LA CORREGIDORA I Bajo el reinado de Alfonso XI, a quien llamaban el Justiciero, y cuando haría poco más de un siglo que el Sabiyut árabe fue reconquistado a los árabes por Fernando III el Santo, la vida pública de los municipios, administrada hasta entonces por el pueblo a través de los concejos, comenzó a ser sustituida por cabildos o ayuntamientos regidos por un corregidor de nombramiento real. Eran tiempos aquéllos de batallas continuas entre moros y cristianos. Los primeros llevaban seis siglos en tierras hispanas tras la invasión, y los segundos, tras ser invadidos, tardarían más de uno en lograr la victoria final. El ya Sabiote cristiano tenía por entonces una población numerosa y variada, pues aunque muchos de sus habitantes eran de raza árabe y también había mozárabes y judíos, los cristiano constituían el grupo más numeroso, pues a los pocos existentes bajo el dominio moro se iban sumando los procedentes del norte de la península, así como aventureros extranjeros y viejos soldados imposibilitados para la guerra que seguían a las tropas en busca de tierras que les permitiera subsistir. A ello contribuía la privilegiada situación del núcleo urbano sabioteño, con el castillo, murallas y torres que facilitaban su defensa, pero, sobre todo, la feracidad de sus campos. Un día de la mitad del siglo XIV, llegó con el nombramiento de corregidor quien decía llamarse don Nuño Pérez de Henestrosa y Ruiz de Apodaca, al que los pocos que lo conocían llamaban el Siniestro, no se sabe si por el hábil uso de su mano izquierda o por su reconocida perversidad. Se trataba de una persona enigmática y de pocas palabras de quien nadie sabía su procedencia y antecedentes familiares. Tras su llegada se instaló en una vieja casona del Albaicín, y con cuatro acompañantes fue a visitar en el castillo al comendador de la Orden de Calatrava. Esta Orden, que como otras de las que entonces existían era de carácter militar y religioso (por cuya razón se decía de sus miembros que eran mitad monjes mitad soldados), permanecía en Sabiote desde que en el año 1257 el rey Alfonso X el Sabio le entregó la villa en encomienda. Y sus huestes (los popularmente llamados calatravos), tenían asignada la defensa de la misma y la del castillo, así como la posesión y administración de los bienes comunales y el ejercicio de la jurisdicción civil y penal por parte de sus comendadores y maestres. Por ello, la creación del cargo de corregidor y la subsiguiente llegada de don Nuño, constituyó una limitación del poder de las órdenes militares, tanto en Sabiote como en otros pueblos y ciudades.
2 II Los habitantes, pese a la dureza de la vida a causa de la guerra y a la diferencia de origen, religión y condición social de los mismos, mantenían un lazo de unión que les hacía más llevadera la existencia. Una persona contribuía a ello de forma decisiva: mosén Rodericus, conocido en el pueblo como el cura Rodrigo, o sea, un aragonés que actuó como capellán de las mesnadas reales en su juventud y que con posterioridad fue prior de Sabiote. Era hombre de unos cincuenta años, alto, grueso, bonachón y dicharachero que se había ganado la simpatía de todos los vecinos, ya cristianos o no cristianos. Éste, desde que se hizo cargo de la iglesia (que fue antes mezquita árabe), permitió que en ella también practicaran su culto moros y judíos. Además, estaba también abierta la iglesia de Santa María, situada frente a la muralla sur y los tres torreones de la Tercia, única citada en el Fuero que para el gobierno de la villa promulgara con anterioridad el rey Fernando el Santo, así como una capilla sita en el Pelotero, frente al castillo, que los moros habían utilizado como granero y que él puso bajo la advocación de la Virgen del Cortijo en honor de la pequeña y milagrosa imagen aparecida en uno de los cortijos del poblado de Aben-Azar y que él llevó a la misma. Igualmente mantenía abierta la vieja ermita del Cerro, en la que desde tiempos de los visigodos se veneraba a San Ginés de la Jara. Aunque la guerra estaba entonces un tanto alejada, la situación interna controlada y el pueblo se mantenía en estado de alerta, los calatravos vigilaban el castillo, murallas y torreones; y las puertas de acceso a la villa se abrían con el alba y se cerraban al anochecer. Sin embargo, normalmente el grueso de la tropa y sus jefes hacían la guerra contra el moro en diversos y no alejados