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que come de este pan vivirá para siempre”
Cena, cuando también regaló a la Iglesia el don del sacerdocio y el mandamiento del amor. El memorial de la Eucaristía está en estrecha relación con el don del sacerdocio ministerial, cuya institución, la Iglesia, se ha visto vinculada en el mandato del Señor: “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11, 25), de tal manera que son los sacerdotes quienes actualizan ese memorial eucarístico de generación en generación, porque “La Eucaristía es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella” (ibid. #31).
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La Eucaristía es el memorial del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, un don hecho de una vez para siempre, que se viene actualizando a lo largo de la historia, donde sucede el sacrificio del Señor que se nos da como alimento y nos entrega la salvación. Así lo expresa san Juan Pablo II cuando afirma: “Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la Muerte y Resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención” (ibid. #11).
La Iglesia tiene como centro a Jesucristo que desde el sacrificio redentor en la Cruz, nos ofrece su perdón y reconciliación, para que limpios de corazón podamos llegar hasta el Padre que espera el regreso del Hijo que se ha perdido, para acogerlo en la gran fiesta del banquete celestial, que se realiza en esta tierra en cada Eucaristía.
San Juan Pablo II nos lo enseña cuando afirma: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz. La naturaleza sacrificial del misterio eucarístico no puede ser entendida, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia indirecta al Sacrificio del Calvario” (ibid. #12).
De esta manera, todos los creyentes entendemos que Eucaristía y Crucificado forman una unidad; cuando participamos de la Eucaristía, adoramos a Jesucristo presente en el altar y levantamos la mirada y contemplamos el Crucificado y ahí entendemos todo el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, ahí comprendemos el sacrificio redentor, la entrega total de su vida por cada uno de nosotros, porque tenemos la certeza que el Señor nos amó y se entregó por cada uno.
Es muy importante contemplar la unidad que se da en el presbiterio entre altar y Crucificado, porque allí está un solo Señor, Jesucristo ofreciéndose por la salvación de todos. Por esto en el presbiterio siempre se ha de tener en el centro un Crucificado y no una imagen de un santo, ni tampoco ninguna devoción, ni advocación especial. Allí se tendrá la síntesis del sacrificio redentor, que es Jesús Crucificado, que con el altar eucarístico forman una perfecta unidad, de donde brota la oración contemplativa del creyente, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la Eucaristía y mirando, abrazando y contemplando la Cruz del Señor.
El misterio pascual contemplado y adorado en la Eucaristía y en el Crucificado, invitan al creyente a la conversión, porque se necesita limpieza de corazón para poder alimentarse con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, “quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (ibid. #36), pues comulgar en gracia de Dios es transformar la vida en Cristo, que es el escalón más alto de la conversión, que hace exclamar con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando testimonio de su de conversión “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).
Oremos todos los días de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la Eucaristía y contemplando la Cruz del Señor, pidiendo que podamos dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, poniendo todo el esmero por vivir la Eucaristía con la mayor dignidad posible. Que al celebrar el Corpus Christi, podamos tomar conciencia de la grandeza del don que se nos ha dado en la Eucaristía. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José que custodiaron a Nuestro Señor Jesucristo, alcancen del Señor para nosotros, la gracia de contemplar y adorar la Eucaristía con fervor espiritual.
Caminemos juntos, adorando la Eucaristía y contemplando la Cruz del Señor. En unión de oraciones, reciban mi bendición.