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Ese director es un mago

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8 Microrrelatos

8 Microrrelatos

Tony Jerónimo Beltrán Gómez | @tonyakus / @revistacacofonias

Los recursos que utiliza el mago para engañarnos/sorprendernos son los mismos del cineasta, por medio de sonidos, diálogos, objetos y ediciones logran su objetivo y nosotros como espectadores también, porque nos encanta que nos engañen. ¿En qué se parecen estos dos?

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A Eduardo Otálora Marulanda

Primero se ajusta un cinturón que sostiene nueve sombrillas en su espalda, luego se pone un chaleco que le da un toque elegante y, finalmente, un sacoleva. Dentro de este último pone tres palomas blancas a cada lado de la apertura delantera envueltas en un trapo. En su oreja pega con cinta hilos “invisibles”. De la mesa recoge las cartas recortadas, algunas con dobleces. Mete una carta en su zapato derecho y, por si se equivoca en el show, en el izquierdo mete otra distinta. En los bolsillos traseros tiene dos botones, de un lado un botón que, si lo oprime, sale fuego de las mangas, del otro lado, si oprime, sale confeti. Se pone un sombrero de copa, alto y negro. Dentro de él un conejo blanco. Le da inicio a la música para elevar los sentimientos del público en los instantes correctos. Repasa una vez más el guion que él o alguien más le escribió. Recuerda a sus actrices qué harán. Salta al escenario. Hace su primer truco, todos aplauden. El mago está listo.

El mago es un personaje que se parece más de lo que uno podría imaginar a un director de cine. Escribe, lee lo que otros le escriben o simplemente planea con anterioridad lo que hará, el show que dará y qué reacción espera en cada escena, en cada momento del truco. Al igual que un esquema clásico de una narrativa literaria o cineasta: inicio, nudo, desenlace.

En la introducción le presenta al público los objetos que se van a usar, el universo narrativo, las posibilidades que existen con todo eso. Por ejemplo: una mujer, una caja y un serrucho. La gente se imagina lo que pasará, es el efecto cuando se le entrega parte de las pistas, pero no todo. No. Nunca se le dice qué hay dentro de la caja o detrás de las cámaras. Sigue la ejecución, donde se plantea el problema. Corta a la mujer. Aparentemente es un problema imposible de solucionar. Luego, gracias a los poderes que también se habían planteado de alguna manera desde el principio, como mostrando el traje y diciendo que era un show de magia, el mago la une y soluciona el “problema”. Así opera la narrativa que normalmente manejan los magos y los directores.

Hay películas de magos donde vemos –o más bien sentimos, ya que nosotros como espectadores realmente no vemos mucho– que la película es un triple show de magia en uno. Como una matrioshka del engaño. A este efecto se le llama metaficción, tratar un tema con su mismo formato, es algo autorreferencial. Es decir, una película de magos, en la que un mago habla sobre la magia y sobre el engaño. Cómo está construido nos hace pensar algo al principio que al final es todo lo contrario: nos engaña.

Ese es el caso de The Prestige, que empieza con un personaje que nos narra y explica cómo son los actos de magia, y bajo esos mismos actos se va construyendo la película. La presentación del objeto, cómo se desaparece y el prestigio, que es cuando las cosas vuelven, se resuelve, y solo quedan los aplausos. El truco que muestra el mago mientras hace su monologo es el de desaparecer un pájaro y reaparecerlo, dividido en esos tres momentos:

Primero, la presentación de los objetos: un pájaro, una jaula y una manta. Segundo, la desaparición, en donde se pone al animalito dentro de la jaula y esta se cubre con la manta. Aplana la jaula de un solo golpe y solo queda la manta. La jaula y el pájaro desaparecen. El tercer paso, el prestigio, es reaparecer al pájaro: hace una floritura con sus manos y el ave sale volando. La niña frente al mago y los espectadores detrás de las pantallas se sorprenden (nos sorprendemos).

La estructura de la película es parecida: presentación de los personajes, conflicto de la desaparición de alguno de ellos y desenlace. Aquí en este último punto nos aclaran cómo funciona la magia, como si al final de una película nos mostraran los trucos que hicieron para lograr efectos especiales. A veces encontramos el detrás de cámaras como contenido extra, pero para entender la película no es fundamental ver esto, en cambio en el caso de The Prestige es indispensable que nos muestren los trucos empleados para comprenderla. En esta historia no solo una vez se voltean los papeles de quién es el bueno y quién es el malo, sino que este proceso ocurre varias veces. Uno no sabe de qué lado estar, si del de un mago o del otro. En el cine y en la magia ocurre este sentimiento de amor y desconfianza por el protagonista. La gente sabe que está siendo engañada, pero lo disfruta.

