Las aventuras de alan braw II

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Las aventuras de

Alan Braw II

Amigos y enemigos Daniel Igual Merlo



Las aventuras de Alan Braw II Amigos y enemigos Daniel Igual Merlo


Š Daniel Igual Merlo

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I.S.B.N.: 978-84-15933-64-9 Impreso en EspaĂąa Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


1ยบ PARTE PASTO DE CUERVOS



1. Un paseo hacia atrás Un miembro de la Guardia Real no tiene que pensar a quien va a atacar sino contra quien defiende al rey.

A

lan Braw llegó a la Guardia Real del rey y de su corte a la edad de dieciséis años. Su padre había sido un gran capitán de la misma guardia. Cuando Alan entró en la guardia, aprendió infinidad de cosas, no solamente relacionadas con la lucha y con la vida en la guardia, sino cosas relacionadas con la convivencia, la amistad y el saber apreciar lo importante que es la vida y lo definitiva que es la muerte. Conoció el amor en Laissa, una joven dama de Ciudad de Monarcas. Su llegada a la guardia coincidió con las malas relaciones con el reino fronterizo de Asuma, con el que estalló una guerra pocos meses después. En Ciudad de Monarcas Alan descubrió lo que era la lucha contra enemigos, supo lo que se sentía cuando se privaba a un hombre de su vida y creció como hombre y como persona. Un atentado fallido contra el rey le dio la oportunidad de ver al espía y sicario más famoso de Asuma: El Acróbata. Cuando Alan cumplió diecisiete años y llevaba un año en palacio, el rey organizó un viaje al frente de guerra. El joven formó parte de la escolta que lo acompañó durante toda la campaña. Se enfrentó junto con sus compañeros a enemigos muy temidos y a costa de muchos sacrificios lograron mantener al rey a salvo. Una proeza de Alan defendiendo al rey de sus enemigos después de conocer a El Bosco, un guerrillero enemigo de Vanrrak, le permitió ser premiado con el ascenso a jefe de grupo en cuanto cumplió los dos años en la guardia. Con dieciocho años, Alan ya era jefe de grupo. Al regresar del viaje como escoltas del rey, hubo que hacer muchos cambios. Los combates en el frente habían dejado muchas secuelas en la Guardia debido a las pérdidas. Ingresaron en la guardia nuevos soldados y se cubrieron

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los puestos vacantes. El ascenso de Alan no se pudo producir hasta que regresó de su segundo permiso porque era esencial llevar mínimo dos años en la guardia para ascender. No fue el único, su compañero Marsha también ascendió aunque este se trasladó a la compañía de la ciudad. Alan acabó como jefe de grupo en el pelotón de su gran amigo Crane y junto al grupo que mandaba su otro gran compañero Avarok. En su grupo, tenía a su amigo Norbert y a cuatro muchachos nuevos. En su nuevo puesto, Alan vivió ese tercer año en la guardia. Realizaba las guardias y patrullas correspondientes además del entrenamiento diario. Alan aprendió además a utilizar las armas de fuego que iban apareciendo en la época: El mosquete y el arcabuz. A pesar de no tener asignado ninguna de estos dos tipos de armas, comenzó a dominar su uso con solvencia. Como venía sucediendo prácticamente desde que entró en la guardia, los espías de Asuma que se ocultaban en Ciudad de Monarcas siguieron creando muchos problemas y conflictos. Este era su trabajo rutinario en el que a veces la dama Sansey trataba de interferir. Sansey era la dama que se encargaba de la educación de los príncipes de palacio, aunque sobretodo de los príncipes mellizos Ahina y Fenrrir. Sansey mantenía una extraña relación con Alan que nada tenía que ver con el romance. Era una relación que ni siquiera el joven acababa de comprender hasta la flecha. Mezclada con el odio y el cariño, con el desprecio y el apoyo. Precisamente según fue transcurriendo el tiempo debido a su ascenso, Alan tuvo que verla más a menudo debido a que las guardias en el interior de palacio se fueron incrementando. La guerra continuaba en ese tercer año contra Asuma. En ese tiempo había habido novedades. Vanrrak había logrado penetrar por el Norte de Asuma desde la región de Canoma, pero a su vez, Asuma habían entrado por la costa Este de la región de Fuente Sagrada, añadiendo los enfrentamientos encarnizados que se mantenían casi desde el inicio de la guerra en la región de Confín de Montaña.

