Relatos cortos de mis viajes largos

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Relatos Cortos de mis Viajes Largos Pepe Gonzรกlez


Nace en madrid en 1959. Actualmente vive en El Ă lamo, donde compagina sus dos pasiones, la polĂ­tica y conocer el mundo. En ĂŠste, su primer libro, relata en primera persona algunos de sus viajes.


Relatos Cortos de mis

Viajes Largos José González Fernández



A mi madre. Por estar siempre ahĂ­, cuando te he necesitado, y cuando no, tambiĂŠn. Te quiero.


© José González Fernández, 2013

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-15933-70-0

Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


Agradecimientos: A Elena e Irene, por comprender y entender mi necesidad de conocer el mundo. Aunque nos separen miles de kilómetros, vosotras siempre estáis a mi lado. Un beso.

A Machús, sin tu apoyo, no hubiese sido posible ni escribir ni editar este libro. Si Dios quiere, aún nos queda mucho por recorrer y conocer.



Contenido Prólogo........................................................................................... 11 Capítulo Primero........................................................................... 13 1988 Estados Unidos - México..................................................... 15 1990 República Dominicana......................................................... 21 1991 Estados Unidos.................................................................... 27 1992 Brasil..................................................................................... 47 1993 Estados Unidos - México..................................................... 69 Capítulo Segundo.......................................................................... 83 1995 - 1997 Cuba ......................................................................... 85 1997 Colombia.............................................................................. 91 Capítulo Tercero. . .............................................................. 99 2001 Cabo Verde .......................................................................... 101 2002 Senegal................................................................................. 107 2004 Brasil .................................................................................... 115 2005 Argentina ............................................................................ 123 2006 Brasil .................................................................................... 143 2007 Cuba ..................................................................................... 149 2008 Costa Rica............................................................................. 157 2009 Sudáfrica.............................................................................. 165 2010 Tailandia - Indonesia........................................................... 175 2012 Vietnam - Camboya............................................................. 185 2013 India..................................................................................... 209 Anexo............................................................................................. 237 2012 La Travesía........................................................................... 239



Prólogo Lo primero que tengo que advertir a quien por casualidad o por propia decisión esté decidido a empezar a leer este libro, es que yo ni soy escritor ni lo pretendo. Lo único que he intentado al escribirlo, es compartir por medio de unos cortos relatos, mis experiencias, vivencias y recuerdos de los viajes de mi vida. Si después de saber esto alguien todavía piensa que le puede interesar seguir leyendo, pues adelante. Si no, le agradezco que haya llegado hasta aquí, le puede quedar muy bien encima de una estantería. Dejo claro que las opiniones que vierto sobre lugares o cualquier otro tema, son siempre subjetivas y están basadas en mi experiencia y mis emociones en ese momento, no tienen por qué coincidir con las de nadie, ni ser verdades absolutas. El lector debe entender que son las circunstancias, las dificultades y, por qué no decirlo, el coste económico del viaje lo que me llevan a considerarlo como «largo» o no. Es evidente que no es lo mismo un viaje realizado en los años 90 del siglo XX que uno que se haga en estos momentos. No he considerado como «largo» ninguno de mis muchos viajes por Europa, por diferentes motivos y cada vez más, Europa se ha convertido en un continente lineal, donde es prácticamente imposible que nada cause sorpresa. En la actualidad, visitar cualquier ciudad europea, no tiene más emoción que decidir el restaurante donde se va a ir a cenar. He querido dividir este libro en tres capítulos, cada uno de ellos coincide y marca una etapa importante de mi vida. Usando un símil pictórico se podrían definir como: «de juventud, de locura, y de madurez»

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Capítulo Primero En este capítulo narro, o al menos lo intento, los primeros viajes largos de mi vida, que transcurren entre los años 1988 a 1993. Estos primeros viajes, lo son de descubrimiento de nuevos lugares y de la vida en general. Todos ellos excepto el primero, que fue nuestro viaje de boda y, como es lógico lo hicimos Ana y yo solos, el resto los compartimos con nuestros amigos Juan Carlos y Raquel. Dado el tiempo transcurrido y la falta de documentación, pues nunca pensé en escribir nada semejante a un libro, los relatos de este capítulo son más escuetos y con menor detalle de lugares, que los relatos más cercanos en el tiempo. Éstos, están escritos basándome en recuerdos, anécdotas y en alguna vieja fotografía.



