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Ad libitum Si por algo es admirada nuestra Archicofradía, como todos sabemos, es, entre otras cosas, por el cuidado exquisito y extremo con el que se prepara cualquier acto y/o culto y dentro de ella, el especial y determinante protagonismo que la música, como elemento canalizador, contiene y que ha creado escuela dentro del contexto global de la ciudad. ¿Es posible entender un domingo de Quinario sin el ‘Pie Iesu’ del Miserere escrito por el británico Andrew Lloyd Weber o un Viernes de Dolores sin el patetismo extremo del canto del ‘Stabat Mater’? Pero, ¿cuál es el sello propio de ello? La respuesta es clara: la ortodoxia. La justa, pero lógica medida de las cosas, que tanto y tan bien nos caracteriza, entendiendo perfectamente que la música escrita para el culto es la óptima para esta celebración. La retórica de toda ella no puede ser comparada a ningún otro tipo de composición sacra. Por ello, el estilo barroco ha tenido un papel predominante en los repertorios interpretados a lo largo de todos estos años. ¿Por qué? No hay momento en la historia de la música de mayor riqueza y plenitud de la música sacra; únicamente se podría comparar con el nacimiento y posterior apogeo del renacimiento con los