Sueño oscuro

Page 1

SUEテ前 OSCURO

Marテュa del Mar Mata Lテウpez 1


Krumelanke: último sol de Berlín. Estación final del penúltimo día. La Europa verde, el Berlín desinhibido y desnudo en las praderas del lago. Como en el Londres de mi juventud. Entonces todo cabía en una mochila: la curiosidad del alma y la ambición del corazón. Sin cuentas pendientes con el pasado ni oscuros presagios sobre el futuro, el presente iba conmigo como único equipaje. Ciclistas en tránsito pedalean por los caminos verdes. Europeos que entienden la vida sin la opresora sensación de ridículo que parece aniquilarnos a nosotros. Antes, se sentó cerca un hombre maduro de ojos claros. Hubiera querido preguntarle si hablaba inglés, si, por casualidad, se llamaba Rainer, si hacía tiempo, veintitantos años ya, había conocido en Londres a una española que se llamaba María. Berlín West. Mediados de los ochenta en el calendario del mundo. La vida engañándome en los espejos proyectores de luz sin sombras. Todavía el muro dividía el espacio vital de las conciencias. ¿Cómo entenderían aquello los viejos comunistas? ¿Qué explicación darían a esa división artificial de la realidad? El hombre contra el hombre en el intento inútil de educar en la fraternidad y la justicia sin respetar la soberanía de la propia alma. (“La añorada libertad. Las llaves de este piso son un símbolo. Adoro las luces y el frío transparente de esta ciudad. Todo el tiempo para mí. Llevo en el bolso todo lo necesario para pasar el día y apenas voy por casa. El sábado tuve mi primera cita con Rainer, un alemán que estudia 2 conmigo literatura


inglesa en la universidad nocturna. Pasamos la mañana en el mercado de Brixton y por la noche fuimos al teatro a ver la muerte accidental de un anarquista de Darío Fo. Me invitó a su casa para cobijarnos de la noche fría, apátridas fuera del tiempo y sentir en nuestra piel lo que habíamos sentido a través de las palabras. Tomamos café y escuchamos música. Le enseñé fotografías de España. Después, hicimos el amor ardientes, sin poder dormir, ávidos de más calor aún. Llovía. De madrugada se vistió y se fue. Oí cómo arrancaba el coche. Por primera vez en mi vida me quedaba sola y desnuda en el silencio de la noche.”) Agosto de 2008. Lo primero que metí en la maleta cuando decidí viajar a Berlín fue el libro de Crista Wolf “Unter den Linden” (Bajo los tilos) que había leído hacía veintitantos años también. No recuerdo que supiera entonces que era una de las escritoras más conocidas de la fallecida república democrática alemana, amante de su Berlín dividido a pesar de estarlo, heredera ideológica de Bertolt Brecht y comunista por convicción. Supongo que su libro cayó en mis manos como los de tantas otras escritoras, rebuscando en librerías autoras con una vida y un pensamiento que contar. Profesora de universidad, experta en el Romanticismo, paseaba “bajo los tilos” de la avenida más importante de Berlín este añorando un amor no correspondido y tratando de solventar sus contradicciones. El libro tenía el mismo 3 principio y final: “


Siempre me ha gustado pasear por Unter den Linden.” El romanticismo de Hölderlin, de Kleist, de Novalis. ¿Cómo explicaría el concepto de libertad romántica a sus alumnos? ¿Cómo lo experimentaría ella en aquel mundo dañado por la falta de libertad?.

