Los unicos privilegiados fuimos los niños - Oscar Chena

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Cáceres, Andres Ritual de la Memoria. Mendoza. 2016. 320 p. 23 x 16 cm.

ISBN 978-987-45819-4-5

1. Derechos Humanos. Andrés Cáceres. 2016

EDICIONES CULTURALES DE MENDOZA – Mendoza – República Argentina Hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723 Derechos reservados conforme a la ley. ©2016, Ediciones Culturales de Mendoza +054 261 4495861 edicionessecretariademendoza@gmail.com

Coordinador Ediciones Culturales de Mendoza: Prof. Alejandro Frias Diseño Gráfico Digital: Pedro Torres – Mendoza. 03/2016. pedrojuliotorresar@gmail.com

Impreso y hecho en Argentina

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Gobernador de Mendoza Lic. Alfredo Cornejo Vicegobernadora de Mendoza Ing. Laura Montero Secretario de Cultura Dn. Diego Gareca Coordinador de Ediciones Culturales Prof. Alejandro Frias Edición y armado Andrés Oliver Diseño Gráfico Digital Pedro Torres

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Los únicos privilegiados fuimos los niños, de Oscar Chena, integra la Colección Memoria y Vida de libros en formato digital publicados por la Secretaría de Cultura de la Provincia de Mendoza, Argentina, iniciada a 40 años del golpe cívico-militar de marzo de 1976. A cuarenta años del comienzo de aquella cruel dictadura, la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Provincia, a través de Ediciones Culturales de Mendoza, abre esta colección para enriquecer el registro escrito de la época más oscura de la historia de nuestro país y para que la memoria le gane al olvido y la vida prime sobre la muerte.

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Índice Capítulo 1 .......................................................................................... 7 Capítulo 2 ........................................................................................ 10 Capítulo 3 ........................................................................................ 20 Capítulo 4 ........................................................................................ 24 Capítulo 5 ........................................................................................ 28 Capítulo 6 ........................................................................................ 32 Capítulo 7 ........................................................................................ 40 Capítulo 8 ........................................................................................ 45 Capítulo 9 ........................................................................................ 50 Capítulo 10 ...................................................................................... 52 Capítulo 11 ...................................................................................... 63 Capítulo 12 ...................................................................................... 65 Capítulo 13 ...................................................................................... 74 Capítulo 14 ...................................................................................... 81 Capítulo 15 ...................................................................................... 89 Capítulo 16 ...................................................................................... 95 Capítulo 17 ...................................................................................... 96 Capítulo 18 .................................................................................... 104 Capítulo 19 .................................................................................... 107 Capítulo 20 .................................................................................... 111 Capítulo 21 .................................................................................... 114 Capítulo 22 .................................................................................... 120 Capítulo 23 .................................................................................... 124 Epílogo .......................................................................................... 128

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Capítulo 1 Un tropel ingresa a la galería. Se abren puertas con estrépito, una batahola infernal interrumpe el silencio de tumba que impera. Salgo súbitamente del estado de letargo. Como si hubieran conectado un cable, las reflexiones, las cavilaciones se interrumpen. Vienen a llevarme, pienso. Tiemblo como una hoja, sin poderme controlar. Es la hora, hasta aquí llegamos. Me domina el terror. Vienen. Vienen por mí… El fragor de ruidos llega, lo siento nítido. –¡No empujés, cana hijo de puta! –¡Movete, loca de mierda! –¡No me toqués, milico culiado! ¡Sacame las manos de encima, pajero! –¡Dale, gorda puta! –¡Más gorda será tu abuela!, ¿y éste? ¿Sigue engayolado?… ¡Qué lo pario! ¡Es la tercera vez que vengo y todavía no lo han boleteado! El policía la increpa: –No se te ocurra tocar esa puerta, a vos… sí, a vos, ¡te voy a reventar si te arrimás ahí! Ruido de pasos, tacones raspando el piso, zancadas de botas, chirriar de armas y aceros, cerrojos que se abren y cierran. –¡Che, miren! ¡Todavía tienen a Papillón enrejado! –¿Quién le puso Papillón? –La Gorda, ¿no viste la película? ¡La del yiro que se metía el dinero en el agujero del culo para sobornar a los jetones!, ¿no la viste? –No. –Bueno, aquí está –señalan la puerta– Percibo que todos los ojos están puestos en mí, que soy una curiosidad. Estoy semidesnudo, con el cuerpo doblado contra la pared. Hablan en voz baja, casi en secreto. Una prostituta le dice a la otra: 7


–Abrile la rejita, así podés hablarle; es un tipo de esos, ¿cómo les dicen? ¡Ah, sí!… un subversivo. –¿Estos son los que se escavecharon al Aramburu? ¿Te acordás? Se abre paso entre todas una mujer alta, corpulenta, pelirroja, de paso firme. La saludan con respeto: –¡Hola, Raquel! ¿A vos también te chuparon? –Sí, a ver… correte. Levanta la chapa que cierra la abertura que me comunica con ellas. Algunas se apartan presurosas dándole paso. Su voz reanima, vuelvo en mí. –¡Papillón! ¡Papillón!, ¿estás ahí?, ¡arrimate!, ¡rápido! –¡Raquel! ¿Cómo llegaste? –Yo me las ingenio –la sigo por el movimiento de sus labios– Viste, me dejé apresar en la redada, a pesar que la mano viene jodida. Fui al sur, Papillón, estuve en tu casa. Sorprendida tu familia, ¡no lo podía creer! Al principio tu señora me miraba con desconfianza, cuando le di la carta tuya, se puso a llorar, me abrazó con fuerza, yo también derramé unas lágrimas, ¡hermoso el niño! ¡Una preciosura tu hijo! –¿Lo viste? ¿Cómo está? –Muy bien, aquí tengo la nota que ella me hizo para vos, junto con unos dibujos de tu hijo, Fernandito. Colorinches, ¿los ves? Por la hendidura pasa un rayo de luz que en la oscuridad de la celda es de un blanco intenso. –Sí, son preciosos… pintó unas manos grandotas, ¡mirá qué sol! –Antes que me olvide, que ando como loca; aquí está lo que pediste; una libreta, la birome, los cigarrillos, encendedor, chocolates. Arroja todo adentro de la celda por la abertura. Me emociono cuando veo los objetos, se cae una lágrima. ¡Me hace tan feliz recibir en esta mierda, de repente, tantas cosas! –¿Tenés alguna novedad?, tu mujer está desesperada… –No… no hay nada. El Pabellón “uno por veinticuatro” del Palacio Policial está colmado de mujeres de todas las edades, cumpliendo con la 8


consigna legal correspondiente: “Por ejercicio de la prostitución en la calle deberá pasar veinticuatro horas detenida en averiguación de antecedentes”. Para ellas, acostumbradas a esta situación, el problema no sería mayor que en otras oportunidades. Ahora hay una diferencia: las tirotean en la calle, les pegan sin compasión y el maltrato es lo rutinario. Están aterradas, saben que las pueden matar. Advierto a Raquel, que recién llega: –Cuidate, el Santu está al llegar, hasta los mismos uniformados le tienen miedo, está más loco que nunca. Ayer a la mañana pasó de ronda. Estaban las chicas y él las insultaba. Una le hizo frente, ella le gritaba: “¡Yo no te tengo miedo!, ¿sabés que sos vos?… ¡Un cornudo! Tu mujer se pasea conmigo por las calles” –le decía– “¡Cornudo!” Todos nos quedamos helados, no sé si la chica estaría borracha ¿Sabés qué hizo el loco? Sacó la pistola que llevaba en el cinto, le apuntó al bajo vientre y tiró. Cuando caía, la remató de dos balazos… como si nada, volvió a guardar el arma y ordenó a los que lo seguían que tiraran el cuerpo en la celda de los subversivos. –¡Se quería escapar! –dijo. Nadie abrió la boca. Yo desde el calabozo miraba y escuchaba, los tiros sonaron como cañonazos. Me apoyé tanto en la pared que me caí al piso, quería reducirme, hacerme como un ratón. Raquel comenta, ofuscada: –Tiene mucho odio, ese hijo de puta quiere sacarnos del medio como sea. Ha dado órdenes de matarnos donde nos vean, estamos espantadas. Ella cambia el tono de voz y prosigue: –Escribile unas letras a tu mujer, cuando me abran, la retiro. Ella se va a alegrar. La pobre con tus viejos te está buscando hace más de un mes ¡Nadie sabía dónde estabas! Una empleada del Palacio Policial se apiadó de tu mamá y le dijo en secreto “está aquí, en el D2… está con vida”. 9


Raquel cierra la rendija con cuidado y se va al pabellón con las otras chicas. Estoy ansioso por leer la carta de Lucy, iluminado con la luz que se filtra por la hendidura: “Querido amor: ¡Qué sorpresa poderte escribir! Raquel me contó todo, que estás en el pabellón junto al de las prostitutas, que tu relato la conmovió y se ofreció para traerme una carta tuya ¡Vino hasta aquí! ¡Qué bueno que estés vivo y podamos comunicarnos! Fui a ver a la gente que me dijiste. El sacerdote se acordaba de vos, comentó que no podía hacer nada. En el obispado había mucha gente como nosotros, tratando de saber de sus familiares. Estuvimos cinco horas esperando junto a tu mamá, ¡pobre tu mamá!, se puso el mejor vestido, las joyas, hasta el tapado de piel que tenía arrumbado. Le informaron que se fijan mucho en la facha de los que van a pedir, para atenderlos o no. Yo voy todos los días al Comando, en San Rafael. Nos hacen esperar toda la mañana y a las 13 horas informan que se fueron. Estoy al borde de una crisis. Para colmo, los uniformados se hacen los vivos y me piropean. ¿Podés creerlo? Bueno, amor, estamos bien, a nosotros nos han dejado en paz. Me informaron con sorna que, como te tenían, cualquier cosa rara que hiciéramos o que ellos detectaran, se desquitarán con vos. Estoy tan sorprendida aún en esta situación, porque vivís, amor mío… y saber eso no tiene precio ¡Te amo tanto! Un beso. Lucy P.D.: Papá, ¿te gustó mi dibujo?”.

Capítulo 2 Me he decidido a ordenar mis cosas. Lo primero, el horario. Debe ser de noche, han traído las mujeres de las calles y ellas trabajan después de las 23 horas, serán las dos o tres de la mañana. Se siente una voz que manda y otro que contesta, así que solo está la guardia. Cuando no escuche el bullicio, es porque amaneció. A las chicas las dejan ir al baño dos veces, ya 10


salieron una, tengo dos horas para contestar la carta y dársela a Raquel. No debo dormirme hasta haberla entregado. Estoy atento. Fabrico un ajedrez, amaso las migas de pan, untadas con orín, y hago las piezas para jugar: el alfil, la torre y los peones son los más fáciles de hacer; los caballos y los reyes los más difíciles. Tosté la mitad y así tengo las negras. Conseguí un papel de diario, puedo hacer un tablero. Para no gastar tinta usaré hollín con los cuadros negros. El juego lleva una media hora, con cuatro partidas estaré cerca del momento en que abra la rendija Raquel. Viene tranquila la noche, memorizaré la carta por si la encuentran. Me detuvieron con el camperón puesto, en la costura de los bolsillos puedo guardar los cigarrillos; la libreta en el lugar más delicado, entre el forro y la frisa, la birome en el entrecierre metálico y el encendedor en el calzoncillo. Hay pocas cosas, pero cada una adquiere un inmenso valor en la estrechez. Espero que esta noche no baldeen los pisos, como hicieron ayer, para no dejarnos dormir. Las damas me dicen Papillón, todos me llaman así. Hacen comentarios jocosos, como que soy el único hombre que duerme cerca de ellas y no paga, otra ha ofrecido desnudarse frente a la mirilla. Cuentan sus historias de vida, relatos de tragedia y escasez, dejan su dirección. “Para cuando salgas” – dicen. Se percibe la solidaridad y el caudal de amor que estas mujeres poseen. Suerte que están, si no, la ignorancia sobre mí sería total. Mi celda está junto a otras dos iguales, mide seis zapatos de lado (aproximadamente 1,5m x 1,5m). Estamos en el subsuelo, la puerta es hermética, de acero, las paredes de cemento, tiene en el centro una abertura rectangular como la de un buzón con una puertita que se abre desde afuera, para pasar la comida. Permanezco a oscuras todo el tiempo; cuando corren la rendija, entra un haz de luz desde la galería. Enfrente está el pabellón de las prostitutas, grande y de rejas. A un costado, los baños y 11


lavatorios; al lado de mi habitáculo, una escalera lleva a la parte superior, donde hay un calabozo más grande. A las tres de abajo y la de arriba las llaman “las celdas de los subversivos”, por ahora soy el único que habita el sector. Las chicas más curiosas abren la mirilla, preguntan y tiran cigarrillos, caramelos, jaboncitos de hotel y hasta un profiláctico. Como salgo dos veces por día al baño, junto todo lo que veo en el trayecto: tapitas de botella, hojas de diarios y revistas, papeles brillantes de golosinas, cartones de envases que pongo de colchón en el piso, colillas de cigarrillos. Les pido que me dejen abierta la mirilla, de esta manera me contacté con Raquel. Ingresa por la abertura un haz de luz que me permite leer los recortes, hasta que llega el guardia y la cierra. La comida permite manejar el horario, pasan con la olla dos veces por día; un mejunje de porotos, lentejas y arroz bien caldoso con pan duro. Un plato y cuchara de madera. Con suerte, cada tanto rescato un trozo de papa. No sé si lo que sirven son restos de otras comidas, ya que llegan navegando en ese caldo marlos de choclos, huesos sin carne y algunos sólidos que mastico sin intentar saber qué son. La oscuridad es total, lo peor es la pérdida de noción del tiempo, provoca un desequilibrio que afecta a la estabilidad. Lo primero que intento es tener noción de la hora: mañanatarde-noche. Apenas llegué era peor, porque tenía esposas y venda en los ojos, el guardia debía entrar a sacarlas cada vez que llevaba la comida, al final me las dejó afuera, eso me ayudó, pude moverme en este espacio, fabricar el tablero de ajedrez, hacer ejercicios de elongación y elaborar rutinas diarias: hora de ejercicios físicos, hora de rezar, hora de plantear problemas de resolución por la memoria; por ejemplo: ¿cómo se llamaba la madre de San Martín?, ¿qué escribió Víctor Hugo?, cosas así. Debo ser cuidadoso con la situación, que lleva a la depresión y la locura. Después de 45 días en estas condiciones he pensado en estrellar la cabeza contra el cemento. Si me desmayo, perderé la noción 12


de la existencia; si me fracturo el cerebro, me tendrán que sacar de aquí o me dejarán morir. Siento que estoy en el límite, como caminando en el borde de un precipicio, y digo para mí “debo seguir con vida, esperan afuera, esto alguna vez terminará…”. La negrura y la soledad manejan tiempos infinitos para la reflexión, no debo caer en añoranzas, dudas, temores, paroxismo. ¡Debo tener la mente ocupada! ¡Necesito concentrar mis reflexiones en acciones positivas! Los guardias no saben mi nombre, ni les interesa… yo soy una cosa, “el paquete” que enviaron de San Rafael. No veo un médico, un asistente, alguien que se dé cuenta de que existo, de que estoy. Soy el paquete al que le dan un plato de comida dos veces por día y otras dos le abren la puerta para ir al baño. ¿Quién viene a abrirme? ¿Quién me dio el plato de comida? ¿Juan? ¿Pedro? ¿Jorge? Cada uno de ellos tendrá familia, esposa, hijos. ¡Yo tengo una esposa y un hijo! ¡Quiero verlos! ¡Mi hijo es hermoso, pero no lo puedo ver! Deseo gritarles a mis carceleros ¿Pueden creer? ¡Mi hijo está creciendo y no sabe nada de su padre! Debo serenarme, bajar la tensión, este odio que se acumula en todo el ser. Voy a ocupar mi tiempo escribiendo las primeras notas en la libreta que trajo Raquel, llevando los recuerdos. Empezaré por mi niñez… Es de mañana. Se oye caminar por la galería. Voces de mando que van y vienen. Hoy por primera vez me habló el carcelero, preguntó de dónde era. Cuando le contesté, dijo que era de San Luís, conocía el sur de Mendoza. Es el único que al ir al baño me deja solo. Cuando él está de guardia, puedo asearme y caminar por la galería si no hay nadie. Así descubrí que, subiendo una escalera lateral, se llega a una prisión más grande y que el calabozo pegado al mío 13


posee en el techo una placa pequeña de material traslúcido que deja pasar luz de la azotea. Ante la novedad de tener algo de claridad, le pedí al vigilante puntano si era posible cambiarme de celda. Accedió. Ahora tengo en el techo un cuadrado de veinte centímetros que permite ver cuando amanece un resplandor difuso, borroso, que se va aclarando hasta despedir reflejos. Cuando el sol le da de lleno, luego se atenúa en un atardecer y empieza a languidecer en trazos que se reflejan en los muros, hasta quedar a oscuras. Ayuda a saber con certeza cómo transcurre el día. Hago marcas en la pared sobre las horas posibles, es como un reloj de sol que funciona muy bien. Solo algunos inconvenientes cuando llueve. Se suple con alborozo, porque puedo observar cómo se empaña la superficie transparente con las gotas de agua. Si hay silencio absoluto, puedo escuchar el ruido de la lluvia y el latido de mi propio corazón. No debo ponerme nostálgico. Nuevamente oscurece. Llegan las chicas de la noche, ha sido una jornada de redadas. La celda grande y la galería están ocupadas. He fabricado, con una paleta de madera, un dispositivo que permite levantar, haciendo presión, unos dos centímetros la reja de la mirilla. La abro porque puedo percibir los vahos que penetran, oler el aire, escuchar, aguzar la vista, sentir el perfume a mujer, mezclado con el ácido de las pastillas de limón o menta y el aroma dulzón del tabaco. Vuelve el bullicio. Quedo dormido, acurrucado en mi metro y medio. Sueño que estoy afuera y corremos por el parque con mi hijo. Su pelo dorado brilla con el sol y sus risas, junto a su madre, son alegres, divertidas. Los colores son fuertes, se mezclan el rojo de las cerezas con el blanco de las margaritas, verde de las hojas, marrón profundo de la tierra, el azul es un color dominante. Aparece una mariposa gigante de color amarillo intenso, con círculos blancos en sus alas. La persigo, hipnotiza su aleteo. 14


Extiendo mis manos para alcanzarla y ella se eleva más y más. La sigo, moviendo los brazos como si volara, estoy a punto de lograrlo. Escucho una voz que dice “¡No podés volar! ¡No podés volar!” ¿Cómo que no puedo volar? Soy una mariposa aprisionada ¡Pero puedo soñar, imaginar! ¡Quiero ser libre! ¡No voy a dejar de ser Papillón! Miro hacia abajo y empiezo a caer a una velocidad alucinante al piso, que se ennegrece. En el momento del estallido me despierto. Todo es penumbra, una lobreguez que no puede responderme nada. Volveré a escribir y a jugar mi partida de ajedrez; hoy ganan las blancas, que tienen mejor estrategia. Se oye una puerta abrirse con estrépito. Gran tumulto, ruidos de pasos de botas, el rechinar de metales, puertas que se abren y cierran, cerca. El bullicio viene de la galería. Me asomo a la mirilla con cuidado, está apenas abierta, permite ver sombras que pasan: dos, tres, cuatro uniformados. Llevan un bulto, lo arrastran arriba por la escalera. Tropiezan y abren la puerta del calabozo superior. Escucho que dan órdenes a gritos. Han subido a alguien, quizás sea un hombre herido. Cierran la puerta metálica, corren cerrojos, escucho voces. De costado, alcanzo a distinguir a dos soldados con armas largas en la base de la escalera, custodiando. Se vuelven a sentir ruidos; guardias y soldados entran nuevamente. Oigo dos niños llorar. El pelotón pasa por delante de mi puerta y se detiene en la de al lado. La abren, escucho la voz de una mujer que habla y los niños que sollozan con vehemencia, ella trata de consolarlos. Una voz ordena: –Pase… ¡Rápido! Se oyen empujones y forcejeos. Cierran la puerta, ponen llaves y cerrojos, se van. Nuevamente en silencio, solo interrumpido por los llantos contenidos y voces como susurros. Pasa una hora, vuelven a resonar pasos de uniformados que ascienden por la escalera, abren la puerta y con ayuda de los custodios 15


bajan sosteniendo un cuerpo. Se escucha la voz que sale de la persona que llevan. –¡Graciela!… ¡Contestame! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Responden en la celda contigua: –¡Aquí, Javier! ¡Estoy con los chicos! –¡Callate, hijo de puta!–ordena una voz a los gritos. Se lo llevan. Nuevamente silencio y sonidos de sollozos contenidos. Transcurre una media hora. Ruido de pasos. Dos custodios llegan a la celda de al lado, abren la puerta, se escucha una voz: –Vení, vamos. ¿Cómo te llamás? –Juan –responde una voz infantil. –Juancito… portate bien, vení con nosotros. Regresan dos horas después. Se llevan a la nena que permanecía con quien, supongo, es su madre. Traen de nuevo el cuerpo herido, lo dejan en el calabozo de arriba y parten. Ya es la mañana, espero poder salir un momento. Aguardo con ansiedad la hora de ir al baño. Anoche no he pegado los ojos, siento una gran consternación y una profunda inquietud se apodera de mí, ¿qué será de mi esposa?, ¿cómo estará mi hijo?, ¿cuánto durará esto? Nadie me ha interrogado aún. Escucho ruidos que provienen de la celda contigua, se hace eterna la espera, no puedo hacer nada, estoy impedido. Intento moverme y hacer gimnasia… inútil. Regreso a la mirilla tratando de ver lo que no se ve. Me afano, estoy a punto de gritar pero me controlo. Al fin veo al guardia que viene hacia nosotros, ahora somos tres los subversivos. Se dirige al lado: abre la puerta y sale una mujer de cabellera larga y rubia, un rostro muy triste, casi sombrío, mirando al piso. Va al baño, vuelve a su habitáculo. El vigilante me abre y se va. Voy con cautela a la puerta, levanto la tapa de la abertura y pregunto: –¿Quién sos?… No responde nadie. Repito: ¿Quién sos? –¿Dónde estoy? –contestan de adentro. –En el D2, en el Palacio Policial –replico. 16


–Por favor, llevale agua a mi marido… Javier, el que está arriba. Corro a la celda, saco un vaso de papel, voy al baño y lo lleno de agua. Vuelvo presuroso, a trancos subo la escalera y abro la mirilla. –¡Javier! –grito y miro hacia adentro. Escucho cómo se arrastra. Está esposado. Recién cuando se aproxima distingo un par de ojos negros suplicantes que me miran fijamente, luego baja la cabeza y capto su mensaje: tiene la boca vendada. Arrima la cara a la rejilla y se pega a ella como si la besara; con la venda puesta, levanta la vista. Entiendo. Empiezo a derramar con mucho cuidado el agua, que se desliza por el metal y concluye en la venda. Chupa el trapo ávidamente. Busco en un bolsillo, saco la paleta de madera, delicadamente la llevo entre su boca y el paño, corriéndolo hacia abajo. La venda le deja la boca libre. Derramo el agua del vaso hasta los labios. Bebe ansioso y expresa su gratitud con lágrimas en la mirada. –¡Papillón! –el grito me paraliza. Apuro el contenido, cierro la mirilla, a mi pesar mete un ruido espantoso, doy un salto y con cuatro zancadas bajo a la galería. La mirada furibunda del vigilante. –Decime, ¿estás loco? ¿Cómo se te ocurre? –Estaba sediento. Abre la boca para recriminarme, no dice una palabra, toma mi hombro, me empuja adentro, pone la llave y cierra con fuerza la puerta. El corazón salta con fuerza, trato de serenarme. El silencio y la oscuridad absoluta ayudan. Necesito evadirme mentalmente, debo ocuparme, hacer algo. Al lado lloran y lloran en forma incesante, es difícil poder escribir. Arriba, el silencio es total. Javier debe estar sediento. Si volvieran las mujeres, podrían llevarle agua. Está herido y no vienen a atenderlo, lleva una camisa blanca muy ensangrentada a la altura del estómago. Nadie ha venido, lo dejaron abandonado. Tengo en el bolsillo el vaso de papel, 17


unas galletitas y dos caramelos. Qué más puedo llevarle, pienso. Ya sé, le prenderé un cigarrillo. –¿A qué hora vienen a sacarme? ¡Eh! ¡Quiero ir al baño! –grito al pasillo. Se oyen pasos, viene el guardia, mira sin verme. Lo llaman adelante, abre la puerta y se va. Salgo corriendo, lleno el vaso, subo rápido. Javier debe haber escuchado, porque está apoyado con la cabeza en la mirilla. Le doy de beber, agradece con un susurro, habla con voz muy baja, debo esforzarme para escucharlo. –Decile, por favor, a Graciela que pida un médico, me estoy muriendo. Que se contacte con el padre y soliciten la salida del país –dice con dificultad– Estamos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, nos deben dar la opción. Torturaron a mi hijo, lo pusieron en la picana para que yo confesara. Mis compañeros ya habrán tomado conocimiento de nuestra captura… ¿cómo está Graciela? –Bien. A los chicos se los llevaron, ella llora mucho. –Ayudala, por favor… tratá de que se sepa que estoy herido, si no, me dejarán morir. Cuidala, es muy buena, está asustada. Prendo un cigarrillo que le coloco en la boca, se sienta. Oigo pasos, bajo corriendo y entro al baño. Vuelvo a la celda. –Graciela, ¿me escuchás?, si es afirmativo golpeá la pared. Siento los golpes en el cemento. –No llores más… Javier quiere que pidas a través de tus padres la salida del país. La opción por el Poder Ejecutivo Nacional. Respondeme, aunque sea a los gritos, estamos solos. Me llamo Papillón, hace semanas que estoy aquí, no tengás miedo. –¡Esto es muy oscuro, Papillón! Estoy aterrada, ¿es de día? –Sí, ya te sacarán para el baño. Mi celda tiene una entrada de luz, pediré que nos cambien ¿Los chicos? –Los llevaron. Creo que se los darán a los abuelos. –¿Podrás ver a tus padres? –No. –Javier está mal, Graciela, me parece que muy mal. 18


–¿Qué podemos hacer, Papillón? –No sé… es poco lo que se me ocurre aquí. Sólo esperar, esperar no sé qué… algún milagro. Nos invade el silencio, ella ya no llora. Es de noche, el Ejército y la policía han hecho redadas. Vuelve el alboroto, percibo otra vez los olores. Me abren la mirilla, es Raquel. Está eufórica: –¡Papillón! Estoy de vuelta, tu señora me mandó una nota, dinero por si te sirve de algo y unos dibujos de tu hijo. Traigo cigarrillos, chocolates, otra libreta para que escribas. Me habló por teléfono para que te avisara que está haciendo todo lo que pediste. ¡Pobre! Se queja porque se han borrado muchos amigos. Tus tíos se han arrimado al Palacio y piden verte. A Lucy le sugieren en San Rafael que no venga al Comando en Mendoza, porque la van a meter adentro. Está muy fea la cosa. ¿El calabozo de al lado está ocupado? –Sí, arriba también… por favor, suba una de ustedes a llevarle agua al herido que está en la parte superior, lo han dejado para que se muera. Traten de denunciar afuera lo que pasa. –Mirá, Papillón, se sabe que aquí hay muchas personas que no figuran en ningún lado. Están en otro subsuelo. Los que van ahí no salen. Lo llaman “el Pabellón de la Muerte”. Nadie se interesa por ustedes, Papillón, afuera tampoco existen; la gente no habla, están cagados de miedo, no quieren saber lo que pasa. En todos lados dicen: “algo habrán hecho”. Nosotras también estamos bastante complicadas, han creado un Escuadrón de la Muerte que se encarga de matarnos, firman como “Comando Pío XII”. Te encuentran en la calle y ahí nomás te liquidan. Muchas haríamos otros trabajos, pero es la puta vida que nos ha tocado. Yo tengo la secundaria casi completa, pero no conseguía trabajo, y este es fácil, se gana bien… tenés que aguantarte cada chiflado que anda suelto, pero, bueno, los locos son ellos. 19


–Raquel, te voy a dar la libreta para que se la envíes a Lucy, la llamo. “Apuntes de la Prisión 1”, en ella escribo recuerdos, me ayudan a vivir esta situación, poniendo mis pensamientos en otro lado. –¿Te puedo preguntar algo, Papillón? –Sí. –¿Te han pegado? ¿Te han torturado? –No, todavía no empezaron a interrogarme. Debo estar último en la lista, porque pasan los días sin saber nada, esta espera es otra tortura. Una ruleta rusa. Ya tengo muchos amigos muertos o secuestrados. Si te ponen en la mira, es cuestión solo de suerte… hoy se levanta un coronel con el pie izquierdo y te cuesta la vida. No importa mucho quién seas, sino dónde estás. Raquel no dice nada. Se va, consternada.

