EL TÍO REFRANES

Page 1

EL TÍO REFRANES Los suyos lo llamaban Paco, pero en el pueblo era conocido por el tío Refranes por la sencilla razón de que no decía diez palabras seguidas sin meter un refrán. Y como en los corrillos de la Puerta de la Villa, en el parlamento de la Casa Grande o en los carasoles de la muralla era, además, un buen conversador, todos lo oían con interés. Que siempre fueran sus refranes los más apropiados o que los dijera en el momento oportuno, eso hay que ponerlo en duda, pero, si se lo preguntáis a él, os dirá que “palabras de buen comedimiento no obligan y dan contento”. Cuando en Sabiote se empezaron a cobrar las pagas de la Seguridad Social, que entonces eran de cuatrocientas pesetas al mes, Paco Refranes se fue a Úbeda en la alsina a gestionar la suya, y al hacerle en la oficina la ficha, dijo que se llamaba Francisco Sánchez de la Cruz, que había nacido en Sabiote el 11 de abril de 1888, que era soltero y del campo, así como que habían muerto sus padres y que no tenía hijos. Al preguntarle la razón de solicitar la paga, contestó que “la ocasión la pintan calva”; al decirle que si la necesitaba, respondió que “los duelos con pan son menos”, y al interesarse por su estado civil y la razón de permanecer soltero, dijo que “el buey suelto bien se lame”. Al volver al pueblo algunos le anticiparon la enhorabuena, pero él decía que “hasta la era to es yerba”; y a quien le insinuaba que si hubiera esperando y cotizando más podría ser luego la paga mayor, respondía que “sabe más el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”; y si le decían que con la paga las mujeres lo iban a mirar con mejores ojos, él les soltaba “tanto tienes tanto vales”. Al llegar finalmente la paga (que por cierto se cobraba entonces en correos porque el pueblo no tenía cajas ni bancos), tío Refranes volvía por el arrabal alto todo contento con los billetes en la mano y diciendo a grandes voces: “cuatro billetes como cuatro pellejuelos. Pa que luego digan que el gobierno es malo” Y las vecinas, que lo veían satisfecho, lo miraban complacidas y se alegraban de su suerte. Cuando pasó por la puerta de Juana la de la Ventilla, ésta dio así después su versión de los hechos: -Yo estaba en la cocina aviando de comer y me dice mi nena: -Mama. -Digo qué -¿Te has enterao? -Digo, ¿de qué? -Cucha, ¿no lo sabes?. Que al tío Refranes le ha venío hoy la paga y tiene la casa llenetica de gente. Y yo le dije a mi nena: -¿Sabes lo que te digo? Pues a ver hija mía, que si le preguntas a él te dirá que “al que cierne y amasa de to le pasa”, y es verdad, porque cuando se ponía en la Puerta de la Villa pa que le avisaran a trabajar nadie le decía “malos ojos tienes”, pero ahora, con ochenta duros cada mes que pase, es más que si tuviera ochenta olivas y cuerda y media de tierra. Y eso llueva o no llueva. Un rato después llegó una vecina y dijo: -Bendito, no lo vais a creer. ¿Sabéis lo que ha dicho Refranes tan pronto tuvo los duros en el bolsillo? Pues que lo primero que va a hacer es comprar un marrano, porque en su casa no se ha matao desde que vivía su abuelo.


