Yo no fui fueron ellas

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Margarita Álvarez Penón (Barcelona,1964). Diplomada en Trabajo Social por la UAB. Actualmente trabaja como administrativa y distribuye su tiempo entre su pasión por la escritura, el metro, sus obligaciones como madre, el metro, compañera, amiga, el metro… Recientemente ha entrado a formar parte de una pequeña compañía amateur de teatro, escribe en su blog http://operculumarga.blogspot.com.es y fotografía casi todo lo que ve. Incursiona en la literatura con este relato sobre travesías existenciales, como parte de una trilogía desenfadada y vital. No fui yo, fueron ellas es su primera aventura editorial pero amenaza con no ser la última.


YO NO FUI, FUERON ELLAS Marga Álvarez


© de los textos: Marga Álvarez © de las ilustraciones: Josi Albi 1ª edición, abril de 2016

Edita:

ISBN: 978-84-16582-90-7

Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.


El rĂ­o fluye de una dĂŠcada a otra y las historias de la gente transcurren en la orilla. Milan Kundera



PRÓLOGO

Según la RAE (tan sensible ella), la definición de menopausia es: «Cese natural y permanente de la menstruación». Así, sin paños calientes, sin adornos. No ocurre igual con el término andropausia, en el que el cese de la función reproductora masculina se esconde detrás del sustantivo climaterio. Obsérvese que en el caso femenino no existe ningún reparo en expresar claramente lo que cesa, mientras que en el masculino no se hace referencia, por ejemplo, al hipogonadismo, y es que, como diría mi madre, «con la Iglesia hemos topado». No estoy insinuando, Dios me libre, que haya ningún tic machista en todo eso y tampoco quiero que me tilden de menopáusica rebelde o quizás sí y adentrarme en las teorías de Thérese Clerc y en vivir la madurez como un tiempo de absoluta libertad Pero sigamos con otras definiciones y/o características que pululan por la red y que son igualmente ilustrativas. La menopausia es un fenómeno natural que sufren las mujeres en diversos grados. (Adviértase el verbo «sufrir». Empezamos mal). El estrógeno y la progesterona son dos hormonas necesarias para regular el ciclo menstrual, (ahí están, os presento a mis putas) y cuando la producción de hormonas se desequilibra las mujeres experimentan una amplia gama de síntomas físicos, emocionales y cognitivos. Síntomas físicos tales como sequedad vaginal, sensibilidad en los senos, aumento de peso, sofocos, sudores... (paro, que ya me estoy poniendo de mal humor). Síntomas emocionales como la ansiedad, mal humor, depresión, irritabilidad, falta de ~7~


memoria, ira, nerviosismo y síntomas cognitivos como confusión, pérdida de concentración, de memoria. Vamos, todo un catálogo primavera-verano de que posiblemente, a partir de ese momento, acabará por ser tu fondo de armario. Aquí os dejo un paseo por todos mis síntomas a lo largo de las estaciones climatológicas y de metro. Ya me entenderéis…

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YO

Quizás convendría que, antes de iniciar el viaje por mis circunstancias, me presentara como es debido. Me llaman Rita. Digo me llaman, porque yo no me llamo. Bueno sí, de vez en cuando, como las estrellas que hablan de sí mismas en tercera persona, pero sólo de vez en cuando y para reprocharme algo. En realidad me llamo Penélope, como quería mi padre, pero el cura de la Parroquia, recién llegado de la Legión, se empeñó en discutir hasta la saciedad con mi progenitor acerca de lo que le parecía nombre de puta. A medida que la discusión subía de tono también lo hacía la manga de su sotana, que empezó a do-

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blar como camisa legionaria dejando ver un tatuaje que rezaba «Cristo me ama». Mi padre me contaba que el cura llegó a tal nivel de exaltación que en un momento determinado dijo que me pusiera el nombre que quisiera, como si me ponía «Rita la Cantaora». El pobre, sintiéndose impotente, amenazó con llevarse la donación que acababa de hacer a lo que el cura repetía «Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita». –Pero mira la ca-Rita de la niña, desgraciado. ¿Cómo vas a ponerle nombre de meretriz? Me ir-Rita sobre manera tu actitud provinciana. Mi padre, que estaba a punto de ebullición más que nada por contradecir el poder eclesiástico, levantó los brazos amenazantes y antes de bajarlos oyó un ruido seco que venía del escritorio del secretario. Los dos se giraron al punto y oyeron la voz aflautada del chupatintas: –Asunto resuelto. La niña se llamará Rita. Ya está registrada. Y ahí acabó la historia de mi registro. Así que llámenme como gusten, tal y como han hecho cuantos me conocen a lo largo de mi vida.