Capítulo 3 La idea de la muerte se ha instalado en mis pensamientos. Reflexiono bastante, el temor es real, no me deja ser imparcial. Tengo miedo. Pienso en vivir. Nunca antes había visto cuerpos sin vida en estas condiciones,no tenía conciencia del valor de permanecer. No dejo de pensar que puedo ser yo el cadáver. Deseo desdoblarme, evadirme, irme a otra dimensión. Comprendo a los que buscan en la droga el desarraigo ante la desesperación. Trato de ser fuerte, a veces caigo en una inercia donde la razón me abandona. La noche de vigilia ha sido larga. Me siento en un estado donde se mezclan la ansiedad maligna del terror constante en un estado de somnolencia con la pesadilla y el delirio. ¿Alguien me visita? ¿Quién es usted? ¿La conozco? –Soy la Muerte. 20


–¿Tan temprano?… No estoy listo. Bueno, me he puesto un poco nervioso, sabe. Es tan de improviso. Me alegro de conocerla… perdón, quise decir, ¡es un gusto! Una pregunta, ¿usted es masculino o femenina?, siempre se dice que es femenina… –Si a usted lo trajo al mundo una mujer, es lógico que una mujer se lo lleve… –Sí, pero cuando yo vine, era esperado por todos; esa mujer que usted dice tenía puestas todas sus esperanzas en mí, yo aún no había nacido y ya me sentía muy querido… en cambio, usted… –Yo vengo cuando es la hora, como una empresa de transportes. No soy ni buena ni mala. Soy lo que soy; hay personas que me esperan tranquilas, pacientes. ¡No, resignada no! Son seres que han llegado al final del camino aquí. No es que hayan bajado los brazos; sencillamente, terminaron una etapa. Todo tiene un comienzo y un fin… eso no es claudicar… es trascender por otro camino. –Usted tiene mala fama y genera mucho temor… –Sí… miedo a la muerte. ¿Miedo a qué?… Yo no conocía la palabra hasta que la escuché en la gente. Yo sólo soy un eslabón entre dos sistemas, la transición entre lo orgánico y lo inorgánico. “Nada se pierde, todo se transforma”. ¿Lo recuerda?… principio básico que le enseñaron cuando estudiaba las transformaciones físicas y químicas en la escuela. Solo somos forma de energía que se manifiesta de distintas maneras. Yo conocí el miedo a través de los humanos, porque es propio de los humanos. Si digo: “Le tengo miedo a la gente”, ¿cambia algo? Si la gente es como es. En realidad le tengo miedo al miedo. –Usted debería anunciarse con más tiempo: Nosotros, los humanos con vida pendiente, nos podríamos preparar mejor. ¡No se ría!… si usted avisara, el sentido del vivir cambiaría para la mayoría de nosotros, por ejemplo, veríamos lo que es verdaderamente importante, viviríamos cada minuto con intensidad, con ansías… nos perdonaríamos más fácilmente y no estaríamos tan enfrascados en cosas que no son 21


esenciales…¡qué contradicción! Siempre la hacen como un esqueleto, y fíjese… yo vivo afirmado en mi esqueleto. La Biblia la hizo a usted a caballo, desparramando miserias por todo el mundo. ¡Qué pobre imagen tiene de usted! ¡Lo que puede el temor! –Hay personas que me llaman y a veces no me dejan en paz… a mí me apena, porque están muy desvalorizadas, no han interpretado el milagro de la vida… y lo más importante, el milagro de la trascendencia. ¿sabía que estuve por venir a verlo tres o cuatro veces? –Definamos bien, ¿tres o cuatro? –A ver, déjeme ver el fichero… cuatro veces. La primera, usted era muy chico. Su mamá, pobre, se había quedado sin leche, y usted enflaquecía, enflaquecía… ya era solo huesitos, para desesperación de ella… por suerte, apareció Petrona, una negra robusta y de grandes pechos que, rápido y dando manos a la obra, lo recuperó en el término de una jornada. ¡Qué cara de satisfacción tenían usted, su mamá y la negra! Hace un tiempo que me llevé a la Petrona, misterios que tiene la vida… –Y la muerte… –La segunda vez, recuerdo, fue un primero de mayo… usted estaba en la Plaza y gritaba ¡Perón o Muerte! ¡Perón o Muerte! Tan fuerte gritaba la multitud que yo y la Federal ya nos preparábamos para hacer realidad el pedido; por suerte, después la cosa se tranquilizó y no pasó a mayores… ¡Si viera la cantidad de jóvenes que a veces contra mi voluntad debo cargar a cuestas! ¿Cuándo va a ser comprendido el idealismo y la necesidad de vida que se respira en la juventud?… Ellos tienen todo por vivir, no miran hacia atrás, no tienen que restañar heridas ni compromisos que cumplir, aún no cargan los miedos que acompañan a la experiencia. ¿Le digo un secreto?… Amo ser joven. –De hecho, la niñez y la juventud no la tienen en cuenta. Están demasiado ocupadas en vivir ¿Qué edad tiene usted? –Dejémoslo ahí. La tercera vez que casi lo visito fue un 25 de diciembre, día de Navidad. Un auto poderoso, 160 kilómetros por 22


hora, la inconsciencia total. Usted iba con su esposa y su hijo, ¿lo recuerda?… Ese cordón de la calle donde se estrellaron los neumáticos era durísimo, y el vuelco, inevitable. No se queje, tuvo mucha suerte. Bueno, pero yo vine por otro tema… –¿Y la cuarta? –¡No me interrumpa!… yo he venido porque me convocó y no puedo adelantarme a los tiempos que maneja el destino. –¿Viene a llevarme? Si es así, no estoy listo, porque de la muerte no se vuelve. –En estos tiempos debía estar preparado… aquí soy bastante solicitada. El valor de la vida está en manos del terror y la locura. Me despierto y por el rectángulo traslúcido ingresan radiantes y firmes los haces de luz. El sol debe estar diáfano, he tenido una noche complicada, se mezclan las imágenes, poco a poco recupero la lucidez. Oigo ruidos sordos en la pared, es Graciela. Le contesto golpeando el muro. –¿Se puede hablar? –me interroga. Veo por la mirilla, no hay nadie. –Sí. –Papillón, ¡me voy a volver loca si sigo en esta oscuridad! –Tranquila, tranquila. Le pediré al guardia que nos cambie. Se sienten ruidos, pasos por la galería; el custodio abre la puerta, le hablo en voz baja. –¿Nos podría cambiar de celda? Yo voy a la de la señora y ella a esta. –La tuya tiene una entrada de luz, ¿lo pensaste bien? –Encojo los hombros–. Abre el calabozo de Graciela, que sale e ingresa en el mío. Yo paso a la de la oscuridad absoluta… seré pelotudo, haciendo aquí de quijote, pienso en silencio. –Gracias, Papillón, ella aprieta fuerte mi mano y va al baño. El vigilante habla: 23


–Papillón, el jefe de la Policía ha ordenado que vos y la señora sean trasladados a otro pabellón, donde están tus compañeros. –¿El Pabellón de la Muerte? –pregunto. –Sí. –¿Y qué harán con el herido? –No sé, preparate. Dentro de media hora van a llevarte para el interrogatorio.

Capítulo 4 Me vienen a buscar. Trato de disimularlo, estoy aterrado. Mis manos tiemblan sin que las domine. Me pasa frecuentemente. Las miro vibrar sin poderlas detener. El drama llegó a su fin, pienso. La espantosa espera ha concluido. Ahora, solo los hechos. Me rechinan los dientes. Pido a Graciela que se comunique con Raquel, en caso de que no vuelva, para que le avisen a mi familia. Llegan tres hombres; vestimentas de soldados, equipo de guerra, armados con armas largas. Un guardia abre la celda, me saca la camisa y salimos. Ponen esposas en las muñecas, detrás de la espalda; me colocan una capucha que no deja respirar bien, huele a humedad. Los soldados, uno de cada lado, otro adelante. Salimos. Por primera vez, luego de cincuenta días, camino por otros trayectos que no son el baño o la galería. Subimos a un ascensor, lo abren en una zona que deduzco es el salón de atención del Palacio Policial, por el bullicio de voces. Empujan bruscamente para que no me vean, rápidamente llegamos a otro ascensor. Ascendemos dos o tres pisos; me sacan, caminamos unos metros, me hacen giran sobre mí mismo varias veces. Tengo la sensación de que me voy a desvanecer. La idea es desorientar, ¿adónde iremos? Bajamos escaleras y percibo que llegamos a un lugar especial. Lo imagino lúgubre, sombrío, aromas densos a tabaco, sudor y 24


alcohol. Camino por un pasillo, paso por una entrada de donde sale un olor nauseabundo; seguimos a otra puerta. Se detienen. Golpean, abren de adentro. –Déjenlo ahí –dice alguien. Se van los uniformados. No puedo estar quieto, el cuerpo tiembla. De la capucha empieza a pasar por la boca el sabor salado a transpiración que cae de la cabeza. Advierto que son cuatro personas. Uno habla poco, solo da directivas, está atrás. Otro es el ejecutante, gira mi espalda delante de dos postes. Identifico la madera porque me roza. Me levanta un brazo y lo engancha con la esposa libre del aro de uno de los postes, siento el rechinar de los goznes. En el izquierdo hace el mismo trabajo, de tal manera que estoy parado con los brazos abiertos y extendidos. Crujen los maderos atrás mío, cruzados en equis. Estoy aterrado, el miedo dificulta respirar. Siento que soy observado, como si estuvieran esperando una orden. Desde atrás alguien autoriza el inicio. El que me tiene termina de prenderme y pasa por la cara, frotándolo, un guante de boxeo. Otro, muy charlatán, con acento porteño, se ensaña conmigo. Habla sádicamente contando cómo viola a mi esposa, que estaría encerrada. Se mofa. Empiezan a pegar bestialmente, sin ton ni son. Trompadas con los guantes de box en el cuerpo, golpean al estómago, una y otra vez, cuidando no dejar marcas. Cada tunda hace faltar el aire… dan hasta que vomito. Comienzan las preguntas. Comprimen los testículos ferozmente y se aflojan las piernas. Me ahogo, dejan de presionar para que tome aire, interrogan acerca de mis actividades cuando estaba en la universidad. Pregunta tras pregunta, algunas insólitas o disparatadas. Finalmente, se hace un silencio. Hablan entre ellos, dan por concluido el interrogatorio. Sacan las esposas del poste, bajan mi cabeza, ponen el caño de pistola en la sien, advirtiéndome que si elevo la mirada disparan. 25


Levantan hasta la altura de la vista la capucha y acercan una lapicera para que firme lo que, según ellos, será mi declaración. Me apuran a golpes, no alcanzo a leer nada. Garrapateo una firma con la mano temblorosa, bajan la capucha. Me empujan a la pared en la que apoyo las manos con las piernas abiertas. Siento un dolor paralizante que viene de los testículos, una patada desalmada, de despedida. Es un dolor agudo, instantáneo, veo todo negro, con chispas, me tuerzo hacia delante y caigo al piso. Tirado, recibo varias patadas más en las piernas. Finalmente, me sujetan e intentan levantarme. El castigo es despiadado. Abren la puerta, ingresan los uniformados y trasladan mi cuerpo a la rastra. Recupero el aire mientras me transportan y recuerdo vagamente que igual llevaban al herido a la celda de arriba. Qué será de él, me pregunto semiconsciente. Quedo en el piso, inmóvil. Terminó el primer interrogatorio. Ya sé lo que es ¿podré soportar algo similar en el futuro? Extenuado, duermo un sueño profundo. Despierto. No tengo idea de la hora, pero debe ser de noche y tarde, porque hay un gran silencio. El estómago, parece un globo inflado. Tengo dolor en los testículos inflamados. Las piernas no las soporto. Atino a deslizarme por el piso buscando el camperón. Por suerte lo dejaron. Saco de sus pliegues la libreta. Escribo con avidez, necesito escribir. Quizás no tenga tiempo de terminar mis narraciones, pienso. Nos preparan para llevarnos al pabellón de la muerte. Vienen los custodios. Ordenan mirar al piso para que no veamos adónde nos trasladan. En silencio dejo el lugar recordando las mujeres que tanto nos han ayudado. Le pregunto al carcelero si el herido sigue con vida. No contesta. Seguimos caminando, descendemos por una escalera dos pisos, paramos, los guardias hablan con los custodios del nuevo pabellón. 26


Podemos levantar la vista, los que nos reciben están uniformados y armados. Pasamos a un pasillo donde nos esperan vigías de civil que nos conducen a las celdas, mi calabozo está pegado al de Graciela. Son varios los habitáculos, más de diez a cada lado; al medio, un pasillo iluminado. Me recuerda esas cajas de varios compartimientos donde se guardan botones, los sacan de acuerdo con la muestra de botón que figura afuera y se cierra quedando todas iguales. Aquí también, se ven solo puertas, como una morgue. Pienso que cada una contiene un cadáver en su espacio interior. Las celdas están enfrentadas. Al fondo hay cuatro baños con lavatorios. No nos atan ni nos vendan, tampoco les preocupa que los veamos. Las reglas de juego han cambiado; aquí no llega nada. Las aberturas en la puerta nos permite vernos solo las manos. Entra por la mirilla la luz del pasillo, puedo escribir renglón por renglón en el borde. –¿Cómo te llamás? –pregunta alguien en el idioma mudo de las manos. Al principio cuesta aprenderlo, a medida que gano práctica se hace tan cotidiano como si habláramos. –Papillón –le contesto. –Laura –responden desde la otra celda. Me advierte que hay micrófonos colocados, que no hablemos de política. Es un ambiente extraño: silencio absoluto y sin embargo la comunicación es intensa. –Bienvenidos. No traigan malas ondas. A esta altura, entiendo claro lo que quiso decir. –¡Voy a pasar lista! –De acuerdo. –¡Miguel!… ¡presente! ¡Cristina!… ¡Aquí estoy! ¡Ángel!… ¡presente! ¡Fabián!… ¡presente! ¡Laura!… ¡presente! ¡Negro!… ¡presente! Sigue la lista. ¡Graciela!… ¡presente! ¡Papillón!… ¡presente! –Bien, por hoy, estamos todos. 27


Capítulo 5 Esta mañana no llevan a interrogar, anoche no han sacado gente, debe ser domingo. Nos traen la olla con la comida, que pasa puerta por puerta. Reconozco la olla, es la misma que llevaban arriba. Entre todos decidimos dedicar dos horas diarias para que cada uno cuente una historia, un cuento, anécdotas. Hablar en voz alta de temas que no sean políticos, para evitar los castigos de los escuchas. El Negro empieza a hablar, para romper el silencio deprimente. Él es profesor de Historia. –Bueno, compañeros… estos son momentos para repasar las circunstancias en que nos encontramos. Para ello, vamos a recordar las raíces culturales y la esencia de nuestro ser nacional, sus comienzos: “Todo sucedió en una inmensa llanura árida, la soledad de un páramo al oeste de un lejano continente llamado América. El mundo necesita materias primas y alimentos. Es necesario poblar y poner en producción las miles de hectáreas, millones de kilómetros cuadrados de este inmenso país. –¡Argentina, granero del mundo! –exclaman al fondo. –Para ello se necesitan capitales y tecnología, el país que posee ambas cosas, colonialista por excelencia, es Inglaterra. –¡Llegaron los piratas! Los británicos hacen un acuerdo con la oligarquía porteña; los Anchorena, los Alvear, los Martínez de Hoz, los Álzaga y otros que deciden desde el gobierno. El proyecto es interesante: Van a colonizar, entre otras regiones, la extensa pampa argentina hasta los límites con la cordillera. Esto sucede a fines del siglo XIX. Para ello cuentan con una herramienta clave: elferrocarril”. Ángel Bustelo, un abogado y escritor comunista, el preso más viejo que está con nosotros, lo interrumpe: 28


–Sí, ustedes me permiten, puedo narrarles un cuento que escribí referido a esa época. Yo era un niño acompañando a mi mamá que esperaba a que la atendieran en el Hospital Regional de San Rafael. ¿Quieren escucharlo? –Sí, por supuesto –contestamos. –Bueno, oigan con atención: –“En una Sala de Espera de una maternidad un hombre aguarda sentado. Tiene unos 35 años. Es alto, rubio, con bigotes poblados, lleva pañuelo al cuello, saco a cuadros y unas polainas de cuero que le llegan a las rodillas. Mira inquieto hacia el quirófano, cada tanto consulta su reloj de bolsillo; son las nueve de la mañana. Entra otro, de unos 50 años. De contextura gorda, cara redonda, barba rala y mejilla rubicunda. Se ajusta el overol y sacude sus pies. Con la gorra en la mano, se abanica mientras toma asiento. Lo ve al caballero sentado y le dice: –Hola, Míster Taylor, ¿que fare per cui? –Cómo va, míster Marcucci; ya ve, en dulce espera. Mi wife va a dar a luz y entró a quirófano hace dos horas. –Tranquilo, amico. Aspeta un po. –Lo que sucede es que este ser segundo embarazo, en anterior perdió criatura. –Yo tengo sei bambini y acuí estoy. Tuve que traer mi esposa perque tiene una indigestión terrible; vomita y tose a la vez. Está afiebrada, ¡a quién se le ocurre comer molto cerdo asado, forte vino casero y de yapa torta de crema y duraznos! ¡Propiamente ha reventado! ¡Y con el laboro que tengo! ¡Que pérdida de tempo venir e per cui al hospital por una indigestión! ¡La obra me quedó a medias! ¡La comporta dil canal central está lista para el hormigonado y yo acuí! Debo poner el cemento antes que se malogre. Entra otro hombre, Felipe. Es bajo, gordo, lleva sombrero de fieltro y sus pantalones sostenidos por una gruesa faja negra. Tiene la tez blanca y su pelo negro enrulado desborda el sombrero. –¡Buen día! Aunque con el fresco que hace, es una forma de decir. –saluda. –¡Míster Felipe! ¿Qué decir? ¿Qué trae por aquí? –le pregunta 29


Taylor. –Mi hija, Míster Taylor –responde el recién llegado– la pobrecilla sigue delicada después del parto. Tiene fiebre, apenas habla, no quiere comer, no se recupera y el nieto no tiene leche para tomar, porque su madre apenas puede moverse. Interviene Marcucci: –¿Quiere un consejo? Vaya a lo de doña Lucinda, la negra, la lavandera, ¿la ubica? Ella acaba de dare a luz. Es moltro matrona, segure que no se negará a mamantar un españolico con leche criolla ¡Hágame caso! la negra sono guapa y usted brínquele unos pesos que no le vendrán mal. A propósito, ¿camina la sua chacrita? -Sí, vale, la vamos peleando. Mandamos a Buenos Aires por el ferrocarril lo que producimos, el único problema es que allá nos pagan poco por nuestros productos y nos arrancan la cabeza con los que venden ellos. Fíjese osté; compré un casimir para usar en el casamiento de mi hijo Diego y lo pagué a precio de oro, porque se fabrica en Inglaterra, con lanas y cueros que se llevan de aquí. Materias primas que ellos pagan con chirolas. ¡Coño con estos gringos! Se miran riendo y señalan al inglés que aguarda mirando al quirófano. En eso sale por la puerta principal el doctor Luskarov. Taylor se levanta y lo mira con ansiedad. –Tranquilo, Robert, aún no tenemos novedades –le explica el médico y lo llama aparte. El doctor le informa: –Me preocupa porque el corazón del bebé suena muy débil. No queremos apurarnos, tu esposa Katherine está bien, descansa tranquila. Una vez solos en la sala, Robert interroga al español: –Míster Felipe; quería hacerle consulta: usted saber que nosotros finish en estos días el catastro de la región. La Administración encomienda para que oferte a quienes estén interesados terrenos para agrícola, que gozarán derechos de riego, cuando terminemos la cuadrícula con los canales primarios de conducción de agua. Usted ser comerciante inteligente y no perder ocasión de tener parcela. 30


Daremos financiación para que pague cuotas y lo asesoraremos para siembra y cultivo de hortalizas. Esta región solo ha tenido hasta el momento una ganadería minúscula, necesita quehaceres agrícolas intensivos. Con el apoyo de gente como ustedes, friends que han llegado a la Argentina para hacerse un futuro de promisión en este país. Después lo mira al italiano y dice: ¿No es así, Míster Marcucci? Usted ya comprar parcela y la está pagando con trabajo y monedas. Marcucci lo mira y asiente con la cabeza. Entra una pareja, él la lleva a ella en brazos y pregunta por el médico. Es una urgencia. Se trata de Juan Centeno, aparcero de la zona de Cochico. Viste bombachas beliche, alpargatas, camisa floreada y una boina en la cabeza. Morocho, delgado, transpira por el esfuerzo que ha hecho trayéndola a ella, María Ñancumil, que está embarazada. Ella tiene pérdida de sangre, vuela en fiebre. Han viajado una noche completa por los montes medanosos, desde el sureste. Al verla mal, alistó su moro en el charré, acondicionó con matras la caja y la ubicó cuidadosamente. Entrando al poblado una rueda se desprendió, ante la premura cargó a su mujer india y la llevó en brazos. El doctor Luskarov sale presuroso y, entre todos, la llevan al quirófano. –¿Qué pasar, mi amigo? –le pregunta Taylor a Centeno tratando de ser simpático. –Usted no es mi amigo –le responde enojado Juan– Nos han quitado el agua en el campo, ahora el río es un hilo que apenas nos alcanza para tomar, se nos mueren los animales de sed y los pastos están secos y escasos. El inglés trata de calmarlo: –No ponerse mal, Míster Centeno. Vaya por Administración que veremos posibilidad de venderle parcela para que la cultive y tenga finca propia. Centeno le retruca: –Yo no sé nada de cultivos, además, no tengo recursos para pagarle, trabajo al tanto, me dejan vivir en un lugar a cambio de los adelantos que haga. No tengo herramientas, solo algunas chivas, una vaca 31


guampuda y el moro que me acompaña. ¿Cómo quiere que me quede si solo tengo las fuerzas de mis brazos y mis manos? No hay respuesta. Pasan dos horas. La luz del sol ingresó a la sala y el calor es intenso. Ya se fueron Felipe y Marcucci. Sale el doctor del quirófano. Muy preocupado, se dirige a Centeno y le dice: –Juan, María perdió mucha sangre. No pudimos recuperarla. Hicimos todo lo posible. Lo lamento muchísimo. Un llanto silencioso y contenido es todo lo que se escucha en la sala de espera. Apesadumbrado, Juan se dirige a arreglar la rueda, acomoda las matras. Vuelve al hospital, carga en el charré el cuerpo de su amor y parte. El médico lo ve irse y llama a Taylor. –Pasá, Robert. Es una niña –le anuncia. Robert ingresa y observa asombrado a la bebé, que es muy morocha,con pelo negro y abundante, bien parado, labios pequeños y cachetes regordetes. Su esposa está en el quirófano, se escucha su llanto. Atardece. Una figura en su carro se distingue nítida hacia el poniente, en la cumbre de los médanos. La última imagen de esta historia muestra en la Sala de Espera a un médico rural que mira pensativo por la ventana la figura que se aleja”. –¡Le robaron la hija al Juan! –¿Qué habrías hecho vos en el lugar del médico? –pregunta Laura. Silencio.

Capítulo 6 El consultorio del doctor Rubén Marcos es una de las últimas oficinas que mantiene sus luces prendidas en la solitaria calle. El atardecer se esfumó y las penumbras modelan las angostas veredas. Rubén consulta su reloj y habla a la secretaria. –¿Quedan pacientes? –No, doctor. La señora fue la última. –Bien, retírese. Hasta mañana. 32


–Hasta mañana, doctor. Saca su chaqueta, busca su saco y se lo coloca. Revisa sus papeles, archiva en un estante las historias clínicas, selecciona unos libros. Se detiene hojeando los titulares de los diarios. Queda pensativo y sus grandes ojos claros miran por la ventana el contorno difuso de los edificios vecinos mientras reflexiona. Cuando se enteró de la detención de su amigo, se afligió profundamente. Los temores se hicieron realidad, pensó. Sentado en silencio escucha el monótono tictac del reloj, extrañamente acompasado con el latir del corazón. Un camión que pasa y cubre su vista, clavada en la ventana, lo vuelve a la realidad. Se acomoda en su silla de ruedas, guarda el maletín en el respaldo. Controla la batería, está todo en orden; baja la llave, el motor se pone en marcha y parte rumbo a la casa de su amigo Minino. Al salir a la calle nota el fresco del anochecer. Se viene el otoño, piensa. Su carrera ha sido exitosa, es un médico neurólogo de prestigio. La idea era dedicarse a la investigación, con el tiempo comprendió que en la ciudad él era necesario. Es el primer neurólogo que se radica. En sus momentos libres se ocupa de un oficio que lo cautivó desde la niñez… escribir. No sueña con llegar a ser, ya es. Tiene algunas publicaciones premiadas, y aunque no se dedica a ello, lo hace con gusto, compartiendo su hobby con Minino. Se escriben periódicamente. Es una amistad fuerte que los dos han disfrutado mucho, sobre todo cuando a ellos se sumaba Ariel Valenzuela desde La Plata. Ariel era miembro de conducción de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), primera entidad peronista en la universidad, a partir de la cual se formaría la Juventud Universitaria Peronista de la ciudad de La Plata. ¡Ya han pasado dos años desde el día en que perdieron al gran compañero! ¡Es tan duro recordar esos momentos! Un nudo en la garganta le impide hacerse la pregunta que puja por salir. ¿Volverá ahora a perder un entrañable amigo? El destino le 33


juega una paradoja… él, el más endeble de todos, es quien debe sostener a los otros. La amistad tiene curiosos caminos para ponerse a prueba. La situación que viven sus amigos lo hace ir para llevarles afecto, consuelo y cualquier servicio que se presente. Lucy está en su casa, hace tremendos esfuerzos para realizar las tareas diarias. Se siente muy sola, todo es difícil, confuso, el temor la agobia. ¿Qué pasará con Minino? Llaman a la puerta. Con infinita precaución se asoma por la ventana, pensando lo peor. ¿Otro allanamiento? No, es Rubén. –Hola, Rubén, qué bueno que es verte. Pasá, por favor. –¿Qué tal, Lucy? Vine apenas me desocupé, no veía la hora de terminar. Lucy se desahoga llorando. –¡Oh, Rubén! ¡Soy tan desdichada! ¡Nos ha cambiado tanto la vida! –Calmate, Lucy, por favor. Contame qué pasó. –Me avisaron de la detención de Minino en el trabajo. Entré en pánico, partí a la comisaría para saber de su paradero… Creéme, Rubén, nunca había corrido tanto. En esas diez cuadras sentí desesperación, miedo por lo que me fueran a comunicar. Cuando logré hablar con el comisario, no me salían las palabras de tantas cosas que quería preguntar: ¿Adónde está? ¿Por qué se lo llevaron? El oficial policial miraba con atención, nos conocía… me dijo que a Minino lo habían trasladado a San Rafael por orden del Ejército y que me dirigiera allá, al Comando, donde me informarían. Lucy hace una pausa y continúa: –Tenía tanto miedo, estupor, impotencia, que corrí nuevamente a casa, y con Ferni salimos los dos. Yo notaba que nadie quería arrimarse a preguntar, por miedo. Nunca estuve tan sola, Ferni no entendía nada, me preguntaba por qué viajábamos. No lograba comunicarme con mis padres. Cuando llegamos preguntamos en el Comando, comisarías, hospitales… nada… nadie sabía nada. –Bueno, Lucy, serenate, por favor. 34


Lucy sigue relatando: –Me sentí destruida, al primero que le hice un planteo de ruptura, fue a Dios; no quería saber más con él, ni nombrarlo. Me preguntaba: ¿Por qué tenía que desaparecer mi esposo? El hombre que amaba, con quién compartía mi vida, mis mejores años… No habíamos faltado, lo nuestro era una entrega total, un desprendimiento único para lograr una sociedad más justa, equitativa. Vienen a decirnos “subversivos”; nosotros vinimos a este pueblo a servir, cumplimos como trabajadores incansables. Me digo a mí misma: Voy a conservar las fuerzas que me quedan hasta tener a mi esposo conmigo. –¿Has sabido algo de él? ¿Dónde está? ¿Cómo está? –Sí, pude contactarme con Minino a través de una amiga que lo ubicó en el Palacio Policial. Está bien, lucha por no desanimarse. En elComando siguen sin decirme nada; no dan datos, nos ignoran y tenemos miedo porque está desapareciendo mucha gente que fue detenida por el Ejército o la Gendarmería. Ningún abogado quiere presentar Habeas Corpus, temen que los detengan por defender presos políticos. En forma clandestina puede escribir, nos ha enviado unos apuntes, quiero que los leas y los guardes. Es más seguro que los tengas vos, a nosotros nos han allanado y no sabemos qué van a hacer. Le entrega la libreta con un “1” escrito en su tapa. Rubén se despide de Lucy y Fernandito. Vuelve a rodar su silla por las calles en la fría noche rumbo a la casa. Al llegar, prende la estufa, hace un café y saca las notas, los escritos de la prisión. La letra es pequeña, en parte está borroneada, quizás se mojaron por la travesía extraña que han hecho o son lágrimas deshojando vivencias del ayer. Lee atentamente los escritos de Minino: Apuntes de la Prisión 1 “Como gotas de rocío cubren mi memoria los recuerdos. Historias pequeñas de un pequeño en una pequeña región. Una época especial, 35


quizás única, como la de los años cincuenta, cuando los niños gozábamos de ventajas para disfrutar de ellas. Curiosamente, el gobierno peronista fue el único que taxativamente nos marcó como “privilegiados”, con prerrogativas especiales. En la ciudad es el amanecer de un día cualquiera. Por el centenario portal del conventillo se cuelan algunos rayos de luz que atraviesan el arbolado, junto a la acequia. Lo cierran portones amplios, altos, que conservan flores talladas y angelitos de narices rotas por el tiempo, todo pintado de un verde oscuro que uniforma el conjunto. En el interior, la larga galería de ladrillos despintados aún brilla gracias al esfuerzo de las vecinas que con agua y jabón intentan mantenerla limpia. En el patio se escucha una radio que comenta: “…las condiciones que se generan en el país permiten que millones de inmigrantes pobres se nacionalicen y forjen para ellos, y sobre todo para sus descendientes, las bases de un mejor porvenir. El conventillo es el sitio simbólico donde extranjeros y nativos fusionan sus identidades y se ponen manos a la obra en pos del progreso individual y social…”. Se difunde por los corredores el sonido de un viejo tango. Es el Glostora Tango Club, programa que le sigue a la novela de Los Pérez García. Ya festejamos a Don Antonio Tormo con su último éxito, “El Rancho de la Cambicha”. Doña María está regando el patio y un olor tenue a tierra mojada se mezcla con el perfume de las madreselvas que cubren el umbral de la galería. La música tiene un efecto especial, se silencian las voces de las madres,se acallan los gritos de los niños y nos ponemos de acuerdo para escuchar. Lo mismo al mediodía, cuando habló el General. Los vecinos, hermanados en un sentimiento común, salen a oírlo, se comunican en silencio. Cinco niños jugamos con entusiasmo a las bolitas en el patio. Uno es Samuel, que llegó con sus padres de Europa hace poco tiempo: son judíos, poco abiertos con los vecinos. Isaac, el padre, es muy buen sastre. Son ahorrativos, el martes, cuando fuimos a la escuela vi el sándwich de merienda de Samuel: entre las dos mitades del pan, 36


llevaba los fideos que les sobraron del almuerzo. El otro es el negro Palomel, buenísimo con las bolitas, la pelota y el baile; parece volar, siempre meneándose. Todo lo hace con ritmo, jugar, cantar, hacer palmas, mover los pies. Su madre es negra y su padre mulato, ella me amamantó cuando era un bebé, por tanto no llevo sangre pero sí savia africana. Yo, Minino, soy menudo, delgado, de tez blanca y ojos verdes. Estoy vestido de blanco impecable; resignado, juego en cuclillas, a diferencia de los demás que se revuelcan por el piso. El que está sentado en la silla de ruedas es Rubén, cara bella y ojos celestes, su rostro es grande para su cuerpo. Según los médicos, adolece de una rara enfermedad que se caracteriza por una falta de desarrollo en los huesos y debilidad muscular, sin embargo, sus funciones cerebrales crecen con normalidad. Cuerpo pequeño, cráneo grande, que le da el aspecto de “cabezón”, como le decimos. Muy inteligente, él ya sabe lo que será, un eminente médico que descubrirá cómo curar la enfermedad que lo aqueja. Le gusta escribir, siempre está de buen humor. Por último está el ruso Nicolás: todavía no sabemos si nació con la gorra puesta, nunca lo hemos visto sin ella. Es rubio, sonrisa permanente y muy fuerte. Su padre es camionero, siempre está viajando y va al campo a traer leña que, cortadita, venden en el pueblo. Su familia la pasó muy mal durante la guerra, y escaparon para salvar sus vidas a través del desierto nevado de la Siberia; casi mueren de hambre y frío. Afirma su padre: “¡Los argentinos no saben lo que es una guerra, si lo supieran o la hubieran vivido, conocerían la locura!”. Llegó la hora de ir a la escuela. Lugar de encuentro con mis amigos, en ella convivimos sin distinción de razas o clases sociales. Lucimos el mismo blanco guardapolvo que nos unifica en una sola educación pública y estatal, socializando la amistad. Allí, ser hábil con la de trapo es lo más importante. Siempre estamos impecables, con las orejas limpias y jopo a la gomina. Seguimos con la clase de Historia: –Señorita, ¿qué es la Patria? –La Patria es la tierra natal o adoptiva a la que un individuo se siente ligado por vínculos de distinta índole: afectivos, culturales, históricos. 37