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A parte de eso, la vida de Alan no era mala en aquellos días. En sus ratos libres iba con sus compañeros a la taberna y se centraba en Laissa con la que mantenía relaciones. Algunas tardes paseaban y otras cuando hacía mal tiempo, la visitaba en su casa donde estaba acompañada por las dos hermanas de Laissa, que curiosamente se diferenciaban por dos años entre las tres: Laissa dieciocho, Carril de dieciséis y la pequeña Hiselda de catorce. Desde el principio, Alan hizo buenas relaciones con las dos muchachas manteniendo una relación cordial. A veces, coincidía también allí con el capitán Morris, el jefe de su compañía con el que tenía las mismas buenas relaciones. Sin embargo, Alan procuraba no coincidir mucho con él porque le parecía poco cortés de que encima que tuviera el permiso de este para estar con su hija, también se metiera en su casa y en la familia de la que el capitán era dueño. Las cosas iban muy tranquilas en la capital de Vanrrak y Alan ya casi estaba deseoso de que pasara algo interesante.

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2. El asesino de guardias Todos sus militantes, están casados con la propia guardia, pero los lazos con una mujer pueden traer descendientes que algún día cumplan el mismo cometido.

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l joven estaba muy pálido mirando hacia la viga del puente. La noche era muy fría y hacía viento. Estaba apoyado en la barandilla que separaba el bulevar del río con la cabeza ladeada hacia la izquierda. Tenía el pelo muy negro y espeso. La piel ligeramente bronceada y muy bien afeitado. Sus eran grises y su estatura era elevada al igual que su composición fuerte. Estaban en uno de los varios puentes que pasaban por encima del río que cruzaba Ciudad de Monarcas. El joven, Alan Braw, jefe de grupo de la Guardia Real de palacio, suspiró entristecido. En el lugar había un grupo de unos diez soldados. Un par de ellos alumbraban la zona con antorchas. –¿Estás seguro de que ese es uno de tus hombres?–le preguntó Crane, su amigo y sargento de su pelotón. Un joven que se había dejado crecer una barba castaña a juego con su pelo y sus ojos. –Seguro.–respondió Alan, que aunque aquel muchacho era de su grupo, su sargento y amigo no lograba reconocerlo. En aquel lugar había siete miembros de la compañía de la ciudad más él, Crane y su amigo y compañero Norbert. Los tres estaban muy afligidos por lo que estaban viendo ante sus ojos. En el tiempo que Alan llevaba como jefe de grupo había tenido que formar un grupo nuevo de soldados recién llegados unidos a un ya veterano como era Norbert. Cuatro eran los muchachos de su grupo que le habían llegado justo después de ascender. Ese era el motivo por el cual los habían llevado hasta allí. Sobre la viga de aquel puente

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que cruzaba el río, habían ahorcado a un joven soldado. Era un joven llamado Sincol, de su grupo. –¿Por qué no lo habéis bajado de ahí?–preguntó Crane a los miembros de la compañía de la ciudad. –Queríamos esperar a que lo reconocieran, sargento.–respondió el jefe de grupo de esos soldados de forma tímida. –Eso también podemos hacerlo con él bajado. ¡Así que bajarlo!–respondió Crane, que no quería seguir mirando el cadáver. Aquel joven había recibido la tarde entera de permiso. Al no presentarse por la noche en la retreta, Alan pensó que el soldado se había ausentado por algún motivo, pero ya entrada la madrugada lo había hallado aquel grupo de patrulla y habían ido a avisar a palacio. Sospechando que podía tratarse del miembro de su grupo y del pelotón de Crane, ambos más Norbert, habían ido a comprobarlo. Y en efecto, era él que había sido ahorcado. Mientras que lo bajaban, los tres hombres hablaron entre ellos. –Comprobaremos el cuerpo en cuanto lo bajen.–dijo Crane. –¿Quién puede estar haciendo esto?–preguntó Alan preocupado.– ¡Van tres hombres en una semana! Antes de contestar, Crane volvió a prestar atención al cadáver. Se fijo en que tenía hematomas en la cara y golpes en el cuerpo, pero ningún orificio de balas, incisiones o cortes. –Lo han ahorcado vivo y ha muerto por la asfixia.–comentó Crane. –Sargento, harían falta varias personas para ahorcar a un hombre y subirle ahí arriba.–intervino Alan. –No necesariamente.–contestó Crane.–Pudieron atacarle en el puente y descolgarlo por la viga. Pudo ser una sola persona la que le asaltó y tal vez ya tenía hasta la cuerda allí preparada. Recordad que ya van tres casos con este. –Sí, pero no habíamos sido testigos.–respondió Alan.–Y los otros dos, uno murió por apuñalamiento con una daga y otro alcanzado en el corazón por una flecha.

