NHANGA RUME
UN PUENTE EN LA OSCURIDAD Francisco Asensio L贸pez
NHANGA RUME UN PUENTE EN LA OSCURIDAD Francisco Asensio L贸pez
© Francisco Asensio López Título original: Nhanga Rume – Un puente en la oscuridad. Diseño de portada: Francisco Asensio López Fotografías contraportada: Inharrime, Mozambique Francisco Asensio López Edita:
I.S.B.N.: 978-84-15933-62-5 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
Dedicado a Djumek, amigo y cómplice. A las gentes de Mozambique, hospitalarias, amables, generosas y de mirada limpia. En particular a los niños, siempre alegres y para quienes están destinados los beneficios de esta obra. Mención especial para Joana Guirugo, madre de Djumek, imprescindible fuente de datos para la creación de esta historia. No me quiero olvidar de mi esposa Pilar, ni de mis hijas Laura y Esther, ya que sin su incondicional apoyo jamás habría llegado a a conocer este hermoso país. Gracias a Ricardo Hernández Asensio, gran profesional y escritor, por su desinteresada colaboración.
PRÓLOGO Desde la primera vez que pisé Mozambique, quedé cautivado por aquella tierra, sus gentes y su cultura, tan fascinantes por un lado, como enigmáticas por otro. Obsesionado con no pasar nada por alto, traté de guardar absolutamente todo en mi recuerdo y en una enorme cantidad de material gráfico que garantizara la fijación de esos recuerdos con un propósito, poder compartir todas y cada una de las vivencias a mi regreso. El denominador común de los cuatro viajes realizados hasta ahora fue siempre ese, el de tratar de perpetuar textual y gráficamente lo que eran aquellas experiencias. Pero el paso del tiempo demuestra que una o mil fotografías jamás podrán reflejar una sola emoción y al final los recuerdos, en una especie de selección natural, sintetizan lo que una imagen no puede: los sentimientos. Es mucho más gratificador transmitir esas emociones con el poder y la magia de la palabra, catalizador de la creación de esta historia. En octubre de 2009, durante mi primer viaje a Mozambique conocí de forma esporádica a un joven educado, amable y que transmitía algo especial. Fue durante el segundo de los viajes, en abril de 2011, cuando realmente tuve la suerte de conocer a mi amigo Alfredo, aunque su nombre verdadero
es Djumek, a quien europeizaron el nombre las influencias del colonialismo portugués. Como digo, durante ese segundo viaje, tuve la oportunidad de conocer a esta persona de una manera mucho más profunda, creándose con el paso del tiempo un fuerte vínculo de complicidad y amistad. De la mano de Djumek, comencé a rascar en esa cultura ancestral que yo creía relegada a épocas pasadas, pero que hoy, en la era de la informática, la electrónica y las comunicaciones, aún perdura en remansos de paz y tranquilidad, ajenos al estrés de nuestra “moderna sociedad”. La motivación de Djumek para ayudarme en la creación de esta obra es muy distinta, es la de dar a conocer al mundo algunas de sus tradiciones y costumbres de las que tan orgulloso se siente, pese a vivir muy cerca de una capital como Maputo, donde muchas de ellas poco a poco se han ido perdiendo. Uno de mis mejores e imborrables recuerdos lo tengo del tercero de los viajes, de una visita a un poblado casi aislado, cerca de donde se desarrolla la historia contada en este libro y lejos de grandes urbes donde casi todo es caos y miseria. Era una noche de luna llena, al apagar las luces de los faros y bajarnos del coche, mi vista tardó unos segundos en acostumbrarse a la suave y plateada luz. Lo primero que pude
distinguir fueron varias cabañas escondidas en la oscuridad de las que sólo se dibujaba su silueta. Cuando mis ojos se adaptaron a esa oscuridad, pude ver un enorme árbol bajo el que se encontraba una mujer sentada en el suelo apoyada sobre su cadera derecha y delante, junto a ella, una niña de unos siete u ocho años que cuidaba y arropaba con mimo a un niño pequeño que con algún problema de salud dormía sobre una estera en el suelo. Algunos metros más allá, en el interior de una cabaña de forma rectangular, que contrastaba con la silueta similar a una bellota del resto de las construcciones, se podía ver el resplandor de una lumbre, sobre la que descansaba un caldero. La sensación de paz y tranquilidad transmitida por el escenario, la amabilidad de aquella mujer ofreciéndonos baño o comida con una suave y dulce voz en un alarde de hospitalidad fue de tal magnitud, que aunque no entendía absolutamente nada de la lengua en la que hablaba, seguro recordaré el resto de mi vida. El día siguiente fue especialmente fascinante para mí al ser invitado a entrar en la cabaña de la máxima autoridad, el Régulo del poblado. Con él después de ofrecerle mis protocolarios respetos y de charlar un buen rato, con mi amigo Djumek como intérprete, me ofreció aquel lugar como mi hogar y donde siempre seré bien recibido. Comí con ellos y bebí una especie de vino que elaboran, que aún a medio fermentar, tenía un dulzor muy agradable.