Ustedes se están preparando para hacer de esta Nación el ideal que soñaron San Martín, Belgrano, Moreno, las patricias mendocinas, los congresales de Tucumán. –Somos muy chicos todavía… debemos crecer –comenta Nico. –Mozart tenía seis años cuando compuso una sinfonía –reflexiona Rubén. –Seremos ciudadanos argentinos en los años 70 –saca la cuenta Isaac. –Responsabilidad histórica la de ustedes… el futuro es hoy –concluye la maestra. En el recreo comentamos: –¿Mil quinientos millones de habitantes?, y para el 2000 ¿Seremos cinco mil? ¿Adónde nos meterán a todos? –opina Minoru Takayama. –Si ahora tengo que compartir mi pieza con tres hermanos, ¿cómo será en el dos mil? Él está preocupado porque son once en su familia, perdieron la guerra y se vinieron a la Argentina. ¡País generoso el nuestro! Somos muchas identidades. –¿Tendremos en el dos mil una sola identidad? –pregunta Nico. Por Radio Nacional transmiten los actos del 25 de Mayo; habla el General Perón: “…esto es el pueblo sufriente, que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria, es el mismo pueblo que en esta histórica Plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecerlo en sentimiento y en número”. Voy a la peluquería del pueblo. Tengo afición por la lectura y allí se encuentran las mejores historietas en la mesa de espera. Es el lugar más informado. Se comenta de fútbol, box y política. Son tan interesantes las charlas que me quedo horas escuchando. Historias de aparecidos, asesinatos no resueltos, amantes que no fueron, engaños conyugales. Opina un cliente: – “Si los cuernos fueran lámparas, en el pueblo no habría necesidad de alumbrado público”. 38


Todos los martes va, religiosamente, don Antonio Salomón, dirigente radical, ex concejal, ex diputado, ex senador y casi intendente, porque perdió las últimas elecciones. Se cuentan muchas anécdotas de él. En una reunión afirmó que era una vergüenza que en el cementerio los muertos no tuvieran agua. –El cementerio queda en las afueras, no llega la cañería de agua potable– se atajó el intendente. En una reunión importante durante su campaña en la zona rural prometió que haría, en caso de llegar al gobierno, un puente para uso de la población. Cuando le dijeron que no era necesario porque no había ríos, dijo que construiría el río. En esa ocasión se hizo acompañar por funcionarios y legisladores de la Capital. Para ser más simpáticos se vistieron como gente de campo, con bombachas y todo. –¡Ahí viene el Senador y Los Trovadores de Cuyo! –decía la paisanada en tono festivo. Nos encontramos en la peluquería con don Antonio. Se explayaba con los asistentes acerca de la importancia y la convicción del radicalismo en las estructuras democráticas que salvaguardan las instituciones de la República. Dijo que eran la esperanza de cambio para el futuro, habló de la ética y transparencia de sus sucesivas gestiones en estos últimos veinte años. En un momento dado se levantó y se dirigió hacia donde estaba yo sentado leyendo, y empezó a hablarme: –¡Usted, jovencito! ¡Sí, usted!, es el porvenir de la patria, representa lo mejor de la sociedad argentina.¡En usted descansa la posibilidad que tenemos de construir un país…! –Viva Perón. –¡Un país…! ¿Cómo dijiste? –Viva Perón –le repetí en voz baja, con la cara inexpresiva. Tomé mi Billiken y me fui.

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Capítulo 7 Se inicia la actividad, nos baldearon los pisos a la madrugada; debemos permanecer parados para no mojarnos. Durante la noche abrieron algunos calabozos. Para verificar, pasamos lista, falta el Negro. Está castigado en el chancho, por los comentarios que hizo ayer. El chancho es el calabozo castigo, mide la mitad de las celdas que usamos, no sacan al baño, tampoco hay comida y solo se puede estar sentado. A veces entran a pegar.Una luz intensa controla en forma permanente. Se sienten ruidos de llaves abriendo la puerta del pabellón. Ingresan los guardias, llegan a mi celda y la abren. ¡Vamos! –me dicen. Vienen a buscarme para un segundo interrogatorio. Se acabó todo, pienso, y me encomiendo a Dios. La mente está obnubilada, me muevo como un autómata. Las esposas, una capucha y partimos; el recorrido y el lugar son los mismos que la vez anterior. Antes de comenzar me propinan una golpiza, no atino a defenderme. Se cansan de pegarme y empiezan las preguntas, que tienen que ver con mis actividades en el barrio, en la Unidad Básica. La abrimos en la previa de las elecciones de 1973. Don Ramón, el dueño de la casa nos apreciaba y no puso objeciones con el nombre que elegimos para identificarla: “Ariel Valenzuela”, en homenaje a nuestro amigo muerto. Se preparaba el regreso del General a la Argentina. Parece que hubieran pasado varios años, sin embargo, ha sido tan rápido. Traer a Perón, Perón en el gobierno, su muerte, el golpe militar, la represión sanguinaria a la que estoy sometido… Las preguntas van y vienen, también los golpes, finalmente se dan por satisfechos y me devuelven, previo firmar lo que ponen delante. Las piernas se aflojan, al pasar por la puerta de los hedores malolientes escucho ruidos, quejas y olor a carne chamuscada, 40


están en plena sesión de tortura. Empiezo a vomitar, descompuesto. me llevan al baño y abren la ducha. Tengo un temblequeo que no puedo controlar. Quedo tirado en el piso de la celda y se van; por fin, al relajar el cuerpo me duermo. Despierto con el ruido de la olla en la puerta, pongo el plato y trato de comer, aunque tengo dificultad para tragar y un fuerte dolor de estómago. Como si supieran los momentos que estoy viviendo, mis compañeros han guardado silencio, respetando mi angustia. Luego de un rato, Laura se decide a hablar desde su celda: –Les voy a contar sobre algo que me pasó cuando vine de San Juan y visité por primera vez Mendoza. Recuerdo el año con facilidad, porque se cumplía el sesquicentenario de la Revolución de Mayo: 1960. “Era otoño, la familia tenía un fin de semana largo, y me llevaron a conocer la ciudad de Mendoza. Me encantaron las calles arboladas; envidiaba el Parque San Martín, yo venía de una provincia muy árida. Caminamos hasta la fuente de los Continentes y el Lago, por el Rosedal. El día era hermoso, cruzamos una rotonda con una escultura de dos jóvenes amantes y buscamos en el bosque la sombra fresca y acogedora. Fue entonces que lo vimos. Protegido por un imponente abeto que le hacía marco apareció la estatua. Sobre un pedestal rocoso, bien alto, emergía en bronce la figura de una persona con un cóndor que lo acompañaba a su izquierda. Un saco largo, polainas altas y capote verde. Mirada fija, su cabeza cubierta por un gorro de cuero dejando ver un rostro joven, con una antiparra. Era la figura de un aviador, dijimos todos. Rodeando la estatua, en forma de semicírculo una tapia de piedras. En uno de los escalones estaba sentada una anciana de baja estatura. 41


Aparentaba estar muy concentrada, tejiendo con gruesas agujas. De pollera tableada, blusa de color lila y unos lentes de gruesas patillas apoyados en una nariz pequeña. –¿De quién será este monumento? –pregunté curiosa. –Matienzo –sentí una voz atrás mío. Me di vuelta y la miré a los ojos. –Matienzo… Benjamín Matienzo –me repitió mientras se acomodaba los anteojos. Me dijo: –¿Está un poco oculto, no te parece? Hablaré con las autoridades del Parque para que poden este árbol; que saquen las ramas, que casi lo cubren. ¿Quieren saber de él? –Sí, por supuesto –contestamos. Ella empezó su narración: –Benjamín Matienzo era tucumano. A los diecinueve años ya era oficial del Batallón de Ingenieros de Tucumán. Con veinticinco años obtuvo su título de aviador militar. A los pocos meses realizó su primera hazaña: unir Buenos Aires con Tucumán, más de 1.200 kilómetros, en cuatro etapas. Por esta tarea fue premiado con un diploma de honor y jinetas consistentes en dos alas repujadas en oro. Él las transformó en un par de bellísimos aros que obsequió a su novia cuando se comprometieron. Disfrutaba del vuelo, en el aire se sentía en su ambiente y hacía todos los méritos posibles para seguir. En aquellos tiempos la aviación era considerada una actividad riesgosa. Él era requerido para cumplir tareas de ingeniería, y su carrera como aviador corría el riesgo de acabarse. En 1914 se mató aquí Jorge Newbery cuando se precipitó su avión en un vuelo preparativo para encarar el gran desafío que se habían impuesto los noveles pilotos: Cruzar la cordillera de Los Andes en las mayores alturas y aterrizar en Chile. En Buenos Aires crecía la ansiedad. Matienzo y sus compañeros estudiaban las alternativas. Benjamín sabía que en este intento descansaba el futuro de la aviación militar y comercial. Tuvo un diálogo muy profundo con la mujer que ama, y planificaron confiados en la fortaleza del profundo sentimiento que los unía. Se prometieron vivir juntos por toda la vida, fijando la fecha de casamiento para su regreso… 42


Percibimos una ligera emoción en la voz de la anciana cuando enuncia estas últimas palabras. Sigue relatando: –Bueno… Matienzo, junto a sus amigos, Zanni y Parodi formaron una escuadrilla y en 1919 llegaron a Mendoza. La provincia los recibe como héroes, con grandes agasajos, fiestas, reuniones de gala con la conservadora sociedad mendocina y la curiosidad de la gente, que los convierte en ídolos. La prensa de Mendoza anunció con bombos y platillos el histórico cruce y todo el país esperaba. Las damas de la élite social los colmaban de atenciones y algunas, en especial, los distinguían, los seguían, los invitaban a sus fiestas. Una en particular, hija de un acaudalado empresario, no lo dejaba ni a luz ni a sombra a Matienzo, que terminó envuelto en un clima de jarana. Los días pasaron, y como buen invierno en Mendoza, este fue crudo y prolongado. La estadía se alargó y los intentos fueron postergados por las malas condiciones climáticas. Por fin, el 3 de mayo partieron las tres frágiles máquinas hacia Uspallata. Un pésimo temporal los hizo desistir. Matienzo y Parodi regresaron a Los Tamarindos y Zanni descendió en Tupungato. Pasaron las jornadas y la prensa, sensacionalista y con sarcasmo, empezó a escribir comentarios falaces y burlescos hacia los pilotos. El 25 de mayo, en un arranque emotivo, Matienzo afirma: “La próxima vez que salgamos nada me hará regresar”. El 27 de mayo recibió un obsequio que le hacen llegar con un mensajero, son dos huevos de avestruz cuidadosamente engarzados y ligados con cintas rojas. Una cruel burla. El 28 de mayo amaneció despejado y los tres pilotos, en particular Matienzo, que no había pegado los ojos, decidieron el despegue al amanecer. Los aviones en aquella época eran muy endebles, construidos de tela. Partieron hacia Uspallata, pero empezó un fuerte viento del oeste, que hizo regresar a Zanni y Parodi, convencidos de la inutilidad de seguir…”. Daniel interrumpe y pregunta: –¿Cómo estás, Papillón? 43


Le respondo que bien, tengo una sed terrible y me duele el estómago, está muy inflamado, la zona ha tomado un color morado. Nadie comenta que también se han llevado a Fabián y no regresa. Laura, para que no caigamos en ese silencio tétrico al que nos estamos acostumbrando, continúa: –“Entonces la anciana nos contó que Matienzo, confiado en su destreza, siguió. La lucha fue intensa: a los 4.000 metros de altura se enfrentó la cordillera nevada; la atmósfera estaba enrarecida por fuertes corrientes y el oxígeno faltante a esa altura. La temperatura, de varios grados bajo cero, amenazaba congelar la humedad de las alas, los comandos con hielo apenas respondían. La visión estaba nublada por la borrasca del viento blanco. A esa altura, el piloto sólo avanzaba por su férrea decisión de seguir; las manos enguantadas estaban congeladas, en su cara se convertían rápidamente en hielo las gotas de humedad que provenían del calor del cuerpo y el motor. Finalmente, se nubló todo y el avión desvió su ruta. En un último intento, Matienzo logró cambiar el rumbo, pero verificó que se había quedado sin combustible. En medio del temporal, hizo un aterrizaje forzoso cayendo a 150 metros de la frontera…”. Laura cierra su relato: “Matienzo estaba vivo, caminó 20 kilómetros buscando llegar a Las Cuevas hasta que el cansancio y el frío pudieron con él. Quedó congelado sobre un risco de piedra”. Después de estas palabras, la anciana fijó las agujas en el ovillo de lana, guardó el tejido, se levantó y se sacó los anteojos. Tomó un cofrecito con la inscripción “Fuerza Aérea Argentina” y extrajo un par de aros que se colocó en cada oreja. Las alas colgaban brillando con la luz del sol, que nos daba en el rostro. Ella se fue, caminando lentamente. Estábamos tan impresionados que la dejamos sin decir palabra”. –¡Era la novia de Matienzo la que te contó la historia! –exclama Daniel. –Sí, era la novia de Matienzo, que se había propuesto contar a todos los visitantes la hazaña de su amado. 44


–Hermoso el cuento, Laura. Muy emotivo, un testimonio de amor incondicional –remata Graciela. Nos quedamos callados, ellos envueltos en sus pensamientos, yo, en mi dolor.

Capítulo 8 Es la noche, estoy escribiendo y el pabellón duerme. Parece que será una vigilia tranquila, acomodo mis apuntes dándoles un orden cronológico. Las narraciones van armándose en la medida en que llegan a mi mente. Oigo ruidos, se hacen más cercanos. Cruje la puerta de acceso. Las pisadas son bruscas, las conozco, son botas, chirriar de armamento y órdenes de mando. Sí, vienen a llevarse a alguien. Identifico que son tres uniformados, los pasos se aproximan, el miedo es más nítido; se percibe la tensión que hay en las celdas. ¿A quién le tocará? –me pregunto. Están llegando a la mía, espero secretamente que pasen. Frente a mi celda se detienen. El corazón da un salto. Mis manos tiemblan y un sudor recorre todo el cuerpo. Abren la celda. ¡Es el fin! Dos soldados quedan afuera; uno ingresa, el más grande pregunta mi nombre… es fornido, morocho, lleva un casco que lo hace más imponente. –¡Salga! Encaro para salir, me cruza el arma e indica hacia el fondo, ¡me va a ejecutar aquí adentro! –pienso. Llegamos a los baños, los acompañantes quedan en la entrada. Me introduce en el interior de uno, ¡se acabó todo! Toma mi hombro. ¡Tranquilo! –me dice– su tío Luís es vecino mío, se arrimó por la casa para pedirme que lo ayudara. Lo aprecio mucho a Don Luís, es como un padre para mí. Me estoy jugando, pero le 45


debía este favor. Su familia está bien, hacen gestiones. Me llamo Julián. Le traje cigarrillos, una libreta, birome, una carta de su esposa. Si puedo, volveré. Me cuesta contestar, no me salen las palabras. Por fin se desatan como un torbellino. –Espere, espere… Llévele a mi familia esta libreta –saco del forro del camperón los Apuntes de la Prisión 2– ¡Gracias, Dios mío!, es lo primero que atino a pensar. El guardia se va, promete volver cuando pueda. Sigo con vida, es mi segundo pensamiento. Abro la carta: Querido Amor: A pesar de todas las dificultades, Dios se acuerda de nosotros. Cuando tu tío me llamó para comunicarme que podría llegar a vos, me parecía mentira. Nosotros estamos bien. Nos allanaron la casa, estaban buscando armas, cartas, documentos. Se llevaron las cartas que nos escribía Ariel. No encontraron nada más y se fueron, con la promesa de que volverían. Hacen cualquier cosa por mostrar su poderío. Vinieron veinte soldados, rodearon la manzana, parecían locos; iban de un lado para el otro, los vecinos estaban alarmados, por fin se retiraron de la misma manera que llegaron. Leí tu libreta con mucho cariño, recordando tiempos felices, cuando “éramos los únicos privilegiados”. Hemos ido al Ministerio del Interior con tus padres, para solicitar la opción de salida del país. Cuesta mucho pensar que deberemos irnos a un país extraño para vivir juntos, todo pasa como un juego maléfico que no termina, nadie nos atiende, siguen negándote, como si estuvieras desaparecido. He visitado algunos abogados amigos, pero ninguno quiere presentar el habeas corpus, tienen miedo, dicen que meten presos a los letrados que los presentan. Tu mamá está desesperada, ha encontrado una señora amiga que es la suegra de un oficial de alto rango. Le ha hablado y ella prometió ayudarla. También Rubén ha hecho algunos contactos con gente del Ejército. Creo que lo mejor para Ferni es decirle la verdad, al principio le estuvimos comentando que te habías ido de viaje. Ahora pregunta 46


diariamente cuándo volverás y no sé qué contestarle. Iré al psicólogo, para consultarle qué tengo que decirle. ¡Te extrañamos tanto, mi amor! Los muchachos del barrio son muy solidarios, tratan de alentarme a salir adelante. Se hace difícil esta espera, sobre todo el no saber qué van a hacer con nosotros. A veces pienso que lo mejor es irnos del país y no volver jamás. Le pedimos fervientemente a la virgen que nos ayude, dicen que vaya a la Difunta Correa, que es muy cumplidora. Quedamos con tus tíos en ir a verla a San Juan. Te extrañamos horrores, tengo fe de que nos veremos pronto y de que esta pesadilla acabará. Estás en nuestro corazón. ¡Qué alegría y qué tristeza a la vez recibir noticias de ellos! Hay tanta incertidumbre. Sé que tengo que mantenerme entero, que lo que la dictadura quiere es que nos quebremos, y de hecho, lo están logrando. Las tensiones que se pasan son terribles, todos los días suceden cosas que nos tienen en vilo, cada uno de nosotros piensa “el próximo que vienen a buscar soy yo”. Percibimos que estar aquí significa un destino trágico, estamos en manos de locos. Mis reflexiones son destinadas a mis seres queridos; mi querido hijo, mi querida esposa, mis queridos padres, mis queridos amigos. ¡Están tan lejos esos problemas que condimentaban nuestra vida! ¡Tan importante que parecía llegar a tener ese auto, el lote donde edificar nuestra futura casa, ese crédito que no sale y que tanto nos preocupaba! Aquí adentro las cosas tienen otra dimensión. Tenemos momentos fuertes de bajón anímico; trato de alentar a mis compañeros para que se levanten, que no se dejen abatir, que el tiempo pasa, que lo peor que podemos hacer es abandonarnos. Si nos rendimos, podemos entrar enun estado de locura. He llegado a pensar si no sería mejor que estuviera ya muerto, quizás en un ambiente de infinita paz, no perturbado por las locuras de este infierno. Debo ocuparme de algo, urgente. 47


La noche ha sido tranquila, no han ingresado ni sacado a nadie, consulto con Daniel, me confirma que está todo normal. Por las dudas, pasa lista. Estamos los mismos que ayer más el Negro. Lo alcanzo a ver cuando pasa, está pálido, ojeroso, barbudo, pero nos hace una mueca que parece una sonrisa para decirnos “ya pasó”. Se sienten pasos, entran algunos uniformados con su acostumbrado armamento, caminan por el pasillo. El corazón da un salto porque se paran a la altura de mi puerta, sin querer empiezo a temblar, no me puedo contener. Conversan entre ellos. No es para mí. La buscan a Graciela, en la celda de al lado. Hablan con ella. Un grito llega hasta el alma de las paredes de cemento. Sostienen a Graciela intentando callarla y la sacan del pabellón entre varios carceleros. Todo vuelve a quedar en silencio. El silencio de la tensión, del miedo, del horror. Qué pasó, es la pregunta que nos hacemos uno al otro. Movemos los dedos de las manos velozmente, buscando una contestación que nos informe, nadie sabe nada, ¿será Graciela una más que se va?, ¿con qué argumento la expondrán?, ¿intento de fuga?, ¿muerte en enfrentamiento?,¿ataque a una guarnición? Cualquier historia es posible pergeñada en este ámbito dramático. Escuchamos ruido de pasos y se abren los cerrojos del pabellón. Está entrando gente, uniformados y de civil. Abren la celda de al lado, ingresa Graciela. Se van, la alcanzo a ver; su aspecto abatido es conmovedor, no debe tener más de 25 años, pero está demacrada, avejentada. Sobre su rostro, una mueca de dolor profundo, sus ojos secos, como si ya no hubiera lugar para las lágrimas; intensamente pálida, agotada y triste. No nos animamos a preguntarle, por eso el silencio. Silencio de dolor, silencio de respeto, silencio del sufrimiento compartido. Silencio absoluto. Pasan unas dos horas, cada uno recogido en sus tristes pensamientos. 48


Llega la olla de la comida, va puerta por puerta. Se ven las manos compungidas recibiendo el magro plato. El carcelero hace bromas y se ríe de sus ocurrencias. Hoy van a hacer una excepción: nos dejarán salir al pasillo por veinte minutos. Toda una novedad, ya que podremos conocernos personalmente, vernos las caras. Las compañeras se arreglan su ropa, se peinan como pueden; alguien consiguió un peine y lo comparten, cada uno tarda más tiempo en el lavatorio que en el baño, nos aseamos y acicalamos. Por fin se hace la hora, el jefe de los guardias nos informa que el recreo se debe a que mañana es el día de la Patria y que, “en honor a los éxitos obtenidos en la ofensiva contra la guerrilla comunista”, nos conceden este permiso. Salimos asombrados al pasillo, al principio cegados por las bombillas de luz, que nos parecen radiantes. Vamos juntándonos. Lo primero que se nos ocurre es abrazarnos, siento una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos. –¿Así que vos sos el Negro? –Cristina, ¡qué linda sos! –Daniel, con ese vozarrón que tenés, te hacía más alto… –Fabián, ¡vos sí que sos fornido! –¿Porqué te crees que me dicen “ropero”? –Laura, ¡parecés una niña! –Me contesta ella-¿Qué edad tenés, Papillón? Con esa barba, seguro sos el mayor. Me comparo con los demás, sí, soy el “barbudo” que más tiempo lleva detenido -localizo a Graciela. –¡Papillón!, mi hijo, Juancito… estoy desesperada. –¿Qué pasó? –Se suicidó, Papillón. Es terrible, él sabía que el abuelo guardaba un arma en su escritorio, en un momento la sacó y se pegó un tiro, murió en forma instantánea, no lo puedo creer. –Es inexplicable, ¿cómo pudo suceder? –Estoy destruida, Papillón. Mi papá ha renunciado a su cargo en el Ministerio de Justicia y quiere hacerles juicio, está perdiendo la razón. 49


Javier creía que nos dejarían salir del país. Lo sacaron de aquí ya muerto. No tiene sentido seguir viviendo, todo esto es demasiado horrible, una pesadilla que no acaba nunca… ¡Mi pobre chiquito!, no pudo soportar lo que vivió. –¡Siempre tiene sentido seguir viviendo! ¡Si vivís, ellos perdurarán! Si no, ¿qué valor tendrían sus muertes? Tenés que seguir, Graciela. Hay otra hija que te espera, no van a seguir ensañándose con vos, tenés que ser fuerte, tener fe; te van a largar… ¡Tenés que mantenerte viva! Entra el vigilante, de nuevo al ostracismo silencioso. –¡Se acabó el recreo! ¡Cada cual a su celda! Hoy es 25 de Mayo, los uniformados estarán ocupados en sus desfiles y exhibiciones. Está todo calmo, nos traen la olla para la cena, alguien grita: –¡Viva la Patria, carajo! –¡Cantemos el himno! –“Oíd, mortales, el grito sagrado Libertad, libertad, libertad. Oíd el ruido de rotas cadenas…”. Fabián habla acerca de la gesta del 25 de Mayo: –Recuerden, compañeros, los patriotas del glorioso cabildo juraron “Vivir libres. Nunca esclavizados. Juremos con gloria morir”. Termina el improvisado acto, quedamos en un mutismo emotivo.

Capítulo 9 Se oye ruido de pasos, abren la puerta del pabellón. Intentan abrir el calabozo de Graciela. –¡No! ¡A la 2 no, pelotudo! –le grita el jefe al carcelero– ¡Es la hija del juez! 50


Se asoman a las demás. Miran por la abertura de la mía, siguen de largo. Dejan olores y aromas fuertes de sudor y alcohol. Van abriendo los calabozos de las mujeres y las sacan al pasillo, las llevan al fondo. Presiento una calamidad. A través de la mirilla veo los rostros demudados de terror de las jóvenes, que con los ojos desorbitados y trémulas de miedo caminan hacia el fondo de la prisión, desencajadas en su aflicción. Me quedo helado, un sudor frío recorre mi cuerpo. El corazón palpita con fuerza, lo tenebroso de la situación me horroriza. Se sienten gritos; una despiadada embestida se perpetra ferozmente contra las confundidas chicas que sólo atinan a quedarse paralizadas ante el feroz ataque. –¡Que te desnudés, te digo!, ¡la puta que te parió! –gritan las bestias humanas. Las desvisten con avidez y las arrastran al fondo con saña. –No, por favor, ¡no! Ruido de ropas arrancadas, golpes y quejidos. Lo único que alcanzo a ver son las puertas de las celdas, quedaron abiertas. Los llantos son patéticos, a veces gritos, gritos despavoridos. Las están manoseando, se mezclan ayes de dolor con resuellos agitados. ¡Estoy embarazada!, ¡no me pegue! –grita Viviana a su torturador. Las violaciones se suceden, pasa una hora que es la eternidad del infierno. Siento una mezcla de rabia, temor, impotencia. Pasa un tiempo, alguien da una orden: –¡Vamos! Esa voz la reconozco, es la misma que escuché en el pabellón de las prostitutas cuando balearon a la joven, supongo que es la del ideólogo del Escuadrón Pío XII. Llevan a las mujeres semiconscientes, desnudas, las arrojan a los habitáculos. Tiran la ropa y corren los cerrojos. 51


Vuelvo a percibir esos olores cuyo recuerdo me acompañará por un buen tiempo. ¡Pobres compañeras! –reflexiono. ¿Qué edad tendrán? ¿Veinte años? Las mataron en vida. Esta tremenda impunidad es el fruto de una decisión ya tomada por la cúpula militar, están seguros de que nadie de los que estamos aquí vivirá para contarlo. A partir de ahora se hace una rutina, una cruel rutina. Periódicamente entran al pabellón individuos en busca de sexo, y se apropian de las pobres muchachas sometidas y condenadas ya a muerte por el juzgado militar. Lo habitual es ultrajarlas en horarios de siesta y nocturnos, en un tenebroso ritual donde todo está permitido. A Viviana se la llevaron sin conocimiento y no volvió, quizás está muerta, no sabemos. Les han dicho que si cumplen sus funciones, podrán vivir un tiempo más, porque ahora prestan servicios. Las pobres se van convirtiendo en espectros de su propia imagen, es imposible sacarlas de su aletargamiento. Son sombras, evidencias de una pesadilla. Tratamos de mantenernos cuerdos, Fabián me pide que hagamos algo para superar la depresión tremenda que nos invade. –¡Papillón!, contanos algo –me pide Cristina, gimiendo. Algo que nos saque de aquí, estamos más presas y mutiladas que nunca… por favor, hablá, necesitamos una voz que nos libere del odio que sentimos –reclama Laura.

