Violeta José María Sánchez “Kimbo”
© Textos: José María Sánchez “Kimbo” © Ilustraciones: José Julio Edita:
I.S.B.N.: 978-84-15933-65-6 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.
Violeta José María Sánchez “Kimbo”
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HACE muchos, muchos años que sucedió esta historia en un pueblo de tierras muy lejanas. Su nombre no me viene a la memoria, sólo puedo recordar que estaba rodeado de un inmenso bosque con grandes árboles de muy distintas especies. MÁS o menos a un kilómetro del pueblo había una cabaña, hecha de troncos y ramas, en la que vivía John Blue. Un viejecito llegado de no sé dónde, que en su juventud había conocido otros lugares y ahora hacía años que vivía solo en esa cabaña que se había construido él mismo, apartado de la gente. SUS únicos amigos eran los animales del bosque. Se ganaba la vida tocando un viejo violín que perteneció a su madre y en su recuerdo le había puesto de nombre “Violeta”. RECORRÍA las calles del pueblo tocando a Violeta y recogiendo las limosnas que le daban; solían ser las sobras de comida, algunas ropas y lo que ya no les servía, de lo que él siempre sacaba algún provecho para adornar su cabaña. DEBIDO a su aspecto, una barba larga y pelos por encima de los hombros, sombrero de ala ancha y de pico, la ropa siempre grande y holgada, y su solitaria forma de vivir; por todos era conocido como Diablo Loco. CADA tarde a la puesta del sol, en su cabaña repartía la comida con sus amigos los animales, que con el tiempo habían perdido el miedo y prácticamente la casa de Diablo Loco era el cuartel general de los animales del bosque. LOS hombres del pueblo eran aficionados a la caza y, sin explicarse los motivos, cada vez encontraban menos cacería por lo que poco a poco se iba perdiendo la afición. CIERTO día, uno de los cazadores, el señor Dalton, que se encontraba por los alrededores de la cabaña de Diablo Loco, sintiendo sed se encaminó hacia ella para pedirle un poco de agua. AL acercarse vio tal cantidad de animales que se asustó. Escondiéndose detrás de un árbol pudo ver como los animales sin demostrar miedo alguno se dejaban acariciar por Diablo Loco.
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NUNCA había visto tantos animales juntos por lo que, procurando no ser visto y sin hacer ruido, empezó a abandonar su escondite, para ir a buscar a los demás cazadores. ESTABA tan entusiasmado con la gran cacería que iban a hacer que sin darse cuenta, en su marcha de espaldas, se cayó en el río. Al intentar salir se resbaló, se torció un pie y cayó en el suelo con un terrible dolor, pero por miedo de asustar a los animales, se tapó la boca con una mano tratando de no gritar, mientras con la otra mano se cogía el pie lastimado. SALTANDO más que cojeando consiguió llegar a su casa, que por suerte era unas de las primeras a la entrada del pueblo. Mientras su mujer le daba masajes, metiéndole el pie en agua caliente con sal y vinagre, Dalton llamó a su ahijada Nathaly. Una preciosa niña de nueve años que desde la muerte accidental de sus padres vivía con el matrimonio Dalton, a los cuales servía más como criada que como ahijada. NATHALY tenía un precioso pelo rubio que le llegaba hasta la cintura. Obediente, acudió a la llamada de su padrastro, quien le dijo: –Vete corriendo al bar donde nos reunimos los cazadores y les dices que en casa de Diablo Loco están todos los animales. –Nathaly le escuchaba con toda su atención–. Diles que lleven muchas municiones. Explícales lo que me ha pasado y que por eso no puedo ir yo. Pero –aclaró–, que de lo que cacen me guarden la mitad. Corre y no te entretengas. NATHALY salió de la casa con paso rápido y, presintiendo la matanza que se iba a organizar, decidió avisar primero a Diablo Loco por lo que se adentró en el bosque corriendo. CUANDO llegó quedó asombrada. ¡Cuántos animales rodeaban la cabaña de Diablo Loco! Ahora comprendía la excitación del señor Dalton y debía advertirles del peligro que iban a correr.
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VIENDO la impresionante figura de Diablo Loco en la puerta de su cabaña, con un poco de miedo se atrevió a decir desde lejos: –¡Hola! SU voz asustó a varios animales. Unos emprendieron una veloz carrera y otros echaron a volar. –¿Quién eres? –dijo él– Acércate, no temas. MIENTRAS Nathaly se iba acercando fue hablando. –Soy yo Nathaly. La ahijada de los Dalton. –¡Ah! Ya sé quien eres, la niña del pelo como hilos de oro. Bienvenida a mi humilde casa. ¿Qué se te ofrece? –Mi padrastro ha visto que aquí había muchos animales y me ha dicho que avise a los demás cazadores, para que vengan con muchas municiones. DIABLO Loco abrió con sorpresa los ojos y la boca. Nathaly continuó explicando: –él se dobló un tobillo y apenas puede caminar. Así que me ha encargado a mí ir a decírselo a ellos. DIABLO Loco miró a todos lados temeroso, pero ella le tranquilizó diciendo: –como me da mucha pena que maten animales pues... he venido a advertirle primero a usted. Para que haga algo. HACIENDO gestos con las manos les empezó a gritar a los animales para que se fueran. Nathaly le ayudó también a ahuyentarles. Cuando ya no quedaba ninguno, los dos se miraron y convencidos, marcaron una alegre sonrisa. –Bueno, pues ya me voy –aseguró Nathaly–. Tenga cuidado pues el señor Dalton se pondrá pronto bien y seguro que volverá por aquí.
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