Shelley la tortuga

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n un cálido rincón de la costa, alejada de la multitud, en la zona más aislada de la playa, asomaba su cabecita fuera de la arena, por primera vez, la pequeña tortuguita. Estaba a gusto bajo la arena, con ese sol de justicia, pero empezaba a sentir curiosidad por lo que habría fuera.

Decidir salir a mirar era un gran paso para ella, lo desconocido siempre da miedo al principio. Pero a la vez estaba emocionada por probar algo nuevo y, aunque algo malo podía pasar, también podía ser bueno, en teoría hay la misma probabilidad. El primer movimiento ya se había hecho. Miraba a su alrededor con expectación. Había un silencio ensordecedor y no veía nada que le resultara familiar, pero claro, ella tampoco había visto mucho en su vida. Se armó de valor, luchando con su instinto natural de tortuga, y caminó por la arena sin que nada se lo impidiera, hasta que se topó con algo. Era de un color marrón y estaba fresco, alzó la cabeza y se dio cuenta que llegaba hasta el cielo y que bajo su sombra el calor se soportaba mucho mejor. De repente algo diferente llamó su atención. –¿Qué estás haciendo fuera de tu cascarón?, le preguntó este nuevo ser. –Quería saber qué había aquí fuera. Estaba aburrida allí y quería probar algo nuevo. ¿Qué eres tú? r 3 t


–Yo soy un pájaro. Vivo en lo alto de este árbol. Si quieres puedo enseñarte mi casa. La tortuguita se sintió feliz. Había conocido a otra criatura que parecía ser simpática y que iba a enseñarle un lugar distinto. Quizás podrían llegar a ser amigos y explorar juntos. Sonrió satisfecha y, con un gesto con la cabeza, dio permiso a su nuevo amigo para que la llevara a conocer ese nuevo mundo.

–Podría cogerte con mis garras, pero entonces te haría daño, así que voy a abrir mi boca y tú te posarás en ella para que pueda llevarte hasta la cima donde tengo mi nido, ¿vale? –Aclaró el pájaro. Entonces la tortuguita hizo exactamente lo que su amigo le había dicho. ¡Qué considerado! Tenía razón, con sus patas la lastimaría, pero dentro de su boca era como estar volando. De un salto, comenzaron a subir por entre las ramas, navegando por lo frondoso del árbol, hasta que empezó a oír graznidos. –¿Qué es eso?, preguntó la tortuga asustada.

–Son mis crías. Están esperándome para que les dé de comer. Vamos a acercarnos un poco y así las podré consolar. El pájaro voló cerca del nido hasta posarse sobre el borde y, abriendo su enorme boca, dejó caer a la tortuguita dentro del nido. r 4 t


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–¿Qué estás haciendo, amigo? –Gritó confusa la tortuga.

–¿Amigo? Lo siento, pero mis crías tienen que comer y eres lo único que he podido encontrar en días. Tienes que entenderlo. –Pero yo creía que…

La tortuga estaba desilusionada, pero no había tiempo para pararse a llorar. Las crías picoteaban dentro del nido en busca de su alimento, así que tenía que pensar rápido. Lo único que se le ocurrió fue meter la cabeza en su caparazón y lanzarse al vacío. El golpe contra el suelo no fue tan duro como darse cuenta de que no podía fiarse de la primera criatura que apareciera con aparentes buenas intenciones. Estaba triste. Ella había sido honesta, confiada y buena, y había recibido todo lo contrario. No era justo. Ya no volvería a asomar la cabeza fuera del caparazón nunca más. Se acabó querer explorar el mundo si eso era lo que iba a encontrar.

Pasaron los días, largas noches, y la tortuguita seguía sin asomar su cabeza. Pero empezaba a tener hambre, sed y a estar aburrida de la oscuridad y la soledad de no tener compañía. Pensó un momento y decidió que no todo el mundo tenía que ser igual y que iba a dar otra oportunidad a aquel lugar. Lentamente comenzó a estirar su cuello para ver si algo había cambiado y una voz gritó: r 6 t


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