lugares, si bien para las guardias, sobre todo las del castillo, dejaban un reducido retén. No había pasado mucho tiempo cuando se extendió por el pueblo la mala fama del recién nombrado corregidor a causa de su vida libertina y disoluta. A su casa acudían forasteros de toda clase, principalmente hombres de baja condición y mujeres de mala vida. Se decía que en la misma se acumulaban bienes procedentes de robos y despojos hechos en pueblos, aldeas y cortijos ocupados a los moros, pero que por miedo nadie denunciaba nada. Un día mosén Rodrigo trajo al pueblo a su hermana y a su sobrina. Madre e hija vivían en el solar de sus ascendientes en tierras aragonesas, por lo cual decidieron acompañar al cura que asimismo carecía de compañía. La madre, Genoveva, era una mujer lozana, de buen ver, agradable y simpática que pronto se ganó el cariño, la confianza y la amistad de quien la conocía. Y lo mismo ocurrió con su hija Pilar, una chiquilla de unos quince o dieciséis años, espigada, de bellas facciones, ojos negros de alegre mirada y que cantaba como los propios ángeles. Don Rodrigo, que al igual que los restantes vecinos al llegar al pueblo recibió tierras para su cultivo, llevaba un mediano pasar. Labraba las mismas, y en parte de ellas hizo una huerta que regó con el agua que consiguió alumbrar en los manantiales de los laderos del Chiringote. Después, como la viuda aportó algún dinero procedente de una propiedad
3 familiar que vendió en su pueblo, pudieron obrar en la casa que el cura tenía en el Albaicín y hacer incluso una habitación dormitoria para las dos mujeres .Luego, en la misma forma que mejoró la suerte de ellos mejoró también la de sus vecinos y amigos, pues al abrir el cura las puertas de sus iglesias a todos, compartía con ellos las muchas penas y las pocas alegrías existentes. Su huerta, además, fue tomada como un modelo que muchos siguieron, por lo que hicieron una alberca para el riego que abastecían en principio con el agua del pozo del religioso y después con otros que se abrieron. Asimismo, la hermana y la sobrina constituyeron un lazo de unión con las restantes mujeres, y en las recolecciones organizaban cuadrillas para espigar o recoger aceituna, y en los botifueras, fiestas familiares y festividades religiosas, eran ellas quienes las animaban; y cuando el caso lo requería se manifestaban como afligidas dolientes en duelos y pesares.
III Un día, las tropas de la Orden volvieron a Sabiote tras haber conquistado la ciudad de Alcalá la Real. Era todo un ejército de hombres a caballo y a pie con lucidas vestimentas que llevaban en sus pechos la cruz de Calatrava. A media mañana entraron desfilando por la Puerta de la Villa, bajaron a la iglesia, se adentraron en el Albaicín y en la plaza del castillo hicieron unas demostraciones o alardes de su preparación que constituyeron las delicias de grandes y chicos. Los jóvenes admiraban la vistosidad de los caballos, bellamente enjaezados, así como la marcialidad de los caballeros y las voces de mando de sus jefes; y las mozas se fijaban en la apostura y bizarría de la tropa y, cómo no, en las miradas, sonrisas y requiebros que les dirigían en los momentos de descanso. Pilar, entre dos amigas de su edad, contemplaba atentamente el espectáculo y admiraba la bella estampa de la tropa formada, sobre todo la del portaestandarte, un joven caballero que, al frente de la misma y montado sobre brioso corcel, llevaba sobre sus hombros el pendón de Castilla. Después vio cómo, al toque de trompas y timbales, el grueso de la tropa se adentraba en el castillo una vez que hubo sido bajado el puente levadizo, en tanto que el resto se dedicó a montar tiendas de lona para acampar. Y cuándo sobre un caballo negro el corregidor rodeado de varios de los suyos se dirigió al castillo a presentar sus respetos al comendador, se produjo un impresionante silencio y a continuación todos se marcharon dejando la plaza vacía. Poco tiempo había transcurrido cuando el pregonero recorrió el pueblo de esquina en esquina, y en nombre del señor corregidor voceó que los vecinos quedaban obligados a alojar en sus casas a los soldados que les fueran asignados. Por ello, a la puesta del sol se presentó en la casa del cura Roger de Montaner, el portaestandarte y alférez de la tropa, quien procedía de una antigua y noble familia de cristianos viejos establecidos en Monzón desde tiempos del rey Jaime I.
