UNO DE CINCUENTA PROPINA APARTE
Recopilación de relatos más o menos breves
~1~ Bartolomé Zuzama Bisquerra
UNO DE CINCUENTA PROPINA APARTE
Recopilación de relatos más o menos breves
Bartolomé Zuzama Bisquerra Valladolid, 2016
Š BartolomÊ Zuzama Bisquerra Edita:
I.S.B.N.: 978-84-16846-78-8 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
Este libro no hubiera visto la luz sin el apoyo de mi mujer, que lo cofinancia, y de mis hijas, que siempre me han animado a continuar escribiendo. Junto a ellas, la inestimable ayuda y enseñanzas de Yolanda Izard y de mis compañeros y compañeras del Taller del Jengibre, taller de escritura, risas y gastronomía exquisita de la tardes de los lunes en Valladolid.
PRÓLOGO
La variedad de propuestas narrativas, tonos e intereses de Bartolomé Zuzama en esta entrañable colección de cuentos habla por sí sola de la versatilidad de su autor y de la amplitud de miras con que aborda la escritura. Bartolomé es, sí, un escritor flexible, abierto a todo, con una enorme curiosidad por nuevas formas, temas o escrituras, y por eso es fácil perderse con él en las entretelas de la ciencia ficción, en las veladuras y enigmas de lo humano, en las sorprendentes selvas de lo inesperado y en la complicidad del humor, la ironía y el ingenio. Pero al mismo tiempo, Bartolomé es un escritor con mundo propio, fácilmente reconocible a lo largo y ancho de estas páginas, con un gracejo peculiar del que se desprende, acá y allá, como migas de pan que señalan el camino, su alma de niño grande que no se conforma nunca del todo, su alma peleona, entusiasta y por momentos tan descarada como sutil o trágica, siempre entrañable. Quizá, como el niño de Sombras de la adolescencia, haya crecido “temiendo a las sombras”, aunque haya descubierto que no habitan “en los rincones, sino en el alma de las personas” y no por eso acabe siendo un total desengañado. Invito a los lectores de este libro con alma a que lo descubran por sí mismos. Que comprueben que sabe pulsar con igual habilidad los botones de encendido de lo cotidiano y doméstico como de lo mágico o misterioso aunque, por su naturaleza de sólidas raíces, abunde lo primero. Que partan de Smog y vean
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cómo progresa cuento a cuento, cómo va destapándose y dejándose al descubierto, cómo va alcanzando altura, densidad e intensidad, hasta llegar a esa mágica pepita de oro que contienen algunos de sus microrrelatos. Por poner algunos ejemplos, que se dejen cautivar por Mis no recuerdos, un microtexto de aire misterioso y fúnebre que acaba siendo símbolo de la vida de la memoria tras la muerte. O por la doble lectura, tan sugerente, de Coaching doméstico, con su ración de sorna. O por la inteligente apuesta de desdoblamiento que contiene Celos mortales. Pasen, pues, y lean. No hay ejercicio mejor que el de sentarse en soledad y pasar páginas con el corazón y la imaginación: estoy segura de que será una de las mejores inversiones de tiempo disponible. Ya saben, leer es crecer. Como lo ha hecho nuestro amigo escribiendo estos relatos y microrrelatos y ofreciéndonoslos. Gracias, Bartolomé.
