El Chiquillo

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EL CHIQUILLO Pese a sus escasos siete años dedujo por lo que veía y oía que sus padres se iban a separar, y acusó el golpe de tan ingrata noticia. Era hijo único, iba al colegio, y aunque se desenvolvía con soltura tanto con los demás niños y niñas como con los profesores, a él sólo le atraían su casa, sus padres, y un “amigo íntimo” que era... su abuelo Ginés. Con él hablaba, reía, jugaba, le contaba sus problemas y se dormía en sus brazos cuando estaba cansado. Este abuelo vivía asimismo en Madrid con la abuela Adela en un piso cercano, y ambos eran padres de su padre. Los otros, los padres de la madre, tenían la vivienda más lejos y por eso los veía menos. El niño se llamaba Javier, pero él decía que se llamaba Javi porque por el diminutivo lo conocían todos. Era nervioso, inquieto y juguetón. Tenía los ojos negros y el pelo del mismo color y ondulado. Siempre estaba dispuesto a hablar, a jugar, a entrar, salir y a no estarse quieto, pero la verdad es que cuando no iba al cole o cuando la madre lo traía del mismo pasaba mucho tiempo solo, pues ella, a más de su trabajo en una oficina, tenía que salir a hacer compras; y al padre lo veía poco. Esto naturalmente le molestaba y era motivo de que cogiera rabietas, o bien que dijera que quería tener un hermanito para poder jugar con él. Javi ya tenía noción de qué era eso de vivir los padres separados, tanto porque algunos niños se lo habían contado como porque lo estaban los de su amigo Carlos, el que vivía en el quinto piso de su misma casa, en el cual había una terraza grande en donde jugaban y en la que éste le decía que él vivía con su mamá, y que a su papá lo veía cuando lo llevaba a comer pizzas, al fútbol o a comprarle chuches. Pero cuando Carlitos contaba esto, él pensaba que no quería vivir solo con su madre ni que su padre estuviera en otra casa, aunque luego le comprara chucherías y lo llevara a muchos sitios. Por todo ello, cuando un día estaba en el parque con su abuelo Ginés, le dijo: - Abuelo, yo no quiero que mi papá se vaya, como el de mi amigo Carlos, el del quinto. - ¿Qué dices?, le contestó el abuelo con voz temblorosa y mirándolo fijamente. - Es que Carlos está siempre muy solo, y su mamá se enfada mucho cuando llega a casa. - Tú no estás solo. Todos estamos contigo. - Pero papá y mamá se pelean, dan muchas voces y luego mami llora. - Anda, anda, que tú me tienes a mí. Yo siempre estaré contigo, dijo el abuelo dando la vuelta y haciendo como que contemplaba la flor de un rosal. Pero el niño se le plantó delante, lo miró fijamente y le dijo: - ¿Por qué lloras, abuelo? Era verdad lo de la separación. José y Josefa tenían cada uno su abogado y el caso ya estaba en el juzgado. Inicialmente habían llegado a un acuerdo mediante el cual ella se quedaría con el niño en el piso y pagaría con su sueldo los gastos domésticos, en tanto que él viviría por su cuenta, si bien pagaría los del colegio. Más o menos esto es lo que Josefa dijo a sus padres cuando fue a comunicarles la noticia. - Hija mía, le dijo madre al oírla, los jóvenes sólo pensáis en vosotros. No sabéis o no queréis saber que también nosotros tuvimos los mismos o parecidos problemas, y con paciencia y discreción supimos solucionarlos dando tiempo al tiempo.