4 Roger, que andaría por los veinte y pocos años, ya había servido en las huestes del rey de Aragón antes de pasar a las del de Castilla. Ello, y su procedencia aragonesa, común en las dos familias, contribuyó a que el gallardo mozo fuera recibido como un miembro más de la casa. A raíz de que los calatravos llegaran a la villa la vida local se animó con su presencia. Y así, tanto los relevos de la guardia y los paseos y desfiles de los caballeros, como las entradas y salidas por las puertas de las murallas, los cánticos, las voces de mando y los toques de trompas, atabales y cornetas, constituían un motivo de atracción para sabioteños y sabioteñas. También en el castillo todo cobró nueva vida. Micer Francisco de Sepúlveda, el comendador, así como los jefes principales, se aposentaron en él y allí realizaban sus cultos y reuniones con caballeros llegados de Úbeda, Baeza y de otras ciudades y castillos cercanos. Se aprovechó también la estancia para realizar obras en murallas, puertas y torreones. A la torre de la Barbacana se le reconstruyeron la escalera, algunas almenas y las murallas laterales. Y sobre la parte interior de las seis puertas de entrada a la villa, que eran las de Santa María, Granada, la Villa, San Bartolomé, los Santos y del Canal, el cura Rodrigo colocó pequeñas imágenes de la Virgen bajo diversas advocaciones. Como la prodigiosa voz de Pilar había traspasado los límites de la localidad, recibió clase de canto de uno de los calatravos, músico de prestigio, quien en una ocasión la llevó a Baeza acompañada de su madre y de su tío para que cantara en presencia del obispo y de altos dignatarios; y en otra, lo hizo en el castillo ante el comendador, el corregidor y nutrida concurrencia. Pero aquellos días que para ella y para todos fueron inolvidables, pasaron raudos, y pronto llegó la noticia de la marcha de la tropa a fin de reforzar el sitio de Gibraltar, en donde los moros llevaban varios meses defendiéndose sin que la ciudad pudiera ser reducida. Y una buena mañana otoñal salió en correcta formación por la puerta de Granada, quedando al mando del corregidor el reducido retén de soldados que guardarían la fortaleza y el recinto amurallado. Mas la noche antes, a la luz de la luna, Roger declaró su amor a Pilar, le juró tenerla siempre en su corazón y colocó sobre su pelo una bella amapola. Ella, conmovida, roja como la misma flor y con voz trémula, le dijo que lo quería como al hermano que nunca había tenido. Pero cuando se separó de él lloró desconsoladamente. Al día siguiente, en la pequeña tienda que el judío Leví tenía en la esquina de la calle del Cortijuelo, frente al castillo, comentaba con sigilo María la partera con otras vecinas los pasados acontecimientos: -Mientras las mesnadas de la orden de Calatrava han estado aquí todo ha sido distinto, pero ahora que se han ido volveremos a lo de siempre. -Si -arguyó otra vecina-, como el Siniestro tiene ya la misma libertad que antes, ahora seguirán los llantos y los suspiros. Lo siento por Jaliza, la viuda mora, así como por sus cuatro hijos. Los de la Orden les han devuelto las tierras que hace tiempo les dieron y que el corregidor les quitó después; pero ya veréis como éste volverá a dejarlos sin ellas y se morirán de hambre, como ha ocurrido y ocurrirá con otros muchos de su raza. -Hablar en la calle, advirtió Leví, que aquí las paredes oyen.
