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martes 9 de junio de 2020

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David Mondacca

Arauz El teatro, su proyecto de vida

Jorge Castel

David Mondacca nació en Trinidad, Beni, en septiembre de 1955. El destacado actor boliviano demostró y paseó su arte en grandes, medianos y pequeños escenarios. Apostó por esta carrera desde muy joven y retirarse aún no está entre sus planes. Afirma que el teatro sobrevivirá a la actual coyuntura.

¿Hace cuánto tiempo ejerce en el mundo teatral?

Cada 13 de noviembre festejo un aniversario y desde 1973 hasta la fecha ya son 47 años de trabajo continuo sobre las tablas. Tomé la decisión de apostar a que se podía vivir de este oficio — mismo que descubrí y elegí desde temprano—, para esa época era una cosa un tanto desquiciada, pero hasta ahora pienso que fue una locura asumir el teatro como proyecto de vida y profesión, así pasaron las cuatro décadas y un poquito más.

¿Cuándo fue ese primer encuentro con el teatro?

A esta altura de la vida entendí que nada es casual. Yo conocía el teatro cuando aún estudiaba en el colegio Bolívar, pero recuerdo que antes la radio era todo y que la estación Nueva América transmitía en vivo las obras de Raúl Salmón. Luego conocí a una muchacha que me dijo que le faltaba “filosofía a mi vida” y me invitó a un curso para conocer ese tema. Me indicó que podía asistir a un curso entre las calles Ingavi y Pichincha, en ese entonces la Alianza Francesa. Cuando fui, me equivoqué de timbre. Me abrió un señor de melena y barba, no me dijo nada y me subió, me llamó la atención una sala con paredes negras y personas con ojos vendados; volví varias veces y nunca encontré a la muchacha, sin embargo, vi que en esa sala daban clases de teatro. Me impresionó lo que hacían, cómo trabajaban con el cuerpo y esto me sedujo e ingresé a la clase del gran dramaturgo Eduardo Perales. Comencé barrien

do el escenario, luego pasé a hacer luces, utilería, hasta que finalmente me dieron un papel pequeño. Permanecí tres años, empecé con el teatro clásico, luego me fui a otro grupo, hice teleteatro en canal 7, entre otras experiencias. Posteriormente me incliné por el teatro popular, un género que podía voltear taquilla durante varios meses.

¿También escribió obras?

Cerca al año 2000, ya cansado de no encontrar material en teatro (no es lo mismo hacer adaptaciones, solo es un recurso), hace unos 15 años escribo mis propias historias. Debo tener una veintena de obras propias, unas 15 registradas y otras para completarlas porque soy muy dado a la acción y eso retrasa un poquito.

¿Le gusta transmitir su conocimiento?

Es algo importante en mi vida; en 1992 el Dr. Carlos Rosso —que dirigía Cultura en la Universidad Católica Boliviana San Pablo— me invitó a dirigir el taller de teatro. A la fecha ya son 28 años en esta labor. El compromiso es hacer una obra al finalizar cada semestre, desafié a la gente a que escriba sus propias obras con su percepción del mundo, y sin querer nos volvimos un semillero de nuevos talentos. Una alumna me confesó años después que mi nombre era odiado por los padres de familia porque los alumnos querían abandonar su carrera.

¿Qué personajes le traen un buenos o malos recuerdos?

Para un actor el amor a cualquier personaje es el mismo, creo que no hay papeles pequeños y me enseñaron eso. Hay papeles pequeños para grandes actores, de verdad, eso se ve en el cine. Pero puedo decir que los personajes de ancianos son difíciles, en mi caso, mi pasión es desmedida y tuve que vivir papeles, una vez tuve que volverme lustrabotas en El Alto para conocer su labor, cada personaje es un desafío.

¿Cuál fue su personaje más querido?

Nosotros hacemos tragicomedia y me encanta hacer teatro para niños, además son el público más exigente y no tienen problemas en decirte que algo está aburrido. Me quedo con un personaje de la obra El gato con botas llamado Manoloca porque maneja una espada, él es tonto, ingenuo y hecho al malvado, me gustó mucho interpretarlo.

¿Qué sintió cuando hizo teatro durante la cuarentena sin espectadores y sin aplausos?

Volvimos a lo que hacíamos en TV y cine hace mucho tiempo, es una lástima no lograr ese clic que hay en el teatro, de ese arte en vivo, es un sentido aquí y ahora irrepetible. Cuando se graba hay mucha frialdad, el actor tiene que cosechar mucho de sí. A mí, por ejemplo, me incomoda el micrófono y la cámara en primer plano; no existe el trabajo vocal, que en teatro es vital. Sin embargo, el actor que no tiene la capacidad de adaptarse, muere y el teatro siempre se adaptó. Incluso hoy, será igual, ante este obstáculo sobrevivirá.

Fotos: Archivo David Mondacca

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martes 9 de junio de 2020

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