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- No es eso madre, no es la cosa así. Ten en cuenta que para evitar que paséis malos ratos no os he dicho de la misa la mitad. La cosa no es tan sencilla como creéis. Ya os iréis enterando. - Pero hija -intervino el padre-, parece que hay algo en lo que no habéis pensado o no queréis pensar, que es en vuestro hijo. Porque, aunque a vosotros no os interese salvar vuestro matrimonio, bien merece la pena que lo hagáis por él. - Comprenderéis que es éste mi gran problema. Pero lo que os digo es que ni siquiera por mi hijo, que es lo más grande que tengo, soy capaz de aguantar un tipo de vida como el que estoy llevando. Bien está ya. - Bueno, -terminó el padre-, vivir separados por ahora si es que no hay otro remedio, pero procurar no echar más leña al fuego, ser prudentes y pensar que no estáis solos. Vuestro hijo es pequeño, pero listo y sensible, y no sabemos cómo va a reaccionar. Tal vez convenga seguir diciéndole que su padre está de viaje. - Mucho viaje es ya, mas esperemos que lo crea, dijo Josefa. - De todas formas Dios proveerá, sentenció la madre. Luego Javi le dijo a su amigo Carlos cuando jugaban en la terraza: - Creen que soy tonto. Mi padre ya no viene a casa y siempre dice mi madre que está de viaje, pero es mentira. - No se dice mentira, se dice no es verdad, dijo Carlitos. - Bueno, lo mismo da, pero sin mi papá me aburro mucho. - Lo mismo que yo, porque el mío me contaba historietas y chistes. - Y yo -afirmó Javi-, hacía los deberes con el mío y me enseñaba cuentas, y cuando las hacía bien por cada cuenta me daba un punto, Ahora me debía veinte puntos, y yo no sé quien me va a pagar los dos euros. - Pero los sábados, ¿te llevará a comer fuera y te comprará muchas cosas?, preguntó Carlos. - Yo no quiero comidas ni cosas, quiero a mi padre y a mi madre en mi casa, respondió Javi apretando los puños. - ¿Qué hacéis?, inquirió la madre de Carlos con voz cansina, tras subir las escaleras. - Jugamos, dijo Javi. - No. Sus papás se han separado y el padre se ha ido, lo mismo que el mío, aclaró el amigo - No vale decir los secretos, terminó el otro. - No discutáis -intervino la madre-, pero es verdad que lo que se dice en secreto hay que saber callarlo. De manera que… ¡chitón! Javi, con sus pocos años, a su manera llegó a la conclusión de que el mejor secreto es el silencio y que su problema tenía que solucionarlo él. Así es que, como tanto su madre como el abuelo le habían enseñado que lo difícil lo resuelve Dios y que a Dios se le pide rezando, decidió hacerlo para que su padre volviera, pero como sólo sabía Jesusito de mi vida, repitió la oración hasta que se quedó dormido. Por la mañana, al despertarlo la madre él se dio cuenta de que era más temprano que de costumbre. Luego, cuando ella lo llevó al cole en lugar del padre, se fue haciendo la idea de que la cosa se ponía cada vez peor, máxime cuando al marcharse lo dejó en lo que llamaban la guardería. Y es que en el colegio había unas dependencias en donde los niños quedaban cuando los dejaban en espera de las clases, y a la que volvían hasta que pasaban a recogerlos los familiares. E incluso en la misma podían comer lo que llevaban en los casos en que los pequeños no podían hacerlo en sus casas. Por todo lo cual la dicha guardería era un lugar odiado por ellos. Durante los primeros días Josefa llegaba al colegio apresurada y con el tiempo justo para recoger a su hijo, pero como tras la comida tenía que volver al trabajo y no siempre sus suegros