5 Ya en la calle continuaron hablando las mujeres e intervino de nuevo la partera diciendo: -La Pilar nunca debió entrar en el castillo a cantar. -Mujer, estaban el comendador y los de su Orden, gente religiosa y de principios. -Si, pero también estaba el Siniestro, y mientras los demás se han ido él y los suyos se han quedado. -Que Dios libre de todo mal a los cristianos y a los que no lo son. -Que así sea, finalizó María al tiempo que cada una se fue por su lado. IV Cuando los de la Orden de Calatrava se marcharon el corregidor se aposentó en el castillo, cosa que con anterioridad nunca había hecho. Y un buen día uno de sus esbirros se presentó en casa de don Rodrigo para comunicarle que su amo deseaba que dijera misa el domingo en el mismo y que en ella cantara su sobrina. Al cura al principio le gustó la propuesta, pues pensó que de esta forma don Nuño se acercaría así a la Iglesia y a la religión, y aunque su hermana Genoveva no pensaba de igual forma, dijo allí la misa y Pilar cantó sin ningún tipo de acompañamiento musical y con la sola presencia del corregidor y sus más asiduos acompañantes. Después éste, a la vez que se deshacía en atenciones con Pilar, invitó a los dos a un refrigerio y los despidió luego en la puerta de la fortaleza. Estas deferencias con la muchacha, que continuaron en días y meses sucesivos, fueron la comidilla del pueblo y constituyeron un serio motivo de preocupación para la madre y para el tío, aunque no para Pilar, quien creía que todo el interés despertado se debía a su voz; idea ésta que se acentuó cuando llegó a Sabiote un maestro de música con el fin de organizar una rondalla con instrumentos y un coro de voces masculinas y femeninas. Y a partir de ahí, ya sea en el coro de la iglesia o en los cánticos organizados en el castillo, las entrevistas entre el corregidor y la sobrina del cura fueron tan frecuentes que a ésta en el pueblo se le empezó a llamar La Corregidora. Con su aparente amor hacia Pilar don Nuño pareció humanizarse, pues el deseo de encontrarla hacía que se le viera en la calle y que hablara con la gente, pero el cura, que por su edad y ministerio era un profundo conocedor del alma humana, pensaba que todo ello no era más que la artimaña de un seductor experimentado para conseguir a su sobrina. Por lo cual, cuando el capitán de la guardia y dos regidores fueron a su casa una tarde a pedir la mano de Pilar, llegó a la conclusión de que, evidentemente, todo formaba parte del montaje para atraerla preparado por un miserable, desconocido en lo que se refiere a su origen y procedencia, pero sobradamente conocido por sus actos. Por ello, después que despidiera a los visitantes con cumplidas palabras, llamó a su hermana y le expuso crudamente la situación: -Genoveva, los que acaban de marcharse han venido a pedirme la mano de tu hija para su amo el corregidor.
6 -¡Jesús! ¿qué me dices? Aunque algo olía por lo mucho que se comenta, no quisiera haber oído esta noticia que estoy segura que aterrará a la niña. ¿Qué hacemos Rodrigo? -En cualquier otro caso lo ocurrido podría haber sido un honor, más no en el presente por varias razones: sabemos que el corregidor es el pretendiente, pero no quién es, ni cómo es, ni su estado civil, ni su situación personal. Por su edad es difícil que sea soltero, y, por otra parte, no creo en su amor. A mi juicio lo que busca es otra cosa, y pienso que si no trata de conseguirlo violentamente es por el cargo que yo ocupo, por el que ocupa él y por miedo a sus superiores. Pero estoy seguro que si le fallan los medios que está empleando usará la violencia. La situación es complicada, pero no tenemos más remedio que tratar de ser más listos que él y los suyos. Ahora oigamos la opinión de la niña. Cuando entró Pilar en la habitación y oyó lo que su madre y su tío le decían, se quedó lívida y comenzó a llorar. Aseguró después que en todo momento encontró al corregidor más amable de lo que sobre él se oía, aunque lo atribuyó a su afición por la música y el canto, pero que por muchas razones ella nunca podría darle su amor, así como que la única persona a la que quería era a Roger de Montaner, y que le pesaba no habérselo dicho en su momento. El cura, ante el nerviosismo y el llanto de las mujeres, pensó en resolver la situación empleando la fórmula que solía adoptar en casos graves, o sea, dando tiempo al tiempo. Sin embargo, no tuvo ocasión de demorar ni de detener el curso de los acontecimientos, ya que éstos se precipitaron con las medidas adoptadas por el Siniestro, quien, haciendo uso de una vieja prerrogativa basada en deslealtad de los colonos, incorporó a los bienes comunales las tierras cercanas al pueblo cedidas a muchos vecinos, entre ellos el sacerdote, con lo cual todos se quedaron sin sus huertas. Luego, pretextando posibles ataques del enemigo, mandó cerrar las puertas de las murallas, por lo que sólo podían salir quienes tuvieran su permiso. Además, metió en las mazmorras del castillo a cuantos consideró hostiles a su persona. Estas y otras medidas, adoptadas para presionar a Pilar y a su familia, crearon el natural malestar entre los