SABIOTE Y SU ANTIGUO CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZAS AUTOR: ANTONIO RODRÍGUEZ ARANDA
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SABIOTE Y SU ANTIGUO CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZAS El profesor de literatura del instituto de enseñanza secundaria, de Sabiote, al explicar en clase la mística española, naturalmente se refirió en primer lugar a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz, y como en la exposición del tema relacionó estas ilustres figuras con la fundación del convento sabioteño y observó el interés que ello despertó, comentando el hecho con el director y algunos compañeros, pensaron en la conveniencia de organizar unas conferencias y coloquios para todos los alumnos del centro, así como ofrecerles obras y bibliografía, visitar en Sabiote el convento que fue de las carmelitas descalzas, la iglesia “de las monjas” y otros edificios relacionados con la fundación; y en Úbeda, el convento en que murió el santo, así como el museo. Igualmente acordaron convocar un concurso histórico literario sobre “La fundación del convento de Sabiote”, otorgar un premio consistente en la entrega al ganador de las obras completas del santo y la santa carmelitas, así como la publicación del trabajo en la revista local “La Puerta de la Villa”. Consecuencia de todo ello fue que el día en que expiró el plazo se habían recibido catorce trabajos. Y cuando el jurado, integrado por el director y los profesores de literatura e historia los leyeron, no tuvieron duda para adjudicar el premio, pues aún reconociendo el valor de cuatro de ellos, eligieron por unanimidad el que con el título “Un convento para un pueblo”, fue presentado bajo el lema “Místicos en Sabiote” escrito en el trabajo y en sobre cerrado. Al abrirse éste, resultó ser autor el alumno de cuarto de ESO Manuel Sánchez García. La concesión del premio transcendió, y como muchos parientes, amigos y distintas personas se interesaron por el trabajo de Manolo Sánchez, se hicieron en el ordenador 150 ejemplares y se distribuyeron. Pero, además, la noticia se publicó en el diario “Jaén”; y en radio Úbeda hicieron al autor una entrevista, de la que por su interés se transcribe la parte principal. Es la siguiente: -Vamos a ver Manolo, ¿has escrito antes algún otro estudio de este tipo?, le preguntó el locutor. -No, nunca, contestó Manolo. -Pero dime una cosa: lo que expones, ¿responde a la realidad o son fabulaciones? -Bueno, la fundación del convento de Sabiote fue naturalmente una realidad, y de la misma, así como de las personas que intervinieron, existen crónicas escritas por los historiadores carmelitas de la época. Los códices se encuentran en la Biblioteca Nacional y en la del convento de los carmelitas de Úbeda. En éste he tenido oportunidad de examinarlos y de tomar notas. Además, hay publicaciones recientes sobre el tema que también he estudiado. Todo ello es, pues, historia pura. Pero la tradición también es historia. O sea, es historia no escrita que se transmite de generación en generación y mediante la cual hemos sabido que Santa Teresa de Jesús vino a nuestro pueblo y que realizó en él hechos milagrosos. Sin embargo, respecto a la estancia en el mismo en distintas ocasiones de San Juan de la Cruz, hay varias referencias escritas. -Con esto me contestas a lo que te he preguntado sobre si los hechos respecto a los que has escrito responden a la realidad, pero no a si en los mismos hay fabulaciones, dijo el locutor. -Contesto a ello, respondió Manolo. Si a fabular le das la acepción de inventar, te diré que yo no invento nada, mas como la palabra tiene otra, que es la de imaginar, entonces sí, imagino situaciones e ideo las conversaciones que habrás leído en el trabajo, sobre todo respecto a la llegada a Sabiote de la santa. Pero las mismas siempre están basadas en los hechos históricos que he estudiado. Manolo a todo esto estaba sentado en una silla, y aunque tenía dieciséis años, como era menudo de cuerpo, con gafas y sin rastro de barba, el locutor, que conocía el trabajo premiado y oía ahora un tanto asombrado lo bien que éste exponía y la forma en que lo hacía, tras pronunciar unas palabras alusivas al merecimiento del premio, terminó diciendo: -Sobre lo que has escrito y cómo lo expones ahora, ¿sabes lo que te digo, Manolo?: pues que eres un viejo sabio... teño. He aquí, pues, el trabajo por el que fue premiado su autor Manolo Sánchez García.