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podían ir a su casa por la tarde, pensó que lo mejor era seguir en su empresa la jornada continuada, con lo cual el niño comería en el colegio y lo recogería a las cuatro. Pero aunque lo peor para ella era decírselo, un día que creyó que era el momento apropiado, le habló así: - Javi. - ¿Qué quieres mami? - Como vas a cumplir siete años ya puedes comer en el cole igual que los niños mayores. - No. - Anda, no seas niño pequeño, que te voy a comprar el pantalón largo que te gustó, y también un balón de reglamento y un traje completo del Real Madrid. - No, quiero un perro. - ¿Un perro? Lo que faltaba. ¿Y a qué viene eso ahora? - No quiero estar solo. La respuesta dio que pensar a Josefa. Tanto, que cuando cierta tarde se presentó el abuelo Ginés con un perro sin haberle dicho ella nada sobre el deseo de su hijo, no pudo negarse, y el perro, ante el entusiasmo del niño, se quedó en la casa. - ¿Y cómo lo vamos a llamar?, preguntó el abuelo al nieto. - Bastián. - Pero bueno, ¿de dónde has sacado eso? En Sabiote siempre hemos llamado así a muchos de los que llevan el nombre de Sebastián. - También a mí me decís Javi y me llamo Javier. - Muy bien, pero que sepas que cuando vayamos a Sabiote los que se llaman Bastián se van a enfadar contigo. - Entonces le decimos Palomo. - ¿Acaso tu perro es un palomo? - Ya está, le diremos Tilín, sentenció el crío. - No me hace mucho tilín ese nombre, pero bien está. Ahora le vamos a dar de comer, y a ver si es posible que después se duerma, que viene muy cansado. Pero se durmieron los tres. El abuelo en un sillón, el niño sobre el sofá y el perro en la alfombra, a sus pies. Y en ese momento llegó Josefa con la cesta de la compra llena, y al ver la escena sonrió complacida y exclamó: - Ya lo dije, lo único que nos faltaba. Éramos pocos y... - Parió el abuelo, exclamó éste levantándose de su asiento. - Ahora no sé qué vamos a hacer con el animal por las mañanas; tendrá que quedarse solo, dijo ella. - Si, al cole de Javi no lo vamos a llevar -contestó el abuelo-, pero lo llevaré “al mío” y que la abuela, que sabe mucho, le enseñe lo que pueda. Y ahora de verdad, por las mañanas me lo llevaré a casa y lo traeré cuando volváis. A continuación se hizo un silencio largo que interrumpió Josefa para decir: - Abuelo. - Que. - No hemos hablado de eso. - No mujer, no. - Es que... como usted lo conoce, qué le voy a decir. Pero los matrimonios se forman para que las parejas estén unidas, y sin unión no hay manera de convivir. - No es que yo quiera justificar a mi hijo ni quitarte la razón a ti, pero ya sabes que por su trabajo tiene necesidad de viajar, así como de entrar y salir... - Si abuelo, viajar y salir, bastante. Pero de entrar, nada. - No exageres mujer, no exageres. - No exagero, padre. No entra porque hay otra u otras por medio.


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- ¿Tú lo sabes? - Meto la mano en el fuego y no me quemo. En ese momento abrió el niño los ojos, y al ver al perro a sus pies le dijo: - Tilín, despiértate, que no vas a dormir esta noche. Y añadió: - Abuelo, ¿cuándo vamos a llevar a Tilín a Sabiote? - Si mamá quiere, este verano, cuando te den las vacaciones. - Uf, ¡cuánto queda! - Antes no es posible, que hay que estudiar, pero si terminas bien descuida que vamos. Ahora me marcho, que la abuela está sola y es tarde. El sábado por la mañana, a eso de las doce y media, José llamó por el telefonillo, y al contestarle Josefa le dijo que bajara al niño. Ella le respondió que lo cortés no quitaba lo valiente y que subiera por él. Y así lo hizo, pero no se sentó; dio un beso a su hijo al llegar, esperó después y cuando estuvo arreglado lo cogió de la mano y se lo llevó sin decir adiós. Josefa entonces se echó sobre el sofá y lloró durante largo tiempo. Ya en la calle el chiquillo dijo a su padre: - A Tilín no le has dado un beso. - ¿Quién es Tilín? - Mi perro. - ¿Un perro en casa? No lo he visto. ¿De dónde lo has sacado? - Me lo trajo el abuelo el otro día. Así no estoy solo, y además lo quiero mucho y también él a mí. Pero tú no me quieres porque te has ido. - Tengo mucho trabajo, y también voy mucho al extranjero en avión y paso muchos días fuera. Pero de por ahí te traeré regalos, y cuando vuelva a España siempre estaré contigo. Ahora vamos a comer y después al zoo, que