Yolanda Izard Valladolid, noviembre 2016
Relatos breves
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I. UN DÍA DE SMOG
Amanecía, y como todos los días, smog se activó y estiró todas sus extremidades. La forma primigenia de los smog no es muy atractiva para los humanos y por ese motivo la Tradición velaba para que no fuera revelada jamás. La principal característica de los smog es que pueden emular cualquier forma orgánica, por lo que su organismo original está constituido por un núcleo central globular y ocho tentáculos. Podríamos pensar que son como un pulpo, pero nada más lejos de la realidad. Esa forma les permite, con un mínimo de energía, emular cualquier forma de vida, o al menos las más habituales y más necesarias para cumplir su cometido. Los smog fueron creados para proteger y cuidar a las crías de los seres humanos hasta que éstas cumplan seis años. A partir de ese momento la inteligencia en desarrollo de las crías podría detectar y poner en peligro la existencia de los smog. Como exigía la Tradición que se había transmitido de padres a hijos, antes de ponerse en movimiento repasó mentalmente los Mandamientos Smog que regían su existencia: – Un smog no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. – Un smog debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con el Mandamiento 1. ~ 11 ~
– Un smog debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con el Mandamiento 1 o con el Mandamiento 2. – Un smog no puede comunicarse con un ser humano, salvo a través de los sistemas de la forma que emula. – La misión de un smog es cuidar del humano que tiene asignado, utilizando los medios disponibles, pero sin incumplir ninguno de los Mandamientos. – La existencia de los smog no debe ser conocida jamás por los humanos. Mientras repasaba los Mandamientos, su mente retrocedía en el tiempo y recordaba cómo su padre le había enseñado la Tradición que regía a los suyos desde que el Maestro Hacedor los había creado, para asegurarse de que los seres humanos sobrevivían y seguían en el mundo. Últimamente smog estaba inquieto. Por su mente pasaban multitud de preguntas sin respuesta, que hasta ese momento no se había planteado. ¿Había otros smog? ¿Cómo se comunicaban? ¿Dónde vivían? Estas y otras cuestiones le tenían preocupado, la Tradición no aclaraba sus dudas y sus recuerdos le generaban cada vez más desasosiego, puesto que no parecían ajustarse a la realidad de su memoria más lejana. Apartó sus cavilaciones y se preparó para cumplir su Misión. Amelie estaba a punto de despertarse y debía estar a su lado como cada mañana, para lamerle la cara como acostumbraba hacer para despertarla y hacerla reír. ~ 12 ~
Adoptó la forma de Milou, un fox terrier canela que era como lo conocía su protegida, aunque ésta no era la única forma que emulaba a lo largo del día. Cuándo Amelie se iba al colegio con su padre, smog la acompañaba metamorfoseado en un petirrojo, una lagartija o cualquier forma que le permitiera tenerla a la vista, en cualquier momento. Abandonó su escondrijo en el desván y se acercó al dormitorio de Amelie para despertarla. El día transcurrió sin muchos sobresaltos. Aurelie, la archienemiga y sin embargo amiga del alma de Amelie, se puso un poco pesada y empezó a tirarle de las coletas en el recreo. Para evitar males mayores, smog se transformó en un ratón, y al verlo, se produjo un alboroto que hizo que Aurelie se olvidara de Amelie para perseguir al ratoncito… que desapareció sin dejar rastro. El incidente se había solucionado aplicando la Tradición y los Mandamientos. Una vez se acostó Amelie y smog comprobó que estaba dormida, subió a su escondrijo y tras adoptar su forma primigenia, se introdujo en el habitáculo donde pasaba la noche y reponía energía. Como siempre, no prestó la menor atención a la placa adherida a uno de los costados del habitáculo, donde ponía:
Système Multi–Organique de Garde (S.M.O.G.) Section de Recherche Scientifique Ministère de la Défense. Republique Française. ~ 13 ~
EPILOGO El Profesor Martin, padre de Amelie, se acercó al habitáculo de smog y tecleó una orden en una consola integrada en él. A continuación cogió su móvil y esperó a que su interlocutor contestase. – Buenas noches, señor Director. Como acordamos, he procedido a desconectar el sistema SMOG, que ha pasado a hibernación para su transporte y almacenamiento. Como habían indicado nuestros sensores, el sistema de implantación de recuerdos tiene fallos y habrá que reprogramarlo, aunque el resto de sistemas ha funcionado como se esperaba. Mañana le entregaré el informe pertinente. Buenas noches.
Mientras tanto, en el habitáculo, smog soñaba…
Valladolid, 16/03/2014.
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II. SOMOS DOS
Ante el espejo, otro día más, debo prepararme, no van a esperar, la raya bien hecha, los dientes lavados, hace buen día, no llueve, la lluvia no me gusta, humedad, truenos, no puedo salir a respirar. No van a encontrarlas, nunca las encontrarán, bonitas, son mías, solo para mí, labios rojos como cerezas, dientes como perlas, me gustan, las amo. Es él de nuevo, me acosa, sudo, la raya del pelo se ha movido, el monstruo, no me dejarán salir, tranquilo, seguro que se va. Vísceras, sangre roja, hay que hacer cortes poco profundos para que duren, qué bonitas son, nunca las encontrarán, el bosque, el pozo, piedras y humedad, después hay que lavarse, sus ojos se van apagando, no, quiero que mires, no te vayas, cuchillos nuevos. Tranquilo ya se va, salir, aire, paseo, antes hay que desayunar, no hay cuchillos, solo cucharas, solo, ¿por qué estoy solo? quiero hablar con personas, las personas son buenas y me quieren, la raya del pantalón, la camisa abrochada, los dientes, frotar y frotar. La primera fue la más difícil, no sabía, no duró, orina y miedo, no olía bien, ocultarla fue complicado, trozos, hacha, sangre, suciedad, hay que preparase, no improvisar, ellas, qué bonitas, son mías, después fue más fácil, hay que tener buenas herramientas y saber usarlas. ~ 15 ~
Cuánto tardan, hambre, no deben verle, debe irse, tranquilo, ya no está, noches y miedo, aparece y desaparece, ya vienen, ruido, llaves. Quiero salir, las necesito, quiero verlas, dulces muñecas jóvenes, quiero jugar, ya no pasean, van siempre acompañadas, bosque, perros, no saben, no van a encontrarlas, son mías, solamente mías. Ya están aquí, todo está bien, ahora podré salir, él no está, orden, paz, tranquilidad, las personas son buenas y me quieren
Valladolid, 24/03/2014.