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UN CONVENTO PARA UN PUEBLO I.- LO QUE LA HISTORIA NOS ENSEÑA Teresa de Jesús, la monja nacida en Ávila en el año 1515, en su niñez fue lista, vivaracha e inquieta, ya que leía de corrido a los seis años, y, con un año menos, en unión de su hermano Rodrigo se escapó de la casa paterna para ir a tierra de moros en busca de la gloria del martirio. Luego, en su juventud, se relacionó con amigas, asistió a fiestas y espectáculos, e incluso, según se lee, tuvo sus coqueteos con un primo que la amaba. Pero más tarde, cuando su hermana María se casa y Rodrigo hace las Américas, Teresa acusa la falta de ambos y se despertó en ella un gran interés por lo eterno y duradero. La consecuencia fue una inusitada inclinación por la lectura y la meditación, la renuncia a lo temporal y mundano y su ingreso como novicia en el convento carmelita de la Encarnación de Ávila. Años más tarde, siendo priora de dicho convento y conocedora por tanto del problemático estado en que se hallaban las órdenes religiosas en general, y la suya en particular, decide reformar ésta aplicando las severas normas que deben regir la vida monástica, entre la que incluyó la de llevar los pies descalzos frente a la usanza imperante a la sazón de llevarlos calzados, e incluso la de la observancia en clausura de un profundo silencio que, según se cuenta, se mantenía porque a la entrada de sus conventos hacía poner la siguiente inscripción: Hermanas, una de dos: o no hablar, o hablar de Dios. Que en la casa de Teresa esta cosa se profesa. Por otra parte, extendió su orden religiosa creando nuevos conventos, lo que hizo en primer lugar con el de San José, de Ávila y los de dieciséis ciudades y pueblos más, entre los que se encontraba el de Beas de Segura, fundado en 1575 y primero de Andalucía. El segundo, diez años después, o sea, en 1585, sería el de Sabiote. Cuando la madre Teresa fundó el convento de Medina del Campo en el año 1567, conoció a fray Juan de la Cruz, que seguía entonces estudios universitarios en Salamanca y acababa de cantar su primera misa. Fray Juan (en el mundo llamado Juan de Yepes), nació en Fontíveros (Ávila) en el año 1542, y, a diferencia de Teresa, procedía de una familia modesta, la cual hubo de trasladarse a Medina al fallecer el padre cuando el niño tenía pocos meses. En este pueblo vivió con su madre y sus dos hermanos y asistió al colegio de los jesuitas en donde aprendió humanidades y un oficio. Más tarde, en Salamanca siguió estudios de arte y teología y se ordenó sacerdote. Y fue en Medina en donde la madre Teresa hizo las dos primeras “conquistas” para la reforma del carmelo masculino. Primero, la del prior de aquel pueblo Antonio de Jesús Heredia, de 57 años de edad, alto de estatura y de complexión recia. Después, la de fray Juan de la Cruz, de sólo 25 años y que era menudo, es decir, bajo y delgado. Por ello, cuando al igual que fray Antonio éste aceptó la propuesta que la madre priora le hizo, ella, contenta a su vez al oír el sí del pequeño fraile, corrió a darle a las monjas la buena noticia de la aceptación de ambos, diciéndoles con su natural gracejo: -Hijas, bendito sea Dios, que ya tengo fraile y medio para la fundación de los Descalzos. Con posterioridad fray Juan ocupó puestos importantes dentro de su orden, pues tras el encarcelamiento a que fue sometido en Toledo por parte de sus adversarios los frailes carmelitas calzados, vivió en tierras andaluzas a partir de 1578, tanto en el convento de La Peñuela (La Carolina) y La Manchuela (Mancha Real), como desempeñando después los cargos de prior del convento de El Calvario (cerca de Beas), rector del colegio universitario carmelita de Baeza, prior del convento de los Mártires de Granada y vicario provincial de Andalucía. Durante este tiempo estuvo en Sabiote en distintas ocasiones, incluso antes de la fundación del convento de esta villa. El escritor carmelita y biógrafo suyo Alonso de la Madre de Dios (1568-1635), cuenta que una vez fue desde Baeza a predicar a Sabiote, que en una calle del pueblo encontró a dos hermanas y, parándose, le preguntó a una si quería ser carmelita descalza, a lo que contestó la otra diciendo que su hermana lo deseaba mucho. Y en efecto, al fundarse el convento ingresó aquella como novicia
