LA NIÑA DE LOS EMIGRANTES

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LA NIÑA DE LOS EMIGRANTES

A fuerza de oír hablar de Sabiote, de sus calles, plazas, campos, historias, tradiciones y costumbres, así como de sus gentes, la niña, que no recordaba el pueblo porque la llevaron a Suiza a los pocos meses de nacer, sabía de él más que si se hubiera criado allí. Ello obedecía a que en el caserío en que vivían, situado en las afueras de Ginebra, toda la familia, es decir, sus padres, sus dos hermanos, las dos tías y los abuelos eran sabioteños. Pero además había otras razones que comprenderá fácilmente el que esto lea. Los padres andarían por los cuarenta años, y los hermanos eran mayores que la chiquilla. Los abuelos eran padres del padre y estaban de buen ver. Las tías, hermanas de la abuela, se encontraban las dos viudas y no tenían hijos. A la niña la llamaban Layiné, y cuando alguien preguntaba la razón de este nombre cualquiera era bueno para contarla. Y era que al bautizarla le pusieron el nombre de Ginesa, que era otra hermana de la abuela que vivió en la calle del Duende, la cual, como fue su madrina, al morir poco después la dejó heredera de un piojarillo de dos cuerdas y media en Royo Cardillo, que por cierto tuvieron que vender entonces y gracias a ello la familia pudo salir adelante el año del hambre. Pero luego, todos los de la casa llamaban a la chiquilla Gine, aunque con el artículo la delante, o sea, la Gine, por lo cual, cuando llegó al colegio, como los franceses la gi la pronuncia yi y acentúan los nombres al final de la palabra, la llamaban Layiné, y con este nombre se quedó. Respecto al lugar en que vivían en Ginebra, ocurrió que cuando el abuelo (llamado Juan José Rimón Zambrana), llegó como emigrante a esta ciudad suiza, empezó a trabajar con un constructor de dicha nacionalidad que le tomó afecto, y el cual, a fin de que viviera y pudiera traerse a los suyos, le dejó que ocupara un amplio caserío rodeado de terreno que compró con idea de construir una casa de pisos, pero como por problemas medio ambientales no pudo llevar a cabo la obra, el mismo sirvió en los siguientes años como residencia de la familia y algo así también como casa de Sabiote, pues a ella concurrían principalmente emigrados del pueblo y de sus contornos, aunque también algunos de distintos lugares de España. El nombre de tal caserío tiene su historia, y es que al ser propiedad del jefe del abuelo, al que todos llamaban monsieur Vacherot, lo procedente era llamarlo finca o ferme de Vacherot, pero como este hombre era muy bueno y estaba muy unido a la familia de aquél, un día mandó poner en la fachada un rótulo que decía Ferme de Sabiote. Y en tal forma fue siempre conocida. Cualquier sábado, domingo o festivo era bueno para que en la ferme se reunieran paisanos y amigos para hablar de España en general o, sobre todo, del pueblo en particular; pero la visita resultaba particularmente obligada cuando se celebrara alguna fiesta local o bien llegaba algún paisano. Entonces solía ser el abuelo quien llevaba la voz cantante, y, por supuesto, el tema de la conversación no hay que preguntar cual era. Un 15 de mayo se celebraba San Isidro, y como cayó en sábado, por la tarde acudieron a la ferme tres parejas de Sabiote, dos de la Torre, una de Úbeda, una viuda de Santa Olalla y algunas otras personas de distintos lugares. Entonces el abuelo tomó la palabra, y no la soltó hasta que su hijo lo cortó anunciándole una visita. Pero antes dijo: -Esta fiesta de San Isidro es nueva en el pueblo ya que en mis tiempos no se celebraba. Aunque ojo, que no es que yo tenga nada contra este santo ni tema que se me cabré al decir lo que digo. Eso si, que antes de la guerra nunca se ha celebrado. Allí, ya sabéis, San Ginés, la Virgen de la Estrella, San Antón, la Candelaria, Santa Rita, la Virgen de la Cabeza y algunas otras vírgenes


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