habitantes de Sabiote, quienes, por otra parte, sabían que la causa de todo ello obedecía al interés del corregidor por la muchacha. Pero éste, obsesionado por conseguir lo que quería, la pretendió personalmente y habló incluso con su tío, si bien de ninguno obtuvo contestación que le permitiera abrigar ilusiones. Ella se escudó en su poca edad, y el cura en la necesidad de saber si existían impedimentos para celebrar los desposorios. Mas como el mismo estaba seriamente preocupado por las tierras que habían perdido los vecinos, no quiso enemistarse totalmente con el corregidor, y, además, aprovechó la ocasión para pedirle en nombre de Dios que las devolviera a quienes eran ajenos al problema, así como que abriera las puertas de la villa durante el día y que liberara a los presos. Sin embargo, don Nuño le amenazó con tomar severas medidas si en un plazo de tres días no había obtenido el asentimiento necesario para celebrar el enlace, e hizo caso omiso de las peticiones hechas. Y si bien es cierto que dos días después mandó devolver las tierras, abrir las puertas y poner en libertad a los presos, al tercero se presentaron en la iglesia tres emisarios suyos, dos pertenecientes a la curia de Úbeda y un escribano de Sabiote,
7 conminándole en nombre del señor corregidor a que se aviniera a celebrar el matrimonio concertado con su sobrina, toda vez que él había cumplido las condiciones pactadas. Ante esto, y aunque advirtió el buen clérigo la sutileza del requerimiento en cuanto el matrimonio no había llegado a concertarse, como el corregidor tenía toda la fuerza en sus manos por encontrarse en la guerra las tropas de la Orden, creyó prudente dar al asunto una nueva demora, por lo que les propuso redactar un compromiso de esponsales para que la ceremonia pudiera celebrarse en el plazo de un mes, pero siempre de acuerdo con las normas y requisitos establecidos por la Iglesia. Y como los comisionados tan pronto llevaron la propuesta a don Nuño volvieron comunicando al cura la aceptación, éste redactó el documento que firmaron los futuros contrayentes. Mientras, en la villa se comentaban los acontecimientos entre los vecinos: - ¿Te has enterao Ginesa? Ya tenemos corregidora. - Ea Poncia, eso me han dicho. Don Rodrigo y don Nuño se han puesto de acuerdo y ella ha pasao por lo que los otros han dispuesto. - No es la cosa así mujer. Sé de buena tinta que el sí lo dio ella sin amenazas. No es mal negocio el que hace. - No lo hace ella por su gusto -intervino una tercera-, porque de quien está enamorada es del mozo alto que vino de portaestandarte con los calatravos; si ha hecho lo que ha hecho es por evitarnos males mayores. La Pilar es muy mujer. Abrumado el cura por cuanto sucedía pensó tomar decisiones rápidas dado que un mes pasaba pronto, por lo cual, y a fin de evitar que con su ausencia el corregidor se pusiera en guardia, con su amigo el judío converso Yakub envió misivas al obispo, que a la sazón se encontraba en Martos, dándole cuenta de lo sucedido y rogándole el envío de informes personales de aquél. Al mismo emisario le pidió que localizara al comendador y a Roger, así como que les hiciera saber lo ocurrido. Poco más de veinte días habían transcurrido desde que Yakub saliera cuando volvió el mismo con noticias inquietantes. Dijo que don Nuño fue en su origen un soldado de fortuna de ascendencia no conocida, y que gracias a su audacia y falta de escrúpulos consiguió ascensos en las huestes reales, si bien de su paso por ciudades y pueblos se contaba y no se acababa, tales eran los desmanes y desafueros que se le atribuían. Respecto a su estado, informó que a más de ser de dominio público su convivencia con distintas mujeres, abandonó a su esposa doña Violante Ortuño, natural y residente en el reino de León y de la que tenía varios hijos. Sobre Roger y el comendador dijo que estaban combatiendo en la vega de Granada, pero que como no los había podido localizar, les mandó un propio con recado de lo que pasaba en Sabiote. V Cuando estaba para expirar el plazo de un mes establecido en el convenio para la celebración de los esponsales, ante las noticias recibidas, que a todas luces evidenciaban la incapacidad de don Nuño para contraer matrimonio por estar casado, don Rodrigo, aún sabiendo que le sobraban
8 razones de todo tipo, pero que carecía de fuerza, reunió a sus amigos, les expuso la situación y todos llegaron a la conclusión de que lo mejor era alejar a Pilar de Sabiote, por lo que decidieron que José el sacristán la llevara a Baeza en donde él tenía parientes, mas cuando al amanecer de la mañana siguiente se disponían a salir, observaron que todas las puertas de la muralla se encontraban cerradas, que se había redoblado la guardia y que por las calles de la villa circulaba gente armada, sin duda llegada durante la noche. Por ello, ante este estado de cosas, el clérigo dijo a sus amigos: -Agradezco en el alma vuestra ayuda, pero como no puedo ni debo consentir que os expongáis por nosotros, me veo obligado a pedir que os marchéis y yo defenderé como pueda la vida y la honra de mi sobrina, porque lo que nunca consentiré es