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profesando con el nombre de Catalina de los Ángeles. Más tarde, la misma sería curada milagrosamente en dos ocasiones por el fraile: una, durante la vida del mismo, y otra, tras su muerte. Finalmente, fray Juan cae en desgracia por discrepancias con el general de los carmelitas padre Doria, y desde el convento de La Peñuela, en Sierra Morena, muy delicado ya, se traslada en burro al de Úbeda, y allí, tras una penosa enfermedad, se fue a “cantar los maitines al cielo” cuando entraba el día 14 de diciembre de 1591. Una y otro, Teresa y Juan, han llegado a ser relevantes figuras de su religión, en la que han sido declarados beatos, santos y doctores de la iglesia así como de la literatura hispana, pues ambos gozan de la consideración de maestros de la mística española, ella por su importante obra en prosa, y él como excepcional poeta lírico. Según podemos leer tanto en antiguas como en recientes historias, Francisco de los Cobos y Molina, nacido en Úbeda sin que pueda precisarse el año -aunque debió ser sobre 1477-, procedía de una antigua familia local de hidalgos económicamente venida a menos, por lo que siendo joven emigró a la corte, situada entonces en Valladolid, y, con el paso del tiempo y su esfuerzo y desvelo, consiguió llegar a ser el primer secretario del emperador Carlos V. Más tarde, con más de cuarenta años y en pleno auge de su carrera político-administrativa, se casó en el año 1522 con María de Mendoza y Sarmiento, de catorce años de edad e hija de los condes de Rivadavia, acaudalada y noble familia residente en Valladolid en donde tenían casa palacio. Cobos, pese a la gran fortuna que logró, a los cargos públicos que tuvo, a las importantes relaciones y amistades que consiguió y a los parentescos que hizo al casar a su hijo con la marquesa de Camarasa y a su hija con el duque de Sessa, no llegó a obtener un título nobiliario, aunque sí el de señor de Sabiote al adquirir esta villa al emperador en el año 1537 por dieciocho millones y medio de maravedís. En la venta se incluía la fortaleza, tierras, casas y pertenencias, así como los derechos a cobrar impuestos, administrar justicia y el título de patrono de sus iglesias. Al morir el secretario Cobos en 1547, su viuda doña María de Mendoza tenía treinta y nueve años y gozaba de la consideración de virtuosa, caritativa y entregada a obras piadosas, principalmente relacionadas con fundaciones de iglesias y conventos, labor en la que le ayudaba su hermano el obispo de Ávila don Álvaro de Mendoza y la madre Teresa. La relación de doña María con la que llegaría a ser Santa Teresa de Jesús, se conoce principalmente por los escritos de ésta, pues la cita en los capítulos 10.6 y 13.6 de su “Libro de las Fundaciones”, así como veinticuatro veces en el “Epistolario”, en el que, asimismo, figuran las tres largas cartas que le dirigió y en las cuales la monja muestra su agradecimiento por las ayudas que de ella había recibido. Respecto a la relación personal de ambas, se sabe de las visitas de la monja a la viuda de Cobos en su palacio de Valladolid, e incluso de los viajes que hicieron juntas, en uno de los cuales, hecho por dicha señora a sus posesiones de Úbeda y Sabiote, aquella le acompañó hasta Alcalá de Henares. A la madre Teresa de Jesús le llegó una propuesta para fundar un convento en Beas, pequeño pueblo situado en la Sierra de Segura. La hacen dos hermanas ricas y de buena familia de aquella localidad, llamadas Catalina Godínez y María Sandoval. A tal fin, la madre y su acompañamiento se pusieron en camino, y tras pasar por tierras de Castilla, Toledo y la Mancha, llegaron a Malagón, pueblo de esta última región desde cuyo convento prepararon el viaje a Beas, y en cuatro carros partieron diez monjas, a más de carreros y mozos, llegando a dicho pueblo el 16 de febrero de 1575 después de caminar durante tres días. Desde la llegada, la fundadora permaneció en el convento organizándolo y dirigiéndolo, pero el 18 de mayo siguiente salió definitivamente del pueblo en dirección al Condado, vadeó el río Guadalimar por segunda vez, y a través de Arquillos, Linares y El Carpio llegaron a Córdoba, y desde esta ciudad, vía Écija, a Sevilla. II.- LO QUE LA TRADICIÓN NOS DICE Aquí dejamos por ahora lo aprendido de la historia escrita para adentrarnos en lo que conocemos por tradición oral, es decir, por la historia transmitida de padres a hijos o bien de los que murieron a los que viven. Y es que todos hemos oído decir que Santa Teresa estuvo en Sabiote, que hizo potable el
