De vuelta al Colegio
Francisco Sanz Blanco
________________________________________ Paco Sanz es un safista “pata negra”. Su estancia en el colegio lo marcó de una manera especial; anima permanentemente a sus compañeros de curso y se reúnen todos los años para recordar sus peripecias de estudiantes, sus experiencias de trabajo y familia, y cuantos temas aparezcan en el horizonte de sus encuentros. Procedente de Alcalá de Henares, se incorporó a la SAFA de Úbeda en enero de 1959 que es cuando comenzó aquel dudoso curso 58/59 a causa de la crisis económica por la que atravesaba nuestra Institución. Terminó Oficialía Mecánica en junio de 1963. Vinieron después los años de abrirse camino en la vida, hacer una familia, educar y emancipar a los hijos. El año 2000 le invadió el impulso ilusionante de contactar con los antiguos compañeros de la SAFA; la guía telefónica y la memoria de unos pocos nombres fueron sus herramientas para localizar a los componentes de su curso. Desde entonces ha mantenido el contacto con sus compañeros y ahora, desde su recién estrenada jubilación, raro es el día en el que no mantenga comunicaciones telefónicas y correos por Internet con su extensa red de amigos, entre los que nos encontramos muchos Profesionales de la SAFA. Hace cuatro meses que fue intervenido a causa de una neoplasia de colon y a pesar de su lenta recuperación, mantiene el vivo estado de ánimo que siempre lo caracterizó. Desde Amalgama, tus compañeros “mayores” te animamos a que mantengas viva la llama de los Profesionales y de la SAFA. “Safear”, es la mejor terapia para restablecer el orden biológico de nuestros fatigados cuerpos. Amalgama recibe hoy la crónica de Paco Sanz, relacionada con las sensaciones vividas en su visita al colegio veinte años después de terminar sus estudios. Sensaciones con las que nos identificamos todos los que tuvimos la suerte de volver un día a nuestra casa madre.
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Habían transcurrido ya veinte años desde mi salida de Úbeda y la ilusión por volver al colegio se podía convertir en realidad aprovechando el puente de Semana Santa, así que organicé el viaje. Javier, mi hijo mayor que entonces tenía ocho años, no dudó en acompañarme; ahora podría ver el colegio de su padre sobre el que tantas historias y recuerdos había oído.