EL JUICIO DE LA CONEJA

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EL JUICIO DE LA CONEJA Entre el vecino y la vecina las relaciones andaban muy mal. Hace tiempo de esto, y ambos vivían en dos casas pequeñas y contiguas del Arrabal bajo, cuyos corrales tenían fácil comunicación ya que los separaba un bardal que estaba medio hundido. Pero como quien escribió sobre tales hechos es porque los presenció, veamos como relata el desarrollo de los mismos: - Como la coneja es mía y está en mi corral, tú no tienes por qué venir a pegarle una patá en la panza, y más sabiendo que está preñá, dijo la mujer. - Oye tú, que yo ni sabía que la coneja es tuya ni que esté preñá, y que si he entrao a tu corral es porque ella se pasó del mío. Y pa que te enteres, que si me hubiera estorbao la mato y aquí no hay pasao na. - ¿Qué la matas? Si tienes pantalones mata la coneja, anda, mátala, que entonces me vas a soñar mientras vivas. Además, que sepas que ahora mismo te voy a denunciar. - Tú lo que tienes es mucha labia, como toas las mujeres; pero lo que sí te digo es que si la coneja se vuelve a meter en mi corral, quien te va denunciar en el juzgao soy yo, y ya verás como te va a costar los dineros, manifestó el vecino en tanto se marchaba. Bueno, pues resulta que luego la coneja parió diez conejillos, y como seguía metiéndose en el corral del vecino, éste la acechó, y ahí se perdió tanto la pista de la madre como la de todos sus hijos. Sin embargo, al día siguiente el tal vecino apareció con la cabeza vendada, y aunque no dio explicaciones de la causa, a juzgar por indicios racionales y por ciertas informaciones confidenciales, parece ser que, tras desaparecer el animal y lo que había parido, a la hora de comer se produjo en la casa de aquél un penetrante olor a arroz con caldo, y que aquella misma noche, cuando el mismo llegó a su casa, “caliente” como siempre, se oyó un golpe seco seguido de ciertas lamentaciones e improperios. Lo demás son todo conjeturas y cábalas. Pero es lo cierto que, pocos días después, tanto a los dos inculpados como a los correspondientes testigos llevó el alguacil oficios y citaciones, señal inequívoca de que el asunto pasó a manos de la justicia sabioteña. Y así fue, pues como a continuación se convocó el juicio, al celebrarse el mismo la sala estaba repleta de público; y es que, el que luego se conoció por juicio de la coneja, se había hecho famoso en Sabiote y sus contornos. Una vez abierto el acto, y ante la expectación de los asistentes, empezó preguntando el juez al vecino: - Vamos ver, ¿usted ha robado la coneja? - No señor, contestó el mismo. - Pero es cierto que el día en que le dieron el palo, o lo que fuera, comió arroz con caldo. - Sí -contestó-, pero viudo. - Entonces, ¿no ha matado usted la coneja? - No señor, no la maté. A continuación el juez preguntó a la vecina: - Esa cicatriz que este hombre tiene en la cabeza, ¿es consecuencia del palo que él ha denunciado que usted le dio? - Si y no, respondió aquélla. - Pues lo que al mismo se le ve no es de haberle dado un coscorrón, manifestó el juez. - Puede ser también de haberse peleao con su suegra, porque siempre están que te tiro que te mato. - Tu boca, arguyó el aludido mientras el público reía. - ¡Silencio!, dijo el juez con voz airada, a la vez que preguntó concretamente al hombre: ¿quién tiene la coneja? - La tiene esta mujer, y además la tiene aquí. - ¿Qué yo tengo la coneja? So embustero, mariconazo. - Si señor juez, en el cenacho ese que esta mujer ha traído tiene la madre y los hijos, dijo el hombre con contundencia.


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