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agua de la puerta de la Canal, la cual no se podía beber por ser dura (como era y lo sigue siendo la de su manantial gemelo de los Pilares), así como que con tal agua sanó a una niña enferma. Por qué y cómo ocurrió todo esto, es lo que nos proponemos demostrar aplicando elementales normas deductivas. III.- LO QUE DE LA RAZÓN SE DEDUCE Durante su estancia en Beas preguntó la madre Teresa a la ya monja y luego priora Catalina Godínez si sabía dónde quedaba la villa de Sabiote. No le pudo dar información exacta la misma, mas le prometió enterarse, y así fue, pues al poco tiempo le informó detalladamente tanto de la distancia como del camino a seguir, con lo cual la madre, conocedora naturalmente de que su amiga y protectora doña María de Mendoza era señora de Sabiote y que don Luis de Teruel era alcaide de su castillo, mandó un propio a éste con carta y recado de que le dijera el día en que podía ir a visitarlo. Y antes de dos días volvió el propio con respetuosa misiva del alcaide en la que decía a la madre que, como iba a su casa, cualquier día era bueno para llegar a ella, así como que su familia y él esperaban que fuera cuanto antes; que vivían en la plaza en que se construía la parroquia, y que aunque podían hacer el viaje en una jornada larga, para evitarles el natural cansancio había avisado a su hermana, que residía en Villacarrillo, a fin de que hicieran noche en su casa. También les mandaba a decir el trayecto que debían seguir, y que no era otro que el camino real en que están Villanueva del Arzobispo y Villacarrillo, y que pasado éste, al llegar a la venta del Cerro enfilaran el camino de herradura de Sabiote, que quedaba a la derecha hacia el poniente, dejando a mano izquierda a eso de una legua el cerro de la Muela, y que desde allí, situado sobre otro cerro más alto, verían cerca el pueblo. Y una mañana del día de Santa Basilisa, que cae el 15 de abril, la madre Teresa de Jesús, acompañada de una monja profesa y de una novicia, así como del dueño de los burros, hicieron el camino según les indicó el alcaide, durmieron en la casa de su hermana, situada en las afueras de Villacarrillo, y a media tarde del siguiente día entraron en Sabiote por el camino que remata en la Puerta de la Canal, en cuyo pilar se pusieron a beber los burros; mas como las monjas y el acompañante quisieron hacerlo también en el caño de la fuente que había al lado, una buena mujer les dijo desde lejos a voces que no bebieran, pues tal agua era perjudicial para la salud. Lentamente, aquella mujer, joven, pero enlutada y cubierta su cabeza con un pañuelo negro, acompañada de una niña que se cogía a su mano, se acercó al grupo toda respetuosa diciendo: -Perdonen las señoras madres y la compaña si he molestado, pero tanto el agua de esta fuente así como la que hay más adelante junto a los pilares de la torre de la Barbacana, no se pueden beber. Dicen, y es verdad, que lo propenso es que cuantos lo hacen cojan unas tercianas de gravedad o algo parecido. Mi niña, como por ser pequeña no conocía el peligro, bebió de esta fuente en un descuido mío y miren como quedó. Ciertamente, la niña, de unos cinco años de edad, ofrecía un aspecto famélico y enfermizo, y en su cara, toda blanca y desencajada, aparecían unas grandes ojeras en la que destacaban unos preciosos ojos negros. Se hizo un largo silencio, tras el cual la madre Teresa miró a la niña, a la fuente y al cielo, y como si de sus labios se escapara una plegaria, musitó: -El agua es potable ya, pues Dios oyó nuestro ruego. En adelante, la misma saciará la sed de los que la beban y sanará las heridas del cuerpo y del alma de los que lo pidan con verdadera fe, así como de los inocentes que, como esta niña, se la lleven a los labios. Amen, dijeron las monjas. Amen, dijo la madre de la niña conmovida. Amen, dijo el arriero quitándose la gorra. Amen, dijo la niña, toda ella resplandeciente, mientras bañaba su carita con el agua de la cantarina fuente. Cuando conducido por la madre y su hija llegó el grupo a la casa del alcaide, uno de los niños que jugaban en la puerta dio la voz, y al instante salió toda la familia. -Bien venidas sean la madre Teresa y su compañía, dijo el alcaide besando el crucifijo de la monja. -Buenas y santas tardes tenga el señor don Luis, su esposa y toda su familia, contestó ésta rodeada ya de la numerosa prole del matrimonio.
