Idéntico truco utilizo cuando escribo una novela larga: dejo de escribir en el preciso momento en que siento que podría seguir escribiendo. Si lo hago así, al día siguiente me resulta mucho más fácil reanudar la tarea. Creo que Ernest Hemingway también escribió algo parecido, del estilo “continuar es no romper el ritmo. Para los proyectos a largo plazo, eso es lo más importante. Una vez que ajustas tu ritmo, lo demás viene por sí solo. Lo que sucede es que, hasta que el volante de inercia empieza a girar a una velocidad constante, todo el interés que se ponga en continuar nunca es suficiente. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
En la profesión de novelista (al menos para mí) no hay victorias ni derrotas. Tal vez el número de ejemplares vendidos, los premios literarios, o lo buenas o malas que sean las críticas constituyan una referencia de los logros obtenidos, pero no los considero una cuestión esencial. Lo más importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado, y frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez, uno pueda explicarse en cierta medida. Pero es imposible engañarse a uno mismo. En este sentido, escribir novelas se parece a correr un maratón. Por explicarlo de un modo básico, para un creador la motivación se halla, silenciosa, en su interior, de modo que no precisa buscar en el exterior ni formas ni criterios. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
Lo importante es ir superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior. Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro que el tú de ayer. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
Soy de los que no adquieren conciencia clara de las cosas si no las viven en carne propia, si no tocan la materia con las manos. Sea como sea, hasta que no transformo las cosas en algo visible no quedo satisfecho. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
Puedo especificar el día y la hora en que tomé esa decisión. Fue aproximadamente a la una y media de la tarde del 1 de abril de 1978. Ese día estaba solo en la grada exterior del estadio Jingu viendo un partido de béisbol mientras tomaba una cerveza. (…) En ese preciso instante me dije: “Ya está, voy a probar a escribir una novela”. Todavía recuerdo con nitidez el cielo completamente despejado, el tacto de la hierba fresca que acaba de reverdecer y el agradable sonido del bate. En ese momento, algo cayó suave y silenciosamente desde el cielo y yo, sin duda, lo recibí. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
Fui a una tienda de deportes especializada y me compré unas buenas deportivas y ropa cómoda adecuadas para correr. Me hice con un cronómetro y leí un libro para corredores principiantes. Así se va uno convirtiendo en corredor. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
Los novelistas dotados de talento natural son capaces, sin hacer nada especial (o haciendo cualquier cosa), de escribir novelas con suma facilidad. Las frases les brotan como el agua mana a borbotones de un manantial, y así va surgiendo su obra. No necesitan esforzarse. Hay personas así. Pero, por desgracia, yo no soy como ellas. No es para sentirse orgulloso de ello, pero, por más que miro a mi alrededor, no encuentro el manantial por ninguna parte. Tengo que tomar el cincel y el martillo e ir picando poco a poco el suelo rocoso hasta abrir un profundo boquete; si no, no consigo llegar al manantial de la creatividad. Escribir una novela me exige malgastar mucha fuerza. Me cuesta tiempo y esfuerzo. Cada vez que me propongo escribir una novela, tengo que empezar a cavar un nuevo agujero desde el principio. Con los años, no obstante, uno va fortaleciéndose y dominando las técnicas para poder cavar agujeros en ese duro suelo rocoso y descubrir nuevas vetas de agua de forma bastante eficaz. Y cuando noto que un manantial está a punto de agotarse, puedo pasar a abrir el siguiente con celeridad y determinación. Sin embargo, los que dependen únicamente de los manantiales naturales, aunque de repente se propusieran hacer lo mismo, seguramente no lo conseguirían con tanta facilidad. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.
En mi caso, la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada mañana. De un modo natural, físico y práctico. ¿En qué medida y hasta dónde debo esforzarme? ¿Cuánto descanso está justificado y cuánto es excesivo? ¿Hasta dónde llega la adecuada coherencia y a partir de dónde empieza la mezquindad? ¿Cuánto debo fijarme en el paisaje exterior y cuánto concentrarme profundamente en mi interior? ¿Hasta qué punto debo creer firmemente en mi capacidad y hasta qué punto debo dudar de ella? Tengo la impresión de que si, cuando decidí hacerme escritor, no se me hubiera ocurrido empezar a correr largas distancias, las obras que he escrito serían sin duda bastante diferentes. Concretamente, ¿en qué modo lo serían? No lo sé, a tanto ya no llego. Pero seguro que serían muy distintas. Haruki Murakami. De qué hablo cuando hablo de correr.