2

A lo que Juana contestó: -Pues mira, lo bien hecho bien hecho está. Antes no podía, pues a jorobarse toca. Ahora puede, pues con su pan se lo coma. En esto se presentó Paco Refranes: -Buenos días. -Buenos días. -De seguro que estáis hablando de mí. -De tí hablamos, contestó la Juana, aunque tú con los pobres no te querrás tratar. -Mujer, siempre hubo pobres y ricos. Y aunque también siempre se ha dicho que “cada oveja con su pareja”, por mí no retiraros, que “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. -Es que ochenta duros son muchos dineros, dijo otra. -Pues ya ves, cuatrocientas pesetas, que son ochenta duros y mil seiscientos reales, terció un viejo del grupo. -Pero un mes y otro mes... -Tos los meses, dijo Refranes. Y no te digo más porque “al buen entendedor con pocas palabras bastan”. -Pero a ver, que te habrás tenío que menear, porque los dineros no llegan solos, le dijo de nuevo Juana. -“Zorro que duerme no caza”. -Ahora ya puedes decir que eres rico. -“Rico es quien no debe y vive como quiere”. -Pero eso sí, que estás más solo que la una. Si te hubieras casao... -Si me caso, una de dos: “rico con rica” o “borrico con borrica”. -Entiéndeme hombre, lo que yo quiero decirte es que en tu casa nunca ha entrao una peseta detrás de otra, y ahora pase lo que pase tienes la paga dentro sin echar el pie a la calle. “Rica es la casa en la que sólo uno gasta”. Intervino Ana la del Moral y hablaron de esta suerte: -Ahora lo que tienes que hacer es buscar una, casarte y quitarte de en medio, que falta te hace. -“Agua que no has de beber déjala correr”. -Y nosotras lo que te decimos es que pares el agua y la bebas, así como que poco a poco vayas madurando tu felicidad. -“Con un tentón y otro tentón se va madurando el higo”. -Pues hazlo, que aunque sea con trabajo a lo mejor lo consigues. -“Al que algo quiere algo le cuesta”. -Que se note hombre, que en este pueblo tienes mujeres buenas y hacendosas, pero hay que saber donde están y sacarlas. -“Zorras en zorrera el humo las echa fuera”. -Hijo, que va a parecer... -No te pongas en eso, mujer, que lo que yo quiero decir es que “de los muchenta pa arriba, no te mojes la barriga”. -Pero tú estás de buen ver, y ahora hasta con dineros. -Que bueno, que tú y las demás lo que queréis es que me case. Pero dice el dicho que “dos gorriones en una espiga hacen mala miga”. Y otro que “con marrano y mujer más vale acertar que escoger”. Y por último, que “entre el amor y el dinero lo segundo es lo primero”. Pero lo que yo digo es que ahora que tengo posibles lo que quiero es disfrutarlos. Y me callo, porque luego dicen que en Sabiote to se sabe. A Paco Refranes se le metió entre ceja y ceja lo de matar el marrano, y la verdad es que puso en práctica la idea antes incluso de cambiar el primer billete de su paga, pues llegó a un acuerdo con un amigo torreño que criaba una buena piara de cerdos en lo alto del Barrero, e


3

hizo el trato; y por veintiséis duros se trajo uno de cinco arrobas escasas, pero como durante el mes largo que tuvo el animal en su casa nunca lo echó a la vez, sino que lo que hizo fue encerrarlo en la zahurda de su corral y cebarlo bien, cuando llegó su San Martín el animal estaba gordo, por lo cual llamó a los mataores y preparó la casa y los avíos. La vivienda era pequeña, pero tenía lo preciso para hacer en ella la matanza, o sea, un portal con su agujero en el techo para pasar la soga, poner el camal y colgar el marrano ya abierto, así como una mesa en donde sería sacrificado y una artesa para pelarlo. Más adentro estaba la cocina, que era una hermosa estancia con chimenea de ruedo bajo en el que cabía bien la caldera para hacer las morcillas, así como espacio más que suficiente para embutirlas con el arte, poner la máquina de picar la carne y colocar a la vista el “testamento”, es decir, las especias necesarias para la matanza Tampoco Paco tuvo que llamar a matanceras que cobraban, ya que se apañó con su hermana Braulia y con la hija de ésta, Loles, ojito derecho de su tío y mociqueja de unos dieciocho años, de mediana estatura, morena, hermosota y alegre como un cascabel. Pero lo que le ocurría a la Loles por aquellos días es que tenía mal de amores; mas, eso sí, en lugar de ponerse lánguida y ñoña como les pasaba a otras, se le subía el nervio, como decía su madre, y entonces hablaba más de la cuenta, trabajaba como ninguna y, eso sí, siempre estaba bien dispuesta a lo que le mandaran si es que no era ella la que mandaba a las demás. Su problema era que estaba novia desde hacía algún tiempo con Carlos, a quien llamaban Carlillos, y que de éste se decía últimamente que se estaba entendiendo con una navera que conoció en la espiga y que le había sorbido el seso. Así las cosas, como Refranes quería mucho a la sobrina, dijo que “los primeros amores si no se logran dejan siempre recuerdo en la memoria”, razón por la cual llegó a la conclusión de que lo mejor era arreglar aquello en la primera ocasión que se le presentara. Los mataores llegaron una fría mañana de diciembre, y tras sacrificar el cerdo sobre la mesa, pelarlo en la artesa y colgarlo utilizando el camal, lo dejaron así para que se enfriara en tanto volvieran al día siguiente a trocearlo. Mientras, para hacer las morcillas las mujeres prepararon la sangre y las entrañas, y al otro día pusieron la caldera con agua y los apaños en el fuego de la chimenea, le echaron la cebolla que habían picado y lo dejaron todo cocer para, posteriormente, ponerle lo preparado así como sal y arroz, moviéndolo todo con el paletón durante un tiempo a fin de embutirlas después con el arte. Además, hicieron también los llamados morcones, que eran una especie de morcillones grandes que se embuten a mano en tripas gordas del mismo cerdo. Paco pensó y dijo a las mujeres que, como es costumbre, en el tercero y último día de la matanza (y una vez que se embutieran las butifarras, morcillas blancas y chorizo, a la vez que preparaban para ser salados los jamones y las espaldillas), hicieran la pajarilla a fin de invitar a cenar a unos amigos. Respecto a los amores de la sobrina, tanto por amor propio como por curiosidad, el tío fue tirando de la hebra y llegó a saber que la otra tenía más años que Carlillos, que se conocieron en un cortijo al otro lado del río con ocasión de un botifuera, y que desde entonces el muchacho estaba loco por sus andares. Pero, investigando y hablando con éste y con aquél, se enteró también de que ella no era trigo limpio, ya que andaba con unos y con otros y, como le dijo un amigo que labraba por aquellos contornos, estaba más tentá que el ramal de una botija. Así es que le dio vueltas a la cabeza para buscar una solución, en cuanto al muchacho le tenía aprecio puesto que, al ser amigo de sus padres, lo conocía desde pequeño. La cosa, sin embargo, vino sobre ruedas, pues como las mujeres habían encargado a Paco que se alargara a la tienda con la borrica para comprar la sal de los jamones y otros apaños para la pajarilla del día siguiente, él así lo hizo, para lo cual aparejó el animal, le puso las jamugas, echó una soga y pensó en traerse cuatro saquillos de sal, puesto que, aunque sobrara, necesitarían también alguna para el gasto de la casa.