quiero que veas los monos. - No quiero monos, ni regalos ni nada, estoy enfadado. Pero Javi pasó el día con el padre, y en forma parecida lo hizo también otros sábados, hasta que cuando llegó el verano y la madre tomó las vacaciones quiso que pasaran unos días en la playa, pero el niño se plantó diciendo que el abuelo le prometió llevarlo a Sabiote y que tenía que ir allí como otras veces. Y es que en tres ocasiones anteriores había ido a Sabiote con sus padres y quería repetir, pues como los abuelos y sus hijos eran del pueblo, allí tenían casa, familia, amigos y un ciento de olivas. Por eso Josefa, cuando vio la actitud del crio, aprovechando que el mismo jugaba con Carlitos fue a la casa de los abuelos y les dijo: - Tengo un lío con el niño, pues le he dicho que vamos a ir a la playa y él dice que tiene que ser a Sabiote porque el abuelo se lo prometió. - Bueno, respondió el abuelo, yo le prometo a Javi cuanto a él le gusta, pero lo que debe hacerse es lo que tú creas conveniente. - La verdad es que yo también le dije que si aprobaba iríamos donde quisiera, y ahora el profe le ha dicho y me ha dicho que ha terminado muy bien. Aquí está el problema. - Pues, si te parece, pasáis unos días en la playa y el resto en Sabiote. - Playa, Sabiote, hipoteca... No da la bolsa para tanto. Además, el niño ya no se apea del burro. Y dijo el abuelo cabizbajo: - No se apea y no sabes tú por qué, aunque eres su madre. - Usted dirá. - Como en Sabiote siempre habéis estado los tres, y normalmente en buena armonía, él espera que sigáis allí en la misma forma. - ¡Dios mío!, no había caído en eso. - No sería malo que siguierais así, intervino la abuela con segundas.


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- No madre, no sería malo, dijo Josefa con reticencia, pero usted sabe que yo no he dado lugar a que esto salga como ha salido. - Vamos a lo que vamos, zanjó el abuelo. Si yo he dicho lo dicho es porque tengo mis motivos. Y si no, como decía uno del pueblo, “mañana se dirá”. Y en cuanto a lo del viaje, si a madre y a ti os parece, el día dos salimos los cuatro en la Pava de Madrid-Úbeda. Poco después el abuelo llamó por teléfono a Juan Antonio, su hijo segundo, y le hizo saber que lo necesitaba para algo urgente, por lo cual al día siguiente se presentó el hijo en la casa muy tranquilo, ya que más o menos sabía de lo que su padre le iba a hablar. Y así fue, pues mientras la madre terminaba unas cosas el padre le dijo un tanto alterado: - Ya sabes, hijo mío, que siempre vengo diciendo que a tu hermano José le gusta “to y el jamón”. O sea, que a él no le puede faltar lo mejor pa su cuerpo, pero cuando se tiene familia hay que pensar más en los demás y menos en uno mismo. Y eso es lo que no hace. Tu madre dice que tiene buen corazón, ¡toma!, ya sé yo que no mata ni roba, pero cuando uno se casa surgen unas obligaciones que hay que cumplir. - Padre, que yo no soy José, que soy Juan Antonio. - Si hijo si, ya lo sé, pero es que si se lo digo a él le tengo que dar ochenta guantás. Lo que yo quiero de ti es que lo veas, le hables y le preguntes qué se propone hacer. Porque Josefa es, como sabemos, una mujer hecha y derecha, y como persona y como madre está donde tiene que estar. Y que piense que tiene un hijo que es un ángel de Dios. Al chiquillo yo lo conozco como nadie porque me paso las horas muertas con él, y por eso sé que tiene lo mejor de cada uno de mis cuatro hijos. Pese a sus pocos años ya se le nota que es fino, sensible, listo y que tiene vergüenza; ¡y genio, coño!, dijo el abuelo levantando otra vez la voz. Que no creáis que es un pelanas que por su corta edad se traga lo que se le quiera decir. - Tranquilo padre, tranquilo. Todos conocemos a José. Es cierto lo que madre dice, y ya sabemos que es noble, trabajador y con un corazón así de grande. Pero de voluntad le falta mucho y también le sobra mucho de apetencia por la buena vida. En fin que sí, que lo veré y le