1988 ESTADOS UNIDOS - MÉXICO FLORIDA - PUERTO VALLARTA - MÉXICO DF

En septiembre del año 1988 dio comienzo el primero de los grandes viajes de mi vida (mi viaje de boda). En esos momentos yo tenía 27 años y todas las ilusiones intactas. Un par de meses antes de salir preparé junto con Ana, la que sería mi esposa hasta su fallecimiento en el año 1995, los detalles del viaje. En aquel entonces no existía internet y todo era mucho más complicado. A pesar de ello y como a mí jamás me han gustado los grupos organizados para viajar, gestioné por mi cuenta los billetes de avión y contraté con el Corte Inglés alguno de los hoteles. El viaje tenía una duración de tres semanas: la primera en Florida, la segunda en Acapulco y la tercera en DF y vuelta a Florida. El día 11 de septiembre salimos de Barajas con destino Miami (menos mal que por aquel entonces, Bin Laden estaba viviendo en occidente a cuerpo de rey). Para nosotros, que hasta entonces lo más lejos que habíamos llegado era París, aquello era una aventura que pensábamos difícilmente volveríamos a realizar. Recuerdo una anécdota en el avión poco antes de llegar. Una señora nos oyó hablar y nos preguntó si era la primera vez que íbamos a Miami; le dijimos que sí e inmediatamente pensé «¡cómo si se pudiese venir más de una vez en la vida!». En ese momento estaba de moda decir lo de «cruzar el charco» y yo pensé qué suerte tendría si lo cruzaba media docena de veces a lo largo de mi vida. Hace tiempo que he perdido la cuenta de las veces que he atravesado el Atlántico y, si Dios quiere, me quedan unas cuantas más. Lo primero que recuerdo a nuestra llegada a Miami era que estaba anocheciendo y al salir del avión sentí un golpe de calor como no 15


había sentido nunca. Era un calor húmedo, pegajoso, que no te dejaba casi respirar. Con el tiempo lo he vuelto a sentir en muchísimas otras ocasiones, pero ya nunca he vuelto a tener la misma sensación. Recogimos las maletas y nos fuimos hacia la zona de alquiler de coches. Allí parecía ser lo habitual. Inmediatamente me llamó la atención el nombre de una compañía «ALAMO Rent Car». Alquilamos un coche de tipo medio ¡¡¡con aire acondicionado!!! Salimos ya de noche del aeropuerto, con un mapa que nos facilitaron en la agencia de alquiler y con la dirección de hotel del que sólo sabíamos que estaba en la playa. Sin GPS y sin explicarme todavía muy bien cómo llegamos, el caso es que lo hicimos, encontramos el hotel. Un hotel de lujo (al menos para nosotros) como correspondía a un viaje de novios en la mismísima playa de Miami. Esa misma noche aprendí dos cosas, que no hace falta hablar inglés para viajar a Florida y lo que era un «valet» (el aparcacoches de toda la vida). A la mañana siguiente nos fuimos con el coche a recorrer lo más famoso de Miami: El barrio art decó, con sus casas pintadas de rosa, amarillo o azul todo en tonos pastel. Estuvimos en Coconut intentando ver las mansiones de los ricos y famosos, todas con su jardín y su pantalán para el barco en la puerta. Por la tarde visitamos la bahía, con los altos edificios y sus enormes centros comerciales. De Miami, nos impresionó la modernidad de sus gentes y el comprobar la práctica ausencia de transporte público. Eso, unido a las distancias, hacían imprescindible el uso del coche para todo y, sin embargo, siempre se aparcaba en la puerta (como en las películas). Al segundo día, ya habíamos tenido ocasión de probar el café americano y darnos cuenta de por qué era gratis en todos los sitios (en España el agua también lo era). Así que nos acercamos al barrio cubano, a la famosa calle 8 a buscar algún sitio donde poder desayunar un café decente. No fue difícil encontrarlo, y allí rodeados de la mitad de la población cubana fuimos a desayunar el resto de los días que 16