4

Pero ocurrió que, ya de vuelta con el encargo, mira por donde aparece el Carlillos a lo lejos, por lo que Paco tuvo tiempo para tirar del lazo de la soga y que se cayera la carga al suelo. Y al pasar el muchacho y ver a Refranes con el apuro, acudió solícito a echarle una mano, aunque eso sí, más colorao que un tomate. Total, que rehacen la carga, pero como a un saco se le salía la sal, el ayudante se ofrece a acompañarlo a la casa, con lo cual ocurrió lo que tenía que ocurrir, o sea que la pareja se encuentra y él se volvió a poner colorao, aunque a ella le llegó también el mismo color hasta las orejas. Pero Paco, que iba detrás, le dice a la sobrina que prepare algo de matanza y vino, con lo que mientras tomaban aquello llegaron más vecinos y la cosa se animó. Y uno que era buen tocaor llevó su bandurria y los primeros que se pusieron a bailar fueron Loles y Carlillos. Mas algo debió ocurrir en la despedida de los que parecían reconciliados novios, ya que el tío observó que si bien él la miró al irse con ojos de entendimiento, la sobrina le dio la rabotá. Siguió de todas formas la fiesterilla, y como habían llegado a la casa más amigos y vecinos de los que Refranes esperaba, tuvo que pedir refuerzo de vino para los hombres y de risol para las mujeres; y al marrano le metieron un buen tute, ya que hicieron torreznos en cantidad, a más de carne en adobo y careta. Mientras, el dueño de la casa, sentado junto al ruedo de la lumbre, miraba complacido el trasiego de los que entraban y salían tras tomar algo con ellos y decirles algunos de sus refranes. -Bueno Paco, se nota la paga. Estos tiempos no son como otros que recordarás. -“Donde no hay harina to es mohina”. -Pero sabiendo desprenderse de una peseta como tú haces, no hay problema. -“Genio y figura hasta la sepultura”. -Da gusto tener amigos con pasta, dijo otro. -“De dinero y amistad, la mitad de la mitad”. -Pero lo que decimos: que tienes salero y gracia pa darle aire a los dineros. - “El ventero de la Torre, trabajando se quedó pobre”; y eso hay que evitarlo, dijo Paco. -Pues lo mismo te puedes quedar tú si sigues gastando así. -“El que come y deja, dos veces pone la mesa”. -Ea Paco, dijo otra, que como hay dineros tendremos que pedirte una ayudilla. -“No pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”. -Mucho sabes, amigo. -“Mas sabe el diablo por viejo que por diablo”. Más tarde, cuando la noche se echó encima y se fueron los que había, empezaron a llegar los invitados a la cena, que eran Juana y Blasa, las vecinas, con sus hombres Juan y Evaristo; don Ramón el practicante, y Luis Lucena, el pastor protestante, que era de Cazorla y venía para el culto de los domingos. Blasa dijo estar cansada por haber pasado el día trabajando. Y es que ella, que se ganaba unas pesetas como lavandera, lavaba lo propio y lo ajeno en las albercas del pueblo, principalmente en la Fuente de Apolo y Torremocha, pero también en el Minao y últimamente en los lavaderos públicos del Cañillo. La labor era dura, máxime cuando empezaba por la mañana y terminaba a la puesta del sol, hora en que, sobre todo cuando procedían de Torremocha, se veía venir por la carretera de arriba una larga fila de lavanderas vestidas de negro, cubiertas sus cabezas con un paño del mismo color y con un gran lío de ropa sobre las mismas. Juana manifestó que en su corral había una pila con la cual se apañaba, pero que para arrimar una peseta a su casa no tenía más remedio que trabajar en el espigao y en la aceituna. Los maridos de ellas, en espera de la cena, se habían apartado a un lado y se pasaban con regularidad la bota del vino. -¿No habláis?, les dijo Paco. -Ya hablan ellas, que son las que mandan y disponen, contestó uno. -“En la casa del pudiente la mujer sea tu pariente”.


