Pepino y su coche de hojalata

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Pepino

y su coche de hojalata Basilio Campos Rogel

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Pepino

y su coche de hojalata Basilio Campos Rogel


Š Basilio Campos Rogel Edita:

I.S.B.N.:

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ran las ocho y media de la mañana cuando mis dos primeros nietos que entraron en casa fueron David (Zepe) y Sergio (Bom-

boncín).

Al marcharse sus padres se encontraron con la otra pareja de hijos y dos nietos más: Lucas (Machu Pichu) y el mayor Marcos (no callo-antes-ahora sí callo). Ni Marcos ni yo pudimos con ellos, por eso me comentó: –Yayo cuéntales un cuento como los que me contabas a mí. Se lo dije a los tres en un momento en que los acorralé, y sorpresa ¡Albricias, milagro! dijeron: –¡¡¡Sí yayo, sí yayo, sí yayo!!! En ese momento: –Esperad que llaman–. Al abrir otra gran sorpresa. Era el nieto que me faltaba, Lamín (principito Chamín) y sus padres.

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Mis hijos me dijeron que hoy me tocaba entretenerlos, que se iban de boda. Los aposent茅 bien para que estuvieran quietos, mientras yo buscaba algo en mi cabeza que no fuera solamente un sombrero. Y encontr茅 esto:

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ste era un día gris de otoño, de una ciudad llamada Childen en donde el sol tenía una gran enemiga, y ésa era la niebla. Aunque esto no parecía ocasionar ningún problema para unos mozalbetes de tez morena (aunque bien pensado la razón de su color no se sabía si era por la raza, o por las prisas mañaneras de sus padres en irse de casa sin atenderles en su aseo diario). Este grupo lo formaban ocho individuos, los cuales eran los ladronzuelos más famosos del barrio El Encanto. El que los capitaneaba, con solo trece años era Balbastre, su hermano Belin de catorce era el segundo, no eran gemelos pero lo parecían, luego por orden de jerarquía estaban Matu, Fabio, Pipe, Aipe, Teins y, por último hemos dejado (por ser el personaje principal de nuestro cuento) a: ¡¡¡Pepino!!! Este muchacho era de estatura mediana, parecida a la de Aipe, el cual además vestía casi siempre igual que él, y eso era debido a que la tía de Pepino y la madre de Aipe siempre solían salir al mercadillo las dos

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juntas y compraban todo a pares para conseguir el género lo más barato posible. Nuestro protagonista tenía el pelo rubio, ojos negros, con una mirada que daba a entender que no se sentía a gusto con la pandilla de amigos, maestros en golfería, siserías y demás corruptelas. Tenía doce años, era huérfano y vivía con sus tíos, que se hicieron cargo de él después de que sus padres dejaran este mundo. Le llamaban con ese nombre tan peculiar porque sus padres cultivaban una huerta de pepinos, muy cerca de donde vivían; estos pepinos eran tan buenos y famosos que sus tíos se quedaron el niño a cambio de esa esplendorosa huerta. Los tíos sacaban buen dinerito de esa mercancía, eran los mejores del Mercado Central, todos los vendedores de verduras les esperaban a ellos primero para comprárselos; cuando ya no les quedaba ni un solo pepino, era cuando empezaban a vender los otros vendedores. Aunque esta entrada de dinerito no influía mucho para que los tíos quisieran preocuparse en la educación de Pepino, él quería ir a un buen colegio y saber más, pero los tíos decían que no tenían bastante con lo que ganaban y que para plantar pepinos no hacía falta ser un bachiller. Pepino no quería ser un golfillo como sus amigos, ni estaba de acuerdo con sus tíos, en eso de que no le llevaran a estudiar. Se sentía muy triste por lo que él creía que sería su destino.

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Ese día, toda la pandilla estaba jugando a las canicas de gua. ¡Claro que los que ganaban siempre eran Balbastre y su hermano!, por miedo o por no enfrentarse a ellos, todos se dejaban ganar. De repente a Teins se le ocurrió decir: –¿Por qué no vamos a robar al mercado, y así nos divertimos un poco? Recogieron las canicas, después salieron en dirección al mercado, y cuando llegaron a la puerta principal Balbastre le dijo a Pepino: –Tú tienes que entrar y dar una vuelta, luego sales por detrás y nos avisas si están los vigilantes, así nosotros entraremos de dos en dos y por diferentes pasillos, cuando estemos llenos de comestibles saldremos, bien paseando, o corriendo. Pepino les dijo que con él no contaran y todavía no había terminado de hablar, cuando Balbastre y Belin, le atizaron un puñetazo. Pepino, aún con la mano sobre su cabeza, entró dentro del mercado y mirando por todos los rincones, se dio cuenta que no había ningún vigilante, luego salió por la puerta del pescado y dio la vuelta al mercado por fuera, para encontrarse con la panda. AL verlo Balbastre le guiñó un ojo, esperando lo mismo de Pepino, que instantáneamente así lo hizo. Iban por los pasillos del mercado, paseando como si nada, Fabio y Pipe ya tenían puestos los ojos en unos tomates que pesarían sobre medio kilo cada uno, pensando que con dos tendrían suficiente. Por la otra parte la puesta en escena ya estaba preparada,