Tristeza en el adiós, que aunque tampoco fue mucho tiempo el que compartí con ellos, sí el suficiente para ver en sus ojos la limpieza de su corazón y la sinceridad de afecto en sus palabras de despedida. Episodios y situaciones parecidas se sucedieron constantemente durante este y el cuarto de los viajes, algunas igual de agradables, otras cuanto menos curiosas y otras realmente duras emocionalmente que seguro me han marcado para siempre. El conjunto de todo, es lo que me ha movido a crear este relato basado en costumbres e historias reales. Historias atemporales que han ocurrido, ocurren y ocurrirán. Los personajes de esta historia son todos reales con algunos nombres cambiados, siendo únicamente fruto de mi imaginación la amalgama que une la historia. Todos esos nombres, ficticios o reales, existen en lengua Bitonga, hablada en el lugar donde se desarrolla la historia, si bien algunos otros vienen de la lengua Xangana y uno en concreto del portugués, como licencia y recordatorio de una persona muy querida por mí. En el texto aparecerán también palabras en lengua original y cuya explicación aparece a pie de página. Como curiosidad, los capítulos de este libro están numerados también en Bitonga.
En cualquier caso, el lector dispone al final del libro y por orden alfabĂŠtico, de un glosario de palabras donde poder consultar todos los tĂŠrminos que aparecen en esta obra.
Francisco Asensio LĂłpez
MOZAMBIQUE BAHÍA DE INHAMBANE
BAHÍA DE INHAMBANE
VEGA Y RÍO GUIÚA
1. Nhapossa 2. Naphapha 3. Puente 4. Vega y río 5. Campos de cultivo 6. Zona de pesca
1 Mueyo
–Date prisa Sumby, ¡no llevamos tabaco! venga, vamos… –instaba sin éxito Maffu a su hija que caminaba delante. A cada paso, los pies de Sumby se hundían en la fina arena del estrecho y sinuoso camino, largo y aburrido, que discurría entre la vegetación de una fértil tierra. Los resoplidos de la joven, sobrecargada por un cesto de paja lleno de almejas sobre su cabeza, eran casi imperceptibles, aunque no para Maffu, quien conocía perfectamente el significado de cada sonido o gesto de su hija. En aquella ocasión, el gran saco lleno de mandioca que portaba ella misma sobre su cabeza, la impedía hacer algo por aliviar la carga de la muchacha, aguantando el dolor que hervía en su corazón de contemplar el sufrimiento y los pasos inseguros del caminar cansado de su hija que la precedía.
