Magdalena Alessandri – Libertad de expresión en la UC

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Santiago, 12 de mayo de 2006 Monseñor Arteaga, Señor Rector, Señores Consejeros: Quisiera compartir con ustedes una gran preocupación que tengo hace un par de semanas con motivo de dos hechos ocurridos en nuestra Universidad, que han abierto un debate, entre todos los alumnos, sobre la libertad de expresión en la UC: Primero, la performance realizada por un grupo de alumnos de teatro y arte en Campus Oriente el día miércoles de la Semana Santa y, Segundo, la columna a favor del aborto que escribió una alumna de Matemáticas. Según esta estudiante, hubo amenazas de parte de la universidad lo que le hizo desistir de publicar dicha columna. Antes de continuar, quisiera aclarar que me considero parte de aquellos que se ofendieron con la performance y que comparto y defiendo plenamente los valores cristianos en torno al derecho a la vida. Los dos temas mencionados han generado un profundo malestar en un grupo grande de estudiantes que sienten coartada su libertad de expresión por la opresión y la nula tolerancia que muestra la universidad con aquellos que no profesan la misma religión que Rectoría. En el Mosaico, boletín oficial de la FEUC, de esta semana, puede leerse textual que “esto se llama Universidad Católica, y como tal obedece al principio de universalidad; tenemos derecho a pensar distinto y a poder manifestar y discutir esa divergencia de pensamiento. El papel que alguna vez firmaste (refiriéndose al Reglamento del alumno regular), si es que lo hiciste, no puede impedir que pienses y cuestiones lo que consideras incorrecto”. En resumen, se ha levantado una lucha por una libertad que no tiene límites, que está por sobre las personas, las Instituciones, la Iglesia y los reglamentos, dejando absolutamente de lado los principios y valores que profesa y enseña esta Universidad porque la verdad es que no son más que un detalle.


Ante dicho panorama yo no podía permanecer en silencio. Me sentía con el deber y la responsabilidad moral de defender a todas las personas que fueron pasadas a llevar con la performance; de defender el respeto de la dignidad humana. Pero además, se había ofendido a la Iglesia Católica en la semana más importante de todo el año y eso, en mi opinión, es inaceptable. Todo esto me llevó a escribir, en mi boletín quincenal del 25 de abril, una editorial titulada “El calvario de la tolerancia” porque una cosa es ser tolerante, pero otra muy distinta es manifestar una opinión diferente profanando símbolos de una religión y pasando a llevar lo más íntimo y propio del ser humano, su dignidad. Pero, ¿qué pretendo con todo esto? Si bien estos alumnos de teatro cometieron un grave error, que espero nunca más se repita, me parece que el problema no está solamente en ellos, sino que es mucho más profundo y preocupante de lo que parece, y por eso, debe ser tratado de inmediato y con la mayor seriedad posible. Porque si hay un grupo de alumnos que piensa que aquí se puede hacer de todo, que no hay límites establecidos, que si no pueden expresarse libremente no pueden formarse profesionalmente, sin tener en cuenta los reglamentos ni respetar la esencia de la universidad, es porque como Pontificia Universidad Católica nos hemos preocupado más de resaltar la excelencia académica y perfil de investigación, lo que está muy bien, olvidando a quién nos debemos y cuál es nuestro sello. Yo me pregunto… Si no es la Pontificia Universidad Católica de Chile la que defiende a la Iglesia Católica y las enseñanzas de Jesucristo, no sólo al interior de sus campus, sino que frente a todo el país ¿quién se supone que debe hacerlo? ¿Estamos obviando el hecho de que somos Pontificia Universidad Católica para tener los mejores puntajes nacionales en la PSU? ¿Podemos quedarnos de brazos cruzados ante la relatividad de la sociedad y del mundo entero? ¿No tenemos una gran responsabilidad, como Pontificia Universidad Católica, ante el Santo Padre, pero más aún, ante Dios de defender nuestros principios y valores? Para mí, esto que está ocurriendo es preocupante ya que la lucha de los próximos años será la valórica. El que estemos nosotros aquí no es casualidad ni tarea fácil, por lo tanto, asumamos tareas difíciles y luchemos por ellas. Yo entiendo que éste es un tema sensible y que hay que tratarlo con mucho cuidado y la mayor de las delicadezas, pero no por eso vamos a esconder la cabeza. Y en esta defensa, me he sentido poco acompañada. Me ha faltado el apoyo no sólo de la FEUC, que de hecho en la primera página de su declaración de principios manifiesta su conformidad y adhesión activa y diligente con el mensaje evangélico de Cristo, sino que también me ha faltado el apoyo por parte de la Pastoral, DGE y Dirección Superior.


Creo que la UC no se ha adecuado al cambio valórico que ha sufrido Chile a partir de los años 90, y por eso me parece que llegó el momento para que, como Pontificia Universidad Católica, tomemos un rol más protagónico en esta materia. No quisiera terminar esta intervención sin proponer nada. Si fui electa, es para trabajar por esta universidad que tanto quiero. En una conversación que tuve con el Director General de Pastoral, Antonio Daher, llegamos a la conclusión de que se deben armonizar distintos tipos de instrumentos, como por ejemplo: - mostrar lo que es la UC; no exigir ser católico, pero sí respetar lo que la UC profesa y enseña; - crear cursos de “introducción a la UC” para los novatos, donde se les de a conocer nuestra Universidad, cómo funciona y qué busca en sus alumnos; - muy unido a lo anterior, fomentar el amor por la UC, el ser camiseteados por nuestra casa de estudios: - explicitar más el reglamento del alumno regular estableciendo bien los límites respecto a las publicaciones, representaciones, etc.; - ponerse a tono con los tiempos que estamos viviendo; - y hacer algo para combatir el problema de desinformación a nivel general. Éstas son algunas ideas, pero no servirán de nada si se quedan en el papel. Lo importante es que hagamos algo frente a esta situación que se está viviendo en todo el mundo, antes de que sea muy tarde y la sociedad termine por desterrar a Dios para siempre de nuestras vidas. Muchas gracias por escucharme.

Magdalena Alessandri C. Consejera Superior


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