estuvimos en la ciudad. Seguimos explorando Miami y descubriendo nuevos sitios de avituallamiento como «Denys», una cadena tipo burguer pero que nos pareció de mucha más calidad, y que se convirtió en nuestro restaurante preferido para éste y para los sucesivos viajes que realizamos a Estados Unidos. El tercer día lo dedicamos a visitar el Miami Seaquariun donde nos quedamos alucinados con las actuaciones de los delfines, focas y especialmente con la de una orca llamada Lolita, a la que volví a ver hace unos años en un reportaje de televisión. Y sobre todo, nos asombró el orden y limpieza de todo el recinto. En España nos faltaban todavía unos cuantos años para llegar a ese nivel de limpieza y organización. Al día siguiente salimos de Miami dirección norte, hacia Orlando. No había posibilidad de pérdida. Una interminable autopista de cientos de kilómetros unía las dos ciudades y parecía continuar hasta el infinito. Ese día descubrimos otras dos cosas: «Las carreteras pueden ser completamente rectas» y « los americanos respetaban los límites de velocidad», podías ir circulando coche con coche por carriles paralelos hasta el aburrimiento. Evidentemente la visita a Orlando tenía un motivo: DISNEY WORLD. Ahora puede parecer ridículo que dos personas adultas en su luna de miel se vayan a ver a Mickey, pero puedo asegurar que para la gente de mi generación aquello era «lo más». Nos hospedamos en un motel a unos veinte kilómetros del parque y sacamos la entrada de tres días que incluía el parque EPCOT (del que nunca habíamos oído hablar). El primer día lo pasamos en Disney. Recuerdo la llegada: centenares de coches en fila y unos muchachos dirigiendo el aparcamiento, nadie intentaba colarse ¡¡¡sorprendente!!! Luego se atravesaba un lago que daba sobre la entrada principal. Fue un momento mágico. Disfrutamos como enanos montando en todas las atracciones y haciéndonos fotos con los personajes, recuerdo que nos compramos unas orejas de ratón que guardé de recuerdo durante muchos años. Lo grabábamos todo con una cámara de vídeo que 17


me había dejado mi amigo Juan Carlos y que por lo menos pesaba diez kilos. ¡Qué horror! Al día siguiente fuimos a ver qué era eso de EPCOT. Era una especie de parque tecnológico del futuro, donde diferentes empresas competían en ofrecer modernas atracciones y donde también estaban representados, a través de sus empresas, una serie de países (por supuesto, España no estaba). Lástima que las explicaciones tecnológicas fuesen en inglés. De cualquier forma fue muy interesante y divertido. El tercer día, volvimos a Disney y estuvimos hasta que nos echaron. Lo pasamos genial. Al volver a Miami hacía muchísimo viento y no había nadie por la playa ni en la piscina, todo el mundo estaba dentro del hotel. Nos extrañó, pero no le dimos más importancia. Ya en la habitación vimos por la televisión que algo estaba pasando en México, concretamente en Acapulco, donde teníamos que volar al día siguiente. Lo que pasaba era que el huracán Gilberto había arrasado la península del Yucatán dejando más de 200 muertos. Como es lógico, cambiamos nuestros billetes de avión, de los distintos destinos que nos ofrecieron nos quedamos con Puerto Vallarta (nos sonaba exótico), aunque sólo sabíamos que estaba en el océano Pacífico. El viaje hasta Puerto Vallarta duró un día entero. No sé qué tipo de billete nos darían, pero nos pasamos el día subiendo y bajando por la mitad de las ciudades de México. Llegamos por la noche al hotel «Camino Real» que estaba a las afueras de todo, concretamente en una playa donde al parecer habían rodado una película muy famosa, «La Noche de la Iguana», cosa de la que se sentían muy orgullosos. Allí pasamos unos días de playa y sol y por primera vez me subí en un paracaídas tirado por una motora. También por primera vez tomé margaritas y probé la cerveza Coronita con su rodaja de limón. Todo nos parecía muy exótico (no podía imaginar que años más tarde sería de lo más popular). 18


Continuamos viaje volando a México DF. Nos hospedamos en un hotel de la zona rosa. Aquella ciudad nos pareció un caos circulatorio, donde los Volkswagen escarabajo eran los reyes En DF pasamos varios días. Recuerdo una inmensa plaza (la del Zócalo) llena siempre de gente ociosa dando vueltas «a ver qué caía». También recuerdo que había que huir de la policía. Se acercaban con la apariencia de ayudar, y lo que siempre hacían era intentar engañar, extorsionar o robar directamente. Nosotros presenciamos cómo mientras unos policías entretenían a una pareja de turistas, otro les quitaba la cámara de fotos. A pesar de estos detalles, no lo pasamos mal. Salíamos con bastante libertad y nos movíamos por todos los sitios. Un día nos acercamos a ver la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Nosotros esperábamos encontrarnos con una iglesia antigua, estilo catedral europea, y lo que vimos fue una iglesia feísima, como de arrabal, eso sí, inmensa, la iglesia más grande que habíamos visto nunca, y ni qué decir, llena de gente. Otro día fuimos a Xochimilco, un pueblo cercano a DF, donde los mejicanos iban a pasar el día montados en unas barcas adornadas de flores recorriendo un riachuelo. En ellas, unos comían, otros tocaban rancheras y otros vendían todo tipo de cosas. Estuvo muy interesante y, sobre todo, muy auténtico. Imagino que en la actualidad se habrá desvirtuado. Ya de vuelta en Miami, nos fuimos a recorrer Los Cayos. Lo único que sabíamos era que había un parque que se llama Everglades, que habíamos visto por la televisión en una serie de barcos planeadores. Y yo había leído que al final de Los Cayos existía un pueblo llamado Key West, donde se pescaban tiburones y Hemingway se emborrachaba (con el tiempo descubriría, que ese señor se emborrachó en medio mundo). Salimos temprano de Miami, esta vez en dirección sur. Los Cayos resultaron ser una sucesión de pequeñas islas unidas por una autopista. La autopista transcurría en gran parte por encima del mar mediante puentes; nos pareció una obra de ingeniería asombrosa. 19