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y ésta era que Teins y Aipe tenían que pelearse para montar follón y que todos se fijaran en ellos, para los demás meter a la saca lo que pudieran, sin soltar ni un penique. Empezaron así: –Teins ¿por qué me quitas el doblón que es mío? Aipe contestó: –De eso nada, es el que me quitaste el otro día–. Y sin esperar más le propinó un puñetazo. Acabaron por el suelo los dos, haciendo teatro; la gente miraba y algunos intentaron separarlos, cosa que ellos no querían pues todavía era pronto. Parecía una lucha libre americana, pues aunque aparentaban que se mataban, ni se tocaban. Mientras, Pepino estaba sentado en las escaleras del mercado, esperando la salida de los saqueadores. Estaba pensando cómo podría separarse de esa panda, sin que éstos le hicieran la vida imposible, y poder desconectarse de ellos, pues ése era su sueño, ser diferente. Pepino no sabía nada de la pelea que habían montado Teins y Aipe para que los otros compinches robaran sin que nadie se diera cuenta. En la pelea de dentro, uno de los vendedores que había salido de su puesto de charcutería, explicó a los que estaban separándoles: –Ya están avisados los guardias, los he avisado yo, porque nada más entrar estos dueños de lo ajeno, sabía a lo que venían y por si acaso más vale prevenir que curar.

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Un poco más allá, los tomates ya estaban bajo la camisa de Fabio y Pipe; en otra parada ya habían afanado dos melones los hermanos Balbastre, y Matu ya tenía una piña escondida en la parte trasera de su pantalón, que como se la había puesto al revés, no sabía si cantar, reír o llorar. Lo más triste de todo, fue que cuando a Aipe lo separaron de la preparada riña, él haciéndose el tonto, muy sigilosamente, entró dentro de la parada del charcutero y le metió mano al cajón y cogió un gran puñado de billetes. ¡Pero algo falló! Puesto que la chica de la parada de enfrente, que estaba arreglando una caja de manzanas, se dio cuenta cuando Aipe salió con mucha prisa metiéndose las manos en el bolsillo del pantalón y al verle que se le caía un billete empezó a gritar: ¡¡¡Al ladrón, al ladrón!!! El charcutero que vio que salía de su parada, empezó a correr detrás de él, pero los cien kilos del pobre hombre no eran los treinta y cinco del mozalbete, así que éste salió disparado hacia la puerta y cuando estaba a la altura de Pepino le dijo, tirándole algunos billetes: –Guárdamelos y luego me los das. Seguidamente, al salir por la puerta los que iban detrás de Aipe, vieron que Pepino estaba recogiendo los billetes y al llevar la misma camisa, creyeron que era el ladrón. –Ya lo hemos cogido. El charcutero cogiéndole por un brazo le reprendió:

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–El dinero que me has robado te costará muy caro, aparte de devolverlo al instante te denunciaré por ser el jefe de toda esta banda de ladrones. Llegó la policía corriendo, y se hizo la denuncia, en contra de Pepino, que por cierto como todos los vendedores le señalaban como culpable, lo cogieron y lo encerraron en el carro de la policía, (el carro era el que siempre paseaban los policías por su pedanía, para que la gente viera que trabajaban y hacían bien su cometido). El Agente Been, al encerrarlo en la jaula del carro, le dijo: –Pepino, no puedo creer cómo has podido hacer esa fechoría, si tu padre, gran amigo mío, levantara la cabeza se moriría otra vez, pero ahora de vergüenza. Pepino que no dada crédito a lo que le estaba pasando, y como no había tenido tiempo de poder abrir la boca para defenderse, se explicó: –Agente Been, yo le juro por lo que más quiero, que no soy ningún ladrón, ni que he sido compinche de nadie, le ruego que me dé la oportunidad de defenderme. El Agente Been le contestó –Cuando lleguemos a la comisaría ya tendremos un cara a cara, luego veremos qué hacer contigo, pero a mí me cuesta creer lo contrario, por las acusaciones que hay en contra tuya. El carro ya se acercaba a la comisaría, y al oír los cascos pisar la calzada, uno de los policías que estaban dentro comentó:

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–Los cascos de los caballos suenan muy suaves, me parece que poca carnaza traen. Llegó el carro jaula a la puerta de la comisaría y los guardias de dentro salieron también, el agente Been abrió la puerta del carro policial para que bajara el detenido y conducirlo hacia una celda. Cuando fueron a encerrarlo en su celda Pepino dijo: –Le juro que yo no he cometido ningún delito señor agente. Éste le contestó: –Pepino por lo que veo lo tienes muy mal, tienes en contra a mucha gente; yo no te prometo nada pero… investigaré hasta saber lo que ha pasado. Entonces sonó el ruido de la mal engrasada cerradura de la puerta, cuando ésta se cerro con el pobre niño dentro. Pepino en el poco momento que estuvo abierta la celda, había visto que dentro de ella había una litera, un taburete y una estantería, y… nada más. A tientas encontró la litera y se sentó, luego se puso a pensar lo que sus tíos dirían al enterarse de que estaba detenido, le tirarían de casa, lo mandarían a trabajar a casa del funerario embalsamador. Estaba Pepino más arrugadito que una camisa sin planchar tres meses. Pasaron algunas horas, el silencio le hizo tumbarse en la litera y en unos pocos minutos estaba casi dormido, cuando sobresaltado, oyó un gran griterío, éste procedía del tumulto que armaban los cuatro guardias que querían meter en la celda de enfrente al cé-

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lebre Barba-verde, un tipo muy variopinto, borrachín, juerguista, aprendiz de pirata y de todo, que siempre que entraba a la celda, y no eran pocas las veces, gritando decía: –No me encerréis con la serpiente esa tan grande, que me tiene todavía más prisionero. Y así se pasaba horas y horas, por eso los guardias no le hacían ya ni caso. Al cabo de un rato Barba-verde ya estaba calmado, durmiendo la borrachera. Sólo se oía el estruendo de sus ronquidos en todas las celdas. De pronto, Pepino, se quedó paralizado sin poder ni respirar, no daba crédito a lo que él creía que estaba viendo. Porque por los barrotes de la puerta entraba una serpiente grande como una pitón, deslizándose hasta donde él estaba. Pepino quedó como hipnotizado. Pasaron unos largos segundos y poco a poco se fue recuperando, al mismo tiempo se dio cuenta que si la serpiente hubiera querido, él ya no estaría vivo y… ¡se habría acabado el cuento! La serpiente no era como las que dan pavor, ésta tenía cara de sirena, de una belleza tan extraordinaria que le hacía sentir mucha confianza, además no tuvo tiempo para pensar más, pues antes de que pudiera salir de su asombro, ella ya le estaba hablando con una especie de silbidos mezclados con palabras bastantes suaves, y susurrando le decía: –No tengas miedo de mí, quiero ayudarte.

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Pepino un poco más tranquilo dijo: Y… ¿Cómo me podrás ayudar? ¿Eres mágica ? –Sí. –Contestó sin más. Pero al momento continuó: –Mi transformación en serpiente no te debe preocupar, puesto que yo tengo el mismo número de trasformaciones que de escamas, puedo aparecer en cualquier momento que tú me necesites y de cualquier manera. Me llamo… Siba. Después de escuchar esto Pepino no daba crédito a lo que le estaba pasando, y antes de poder ordenar sus pensamientos, Siba se le acercó a su oído y le dijo: –Te voy a dar una escama de mi cuerpo y con ella podrás salir de aquí, también te ayudará a conseguir los datos que necesites para probar tu inocencia. Sólo seré visible a tus ojos, nadie más podrá verme. Y al momento, así como Siba apareció… desapareció. Pepino continuaba aturdido, no sabía si estaba soñando o despierto, salió de dudas cuando vio en su mano la escama de Siba. El pobre niño se asustó y la tiró, de la cual al caer al suelo salió un líquido candente rojo como fuego que poco a poco se fue transformando en una llave. Pepino cogió la llave aún caliente y la puso en la cerradura, y sin dar ninguna vuelta la puerta se abrió silenciosamente, asomó la cabeza y vio el camino libre. Recogió la escama de Siba, notando al mismo tiempo una fuerza que le empujaba hacia el pasillo.

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