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-Pero pasen, pasen vuesas mercedes, dijo don Luis franqueando la puerta. Ya dentro, el alcaide dio instrucciones para que metieran los burros en las cuadras y las personas pasaran a sus respectivas habitaciones. Después, tras hablar sobre el viaje, la madre y el alcaide iniciaron la conversación sentados en sendos sillones que había en un rincón de la estancia. -Es un honor, madre Teresa, que estéis con nosotros en esta vuestra casa. Mi señora doña María de Mendoza me habla continuamente de vos, tanto cuando la visito como cuando tenemos la suerte de que venga por este su señorío. Por cierto, ya sabéis que su deseo es que fundéis en Sabiote un convento de vuestra venerable orden. -Así es, contestó la madre, pero vos conocéis las causas que lo dificultan. El hecho de haber pertenecido esta villa a la Orden de Calatrava durante tres siglos, da derecho a la misma a que sea un convento de monjas de su orden el que se establezca, y aunque en estos momentos el señorío pertenece a los Cobos, doña María no quiere enfrentarse con el Consejo de Órdenes militares, máxime cuando es éste el que debe concedernos la provisión necesaria para la fundación. -Ya le he dicho a la señora viuda de don Francisco de los Cobos, y me honro en repetírselo a su merced -manifestó Teruel-, que estoy dispuesto a solicitar en nombre propio el establecimiento en Sabiote de un convento de carmelitas descalzas, y que para ello pongo a vuestra disposición esta casa en que vivimos, hasta tanto se haga la fábrica de un convento más acorde con las necesidades de la comunidad carmelita que lo habite. Ello, para mi esposa y para mí sería una gran satisfacción, pues aparte de sentirnos y ser una familia verdaderamente cristiana, dos de nuestras hijas dicen tener ya vocación religiosa. -Vuestra propuesta me alegra en extremo, contestó la monja, pues la misma puede salvar el escollo que dificulta a doña María efectuar la petición, pero aún aceptándola, como desde este momento la acepto, es necesario en primer lugar que dé el beneplácito la señora de Sabiote y que después encontremos lugar a propósito para hacer el convento definitivo, cuya advocación me gustaría dedicar a San José, el casto esposo de la Virgen María. -Como lo que decís es sumamente razonable -contestó don Luis-, por mi parte sólo queda enseñarle el lugar en que podría construirse el convento, que no es otro que el situado junto a la iglesia de Santa María, en la parte externa de la muralla sur y cerca de la Puerta de la Villa. Mas permitidme que dejemos por hoy la conversación sobre el tema a fin de que dediquéis el tiempo que sea necesario a tomar un refrigerio, así como a vuestros rezos y al descanso. -Se lo agradezco mi buen amigo, contestó la monja. Hagámoslo y ya continuaremos la conversación, aunque tenemos que ir pensando en volver a Beas cuanto antes, ya que, aunque no siempre importantes, son muchas, variadas e incluso menudas las obligaciones que allí nos aguardan, sobre todo las domésticas, pues, como suelo decir, también entre los pucheros anda Dios. Al siguiente día, las monjas, acompañadas por el alcaide, su esposa doña Luisa de Pareja y sus hijos e hijas mayores, oyeron misa muy de mañana en la iglesia de Santa María y recorrieron el ancho campo sobre el que la misma se erige, y, a la vista de todo ello, aquél expuso su idea de edificar el convento junto al templo, manifestando asimismo que tal idea, por ser conocida de doña María, gozaba de su aprobación. La madre Teresa, tras hacer diversas preguntas relacionadas con el proyecto manifestó su deseo de estudiarlo, así como de aportar planos y sugerencias, pues eran ya ocho los conventos que había fundado y creía tener experiencia. Después, animó a la familia Teruel a que no cejaran en el empeño, si bien les anunció que como los inconvenientes eran muchos, ella, que ya tenía sesenta años, no vería las obras acabadas. Después el alcaide las llevó a ver el castillo que había sido reconstruido recientemente, y tras enseñarles su bello patio porticado en sólo tres lados, así como sus salones, patio de armas, caballerizas, mazmorras, adarves y