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PRIMAVERA

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. Pablo Neruda

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Capítulo. Me da que no voy a numerarlos (total, ¿para qué?)

Mis «putas» están tristes. Sí, no son las mismas que las del gran García Márquez, pero comparten el mismo sentimiento. Las ato en corto, no creáis, pero a veces me despisto y las muy... escapan para disfrazarse de cualquier cosa. Me niego, la vida es demasiado corta y los síntomas menopáusicos apenas un granito de arena en una gran playa. –¡Ve al grano! –me grito mentalmente– Hijodesu... Hoy nadie me cede el asiento en el metro. Me dan ganas de gritar: ¿es que no veis que estoy triste y cansada, además de gorda y premenopáusica? ¡Ups!, se ha levantado una chica joven. Tengo que aprender a pensar en voz baja. Algún día me meteré en un problema. Me mira con sonrisa agradable, ¡qué bonita y qué joven! Qué rápido pasa el tiempo, hace cuatro días era yo la que cedía el asiento, a veces fastidiada lo reconozco, a las señoras con bolsas de El Corte Inglés. Tengo que descargar los libros que me regalaron a la tablet y aprovechar el camino para leer, como siempre, o corro el riesgo de decir tonterías sin hilvanar. ¿O acaso alguna vez hilvano?

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Capítulo. La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido

Ha llegado de sopetón la primavera y Barcelona se llena de luz, de un sol que pone pátina de óxido al invierno, también de turistas. Están por todas partes: en grupo, en parejas, solitarios. Hoy una pareja francesa esperaba detrás de mí en un semáforo a que el muñequito verdeara y le oigo decir a uno de ellos: –Mon amour, je t’aime. –Moi aussi –le contesta ella. Eso en medio de un festival de besos sonoros, casi me parecía estar en un «Aplec dels Cargols» (Amigos de los Caracoles), sorbe que te sorbe. Los semáforos en Barcelona tardan mucho en cambiar. Espera que te espera y beso que te beso sin pudor, sin observar la más mínima norma de cortesía ante una señora, o sea yo. Notaba ya cómo la envidia iba corroyéndome o las hormonas alterábanse cuando sin poder remediarlo y con mi francés más académico les espeto, sacándoles la lengua al terminar: –¡Moi non plus! Sí, ya sé que está feo, pero, ¿qué queréis? A veces una se pierde...

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Capítulo. (De verdad, ¿tengo que numerarlos?)

Carta a mis hormonas: Queridas mías, os aborrezco en la misma medida que os necesito. Si pensáis abandonarme, hacedlo de forma paulatina, que una empieza a estar mayor para sobresaltos. Ahora empiezo a saber qué buscaban aquellos descerebrados de Las Azores. Las verdaderas armas de destrucción masiva son las mujeres en la cincuentena. Armas cargadas de sensualidad, de experiencia, con la libido en match tres, la seguridad de quien sabe lo que quiere y cuándo lo quiere, y al mismo tiempo la capacidad de retrotraerte al tiempo de la ingenuidad más irresistible. También se necesita, como en casi todo, el factor suerte y que éste te ponga en el camino un buen partenaire para bailar un buen tango. Cuando te topes con una pareja de baile que aprecie lo que ve y lo que intuye, que te seduzca por su cerebro, te cautive con sus manos y te tiente con su cuerpo, no te lo pienses, baila con él. Da igual cualquier circunstancia en la que estés inmersa. Si te hace olvidar las señales de la maternidad, los síntomas de la cabrona Ley de Gravedad (menuda mierda de ley), las huellas de la edad, no te lo pienses, sigue bailando con él. La vida es un baile. Al principio te mueves rápido, casi sin sentir los pies en el suelo. Luego, lentamente, te vas relajando, aceptando los momentos de silencio, adaptándote a veces a un compás lánguido y admitiendo que la música suena cada vez más lejos y más débil. Por eso, si de repente notas que la música vuelve a llenarte las venas, baila. No dejes nunca de bailar, hasta trenzar una danza que te haga sentir una profunda relación emocional con tu propio cuerpo y con el cuerpo de tu compañero de baile. ~ 17 ~


Por eso, hermosas mías, no me abandonéis ahora que noto las notas de un buen tango acariciándome la piel. Ahora que la música me recorre las venas y mi partenaire espera.