4


Por Unter den Linden habían desfilado todos los grandes comprometedores de la libertad ajena: Napoleón, Hitler, Stalin, atravesando con cada grito de su victoria- siempre gloriosa- un cuchillo mortal en el corazón de la ciudad más herida de Europa. Pero ya han caído muchas hojas de ese calendario y esta avenida convive hoy con el aterrador tumulto de los turistas que viajan con los ojos de una cámara ciega y consumen recuerdos para indigestarse de historia y de pasado. ¿Cómo puede caber todo en un mismo equipaje? ¿Cómo puede el orden, la abundancia y la mediocridad comprender la pasión de la historia, su vorágine, su demencia y su gran necesidad de perdón?. Parece un privilegio del tiempo en que vivimos poder contemplar el dolor en estado puro del campo de concentración de Sachsenhausen, a pocos kilómetros de Berlín, donde, sin necesidad de imaginar, aún se oyen los lamentos de quienes nacieron en el momento y lugar equivocados y salir ileso de tan cruel viaje en el tiempo con el tiempo justo de coger el tren de vuelta a las pizzerías neutrales del Berlín de hoy. Pero siempre es limitada la ración de angustia ajena que queremos o podemos soportar. Con la apretada agenda del turista que ve más de lo que puede comprender paseamos por los patios y avenidas del campo desolado que empezó concentrando sólo trabajos forzados y acabó concentrando exterminios masivos inmortalizados en 5 de esta todas las fotografías de los museos de tortura Europa que recuerda y no


quiere perder la memoria. Los camastros, los lavabos comunitarios, los hornos crematorios, la suciedad constante, la permanente humillación de ser tratado peor que un animal. Por fortuna, esta visita guiada al dolor sale a veces al exterior y el sol de agosto nos permite respirar y recordar que esto que vemos no es de verdad, que la pesadilla pertenece a un tiempo terminado que sólo los libros y el cine devuelven a la realidad. Y eso garantiza que la herida ya está curada, que no es capaz de hacer daño. Porque cualquier realidad, por aterradora que sea, parece volverse de mentira cuando nos acercamos a ella. Quizá creíamos ver el escenario de una película norteamericana o del best-seller del niño con el pijama a rayas con cuyo destino trágico todos habíamos sido capaces de llorar. Lágrimas fáciles y bien lloradas que aligeran nuestra conciencia colectiva y no nos exigen alzar la mirada un poco más allá donde todavía hoy en la relalidad real se oyen indescifrables suspiros y lamentos en lenguas que no estamos dispuestos a entender. Hoy otros muros, otros campos y otras torturas son el desayuno diario de quienes todavía no cobran entrada ni tienen horas de visita guiadas a su dolor. Una sesión intensa de realidad virtual bajo el sol abrasador de este mundo nuestro de hoy casi perfecto donde ninguna tragedia va a volver a repetirse porque hemos encontrado el secreto de la felicidad. A la Europa que ha convertido sus pesadillas en museos le late un corazón fuerte y sano que no volverá a enloquecer jamás. Desde el horror del presente que no queremos contemplar no 6 hay trenes que vuelvan


cargados de turistas a los centros históricos de ningún lugar. De parte alguna. Tú y yo caminábamos en silencio, al margen del tumulto y masticábamos con dificultad las palabras del guía. Nosotros tampoco deberíamos haber estado allí, por respeto a aquello que no podemos comprender, por pudor, por no dar al azar de la historia más importancia de la que se merece. 7


Las hormigas de Berlín son marrones. Caminan despacio por mi pierna mientras un helicóptero sobrevuela el lago. Alguien deja su bicicleta en la hierba cerca de mi mochila. En la armonía del verano cabemos todos bajo el mismo sol, sobre la misma hierba, con la fraternidad de los cuerpos desnudos dándose placer. Un baño, la lectura, una conversación amiga a media voz, la mirada a secas, sin auriculares, reposada sobre la lámina de agua transparente del lago. _”¿Por qué vamos aBerlín?”, habías preguntado. Tanto tiempo soñando con Budapest, recreándolo en tus conversaciones, haciéndome saber que tu corazón había nacido allí y – tú sentías- allí también se había quedado. “Todo empieza y termina en Budapest”, había dicho yo, sin saber de ti más que unas cuantas cosas inconexas: una novia húngara, un gran amor y un gran desengaño, un trabajo de profesor en un centro bilingüe y una entrada triunfal en el aeropuerto de la propia búsqueda de la libertad al que llegamos algunos huyendo de la terrible opresión familiar. Yo a Londres en los ochenta, tú a Hungría en los noventa. Pero no fuimos a Budapest. No quisiste convertir el mito en realidad, tu leyenda en nuestro primer viaje juntos. Lanzamos entonces palabras al vacío: Menorca, Malta, Melilla, Madeira. Emes y aes en todos los destinos pero ninguno rimaba con Budapest. “Eso”, fuera “eso” lo que fuera, no estabas 8 dispuesto a compartirlo. Aquella herida


