UN CORAZÓN QUE NO COJEA 25 años contando historias y surcando los caminos
Pepepérez
PEPEPÉREZ Nació en el Hospital Civil de Málaga, creció en una posada del siglo XXVII escuchando historias, trabajó en una tasca oyendo y contando historias inverosímiles. Se marchó a Sevilla por amor y por amor sigue allí.
Algunos cuentos los recogió en un libro llamado “El coleccionista de palabras” editado por la Editorial Almuzara otros en este que acaba de editar. Pero lo mejor de todo, es que sus maletas siguen estando repletas de cuentos de ayer, de hoy y de siempre para regalar en cursos para profesionales, educadores o padres y sobre todo a los oídos que se presten a escucharlos.
De pequeño no pararon de decirle: “Quien mal anda mal acaba” y parece que no acertaron porque lleva veinticinco años viviendo del CUENTO, cuentos que ha narrado en bibliotecas, escuelas, institutos, bares, plazas, maratones, museos, en el desierto y en el Instituto Cervantes, en asentamientos chabolistas y en la televisión, en la radio y en la cárcel, en revistas y en mítines políticos, a bebés y a mayores de Centros de la Tercera Edad, en lo alto de un escenario o a pie de calle, desde Úbeda a Casablanca pasando por la casa natal de Picasso.
Y está dispuesto a seguir otros tantos años surcando los caminos, transmitiendo historias de boca a oreja y recogiéndolas de la misma forma. Y colorín colorado esta vida, por suerte, aún no se ha acabado.
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AGRADECIMIENTOS Gira la rueda de mi rojo corazón por tu mirada. (Ángel Leiva) A quien va dedicado este libro porque me dio la luz. A Loren y Eva Silva que me acogieron como hermano mayor y con los que compartí mis primeros pasos. A Mayi Chambeaud, jefa india que me convirtió en chamán y que hizo que danzara en escena, desnudo y sin miedos. A todas las personas que pasaron por mi vida y que de una forma o de otra allanaron y taparon baches del camino, para evitar tropiezos inoportunos y a aquellos que me cogieron de la mano para subir las cuestas y escaleras que tanto odio. A todas y todos los narradores, narrantes, cuentistas o cuentacuentos que con sus palabras me enseñaron a escuchar y respirar las historias en diferentes idiomas. A Pello Añorga, contador vasco, que una mañana, antes de desayunar, me regaló la frase que da título a este libro. A los veinticinco ilustradores e ilustradoras que me acompañan en esta aventura, porque cogieron el teléfono al primer timbrazo y me han regalado un montón de espejos donde verme desde otra mirada. A María Ruiz Faro, amiga y poeta porque siempre está ahí. A mi más que amigo Juan Arjona, con el que comparto secretos, risas y llantos. A Yolanda porque tiene el oído y el corazón abierto a todas mis locuras. Y sobre todos, a mi hijo Lorenzo que sigue iluminándome las sombras que encuentro a mi alrededor. A todos y todas, GRACIAS, porque sí.
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UN CORAZÓN QUE NO COJEA 25 años contando historias y surcando los caminos
Pepepérez