que ella se sacrifique por un capricho del señor corregidor. -No señor cura, dijo José el sacristán, lo bueno o lo malo que aquí pase será para todos. Y respecto a lo que conviene hacer, nosotros tenemos pensado refugiarnos en la torre de la Barbacana, en donde posiblemente podremos aguantar unos días en espera de la ayuda de la Orden de Calatrava, del señor obispo o de quien Dios nos mande. -¿Y cómo en estas circunstancias subiremos a la torre?, preguntó don Rodrigo. - Creemos que la misma es el sitio apropiado por ser la torre más alta y desde donde se dominan los campos del Chiringote, contestó José. O sea, un lugar bien situado para recibir ayuda o huir si la ocasión es propicia. Además, ello nos puede resultar fácil a través de la casa de mi hermana Ana, que es lindera, y porque subiremos en el momento en que se produzca el relevo de la guardia. Para la defensa, además de Yakub, Ibrain y yo, contamos con los tres hijos de Juan Canuto, que nos servirán como ballesteros. Una vez en lo alto, fortificaremos la muralla y en ella levantaremos una pared a uno y otro lado impidiendo así el paso del enemigo. -Pues si tan bien lo tenéis pensado todo, hágase la voluntad de Dios... y la vuestra, dijo el cura terminando la conversación. Y así, al siguiente día, poco antes del anochecer y del relevo de la guardia, nueve personas se encontraban en la casa de Ana que desde su muerte permanecía cerrada. Entonces los hermanos Canuto desde el corral pasaron a la torre y redujeron a los dos guardianes en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, Ibrain comenzó a levantar los muros en las murallas con piedras y materiales que habían guardado en casa de Ana. Y sobre la torre pusieron dos tiendas de lona que sirvieran como refugio contra el sol y la posible lluvia. Luego, cuando los rayos del sol empezaron a salir tras el cerro de Torafe, al advertir los de don Nuño lo ocurrido todo fueron trotes, carreras y afluir de jefes y tropa a los pies de la torre, hasta que, a media mañana, llegó a ella con gran acompañamiento el corregidor. -¡Ah los de la torre!, dijo don Nuño poniendo las manos en forma de embudo. Estáis contraviniendo todas las leyes divinas y humanas. Señor don Rodrigo, hicimos un pacto, ha vencido el plazo y hay que cumplir lo prometido. ¡Vosotros, los demás! Debéis también obediencia al rey nuestro señor y a su representante en esta villa, que soy yo. La insubordinación en tiempos de guerra se paga con la muerte, y así lo mandaré hacer si no os rendís. Además, exijo que en plazo inmediato liberéis a mis guerreros.
9 -Señor corregidor -voceó don Rodrigo asomándose entre dos almenas de la torre-, liberaremos a vuestros dos guerreros y tendremos en cuenta vuestras advertencias, mas para decidir y hacer lo procedente dadnos un plazo de tres días. -Tenéis plazo hasta mañana a esta misma hora para rendiros, pero si así no lo hicierais sabed que os pasaremos a cuchillo. Mirad, mirad al otro lado de la torre y podréis comprobar que tengo medios suficientes para hacerlo. Y efectivamente, cuando volvieron la cabeza y miraron al poniente pudieron ver nutridos grupos de hombres de a pie y a caballo bien pertrechados de armas. -Muchos son, exclamó José, ¿de dónde habrán salido? -Son los mismos maleantes de los que siempre se sirve el Siniestro para sus fechorías. Estoy seguro que ahora los ha llamado para que asistan a su boda, contestó Yakub. Cuando los rayos del sol se ocultaron frente a la torre tras las lejanas nubes del oeste y las sombras de la noche empezaban a cubrir los campos, los hijos de Canuto armaron sus ballestas después de liberar a los dos presos, en tanto que las mujeres se metieron bajo las lonas. Mientras, el cura, el sacristán, el judío y el morisco hablaban quedamente a la tenue luz de una luna llena que aparecía entre las elevaciones del Pico y de la Muela. VI Durante la noche, el silencio se rompió por un silbido continuado que semejaba el canto de un ave nocturna. -¡Callad!, dijo el cura. ¿Oís? -Si, y el sonido se ha repetido, contestó el sacristán a la vez que sacaba la espada de la vaina. Cuando el canto se hizo más sonoro y persistente, Pilar, azorada y nerviosa, apareció exclamando con emoción: -Es él, es Roger, lo conozco, dejadme, yo le contestaré. Y al repetirse el silbido, ella le contestó con otro sonido semejante al canto de un mirlo, a la vez que decía: -Así lo hacíamos durante las noches del verano que pasamos en la huerta. Él me enseñó a entendernos de esta forma. -¿Hay manera de conseguir que suba?, preguntó el clérigo. -Únicamente es posible a través de los subterráneos de comunicación de la villa con el pozo de la casa de mi hermana, dijo José. Conozco el recorrido y puedo intentarlo, pero es preciso que Pilar se lo comunique a Roger para que esté prevenido. Y así se hizo, pues Pilar cumplió a la perfección su cometido y José pudo llegar al pozo de su hermana sin ser visto; y en un tiempo corto, pero que a todos pareció eterno, el mismo apareció seguido del portaestandarte y alférez de las mesnadas reales. -Hijo, le dijo el cura al abrazarlo, no debías haber venido. Ya ves la situación.