húngara que antes había sido felicidad. Entonces yo pronuncié Berlín, la ciudad que nunca visité en los ochenta, antes de la caída del muro, cuando Rainer y yo vivíamos el final de nuestro amor, la ciudad que no permite al viajero olvidarse de la Historia. ¿Qué importancia, entonces, podría tener la propia, la pequeña, nuestra pequeña historia? ¿Qué mejor lugar para liberar la soledad del alma y, sin nostalgia ni lágrimas, reconocer que en realidad no hay entre tú y yo ninguna historia que contar?. ....................................................... .....................

Las alas del deseo vuelan sobre Berlín. Ella le pide que la ame, necesita sentir su calor para destruir su soledad. Calles en blanco y negro de una ciudad desolada y vacía. Camina por espacios abandonados sin tiempo. Se va haciendo de noche y desea el calor de los brazos que sabe que esperan, de los oídos que sabe que entienden sus palabras, de la mirada que puede ver lo que ella mira. 9


Y le dice: “ He tomado mi decisión. La nuestra será una historia gigante, como cualquier historia entre un hombre y una mujer que saben y sienten que se aman. Ya nunca estaré sola. Yo ya he tomado mi decisión. Ahora te toca a ti”. 10


En un banco del parque, soñando como entonces con la vida y el amor. Viajes que nunca se hicieron, que no se harán nunca. Deseos que se hurtan a la verdad implacable. Ella siente que, quizás, todo es mentira pero en su confusión e incertidumbre le parece de verdad. Mastica la noche y le sabe a felicidad y a esperanza. La tierra vuelve a oler a juventud, casi puede olfatear la eternidad. Las alas del deseo vuelan sobre Berlín. Ya ha anochecido y es el final del verano. Ella tiene la piel tostada y suave, los ojos afilados, las manos alteradas. Su sexo es como un sol caliente en el techo de la noche. La oscuridad no duerme. El deseo regresa y en el tiempo parecen encontrarse el pasado y el futuro. La niña y su pequeño miedo con la mujer y su gran melancolía. Entre ellas estalla el presente como una bomba cargada de presagios retenidos. La niña y la mujer se reconocen, se comprenden, se alertan, se perdonan. Quien escapó una vez no puede regresar al lugar de las cadenas. ¿Cómo adentrarse en la ciudad bombardeada si una vez allí florecieron los sueños? ¿Dónde están los otros, se pregunta, esos que como yo presienten que el sol está a punto de ponerse?. Abandonada, llorosa, enamorada, encarcelada, aterrada. Sin lo que la han arrebatado, sin lo que nadie va a darle nunca más. Es un tiempo vacío en esta ciudad fantasma donde los árboles de sombra pasan de largo y las palabras de amor ya no reposan y se quedan. Donde el pasado vive en el alma 11 como un cuervo


que picotea mil veces la misma herida. Ella sabe que en las flores de su balcón la primavera ha muerto y sus ojos cansados deben aprender a guardar luto. Aprende a mentirle para que exista la esperanza pero su sinceridad da tanto frío que ninguna palabra suya es capaz de sanarla. Vuelan sobre Berlín las alas del deseo. Las nubes importunan el cielo y parece impacientarse la lluvia. Ella le dice:” Nuestro silencio está cargado de palabras que ahuyentan el miedo, el pánico a que la verdad se pronuncie sola. Cargado de palabras que tropiezan con los ojos y, sin embargo, encuentran un obstáculo mudo, un no sé qué, un misterio que no sabe explicar la intensidad de las pupilas”. Huye la juventud en camiones negros y ella le envía, desde el silencio que le queda, un último beso insurgente. Llueve. La ciudad se apaga. Los metros se detienen. Por las calles en blanco y negro transitan sin rumbo las hojas del gran libro de la historia que se pierden en el tiempo. La mujer se levanta. Recoge su maleta y se interna en la noche. Después baja el telón. 12


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.