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ENRIQUE ROLDÁN MARTOS. ¿Sabes, Quique? Me han pedido que escriba un artículo sobre ti para el Boletín de Cuaresma. Un artículo. No me han pedido una nota necrológica. No podría escribirla. No te corresponde. No lo asimilo. Pienso que estás escondido detrás de cualquier columna de San Juan. El último. Como tantas veces hacías. Allí te buscaba para fundirme en un abrazo contigo al terminar cualquier culto. “¿Cómo estás hermano?”. ¿Cómo puedo contar cómo eras a los hermanos que no te conocieran? Hablarles de tus muchísimos años al servicio fiel de tu Hermandad. Que eras un magnífico soldado. Siempre en la brecha, siempre en el trabajo. Te daba igual quién fuera el Hermano Mayor que te llamara. Tú servías a tu Hermandad. Te daba igual el puesto directivo que te ofrecieran: fuiste Teniente Hermano Mayor, Fiscal, Albacea General, Albacea, Vocal... Tú servías a tu Hermandad. Con fidelidad absoluta, convencido de sus fines, de sus metas y, sobre todo, convencido de su idiosincrasia. Entraste siendo un niño y te formaste, no sólo como cofrade sino como hombre, entre tus hermanos. Desde el primer momento tuve muy buena sintonía contigo. Y te admiraba, Quique. Siempre te he admirado. Eras ejemplar. Jamás te vi cansado, ni física ni mentalmente. Eras un torbellino y servías para todo porque de todo tenías criterio, buen criterio. Lo mismo opinabas de la orla de una convocatoria de cultos que del diseño de la “galleta” de un bastón. O de
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