hablaré en tu nombre, en el mío y... en el de su hijo. - Si te digo la verdad -arguyó el padre-, lo que temo es que haya alguna mujer por medio. - A esto contesto con tus mismas palabras: a tu hijo y hermano mío “le gusta to y el jamón”. Cuando antes del viaje el padre se llevó al niño, como hacía habitualmente cada sábado, Javi, entre otras cosas, le dijo que tenía que llevarlos a Sabiote en su coche, así como que las vacaciones las pasarían todos en la casa de los abuelos. Y a José esto le planteó un verdadero problema del que no sabía salir, sobre todo porque nunca había visto a su hijo tan insistente, pero a la vez tan razonable. - Anda papi, los abuelos, Tilín y yo detrás, y mami y tú delante. - Hijo mío, ya sabes que no puedo, tengo mucho trabajo. - Bueno, nos llevas, pasas el fin de semana y te vienes. Y luego haces lo mismo con los otros fines de semana. - Pero es que este sábado no puedo ir, me es imposible, así es que os vais vosotros en el autobús y ya iré yo cuando pueda. - Tú no quieres juntarte con mamá, y yo voy a estar allí solo porque mis amigos no querrán estar conmigo al ver que yo no tengo papá y ellos sí. - No puede ser, obedece y calla, dijo el padre terminante. - Es que no me comprendes ni me haces caso, y Tilín si me comprende y me hace caso. Pero él es un perro y no es mi papá, se lamentó el niño entre hipos y lágrimas. Y con las mismas lágrimas se abrazó Javi a su Tilín cuando llegó a casa, y abrazado le hizo partícipe de sus problemas mientras el perro le miraba con sus grandes ojos como si los comprendiera y quisiera resolvérselos.


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El viaje lo hicieron en la forma prevista, pero como Tilín no podía ir en el autobús, se lo llevaron antes unos paisanos que de lunes a viernes trabajaban en Madrid en la obra. Así es que, al llegar, encontraron al perro en el portal de la casa junto con la tía Ginesa y con un montón de parientes, vecinos y amigos que los esperaban con los brazos abiertos. Pero el niño aguantó poco tiempo los saludos y se marchó al parque con Tilín, en donde encontró otros niños a los que también conocía, y todos se alegraron de verlo y manifestaron interés en complacerlo. - Hola Javi. - Hola. - Has crecido. - Es que tengo seis años, pero pronto voy a cumplir siete. - ¿Hace mucho que no vienes a Sabiote? - Pues cuando tenía un año menos. - Ahora tienes un perro muy bonito. - Si, es Tilín, me lo regaló el abuelo Ginés. - Te convido a pipas, dijo otro niño. Vamos al kiosco de Rocio que mira donde está, y luego al de Felipe, en la plaza de la Santa Cruz. - Y yo, en la tienda del Luís el Carbonero, que está en la Puerta de la Villa, te compraré chuches y lo que quieras. - Tengo que volver a casa ya. Mi mamá me espera. - El año pasado no tenías hermanitos. ¿Ahora sí?, preguntó un tercero. - No, sólo tengo a Tilín. - Pero Tilín es un perro. Claro que contigo están tu papá y tu mamá, terminó el mismo. Mas Javi no contestó. Aprovechó que se le escapó el perro, se fue tras él, lo cogió y cuando llegaron a casa de los abuelos la madre estaba enfadada porque era tarde. Se habían ido ya los parientes y amigos y el abuelo veía Tele Úbeda. La abuela, que estaba en la cocina, puso la cena al niño, pero antes de sentarse a la mesa éste preguntó: - ¿Cuándo viene mi padre? La madre, que entraba en aquel momento, dijo entre dientes “ya empezamos”. Y en voz alta: - Ya sabes que está trabajando y que no puede venir. Pero insistió el pequeño: - Él siempre ha venido con nosotros, y además todos mis amigos de aquí viven con sus papás. Quiero llamarlo por teléfono. - No tenemos teléfono, tendríamos que ir a la cabina, pero ahora hay que acostarse. - Pues no me duermo, quiero que venga mi padre. Y el deseo de que llegara su padre se mantuvo en el niño como una obsesión esa noche y las siguientes. Pero como la obsesión degeneró en un estado de ansiedad acompañado de fiebres y vómitos, aquello preocupó