En nuestro camino a Everglades decidimos parar a tomar un baño en una playa y allí descubrimos el concepto de playa privada. Había que pagar para poder pasar. Eso sí, todo estaba muy ordenadito: tu aparcamiento, tu barbacoa y tu mesa con su banco en la sombra. También descubrimos la existencia de una reserva de indios, los miccosukee, que nos asombraron con su pericia para manejarse con caimanes. Al final de la reserva una tienda vendía utensilios fabricados por ellos mismos y compré un hacha que todavía conservo. Pasamos un par de días por la zona montando en barca y haciendo excursiones por los manglares. Finalmente llegamos a Key West. Era un pueblo pequeño de casas bajas por donde se movían pescadores y hippies; los primeros se dedicaban a pescar tiburones y pez marlín, los segundos a beber y fumar marihuana. Y todos, se juntaban al atardecer en el puerto para ver la puesta de sol y la llegada de los barcos. Tentado estuve de salir a pescar, pero al final el coste de la operación me echó para atrás. Me conformé con comprar unos cuantos colmillos de tiburón. Volvimos a Miami el día anterior de nuestra salida para España. Terminamos de hacer las últimas compras. Estábamos deseosos de volver para contar los descubrimientos del nuevo mundo. La tarde siguiente nos fuimos para el aeropuerto, pero todavía nos esperaba una sorpresa. Cuando llegamos al aeropuerto nuestro avión había adelantado la hora de vuelo y hacía diez minutos que había despegado. Otra cosa que aprendimos en este primer viaje: los vuelos hay que reconfirmarlos. Nos dieron billete en lista de espera para el día siguiente, así que volvimos a Miami y nos alojamos en un motel (el presupuesto se había agotado) al lado de un canal. Tenía una pequeña piscina y allí pasamos las horas de espera hasta poder volver a casa. Llegamos al aeropuerto con cinco horas de adelanto; ese avión no lo íbamos a dejar escapar.

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1990 REPÚBLICA DOMINICANA EL PORTILLO - JUAN DOLIO - LA ROMANA

En octubre de 1990 emprendimos viaje hacia Santo Domingo. Éramos cuatro, nuestros amigos Juan Carlos y Raquel y Ana y yo. En el siglo XXI un viaje al Caribe es de lo más común, pero entonces era algo novedoso (Curro aún no había aparecido) y teníamos ganas de conocer ese mar de aguas cristalinas que prometían los folletos de las agencias. Salimos de Madrid directos a Santo Domingo. A nuestra llegada y sin salir del aeropuerto, nos dirigimos a la zona de avionetas donde nos estaban esperando para llevarnos a nuestro primer destino: El Portillo. La avioneta en cuestión era tan pequeña que a duras penas cabíamos seis pasajeros, el piloto y el equipaje. Ni qué decir tiene que ninguno de los cuatro había volado antes en una avioneta y nuestro estado de nerviosismo era patente; nerviosismo que se incrementó cuando vimos que el piloto, tenía que bajarse para dar vueltas a la hélice. El artefacto terminó arrancando e incluso se elevó por los aires. Después de un corto vuelo que disfrutamos al máximo, y donde pudimos observar la exuberante vegetación de la isla, aterrizamos en una pista de tierra en plena selva, al lado de una infinita playa donde estaba nuestro hotel. Seguramente por el enclave en que se encontraba el hotel, disponía de un nuevo concepto TI (todo incluido). Cuando lo vi en el catálogo tuve que preguntar que qué era eso. Entraba todo –me explicaron–, desde los cigarrillos pasando por las bebidas, comidas y llegando a las actividades. Por lo visto podíamos beber, comer y fumar hasta hartarnos. 21


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