Capítulo 10 Tengo un nudo en la garganta al verlas tan tristes y humilladas. Antes vivía la angustia, ahora vivo el dolor, producto de la tragedia y ver que estamos en manos de locos psicópatas del horror. Saco fuerzas para hablarles de la forma más natural posible: 52


–Les voy a contar un viaje que hice al sur. Yo era estudiante y fuimos con un geólogo, Emiliano Gómez, que trabajaba en la zona. Coco Marino, su chofer, era muy amigo de mi viejo y lo vino a saludar, así lo conocí. Nos invitó a mi primo Pelado, Ariel, y a mí para que lo acompañáramos: “Salimos una mañana soleada; luego de tres horas de viaje ingresamos a la zona montañosa. Relieve áspero, escabroso, el paisaje desértico, sin vegetación. Las rocas de colores variados, rojos y marrones claros salpicados de grises y amarillos. Llegamos al puesto de Don Salvador Sepúlveda, que nos espera con un chivito al asador. El predio es la única arboleda en varias leguas a la redonda. Está prolijamente marcado con un cerco de piedras, a metros de la casa el corral, donde se mezclan cabritos, ovejas, vacas y caballos; un lugar reparador con un pozo de agua en el centro de la propiedad. La morada es humilde, construida con bloques extraídos de un desfiladero cercano, techo de palos de algarrobo y chañar cubiertos por ramas y barro con cal. Es fresca, la entrada la protege del sol una vieja parra cargada de racimos; a su sombra descansamos mientras se hace el asado. Emiliano mira la pared, como si hubiera visto algo interesante; se levanta, saca su lupa, busca la linterna, ilumina un bloque con atención. Nos llama. –¡Miren! Observo la roca, bastante agujereada, sin encontrar nada novedoso. –¡Vean los agujeros! –nos repite, observo los orificios, él me presta su lupa, enfoca con la linterna. –¡Están alineados! –digo yo. Nos indica con el dedo: –Sí, la alineación es en forma de herradura, abierta como una V corta. –¡Los huecos tienen distintas formas! –Sí, es cierto –extrae con cuidado el fósil. –Aquí ¿Ves?… estos son incisivos, pequeños y romos, estos alargados y cónicos son los caninos ¡Se trata de un maxilar superior! ¡Estás viendo la zona del paladar de un pequeño dinosaurio! Nos quedamos sorprendidos, excitados ante el hallazgo. 53


–¡Así es!, estas otras aberturas es por donde pasan nervios y vasos sanguíneos hacia los párpados. ¡No tengo dudas! ¡Es un mamífero! – exclama Emiliano a los gritos. Nos miramos con Coco. –No se dan cuenta de la importancia del descubrimiento –nos dice riendo– ¡Los mamíferos no existían en la época de los dinosaurios!, este fósil es de los primeros reptiles mamíferos que aparecieron hace más de 200 millones de años. Tenían características de reptiles. De hecho lo eran, pero con otras de los mamíferos, por ejemplo, mamas para amamantar, pelos y una dentadura diferenciada. Lo miro a Emiliano y le pregunto: –¿Este animal es mi antecesor, ya que nosotros somos mamíferos? –Exactamente. –¿Y vivía a unos kilómetros de mi casa? –ríen, festejando la ocurrencia. Seguimos por el recién abierto camino que va del dique Valle Grande, hasta el dique de El Nihuil, represa inaugurada por el gobierno peronista en 1948. Mientras nos desplazamos hacia la zona, Emiliano nos cuenta: El río Atuel en esta zona tiene características especiales; cambia el relieve, de ser totalmente llano en la parte alta, se hace escabroso, con abundantes subidas y bajadas en la parte baja. Un ejemplo similar a este es el Cañón del Colorado, en Estados Unidos. Ustedes pueden mostrarse orgullosos. En el futuro esta zona se llamará “El Cañón del Atuel” y será un polo turístico, es único. Vamos entrando. Se observa un panorama espectacular. Paramos en la parte alta de la planicie; el paisaje es bellísimo. Subimos a la camioneta, parece que la vieja Chevi se preparara para la bajada a la orilla del arroyo, tose y se pone en marcha. Sigue hablando Emiliano: –En esta zona las corrientes de agua son como un maná, así como las lluvias en la llanura pampeana, aquí el escurrimiento de aguas que provienen de los glaciares y la nieve es un beneficio que debe cuidarse, porque alrededor de estos cursos se radican las poblaciones y se asientan los cultivos. A ustedes les dicen “los salitrosos” ¿Es verdad? Se sonríe. Bueno, el caudal arranca aguas arriba con sales que se depositan por la disminución de la pendiente y también por los trabajos de irrigación en la parte baja. Para mantener los suelos en 54


condiciones, deben regar el equivalente a cinco veces lo que sería el caudal en suelos normales, de lo contrario, la generación de “salitre” será cada vez mayor. Por cada litro de agua que sale del Nihuil, solo un cuarto llega a esta zona, lo demás se pierde por la permeabilidad del suelo; se debe impermeabilizar todo el recorrido y los canales matrices, de no tomarse medidas, en un tiempo, quizás cincuenta años, todo el sur de Mendoza será un gigantesco salitral…”. –¿Así que sos un salitroso, Papillón? –exclama Fabián– te viene bien, porque aquí estás en salmuera. –Tal cual, tal cual… bueno, sigo: “Es mediodía, el esplendor del sol agobia, nos envuelve en un escenario agreste, de una aridez extrema. Dirían las comadres “a estas horas los únicos que transitan el campo son las víboras y las lagartijas”. Allí estamos nosotros para contradecir esa sentencia, recorriendo este camino solitario, una huella polvorienta entre médanos de arena y rocas erosionadas. Según Emiliano estamos en uno de los lugares más desérticos del planeta; casi nunca llueve aquí, es una rareza. Yo percibo esa sequedad total, pienso e intento sentirme tranquilo escuchando el ruido parejo del motor de la camioneta que nos lleva a la zona del Payen, la mayor acumulación de volcanes del mundo. Llevamos todo el equipamiento necesario: cajones de fruta, verdura, harina, cerveza, yerba, tabaco, medicamentos; insumos más valiosos que el oro en estas latitudes. En estos parajes vive gente en condiciones muy precarias, solo poseen algún piño o majada de ovejas como único sostén, los más pudientes tienen un caballo o una vaca criolla guampuda de nalgas flacas. Algunos nunca han ido a zonas pobladas, sus vidas solo se comunican con la civilización a través de esta huella por donde circulamos y su correo es un programa de radio que se emite por una emisora de Malargüe llamado “El compadre Farías”. A las trece horas, todos los puestos a lo largo y a lo ancho del extenso desierto escuchan esta audición, en la que, entre cuecas y tonadas anuncian: “Juanita Antequera, del puesto El Jarillal le comunica a su primo Deolindo que la chancha overa ha parido ocho lechones y espera que vaya con la comadre al carneo el 14 de septiembre…”. 55


A la tarde llegamos a un pequeño poblado en el límite con La Pampa, se llama Agua Escondida. Hay una aguada alrededor de la cual se han establecido algunas delegaciones estatales: Destacamento de Policía, un Registro Civil, una Sala de Primeros Auxilios y las dos únicas casas que destaco, rodeadas con un aguaribay, unos tamarindos añosos y una centenaria arabia; en una de ellas nos alojaremos, oficia de hostería y la otra es el almacén de ramos generales. Han prometido, de hecho están los cimientos, que harán una escuela albergue, por ahora solo se construyó una base, las columnas de hierro están herrumbradas y cubiertas por salitre. Las clases se dictan en la hostería, la sensación que tengo es que todo es rústico, áspero, casi salvaje; cambia esa impresión cuando tratamos a la gente que vive allí. A la noche hacemos un intercambio de nuestras vituallas por las de ellos; tomates, lechuga, cerveza, tabaco, por un exquisito chivo de carnes crujientes. Lo más sabroso de todo es la calidez humana de una gente alegre, servicial, atenta, nos colman de atenciones, no sabemos qué hacer para retribuirles. –Viste –me dice Pelado– Ellos, si tienen dos panes, aunque sean una familia numerosa, lo reparten con vos, no hacen caridad con lo que les sobra, más bien comparten todas sus necesidades. ¡multiplican el pan como si fueran Jesús! Les damos a los chicos golosinas, nos hacemos grandes amigos y jugamos como si nos conociéramos de toda una vida. Emiliano, que los conoce y aprecia, nos responde las preguntas: –¿Por qué hay tantos compadres? ¿Por qué nunca toman agua? ¿De qué viven? ¿Por qué hay tantos González? ¿Con qué se alimentan? –Los compadres son de bautismo o casamiento, en realidad viven como una comunidad donde el intercambio y el compartir son imprescindibles, aquí todos necesitan de todos. Yo protejo a tus hijos y les enseño como si fueran los míos. Como no hay médico, el enfermero se multiplica y, acompañado de alguna abuela que conoce, realiza partos, cura empachos, mal de ojos, parásitos. Se intercambian los yuyos, bálsamos y medicamentos, que le dejan los médicos cuando vienen al Centro Comunitario. Te parece que nunca toman agua, porque se despiertan muy temprano, cuando aún es de noche, y se 56


ponen a matear amargos, a veces con yuyos, de esta manera se hidratan y no beben más hasta el atardecer. Viven de las majadas de ovejas. Hay una minería de fluorita, manganeso y cuarzo, también cazan guanacos y avestruces, zorros y leones, venden las pieles y las plumas. Emiliano prosigue: -Al ser pocos, y las distancias tan grandes, las familias crecen con mucha relación matrimonial entre ellos; de allí que te haya llamado la atención los nombres: Puesto de González, la Aguada de González, el Cerro Gonzalito… es común aquí. Comen carne de oveja y chivo, también preparan guanaco y choique. El “buche” de choique es cortado y molido, es un digestivo excelente, porque tiene pepsina. Los “alones” se asan, la panza se rellena con ají putaparió y pimiento, con la carne de los muslos se preparan milanesas y una especie de guiso, si hay papa, cebolla y tomate, llamado chaya. Juntan harina, sal, hacen una masa que colocan directamente sobre las cenizas de un arbusto, la virdiera, y quedan unas tortas bastante sabrosas; “al rescoldo”. Con el chinchil, un yuyo de la zona, preparan un té “parapito”, también té digestivo; cola de caballo, molle, pedrero, del burro, pañil para el estómago. Después de la cena nos quedamos en una entretenida sobremesa. Conocemos a la mujer más parlanchina y alegre que haya visto; la maestra rural, Haideé. Lleva más de veinticinco años enseñando aquí. Todo un récord. Pienso, ¿se la recordará algún día? Esta mujer sí que es patriota. ¡Casi una santa! Nos cuenta infinidad de graciosas anécdotas y otras no tanto… algunas francamente dramáticas, como la muerte de tres chicos jugando a la hora de siesta en el pozo del jagüel. Perecieron ahogados sin que nadie se percatara. Cuando los sacaron del agua, no había quién certificara los decesos, ya que tanto el delegado municipal como el policía a cargo estaban de viaje. –Fue tristísimo –nos relata Haideé–. Los tres cuerpos estuvieron sobre una mesa improvisada. Entre todos hicimos unos cajoncitos para los angelitos y así estuvieron hasta que los pudimos enterrar. –Acá supo vivir un hombre muy rico; don Franco –nos cuenta Pedro Martínez, un vecino– Venía a la Escondida como minero, buscando oro, estaba convencido de que había una gran mina de oro y buscó, buscó; se murmuraba que poseía la “ fiebre del minero”, que cuando 57


te domina te hace ver lo que quieras ver. Rasguñaba las rocas y el piso, sacaba puñados de lodo asegurando que era oro… un delirio total. Lo más ingrato y extraño fue que él, en su búsqueda, encontró una gran veta de un mineral negro, pulverulento y pesado. Cuando lo llevó a analizar, le informaron que era manganeso. No sabía en realidad para qué servía y cambió los derechos mineros que tenía del cateo por una bolsa de harina, yerba y tabaco a un desconocido. Esa mina resultó ser la más rica de la zona, se sacó manganeso para proveer a las acerías del país y se exportó a EE.UU. y Europa. –¿Para qué lo utilizan en el acero?-pregunto. –Porque le da mucha resistencia y sirve para fabricar armas. Se llevaron varias miles de toneladas en mineral, hasta que se agotó. –¿Podemos ir a conocerla? –No –tercia Emiliano– La gente afirma que ahora mora en sus galerías el espíritu de don Franco. Una leyenda narra que cerró porque entró a ella una mujer muy amada por él y la veta, que es muy celosa, se agotó. Por la noche se ven luces en el interior moviéndose y, donde enterraron su cuerpo brilla como una hoguera. –La “luz mala” –concluye Pedro– Me voy a dormir. Miro con disimulo hacia los cerros, en la dirección donde está la mina. Ya amanece. Prevenido, me tomé una pava de mate amargo. Doña María, la dueña de la hostería se ríe cuando me ve con la panza llena de agua caliente. –Usted ríase, pero yo hoy no tomaré agua en todo el día –le digo ilusionado. Salimos al alba, bien temprano, rumbo al Salitral. Retomamos el camino. En un recodo, Emiliano hace detener la camioneta y se baja. Examina las huellas, va hacia el monte, se flexiona y observa atentamente el suelo sobre la arena, nos habla: –Estén atentos, pónganse los borceguíes. Lo hacemos. –Por aquí hay vizcacheras y las vizcachas aún no han regresado… Prende el reflector buscahuellas y seguimos. Él va atrás, en la caja, dirigiendo el reflector. De repente, grita: ¡Allí! ¡A la izquierda! Miramos atentamente y los descubrimos: una piara de vizcachas corre por un sendero al borde de la huella. El más grande, el vizcachón, 58


encabeza la manada; el resto sigue en fila india. Ya tenemos las instrucciones. Corremos de atrás con la pala en la mano. Los últimos, los más chicos, se van quedando y los alcanzamos, palazo va, palazo viene, nos hacemos de cuatro presas. –¡Al primero no! –nos grita Emiliano. Ya es tarde… lo alcanzamos al puntero y cuando percibió que le volábamos el planazo se dio vuelta repentinamente y nos pegó un tarascón con sus poderosos incisivos; de milagro no me arranca el brazo, gracias a que llevaba un grueso saco. El animal se quedó con la manga en la boca. Ariel, ni lerdo ni perezoso, le aplicó otro planazo, no lo mató, pero el vizcachon se alejó con un gruñir feroz y ligado a su boca los restos deshilachados de mi campera”. –¡Casi no contás el cuento, Papillón! ¡Bravo el vizcacha padre! –Le atacaron la familia… ¿qué querés que hiciera? –¿Les gusta? –pregunto a todos. –¡Sí! –Ya –tercia Laura– Seguí con el cuento, Papillón, seguí y no pares nunca, nunca (solloza). –Sí, Laurita, voy a seguir, sí, sí. “–¿Estás bien? –murmuró Pelado. –¡Qué lo parió! Fue lo único que atiné a decir mirando mi brazo desnudo. Algo desgarrado, pero entero. –Estén atentos a los piches –nos advierte Emiliano, mirando con atención desde la ventanilla. ¡Dicho y hecho! con los primeros rayos del sol, un hermoso peludo sale corriendo del pichanal. El conductor frena la camioneta y yo, atolondrado, salgo corriendo detrás de él… ¡Ya lo tengo! ¡Ya lo tengo! Cuando parece que lo tomo, el animal gira sorpresivamente noventa grados en décimas de segundo y me deja tirado sobre el jarillal. Carcajadas detrás de mí. –¡Si será huevón! –exclaman, muertos de risa. –¡Tenés que pegarle un puntapié y darlo vuelta, que quede patas para arriba!¡De abajo no lo vas a tomar nunca! Con el sol arriba, perpendicular a nosotros, avistamos el Salitral, el nombre lo dice todo. Cuando salimos, nos habían dicho que era un poblado, lo extraño es que no vemos casas. Sabemos que estamos 59


llegando porque vemos sobre la planicie un asno con una albarda alrededor del cuello, ligada a un tronco horizontal que se articula con otro vertical clavado en el suelo. El animal, con los ojos vendados, gira alrededor y lleva una soga atada a la albarda, la otra punta dentro del pozo tiene una vejiga con un aro –pelota, le dicen– que asciende con el agua dulce y fresca, a pesar del suelo blanco salitroso. Al salir se derrama por un tobogán que lo deposita en una alberca. Todo el conjunto se llama noria. Coco toca la bocina y, algo sorpresivo; empieza a salir gente de pozos excavados en el piso… pozos cuadrangulares de dos a tres metros de profundidad y unos cuatro de lado, cubiertos por ramas de jarilla y chañar, donde viven hacinados. Todos; ovejas, niños, mujeres, perros…nunca había visto algo así, ni en películas. –¿Te sorprendés? –me pregunta. Asiento con la cabeza, boquiabierto. –Viven así porque aquí los vientos son terribles y la sequedad espantosa, en el pozo están frescos y protegidos –explica. Nos miramos con Ariel: Nunca había visto tanta pobreza y necesidades… –Ya esto dejó de ser pobreza –dice Pelado– Esto es miseria. Permanecen casi descalzos o atados los pies con tientos y piel de oveja, la ropa son harapos. Están literalmente desnudos, lo único moderno que registro es la radio, nexo que los mantiene con el mundo. Nos llama la atención la cantidad de chicos y grandes con dificultades para hablar y expresarse; tienen una mueca como sonrisa y abundan los labios leporinos. –Conviven junto a los animales –nos dice Coco mirando el piso, como avergonzado de tamaña miseria. Ese sentimiento embarga al grupo. El puestero que oficia de jefe o encargado, don Dositeo, nos agradece infinitamente la mercadería que les dejamos y nos expresa preocupado: –Tenemos tres chicos que están muy enfermos; orinan sangre, tosen con sangre y hollejos de piel, arden de fiebre y sus ojos están amarillos. –¿Qué hacemos? –pregunta Coco. –Los llevamos al hospital de Malargüe ya mismo. Esto es hidatidosis 60


–afirma Emiliano. Con las monturas y los cajones, improvisamos tres camastros en la caja de la camioneta donde ubicamos los chicos y parten Coco, Emiliano, Dositeo y una madre. Nos quedamos Ariel, Pelado y yo. Estamos anonadados. Se arriman pequeños y otros no tanto con una pelota de trapo. Nos invitan y hacemos un picado. Los tres estamos conmovidos con la simpleza y a la vez la fuerza de esta gente tan sencilla, nos hermanamos con ellos. Llega la noche, se hace un fogón alrededor del cual nos ubicamos. Las mujeres empiezan a cantar una vidala, se acompañan con una caja y el acompasado lo realizan con sus hilados y telares, lo hacen en coro y una de ellas, anciana de piel muy arrugada y oscura, piel de los tiempos, hace una invocación a la virgen y al niño para que protejan a los que se fueron. Son las hilanderas de la noche. Le pregunto a Verónico quién canta y por qué llevan prendidos los puños de la camisa al revés. Me responde: –Es la Pachamama, que está con nosotros en el cuerpo de una santa. Ella protegerá a los angelitos y tus amigos. Llevamos prendidos los puños al revés para espantar los malos espíritus que quieren venir cuando baja la Pachamama. A la camioneta la protege el Chachao, padre protector. Nos muestran los tejidos que hacen con lana de oveja y pelos de guanaco, son hermosos y muy coloridos. Según ellos, menos firme que el Poncho de Castilla, que fabrican sus parientes del otro lado de la cordillera, en Chile. Nos vamos a dormir, tendemos nuestras mantas al sereno. ¡Qué cielo tan negro y qué estrellas tan brillantes! El silencio es absoluto, los tres nos quedamos contemplando el lucero y reflexionando con el corazón abierto hacia nuestros nuevos amigos, de sonrisa fácil y labios leporinos. ¡Qué ejemplo de vida nos tira la naturaleza en este salitral inhóspito!… Seguimos a nuestro destino final: Los Volcanes del Payen. 61


Hay un silencio absoluto, todos en sus celdas están atentos. Ellas no perciben lo que me cuesta hablar ante el dolor de verlas así. Me digo a mí mismo: ¡Vamos, Papillón! No te vengas abajo… Seguí, mierda, seguí, que las compañeras necesitan tu consuelo: …a medida que nos arrimamos cambia el colorido del paisaje. Los colores rojizos y amarillentos se truecan en extensas planicies negras con bordes amarillentos. Combinación de lava volcánica con el tímido coirón que, caprichoso, quiere crecer en las grietas. –¡No me van a creer! ¡Yo sé que no me van a creer cuando lo cuente! –exclama sorprendido Ariel cuando se frena la camioneta. Debemos parar para que pasen las manadas de guanacos que enfilan hacia el cráter del majestuoso Payen. Cientos, miles de guanacos que enfilan para ir a beber la dulce agua nívea que baja del volcán. La comitiva va acompañada de choiques, maras, liebres, en el aire avutardas y cóndores. -¡Qué espectáculo!-grito entusiasmado. –¡Esto es único! ¡Acá no llegó la civilización! –comenta Emiliano. –Aunque ustedes no lo crean, aquí también vive gente –agrega Coco. –La verdad, no lo creo –apunta Pelado– Los puesteros no pueden hacer veinte kilómetros diarios de ida y vuelta como los guanacos para ir a beber agua, en un terreno donde no se puede andar a caballo por los escoriales y no hay una gota de líquido en decenas de kilómetros a la redonda. Llegamos a un paraje donde una colada de lava caprichosamente expulsó una gigantesca burbuja de gas. En su recorrido se fue enfriando sin cerrarse y dejó una caverna de kilómetros de longitud, una maravilla de la naturaleza, la Cueva de los Leones. Y para nuestro asombro, ¡en ella vive gente! ¿Qué es lo primero que identificamos en esa acumulación de lava basáltica, que quiere ser un conglomerado “urbano”? La radio a pilas y transistores escuchando al inefable “Compadre Farías”. –Mi hermana viene a visitarme y tengo que ir a esperarla –nos dice el Dionisio, que ocupa el socavón del medio, escuchando atentamente el programa. 62


–¿Adónde va a esperarla? –pregunta Ariel. –A la Ruta 40 –nos contesta, como quien dice a la esquina de la cuadra. La Ruta 40 pasa a ochenta kilómetros de este paraje. Son cuarenta kilómetros a pie y cuarenta a caballo. –¿Cómo hacen para tomar agua aquí? –pregunto, porque la curiosidad me mata. –Vengan –nos dice riéndose. Caminamos hasta los murallones de piedra negra, lava dura y limpia, como un adoquinado. –¿Ves los jarritos? Veo unos tarros con manija de alambre al pie de las fracturas de las grietas. –Sí. –Bueno, durante la noche aquí refresca mucho, la piedra “traspira” y la gota de agua se desliza hacia abajo; en ese lugar ponemos el jarrito y así acumulamos más o menos la mitad en cada uno. –Agua fresquita para la garganta sequita. Se ríe el Dionisio. Volvemos. Preparamos el regreso”. Muy bueno el relato –comentan los presos, impactados por la narración. Veo a las chicas resignadas y se me encoge el alma. Mi auditorio de cuentos en un calabozo.

Capítulo 11 Anoche han llegado nuevos detenidos, son interrogados mediante tortura, pertenecen a una agrupación universitaria de izquierda. Muy sorprendidos, nos preguntan dónde están, presumimos que han venido vendados y esposados. Al entrar recibieron una paliza tremenda, algunos tienen quebraduras y moretones, nadie los asiste. Parecen chicos en la escuela secundaria, una cárcel que aloja adolescentes aterrados; se agregan a la fatídica lista los nuevos detenidos. El carcelero nos informa que por ser una conmemoración religiosa católica hoy habrá una misa. Anota a los que van a 63


participar. Quienes deseen confesarse lo podrán hacer. Como es una oportunidad de vernos las caras, se suscriben todos, una forma de sentirnos fortalecidos. Llega el sacerdote. Cuando lo veo, no puedo salir del asombro; se trata del obispo, el mismo que le negó la entrevista a mi esposa. Él nos va a confesar, quiero preguntarle si recuerda a Lucy. Llega mi turno, me decido y le pregunto. Sí, la describe junto a un niño rubio de ojos claros, delgadito. Le pido por favor que solo le diga que estoy bien, si puede conseguirme una Biblia. Lo pongo en apuros, se intranquiliza al punto tal que me absuelve sin que le haya contado mis pecados. Creo que con este calvario he pagado hasta las últimas de mis deudas, estoy limpio. El obispo nos dice: –A pesar de la difícil situación que atraviesan, no deben sentirse abatidos. Ustedes sufren por sus ideales, por sus principios, por sus sueños. No todos los seres humanos ofrendan su libertad como lo están haciendo ahora por defender lo que piensan, en función de los demás.-continúa: -Pese a sus actuales dolores, Dios los tiene en cuenta, no bajen los brazos. Llega la parte de la misa donde nos saludamos fraternalmente entre nosotros y les deseamos la paz a los guardias que custodian atrás nuestro, con uniforme y armamento. No atinan a salir del asombro cuando estrechamos sus manos y decimos “la paz del Señor esté contigo”. Los carceleros miran a sus compañeros sin saber qué hacer; se genera el clima más extraño y surrealista que hayamos imaginado. El obispo transpira a raudales mojando sus vestiduras mientras observa la situación. Nos preparamos para la bendición y recibo en forma imperceptible un panfleto que compañeros reparten en forma secreta y oculta, lo guardo con cuidado. Terminó la misa. Cada uno a su celda. Leo el papel: A los compañeros detenidos y encarcelados: 64


Informamos a ustedes que la mesa del Consejo Superior del Movimiento Peronista se ha reunido en el exterior con representantes de la Junta Militar para pedirles por nuestra libertad y la aparición con vida de los desaparecidos. No es posible un Mundial de Fútbol en un país que llora y es reprimido con los excesos que estamos viviendo. Nuestra lucha por la liberación sigue siendo la consigna por la que hoy tenemos miles de compañeros muertos o detenidos en las cárceles. Nosotros denunciaremos en todos los fueros internacionales, a través de las movilizaciones callejeras, refugiados en el exterior, organismos de Derechos Humanos y la Cruz Roja Internacional la tremenda matanza que se está produciendo en todos los centros de detención de presos políticos en la República Argentina. Estamos apoyados en esta lucha por la dignidady la justicia que encarnan las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, nuestra voz en la calle y a las que sentimos como compañeras de militancia. ¡No bajaremos los brazos hasta alcanzar una Argentina democrática con plena vigencia de los derechos humanos y libertad a los presos políticos y sociales! Ya en la celda, le comento con el lenguaje de señas al Negro: –Parece mentira, la primera expresión, el primer pedido por nosotros viene del exterior, como si aquí no pasara nada. Cómo puede ser tamaña indiferencia. –Me han dicho que se están organizando las madres nuestras y las abuelas, pidiendo en la Plaza de Mayo. –Pobres viejas… han tenido que salir ellas en persona. Tienen cojones, qué los parió.