seriamente a la madre y abuelos, por lo que decidieron llamar al médico. El doctor que llegó era un hombre bastante joven que, por ser época de vacaciones, sustituía a uno de los titulares. Josefa justificó el hecho de no haber llevado a su hijo a la consulta aduciendo que su excitación nerviosa podría aumentar al verse junto a otros enfermos. El niño, por su parte, estuvo bastante receptivo ante la presencia del médico. Éste le hizo algunas preguntas de trámite y aparentemente le prestó poca atención pues, tras examinarlo ligeramente, le dio unas palmaditas, le dijo unas frases cariñosas y se salió con Josefa del dormitorio. Solos ambos, hizo a la madre preguntas concretas y directas tendentes a conocer el aparente estado neurótico de su hijo. Y fue tan preciso que, en pocos minutos, supo mucho sobre la causa del estado del niño. Tras ello, dijo a Josefa algunas frases amables, le dejó una receta con medicación e instrucciones y quedó en volver a los tres días. Sin embargo, como al segundo día se presentó la


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madre en el consultorio aduciendo que el estado nervioso del niño y las fiebres habían aumentado, el doctor anticipó la visita. Y lo hizo acompañado por una estudiante sabioteña que cursaba el último año de carrera, y a la que, durante el trayecto que a pie hicieron desde el consultorio de la plaza de Alonso de Vandelvira hasta la casa de los abuelos de Javi, en el barrio de los Arenales, le explicaba: - La sicología infantil es terreno resbaladizo en la que hay que andar con pies de plomo, pero el problema de este niño es el de tantos otros cuyos padres viven separados, si bien en el presente caso se trata de un crío con una acusada hipersensibilidad y una gran atracción hacia todo lo que le rodea y ama. Él, de los suyos ha hecho una especie de mecano, y como al mismo le falta una pieza fundamental, su juego se le ha venido abajo. Por eso lucha y se aferra incluso al perro, si no para sustituir, si al menos para paliar la falta del padre; mas como en su fuero interno se da cuenta de que son cariños distintos, se revuelve ante la situación y entran en juego sus mecanismos de defensa. - ¿Y cuáles son estos mecanismos?, preguntó la estudiante. Realmente, al utilizar este término puede quedar la impresión de que el chiquillo está haciendo una maquinación impropia de su edad para lograr su objetivo. No. La cosa es más simple. El mecanismo consiste en valerse del medio que tiene a su alcance para lograr lo que quiere. O sea, no comer, no hablar, no salir. En una palabra, al obsesionarse con una idea la obsesión le crea la neurosis y la neurosis la fiebre. Así llegaron a la casa, y al llamar a la puerta abrió Josefa. - Buenos días doctor. - Doctor y... casi doctora. Ella es de este pueblo. - Ah, mucho gusto. Pero pasen por aquí. Y antes de subir al dormitorio entraron en el cuarto de estar en donde les dijo: - Anoche el niño volvió a tener fiebre y, como la noche anterior, no dejó de preguntar por su padre e incluso de llamarlo continuamente. Hoy, además, sigue insistiendo sobre los abuelos y sobre mí pidiéndonos que llamemos por teléfono a José a fin de que venga. Preguntó el médico: - Además de la fiebre y del estado de ansiedad, ¿usted observa en su hijo decaimiento, dolor, diarrea o algún síntoma anormal? - No doctor, únicamente lo que le he dicho. A mí lo que más me preocupa es la fiebre, así como el hecho de que un niño, normalmente activo, se pase el día en la cama. En aquel momento entró el abuelo inquieto, nervioso, y, sin apenas saludar, dijo: - Que sí, que viene, pero que si no voy yo por él y lo... - Bien, interrumpió el médico, ahora subamos a ver a Javier. Con la madre pasaron al dormitorio, y el médico adelantándose dijo: - Hola Javi, hoy te encuentro mejor. ¿A que no te duele nada? - No, contestó el niño escuetamente. - Pues tendrás que levantarte y salir a la calle a jugar con tus amigos. - No. - Entonces