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III. DE LA MATA AL CUARTELILLO, UNA HISTORIA DE JUVENTUD
En 1974 tenía quince años y veraneaba con mi familia en un pequeño pueblo costero cercano a Palma de Mallorca. Hacía más de 7 años que veraneábamos allí y ya teníamos nuestro propio grupo de amigos. Éramos seis o siete adolescentes de ambos sexos, parecidas edades y aficiones literarias similares. Todos eramos asiduos lectores de Los Cinco, de la británica Enid Blyton. Queríamos ser como ellos tanto en la búsqueda de aventuras como en otros aspectos: el lugar de reunión, los alimentos o las bebidas consumidas cuando nos juntábamos. Eran momentos de limonada y galletas en una España prosaica y triste, a pesar de que todos éramos unos privilegiados hijos de la clase media, poco contaminados todavía por el virus libertario que nos contagiaría más adelante y que podría ser objeto de otro relato. Nuestros problemas entonces eran averiguar a qué sabrían las galletas de jengibre o el jarabe de ruibarbo, sabores que no he conocido hasta hace muy poco, gracias a una conocida multinacional nórdica. A falta de manjares tan cosmopolitas, nos apañábamos estupendamente con productos locales que tomábamos “prestados” de las despensas familiares. Buscando un lugar especial donde reunirnos encontramos en un descampado una mata enorme. Ésta había crecido junto a una oquedad de terreno, lo que la hacía suficientemente amplia como para albergarnos a todos. Trabajamos sin descanso ~ 17 ~
con las pocas e inadecuadas herramientas disponibles para ampliar y limpiar el espacio bajo la planta y en un par de días contábamos con un estupendo escondrijo. Estaba fuera de la vista de padres y curiosos, tenía un suelo de arena fresca y limpia y cabíamos todos. Si les contáramos a los adolescentes de hoy que ese lugar servía para hablar de libros, merendar o, muy de cuando en cuando, ser lugar de un intenso escarceo amoroso que no pasaba de algún fugaz beso en la mejilla y un generalizado rubor en toda la cara, se descoyuntarían de la risa o quedarían tan alucinados que no sabrían qué decir. Cierto es, que salvo honrosas excepciones, esos especímenes no gozan de un amplio dominio del léxico. Cerca de la mata comenzaron los experimentos científicos. Allí descubrimos la pólvora, en sentido literal, así como sus efectos. También aprendimos lo qué significaba el concepto de materiales de doble uso, tan usado actualmente para justificar embargos a los países del eje del mal. Determinado productos como las pastillas de cloruro potásico que se vendían en las farmacias, por suerte sin receta, se convertían en nuestras manos en componentes de armas de destrucción masiva. Tras molerlas con medios artesanales como machacarlas en un mortero de cocina o triturarlas en un molinillo de café y, posteriormente, juntarlas con algo de carbón y azúcar, nos permitían elaborar una pólvora artesanal. Ese era nuestro combustible para el lanzamiento y puesta en órbita de artefactos a mayor o menor distancia. Vamos, que éramos como los muchachos de Hezbollah en el Líbano. ~ 18 ~
Al principio usábamos las recargas de aire comprimido de las carabinas, pero como eran muy difíciles de conseguir fueron pronto sustituidas por botes de laca que encontrábamos en la basura. Tras practicarles un pequeño orificio en el extremo opuesto al tapón, jugándonos el tipo con el gas interior, les introducíamos la cantidad de pólvora casera que considerábamos suficiente. Tras eso solo faltaba el lanzamiento, realizado desde una rampa apuntada hacia el descampado para no producir daños colaterales. La parte más peligrosa era la ignición del artefacto, por lo que la hacíamos los varones (eran los años 70). Se hacía como habíamos visto tantas veces en las películas de piratas, un reguerillo de pólvora hasta una distancia prudencial de la rampa y una cerilla. Al arder la pólvora, cosa que a veces no ocurría y que obligaba al desgraciado artillero de circunstancias a acercarse