Capítulo 12 La luna llena ingresa su luz por la ventana de la habitación. Noche de mayo, en el vidrio se forman gotitas de agua que deslizan como perlas brillantes sobre la fría superficie. La 65


música de Mozart invade todo el interior, juega como irreverente y traviesa en ese silencio melancólico. No hay reloj; el tiempo pasa sin apuros. Sentado en el escritorio está Rubén, los anteojos calzados, la mirada atenta. En un costado del mueble reposa la vieja silla de ruedas, su compañera de toda la vida. Presencia infaltable de buenas y malas jornadas, un testigo cruel de su enfermedad. Los recuerdos llenan los espacios de la habitación, sobre el cajón del estante, las cartas de Minino cuando se escribían periódicamente desde La Plata, donde estudiaba. Toma una enespecial pensando en su amigo detenido y la relee: “…Fue terrible enterarnos de la muerte de Ariel cuando trasladaba documentación desde la imprenta clandestina a los puntos de distribución de la revista “Militancia”, órgano de la Juventud Peronista de La Plata. Viajaba con un compañero. Para no despertar sospechas lo hacían en un viejo Citröen. Como una medida de seguridad, él, que no conocía el lugar donde funcionaba la imprenta, iba con la cabeza hacia abajo. Una vieja consigna de la militancia es que, al no saber el recorrido, uno no podrá decir, si es capturado y torturado, dónde se encontraba o hacia dónde se dirigía. Su compañero, que maneja el vehículo, ve que en el cruce de la esquina hay una “pinza” de personal militar y policial. Intenta hacer la “U” por la avenida, sin darse cuenta de que atrás viene un micro de pasajeros. El móvil lo toca en la puerta delantera. El Citröen tiene como manija de apertura un mecanismo elemental que no resiste el golpe. Se abre la puerta, y Ariel, impedido de ver la situación, no atina a tomarse con fuerza. Cae al asfalto. El micro lo arrolló arrastrándolo varios metros. La patrulla, alertada por el fuerte ruido, corrió hacia el auto, el chofer solo pudo escapar en dirección contraria… en el piso quedó el cuerpo exámine”. Ariel era el más vital de todos; siempre alegre, lleno de ideas, e tiempo le resultaba escaso para plasmar sus inquietudes, concretar sus anhelos, parecía vivir bebiendo los momentos que se presentaban como si fueran los últimos. ¿Presentía su muerte? Absurda, incomprensible muerte. La noticia de su 66


deceso fue un golpe irreparable, ¡tan joven!, era como perder un hermano. Rubén vuelve a la realidad. Sobre el tablero, a la derecha, una gastada y sucia libreta. Son los apuntes de prisión de Minino, en la tapa tienen garrapateado un “2”. Toma la libreta y empieza a leer. Apuntes de la prisión 2: Vivíamos una niñez sin preocupaciones. La industrialización de los productos de la tierra es un aliciente para el pleno empleo. Las sirenas de las fábricas nos marcan las horas con llamados a la actividad y hoy es un día especial: empieza la cosecha de uva. –Vamos, Minino… ya es la hora, pronto nos vendrán a buscar. –Sí, mamá. Me coloco la jardinera corta, abrocho los tiradores y calzo las zapatillas. Voy al escondite del tesoro, debajo del ropero, allí donde el piso de madera está roto. En el hueco guardo las cosas más queridas, las retiro para llevarlas. Ya llega a buscarnos el camión, como si fuera tosiendo el viejo GM, un bigotudo cascajo de la segunda guerra mundial, nos trasladará parados en su caja metálica hasta la viña donde nos espera mi tío abueloSantiago. El dueño de los viñedos, don Hilario Valenzuela y su esposa, hacen una fiesta para marcar el inicio de la recolección de los frutos. Hombres y mujeres de distintas edades y creencias se visten con sus mejores galas para el acontecimiento. Cuando llegamos, un eufórico Santiago nos recibe con una sonrisa. No es para menos… las parras están cuajadas de racimos maduros y en el aire se respira el olor a tierra húmeda y fecunda. En el patio todas las chicas lucen polleras anchas de colores vivos, blusas blancas y pañuelos al cuello que flamean con sus saltos y risas. Las abuelas itálicas, con atuendos negros, miran con asombro el desfilar de los costillares que irán a las parrillas, ya preparadas a la sombra de las parras. En el fondo, se siente el aire de una cueca. 67


–¡Mirá, Minino!, ¡mirá, caro bambino!, ¿habías visto algo así antes? ¡Nunca las plantas habían dado tantos frutos como este año! ¡Tomá, comé! ¡Probá el dulzor de la tierra! Santiago es el contratista de la viña, el encargado de regarla, dirigir la poda, abrir los surcos y desmalezar, organizar la cosecha, responsable de todos los laboreos, y por ese trabajo le pagan un porcentaje de lo que se obtiene luego de la cosecha, un cinco por ciento de las ganancias. De origen italiano, vino junto con sus hermanos, es muy efusivo, sus ojos celestes tienen una mirada dulce, a veces se enoja y empieza a gesticular, sus mejillas se colorean con facilidad terminando en una risotada distendida. Me impresionan sus manos cuando acaricia mi cabeza o toma las mías, las noto ásperas, callosas y, sin embargo, tienen la suavidad de la ternura, tan profunda como sus grietas. Su pelo es canoso, enmarañado. Sufre de cojera, fruto de la patada que en su juventud le dio una mula. Viste un pantalón de lienzo muy ancho, con una faja negra enrollada a la cintura, una camisa gastada, blanca, abierta en el cuello, y sus infaltables alpargatas bigotudas. Está feliz. Yo lo dejo y busco a mis amigos. La mañana creció y el sol juguetea con sus luces entre las viñas, los álamos se visten de amarillos y ocres; los pinos muestran sus distintas variedades de verde. Como marco espectacular, un cielo celeste se mezcla con los marrones de la cordillera y sus copos nevados. Al mediodía se siente el aroma de los chivitos al asador. Entre las corridas y el aire serrano, el apetito nos lleva derecho a las mesas tendidas a la sombra del parral. Se mueven las jóvenes tendiendo los manteles y poniendo los platos, los mozos cortan y filetean con habilidad los jamones de carne rojiza que nos hacen agua la boca; pan casero crocante cocinado con aroma de jarillas, aceitunas negras bañadas con aceite de oliva y ajo picado. A lo lejos lo veo a mi papá arrimando brasas y controlando a los asadores. Nosotros nos acercamos, nos pone arriba del pan un riñoncito tostado con plumitas de grasa chirriante. El chivito serrano nace y crece en la Cordillera de los Andes. Durante el invierno, los “piños” están en corrales, con la “veranada” suben en arreos a la alta montaña donde se alimentan y crecen comiendo los pastos duros y jugosos, que le dan un sabor especial a su carne, los 68


riñoncitos deben estar tapados por grasa, que demuestra que el animal estuvo bien alimentado. El asado exquisito, regado con vino patero que colocan en “botas” de cuero con un pico plástico. Se toma levantándola hacia arriba, dejando derramar un chorro que debe caer en la boca. El vino se fabrica en el galpón de la casa, es “casero” y la denominación alude al hecho de que la uva es prensada con los pies de las mismas cosechadoras, “en pata”. Se hace fermentar en barricas con sabor especial por la mezcla con frutas y el roble en que se fermenta. Para los postres, en un clima de alegría y con el mareíto que provoca el vino, se juntan los hermanos y cantan en italiano. Las abuelas en su dialecto incomprensible les piden a los cantantes más temas, estos arrancan con: “Cuando ascolto O Sole Mío, senza mama e senza amore sento un fredo quí en el cuore que me plena d’ anchietá ¿sara al canto de mia mama que lascio cuando era un bambino? El ambiente se llena de nostalgias, pero pronto vuelve la algarabía al compás de una tarantela, seguida de un valsecito, una ranchera, un corrido y un pasodoble, la música envuelve el total de la escena y se apropia del corazón de la gente. –Es tiempo de cosecha –reflexiona mi papá y entra a la cocina del rancho. Bajo, morocho, de andar pausado, es muy hábil con las tijeras y es el que más uva cosecha. A los trece años emigró a la ciudad y empezó trabajando de ayudante de cocina en un restaurante de campaña, la ciudad creció vertiginosamente y él ascendió a capataz. Opina que la política es sucia y que no hay que meterse en ella. Con mi mamá se hacen de unos pesos extras que vienen muy bien para los gastos diarios y ¿quién dice?, quizás comprar esa cocina Volcán tan moderna a querosene que se exhibe en la tienda. Esta noche nos quedamos para poder empezar la cosecha mañana, con el naciente. El hogar está encendido y allí nos arrimamos con Pelado. Santiago afila las tijeras y Matilde tiende los colchones. –¡Tío Luís!, ¿puedo hablar con usted? –Sí, Pelado… vení y acercate al fuego, ¿qué se te ofrece? –Mire tío, quería que usted me ayude a buscar trabajo en la ciudad, para seguir estudiando en una escuela técnica. No quiero estar aquí 69


en el campo, esto no es para mí, deseo otra cosa, quiero andar y conocer… –Nómades –acota Minino. –No… ¿qué? –pregunta Matilde, mientras termina de tender la cama. –Los nómades, son los indios que van de un lado a otro. Lo explicó ayer la maestra, los gringos querían quitarles las tierras para quedarse con ellas. –concluye Minino. –¡La tierra! ¡La tierra! –se queja Pelado– ¡Nacemos en la tierra, vivimos en la tierra y, cuando morimos, volvemos a la tierra! Y el resto del mundo, ¿qué es? El mío aquí está marcado por alambres y tranqueras, solo compartimos la pobreza y la ignorancia. Le responde Luis: –He nacido en el campo, Pelado, y tuve que dejarlo para ir al centro. Lo sentí en ese momento como si hubiera perdido a mi madre, creía que al irme del pago dejaba mi dignidad. No hay identidad ni libertad cuando se debe abandonar el lugar donde se nació. –Hay días, tío, que pienso que el mundo es mío. ¿Cuánto tengo por conocer, cambiar, construir, para vivir el mundo que soñé? No quiero morirme teniendo en mi mano la misma pala maltrecha que tengo ahora. ¿Cambiar mi libertad por un mezquino pedazo de tierra? Sabiendo que he vivido, la única tierra que quiero es la de la sepultura. –“La tierra es para el que la trabaja”, como dice el General –reflexiona Minino, mirando el fuego que ya se consume en brasas. El primer día de cosecha ha culminado. Al poniente los últimos rayos del sol que colorean de rojo los racimos se apagan y parten junto con la tarde. Hay silencio solo interrumpido por el cloc-cloc de la belicha ponedora que, testaruda, trata de sacar una barba de choclo enterrada en el suelo… tranquilidad absoluta, extraña después de una tarde tan movida. Los perros no ladran, nadie habla. Solo, Santiago camina lentamente, rengueando por el callejón de la viña. Llega al esquinero y mira atentamente a su alrededor hasta que se detiene en el rumbo sur, pone su mano como sombrilla y luego la baja lentamente. Miro en esa 70


dirección y veo la causa de su aflicción; el horizonte está cubierto de nubes oscuras, grises, como inmensos coliflores que cubren la escena. Santiago abre los brazos como intentando cubrir y hacer un techo sobre la viña. Regresa. Las nubes aceleran la oscuridad del día. Un resplandor deja la escena en blanco, los destellos del relámpago forma figuras espectrales en el cielo. El fuerte estampido de un trueno genera una seguidilla de explosiones en cadena hasta la lejanía. Entramos al rancho y Santiago se sienta cabizbajo con los codos apoyados en la mesa. –¿Estás preocupado, Santiago? –pregunta mi mamá. –¡Madonna mía! –exclama Matilde cuando oye los truenos, y se persigna –¿Caerá piedra?– pregunta. Empieza un sonido crujiente, que se hace cada vez más fuerte hasta convertirse en un ruido ensordecedor. Salgo al umbral y veo en el patio que empiezan a formarse charcos de regular tamaño; uno, diez, cien. El chaparrón se desata y cae con fuerza durante varios minutos. Las parras y los racimos, como guirnaldas brillantes anegadas de agua, se balancean de un lado para el otro, y los truenos se multiplican. Santiago tiene el ceño fruncido, la tensión mueve sus párpados esperando el golpeteo sonoro de la piedra. Sus manos crispadas se entrecruzan con una ansiedad apenas contenida… finalmente, la tormenta se va calmando hasta que cesa. Mi tío es el primero en salir al patio… mira el cielo, se arrodilla sobre el barro y exclama: ¡Dío Santo! Gracie, gracie ¡Dío mío!, ¡E’ soloagua!, ¡e’ solo agua! Escarba con el puño en el piso y levanta en triunfo el lodo: -¡E’ solo agua! –me mira con una sonrisa dibujada y la cara empapada por la lluvia y las lágrimas. Sin dejar de contemplar, apoya su cabeza húmeda en mi hombro. Nos abrazamos con fuerza. Las estrellas brillan en la noche; las ranas croan en el jagüel y los grillos arman su coro de festejos. 71


A la mañana aparece la trompa de un auto grande y de vidrios oscuros: es el Chevrolet de Don Hilario, que viene a saludar con su familia. Se bajan él, su esposa y su hija Lucy. Lucy es menuda, muy rubia, viste un vestido tableado y una blusa blanca con bordados de flores y pájaros, medias blancas y zapatos negros de charol con hebillas doradas. Su pelo brilla al sol con bucles dorados cayendo sobre las mejillas, que se sonrojan con facilidad, la boca pequeña, delicada, húmeda como el rocío y sus ojos son de un verde intenso. –¡Linda la gringa! –me codea el Pelado. Yo no digo nada, me hago el desentendido pero no puedo apartar la vista de ella ¡Qué bonita es! A la sombra charla don Hilario con Santiago, doña Ema y Lucy son recibidas por Matilde, que saca sillas y se sientan a la sombra del parral. –¡Qué susto anoche, doña Ema! ¡Parecía que la piedra nos llevaría todo! –¡Es verdad! –Lucy, ¡qué linda sos! Minino, andá, mostrale a Lucy los conejitos que nacieron ayer. –Sí, tía. Caminamos en silencio hasta las conejeras al fondo de la casa, las madrigueras están debajo de los tamarindos. No me sale nada para hablarle, estoy un poco nervioso. –¿Estudiás, Minino? –Sí, cuando sea grande seré marino. Tendré un barco para recorrer el mundo. Yo me sé orientar por las estrellas. ¡Mirá, Lucy, hay conejitos de todos los colores! –Me gusta el blanco, de ojos rojos. ¡Qué raro! ¡Qué suave es! Lo acaricia y lo besa en su regazo, envidio al conejo. Caminamos hacia el galpón. –Lucy ¿querés conocer mis tesoros? Se los muestro solo a mis mejores amigos. –Bueno. –Lo aprendí de los piratas, ellos asaltaban los barcos españoles que llevaban joyas, oro y especies. Hundían los barcos y escondían esas 72


riquezas enterrándolas en lugares secretos. Mi tesoro lo guardo en un lugar así, sos la primera en saberlo. –¿Tenés oro y joyas? –Hum… no, pero tengo las cosas que más quiero, las escondí en el galpón… vení, te voy a mostrar. Saco la caja que está adentro de la bordalesa vacía y la abro. –¿Ves esta bolita? Es mi tinkie. Es única, de porcelana traída de la China. Lucy la mira con interés y la eleva hacia un rayo de luz que penetra por la ventana. –Es muy bonita, transparente y con plumitas rojas. –Estas figuritas son de la delantera de River: Labruna, Walter Gómez… bueno, pero esto no te interesa. –Esta estampilla es de Evita, venía en una carta que Eva personalmente le envió a mi abuela cuando llegó la máquina de coser. Este cristal es un detector de personas con poder… –¿Cómo? –Sí, con él podés saber si una persona tiene magnetismo en su interior. –¿Y cómo se hace? –Vení, juntemos unos papeles… ahora los cortamos en pedacitos y los pongo sobre la mesa. Frotá el cristal contra tu pelo, suave hacia arriba y abajo… eso, ahora llevá el cristal sobre los papelitos. –¡Se levantan! –Tenés poderes magnéticos, podrás profetizar en el futuro. Lucy guarda con cuidado el cristal en la caja. –Este es un caracol de mar… ponételo en la oreja, vas a sentir el ruido de las olas. –Este es un polvo de fabricar estrellas. –¿Para fabricar estrellas? –Sí. Lo colocas en agua dentro de un frasco, se tapa, se calienta, lo dejas enfriar en un lugar oscuro y al otro día verás un montón de estrellas azules en el fondo. Lucy mira maravillada el polvo azul. –Este palito es un perfume que le llevaron los Reyes a Jesús cuando nació en Belén. 73


–No huelo nada. –Voy a encender un fósforo y quemamos su extremo. ¿Ahora? –Sí, este aroma lo conozco, lo he sentido en la parroquia. –Esta medallita es milagrosa, me la regalaron en el Candomblé. Es la virgen negra. Lo que pidas se te cumplirá; eso sí, debés tener algo de los negros… –¡Qué hermosa! –Hagamos un pacto: yo te doy la medalla y vos me das un mechón de tu pelo, que lo guardaré con mis tesoros. Los piratas guardaban mechones de las damas que amaban. –Bueno, cortá un bucle. –Ya está. –Pero yo no tengo nada de negros, la virgen no me concederá mis pedidos. –Yo tengo sangre con savia africana porque una negra, Mape, me amamantó cuando era bebé. Pondré una gota de mi sangre en tus labios y tendrás también savia africana. Minino se pincha el pulgar, saca una gotita y la pasa sobre los labios de Lucy que, sorprendida, cierra los ojos. –Ya está… Minino le toma la mano y caminan lentamente hacia la salida. Rubén cierra la libreta. Un olor tenue a leña quemada proveniente de la estufa perfuma el ambiente. La música, suave y melancólica invade la sala.

Capítulo 13 Reflexiono en la celda, sigue llegando gente, jóvenes que soñaron con un mundo mejor y ahora los agobia una realidad cruel ¿Cómo se quebrantó nuestro empuje y se iniciaron las dudas? Perón retorna al país luego de un largo exilio de dieciocho años en España, un 20 de junio de 1973. Los sectores antagónicos de 74


izquierda y de derecha dentro del movimiento ya muestran con crudeza el duro enfrentamiento que se venía. En los bosques de Ezeiza lo esperan al líder más de dos millones de personas. La organización del acto está a cargo del aparato sindical y político histórico, la derecha dentro del Movimiento. Ellos tienen órdenes de no dejar arrimar a la izquierda peronista, representada por las organizaciones armadas y la juventud de la tendencia revolucionaria. Cuando las columnas de la tendencia se arriman al palco, son repelidas y atacadas a tiros. Más de una decena de muertos y centenares de heridos. A partir de allí se produce un fenómeno incontrolable de agresión por parte de todos los sectores involucrados. Ya gobernando el país Juan Domingo Perón, una fecha: Primero de mayo de 1974. La Plaza de Mayo colmada de simpatizantes que festejan el Día del Trabajo. Presidiendo el acto, en el histórico balcón, el General Perón, con gesto adusto, junto a él, su esposa, Isabel Martínez, y su secretario privado, José López Rega. Millones de personas cantando el Himno. Miles de banderas argentinas flameando, un espectáculo único. Se había acordado que en el acto central no estarían expuestos carteles de los sectores del Movimiento. Sin embargo, con el clamor popular empiezan a aparecer estandartes. Primero de las organizaciones sindicales, luego, del interior camuflados de los bombos y la ropa de los militantes, surgen las pancartas de la juventud, que sentía que había traído a Perón de regreso al país. Atronan el aire los cánticos de las columnas de los jóvenes, más de la mitad de la concurrencia. El primer cantar, dedicado al gabinete de Perón: “¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa, General? ¿Qué pasa que está lleno de gorilas el gobierno popular?”. El segundo canto, dedicado a la esposa del caudillo: 75


“Si Evita viviera, Isabel sería copera”. El tercero, dedicado al secretario privado de Perón, José López Rega: “Brujo, traidor, la puta que te parió”. Otros, resaltando a Eva Perón y a la juventud peronista: “Aquí están, estos son, los muchachos de Perón”. “Si Evita viviera, sería Montonera”. “Perón, Evita, la patria socialista”. Habla Perón, desautorizando los cantos y molesto por lo que está pasando. El General, el mismo que había dicho “esta juventud maravillosa”, de repente nos trata de “infiltrados”, “imberbes”, nos expulsa de la plaza y nos advierte que hará “tronar el escarmiento”. Estos términos yo los había escuchado en sus discursos en el frustrado intento de golpe, en junio de 1955, refiriéndose a la oligarquía y al ala conservadora de la Iglesia. Ya se había cometido, el 25 de septiembre de 1973, un hecho que nos sonaba a locura, un crimen trágico del cual nadie parecía hacerse cargo: el asesinato del secretario general de la Confederación General del Trabajo. ¡Estando Perón en el gobierno! Era incomprensible. Nos encontramos en el principio del fin ese primero de mayo. En la retirada de la plaza me late el corazón con una fuerza inusitada, incontrolable, casi corriendo por esas estrechas calles de Buenos Aires a las que veo aún más angostas cuando nos vamos hasta la Facultad de Abogacía. Mirando hacia arriba, donde están apostados los tiradores profesionales de la Policía Federal; hacia los costados, donde permanecen estacionados los móviles y tanquetas; atrás, donde con palos y armas cortas nos persigue la derecha peronista, ahora asociada sin condiciones con el aparato represor. ¡Es larguísimo el trayecto!, ¿llegaremos a los micros? Sí, llegamos y nos encontramos con las miradas interrogantes de la gente que viajó con nosotros, los compañeros que venían no hace más de unas horas cantando alegres con la esperanza nunca cumplida: ¡Conocer al General en persona! 76


Las miradas… las tengo tan presentes como la impotencia de ensayar una respuesta que los tranquilice a ellos y a nosotros mismos. El silencio del regreso, largo, infernal, tenebroso, mirando por la ventanilla los móviles del Ejército y la Gendarmería, con los caños de los fusiles apoyados en los vidrios de las ventanas siguiendo nuestra ruta. Ese silencio, otra vez, es como si alguien, un ser superior, nos hubiera trasmitido el mensaje que preanunciara nuestro futuro: “Hasta aquí llegaron, ahora ¡sálvese el que pueda!”. De acuerdo, ¿y nuestra gente?, ¿y nuestra estructura?, ¿y nuestro peronismo?, ¿y nuestra ideología? Y de aquí en más, ¿nuestra vida? No hay una respuesta, solo silencio. Un segundo disparate: la Juventud Peronista de la tendencia, por orden del mismo Perón, queda fuera del Movimiento. Una falsa controversia, absurda, que nos embarca en un viaje que a posteriori comprenderíamos. Pagamos el costo más alto que la militancia haya pagado en la historia argentina… un viaje sin retorno. Muere Perón, pasa a la clandestinidad Montoneros, la CGT plantea una huelga. Alguien anuncia: “Hay que aniquilar la subversión”. Se refería a nosotros, sumando igualmente al combatiente en la selva tucumana, el guerrillero con títulos que se fue, el dirigente gremial de la fábrica de escobas, el delegado estudiantil… no hay chapas de identificación, “somos todos iguales ante la Ley”. Así llega, sin máscaras ni eufemismos, con claridad. Lo blanco es blanco. Cada uno en su lugar. El escenario está completo: 24 de marzo de 1976. La historia continúa. Para nosotros se inicia un nuevo tiempo, meses de permanente vigilia trágica hasta lo incomprensible. El simple hecho de vivir se convierte en una odisea, en la que los rótulos deciden el futuro, basta una denuncia para que pierdas el trabajo, la posibilidad de pensar o la libertad. 77


En mi pueblo montañés la noche estaba serena, ¡tengo tan presente esa noche! El cielo negro y las estrellas brillan como incandescentes luciérnagas. La luna llena refleja su luminosidad sobre las crestas de los picos dando tonalidades rosadas al blanco puro y níveo. Está fresco, los vidrios del auto están mojados por una fina escarcha que los envuelve. La calle de tierra, medanosa, sirve de cubierta a los trozos de vinilo que caen y desaparecen bajo una capa de arena que los sepulta: Viglietti, Mercedes Sosa, los Quila Payún, Violeta Parra. Abro la puerta del coche, saco los libros que me acompañan desde mucho tiempo atrás. Hoy debo sacrificarlos, desgarrándolos, separando sus hojas, ruido insolente en el silencio cómplice. Llego al borde de la vereda y arrojo al canal los testimonios con los que aprendí a interpretar una realidad que nos sacude como país del tercer mundo; país latinoamericano con un destino ya prefijado. Un auto se aproxima enfocando sus luces hacia donde estoy, simulo un problema en el motor, agradezco que no se paró, es lógico, está frío; las manos me quedan mojadas, heladas. Sigo el ritual del acorralado, van a las aguas cristalinas las cartas, panfletos, apuntes de teorías políticas que hablan de una liberación que no fue. El imperio nos marcó la cancha dividiéndonos, diría un compañero que trataba de explicar el resultado de “Luche y Vuelve”, “Liberación o Dependencia”, “Patria o Muerte”. Las palabras se van, se las lleva el agua del canal. Me preparo para el allanamiento que se viene. Desde la muerte de Perón nuestra militancia se ha convertido en una odisea de supervivencia. Nos advierten de que los teléfonos están pinchados y nuestras casas vigiladas. En Buenos Aires, la Triple A hace su tarea en forma solapada. A la vista de todos mueren diariamente las figuras del campo popular, sacerdotes como el padre Mujica, políticos como Ortega Peña. El clima es insoportable, el temor nos domina, la 78


muerte puede estar a la vuelta de la esquina. No obstante, debemos vivir lo más normalmente posible; cualquier movimiento fuera de lugar es motivo de intervención. Me doy cuenta porque viajo a la casa de mis padres y una vigilancia disimulada se instala en ella. Estamos acorralados, no sabemos a quién acudir. Somos conscientes de que se prepara el asalto final, la toma del gobierno por parte de los jefes del Operativo Independencia, que ha puesto a la provincia de Tucumán en “estado de guerra”. Los jerarcas uniformados hablan de “guerra antisubversiva” que ellos, “los salvadores de la patria”, deben ganar. A la noche, en nuestra casa, al amparo de la privacidad relativa que aún queda, nos abrazamos fuertemente con Lucy, como aguardando; esperando. Amanece, ella se va al trabajo. Llega el momento aciago, el más temido de todos. Dos camiones de la Gendarmería, dos móviles del Ejército, unas quince personas armadas de fusiles y ametralladoras rodean nuestra casa, otros quedan afuera bloqueando el tránsito. Algunos vecinos, curiosos, corren las cortinas de la ventana y observan, los más osados salen a la puerta, los mueve la curiosidad de que pasa algo en el pueblo donde “nunca pasa nada”. Lucy está trabajando, ignora lo que está sucediendo. Cuatro hombres armados, a cargo de un oficial, ingresan a la casa. Armas en la mano, están nerviosos. Pueda ser que no nos maten, pienso. No, adelante de tantos vecinos mirando, no nos van a matar, hubieran venido de noche. Me consuelo pensando lo que dijo Lucy: “Lo nuestro no da para que nos maten”. Las mujeres tienen un pensamiento lógico que suele ser muy acertado. Miro por la ventana, ahora sí que llamamos la atención. Los suboficiales se dedican a buscar: armas, literatura, documentación, todo lo que sirva para justificar el allanamiento. 79


–¿Y estas cartas? –me preguntan y se las dan al jefe. ¡Qué pelotudo, son las cartas del Pelado! ¿Cómo me olvidé? – pienso. –Llévenselas –ordena el oficial. Fernandito, que observa desde la cuna, sin decir palabra va al cajón de los juguetes, saca una escopeta con corchito, la muestra como diciendo “esta es la mía”. Un sargento comenta: –Así les enseñan… ¡desde chicos! Lo miro sin decir nada. Por fin se dirige a mí. –Nos debe acompañar –me comunica. –¿Puedo despedirme? –le consulto. Autoriza con un gesto, me coloco el camperón. –¿Adónde vamos? –le pregunto al teniente. –Al Comando de San Rafael –contesta. –Un beso, Ferni. Él mira fijamente, me besa y me abraza. Llevo esa mirada durante todo el trayecto a la ciudad donde residen las nuevas autoridades del gobierno militar. Llegamos y me conducen esposado a un espacio alambrado, un gallinero. Mitad de techo al aire, mitad cubierto con viejas chapas acanaladas semidestruidas, igual que los palos de madera que las sostienen. Debo sentarme sobre el piso lleno de caca. Una de las gallinas se espanta porque casi me siento sobre ella, le ponen candado a la puerta y allí quedo, como el único gallo de un gallinerocárcel improvisado en el Escuadrón de Infantería de la Policía. Estoy varios días, maíz para las gallinas, sopa para mí. Es de noche. –Prepárese, lo llevaremos a Mendoza. Primero un traslado al edificio municipal, en su interior quedo apoyado mirando la pared, inclinado, con las piernas abiertas; así estoy hasta que llega un uniformado, lo percibo detrás de mí. ¿Qué pasará conmigo? –pienso. La contestación no se hace esperar, de atrás me patean con borceguíes de combate. No es 80


un puntapié, es un golpe tremendo que siempre voy a recordar, por lo violento y doloroso, bestial. Caigo de plancha, boca abajo, y doy con la nariz, que sangra. Estoy insensible, aún no me he recuperado del dolor intenso que me llega desde los testículos. Al abrir los ojos veo todo de distintos colores, las luces parecen cientos de arco iris que reflejan mi estado; el bullicio se escucha lejos, como voces del más allá… dentro de ellas, capto una orden brutal, terrorífica. –Levantate, ¡hijo de puta! Atino a darme vuelta, trato de ubicar la voz. –No me veas, la puta que te parió. ¡Bajá la vista, carajo! Otra patada feroz en la espalda, otra en la cadera, otra en los pies, una más y no podría levantarme, me deja en el piso y se va. Es el jefe policial que opera con el Ejército, un despiadado sanguinario. Vienen dos uniformados, me llevan arrastrando a una rural Rambler que espera en la puerta con el motor andando, se sienta uno de cada lado. Partimos a la Capital. Me depositan en el D2, una dependencia de la Policía de Mendoza. De esto me entero escuchando al oficial que me recibe en la guardia. –Traemos el paquete. El paquete soy yo –pienso.