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Capítulo 1. (Pongo el uno aleatoriamente, me mola) Dieta

Primer día. Éramos pocos y parió la abuela. Dicen que la naturaleza es sabia, pero cuando yo nací debió hacer pellas y saltarse la clase de «reparto proporcional entre hermanos». ¿Por qué no me parezco a mi madre, nervuda y espigada? No, me tengo que parecer al bonachón de mi progenitor masculino. ¡«Joer», pues haberme hecho hombre! A los cambios hormonales propios de mi edad y condición, ahora habrá que añadir los cambios que se producirán por un elemento invasor e invasivo: la dieta. ¡Cuerpo a tierra! Sí, tengo

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que perder la friolera de entre quince o veinte kilos. Solamente pronunciarlo me produce escalofríos. Mi dietista habla de kilos con la misma facilidad que los noticiarios sobre los que aparecen como por arte de magia en Suiza: pecatta minuta. Hoy es el primer día y me siento fuerte, pero me ruge la tripa. Estoy convencida, pero también estoy que muerdo. Tengo por delante una carrera de fondo que pienso ganar, lo que no sé es si cuando llegue a la meta quedará alguien a mi lado para verlo.

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Capítulo. Metro y azul, mala combinación

Soy animal de costumbres. Salgo casi siempre a la misma hora (aun sin mirar el reloj, porque no lo uso), me coloco a la misma altura en el andén, subo al mismo vagón y hasta tengo mi asiento favorito. Cuando una de esas circunstancias no concurren, siempre pienso que es presagio de un cambio en mi rutina diaria, en forma de desastre inminente. Casi con total seguridad algo va a pasar. El metro y yo tenemos una historia de amor-odio apasionante. (Miedo me das, Rita. Abre los ojos y cierra la boca). Y, efectivamente, no me equivoco. Primer metro, por los pelos. Tengo que correr para que no se me escape. La lechuga de la comida amenaza con salir por donde entró. ¡Claro, querrá buscar compañía, estaba tan sola...! Segundo metro: no puede ser. Mi asiento favorito está ocupado por una señora con gabardina color machiatto (qué bonito color) y pelo azul, que lee su libro electrónico. Me siento enfrente y la traspaso con mis rayos ultramegaarma de destrucción masiva, que según dicen, sale en ocasiones por mis ojos. (No te quedarás sin batería y tendrás que ir mirando al techo todo el trayecto. No seas mala, Rita, acuérdate de eso del karma y de que todo lo que mandas, vuelve... ¡Ajs, que se quede sin batería y a ver si lo que vuelve es un libro nuevo!). Justo a mi lado se sienta un señor venido de Oriente Medio. ~ 21 ~


No es que le haya preguntado, pero su larga camisa blanca, su turbante color naranja, su barba negra y el color de su piel lo delatan (bien hecho, Sherlock, eres una máquina de la deducción). Desprende un fuerte olor a especias que me hacen pensar en mi pollo al curry (Dios, qué malo es no comer lo que te gusta). No me acostumbro a ir en este lado del vagón. El libro no se abre igual, el apoyo del brazo contra la barra no es el mismo y no puedo echar mis cinco minutos de siesta, me caeré. Pensando en eso me he dormido y mi férreo control mental ha hecho que me incline al otro lado y he caído, sí, pero sobre mi amigo especiado que amablemente me ha prestado su hombro. Bonita estampa debíamos componer. De esas de reivindicación de la globalización, o de la fusión intercultural o el antirracismo. –Sorry, seniora, sorry, Me despierta el sonido silbante y profundo de una voz que no reconozco. Abro los ojos y seguro que mi cara se pone a juego con su turbante. Miro con disimulo hacia su bonita camisa blanca y almidonada buscando una mancha de baba que me avergüence todavía más. Por suerte no veo más que arrugas provocadas por mi linda cabecita. –Sorry, seniora, my station –me dice el pobre hombre. Yo le sonrío, seguramente con cara de pánfila y le doy las gracias haciéndole ojitos mientras me devuelve mi libro que, seguramente, ha recogido del suelo. Me recompongo digna en mi asiento y espero que las tres paradas que me faltan pasen volando, porque siento mil ojos observándome. ¡He dormido sobre ese buen hombre más de un cuarto de hora! ~ 22 ~


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