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En la última semana se habían producido dos muertes de otros soldados de la Guardia. Uno había aparecido apuñalado en la habitación de una taberna y otro atado a un árbol de los parques de la ciudad con el corazón atravesado por una flecha. El primero pertenecía a la segunda compañía de palacio y el otro a la compañía de la ciudad. –¡Qué lo lleven a palacio!–ordenó Crane refiriéndose al cuerpo.–El capitán se encargará de informar a su familia. Los tres emprendieron el viaje de vuelta a palacio. Fueron caminando. Alan echaba de menos en aquellos momentos cuando estuvo en la escolta del rey donde siempre iban a caballo. Tenían un largo trecho por lo que fueron charlando. –¡Esto es horrible!–comentó Norbert con preocupación.– ¡Tres asesinatos en una semana! –Y todos ellos de soldados que no estaban de servicio.–añadió Alan.–Espías de Asuma, sin duda. –Un espía no asesinaría así.–replicó Crane.–Seguramente que sea de Asuma, pero es alguien que se ha introducido en la ciudad para asesinar hombres de la guardia. –Tiene que ser muy hábil el asesino o la banda de asesinos para conseguir obrar estos crímenes sin ser descubiertos.–comentó Alan.– Seguramente que ahora las patrullas se incrementen. El resto del trayecto permanecieron en silencio. Era el primer muerto que tenía Alan en su grupo desde que era jefe de grupo. Con anterioridad, había visto perecer a su compañero Brans, a su primer sargento Singlet o al joven Eleosky en Canoma frente a los boscos, al igual que a otros compañeros. Pero hasta ese momento, no había perdido a nadie siendo él el jefe. Al llegar a palacio, Crane los mandó directamente a dormir. Al llegar a la gran sala donde dormía la tropa de las compañías en sus jergones, Alan y Norbert se encontraron con los tres miembros restantes del grupo que los esperaban despiertos en la entrada a la gran sala: –¿Es verdad, Braw?–preguntó un joven de pelo rubio y largo.

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–Sí, Leao.–asintió Alan.–Sincol ha sido asesinado. Las circunstancias han sido las mismas que los anteriores asesinatos, aunque la forma de ejecutarlas, han sido distintas. –¿Y qué se supone que va a pasar ahora?–preguntó Gera, otro nuevo soldado de pelo muy corto y rostro albino. –No hay nada decidido todavía.–contestó Alan.–No hay órdenes ni nada por el estilo. Pero yo os advierto: ahí fuera, en la ciudad, la situación es peligrosa. Cuando vayáis a la ciudad no os fieis de nadie, no vayáis por calles estrechas ni oscuras. Preferiría que fuerais siempre en grupo y no solos. –Habrá una búsqueda, imagino.–supuso Leao. –Eso no es cosa nuestra, chicos.–contestó Alan.–Retiraros ya. Se fueron los tres hombres a sus sitios para dormir. Los tres eran buenos muchachos, lo mismo que el cuarto que había perdido esa noche. Tanto Leao como Gera eran unos soldados completos, pero a Alan el que le llamaba la atención era el tercer soldado que había permanecido callado. Un joven moreno llamado Doyle. Era un joven muy callado que se limitaba a cumplir con sus labores con mucha eficiencia y eficacia. Alan no durmió nada bien esa noche debido a las circunstancias. No solamente por la muerte del soldado sino porque la guerra continuaba y era curioso lo poco informado que estaba un soldado, un jefe de grupo o incluso un sargento de su desarrollo. Todavía no tenían claro los motivos que empujaban a Vanrrak y Asuma a luchar de esa manera que ya duraba casi cuatro años. Había pensado preguntárselo al capitán Morris en alguna ocasión, pero no había querido parecer impertinente. La mañana siguiente fue muy silenciosa. Alan estaba en las caballerizas afilando su espada mientras que sus cuatro compañeros hacían labores parecidas con las armas y el material. Alan aún no había acabado de tener con los nuevos soldados la misma relación que tenía con Norbert, Crane o Avarok. Pese a ello, era un jefe de grupo muy similar a Crane cuando este desempeñaba esas funciones.

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Estando allí en esa mañana en la que empezaba a hacer mucho frío, llegó a las caballerizas Ukop, un anciano que llevaba sirviendo a la familia real muchos años y que siempre estaba mencionando la antigua guerra contra las huestes de los Dominios Prohibidos y además vaticinaba siempre una nueva guerra en el futuro. Además, había sido otro compañero de andanzas durante la escolta del rey en la frontera logrando este sobrevivir, cosa que no sucedió con otros miembros de la escolta mucho más jóvenes. –¡Vaya, si tenemos aquí al sabio de la corte!–exclamó irónico Norbert y amistoso al ver al anciano llegar. –Si eres capaz de vivir lo mismo que yo, tal vez seas igual de sabio.– respondió el anciano. –Hacía tiempo que no te veíamos, Ukop.–comentó Alan interviniendo. –Al igual que vosotros yo también tengo muchas tareas que cumplir. No tengo tiempo de venir aquí de visita. Me envía Sansey para buscarte. Quiere verte. Alan suspiró cansando. Debería de haberlo imaginado. Sansey ya debería de saber el caso de su soldado muerto. En todo el tiempo que llevaba en la guardia, a pesar de no querer él, había ido teniendo una convivencia con la poderosa dama de palacio que poco a poco lo había metido en su juego de protegido. Siguió a Ukop hasta los aposentos de Sansey y Alan entró en la estancia. Dentro estaba una joven a la que él conocía bastante bien. Era la sirviente y ayudante de Sansey: la hermosa Kiaba, de pelo rubio y ojos verdes y de la que siempre Alan había sospechado siempre de la posibilidad de que aquella joven fuera la hija de Sansey. –Hola Alan.–lo saludó amablemente. El joven respondió con un gesto con la cabeza y de otra sala contigua apareció la dama Sansey. Una mujer que era muy parecida a Kiaba, sólo que los cabellos eran castaños, aunque los ojos eran igual de verdes y de hermosos que los de la otra joven.