Hablando de metaficción y de Christopher Nolan, Inception inicia con la pregunta: “¿Cómo llegamos aquí?”. En una película hay cortes, es casi imposible hacer películas de corrido, en plano secuencia, como intenta hacerlo ver Birdman. Esta vendría a ser como un día consciente, sin intervalos de desconcentración, sin tiempos muertos en los que nuestras cabezas se van a otro lado, como cuando imaginamos o pensamos mucho en un trayecto del metro y terminamos en una estación que ni idea. ¿Cómo llegamos aquí? En la vida diaria no pasa mucho, solemos ser conscientes de adónde vamos y de dónde venimos, pero es en el sueño donde existe esta elipsis. Sabemos que pasó tiempo por alguna razón, tal vez por el color del cielo, porque las personas que nos rodean ya no son las mismas o porque el lugar donde estamos es al otro lado de la ciudad o del mundo. Todos los directores de cine en las películas deben trabajar con ese formato de sueño, de tener cortes que luego se juntan.

¿Quién sueña un solo sueño en una noche y con una lógica lineal constante que nunca se rompe? ¿Qué películas ruedan de corrido? Inception pone al sueño y a la película en condiciones iguales de cortes inesperados pero que, como especta

Ilustración: Laura Calle Puerta lauracallepuerta30@gmail.com @_lacallep

dores o soñadores, no solemos juzgar. Somos entonces, mayormente, unos espectadores pasivos en lo onírico, en el público de un show de magia y frente a una pantalla. Es placentero sentir que nos llevan de la mano, que nos digan “escoge una carta”, que nos guíen. En medio del acto no hay énfasis en las cartas, solo en palabras que no pretenden ser recordadas. Cuando el mago hace de tahúr y encuentra la carta de una manera sorprenEl origen de ser un mago tras bambalinas, tras una cámara, tras una construcción compleja, detallada y, sobre todo, editada, fue con George Méliès, un mago, empresario y cineasta que combinó estos tres talentos para hacer un cine inolvidable. Un cine que genera emociones, que sorprende, que parece magia. ¿Cómo logró esto? Con los trucos de edición de video. Claro, en 1800 no existía Premiere, sino maneras muy rústicas de edición, recortar no con el mouse sino con tijeras. Editar le permitió reproducirse a él mismo en una misma pantalla y en un mismo tiempo, como en El Hombre Orquesta. Logró hacer el truco clásico de cortar por la mitad a una mujer y recomponerla, pero en una pantalla, y esta vez más difícil, ya que no fue con una voluntaria sino con él mismo, en el film El hombre de las mil cabezas, se quitó la cabeza y la puso en una mesa. ¿Estamos todos muy atravesados por el cine? O más bien: ¿Estamos todos muy atravesados por la magia? Si fueron primero los recursos de un mago, la imaginación de un mago y las escenas de un show de magia, estamos más atravesados por este que por el cine, el mejor truco fue hacernos pensar lo contrario.

No hay que olvidar que el mismo mentor de Harry Houdini fue el de George Méliès, el mismo Robert Houdini, quien es inspiración y causante no solo de la magia moderna, sino que también parece ser un gran aporte involuntario para el cine. Si no se pensara en lo imposible, si no se pensara en controlar la mirada del espectador, si no se aplicaran unos sonidos, una actitud, una historia, una edición de objetos, de materiales, de planos, no se podría hacer magia, no se podría hacer cine.

dente, el público aplaude, sale del teatro y comenta según sus recuerdos: “Yo agarré una carta, la carta se perdió y de repente el mago, no sé cómo, la encontró”. La desviación de la cámara que se enfoca en el extra y vuelve al punto central cuando todo ya está listo, ese el tipo de elipsis que utiliza el mago.

La mejor manera de disfrutar un show de magia o cualquier tipo de espectáculo es no cuestionarlo, porque pierde su misterio. Al cuestionarlo empezamos a tener consciencia de esto y lo otro, como ¿qué pasaría si en una película de terror quito el sonido? ¿Se empezarían a ver y sentir otras cosas? ¿Qué pasaría si en un show de magia cuestiono el atuendo del mago y pido que se quite o yo mismo le quito su chaleco? Se caerían sus palomas aplastadas, sus barajas trucadas, sus sombrillas amarradas, todo se caería. Pareciera que el espectador tiene la opción de mirar a donde quiera, pero la cámara mira al punto que quieren que miren. El mago usa distracciones o hasta señala el punto donde debemos mirar, y lo hacemos. Nos sentimos en una libertad absoluta, guiados pero libres, cuando en verdad estamos siendo manipulados por todos estos artilugios de los directores/magos, que usan en cada función. Así las repitamos o las volvamos a ver, vamos a seguir cayendo en la trampa, en el truco, de seguir sintiéndonos bien al ser engañados por estos grandes artistas.

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