Capítulo 14 Ya llevo un tiempo largo en este lugar siniestro donde se deposita, en situación de tránsito, trágico tránsito hacia la muerte, a decenas de personas, en su mayoría jóvenes que soñaron que es posible un mundo mejor. La realidad muestra que la intolerancia sigue siendo el eje para la resolución de las controversias y la búsqueda del poder el motor que la sostiene, sin importar si los métodos son legales o no, todo vale en este tenebroso aquelarre. 81


Un sonido nuevo me saca de las cavilaciones; monótono, molesto, un “taca-taca” constante que viene del patio del Palacio Policial. Se paró. A los quince minutos se abre la puerta del Pabellón. Entran uniformados con gente nueva, la traen a los golpes; el batifondo es total. Altas horas de la noche, el operativo es grande. Órdenes, gritos desordenados, celdas que se abren y se cierran; será una noche movida. Vuelve a sonar el “taca-taca” que ahora reconozco; son las aspas de un helicóptero. El ruido molesto, insoportable, se va, aquí en el interior sigue la bulla. Por el despliegue creo que hay sesiones de interrogatorios y torturas. Van de a cuatro los reclusos a los golpes; vuelven uno o dos arrastrados por los guardias. Debe haber pasado algo importante, hoy no tenemos la olla. La celda de enfrente no se ha abierto, se han llevado al Negro. Graciela me golpea la pared preguntando si estoy. Le respondo. Nos sostenemos mutuamente. Arrecia la represión, aumentan los castigos, las idas al chancho. Por fin se abre la mirilla enfrente, unos dedos temblorosos me preguntan: –¿Dónde estamos? Su mirada es suplicante, atormentada, húmeda de dolor. Le contesto. Se llama Daniel, viene de Córdoba; a medida que me relata con las manos gana confianza. Han traído un grupo grande que estaba guardado en dependencias del Ejército. Están como nosotros, en calidad de desaparecidos. Los tenían que sacar del medio porque se aguardan novedades. Por primera vez, en los foros internacionales surge el tema de los Derechos Humanos en la Argentina. –No se sorprendan, compañeros –exclaman desde atrás –Esto es lo mismo que la Inquisición. ¿Han oído hablar de ella? – pregunta Fabián. Algunos contestan que sí, otros que no. Él les explica: –Fue una institución del siglo XII. Se condenaba a quienes la iglesia consideraba herejes, intentaba poner orden y castigar los 82


delitos contra la fe. Cuando los tribunales consideraban que pensabas distinto a los preceptos de la iglesia, eras un poseído por el demonio y te encerraban… –Así como estamos nosotros –comento. –Estos tribunales duraron hasta el siglo XIX. El más famoso de los inquisidores se llamaba Torquemada, quien personalmente supervisaba las torturas y los tormentos hasta la muerte en la hoguera de los juzgados. –Conozco un Torquemada que viene seguido por aquí –dice una voz femenina. –Bastaba una delación ante la Junta, que eran admitidas aunque no hubiera pruebas. Se hacía un juicio sumario llamado “auto de fe”, y el reo era torturado hasta que “confesaba” sus pecados. Los suplicios eran variados, desde el cepo de madera donde te colocaban entre maderos, hasta la silla de los látigos, con la espalda expuesta. A las mujeres no las violaban, les colocaban un trapo en la nariz y vertían agua en la boca hasta ahogarlas, sin respiración perdían el sentido. –Por suerte no había electricidad, la picana no les funcionaba… –¿Sabían que la picana es un invento argentino? –comentan desde el fondo. Continúa Fabián: –Tenían cuerdas y poleas donde te colgaban con las manos atadas en la espalda y te elevaban por el aire. Cuando te querían exhibir como escarmiento, en la Plaza Mayor, utilizaban caballos que te tiraban atados a los miembros hasta provocar la separación de los mismos. El espectáculo terminaba con el estrangulamiento, como hicieron con Tupac Amarú. Se calcula que murieron miles de personas en las colonias españolas y portuguesas. Los que peor la pasaban eran los judíos y los musulmanes. –Los zurdos de aquella época –interrumpe alguien. –Sí, en especial si tenían propiedades o dinero. –Son los allanamientos de ahora. –Todo se justificaba poniendo como estandarte alguna virtud: 83


“Proveer al orden, la paz y la seguridad”, con la fe en Dios como primer argumento. En nombre de ella cometían los peores atropellos. Fueron a parar a la cárcel intelectuales, científicos, escritores, artistas. Una de las épocas más oscuras de la historia… Da Vinci, Galileo, hasta Juana de Arco terminó en la hoguera. La intolerancia es el peor enemigo de las democracias. Y esto sí que ahora sé que es verdadero. A mí me consta que es así, en esta injusta cárcel. Pese al encierro, recibimos información de que a los organismos internacionales no los han dejado entrar hasta la fecha a los Centros de Detención. Al anunciarse el Mundial de Fútbol, le exigen a la Junta Militar la inspección de esos organismos y las cárceles. Viaja a la Argentina una delegación de la Cruz Roja Internacional. En una conferencia de prensa los representantes de la delegación afirman que somos Presos Políticos del régimen. El gobierno militar retruca que somos delincuentes subversivos a los que ellos tienen la orden de aniquilar. Los altos mandos están preocupados. Se desdibuja la política exterior. El gobierno del presidente Carter empieza a endurecer su posición y se duda acerca de la ejecución del Torneo Mundial de Fútbol 1978. La respuesta de la Junta Militar que gobierna es rápida, hay que tomar decisiones urgentes. Se activan medidas tales como asesinato sistemáticos de las personas que consideran “irrecuperables”. El exterminio de más de 400 militantes en pocos días, el traslado de gente a las provincias menos investigadas por las comisiones internacionales de Derechos Humanos. La definición de procesos de “purgatorios de recuperación” para aquellos que no tienen claros sus antecedentes. El silenciamiento mediante negociación o el asesinato liso y llano de los denunciantes del exterior, como el caso Holmberg, sobre todo en Italia y Francia, para que silencien su voz. 84


Daniel me cuenta cómo fue su traslado: en un avión Hércules de la Fuerza Aérea, acondicionado con aros en el piso a los que se ajustan las esposas de los detenidos. En filas de a dos personas sentadas, con la mano libre en la cabeza, se forman pasillos por los que circulan guardias con toallas mojadas preparadas para golpear durante el traslado. La mirada y la cabeza hacia abajo, si la levantan son castigados con esas toallas. Algunos, los presos más marcados, llevan en sus hombros un moño que los identifica, son los más verdugueados. Llegaron con los brazos quebrados, otros magullados, en sangre viva sus miembros. Les sacaban las camisas para que sintieran más los golpes. Están física y mentalmente destruidos, saben que los van a matar. Hay un escritor famoso al que han golpeado sin tregua, se llama Antonio Di Benedetto. Los han hecho correr desnudos por un pasillo formado por guardias armados de bastones y toallas mojadas. Di Benedetto, que es uno de los presos más viejos, no puede esquivar los golpes y cae al piso, allí le propinan una tremenda paliza de la cual sale con los miembros quebrados. Cuando se enteran de quién se trata, lo hospitalizan. Al otro día ingresa Julián, el guardia amigo, está apurado, no me saca de la celda, llega a la hora de la siesta, cuando la oficialidad viene a saciar su sexualidad con las chicas que quedan vivas. Me deja cigarrillos, cartas, birome y una libreta. Le entrego la que tengo ya escrita, a la que le marco un número grande 3. Se la doy con cartas para mis viejos y Lucy. Le hago llegar a Graciela los dibujos de mi hijo, ella tiene habilidad para armar piezas en papel, me hace una mariposa gigante que dice hace honor a mi sobrenombre. Se la envío a mi hijo como regalo. Lucy recibe la libreta, la abre con premura, entrega la mariposa a Fernandito y lee los escritos, estos están con algunas páginas 85


borrosas, letra apresurada, difíciles de leer, casi garabatos. Se cuida de que sus lágrimas no los hagan ininteligibles, los limpia llevándoselos al corazón, los besa con amor.

Apuntes de la Prisión 3 El barrio está tranquilo, la mañana es brumosa. Empieza la jornada y las fábricas lo anuncian con sus sirenas y pitazos. –Es la mujer más linda que he visto –comenta Raúl, aspirando con calma el humo del cigarrillo. –Es la dama del vecindario –lo corrige Eduardo, mirando con atención la figura que se aproxima hacia ellos por la vereda. Andar resuelto, figura derecha y esbelta como tallo de lirio, un taconeo firme que marca su presencia. –Lástima que sea nariz parada –concluye, siguiéndola con su mirada, Rubén. Es mi tía Lita, que se dirige al trabajo. Lo tiene loco a Heriberto, el secretario gremial de los Empleados de Comercio, que suspira por una mirada de ella. Él la sigue, extasiado. El gremialista es gordo, simpático y servicial, en especial con mi abuela Cándida. Ella es empleada de un hotel de aguas termales en la montaña, con esfuerzo y sacrificio ha criado sus cinco hijos sola, su marido falleció cuando era muy joven. A pesar de sus escasos recursos, se ha hecho una bonita casa con un crédito del Banco Hipotecario, en cuya gestión la ayudó Heriberto. –¡Ay, Heriberto! –le dice– si Lita viera en ti lo buen hombre que eres. –No se haga problemas, doña Cándida… para mí es un gusto ayudarlas. A propósito, ya me confirmaron de la Fundación que, en forma personal, Evita estudió su caso: mujer viuda con cuatro hijos a cargo. Es cuestión de pocos días que le envíen la máquina de coser y el colchón que tanto necesita. –¿Vos la conocés a Eva? –Sí, Doña Cándida, estuvimos con ella cuando viajamos a Buenos Aires. ¡Qué mujer! Es muy clara en su discurso: Primero los humildes y los necesitados. 86


Nos dijo que nosotros debíamos acompañar a Perón porque éramos la columna del Movimiento, sobre todo, si ella faltara. ¿Sabe qué, Doña Cándida? Nos vinimos algo preocupados por eso último que dijo. Además, la vimos muy delgada y con una expresión de fatiga en su rostro. Dicen que está enferma. –Dios la ha de proteger, ¿qué sería de nosotros sin ella? A Cándida la acompañan sus hijos: María, la menor, es muy bonita, ama a Evita y tiene una foto grande, autografiada, que le regaló Heriberto. La puso al lado del crucifijo. Ángela, cuando la vio, la retó fuertemente mientras le repetía que Evita no era ninguna santa. María no abrió la boca: descolgó la foto; se fue mi mamá, volvió a colgar la foto. Alfredo es mi tío carpintero, se está iniciando en el fondo de la casa, donde instaló sus herramientas. Se dedica a fabricar cajones para muertos: ataúdes. El sábado tuvimos una visita inesperada; en horas de la tarde llegó Ema Valenzuela con su hija Lucy. Lita la había invitado a hojear en una revista de modas unos moldes para hacerse unas polleras. ¡Qué sorpresa! Yo iba y venía por la casa, daba vueltas, miraba por la ventana, salía a la calle, entraba. –¡Minino!, ¿por qué no invitás a Lucy y van a jugar?-me dijo Lita– ¡Mostrale tus figuritas! La tomé de la mano. Ella me observaba entre divertida y desconcertada, las mejillas coloradas y los ojos muy abiertos. Caminamos por el patio hasta topar con el galpón y los ataúdes. –Mi tío se dedica a fabricar cajones para muertos –le dije tragando saliva. Más resuelto, volví a encarar: –Este tiene un crucifijo de bronce en la tapa y las manijas talladas, este otro es de madera de pino, todavía no está barnizado. El pequeño es para niños, color blanco. –¡Pobre! –exclamó ella– ¿Y ese? –Es el mejor de todos, de nogal lustrado, los herrajes están bañados en oro con filigranas, las iniciales en jaspe, por dentro está en un habitáculo de acero y revestido en cuero y piel. Debe ser de alguien muy importante. 87


–¿Un rey? ¿Una reina? –Por lo menos. –¿Son distintos si son para hombre o mujer? –Sí, unos son rosados y otros celestes ¡Ja, ja!… ¡En serio! –¿Y estos? En lugar de estar parados, están acostados… –Aperchados… son los municipales, los que entrega la municipalidad a los que no tienen plata. –Ni siquiera están pintados. –Sí, mi tío nos contó que en la muni se quejan por el precio, y empiezan a regatear, “no los haga de pino, hágalos de álamo”, “en lugar de tornillos, pongalé clavos”, “las manijas de chapa, nomás”… son tan berretas. –El domingo pasado se murió Pichirica, ¿lo conociste? –No. –Él era un hincha fanático del Deportivo, era tan pobre que dormía en los camerinos de los jugadores… eso sí, siempre alentando a la hinchada, un poco faltito y algo gordo. Prendido a los asados del club, las cenas de despedida, los festejos. Comía sin control. La semana pasada en una comilona ¡fácate!, le dio un ataque y se murió. Los directivos del Club concluyeron que él también era una gloria para la Institución, así que juntaron plata y le hicieron un homenaje, el cajón se lo pidieron a la municipalidad. ¿Vas a creer que en medio de la procesión, en la mitad de la cancha, se les desfondó el cajón? Ya la venían peleando con las manijas, así que lo llevaban tomado de abajo, pero la madera, tan delgada, no aguantó. Lo culpan a mi tío, pero él había hecho lo que le indicaron ellos. ¡Pobre!… anduvo escondido toda la semana; lo querían colgar. –¡Lucy! ¡Lucy! ¡Nos vamos! Me da un beso en la mejilla y sale corriendo. Lucy recuerda con nostalgia esos momentos de la niñez con Minino. Las lágrimas la obligan a dejar de leer. Vuelven a su memoria aquellos tiempos donde “éramos los únicos privilegiados”. 88


Capítulo 15 Lucy retoma la lectura de los Apuntes de la Prisión 3: “Es domingo 27 de julio de 1952. Esta fecha no la olvidaré. En mi casa no hay mayores novedades, un domingo como cualquier otro. Me preparo para ir a misa con mi abuela, es temprano y está nublado, un típico día triste de invierno. Camino por las calles y algo extraño pasa, veo caras mustias, preocupadas, serias; mujeres llorando y sollozando. Hay gente reunida en la sede de la CGT. Aparece una bandera argentina con una lista negra al medio, aprieto el paso. Llego a la casa de mi abuela. En el hall me recibe María, con un crucifijo en la mano y la foto de Eva en la otra. Solloza angustiada: –¿Vistes, Minino? Murió Evita. ¿Por qué, Dios mío? ¿Era necesario que se fuera una santa? Falleció joven, como Jesús. ¡Pobrecita! Lita está callada, en silencio, mirando al piso. Gente en el patio, fumando, llorando, gritando, no hay resignación. En el dormitorio, Cándida, arrodillada ante una imagen del Corazón de Jesús, dos velas prendidas. Reza y llora en silencio. Estoy consternado. Vuelvo a casa. Veo a mi mamá que cantando está barriendo la cocina. Lucy se sorprende de hasta qué punto el peronismo formaba parte de la familia en la Argentina de los años cincuenta. Sigue leyendo en los apuntes momentos trágicos del país, cuando se preparaba la caída de Perón: Sobre la mesa de la cocina está el diario del 17 de junio de 1955. “Monstruoso e Inhumano”, así titula el Editorial del matutino Clarín: “El dolor y la indignación que ha provocado en el ánimo del pueblo la criminal agresión… mataron sin discriminación a hombres, mujeres, niños y ancianos. Un sector de las fuerzas armadas, minúsculo y descalificado, esgrime los elementos que el Estado da para la defensa nacional, en un ataque a mansalva, desde el aire, contra multitudes indefensas. 89


Las sombrías horas que ayer vivió la Capital Federal no han de ser olvidadas fácilmente por la actual generación…”. Una bomba tomó de pleno a un trolebús. Murieron todos sus ocupantes. En total, hay más de 300 muertos y 800 heridos. Por último, un avión a las 17.45 horas descargó salvas sobre la zona céntrica alejándose rumbo a Uruguay. Llevaba una inscripción: “Cristo Vence”. Eva le había dicho a Perón: La oligarquía no tiene clemencia… En esos días recibimos una carta de mi tía Marta desde Buenos Aires: “Querida Ángela: Perdona que aya demorado tanto en escribirte, por desgracia siempre nos comunicamos cuando ay algún acontecimiento funesto, como este que tengo la triste misión de informarte. Tú ace muchos años que no vienes a Buenos Aires. Aquí quedamos pocos. Estaba tu tía Marina, casada con un italiano. Carlos, que vendía diarios en la esquina de Corrientes y Callao, se fue con su esposa porque les salió la casa del Hogar Obrero y ella era número uno. A la fecha, el único que quedaba en el conventiyo era Manuel, el hermano menor del abuelo, un albañil que nunca se cazó. Bueno, el asunto es que trabajaba en una importante obra para una contrutora en la Avenida de Mayo, cerca de la Casa de Gobierno. Fue ayí que al salir de su trabajo fue atacado por balas de metrayadora que tiraban unos avione a mansalva sobre la gente. Lo mataron. A Octavio, mi esposo, le tocó buscarlo. Volvió espantado, orrorizado. Recorrió ospitales, comisarías y morgues en todo Buenos Aires. Contava que era horrible, un cuadro tétrico, los cadáveres apilados dea die, ayí debía reconoserlos, pero estaban defigurados, desgarados, mutilados. Caminó entre edificio derrumvados, scombros, calles cortadas por donde no se podía circular. Me dio mucha tristesa porque alfin lo encontró avandonado en un patio de una comisaría. Yo se, Ángela, que no simpatisas con el peronismo, pero sí se que valoras tener una familia integrada. Cuando tenemos trabajo, podemos aseder a la vivienda propia, la familia sta unida y los niños pueden criarce en el seno de ella junto a los mayores con una juvilación dina. 90


No te olvides que Cándida, tu mamá, pudo aseder a la casa propia siendo una empleada domestica. Si el trabajo se pierde, la familia empieza a desperdigarse, se van y quedan solo los viejos y los niños, que deben criarse sin intrusión y en la calle como animales sin rumbo. El peronismo nos dio dinidad, pudimos aseder a la clase media. Un beso grande a ti, Luis y Minino. Marta”. –¿Qué te pasa, mamá… estás llorando? –Sí, he recibido una carta muy triste, ha muerto un tío que apreciaba mucho… ¡La política es una mierda! Se escucha la Radio Nacional en cadena desde Buenos Aires.31 de agosto de 1955. Habla el General Perón: “…Hemos vivido dos meses en tregua, que ellos han roto con actos violentos, aunque esporádicos e inoperantes… Tenemos para esa lucha el arma más poderosa que es la razón. Poseemos también la Ley en nuestras manos, para consolidarla. Hemos de imponer calma a cualquier precio y, para eso, necesito la colaboración del pueblo…”. “…Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos…”. “Nosotros hemos puesto en la Constitución artículos mediante los cuales ya no podrá nadie, aunque quiera, entregar el país”. Sucede lo esperado; la Revolución Libertadora produce el golpe y toma el poder. A bordo del Crucero A.R.A. “17 de Octubre”, a los 20 días del mes de septiembre de 1955 son presentadas las condiciones del señor jefe de la Revolución: Renuncia del presidente de la República, el vicepresidente y el gabinete. El jefe de la revolución asumirá el gobierno provisional de la Nación. El gobierno militar será un gobierno de transición para alcanzar la normalidad dentro del menor tiempo posible, y así llamar a elecciones generales. Se decretará la Intervención Federal a todas las provincias. La acción de gobierno la ha de presidir el General Lonardi. En la zona Norte de la Capital Federal todo es alegría. El Sur llora. La fiesta la lidera la oligarquía y la alta clase media católica. Golpe en nombre de Dios, que fue atacado. El Sur llora. 91


El 23 de septiembre de 1955, Buenos Aires recibe a Lonardi, que venía de Córdoba. La Plaza de Mayo se vuelve a llenar; era la Plaza de la gente bien, de la libertad, de la caída de la tiranía y los felices días por llegar. El Sur llora. Muchos millones de desposeídos y trabajadores que derraman lágrimas. ¿Quienes no festejan?… los pobres, los obreros peronistas, los cabecitas, los descamisados. Hay reunión en la casa de Antonio Salomón. Habla don Antonio: –La idea es desperonizar a la Argentina, empezar de nuevo. Debemos ir a la reconquista de las instituciones de la república. Educar las masas e incorporarlas a la vida democrática. Joaquín Barroso, el referente del Partido Comunista, comenta: –La liberación de clases sociales depende de la lucha contra el sistema explotador. El estado peronista, distributivo, hizo creer a los obreros que sus logros podrían ser bajo un sistema capitalista. Era, por tanto, un proyecto burgués. Apoyar a la Revolución Libertadora permitirá agudizar las contradicciones con el proyecto burgués capitalista. Hay que demostrar que Perón no luchó para quedarse porque, en definitiva, es un representante de la burguesía y el Ejército que la cuida, por lo tanto, no iba a pelear. Habla el referente del Partido de la Democracia, don Eduardo Álvaro Maidana: –Creo, amigos míos, que ha llegado el gran momento: me acabo de reunir en la ciudad de Mendoza con el interventor federal, teniente primero don Richard Capdevila. Ha dado amplias garantías de seguridad y tranquilidad, dice textualmente que debemos prepararnos para las horas gloriosas que se avecinan de recomposición en las estructuras democráticas. Como primera medida, ha convocado al presidente del Partido, don Pancho Landete, y le ha informado su propuesta de que sea ungido gobernador de la provincia en un gabinete de coalición,¿qué les parece? Una coalición cívica multipartidista gobernando a la provincia más conservadora. ¡Un ejemplo de convivencia democrática! 92


En mi casa hay silencio, llego de la escuela, donde hemos trabajado de censores. Nos han hecho quemar libros: “La Razón de mi Vida”, “Educación Cívica”, “Historia Argentina”, hasta el “Martín Fierro” han mandado a la hoguera. La nueva directora está exultante y destroza con sus manos los cuadros, esculturas, fotos, afiches y todo vestigio. Ni siquiera se puede decir la palabra “Perón”, hay que decir “el tirano sangriento”. Mis padres me miran con disimulo, no dicen nada, están callados; me siento anonadado. Voy a la casa de mi abuela, donde, a pesar de la prohibición hay más de tres personas reunidas, entre ellas, Heriberto, que está hablando: –Como decía Evita: “La oligarquía no duerme, y si puede destruirá al peronismo”. Se vienen horas difíciles para el partido y su columna vertebral, el movimiento obrero. Debemos estar atentos y guardarnos por un tiempo. Los diarios analizarán tiempo después: “No hay tregua posible. El ofrecimiento de Lonardi: “Ni vencedores ni vencidos” dura seis semanas, hasta su derrocamiento. Se dicta un decreto por el cual queda prohibido y penado por el Código Procesal Penal el uso o nominación pública de todo nombre, enseña o consigna que identifique al Movimiento Peronista, su líder o su difunta esposa. Perón es excomulgado por la Iglesia católica. En las cadenas radiales disertan personalidades contra el peronismo, su demagogia y la necesidad de alcanzar una auténtica democracia, a la vez que se alude al ex presidente con términos peyorativos. Se producen abusos tales como la decapitación del cadáver de Juan Duarte y la desaparición del cadáver de Eva Perón”. La violencia no se alejó del país; siguió mostrándose polarizada, los agredidos se convierten en agresores. Vuelvo a la peluquería, hay poca gente, siento curiosidad por saber de las últimas revistas, las empiezo a hojear, termino absorbido por el Pato Donald. Se comentan las noticias a nivel nacional, los últimos acontecimientos políticos. La prohibición de que se nombrara a Perón, que debía 93


reemplazarse por “el tirano sangriento” o similares. Un parroquiano comenta: -¿Se enteraron de que a los hermanos Mario y Alberto Perón, corredores de bicicleta y bicicleteros de toda la vida, les bajaron el cartel “Bicicletería Perón Hermanos” que tenían en la entrada del taller? –Sí –dice otro cliente–. Para inscribirse en la carrera de fondo tuvieron que cambiar el apellido, salieron bastante bien ubicados: 2° puesto: Alberto Tirano Maldito-3° puesto Mario Tirano Prófugo. Por suerte, no los llevaron detenidos, a pesar de que en el sumario que les hicieron en el cuadro de “Causal de Delito” decía “Portación de Apellido”. –Peor le fue al Serafín Urrutia ¿Supieron ustedes? Lo tuvieron que atender de urgencia por intoxicación. Cuando fueron a su casa, la Unidad Básica Peronista “Evita Capitana” para allanarla, el Serafín se encerró y tragó la prueba del delito, el diploma firmado por Perón. No se percató de que llevaba una medalla con la efigie del escudo peronista en bronce. El operativo de la redada estaba a cargo del sargento primero Dionisio Ugarte. Posteriormente, Ugarte fue designado interventor en la delegación local del Ministerio de Educación. –¿Y lo que le pasó al Vicente Sandoval? Peronista de siempre, tenía un lorito al que le había enseñado a hablar. Decía: ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! Cuando fueron a allanarlo, en otro operativo a cargo del sargento Ugarte, ya habían limpiado la casa; lo único que pudieron hacer fue llevarse preso al loro, que bastante insolente seguía: ¡Viva Perón!¡Viva Perón! Aparece don Antonio Salomón, símbolo de la democracia a la que aún el país no alcanza a llegar. Me ve… –¡Hola!, ¡miren quién está aquí! Sigo leyendo, como si estuviera muy concentrado en la lectura. No aparto la vista de las páginas. Percibo que se mueve hacia donde estoy… –¡El peronacho! ¿Qué pasó mi amigo? ¿Dónde está Perón? –larga una carcajada. No digo nada, dejo de leer pero mantengo la vista baja. 94


–¿Te diste cuenta de que no se puede mantener una tiranía donde pretenden gobernar para ellos solos? ¿Seguís siendo peronista? –me repite. –¡Sí! –le contesto– ¡Gracias a Perón mi abuela tiene casa, con la máquina de coser que le mandó Evita me zurce la ropa y mi papá pudo ponerse su negocio! Además, nosotros somos los únicos privilegiados. –¡Está bien! Este chico tiene las ideas claras, aunque no se maneje con la verdad. Hace falta gente honesta en este país. Ahora vendrán las elecciones. Hace falta gente honesta –repite. Lucy concluye y cierra la libreta.

Capítulo 16 Esta tarde estamos en nuestras celdas acongojados, en silencio, ya en los límites de la desesperación. Es muy doloroso ver que llevan a declarar a cuatro o cinco compañeros y nunca regresan más de uno o dos. Los nuevos se tratan de habituar, nos preguntan si estamos hace mucho tiempo, le contestamos que no, la mayoría no está más de ocho o diez días, con excepción de algunas chicas, Graciela y yo. Tomo asistencia, aprendemos los nombres de los nuevos, registramos los que ya no están. Laura pregunta: –¿Alguien quiere contar un cuento? Silencio. Pasan unos minutos, quizás un cuarto de hora; se sienten llantos, lamentos… Laura repite, casi con enojo: –¿Nadie sabe un cuento? Silencio. Cuando ya la depresión nos ata la boca, se escucha un canto muy dulce, de timbre melodioso, en la celda al lado mío: “Qué profunda emoción, recordar el ayer, Cuando todo en Venecia me hablaba de amor… 95


Una góndola va, cobijando un adiós…”. El aplauso de aprobación es unánime ante la intervención de Graciela cantando “Venecia sin ti” en la penumbra de la celda. Vuelve Julián y se arrima a la puerta de mi prisión. Ya como un acuerdo mutuo, casi sin decir palabras, tira al interior cartas de mi familia, cigarrillos, anotador y ¡vaya novedad!, un jarrito de madera y yerba. Le alcanzo mi libreta de Apuntes de la Prisión 4. Nos acostumbramos a toma mate con agua tibia, no deja de ser un placer. Poder matear después de tres meses que llevo aquí… tres meses sin ver el sol. ¡Por favor! ¡No pido otra cosa! ¡Dejen que vea el sol! Grito pero nadie contesta… todos en silencio.

Capítulo 17 Rubén lee el diario en su estudio, junto a él, la libreta número 4 que le acaba de enviar Lucy. Una noticia en particular le interesa: “Patt Derián, la subsecretaria de Derechos Humanos del gobierno de James Carter, considerada la extranjera más odiada de los militares, exige al gobierno argentino el respeto por los Derechos Humanos en el país. La OEA impulsa la visita de la Comisión Interamericana de losDerechos Humanos. Los EE.UU. amenazan con suspender la venta de armas a la Argentina. Se restringen los acuerdos bilaterales. Derián informa que visitará la Argentina en los próximos días…”. –Esta es una noticia muy importante –reflexiona. Cada vez viene más deteriorada, piensa con tristeza, cuando toma la libreta y empieza a leer: Apuntes de la Prisión 4 Rememoro la primera experiencia de dolor, mi primera pena de amor niño en una circunstancia insólita, inesperada. Se inició un domingo soleado de abril. 96


A las 9 horas en punto, tras la última campanada empieza puntualmente la misa. Todos van ocupando sus lugares, algunas familias tienen su propio banco, con el nombre de ellos impreso en la madera, nosotros llegamos temprano para tener una buena ubicación. Por último se ubican en losestrados laterales próximos al altar las congregaciones religiosas, entre ellas, las internadas del colegio Normal, en su mayoría jóvenes y niñas huérfanas, de uniforme azul. Algo me llama la atención; la última alumna, la más bajita del grupo. Su pelo rubio y sus mejillas sonrojadas hacen que yo la pueda identificar aunque haya un millón de internadas. Es ella, Lucy. El corazón me late con fuerza, ¿qué hace allí? Recorro la fila, voy hacia el altar por el flanco izquierdo, tras las columnas, estoy a dos metros de ella, parece muy interesada en lo que dice el cura. Por fin me mira, me reconoce, se colorean sus mejillas. Está terminando la misa, Lucy pide permiso y sale. Salgo con cuidado detrás de ella. –¡Hola, Minino! ¿Viste que te reconocí? ¿Qué por qué estoy aquí? Bueno, soy pupila en este colegio. Vivimos lejos, mis padres decidieron que era mejor que yo estuviera en la ciudad, pero odio estar entre estas paredes. –¿Se lo dijiste a tu mamá? –Sí, siempre habla, habla, me explica que es lo mejor para mí; yo sufro muchísimo cuando toca el timbre de salida y todas las externas se van, tengo ganas de salir corriendo, ser la primera en irme. –¿Te quedás sola? –Me tienen que entrar empujando, arrastrando, lloro desconsolada y aterrada de estar allí, con esa gente que no conozco y no los quiero, deseo vivir en mi casa. –¿Cuándo te podré ver? –El sábado que viene, por la tarde, me vienen a buscar. –¡Minino! –¡Adiós! Me besa la mejilla, le devuelvo el beso y le acaricio los bucles. –¡Minino! 97


–Sí, abuela… ya vamos. Un acontecimiento inédito en la Argentina, que se ve castigada por un mal que no distingue sexo, raza, clase social. Enfermedad infectocontagiosa llamada poliomielitis o parálisis infantil, causada por un virus que ataca la médula espinal y provoca parálisis muscular y respiratoria, especialmente en los niños. Hay una falta de conocimiento de las causas de este flagelo, que afecta a una importante cantidad de personas, es la etapa posterior al derrocamiento del gobierno del General Perón. A la fecha hay más de 6.000 niños afectados, de los cuales han fallecido 175. La población está alarmada, en particular, las madres jóvenes, que ansiosamente se arriman a la radio en forma diaria para escuchar lo que pasa en el país; sobre todo en la Capital Federal y Gran Buenos Aires, donde el contagio es frecuente. El locutor anuncia como en una letanía fatal: -“En el día de la fecha se han registrado 54 casos de parálisis infantil, de los cuales 13 fueron fatales…”. “Recomendamos a la población abstenerse de asistir, sobre todo con menores, a reuniones multitudinarias, locales de diversión, cines y teatros…”. “A partir de la fecha se suspenden las clases en los colegios primarios de todo el país…”. “No dan abasto los pulmotores para alojar a las víctimas de la enfermedad”. “Norteamérica ha prometido el envío de instrumental. Los científicos están elaborando una vacuna en la cual ciframos nuestras esperanzas…”. –Minino, ¿te pusiste la pastilla de alcanfor? –Sí, mamá, tiene un olor horrible. –Bueno, anda a la panadería y traeme lo que te pedí. En el local hay un solo tema de conversación: –¿Vio lo de hoy, señora?… 46 casos, 7 muertos… ¡Dios santo! ¡Pobre gente! –¿Sabe qué me han dicho? Que esto es un castigo para la Argentina por haber dejado que lo sacaran a Perón. 98