13
El regreso desde el mar era duro. Ya cargadas, primero subían desde la playa hasta un altiplano perteneciente al pueblo de Naphapha. Caminaban por el llano durante casi dos mil metros en dirección este hasta llegar a una fuerte pendiente que descendía a la vega. Caminaban durante otros doscientos metros atravesándola hasta llegar al margen izquierdo del río, para desde ahí seguir caminando en paralelo al mismo, aguas arriba. En silencio, Maffu maldecía y se culpaba a sí misma por esa costumbre adquirida con el tiempo de acercarse a sus campos de cultivo aprovechando la cercanía de estos al camino, muy próximos a Naphapha, durante el regreso desde el mar. En ellos cultivaba mandioca, maíz y otras verduras, cuya producción junto a la recogida de almejas en la playa, eran su principal fuente de ingresos y subsistencia. Hasta ese momento había preferido hacerlo así a tener que invertir otro día exclusivamente en esas tareas agrícolas, pero comenzaba a dudar si el esfuerzo realmente merecía la pena. –No podemos seguir haciéndolo de esta manera, ¡no puede ser! –pensaba, no de una forma egoísta, sino por Sumby, que continuamente se llevaba su mano derecha a la cintura
14
tratando de aliviar un suave dolor que poco a poco se iba incrementando. Maffu perdida en sus pensamientos y su mirada clavada en el suelo, oyó un nuevo resoplido de su hija precediendo al ruido de caer su cesto al suelo, algo que la sobresaltó e hizo perder el equilibrio del saco que portaba sobre su cabeza. –Lo siento mamá, lo siento –dijo Sumby con una expresión tímida y avergonzada, mientras olvidando su cesta, corría para ayudarla a recuperar el equilibrio y a bajar el saco de mandioca al suelo. Maffu, a pesar de intentar ser amable con Sumby, solo pudo emitir una voz exhausta y un suspiro. –Está todo bien hija, esta todo bien, no deberíamos... –suspendió las palabras y miró al cielo, que ya se tornaba oscuro, para ver el nwahuluana1 que con su inconfundible kwe-kwe-kwe anunciaba los últimos rayos de Sol. Simultáneamente, madre e hija bajaron la cabeza cruzando sus miradas, sobraban las palabras, pensaban en que debían de atravesar el río y que con el anochecer se complicaba.
1 Nwahuluana. Ave que normalmente solo canta al amanecer y al anochecer con un particular kwe-kwe-kwe.
15
La única opción que las quedaba era la de llegar al puente que atraviesa el río en dirección a Nhapossa lo antes posible, antes de que la noche se les echara encima. –Vamos –dijo Maffu y en pocos minutos estaban de nuevo con los fardos sobre sus cabezas, andando por ese camino que ya las sombras del anochecer comenzaban a cubrir. La frondosa vegetación formada por hierbas altas, juncos y cañas de ese tramo del camino junto al río impedía caminar rápido; ni ver mucho más allá de unos cuantos metros por delante de ellas, incluso si hubiera más luz de la que el ocaso ofrecía. El arenoso sendero serpenteaba paralelo al río Guiúa, -que en lengua bitonga significa desierto- en contraste con la fértil tierra que cruza y debiendo su nombre a que en aquella región, en el principio de los tiempos, eran tierras estériles en las que sólo había dunas de arena, pero las aguas de lluvia y del propio río, las tornaron ricas y cultivables. El Guiúa, apenas un arroyo en épocas secas y caudaloso en las lluviosas, parte en dos la vega, la cual es flanqueada por dos grandes llanos elevados una decena de metros sobre el nivel del río, el derecho perteneciente al pueblo de Nhapossa y el izquierdo al de Nhaphapha.
16
Al llegar a un punto intermedio en una línea recta imaginaria que une los dos pueblos, el camino giraba ligeramente hacia la izquierda y se abría un pequeño claro. Ante sus ojos aparecieron los dos enormes troncos que cruzaban el río, formando un sólido puente para atravesarlo. –Seguimos Sumby, no paramos, no perderemos tiempo en esperar a nadie –dijo Maffu agitada e inquieta cuando se aproximaban al puente, confiando en que con la débil claridad que aún había, podrían cruzar al otro lado sin mayores complicaciones. La estricta educación de Sumby, adquirida durante los ritos de iniciación, la exigía una fiel obediencia a lo que los mayores dicen, regla que era aún más inquebrantable cuando se trataba de su madre. En esta ocasión la situación era excepcional, redujo el ritmo de sus pasos y se apartó al borde del camino, donde quedó aterida por el miedo, con un cosquilleo sobre su cabeza y un escalofrío, que como un latigazo, recorrió todo su cuerpo. Miedo que por un instante se vio aliviado al sentir la mano de su madre sobre su hombro.