10 Pero Roger saludaba y abrazaba emocionado a las mujeres y luego a los demás, y cuando pudo hablar explicó que había salido al saber lo ocurrido, pues como las tropas de la Orden no podían abandonar su misión, había obtenido permiso del comendador junto con dos compañeros que esperaban abajo con los caballos, y que él pudo llegar a la torre por haber muchos forasteros en el pueblo y pasar como uno más, así como que creía que este mismo hecho podría facilitar a todos la salida, aunque la situación era en verdad difícil. Pilar, un tanto exaltada, afirmó que la dificultad de la situación y el peligro en que todos se encontraban se debía a ella, y que era ella quien debía poner fin a ese estado de cosas. Y terminó diciendo: -Me aterra el corregidor y los que lo rodean, pero no puedo ni debo consentir que sacrifiquéis vuestras vidas por mí. No tengo derecho a exigir tanto. Roger, tranquilo, la apartó del grupo y bajando la voz le habló así: -Pilar, la situación en que estamos me obliga a decirte lo que siempre soñé en continuar diciéndote. Porque ya sabes que cuando te comuniqué mi amor, tú nada me dijiste. Desde entonces no he dejado de pensar en ti, y si no he venido antes a verte es porque dudaba que me quisieras, pero no como a un hermano, sino como yo te quiero a ti. Si es que me amas, aunque sea un poco, no pienses en unir tu vida a quien no quieres. No te sacrifiques, porque entonces también me sacrificas a mí. Pilar emocionada, conmovida, enamorada, buscó a su madre y lloró en sus brazos en tanto que el cura intervino para decir: - Bien, actuemos con rapidez, intentemos la salida y que Dios nos ayude. No sin dificultad, sobre todo las mujeres, pudieron bajar de la muralla al corral y de éste al pozo de la casa, en donde, a través de los corredores, José dio pronto con la salida y Roger con sus compañeros. Afortunadamente, la oscuridad de la noche y la existencia de forasteros contribuyó a que la evasión se facilitara, con lo que Pilar, a la grupa del caballo que dieron a su tío, y Roger, llevando en la del suyo a Genoveva, salieron seguidos de los demás hombres. Durante la marcha aconsejó José seguir el camino de Aben-Azar hasta el arroyo y subir bordeando éste en dirección al llano de las Pilillas, para tratar así de llegar a la Torre de Pero Xil o a Úbeda, según se pudiera o conviniera. Y de esta forma lo hicieron, pero las primeras dificultades surgieron tanto al encontrar gente a caballo y que hubieron de evitar, como cuando al amanecer el grupo quedó al descubierto por la luz y tuvo que dispersarse. Luego aparecieron una serie de negros nubarrones que presagiaban tempestad. Con el nuevo día se cumplía el plazo para la entrega y desposorio de Pilar, y como los esbirros del corregidor observaron que la torre estaba vacía, al comunicarlo a su señor éste montó en cólera y mandó que las trompas de guerra sonaran y que salieran sus secuaces a caballo en busca de los prófugos. En la explanada de la iglesia de Santa María organizó una turba de gente de mala ralea que, provistos de lanzas y espadas y al grito de ¡vamos por nuestra corregidora!, se distribuyeron para recorrer las tierras del Coso, el Cerro, la Vega, las Pilillas, la Solana, la Serna y todos los lugares cercanos a la villa en los cuales esperaban capturar a los
11 huidos, obtener la recompensa prometida y asistir a la boda de su amo y señor. Don Rodrigo y los suyos, al advertir el peligro arrearon a los caballos y subieron la cuesta con rapidez para llegar a las Pilillas. Esta tierra era entonces una prolongación de la de la Vega y formaba un llano de gran extensión que se iniciaba al final de la cuesta de Sabiote y terminaba cerca del cerrillo del Tesoro Fue precisamente en este amplio llano donde, en dirección contraria, vieron llegar un nutrido grupo de jinetes que les cerraban el paso. Roger, ante el inminente peligro, dijo al cura que supuesto a quien buscaban era a Pilar, ésta tenía más posibilidades