5

-Pudientes nosotros; ¡si tenemos lo puesto! Que cosas dices hombre. - Conque lo puesto, ¿eh? “Una buena capa to lo tapa”. Pero a ver lo que dice el amigo Evaristo, que no abre la boca. -El mío no habla por no errar, intervino Juana. -“Guárdate de hombre que no habla y de perro que no ladra”, sentenció finalmente Refranes. Como era costumbre, lo que Braulia y su hija ofrecieron a los invitados era todo a base de carne, pues, como decía Paco, hasta el postre era carne de membrillo, pero el plato principal y más celebrado era sin duda la pajarilla, que estaba hecha con sabrosos trozos de las entrañas del cerdo y que se comía en la misma sartén en la que esta carne se freía, junto con tomates y guindillones secos, ajos, cebolla y muchos condimentos. Durante la cena se siguió hablando de todo lo divino y humano. De lo primero insinuó algo Lucena el pastor protestante, pero fue discreto ya que sabía que los presentes no profesaban su religión. Él estaba allí porque su padre y Refranes militaron juntos en la guerra de África y mantenían la amistad. Don Ramón llevaba más de treinta años ejerciendo en Sabiote de practicante, y como entonces no había comadrona, los que tenían de esos años para abajo habían pasado por sus manos. Por eso en el pueblo gozaba de gran predicamento, principalmente entre la juventud. Como antes de la cena Carlillos había tosido en la puerta de Paco con ánimo de que su sobrina saliera, al no lograrlo insistió después, si bien con el mismo resultado. Ante ello, don Ramón, que se estaba dando cuenta de todo y que conocía el problema, llamó aparte a la niña y le hizo ver que, ante el mal estado de la noche, bien podía salir y darle un poco de palique al muchacho, pero ella se mantuvo en sus trece. Pero Paco cortó por lo sano, pues metió a Carlillos en el portal y le dijo claramente que si venía con buen fin él trataría el tema con la sobrina para que hablaran al día siguiente y, si se ponían de acuerdo, que reanudaran las relaciones. A partir de ahí todo se desarrolló sobre ruedas. Paco se limitó a decir a su sobrina estos dos refranes cuyo significado ella comprendió: “Quien yerra y se enmienda a Dios se encomienda”, y “Riñas de enamoraos, amores doblaos”. También Lucena el pastor, que era buen amigo de Carlos, le habló muy en serio haciéndole ver que la muchacha no se merecía lo que le hizo, y que la única forma de llegar a un acuerdo, si es que seguía enamorado, era casarse cuanto antes. Carlillos no lo pensó dos veces. Al día siguiente se fue a la puerta de la casa de Loles, que vivía con su madre en la cuesta de Lodas, según se baja a mano izquierda, y a fuerza de toser logró que se asomara a la ventana, y allí, entre discusiones al principio y arrullos cariñosos después, llegaron a un arreglo que terminó con un beso fugaz a través de la reja. Al otro día el novio pidió a la novia que lo dejara entrar a ver a la madre, y aunque al principio ella se opuso, accedió al saber que el objeto de la visita no era otro que comunicarle, de parte de su padre, que el domingo siguiente al anochecer dos personas de peso irían a hacerle saber que se quería casar con su hija. Y así lo hizo y así ocurrió. En efecto, a la caída de la tarde del domingo se presentó Paco Refranes en casa de su hermana para acompañarla en el acto. A continuación se fue Loles a la de una amiga, ya que no era costumbre que en el mismo estuviera la novia. Poco después llegaron los dos hombres de peso, que eran don Ramón el practicante y Luis Lucena, el pastor evangélico. Los dos iban de parte de los padres del novio, y don Ramón, que era el que llevaba la voz cantante, tras iniciar una conversación sobre temas diversos en la que participaron todos, en un momento de la misma dijo: -Bueno, amiga Braulia y amigo Paco, aquí venimos a algo. -Ustedes dirán, dijo ella. -Pues que Carlos se quiere casar con tu hija, y que nosotros estamos aquí de parte de sus padres a hacértelo saber a ti y también a tu hermano, a falta de tu marido que en paz descanse.