torreones, visitaron el Albaicín y la ampliación de la villa, ya que, según explicó el alcaide, en los treinta y siete años transcurridos desde que don Francisco la adquirió, la misma había experimentado un crecimiento jamás conocido, pues se construía entonces, a más de en la plaza en la que se alzaban la inacabada iglesia parroquial así como otras mansiones, en las tres calles que partían de ella, que eran la dedicada a San Miguel (por radicar allí el hospital e iglesia del mismo nombre), la de la Calzada, a la derecha de la anterior y próxima al Albaicín, y la que queda entre la mentada iglesia y la casa de quien hablaba (que era un ramal de la conocida por Minas en razón de las de agua que allí había), y en el cual, pegando a la iglesia, edificó para sí otra casa el joven arquitecto
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mayor de la villa Alonso de Vandelvira. Finalmente visitaron las iglesias y ermitas, y, entre éstas, la del patrono San Ginés de la Jara, que estaba en el camino del Cerro. Aquella tarde manifestó la madre Teresa la necesidad de marcharse al día siguiente, y, comprendiendo la familia Teruel sus razones, hubieron de aceptarlas, si bien el viaje lo hicieron en la tartana del alcaide y acompañadas por éste hasta Beas, aunque toda la familia del mismo y muchas personas más las despidieron en el cerrillo del Tesoro, pues para volver la madre y acompañantes tomaron el camino real que pasa por la Torre de Pero Xil. IV.- LOS SUEÑOS DE LA MADRE FUNDADORA Pasaron los años, y las muchas gestiones y trámites que hizo don Luis de Teruel para conseguir la fundación carmelita en Sabiote dieron su fruto. Doña María de Mendoza para ello actuó en la sombra, si bien de forma positiva, ya que, como se ha dicho, por su poder e influencia no podía ni quería inclinarse abiertamente en favor de las carmelitas para no tener la enemistad de la Orden de Calatrava y de sus monjas. Cuando a final del año 1584 se recibió la provisión aprobatoria, había fallecido dos años antes la madre Teresa de Jesús, y de acuerdo con lo mandado por el superior general de la orden, padre Gracián, la priora del convento de Beas, madre Catalina de Jesús, fue designada para fundar y regir el de Sabiote “por el tiempo que fuera necesario”. Pero como esta madre encontró oposición de los superiores para fundar dicho convento “por la cortedad del lugar”, dice el cronista de la orden y sobrino carnal de Santa Teresa, padre Francisco de Santa María (1567-1649), que puso como intercesora suya a la santa madre Teresa de Jesús, y que ésta “oyó a su querida hija y se le presentó muy resplandeciente un día de San José y le ofreció una novicia rica cuya dote ayudase a la fundación de Sabiote”, cosa que ocurrió después. Mas como continuara la oposición de los superiores, se le presentó de nuevo la madre Teresa diciéndole “que era gusto suyo se hiciese aquella fundación, y que el pueblo pequeño no impedía, teniendo razonablemente con qué pasar en lo temporal, ni en lo espiritual tampoco, teniendo tan cerca Úbeda y Baeza de donde acudirían religiosos de la orden”. V.- LOS DOS EDIFICIOS DEL CONVENTO DE SAN JOSÉ. A la casa de los Teruel, habilitada provisionalmente como convento, habían llegado a Sabiote desde Beas la superiora madre Catalina de Jesús y las monjas que allí estaban, que eran las cuatro procedentes de Toledo y las de Malagón, a más de la novicia sabioteña sobrina de la esposa de Teruel llamada Luisa de Jesús, que aportó su dote a la nueva comunidad, así como Catalina de los Ángeles, que estaba en el pueblo, de donde era, y a la cual ayudó a entrar fray Juan de la Cruz. Posteriormente, y de forma sucesiva, lo harían otras doncellas, así como cuatro hijas del alcaide don Luis de Teruel y de su esposa doña Luisa de Pareja, éstas con los nombres de Luisa de San Miguel, Jerónima de la madre de Dios, Isabel de la Encarnación y Margarita de San José. El alcaide, como escribió el cronista P. Francisco de Santa María, desocupó su casa para recibir a las monjas mientras se buscaba sitio más a propósito. Y el 18 de mayo de 1585 Sabiote ardía en fiestas, pues ese día, que era el de la Ascensión, se abría el