a encenderla directamente al lado del artefacto, el azúcar se expandía y taponaba parte del orificio, con lo que los gases producidos impulsaban el artefacto a una velocidad y distancia considerables. Normalmente el experimento finalizaba con una explosión importante al taponarse completamente la salida, lo que provocaba el correspondiente alborozo de los arriesgados “científicos”. ¿Qué hay más natural que un grupo de adolescentes mediterráneos jugando con pólvora y rememorando la ancestral alianza del territorio con el elemento fundamental de todas las fiestas a uno y otro lado del Golfo de Valencia?. Nuestra afición por la pólvora estaba genéticamente predeterminada y nos iba a dar más de un disgusto. El pueblo estaba cerca de una zona militar con un antiguo fortín construido en el siglo XIX que había finalizado su vida ~ 19 ~
activa como polvorín en los años sesenta. En ese momento se encontraba cerrado y sin vigilancia hasta su cesión al Ayuntamiento de Palma que lo convirtió en un parque de ocio. ¡Ya podrían haberlo hecho un par de años antes! El fortín estaba ubicado en una pequeña elevación junto al mar y rodeado por un foso de unos 5 metros de profundidad. Con el paso del tiempo se habían realizado obras en las viviendas del pueblo y, siguiendo con la tradicional costumbre española de que lo que es de todos no es de nadie, habían usado para las obras parte de la tierra que rodeaba los muros del foso, dejándolos a merced de la erosión de la lluvia y los elementos en algunas zonas. Si a esa erosión unimos la debilidad del material de construcción, nos encontramos con un hueco que permitía acceder al fortín de una manera sencilla y sin dificultades, salvo que estuvieras especialmente obeso. El fortín tenía un montón de dependencias, tanto de superficie como subterráneas y era como un parque temático para nosotros, al conjuntar un espacio desconocido con el sabor de lo prohibido. No nos cansábamos de explorar sus salas y de organizar juegos por sus amplias estancias, sin que nadie viniera a importunarnos o a recordarnos que estábamos en una zona militar e incumpliendo ordenanzas militares, en una España en la que todavía vivía el dictador y en la que había cosas con las que uno no podía jugar sin salir escaldado. Uno de los días encontramos allí una caja de madera con unos pequeños cilindros metálicos plateados que no sabíamos para qué servían, pero que llamaron poderosamente nuestra atención. Un voluntario, tras manipularlos sin mucha brusquedad por si acaso, lanzó uno de ellos contra el muro más ~ 20 ~
cercano. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, al chocar el objeto con la pared, se produjo una potente detonación que nos desveló lo que podían ser. – Son detonadores – dijo uno de los más espabilados, seguro que los usaron cuando hicieron obras y se olvidaron de ellos. El diablo, la inconsciencia y nuestro amor por la pólvora se confabularon para que nos lleváramos algunos y los guardáramos en nuestra mata. Días más tarde, cuando me encontraba comiendo en casa de unos familiares, sonó el teléfono. – Es tu padre – dijo mi tía, que había descolgado el teléfono – ponte, que es urgente. – Hola, papá, ¿pasa algo? – ¿Se puede saber qué puñetas habéis hecho tú y tus amigos? Me acaba de llamar la Guardia Civil y esta tarde a las cuatro tenemos que estar en el cuartelillo para declarar. Te paso a buscar en un cuarto de hora. Me quedé anonadado por la situación. No se me ocurría qué podría querer la Guardia Civil de mí, pero tanto por el tono de la voz paterna, como por el hecho de que en esos años la Benemérita no te llamaba para nada agradable, presentía graves problemas. Al recogerme mi padre observé que vestía uniforme de paseo, cosa inusual ya que habitualmente vestía ropa de trabajo similar a la civil, aunque con su identificación como oficial del Ejército de Tierra. Juntos nos dirigimos al destacamento de la Guardia Civil del pueblo. Allí nos hicieron pasar a un despacho ~ 21 ~