6

Tenemos que deciros igualmente que Carlos el padre ha dicho que como cuando su hijo se case tiene que hacer frente a sus obligaciones para sacar la casa adelante, que sepáis que él le dará cincuenta olivas suyas y ciento cincuenta de las que labra, así como cuerda y media de tierra suya y cinco de las que labra. Que de lo suyo el muchacho no tiene que darle renta ni terrazgo, y que en lo que se refiere a la casa para vivir, que los novios vean la forma de arreglarse ya que ellos no disponen más que de la propia, que es en la que viven con sus hijos. Braulia dijo que ella podía darle a su hija como dote el dormitorio, la cocina y la ropa y ajuar de la casa. Que respecto a vivienda, la suya estaba a disposición de los novios, y que las pocas olivas y tierra que tenía podía labrarlas Carlos dándole lo que se conviniera para su apaño, puesto que ella no tenía otros posibles. Paco tomó la palabra para decir que él quería a la chiquilla como si fuera hija suya, y que al sobrarle con la paga para vivir, las treinta y cinco olivas que tenía en La Covatilla, así como la cuerda y cinco cuartillos de La Vega, eran para los novios sin que ellos tuvieran que darle terrazgo a cambio. También de parte de los padres dijo después don Ramón que se estableciera la fecha del sí, y que en ese mismo acto podía fijarse la de la boda. Al darse la visita finalizada, se levantó Paco diciendo: “amor, amor, no hay nada mejor ni nada peor”. Cuando llegó la noche del sí, la casa de Braulia había sido muy arreglada para la fiesta. El acto principal se iba a celebrar en la sala, pero, como eran muchos los invitados, prepararon también las dos habitaciones dormitorias y el patinillo. Al llegar el novio con sus padres, hermanos y abuela, la novia los esperaba sentada junto con su madre y familia cercana, pero cuando entraron se levantaron todos y, tras los saludos, el padre, que era hombre de buenas palabras, dijo a Braulia que tenía la satisfacción de pedir para su hijo la mano de Loles, así como que esperaba la conformidad de ella como madre. Cuando ésta la dio, se oyó un estruendo de voces juveniles que decían: ¡que diga la novia que sí¡, ¡que diga la novia que sí...! Y la novia, roja como una amapola, con voz que apenas se oía dijo sí. A continuación, una salva de aplausos y gritos dio principio a una fiesta que duró hasta la madrugada y que fue el preludio de la boda. Tío Refranes dijo al percibir el jolgorio: “ los amores entran riendo y salen llorando y gimiendo”. Días después, un domingo por la tarde en que Carlos y Loles tomaban un aperitivo en la puerta de “El Tenis”, pasó Lucena. Como cada domingo, éste había llegado para celebrar el culto con su pequeño grupo de feligreses, y, cuando se disponía a coger la bicicleta para volver, tuvo que aceptar tanto la invitación como una curiosa propuesta de su amigo. Y fue que sentados alrededor del velador y con la música de fondo de la gramola que tocaba una canción de Juanito Valderrama, Carlos, muy seriamente, propuso al pastor algo inaudito: quería que fuera él quien los casara, pero ... en la ermita de San Ginés. Luís Lucena lo miró sorprendido, mas captó pronto que lo que le decía el novio no era una adulación ni una simpleza; sencillamente era el buen deseo de un amigo que no pretendía por eso abjurar de su religión, ni naturalmente él se lo propuso. Luego, cuando el sacerdote bendijo la boda en dicha ermita (que por cierto estaba repleta de invitados), el pastor, al felicitar después a los contrayentes, les dijo unas palabras propias de su ministerio y las terminó con un “todos los caminos conducen al Señor”. Y al sellar los novios con un beso el final de la ceremonia, el tío Paco la cerró definitivamente con otro oportuno refrán: “el amor y la fritura con la boca se aseguran”.


7


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.