–¡No, señora! Si ahora EE.UU. nos ayuda, ¿se acuerdan lo mal que se llevaban con Perón? –¿Quiere que le diga? La gente es muy cochina, fíjese donde más pega, en las afueras de Buenos Aires. –Sí, pero también hay casos en Córdoba, Santa Fe, Tucumán, Mar del Plata. En la ciudad de Mendoza ya hay 7 casos. –Menos mal que aquí todavía no ha llegado. –¿Cómo, no se enteró? –¿De qué, señora? –Tenemos un caso aquí de parálisis infantil. Me acabo de informar porque han suspendido las clases las monjas en el Normal, parece que una de las internadas, la más chica, que tendrá unos 8 años, hija de un bodeguero importante… Lucy creo que se llama, esta postrada en la cama, con los piecitos paralizados, no habla y la alimentan con suero. –¿Está segura, doña Lidia? –Sí, Minino, hoy la llevaban asistida con un respirador a Buenos Aires, para que la atienda el doctor Florencio Escardó, dicen que es el que más sabe del tema. –Pelado, necesito ir. –Minino, eso está a más de 20 kilómetros. –Por favor, prestame la bicicleta. –Te voy a acompañar, le pediré la bici a Alberto. La casa es hermosa, un chalet californiano con el jardín lleno de rosales en el frente. Estamos cansados, pero es tan grande la ansiedad por saber que entro directamente al hall de recepción y golpeo la puerta. Sale una señora con un delantal celeste y pañuelo en la cabeza, es morocha, lleva aros grandes, me mira entre curiosa y triste. –¿Qué se te ofrece, muchacho? Estoy trabado, sin poderme controlar me ahogo. La mujer, compasiva, frota mi espalda. Pelado le habla: –Queremos saber sobre Lucy. –Se han ido a Buenos Aires, le están haciendo todos los estudios y análisis para confirmar si es parálisis. Hasta que no tengamos los resultados no sabremos. Por ahora hay que esperar y rezar. Don Hilario vendrá el jueves, él nos dirá cómo está, sé que la niña duerme 99


profundamente en una habitación acompañada por su madre. Te espero el jueves si querés venir. –Sí, por supuesto, muchas gracias. –Gracias por acompañarme, Pelado. –¿Venís conmigo? –No; no… voy a pasar por la iglesia. –¿Qué le pasa a este chico? –comenta mi mamá–. Está como ido, lo único que pregunta: ¿Cuántos hay hoy? Está pegado a la radio. ¡Cómo lo ha afectado el tema de la parálisis! Pelado escucha y me mira fijamente. Sigo leyendo: “Se trata de un virus que muta en forma permanente y ataca a…”. Por fin, el jueves. Al amanecer ya preparamos las bicicletas para salir, el sol nos encuentra pedaleando con fuerza en la tierra medanosa. En mi interior hay una mezcla de sentimientos encontrados y el miedo latente. Nos recibe directamente don Hilario. –Sí, me avisó Isabel que vendrías. ¿Cómo es tu nombre? –Minino, él es Pelado. –Esperá un poco… –¡Hola, Minino! –¡Ah, bueno! ¡Lucy! Don Hilario, con una sonrisa distendida explica: –Estábamos muy preocupados, no encontrábamos causas ni respuestas, todo tan de repente. Serían las dos de la mañana cuando sentí que golpeaban la puerta de mi habitación, que estaba al lado de la de Lucy. Abro, ¿y qué encuentro? Bueno, esta niña, llorando y caminando perfectamente. Me pide perdón. –¡Un milagro! –comenta Isabel, que no se quiere perder la escena. –Vení, Minino… Lucy se arrima, me besa tiernamente las lágrimas que no he podido contener y me dice al oído: “No me iba a quedar en ese horrible colegio”. Hoy es un día importante, iré a encontrarme con Lucy. Comenta mi mamá: –Minino está muy extraño. ¡Bañarse a las 11 de la mañana! Esto nunca lo había visto. 100


–Mamá, ¿me vas a comprar pantalones largos? ¿La camisa blanca está planchada? El reloj marca las 13.15 horas. Es una marea urbana de gente apurada que viene y que va, la Terminal de Ómnibus está llena de guardapolvos que regresan a su casa. Puesteros de bombacha, pañuelo al cuello y sombrero, mujeres cargadas de paquetes y niños, olor al humo de gasoil. El diariero, un gordo con saco de mozo, grita las últimas novedades: –¡Mujer violada y asesinada en el baño de su casa! ¡Brutal crimen en la casa de un funcionario! ¡Más actos de terrorismo en Buenos Aires! ¡La devaluación del peso argentino es un hecho! –¡Eh, oiga! ¿Dónde dice en el diario de la devaluación? No lo encuentro. Acá no está. –Lo digo yo ¡Extra! ¡Extra! ¡Se acaban los diarios! No la encuentro. Hay demasiada gente. Me siento en un banco, al lado de un señor mayor. Miro con atención por si la veo. En la boletería una larga cola esperando sacar el boleto. Aparece un hombre de pobre aspecto, se arrima al banco en que estoy sentado, se coloca unos anteojos de plástico celeste con vidrios muy oscuros, marrones, saca un bastón que llevaba disimuladamente, pone en el pecho un cartel que dice: “Soy ciego, necesito su ayuda”. Saca un jarrito, se pone de pie y empieza su tarea: ¡Una moneda, por amor del cielo! ¡Una moneda, por amor del cielo!… gracias, que Dios se lo pague. ¡Una moneda, por amor del cielo!… Entran dos policías al corredor, el hombre que pide los ve y murmura: ¡Una moneda por amor del…! ¡Cagamos, la cana! Saca apresurado los anteojos, el cartelito y desaparece entre la muchedumbre. Ingresa por el portal una mujer de pollera ajustada, cabellera pelirroja, blusa naranja, desabrochada, dejando ver un collar de turquesas apoyado sobre un busto exuberante. Se sienta en un banco enfrente, cruza las piernas dejando ver sus muslos, provocativos. Mi mirada busca a Lucy y ve esas piernas, alternativamente. –Es una prostituta –me dice el señor que está al lado mío, percatándose de mi atención. 101


–Una prostituta, una mujer que le hace favores a los hombres –me repite. –Ah, digo yo –con la mirada de alguien que entiende– Entonces me puede ayudar. Me levanto y me arrimo a ella. Le pregunto: –¿Usted les hace favores a los hombres? Me mira, me mide. Se sonríe. –Sí, me dice… le hago favores a los hombres. –¿Podría ayudarme a buscar una alumna rubia, bajita, que espera el micro a Real del Padre? –¿Por qué no te vas a la mierda? –me responde, enojada. Empiezo a caminar en el andén. ¿Por qué tanta gente? No la encuentro, voy a la sala de estar, quizás… sí, ¡allí está! En una esquina del salón, sentada al borde de un banco de madera. Está dormida, sus bucles dorados juegan espacios entre el cuello y la solapa del guardapolvo blanco. ¡Qué bonita es! Los útiles al costado, ella los sostiene con sus brazos. Delicadamente coloco mi mano sobre la suya, palpo un anillo en su dedo meñique. Despierta, se rompió la magia, todos despertamos. –¡Minino! –¡Hola! Pasaba por aquí y se me ocurrió entrar, te desperté para que no fueras a perder el micro. Traje este chupetín para hacer más dulce la espera… Lucy, escribí algo para vos –le entrego un papel finamente doblado. Llega el ómnibus, se levanta y guarda la hoja, me da un jugoso beso con sabor a frutas y galletas, nos despedimos haciéndonos adiós con las manos. En el micro, ella abre el papel y lee: “Te regalo una estrella. La recogí al amanecer, era la última y no quería irse. Nos habíamos hecho amigos a la noche, Cuando le conté de ti y le abrí el corazón. Si te cuenta lo que siento, no le hagas caso, Es muy traviesa y algo mentirosa. Recuerda, Cada estrella es distinta de otra. Cuando vuelva la noche y la oscuridad la ilumine, 102


Cierra los ojos, pide tres deseos y déjala ir, Confía en ella, volverá, Porque se adueñó de mi espíritu”. Me voy a casa pensando en ella. Suena el teléfono. Rubén interrumpe la lectura, esta es una llamada que él esperaba. –Hola, Rodolfo, ¿cómo estás?… seguí con la dosis, después te vas de vacaciones, lo más lejos que puedas. Te llamaba por lo que habíamos conversado el otro día, la entrevista con el teniente coronel. Bueno, te agradezco muchísimo. Esperá que tomo nota: día veinte, diecinueve horas, en el Comando… bien, bien, la esposa, ¿no? Solo los padres. Bueno, sí, yo los acompañaré. Un abrazo. Cuidate y llamame cuando vuelvas. Retoma la lectura de los escritos de Minino, haciendo esfuerzos para entender los manuscritos ajados: “Convocan a una reunión en el local del Sindicato de Empleados de Comercio. Acompaño a mis tíos, que están sin trabajo. Habla Heriberto: –Los he citado, compañeros, para informarles que han denunciado una campaña de agitación social en todo el país con el fin de poner más compañeros en las cárceles. Sin embargo, no han denunciado la recesión que se ha provocado por el incremento desmedido de los precios. Por ejemplo, ya no se puede comprar carne, se ha ido a más de $10 el kilo. El dólar, que teníamos con Perón a $23, se ha ido a $70, con ese valor van a terminar comprando el país por chauchas. ¡Nuestros sueldos están en los mismos valores que en el 55! ¡El poder de consumo de los trabajadores ha bajado a menos de la mitad!, hay una declinación constante del nivel de vida, mientras aumentan las villas miserias en la provincia. Han despedido a más de 100.000 trabajadores. Toma la palabra el delegado de los metalúrgicos: –El peronismo, compañeros, fortificó las estructuras de una buena sociedad; la salud, la educación, poder llegar a una vivienda, tener 103


untrabajo honrado, con Perón accedimos a tener conciencia de nuestro valor, nos dio dignidad. Apoya Miguel, secretario del gremio de los peones de campo: –El peronismo nos abrió la posibilidad de subir un escalón en la sociedad, y nosotros, que somos bien de abajo, agradecemos esta oportunidad para escalarlo. A veces se piensa que el peón, por ser peón, no tiene mayores necesidades. Bueno, no es así, nosotros padecemos necesidades. Se nace, se muere, se van unos, llegan otros, pero el pueblo siempre está ahí, con más crisis o menos crisis, nuestra identidad perdura. Ese es el espíritu de la vida que anida en la comunidad, el espíritu del pueblo. Retoma la palabra Heriberto: –Los partidos políticos han perdido relevancia; sólo acatan órdenes. Por eso hemos ido a la huelga, a pesar del gobierno militar. Luego de 3 días de inactividad han declarado ilegal el paro. Se habla de que ejercerán presiones sobre aquellos que no acaten ésta decisión, por eso yo dejo a los compañeros en libertad de decidir. Entran tres personas uniformadas, se arriman al dirigente: –¿Señor Heriberto González? –Sí, soy yo. –Debe acompañarnos. Rubén termina de leer. Cierra el cuaderno y avisa por teléfono a los padres de Minino que se preparen para la entrevista que logró concertar con el teniente coronel en el Comando. Deben viajar la próxima semana a la capital mendocina.

Capítulo 18 A Lucy le informan sus suegros, por teléfono, de la audiencia que tendrán con el militar, sin ella. Se pregunta: ¿Por qué no puedo ir yo a la reunión con el teniente coronel que tiene secuestrado a mi esposo? 104


Llaman a la puerta. Son sus padres. Les abre sollozando y les cuenta de la negación del Comando para que concurra a la entrevista. Se queja amargamente: –¡Papá! ¿Por qué a nosotros? ¡Siempre a nosotros!… primero fue la quiebra de la fábrica, con todo lo que significó para la familia quedar en la calle de un día para otro, luego el accidente fatal de Ariel en La Plata, que tanto nos trastornó, en especial a mamá, luego esto… Hilario no dice nada, se arrima y observa una foto de la fábrica colgada en la pared; los galpones con sus maquinarias, camiones descargando sus frutos, camionetas, montacargas, obreros apaleando. Luego, como hablando consigo mismo, comenta: –Setecientas personas trabajaban en la fábrica. El establecimiento se inició con un secadero de frutas cuando la uva no tenía precio y el vino corría por las acequias… –¿Y de qué sirvió tanto esfuerzo, papá? –pregunta Lucy–. Mirá como estamos… –Yo siempre he creído en este país, hija. En esos años tuvimos la posibilidad de crecer y así lo hicimos. Perón siempre decía: “Debemos trabajar por la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo argentino”. Y así fue; nunca los argentinos vivimos mejor, mal que le pese a los personajes de afuera. O peor, los personajes de adentro que hacen lo que les mandan los de afuera. –Todo fue una debacle, papá. Nuestros compañeros del colegio me decían: -¡Tu papá no le pagó al mío! ¡Decile que pague, lo necesitamos! ¡Se han gastado la plata nuestra! ¡Qué vergüenza teníamos, papá, sin poderles dar una respuesta! Hilario baja la vista. Hurga en sus recuerdos, buscando justificar esos días aciagos. Finalmente habla como si conversara consigo mismo: –Recuerdo cuando fuimos a la ciudad de Mendoza a una reunión convocada por el ex ministro de Economía, en la que 105


nos informa que al amparo de la devaluación, durante el gobierno de Frondizi, las grandes corporaciones compran por monedas las fábricas nacionales. Un chacarero gritaba: -¡Vean los ministros de Economía que hemos tenido en los últimos años! ¡Primero fue Krieger Vasena, luego Álvaro Alsogaray, que decía: “Hay que pasar el invierno” y por último Roberto Alemann! ¡En qué manos hemos caído! ¡Vean, nomás! ¡Se ha instalado en Mendoza Bunge y Born! ¡Está comprando por monedas los establecimientos y las voluntades de los políticos! Interviene la madre de Lucy: –¿Te acordás, Hilario? Yo te preguntaba: ¿Qué haremos ahora? Y vos me contestaste: No me voy de aquí, esposa mía. A ningún lado. Esta es mi tierra. Aquí tenemos nuestra vida… Retoma Hilario: –¿Te acordás cuando andábamos en pata con la yunta de mulas preparando la tierra para sembrar alfalfa? Meta arado nomás, marcando los surcos del naciente al poniente, mirando siempre el cielo, esperando la bendición de la cosecha. No, yo no me voy, Ema, te trataba de convencer: -No he hecho nada malo, al contrario. Lo interrumpe Ema: –¿Y cuando los lencinistas querían a toda costa que les pagáramos cuatro pesos el jornal? ¿Que les mejoráramos los sueldos a las mujeres, que ganaban menos que los hombres haciendo el mismo trabajo? ¡Vos estabas muy de acuerdo con ellos! Al final vino el peronismo y se lo concedimos, lo mismo que los aportes patronales y el aguinaldo. ¡Hasta las vacaciones! Le contesta Hilario: –¿Y cuando vino a hablar conmigo ese sindicalista? Se instaló en la puerta de la fábrica, marcó una raya con el pie en la vereda y me dijo: ¿Ve usted? De la raya para adentro, mandan ustedes. 106


De la raya para afuera, mandamos nosotros. Yo digo, ¿Qué diría ahora ese dirigente gremial con todo cerrado? Interviene Lucy, secándose las lágrimas: –Sí papá… recuerdo. ¡Qué vergüenza! ¡No teníamos plata ni para la nafta! ¿Te acordás cúanto te costó ir a hablar con el dueño de la gasolinera? Vienen a la memoria de Lucy esos momentos: –Disculpe que lo moleste, Don Neto. –¡Por favor, Don Hilario! Es un gusto. ¿Qué se le ofrece? –Mire, necesito de usted un favor; debo ir a San Rafael para realizar algunos trámites y debo cargar nafta. ¿Me fiaría por unos días? –Don Hilario, ¿ve usted las bombas y la Estación de Servicio? Todo esto en buena medida se lo debo a ustedes. Nosotros hemos trabajado a la par de la fábrica, dependíamos de ella. Su empresa ha sido, no le digo nuestra vida, pero sí la seguridad del pan de cada día. Llévese la nafta que necesite, eso sí; prométame que harán lo posible para seguir elaborando. –De eso no tenga la menor duda, nosotros pertenecemos a esta comunidad. A lo lejos se escuchaba el silbato de la locomotora que llevaba su última carga a la Capital.

Capítulo 19 –Viejo, llamó Rubén para avisarnos de la reunión, iremos solos con él, ya que no quieren que vaya Lucy. Estoy desesperada, Luis. No puedo dormir, me desvelo pensando qué será de Minino… ¿Le pegarán? ¿Estará abrigado? ¿Le darán de comer? Mi niño… no entiendo de política, nunca quise saber nada. Los peronistas siempre me cayeron mal. ¿Te acordás de la huelga de los gastronómicos?…Lo que tuvimos que trabajar y pelearla para salir a flote, mientras los señores laburantes cómodos en sus casas disfrutando de vacaciones pagas. Esto ha sido la influencia de la abuela y los tíos; unos peronistas de mierda… 107


¿cómo no va a salir el niño peronista si todo el día le dicen: “Perón esto”, “Perón lo otro”, “Evita es una santa”…? –Nosotros nunca quisimos meternos, Ángela, en eso quizás somos culpables. No nos interesó. Minino fue un buen alumno, inteligente, idealista, confiado, no comprende que la gente es como es, no como quisiéramos; siempre solucionamos sus problemas… –Problemas económicos, porque de los otros nunca podían hablar, terminaban discutiendo. Quería pintar, vos lo mandabas a mecanografía; quería escribir, lo ponías a sacar cuentas; así llegó un momento que le decías blanco, él decía negro, y concluían cada uno por su camino. Menos mal que siempre tuvo buenos amigos, ahora Rubén nos ha dado la posibilidad de reunirnos con los que lo tienen preso. Ese sí es un amigo, no los que ahora cruzan la vereda para no toparse con nosotros, como si tuviéramos una enfermedad contagiosa. Me dan ganas de salir a la calle y gritarles: ¡Mi hijo no le robó a nadie! ¡Mi hijo no le pegó a nadie! ¡Mi hijo salió porque más de uno que debió salir se quedó guardado! ¡Él salió por ustedes! Para ir a la entrevista bien presentable, como quieren los militares, llevé a la tintorería el tapado de astracán que me regalaste cuando las bodas de plata, ¿te acordás? Hace mucho que no lo uso, también me pondré el collar, el reloj pulsera. Tu traje lo mandé a limpiar, está un poco percudido, hace años que no lo usás… Es el veinte, ¿no?, a las siete de la tarde… qué nervios, Luis. ¿Qué nos dirá el teniente coronel? –Mirá, si nos hablan de él es porque no figura como desaparecido. Informará oficialmente dónde está. Yo quiero saber de qué lo acusan. Minino nunca fue violento, seguro nos dirán que está detenido por ser peronista, como hacían en el 55, ¿te acordás? Cuando lo tiraron a Perón, metieron presos a varios, pero luego los largaban. 108


El Comando del Ejército es un edificio alto, de varios pisos. Uniformes que van y que vienen, soldados llevando mensajes, bandejas. Uno barre, otro escribe detrás de una mesa que oficia de escritorio. Las paredes, algo descascaradas, color gris acero, tienen algunos cuadros viejos con escenas de combates históricos. En el centro dos figuras enmarcadas: San Martín y Jorge Rafael Videla. El primero pintado, envuelto en una bandera argentina; el segundo, una foto con sus mostachos tiesos y el pelo corto, una banda azul y blanca le cruza el pecho. Otro soldado friega displicente el descolorido embaldosado. –Cuarto piso –nos dice el que está detrás de la mesa; mira a Rubén en su silla y señala. –Ascensor a la izquierda. Secretaría del Comando. Veintidós horas. –Viejo, no aguanto más el calor con este tapado, llevamos tres horas esperando. ¿Por qué no preguntás? Decile que el coronel nos citó a las diecinueve horas. El pobre Rubén dejó su consultorio, viajó con nosotros y está muy cansado. ¿Querés que te traiga algo para beber, Rubén? –No, gracias, doña Ángela. Se desplaza con la silla hacia la Secretaría, que está en la otra habitación. –Disculpe, oficial… el baño… ¿me permite usarlo? –Sí, pase por aquí. ¿Le ayudo? –No, gracias. ¿Nos podrá atender el teniente coronel? –Está muy ocupado. Tengan paciencia. ¡Viene tanta gente preguntando por los subversivos! ¿Por qué no se acordaron de ellos cuando andaban por las calles haciendo quilombos, ah? Ahora todos son buenitos. ¡Flores de hijos de puta! Luis y Ángela no dicen nada, se miran entre ellos. –Pasen, por favor. –Buenas noches, coronel, disculpe las molestias que le ocasionamos. –Sí, está bien. 109


El teniente coronel los espera con gran boato. Uniforme de combate, correaje de reglamento, una ametralladora sobre el armario, una pistola 45 sobre el escritorio, a su derecha. Se saca los anteojos, los apoya sobre el escritorio, levanta la vista y ve al matrimonio. –Ustedes quieren saber de su hijo. Bien, está detenido porque tenemos serias sospechas que se trata de un delincuente montonero. Se lo está investigando, tenemos fundadas acusaciones, abonadas por sus declaraciones. Busca una carpeta, saca unas hojas. –Vean, está siendo interrogado y ha aceptado haber sido un militante en la universidad, ha participado activamente en las organizaciones barriales provocando disturbios, acompañando y organizando manifestaciones. Su cuñado murió en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad y aquí tenemos los escritos que confirman sus estrechos contactos. Su primo, apodado Pelado, es un subversivo que sabemos participa en forma activa, tenemos las cartas que se envían, hasta la fecha de detención. ¿Saben ustedes algo de ese famoso Pelado? ¿Es su sobrino, no? –No, no… hace mucho que no sabemos de él. Mire, coronel, mi hijo es un excelente profesional, dedicado a su familia, nosotros lo hemos criado dándole el ejemplo con muestro trabajo. Nunca en mi casa se habla de política, ni siquiera somos peronistas. Él tiene sus ideas, pero no es violento, para nada. Responde el teniente coronel: –A veces no son lo que parecen… fíjese… sigue buscando en los papeles… aquí tenemos acusaciones que lo identifican como montonero: las declaraciones de un ex alto funcionario, las de un ex diputadonacional de la Juventud Peronista; está complicado. Aquí figuran las declaraciones propias de su hijo, firmadas. Léalas. –Coronel, por favor; estoy desesperada… mi nieto necesita a su padre, jamás mi hijo ha robado, ha peleado o le ha faltado el respeto a nadie. Es todo lo que tengo, es nuestra familia. Se lo pido por Dios…devuélvamelo. 110


–Mire, señora… el país pasa una situación muy difícil. Las fuerzas armadas hemos debido salir para defender los altos intereses de la democracia, amenazada por el comunismo. En esta tarea estamos embarcados, cumpliendo una gesta patriota que a la larga será reconocida por la sociedad. Si su hijo delinque, deberá pagarlo. Estamos investigando. –Yo fui suboficial en Campo de los Andes, sé lo que es servir al Ejército, jamás permitiríamos que fueran atacadas las Fuerzas Armadas. Mi hijo no ha estado en nada de eso. Él sólo quería que todos viviéramos mejor, y cree que el peronismo es el camino –dice Luis. –Por favor, coronel –ruega llorando con vehemencia Ángela– Dénos alguna posibilidad de verlo, al menos detrás de la reja. No nos podríamos perdonar si le pasa algo, no hay dolor más grande para una madre que la falta de un hijo. Usted debe ser padre, póngase en lugar nuestro, no lo vemos, no sabemos de él, ni siquiera tenemos noticias, ¡por favor! –Por ahora, imposible. Vengan en quince días, trataremos de darle novedades concretas. ¡Ah!… si llega a saber algo de su sobrino, el Pelado, háganos saber… será un favor que tendremos muy en cuenta.

Capítulo 20 Sigue llegando gente nueva al pabellón. Al principio nos miran con desconfianza, se dan cuenta de que nosotros somos los “viejos”, jugamos como locales. –¿De dónde son ustedes? –pregunta Laura. Hablan entre ellos, responden desde las celdas. –Somos de Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba… nos han traído porque nos quieren tener aquí, lejos de las inspecciones de la Cruz Roja Internacional. Laura toma lista, como todas las mañanas. Se ha convertido en una rutina casi trágica, llevar una agenda de los que llegan y de 111


los que se van. Cuando le pregunto por qué lo hacemos, la contestación es la misma: agendar, como en una sección de necrológicas de un diario. Ella está convencida de que en algún momento de la historia futura tendrá importancia saber quiénes pasaron por aquí. Con Laura pasa una situación insólita, nosotros ya sabemos que a este pabellón vienen los “irrecuperables” “los F4”, los que ya sacaron el pasaporte al infierno. Sin embargo, a ella, que llegó aquí en esas condiciones, ahora los represores le han cambiado la etiqueta, ahora es una “quebrada”. No está las veinticuatro horas encerrada en su calabozo; limpia el pasillo, los baños, nos da las raciones de la olla, nos pasa alguna información de lo que sucede afuera, nos provee de cigarrillos y golosinas. Pasa por el silencioso corredor unos pasos que ya conozco… es Julián, trayéndome novedades de un mundo que ahora siento distante, lejos de mí. Aquel, el de afuera. Es un mundo al cual ya no pertenezco. Le entrego mis Apuntes de la Prisión 5 como quién ofrece su testamento. Recibo un cuaderno al que le coloco un seis con la carbonilla que se deshace en mis dedos mojados. Me comunica con preocupación: –Cada vez está más difícil venir, creo que la situación se ha complicado porque te han botoneado, si me entero de algo más, te aviso. A tu familia no le he dicho nada para no intranquilizarlos, están buscando al Pelado, allanaron de nuevo tu casa. No sé si podré volver, porque estoy arriesgando mucho. Si se enteran, estaría con vos aquí chupado. Nuevamente me llevan a declarar. Se reitera la lúgubre rutina; colocan la bolsa capucha, hacemos el recorrido, llegamos a las salas de interrogatorio y torturas, empieza la sesión. Me pegan, solo atino a extender mis brazos, los bajan con un golpe seco y me sientan en un banco. Hablan entre ellos, la primera pregunta: 112


–¿Así que sos montonero, Papillón? –No. –¡Cómo no, hijo de puta! El Gringo nos informó que vos estás en la pesada, que tu casa es un fortín montonero, que tu familia ha dicho que todos nosotros debíamos ir al paredón… Me quedo helado. ¡El Gringo! ¡Justo a él! ¡Ese hijo de puta los está informando! Al Gringo le dicen aquí adentro Antonio Tormo, porque es “El cantor de las cosas nuestras”. Sigue hablándome el interrogador: –¡Ustedes van a ir… al fondo de las cloacas! ¿Te gusta pasear en helicóptero? –Nunca hemos dicho eso –intento contestar. Sangra la nariz, me ahogo. Me toma de la camisa el interrogador y le habla a alguien a su lado: –A ver, venga, sargento, vaya y traiga al Gringo. Pongan al reo en la esquina, tráiganle una silla. Se dirigen a mí: -¡No vayas a abrir la boca, Papillón, porque te reviento! Se acaba la historia para vos. Pasan unos minutos, siento ruido de pasos. La sangre en la boca me dificulta respirar. Se oyen pasos. Exclama el torturador: –¡Hola, Gringo! –tráiganlo para acá–. ¿Cómo te va? ¿Estás bien? ¡Viste cómo te cuidamos! Mirá, te hemos traído porque necesitamos datos de Papillón ¿Lo ubicás? El aire se hace irrespirable ¡Han traído al bocón! sin querer, pateo un tambor de lata que está al lado mío. Siento una mano que me acogota. Me desespera no poder respirar, vomito sangre. Contesta el Gringo: –Sí,lo ubico… es del sur, la familia de la señora es peronista, el cuñado murió en La Plata. Son militantes y… –Bueno, bueno… una pregunta, Gringo ¿Papillón es montonero? –Y… creo que sí. –Pará, pelotudo. ¿Es o no es? –Yo lo he visto en varios actos, cuando iban a la Casa de Gobierno con los barrios del oeste, a las movilizaciones de la Juventud Peronista. 113


Era organizador, me acuerdo cuando se reunieron para preparar la marcha del primero de mayo en Buenos Aires, él era uno de los cabecillas. –Bueno, está bien, andate, Gringo; llévenlo. Se van, los pasos se pierden. –¿Ves, Papillón?… Hasta tus propios compañeros te acusan, pero yo lo que te pido es que me des la posta acerca de tu primo, el Pelado. A ese lo tenemos que agarrar. Te cuento la última: -El hijo de puta de tu primo ha hecho que los obreros de la Química boicoteen la producción de agroquímicos, han saboteado la Planta tapando los colectores de los insumos y han vaciado los efluentes en las oficinas de la patronal, instigados por ese cabrón. A esta altura, a esos hijos de puta que lo siguen los tenemos a todos encanados, pero él se rajó; está acorralado, en cualquier momento es boleta. Así se van a enterar de que se acabó la joda de las huelgas, los pedidos de aumento, que la fábrica contamina y todas esas pelotudeces; tenemos que darles el ejemplo barriendo a esa podredumbre camorrera que se hace llamar descamisados ¡Flores de vagos de mierda! ¡Siempre quieren más! Quiero datos, Papillón… pensalo bien… es la última oportunidad que te damos. A los interrogadores torturadores, les dicen los “ojos de vidrio”, porque miran todo, pero no ven nada por sí mismos, necesitan información para seguir, por eso, la tortura es para ellos imprescindible. –Firmá la declaración. Un papel en blanco que mancho de rojo con la mano ensangrentada.