convento. El concurso de la villa y lugares circunvecinos fue grande, pues se expuso el Santísimo Sacramento, dijo la primera misa el doctor Sepúlveda que era visitador del obispo de Jaén don Francisco Sarmiento de Mendoza, predicó un religioso de la orden y asistió la duquesa de Sessa, hija de la señora del pueblo doña María de Mendoza. Poco después la priora madre Catalina de Jesús enfermó, y en el mes de septiembre tuvo que volver a Beas, donde falleció el 23 de febrero de 1586. Como antes hemos escrito, al convento llegaron las cuatro monjas procedentes del de Toledo, que eran las madres Francisca de San Alberto, Francisca de San Eliseo, María de San Ángelo y Leonor de Jesús. Pues bien, a la primera de las citadas la eligió la comunidad como priora para suceder a la madre Catalina. Más tarde ocuparía el mismo cargo la última. Pero veamos seguidamente cómo se inició la construcción y posterior inauguración del nuevo convento de San José de Sabiote, aunque no en su totalidad, sino la cuarta parte del mismo (sin duda por falta de fondos). El cronista P. Francisco lo relata en esta forma:
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“Creciendo el número se estrechaba la casa, y trataron de otro sitio. Hallaron en el barrio, fuera de la cerca de la villa, labrada una iglesia de buena estofa y competente capacidad, donde podían gozar de buenos aires y vistas. Pidiéronla al obispo, diola con mucho gusto, y con las dotes de las dos novicias compraron sitio bastante. Dio para esta ayuda de la obra la señora doña María de Mendoza dos mil ducados, porque de su bolsa nunca se halló fondo para las obras de piedad; su hija la duquesa dio cien mil maravedís; el Concejo de la villa doscientos ducados; y entre otras personas particulares se juntaron hasta trescientos, todo a ruegos y diligencia de don Luis de Teruel. Con esto y la continua asistencia suya se fabricó un cuarto del convento, y a 4 de junio de 1587 se trasladó el Santísimo Sacramento de la casa del alcaide a la iglesia nueva, no con menor fiesta que la pasada, y asistencia de los religiosos de Baeza, con su rector fray Eliseo de los Mártires”. VI.- LA ASISTENCIA DE FRAY JUAN DE LA CRUZ. En los aproximadamente doce años que el que luego fue San Juan de la Cruz vivió por tierras andaluzas, fueron varias las visitas que hizo a Sabiote, pues, como dijimos, predicó allí antes y después de la fundación del convento y luego fue confesor de las monjas. De sus estancias existen datos y anécdotas, e incluso hay constancia escrita de milagros que hizo tras su muerte. Fray Juan conocía a las cuatro monjas de Toledo, pues cuando, como anteriormente hemos dicho, consiguió escapar de la prisión a que lo sometieron en esta ciudad sus enemigos los frailes carmelitas calzados, se refugió y vivió unos días en el de las carmelitas descalzas que estaba próximo. Pero la que mantuvo luego con el padre una relación más cercana fue la madre Leonor de Jesús, pues ella declaró al abrirse el expediente para la beatificación del mismo que confesó con él varias veces en Toledo y en Sabiote, e incluso narra una hermosa historia para demostrar la santidad de su superior. Se refiere tal historia a que siendo maestra de novicias en Sabiote, se recibió por monja a una novicia que según la maestra y la priora no convenía que profesase, si bien no la echaban del convento por haber entrado en el mismo “a petición del obispo y de otras personas graves”. Mas un día la priora recibió una carta de fray Juan, que era prelado de la orden en Granada y que según ella desconocía el caso, diciéndole que quitasen el hábito a la novicia y la echasen sin reparar en cosa alguna. Con lo cual la maestra y la priora entendieron la mucha santidad del dicho fray Juan. Más tarde, siendo la madre Leonor priora en Sabiote, se produjo un enfrentamiento en la orden, ya que las carmelitas en general eran partidarias de obtener mayor independencia respecto al centralismo del superior padre Doria y de gran parte de los frailes. Finalmente, las monjas carmelitas descalzas lograron que el papa Sixto V emitiera una resolución o breve que confirmó las constituciones del Carmelo femenino. Sobre