así cantaba: «Arroyo claro, de agua serena quien robó mi pañuelo saber quisiera».
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Los guardagujas Candelario y Julián, los guardagujas, en medio de los trenes la muerte burlan. Y su trompeta, brillante y reluciente, ¡qué bien resuena! Julián y Candelario todas las tardes maniobran los trenes con maña y arte. Sin darse cuenta que se juegan la vida entre las ruedas. Candelario y Julián cual domadores al tren de mercancías cambian vagones. Y los aparcan en la orilla del muelle de tapias blancas.
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Los aceituneros Camino de la Molina los aceituneros pasan con las varas sobre el hombro y las penas en el alma. Las aceituneras llevan en su cintura canastas con niebla de amanecer y frío de madrugada. Caminos, verdes caminos, caminos de la mañana regados con el sudor de la gente que trabaja. En la umbría la aceituna está manchada de escarcha que se escurre entre los dedos en forma de barro o de agua. Caminos de aceituneros que regresan a sus casas mientras se despide el día y la luz se vuelve parda.
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Los segadores Se llena La Romera de segadores y el sol se estrella lento sobre sus hoces. ¡Cuánta gavilla durmiendo en los rastrojos a pleno día! Los trigales son mares que amarillean y la brisa del campo olas les crea. ¡Quién fuera un ave para ver desde arriba tanto oleaje! El trigo de las eras oro se vuelve cuando el trillo navega por la simiente. ¡Ay, quien pudiera navegar para siempre por esas eras!
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Los sonidos de mi aldea Si alguna vez me marchara de esta tierra tan querida sus deliciosos sonidos conmigo me llevaría. Desde que despunta el día con el sol aún lejano, se cuelan por mi ventana los cantares de los gallos. Y en los días de verano en cuanto el calor se afana cantan miles de cigarras escondidas en las ramas. Su canto sólo enmudece con el día ya rendido pero siguen los conciertos con los coros de los grillos arrullando en el silencio el sueño de nuestra aldea junto al croar de las ranas resonando en las albercas.
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Y por caminos y eras, entre almendros y entre olivos, pĂĄjaros de hermoso canto nos deleitan con sus trinos.
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El molino de Maldonado Los carros de aceitunas suben la cuesta camino del molino de La Romera. Aceituna, aceituna de ĂŠbano negra cuando llegan los meses de la cosecha. Cantan los molineros de faz risueĂąa mientras se oye el sonido de la molienda. Y al lado del molino hay una alberca con reflejos de soles y agua de estrellas.
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El cerro del Limonero Cuando vamos al cerro del Limonero me traigo en el bolsillo salvia y romero. Y en los oídos guardo bellos cantares de pájaros que habitan los matorrales. Cantuesos y amapolas salen al paso y con las mariposas pintan el campo. ¡Cuánto querría hacer ese camino todos los días!
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