es que quieres estudiar en casa. - Estoy de vacaciones. - Pues yo no te receto nada, porque estás bien. Pero Javi dio media vuelta en la cama y dejó de hablar, con lo cual se dio por finalizada la visita médica. Dos días después el padre llegó, aparcó el coche en la puerta, subió directamente al dormitorio, y sin decir apenas nada a Josefa dio un beso a su hijo, y éste, que en ese momento tenía un acusado proceso febril, se colocó en la cama boca abajo y empezó a llorar pausadamente; en tanto que el padre se fue hacia el balcón y limpió con el pañuelo sus lágrimas. Luego se dirigió a


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Josefa y ella le habló quedamente, pero al subir la abuela continuaron la conversación en el dormitorio contiguo. Poco más tarde Javi llamó a su padre y le habló con normalidad sobre su estancia en Sabiote y de sus amigos, así como preguntándole por el coche y por el viaje. Pero ni aquella noche ni las siguientes se quedó José a dormir en casa de sus padres. Se fue a la de su tía Ginesa, que era hermana del padre, viuda, sin hijos y con la cual tenía una gran intimidad, ya que medio lo había criado. Fue sin duda en base a esta confianza por lo que ella, a los tres días de la llegada, le habló con claridad diciéndole: - Tu eres un pendón y la que te llama por el telefonillo ese una pendona. Si te guardaras más yo no tendría por qué enterarme de lo que no quiero oír, pero lo haces a ojos vistas y una no es tonta. Porque, ¿qué te da a ti esa que no te dé Josefa? ¿Es que no ves cómo está tu hijo? - Anda, anda, que tú no sabes lo que es canela, le contestó José. Además, si tanto oyes sabrás también que en la última conversación que tuvimos se oían las voces en Torremocha, dijo él marchándose. Javi a los dos días estaba como si tal cosa. Y es que la presencia del padre, el continuo contacto con sus amigos, su perro y la proximidad de la feria dieron ocasión a que “su mundo” se normalizara. Un día tía Ginesa lo llevó a la ermita del Santo, y él, al verla rezar tanto, le preguntó la razón. Ella le contestó que San Ginés era muy bueno, y que normalmente otorgaba lo que se le pedía con fervor El padre, por su parte, como hacía siempre que pasaba unos días en Sabiote, visitaba parientes y amigos, salía con unos y con otros y recorría calles, plazas y bares, tales como El Tenis, El Bar, La Coneja, La Chispa... Pero, aunque seguía durmiendo en casa de la tía Ginesa, solía comer en la de los padres y hablaba normalmente con ellos y con Josefa. Por las tardes, era frecuente verlo conversar con un cura sudamericano del que se había hecho amigo y que sustituía al párroco, que estaba de vacaciones. Cuando llegó el día de la Virgen, como bajaban al patrón San Ginés de la Jara desde la ermita a la iglesia parroquial para hacerle la novena, la madre, la abuela y tía Ginesa llevaron al pequeño para que viera la procesión, y cuando la misma salía del Santo, al comenzar a tocar la música y los fieles a cantar, la tía se dio cuenta de que Javi movía los labios, mas, al preguntarle si es que cantaba, contestó que no, que rezaba Jesusito de mi vida. Luego, al ponerse en marcha el trono vieron que el abuelo estaba en la otra fila, pero lo llamaron y se mudó a la de ellos. Y más adelante, cuando los fieles giraron a la izquierda para tomar la carretera camino de la parroquia (porque la calle de San Ginés estaba en obras), José, que estaba en la acera de enfrente delante de la tienda de Moro, se unió a los suyos tras dar un beso al niño, y como aquí se hizo una parada, Josefa quiso llevar a Javi a casa porque lo vio cansado, pero José dijo que lo llevaran los abuelos y la tía. Y así lo hicieron éstos, por lo cual, cuando la procesión continuó el recorrido y vieron que José cogió del brazo a Josefa y muy unidos siguieron lentamente la marcha de la misma, sonrieron complacidos los viejos y el chiquillo.


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