ello, la priora sabioteña remitió una carta a la madre Ana de Jesús, considerada sucesora de Santa Teresa, en la que le decía: “Esta casa es del breve desde que vino, y la de Beas también; de las demás de por acá no se nada, ni nos escribimos, porque los frailes atajan las cartas. El que lleva ésta es propio”. Alonso de la Madre de Dios, coetáneo de fray Juan de la Cruz y que escribió un tratado sobre el mismo, cuenta que una vez que éste visitó el convento de Sabiote llegaron todas las monjas a tomar su bendición, y entre ellas una llamada Catalina de los Àngeles que padecía de fuertes dolores en un carrillo. Él entonces “le puso las manos sobre la cabeza y sobre el dolor, el cual en aquel instante que le tocó se le barrió y quitó a la doliente quedando buena”. Otra sencilla y bella anécdota sobre el fraile que luego fue santo, la narra el abogado de Úbeda don Diego de Molina. Se refiere a la prudente reacción del mismo cuando, ante la broma de un servidor, actuó con prudencia. La declaración, con vistas a la beatificación, la prestó en Úbeda el testigo en esta forma: “Que estando en la villa de Sabiote, que es una legua de esta ciudad, se halló presente en la profesión de una monja, y les dieron de comer a los frailes que asistieron a la dicha profesión; y comieron de pescado y trujeron un servicio de arroz, y el que lo servía, por farsa, dijo que venía aderezado con grasa, que cómo lo comían; y luego dijo que bien lo podían comer, que no tenía grasa ni cosa de carne. Y el dicho fray Juan de la Cruz no lo quiso comer ni llegar a él, diciendo que en duda no lo quería comer. Lo cual hizo con mucha modestia. Y lo sabe este testigo porque se halló presente”.
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Luego, cuando se produjo la muerte de fray Juan en Úbeda, la monja de Sabiote Francisca de San Eliseo, al declarar para su beatificación dijo que la priora de su convento (que era la madre Leonor de Jesús), “le envió algunas cosas de regalo y paños de lienzo para su necesidad, el cual las recibió enviándoselo a agradecer, diciendo que presto se las pagaría en el cielo”. Con posterioridad, cuando trasladaron a Segovia su cuerpo muerto y desde allí el fraile Francisco “Indigno” trajo a Úbeda un pie del mismo como reliquia, según declaraciones de las madres sabioteñas pasó primero por Sabiote y en su convento se encerró con la priora y la subpriora en un aposento alto, así como que las demás religiosas al salir de vísperas olieron una fragancia muy grande y que ambas madres les dijeron que estaban allí para quitar al pie unos huesecillos. Y cuando transcendió la santidad del padre Juan de la Cruz y se hicieron públicos sus milagros, en el libro citado de fray Alonso podemos leer los tres siguientes que se produjeron en Sabiote: A María Álvarez, mujer de Pedro Teruel, se le puso una mano mala, y cuando todos creían que se moría porque tuvo una gran hinchazón desde la oreja a la garganta, le aplicaron una reliquia del santo y sanó. En segundo lugar, la ya mentada monja Catalina de los Ángeles, “teniendo una mano tan mala que no podía hacer nada con ella, ya que el dedo pulgar se le había juntado con el dedo índice y el pulpejo del pulgar se le iba secando”, se encomendó al santo fray Juan, y poniéndose un poco de tierra de su sepulcro le volvió la mano y dedos sanos y tan ágil todo como la había tenido antes que estuviese mala. Finalmente, en la misma villa “Juan López Crespo bebiendo se tragó una sanguijuela, la cual se le asió en la garganta tan tenazmente que ni para dentro del cuerpo ni para fuera con ningún remedio la podían hacer desasir”. Viéndolo tan atribulado su vecino Rafael de la Torre, le aplicó una reliquia del santo que tenía y en el punto arrojó por la boca la sanguijuela quedando bueno. En esta forma exponemos cuanto hemos estudiado sobre la fundación del convento de carmelitas descalzas de San José, de Sabiote, si bien hemos de significar que permaneció abierto hasta 1837, año en que salieron las monjas del mismo para no volver, ya que, con motivo de las leyes desamortizadoras de la época, los bienes de esta orden religiosa fueron vendidos en pública subasta.