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–Me habéis mandado llamar, mi señora.–comentó Alan haciendo un gesto respetuoso con la cabeza. –Braw.–comentó ella fría, como era habitual en muchas ocasiones.– He escuchado que ayer asesinaron a uno de tus hombres. Como Alan había supuesto, Sansey ya se había enterado y eso que él apenas había tenido una entrevista con el capitán para hablar de la situación. –Así es.–asintió Alan con tono serio y respetuoso. –¿Hay algo que pueda hacer yo para ayudarte? –No. Poco hay que se pueda hacer en este asunto. No es de mi competencia. La guardia de la ciudad es la que se encargará de buscar al asesino. –Este asunto es más peligroso de lo que puedas imaginar, Braw.–le advirtió la dama.–Tres muertos en tan poco tiempo significa que es un profesional enviado por Asuma para crear estragos en nuestra capital mientras que sus tropas lo hacen en primera línea de guerra. –Sí, ya me doy cuenta.–respondió Alan.–Intuyo que tú tienes idea de quién puede tratarse. Sansey se sentó junto a su mesa como hacía en muchas otras ocasiones y explicó: –Hubo tiempo en el que Asuma y Vanrrak tenían buenas relaciones. No siempre he estado en la corte. He viajado mucho en misiones diplomáticas o acompañando a la reina. Tuve la oportunidad en una ocasión de conocer en Asuma a un hombre que servía el rey Blore de Asuma. Era un hombre que por lo que me contaba la gente de allí era un experto cazando soldados y asesinándolos. Casi siempre variaba en su forma de asesinarlos repitiendo raras veces el mismo modelo para matarlos. Se llamaba Janlarón. –¿Trabaja solo?–preguntó Alan. –Lo ignoro.–respondió la dama.

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Alan asintió con la cabeza y antes de dar por zanjada la conversación tomó la decisión de preguntar una duda que llevaba un tiempo preguntándose: –Ya que me has revelado este asunto, quisiera enterarme de los motivos por los cuales llevamos tantos años luchando con Asuma. Yo soy un simple jefe de grupo y solamente escucho rumores sobre malas relaciones entre los dos reinos, pero nada concreto. Sansey no parecía muy complacida en revelarle al joven más de lo que había hecho. Sin embargo, tras considerarlo durante unos momentos, se decidió a responder: –Las malas relaciones entre los dos reinos comenzó cuando el rey Cedric y el rey Blore se reunieron para tratar de un posible enlace para el futuro. Nuestro rey estaba interesado en la unión de la princesa Mara con el príncipe de Asuma. Por eso, el rey envió a su más fiel consejero a tratar el asunto y negociarlo. Blore quería que a cambio de la unión, el rey le cediera las regiones de Fuente Sagrada y Canoma para agrandar su reino. El consejero se negó en nombre del rey y Blore de envió a Cedric la cabeza del consejero. Así fue la razón por la cual empezó todo: por la codicia de Blore sobre las tierras de nuestro reino. Era obvio que quería esas dos regiones sí o sí. Si no era por las buenas con la negociación, sería por las malas. Con el desaire del asesinato del consejero todo estaba en marcha. –Comprendo.–asintió Alan. Así que había iniciado esa guerra por la codicia terrenal del rey de Asuma. Lógicamente, el joven se dio cuenta de que esa era la versión de Sansey. Luego las situaciones son más complejas–Bien, mi señora, agradezco vuestro apoyo y vuestra revelación. Tendré cuidado con ese posible asesino y espero que pronto se resuelva este asunto. –Seguiremos hablando en otro momento, Braw.–respondió la dama Sansey poniéndose en pie y no mostrando ningún gesto. Cuando Alan abandonó la sala de Sansey iba pensando en aquel asesino. Casi por fuerza tenía que contar con la ayuda de otros hombres. No concebía la posibilidad de que un solo hombre, por fuerte que

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