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La escuela que soñamos La nueva cibercultura

Desde que el fenómeno pandémico asentó sus bases, tanto económico- políticas como culturales no hemos dejado de estar intentando acoger nuevas prácticas de interacción y consumo en el mundo cibernético. Este hecho de carácter globalizador no significa que ulteriormente tales efectos no se hayan establecido con la introducción de la cultura “Smart” en celulares, carros, videojuegos, televisores, etc., sino que hoy la misma cultura e identidad social han ido reconfigurándose a una mainstream (tendencias).

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Mediante esta nueva ola de tornar lo convencional y hasta trivial en algo “trending”, es decir, que eso que consumimos en el día a día como “hecho factible” e incluso “realidad” resulta ser puro entretenimiento. Es en ese sentido, que cobra mucha más importancia en estos tiempos el rating y la cantidad que el contenido valorativo de las cosas. De este modo va maquillándose el verdadero propósito del proyecto capitalista neoliberal el cual descansa en la desregulación y distracción social. Estas particulares cualidades logran minar no solo la conciencia social, sino también al propio ser social debido a que lo privan de su pleno goce de vivir en paz.

En este nuevo mundo de la información, los datos se convierten en el verdadero protagonista histórico- cultural, hecho que pudiese significarse como mercancía. Por tal motivo es que el concepto de la enajenación acuñado por Marx (1844) en sus “Manuscritos económicos y filosóficos” aún presenta tener vigencia, dado que esta sociedad privilegia más la adquisición desmedida de productos que el valor sustancial de las cosas. Tan salvaje y ultrarrápido ha sido el movimiento del sistema socioeconómico, que lo ilusorio, simbólico e inmaterial se ha transformado en algo “real”.

Muchos se podrán preguntar el porqué del uso de las comillas en la palabra real, pero esto más bien lo hago ya que existen varias explicaciones y teorizaciones sobre cómo interpretar no solo las cosas, sino también al mundo. A raíz de este planteamiento, se consigue hallar un posible sustituto de la cultura contemporánea el cual no se encuentra en la música, familia, artes o lenguaje como solía ser. Resulta ser que es la cibercultura la responsable de minimizar los problemas y descontentos sociales vía el efecto de la enajenación. Ante esta cruda realidad, nos dice el escritor Mario Vargas Llosa (2013), que actualmente “la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura porque para esta nueva cultura son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial” (p.31). Gracias a la producción en masa es que las diferencias entre lo que es valor, precio y ganancia se hacen uno para ser medidos por porcentaje mercantil.

Por ejemplo, si fuéramos a escenificar descriptivamente la condición cultural puertorriqueña podríamos decir que esta es una Disneyficada. Traigo este concepto traído por el sociólogo Peter Fallon para ilustrar y comparar cómo un parque temático de la altura de Disney pudiese ser recreado en otro espacio con miras a explotar sin recelo alguno sus fuentes de riquezas (cultivos, tierras, playas, zonas de preservación histórica, etc.). Así que, más allá de promover un supuesto aire de desarrollo económico va limitándose la intervención del Estado con miras de hacer nuestra cultura una híbrida, codependiente y reemplazable por lo que nos presenta el mercado.

Es por esta razón, que nos vemos obligados a reflexionar críticamente cómo día a día la misma informática e incluso imposición cultural-colonial buscan las medidas más sofisticadas y sobresalientes para hacer de lo ilusorio algo rentable, justamente como nos enuncia el mundo “maravilloso” de Disneylandia.

Continúo en reflexión ante los casos y situaciones que estamos viviendo en pleno siglo 21 y ponen en tela de juicio el rol de muchas de las instituciones de nuestra sociedad, las que interactúan en el proceso de desarrollo de nuestros niños y jóvenes, entre las que están la escuela, la agencias de servicios sociales, seguridad, la comunidad cercana y la familia. Quizás debemos definir la escuela que soñamos. En mis lecturas buscando modelos a seguir identifique que en España una comunidad definieron lo siguiente: “Deseamos que nuestros centros educativos sean lugares de aprendizaje compartido donde todos los miembros de la comunidad educativa tengamos un papel activo. Nos comprometemos a hacer realidad nuestro sueño entre todos: Formar personas seguras de sí mismas, autónomas y con una identidad propia. Personas solidarias, respetuosas con las diferencias, comprometidas con la sociedad y capaces de transformar su entorno. Personas que sienten y se compadecen de quien sufre y salen al encuentro del otro. Personas coherentes, honestas y reflexivas que construyen sus propios ideales, valores y criterios. Personas que valoran la vida, a los otros y lo que tienen. Deseamos que nuestros alumnos, una vez finalizada su escolarización, sean expertos en humanidad.” Esta definición guía y permite establecer un alineamiento de todos los procesos, recursos e instituciones que impactan el proceso, cosa que lamentablemente vemos muy lejos en nuestro país, porque las agencias no se interconectan, la comunidad se hace de la vista larga y se ha perdido el sentido de responsabilidad y unidad familiar en muchos casos.

En lo que esto se da y buscando herramientas que aporten, consideremos algunos aprendizajes que nuestras escuelas más allá de las materias básicas deberían desarrollar en nuestros niños y que son las herramientas que los estudiosos del tema más recomiendan para una transformación verdadera. Son estos: “perspicacia que es la agudeza para ser capaz de ir más allá de lo evidente, de lo habitual, de lo que se espera de uno. Agradecimiento, tiene que ver con la empatía, con la capacidad de ponerse en lugar del otro, de valorar lo que se ofrece. Resiliencia, que es la capacidad de levantarse cuando uno se cae, de seguir adelante sin miedo al fracaso. Tolerar bien la frustración al no alcanzar de manera inmediata lo que se quiere. Colaboración, que es saber compartir, colaborar, trabajar en equipo, sumar esfuerzos y talentos. Perseverancia, ser constante en la persecución de nuestros objetivos, no dejar de perseguir nuestros sueños, encontrar nuestro elemento y no dejar de luchar por él. Meticulosidad que es la capacidad de ser muy concienzudo en todo lo que se hace, en no conformarse con lo básico, con lo elemental, buscar la excelencia en todo lo que se hace. Autoestima, que consiste en tener un buen concepto de uno mismo, tener el convencimiento de que se puede llegar a conseguir aquello que se uno se propone. Iniciativa que es no esperar que las cosas suceden porque sí, sino que hay que lanzarse a buscarlas, a conseguirlas con esfuerzo.

Espíritu crítico, no aceptar nada como válido sin plantearse sus consecuencias. Ser capaz de pensar por uno mismo. Creatividad, que es la culminación del aprendizaje, la capacidad de crear algo nuevo o de dar una respuesta más eficaz a un problema.”

Una escuela que sea capaz de enseñar estas herramientas, es una escuela que prepara para la vida y sería una escuela capaz de dar respuesta a las necesidades reales de nuestro tiempo. Una escuela del siglo XXI.

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