de escapar si montaba en su caballo. Respecto a ellos, les dijo también que volvieran a Sabiote ya que sería fácil llegar por no estar ese camino vigilado, pero al consultarlo don Rodrigo tanto con los sabioteños como con los calatravos, manifestaron todos que los buenos compañeros pierden o ganan juntos, y que preferían la muerte antes que abandonar a la pareja. El portaestandarte, hostigado por los contrarios, con su novia a la grupa y espada en mano, se dirigió y derribó a los primeros que quisieron detenerle, pero advirtió entonces que lo que pretendían era capturarlos vivos, razón por la cual el grupo opuesto se replegó, y, junto con otros que se aproximaban, comenzaron a formar un gran circulo que, dejándolos en el centro, se iba reduciendo lentamente sin un grito y sin más ruido que el de las pisadas de los caballos. Pero mientras tanto, el cielo se cubrió totalmente y se oscureció de forma que parecía que estaba llegando la noche. A continuación se produjo un trueno terrible seguido de un relámpago largo, intenso y resplandeciente. Roger entonces volvió la cara y aproximándola a la de su amada le dijo quedamente: -No temas, porque si yo no puedo salvarte Dios nos salvará a los dos, ya que nos llevará a su lado. Pero la amapola más bonita que haya en el cielo la buscaré para ti, y, como antes, la volveré a poner en tu pelo. A lo lejos, sobre un negro alazán apareció la negra figura del Siniestro, el cual, uniéndose a los suyos, continuaron reduciendo el cerco, y cuando lo estrecharon tanto que quedaban pocos metros entre ellos y la pareja, a la negrura anterior sucedió una luz cegadora a la vez que el cielo y la tierra parecían temblar ante el fragor de la tempestad. La lluvia en aquellos momentos caía con tal fuerza e intensidad que el suelo comenzó a rehundirse, y mientras el corregidor y los suyos intentaban huir en desbandada, el caballo de Roger, puesto en dos pies, ofrecía una majestuosa estampa con los amantes abrazados. Luego, al desaparecer los truenos y relámpagos, volvieron las sombras y el silencio. Y cuando más tarde renació la luz, sobre la planicie apareció una masa acuosa, lisa y de indefinido color. Después, tras una gran convulsión, esa masa se deslizó siguiendo el curso del arroyo con un ruido ensordecedor al tiempo que se dejaba ver un gran socavón, una enorme cavidad donde antes era todo una llanura. Y así llegó la noche, y con la noche el silencio, y tras la noche la luz. Cuando en los siguientes días comenzaron a bajar los estupefactos sabioteños para ver donde habían perdido sus vidas muchos malos y algunos buenos, en el lugar en el que sólo creían encontrar ruina y desolación vieron ante sus ojos un nuevo panorama, ya que como la llanura de las Pilillas se había quebrado, pudieron observar que en la
12 depresión u hondonada surgida existía un lugar encantador en el que el arroyo ahora caía en cascada, y sus aguas cantarinas se deslizaban raudas entre la tierra verde y las rojizas rocas; que ranas y peces aparecían allí donde el agua se estancaba; que habían nacido plantas y flores silvestres y que pájaros de vivos colores piaban y cantaban sobre nuevos arbustos. Y luego, al empezar las enamoradas parejas de la villa a hacer de aquel sitio un paseo obligado, aseguraban que las voces de Pilar y Roger se oían lejanas en los más recónditos lugares, y que el melodioso canto de ella también se dejaba oír en la cueva de la fuente de la Salud durante las noches de luna. Asimismo, se cundió que los cuerpos de los novios quedaron sepultados bajo una gran piedra a la que llamaron el peñón del hueco por tener una cavidad larga y estrecha en cuyo interior creció una azucena solitaria. Y a todo aquel idílico lugar, surgido de la noche a la mañana como por encanto y que fue escenario del triunfo del amor sobre la maldad, en lo sucesivo fue conocido con el nombre que muchos dieron a Pilar y por el que ella murió para no aceptarlo: La Corregidora.