17
Maffu y Sumby paralizadas, veían sobre el puente la figura de una mujer de cabello largo y liso que la ocultaba el rostro. Cuando meses atrás, esa mujer comenzó a aparecer por la noche sobre el puente al poco tiempo de su desaparición, los régulos2 de los poblados de uno y de otro lado del río pidieron la ayuda de poderosos chamanes de Nhapossa, Nhaphapha y pueblos cercanos. Estos, después de varios ku femba3, consiguieron comunicarse con ella, haciéndoles saber sus condiciones. –Para que cualquier persona pueda cruzar mi puente después del anochecer, tendrá que dispersar Rapé4 para mí. Deberá hacerlo antes, durante y después de cruzar, echándolo siempre por el lado por el que viene el agua. Si alguien osara desafiar esta condición, esa persona será poseída por mí y caerá al agua quedándose conmigo para siempre. Esta condición se hizo pública para el conocimiento de todos los habitantes de la zona y por supuesto también para Maffu y Sumby. 2 Régulo. Máxima autoridad en una población o conjunto de poblaciones. Siempre se trata de hombres de edad avanzada, siendo frecuente el más anciano. 3 Ku femba. Es un ritual realizado exclusivamente por chamanes, cuyo objetivo es comunicarse con antepasados. En casos de enfermedad, descubren si algún hechicero pudiera haber practicado magia negra con el enfermo. 4 Rapé. Tipo de tabaco de oler y mascar en forma de hierba, aromático y muy utilizado por chamanes.
18
–Mamá volvemos, mamá, ¡tenemos que volver! –Sumby repitió insistentemente con voz fallida hasta que alcanzó un volumen suficiente para llegar a los oídos de Maffu. Juntas vencieron al miedo que las paralizaba y salieron de la inmovilidad en la que se encontraban, girando sobre sí mismas y volviendo sobre sus pasos, alejándose de los troncos. Se oyó un chapoteo que las hizo girar la cabeza y ver que la mujer ya no se encontraba sobre el puente, había vuelto a saltar al agua. Casi al mismo tiempo, escucharon las voces de dos hombres que terminaban de cruzar desde el otro margen del río, venían desde Nhapossa y ya habían dispersado el tabaco. –Venid, acercaos, esperaremos aquí hasta que paséis vosotras. Tenemos bastante rapé, os daremos un poco. Maffu se apresuró muy agradecida por el alivio que llegó en un momento tan oportuno, Sumby la seguía muy despacio, aún paralizada por el miedo e insegura. –Chica, toma tu también y pasad rápido mientras nosotros estamos aún aquí, despacio y con cuidado, ¡con estas cosas no se juega! –decía el hombre de mayor edad, mientras daba un poco de tabaco a Maffu, quien aspirando su fuerte olor, se lo agradeció.
19
–Ponte delante y vamos –ordenó Maffu a Sumby, dándole un poco del rapé. –No mamá yo te sigo, voy detrás de ti –contestó con la voz aún temblorosa, para enseguida seguir a la madre con un andar cauteloso y asegurando sus pasos sobre los troncos, al tiempo que miraba de reojo al agua y dispersando con su mano derecha el rapé. Tan pronto como terminaron de cruzar, Maffu se detuvo y se volvió para saludar con signos de agradecimiento a los dos hombres, aunque estos ya seguían su camino. Sumby se apresuró y se puso delante de su madre. Envueltas por un tenso silencio, las dos subían por el estrecho y empinado camino que las llevaba a casa.
20