Capítulo 21 Rubén mira atentamente las fotos esparcidas sobre la mesa. Son una mezcla de momentos detenidos en el tiempo y el espacio; lugares, amigos, sentimientos. 114


Observa la silla de madera. Él sabe que cada vez se complican más sus actividades, está perdiendo destreza en el manejo de sus miembros superiores e inferiores que se debilitan y deforman progresivamente. Lo único que conserva es su motilidad en el brazo derecho. Eso le permite dificultosamente escribir. Y ¡debo escribir! –se dice a sí mismo. Por causa de la deformación, tiene que tomar la birome entre los dedos índice y mayor. Una mano en forma de garra, que trata de manejar hábilmente. Se somete a largas, dolorosas y tediosas sesiones de masaje y estiramiento. Su lucha, su negación a la cama es porque intuye que, si cede, no podrá levantarse más. Paradójicamente, su mente es cada vez más lúcida y clara, como una compensación a sus dificultades. Al lado de las fotos, la libreta recién llegada, una flor seca, una escarapela descolorida, una tarjeta amarilla. Rubén la toma, le sacude el polvo y la mira con detenimiento, está ajada y descolorida por el tiempo. Es una invitación a un concierto. Sus ojos claros, en esa cabeza grande, empiezan a velarse. Se saca los anteojos, reclina su respaldo. Busca entre las imágenes que se le ofrecen y elige la que tiene una joven adolescente de larga cabellera y solera amarilla. En la foto ella ríe, está al lado de Minino y tiene su brazo en la espalda de él, apoyada sobre la silla. Rubén vuelve a la realidad; mira pensativo, guarda las fotos, recoge la libreta con un cinco en su tapa y empieza a leer: Apuntes de la Prisión 5: El sur de Mendoza es una región que crece, una tierra promisoria. Entre otras realizaciones y características, posee la fábrica de conservas de tomates más grande del continente y el mayor paño extensivo de viñedos del mundo. Es la zona que más automóviles posee en toda América en proporción a sus habitantes. 115


Uno de esos habitantes es mi papá, que tiene por fin algo que para él era un sueño inalcanzable: su propio auto. Han entrado muchos modelos importados, vehículos pequeños que provienen de un país europeo, de ahí su denominación: “Ratón Alemán”. Lo cuida con esmero, está lustroso, brillante, reluciente, igual que el rostro de su dueño, que lo mira como quien ve a su primer hijo bebé. Menos mal que el auto no come asado, si no, la mejor costilla sería para el rodante. La semana pasada llovió y salíamos a pie, el vehículo guardado, que no se mojara. Pequeño, apenas entramos los cuatro, es tan chico que nos llevamos por delante una gallina y casi volcamos. Mi viejo está feliz, habla de él con lujo de detalles, cosa extraña, porque no es de conversar mucho. Si se trata del auto, conoce todas las bondades: su mecánica, su andar, los cuidados que requiere, hasta las costumbres de la gente del pueblo alemán que procede. Es como si anunciara a la sociedad: “He llegado, compartan mi realidad, he cumplido mi sueño”. En la calle la juventud está poseída por una fiebre que viene de EE.UU.: el rock. La gran novedad, el fin de semana se estrenó la película “Al compás del reloj”; fue el comentario general, los jóvenes subieron al escenario y bailaron con el ritmo de Bill Halley y sus Cometas. Los “malones”“, asaltos”“, Noches de ritmo en la Discoteca” funcionan sincrónicos: de diez a doce rock and roll furioso, a full; luego los lentos, blues y baladas. Me bailan los ojos y algo más si veo alguna cadera o un muslo insinuante, como que un calor baja y afloja las rodillas cuando hablo con esas niñas que eran ayer. Hay un clima de novedad y entusiasmo en la juventud. Sin embargo, en mi interior me siento muy solo. Me invitaron a un malón en la casa de unos amigos que volvían de probar suerte en EE.UU., traían las últimas novedades en la danza y lo mostraban. Yo, sepultado en el rincón, ignorado, aprendía a fumar, para calmar la vergüenza de no saber qué hacer allí. Me sentía un sapo de otro pozo ¿De qué otro pozo? Si era la juventud de mi ciudad, mis vecinos. La pregunta en mi interior seguía: 116


¿Qué hago aquí? Para mi mal, inician un juego: la organizadora nos saca la corbata, las coloca en una caja, revuelve y luego llama a las chicas, cada cual toma una, luego el varón dueño la reclama y debe bailar con la dama que la sacó… Yo la veía venir y llegó; la chica que eligió mi corbata medía una cabeza más que yo y llevaba tacos altos. La mía fue una de las últimas corbatas elegidas, quizás porque ella también era tímida. Tuvieron que repetir tres veces: “¿De quién es esta corbata?”, para que me decidiera a buscarla. Cuando vieron la pareja formada, estallaron en risas y cargadas. Yo ya estaba jugado, resignado, ¡pero la pobre chica!, ¡qué papelón! Rojo como la corbata que me devolvieron, el entrecejo fruncido, las pupilas dilatadas y los labios contraídos encaré la puerta para no volver más, avergonzado y lastimado. Cuando ya alcanzaba la salida salvadora, siento que alguien de atrás me toma, vuelvo enojado, dispuesto a descargar la bronca y encuentro una cara sonriente, ojos claros, una mirada pacífica, conciliadora. Me relajo, la mejilla recupera su color. –¿Quién sos vos? –le pregunto, entre sorprendido y curioso. –Me llamo Ariel Valenzuela –contesta. Ariel es rubio, delgado. Me mira fijamente; mueve la nuez de Adán para arriba y para abajo, la corbata sube y baja, él está quieto. Una carcajada ante la ocurrencia. ¡Así que este es el hermano de Lucy! –Conozco a tu familia, he estado en tu casa –omito decirle que conozco a su hermana. Se nos arrima la organizadora de la fiesta: –¿Y?, ustedes, ¿por qué no bailan?, aquí todos tienen que moverse, si no, se van… Nos miramos con Ariel, por primera vez me entiendo con alguien en la fiesta; coincidimos. Nos vamos. En un banco solitario en la plaza ya desierta, la conversación nos envuelve. Se apagaron las luces, cerró el último café. Llego a casa. Me espera el viejo, se levanta temprano. –Minino, quiero hablar con vos. Te han visto pegando carteles peronistas en la calle. 117


–Sí, de “Perón Vuelve”. No tiene nada de malo, les ayudo a los muchachos del partido. –Tu mamá y yo estamos preocupados. No es bueno que pierdas el tiempo, esos son unos charlatanes, como no quieren trabajar y todavía se creen que están con Perón, salen a provocar líos. Han asegurado que van a reprimir a los peronistas, no quiero que vayas más. A cambio, te presto el auto para que salgas a dar vueltas… Eso sí, primero hay que lavarlo. –Papá; si nadie se hace cargo de la política, si lo mejor es no meterse, seguro que nos va a gobernar cualquiera –reitero con terquedad. –Dejalos a los gobernantes tranquilos, la única verdad es el trabajo. No es fácil poner el hombro, día tras día, para poder estar donde estamos. Tenés la suerte de vivir en la clase media, aquí tu futuro está asegurado. Con esfuerzo, podés estudiar y ser alguien, no unos brutos tan de abajo como nosotros. La clase media sostiene el país, porque es la que trabaja sin preguntar cuánto; pagamos nuestros impuestos, cumplimos con muestras deudas, tenemos un lugar en la sociedad. Somos humildes, pero respetados. –Papá, vos ingresaste a la clase media gracias al peronismo, que te dio la posibilidad. Te llenó de clientes. –Gracias a que trabajé de sol a sol. A propósito: me informaron de la Cámara de Comercio que van a dar unos cursos de Dactilografía. Es importante escribir rápido a máquina. Cada vez se necesita más. Ya te inscribí, te va a servir en el futuro. ¡Adiós mis sueños de ser un escritor de renombre! Eso sí, escribo más de cien palabras por minuto… todo un récord. Voy en mi rutina diaria de los martes a la peluquería. La han modificado, el frente de blíndex, con grandes letras: “Touch”. Busco la mesa con revistas, en su lugar hay una cafetera y un frigobar. Don Navarro les ha dejado el negocio a sus hijos. La peluquería no es la misma. Entro a un café, leo el diario y espero que me atiendan; ingresa mi rival radical junto a sus correligionarios, se separa de ellos y va a la mesa. –Hola, Don Antonio. 118


–¿Cómo estas, Minino? Te invito con un café. –¿Y usted? ¿Cómo anda? Nos estamos poniendo viejos, Minino. Estoy jubilado y el cuerpo no me responde como antes, cuando salíamos de campaña, ¿te acordás? Nunca pude ser intendente, es como una materia que quedó pendiente ¡Hay tanto por hacer! –No afloje, que si no, ¿con quién voy a confrontar cuando me postule para intendente? ¡No se ria! ¡Lo digo en serio! Ahora les tocó a ustedes, don Antonio. No lo dejaron seguir a Frondizi porque no se tragaron la alianza con Perón y la juntada con el Che Guevara. –¿Querés que te diga qué opino, Minino? Para sacar a los militares debemos unirnos todos los partidos y las instituciones. Hacerles ver que deben dejar gobernar y someterse ellos también a la Constitución, como corresponde. Cada vez que golpean y bajan a un presidente elegido por el pueblo, están actuando como sublevados que no obedecen sus propios altos mandos. El presidente constitucional es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas. –Ellos odian al peronismo, Don Antonio, tienen miedo de que Perón regrese; mientras el partido siga proscripto, esto de la institucionalización sigue siendo solo eso, una palabra difícil de pronunciar. Hay que traer a Perón. –Esa es una tarea que deberán encarar ustedes. Yo creo que sería un bien para toda la Nación. A esta altura no puede haber ciudadanos que deban dejar el país como lo hicieron San Martín, Rosas y ahora Perón. Debe haber igualdad de oportunidades siempre. La juventud tiene fuerza, Minino, pero no olvidés que ser joven es sólo una etapa en la vida de una persona. Ser idealista es bueno. ¿Quién no lo es en la juventud? Hacer política es otra cosa, debés ser inteligente para saber hasta dónde podés llegar. Aprender a respetar las ideas de los demás. Saber acordar, consensuar, disentir, discutir a fondo tus principios. Por sobre todas las cosas, debés aprender a escuchar. Yo he comprendido que, a la larga, todos tienen razones valederas para ser escuchadas. La 119


ideología es solo un paso, algo etéreo y que nos ilumina la moral; nos orienta en nuestros principios, si realmente querés ejecutar y ser exitoso, tratá de ser un buen político. –Iremos en su medida y armoniosamente. –¿Cómo dijiste? –En su medida y armoniosamente, como decía el General. –¡Otra vez! Este muchacho tiene ideas fijas. Tomé mi libro, “La Comunidad Organizada”, lo guardé y me despedí de él con un fuerte abrazo. Rubén guarda la libreta y se pregunta: ¿Ahora qué? La situación está cada vez más complicada, la represión es brutal y no se habla de liberar gente, ni siquiera de aquellos que figuran como presos del Poder Ejecutivo… su amigo sigue siendo un desaparecido para el sistema. ¡Hasta cuándo? Solo Dios lo sabe.

Capítulo 22 La Junta Militar habla de guerra, la guerra es un estado de locura colectiva. Dicen que hay que aniquilar la subversión. A nosotros nos rotulan como “subversivos”. Aniquilar es reducir a la nada, exterminar, arruinar enteramente, ahora una palabra aplicada a los ciudadanos que vivimos en una tierra común; país, estado, nación, patria. Hoy me van a aniquilar. Es humano el miedo que tengo. Esta noche vendrán, lo presiento. He compartido tanto mi vida con el silencio estos últimos tiempos, que percibo cuando habla y le temo, porque dice verdades. Verdades que no quiero escuchar. En una esquina de la celda quedan mis pertenencias; vasos de papel, trozos de pan devenidos en piezas de ajedrez, cartones, papeles. Mi Apuntes de la Prisión 6 se los dejo a Graciela. Ella me obsequia una mariposa de papel que ha fabricado y me alienta con sus palabras: 120


–Según una vieja leyenda, trasmitida de generación en generación y nacida en el corazón de los pueblos originarios de América Latina, la mariposa, que vaga en libertad, es el espíritu de los guerreros que pelearon contra el coloniaje español. Conservala, ella nos representa a todos los que estamos detenidos. Tenés que dejar volar el espíritu, es lo único libre aquí. Tu vida física es esclava de las circunstancias, despojos de una realidad. No debés renunciar a tu derecho a volar, no podés dejar de ser Papillón. Se sienten los ruidos sordos de las botas apuradas; las voces alteradas de quienes mandan y quienes obedecen. Se abre la puerta del pabellón, cuatro uniformados caminan por el pasillo, se paran cuando llegan a mi lugar. Abren la puerta, me colocan las esposas, no hace falta la capucha, tampoco esos recorridos y giros para desorientarme. Esta vuelta la situación es precisa, breve, concreta; vamos derecho a la sala de tortura, la maloliente, la de la máquina. Todo es rápido. La cabeza se resiste a convivir con la realidad. Tengo un mareo inconsciente que no permite ver con claridad. Todo es confuso, a saltos, borroso. Llegamos, la jauría está ansiosa, festejando. Miran mi entrada como si fuera el banquete que esperaban. Se ríen y putean, putean y gritan. Siguen festejando. Mataron al Pelado. Encontraron en el lugar de los hechos documentación que prueba mi relación con el Pelado. Él creía que yo podría sacarlo del país. Ese hallazgo pasó mi calificación a “irrecuperable”. La sentencia de muerte. Torturan a fondo, el olor nauseabundo ahora esta impregnándome. Mi cuerpo se sacude como una rana sobre el acero caliente. Terminan. Ya no me hacen firmar, no vale la pena. Cubren mis quemaduras con la camisa, me depositan junto a los otros y se van. Tengo una sed espantosa, beso el piso de baldosas que 121


refresca mis labios. Estoy tullido, arde todo. Mis testículos parecen reventar y doblo el cuerpo desgarrado. Hay dos cuerpos tirados en el piso. Se mueven, se quejan, han sido torturados. Uno de ellos intenta hablarme: –Nos tomaron de sorpresa, alguien nos botoneó –su voz es un balbuceo ronco, apenas mueve la cabeza hacia donde estoy. Tiene la boca reseca, los labios partidos, la cara machucada, llena de hematomas. Intenta incorporarse con dificultad. –Quedate acostado –le susurro– Es mejor que nos vean tirados. Si te sentás, van a seguir. –¿Sos primo del Pelado? –Sí, ¿y ustedes? –Somos compañeros de él –contesta con dificultad– queríamos hacer actos, denuncias a los medios –escupe sangre, recupera la respiración y se esfuerza para hablar: –El Pelado venía de Córdoba, huyendo. Quería encontrarse con vos. Venía con la Gallega y la bebé. Se alojaron en mi casa, estuvo unos días hasta que se enteró de que estabas detenido. La Gallega enfermó y la internaron junto con la beba. Él tenía documentos truchos, pero ella no. Se inscribieron en el hospital con los nombres verdaderos. Ese fue el error –tose y el sangrado por la nariz no lo deja seguir. Le levanto la cabeza y la apoya en mi pecho –continúa hablando con jadeos. -En mi casa nos juntamos ocho personas. La reunión estaba pactada para las once de la noche, pero recién a las dos de la mañana pudimos juntarnos –trata de incorporarse– Creo que los milicos siguieron un auto que tenían marcado. Ubicaron la casa, rodearon toda la manzana. Se apostaron en los techos vecinos, ingresaron por la terraza. Nos dimos cuenta por los perros, que empezaron a ladrar. Alguien gritó: -¡Lacana! Intentamos huir por la parte trasera, que da a un gallinero, pero era una trampa. Desde afuera ametrallaban a los que intentaban escapar. 122


No nos quedó otra que enfrentarlos –se desploma, desvanecido. Habla el otro compañero, tratando de tomarse del extremo de la mesa: –El grupo venía a cargo de un milico hijo de puta… Tuder, creo que se llamaba… sí, Tuder. –se esfuerza por hablar, los ojos vidriosos, color rojizos, desencajados– entró el hijo de puta, ingresó al pasillo y al dormitorio donde hacíamos el aguante, parapetados detrás de la cama. El Pelado le apuntó, pero no atinó a tirar, no sé lo que le pasó. El arma se le trabó o tuvo algún problema, porque el tiro no salió –hace fuerza para respirar y sigue con su relato confuso– Los uniformados que venían atrás le tiraron al Pelado a quemarropa y lo fusilaron de varios disparos. Al Tuder lo bajaron los compañeros antes de caer. Nosotros alcanzamos a salir pero nos engancharon cuando subíamos al tapial. –¿Tu compañero? –Está herido, le dieron en un costado. –Démoslo vuelta –con dificultad pongo la oreja en su corazón– Sí, todavía late. Sostenele la cabeza –le digo. Veo una botella de ginebra, me estiro para alcanzarla. –Levantale la camisa –derramo líquido sobre su herida, le mojo los labios, tomamos un sorbo. Se recuestan. Nuevamente silencio. Son figuras espectrales los contornos de los aparatos. Brilla el acero de la mesada con sus pinzas y cables; el tambor de lata lleno de líquido macilento, el potro de madera con sus esposas colgando. ¿Afuera? Afuera está el Mundial. ¿Argentina campeona? Es posible. Cuando abren las puertas, se escucha una radio que comenta la formación. Sí, parece que Menotti pondrá a Mario Kempes y Jacinto Luque en la línea de cuatro. 123


Entran nuevamente a la sala; a los recién apresados les colocan las esposas, amordazan la boca, los llevan. ¿Van al pabellón de la muerte? Si les vendan los ojos, por ahora, vivirán. Colocan una soga por mi cuello, tiene un nudo corredizo. Sigo ligado por los grilletes a la pata fija de la mesa. Se van. ¿Se terminó todo? –pienso. Es duro irse sin mirar atrás. Afuera se siente el Tac-Tac de los helicópteros. Amanece en el Pabellón. Graciela toma lista: -¡Carlos, Andrés, Luís, Miguel! -¡Presente! -¡Papillón! -…

Capítulo 23 La cancha mundialista, el estadio Malvinas Argentinas, está colmado de gente. Más de 35.000 personas se han dado cita para ver el partido entre las selecciones de Escocia y Holanda. El coliseo gigantesco recién inaugurado está en plenas funciones este 11 de junio de 1978. Hay un ferviente deseo de mostrar al mundo una imagen de orden y organización en el país. “El Mundial es la fiesta de todos”. Desde afuera se critica la situación del país. Dice la prensa francesa: “No se puede jugar un Mundial mientras a pocos metros de los estadios se tortura y mata gente”. Hay un clima subterráneo de silencio, terror e ignorancia. La dictadura insiste con su impresionante aparato publicitario: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Hay una fuerte interna en el seno de las Fuerzas Armadas acerca de quién conducirá las acciones. Triunfa la Marina. Massera está eufórico. Nombra a su segundo, el almirante Lacoste, como vicepresidente del EAM 78, quien se hace cargo cuando un comando mata al general Actis, presidente del organismo. 124


El Mundial se desarrolla entre el 1 y el 25 de junio de 1978. Su costo: 700 millones de dólares. Se establecen cinco sedes: Buenos Aires; Mar del Plata, Córdoba, Rosario y Mendoza. El equipo argentino está integrado por prestigiosas figuras, entre ellos, Fillol, Pasarela, Ardiles, Galván, Kempes, Luquez, Bertoni y Housseman. La Argentina clasifica ganándole a Francia (1-0), pierde con Italia (0-1), vence a Polonia (2– 0), iguala con Brasil (0-0). Hay celebraciones en la Plaza de Mayo. A metros, la OEA denuncia desapariciones. La prensa extranjera reivindica las tareas de las Madres de Plaza de Mayo, que sorprenden con sus humildes pañuelos. El mundo se entera. Rubén ingresa al estadio. El día está soleado, el clima es de alegría. La multitud quiere divertirse. Hacen comentarios jocosos acerca de algunos hinchas escoceses que han venido a alentar a su equipo con el rostro pintado y sus polleritas a cuadros, mostrando sus piernas velludas. Algunas damas de cabelleras rubias y elegantes vestidos llevan una bandera holandesa. Todo el clima es festivo, “el que no salta es naranja”. Rubén instala su silla en un sitio especial dentro de la platea cubierta, una ubicación excelente, con la visión panorámica del Estadio. Falta un minuto para que empiece el partido. Hay una conmoción en la parte alta techada. Un inusitado movimiento de gente; individuos corpulentos de traje y anteojos oscuros que avanzan formando una cortina humana. En el interior se distinguen gorras de viseras duras y escudos. Es una movilización de uniformes que ingresan a la parte superior. Para sorpresa de Rubén, tres oficiales quedan parados, en una posición augusta, mirando con solemnidad al resto de la muchedumbre, que hace un silencio sepulcral. 125


En el centro, flanqueado por un marino y un aeronáutico se encuentra el teniente general Jorge Rafael Videla. Es anunciado por los altoparlantes del estadio. La gente se para y aplaude. Rubén desde su silla solo atina a mirar hacia el centro de la cancha. Una lágrima de rabia y dolor empieza a correr por su rostro. Otras se le suman, mojan sus mejillas. No es percibido por la muchedumbre, que continúa parada aplaudiendo. En la cara de Rubén se reflejan otros rostros: Ariel, Pelado, Minino… Baja la vista y se suena la nariz, mientras seca sus ojos. En ese momento, los aplausos son ahogados por el pasaje de dos helicópteros con rumbo al Campo Espejo, hacia los desagües cloacales de la ciudad, en el desierto lavallino. La gente los mira. Se acallan los aplausos, las miradas se suman, cómplices, siguiendo el rumbo macabro. Es sólo unos segundos, ya que salen a la cancha los equipos. Todo vuelve a la normalidad ¡Vamos! ¡Volvamos al partido! ¡Uno de estos dos equipos puede ser rival de la Argentina en la final! ¡Disfrutemos del fútbol! ¡Deporte nacional por excelencia! El encuentro se juega y queda en los anales de la historia como uno de los mejores partidos del Mundial. El delantero escocés, Gemmil, convierte el mejor tanto del mundial, el holandés Ressenbrink hace el gol número mil, gana Escocia 3 a 2. Según José María Muñoz, el “Relator de América”, el fútbol “ha hecho el milagro del país”. Ya no queda gente en la cancha. Los cancheros empiezan a limpiar y recoger los residuos de una jornada de fiesta. La tarde cierra su función, tendiendo sus cortinados de tonos rojos y naranjas, últimos destellos de luz, retazos que muestra el sol, ocultándose detrás de la cordillera de los Andes. Nadie tiene en cuenta esa pequeña figura encorvada en su grupa sobre la silla de ruedas. Una cabeza que se inclina y lee con los ojos nublados por la humedad esos papeles arrugados que sostienen sus dedos deformados. 126


Apuntes de la Prisión 6: Ustedes, compañeros, murieron militando. Yo moriré ajusticiado, quizás un tiro por la espalda, un disparo en la cabeza, una inyección. ¡Qué muerte tan ignorada! Ni siquiera morir en la cruz, bajo la metralla, gritando… No. En silencio absoluto, en la oscuridad de la noche, sin despedidas, sin sol… Sin identidad… Lo único que tendré es el recuerdo en la mente de los que viven y quieran recordarme… Ustedes tienen luces, condecoraciones, rosas rojas que viven. Nosotros nos sumergimos. ¿Venís en mi rescate? ¿Me llevás en tu grupa? ¿Me revivirás entre los que luchan, los que claman, los gigantes de la historia? Esperá, dejame besar mi suelo bendito, sacudir mi tierra entre las manos. Un niño lee. ¿Rescatará en su lectura nuestra lucha? Quiero sobrevivir en él, perdurar y trascender en su inocencia. ¿Podré resucitar en el tercer día? Levantarás mi bandera o nos perderemos en el infinito. ¿Qué me decís? “Quédate tranquilo, amigo… allí donde llore un niño estaremos con los brazos abiertos consolando su dolor, llenando su estómago, disfrutando su sonrisa”. Sabías que ibas a morir joven… ¿Lo tenías asumido o era una travesura de juventud? Sé que no voy a ver concretada la revolución –dijiste seriamente. No siento odio… sí dolor. Hemos temido en el pasado, tememos en el presente y sentimos temor por el futuro que nos espera, pero también tenemos convicciones y certezas. Ahora comprendo qué es importante, qué nunca lo fue, qué ya no lo es, qué lo será siempre… Sólo existe el dolor de la sangre que se derrama sin sentido. 127


Epílogo ¡Es grande Buenos Aires! –piensa Fernando, recién llegado a la Capital Federal. La ha visitado varias veces y siempre lo asombra. Esos túneles sin techo que forman los edificios altos bordeando las amplias avenidas, gigantescos laberintos donde transitan miles de voluntades, personajes ignorados llenos de vida. Sale del hotel rumbo a la calle 25 de Mayo,pasan en una larga procesión las calles por la ventana del taxi. Carteles de propaganda, algunos ya viejos, como ese de Raúl Alfonsín con las manos tomadas en un gesto de unión. Vivimos en democracia, después de las locuras como el enfrentamiento con Chile, la Guerra de Las Malvinas, los últimos estertores de la dictadura militar. El presidente Alfonsín forma la Conadep, Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas. Está integrada por figuras destacadas de la cultura y el trabajo. Ellos informan: “Las violaciones masivas de derechos humanos fueron ejecutadas en forma sistemática obedeciendo un plan decidido en los niveles más altos del gobierno militar”. Saldo: 30.000 desaparecidos y muchos miles más detenidos y torturados. Se entrega el informe “NUNCA MÁS” el 20 de septiembre de 1984. Se inicia el juicio a las Juntas Militares, sus nueve integrantes reciben condenas. El argumento de la defensa es: “Se habría tratado de una guerra y los actos develados son circunstancias inevitables de esa guerra…”. Guerra desigual si se quiere: 30.000 desaparecidos, más de 200.000 prisioneros y exiliados en el campo popular; 520 muertos en el campo militar. Nunca en la historia argentina, salvo en las matanzas de los pueblos originarios, habían muerto tantas personas. Se genera como consecuencia del terrorismo de Estado un clima de rechazo a la actividad política y la discusión de ideas. El debate debe volver. Estamos en democracia. 128


La Comisión Internacional de las Naciones Unidas informa el dictamen correcto: “Se trató de un genocidio” La sentencia de condena de los miembros de las Juntas Militares, con fecha 9 de diciembre de 1985 informa entre sus alegatos: “Se estableció un modo criminal de lucha… se otorgó gran discrecionalidad para privar de la libertad a quienes aparecieran, según los informes de inteligencia, como vinculados a la subversión… se autoriza el interrogatorio bajo tormento y regímenes inhumanos de vida… cautiverio clandestinos… gran libertad para decidir el destino final de cada víctima, ya sea ingreso al sistema legal (PEN o Justicia), libertad o simplemente eliminación física…”. Punto Final en 1986 y Obediencia Debida en 1987. Estas leyes cerraron la posibilidad de enjuiciar a los responsables de las violaciones de derechos humanos y quedaron en libertad. Sellaron la impunidad los indultos de Carlos Menen. Nuevamente, las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo siguen protagonizando las mayores movilizaciones populares en las calles que recuerde la historia argentina reciente. “Nunca más”, dice ese pasacalle escrito con aerosol. “Juicio y castigo a los culpables” sostienen los reclamos adolescentes de la nueva agrupación que se está gestando, H.I.J.O.S. Fernando se dirige a una oficina pública del Ministerio de Justicia. Secretaría de Derechos Humanos. Es una repartición que intenta dar respuesta a los interrogantes planteados por familiares de víctimas del crimen de desaparición forzada de la dictadura militar. Esta dependencia ya ha atendido más de nueve mil casos. Aguarda con paciencia ser atendido. Llega su turno: –Mire, necesito que me informe sobre los trámites para obtener datos acerca de un ejecutado durante la dictadura militar (No tenemos consuelo). Según nos informaron, fue asesinado, junto a otras seis personas, en un campo de las afueras de la ciudad de 129


Mendoza (Vivimos en un estado de dolor infinito). No sabemos dónde están sus restos (Mi familia se ha aislado de la gente al punto tal que ni siquiera salen a buscar justicia y se culpan de lo pasado). –¿Usted es pariente de la persona? ¿Tiene antecedentes? ¿Sabe el lugar donde se produjo el hecho? –Sí, aquí traigo lo que he podido reunir (No volveremos nunca a ser los mismos, algo ha cambiado para siempre, sin retorno, sin ambigüedades, sin atenuantes, la tristeza de lo inevitable, lo irreversible). Saca del portafolio una carpeta de antecedentes, el señor que lo atiende observa con curiosidad sus esfuerzos para manejarse con los papeles y recibe la documentación (Es algo tan fuerte que para comprenderlo se debe haber experimentado, no alcanzan las explicaciones). –La persona a quien busco es mi padre (¿Quién imaginó esta situación?). En 1978 mis abuelos y mi madre fueron informados por el Comando Militar de que había muerto durante una fuga del penal, cuando iban a ser transportados a otra dependencia (La gente nos rechaza, se dice a sí misma “a mí no me tocó”, como si se tratara de una novela o una película). Nunca entregaron el cuerpo ni pudimos saber dónde está (Tengo la necesidad de cerrar el capítulo, elaborar el duelo para poder seguir viviendo y, más que eso, seguir creyendo). Quisiéramos saber si hay alguna pista, un indicio que nos oriente, rescatar el cuerpo. (Es muy difícil vivir con esta incertidumbre). Hemos perdido la paz, no tenemos el consuelo de ubicar dónde se encuentran sus restos, dónde depositar una flor, dónde orar por él. Tenemos la convicción de que no ha muerto, que vive entre nosotros. Queremos recuperar sus pertenencias, sobre todo, los escritos de mi papá. Él escribía en cautiverio. El señor que lo atiende se queda en silencio. Acomoda su anteojo y empieza a leer con detenimiento el expediente. Luego de unos minutos, levanta la vista y llama: 130


–¡Arturo! Fijate el expediente DM 7665… sí, los de Mendoza. Aguarde, por favor. Vuelve Arturo, habla con el encargado: –Mire, en el sobre no hay nada, pero hace un tiempo vino un señor a vernos, decía que era de la provincia de San Luís. ¿Lo recuerda? Hablaba con una tonada, arrastrando las palabras. Traía una libreta, creo que la dejamos en el Legajo del Centro de Detención que funcionaba en la Policía de Mendoza, ¿cómo se llamaba? –El D2. –¡Eso!… Déjeme ver (revisa el legajo). Sí, aquí está, tome. Le entrega una libreta azul, gris oscura por el efecto del tiempo, con un siete en su tapa. Fernando sale del viejo edificio. Tiene curiosidad por saber qué dice la libreta. La abre cuidadosamente. En el interior hay una mariposa de papel, gris, muy oscura, que mueve las alas cuando la toman. Despide pigmentos coloreados grises. Se esparcen como polvo en el aire. La mariposa queda mustia, la sopla con delicadeza. Cae al piso. Lee el impreso en una pata: “Mariposa NN”.

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ELDAS DEL D2

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