El Chiquillo

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EL CHIQUILLO Pese a sus escasos siete años dedujo por lo que veía y oía que sus padres se iban a separar, y acusó el golpe de tan ingrata noticia. Era hijo único, iba al colegio, y aunque se desenvolvía con soltura tanto con los demás niños y niñas como con los profesores, a él sólo le atraían su casa, sus padres, y un “amigo íntimo” que era... su abuelo Ginés. Con él hablaba, reía, jugaba, le contaba sus problemas y se dormía en sus brazos cuando estaba cansado. Este abuelo vivía asimismo en Madrid con la abuela Adela en un piso cercano, y ambos eran padres de su padre. Los otros, los padres de la madre, tenían la vivienda más lejos y por eso los veía menos. El niño se llamaba Javier, pero él decía que se llamaba Javi porque por el diminutivo lo conocían todos. Era nervioso, inquieto y juguetón. Tenía los ojos negros y el pelo del mismo color y ondulado. Siempre estaba dispuesto a hablar, a jugar, a entrar, salir y a no estarse quieto, pero la verdad es que cuando no iba al cole o cuando la madre lo traía del mismo pasaba mucho tiempo solo, pues ella, a más de su trabajo en una oficina, tenía que salir a hacer compras; y al padre lo veía poco. Esto naturalmente le molestaba y era motivo de que cogiera rabietas, o bien que dijera que quería tener un hermanito para poder jugar con él. Javi ya tenía noción de qué era eso de vivir los padres separados, tanto porque algunos niños se lo habían contado como porque lo estaban los de su amigo Carlos, el que vivía en el quinto piso de su misma casa, en el cual había una terraza grande en donde jugaban y en la que éste le decía que él vivía con su mamá, y que a su papá lo veía cuando lo llevaba a comer pizzas, al fútbol o a comprarle chuches. Pero cuando Carlitos contaba esto, él pensaba que no quería vivir solo con su madre ni que su padre estuviera en otra casa, aunque luego le comprara chucherías y lo llevara a muchos sitios. Por todo ello, cuando un día estaba en el parque con su abuelo Ginés, le dijo: - Abuelo, yo no quiero que mi papá se vaya, como el de mi amigo Carlos, el del quinto. - ¿Qué dices?, le contestó el abuelo con voz temblorosa y mirándolo fijamente. - Es que Carlos está siempre muy solo, y su mamá se enfada mucho cuando llega a casa. - Tú no estás solo. Todos estamos contigo. - Pero papá y mamá se pelean, dan muchas voces y luego mami llora. - Anda, anda, que tú me tienes a mí. Yo siempre estaré contigo, dijo el abuelo dando la vuelta y haciendo como que contemplaba la flor de un rosal. Pero el niño se le plantó delante, lo miró fijamente y le dijo: - ¿Por qué lloras, abuelo? Era verdad lo de la separación. José y Josefa tenían cada uno su abogado y el caso ya estaba en el juzgado. Inicialmente habían llegado a un acuerdo mediante el cual ella se quedaría con el niño en el piso y pagaría con su sueldo los gastos domésticos, en tanto que él viviría por su cuenta, si bien pagaría los del colegio. Más o menos esto es lo que Josefa dijo a sus padres cuando fue a comunicarles la noticia. - Hija mía, le dijo madre al oírla, los jóvenes sólo pensáis en vosotros. No sabéis o no queréis saber que también nosotros tuvimos los mismos o parecidos problemas, y con paciencia y discreción supimos solucionarlos dando tiempo al tiempo.


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El Chiquillo by Pepe Aranda - Issuu