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Rutas veredales

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Siempre Blue

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RUTAS

VEREDALES Diego Velásquez V. | @dieg0vv

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Ganador del concurso nacional de cuento universitario de NEXOS 2020

Ilustración: Isabel Cristina Castaño Preciado behance.net/saibel

Tengo una vida más monótona de la que me gustaría tener, la disfruto a pesar de que 23 de las 24 horas del día estén dedicadas para todos excepto a mí. Tengo un trabajo de oficina que, como casi todos los trabajos de oficina, consiste en ver hojas de Excel y contestar llamadas durante un poco más de 8 horas.

Era cierre de mes, así que el trabajo pendiente era el triple del normal, mientras más se aproximaba el final de mi turno, lo único que quería era llegar a casa, cumplir con el resto de los informes, y finalmente ir a cama. Con esto en mente, cuando mi tiempo en el edificio por fin había terminado, corrí a la estación de tren, y en cuestión de minutos me encontraba en mi vereda. Tenía exactamente tres horas para enviar los últimos reportes, sin embargo, cuando vi el horizonte, me convencí de que si no presenciaba ese inusual atardecer estaría cometiendo un crimen, así que no lo dudé más y tomé asiento en una pequeña banca de roble.

Mientras reflexionaba un poco, un hombre se acercó desde la dirección en que se ponía el sol, ¿Dónde está el final? -preguntó

–¿Qué final? ¿El fin del mundo? Contesté en un tono burlón.

Sí, precisamente – respondió.

Me pareció divertido enviarlo a cualquier lugar para que se extraviara, así que apunté en una dirección aleatoria, después de todo, solo quería deshacerme de la compañía no deseada. El hombre se fue y seguí viendo la puesta de sol. —Me temo que no pude encontrarlo, ¿Podría hacerme un favor y guiarme hasta él?

—No puedo, no tengo tiempo. Inténtalo de nuevo, tal vez tomaste la curva equivocada en algún lugar del camino.

—Lo haré, gracias.

Sin embargo, el hombre giró en la misma dirección que antes, mi cuello empezó a moverse, mi cabeza empezó a girar, la curiosidad me hizo cuidar del hombre sin rumbo, que ahora, se dirigía en una nueva e interesante dirección, un paisaje bastante lindo, pero que no tenía rastro del atardecer. Miré ese mundo sin atardeceres durante unos minutos, hasta que de nuevo empecé a ver su silueta por debajo de los pinos de la vereda.

Se acercó a mí desde la dirección opuesta del sol, y mientras protegía sus ojos de la luz, y habló de nuevo:

— Fui hasta el final y volví, todavía no lo encuentro, así que me temo que necesito su ayuda, ¿Sería tan amable de acompañarme?

Comprobé la hora, y aunque me quedaba algo de tiempo, no estaba seguro si quería alejarme del sol.

—¿No será que estás buscando un fin del mundo diferente? El que conozco está en esa dirección, estoy seguro de ello

—Ese podría ser el caso, gracias por la ayuda de todas formas, probaré mi suerte y me iré por aquí ahora. Eres un buen hombre, me aseguraré de hacerte saber en dónde terminaré. mencionó. La curiosidad volvió a apoderarse de mí, así que intenté dirigir la mirada para avistar esa figura que se iba, pero no fui capaz, mi cuello no estaba preparado para girar en esa dirección. Volví a mirar la puesta de sol, pero ya no era tan majestuosa e impresionante como antes, de repente, algo me faltaba, pero no era capaz de identificar qué era. Estaba demasiado ocupado pensando en el fin del mundo y en cómo llegar allí, así que decidí olvidarme de todo lo que había sucedido, y cegado por el sol, me levanté de la banca.

De nuevo estaba en camino a mi hogar, a regresar a la vida de siempre, y de la nada, justo cuando empezaba a entristecerme por no volver a verle y por no enviarlo en aventuras a nuevas direcciones escuché un grito.

—¡Lo encontré y memoricé el camino! ¡Puedo llevarte allí si quieres! —

Esta vez me alegré de que fuera él, por alguna razón no se veía muy feliz, así que le sonreí, le di un abrazo, y ni siquiera me importó comprobar la hora.

Claro que sí, me tomaré el día libre.

Caminamos en silencio por mucho tiempo, ya la luz del sol había desaparecido por completo.

¿Falta mucho?

No, ya hemos llegado.

Dos siluetas conocidas empezaron a aproximarse a lo lejos. ¿Qué te pasa? — preguntó el hombre.

Mis padres están muertos. Dígame que ha sucedido. — le dije desconcertado.

El hombre dejó caer un cuchillo, y acto seguido, emprendió su retorno por el camino que habíamos recorrido.

Gemido rojo

Mariana Arango Trujillo @mariangot_

Soy el mar, acopio de lágrimas del náufrago, terreno de los huesos sumergidos, llamado a zambullirse en el latir, el redentor del cielo que cae.

Soy el nacimiento, el despertar de la pureza, agonía de ser uno más y al instante uno menos gemido rojo.

Soy la noche, el último grito del ocaso, hija de la luna, antítesis de la luz. En mí, el búho se pavonea y ulula con devoción.

Soy la muerte, el asalto contra el último aliento, atentado contra el parpadeo, sueño que reduce lo mortal, flor marchita, polvo al viento.

Soy el olvido, sótano de perdón y venganza, bucle de negación, homicida del recuerdo, ruinas de lo que fue, tierra negra.

SIGNIFICADO

Mateo Orrego López | morrego7@eafit.edu.co | @mateo.orrego

Unay nunca había entendido muy bien lo que significaba esa palabra: Dios. Los hombres blancos se la habían enseñado. Parecía que era el sol y la tierra en un solo ente, una nueva divinidad a la cual alabar, un algo extraño, que podía hacer todo lo que se imaginara.

La gente de la villa se reunía todas las mañanas, a la misma hora a la que antes salían a recoger la cosecha, y entonces los que se hacían llamar padres les mostraban muchas imágenes, dibujos de un hombre con barba y con un vestido que le cubría desde los hombros hasta los pies, y en su cabeza unos rayos de luz, y decían que ese era Dios y decían también que él los podía salvar, que solo tenían que pedirle con fe; Unay tampoco entendía muy bien qué era la fe, y mucho menos de qué cosa podía ser salvado. Aun así, no le molestaba ir a las reuniones, pues le daban buena comida y no tenía que subir a recoger papas.

Una noche, uno de los padres mandó a llamar a Unay. Era tarde cuando dos hombres armados tocaron a su puerta, cuando abrió, sin decirle nada lo agarraron por los brazos y lo llevaron a la pequeña casa que quedaba al lado de la iglesia. Al entrar, el padre lo estaba esperando, le señaló la silla, y él se sentó sin entender qué estaba pasando.

Unay estaba aprendiendo español, pero aún no comprendía muchas cosas, sin embargo, entre todo lo que el padre comenzó a decirle distinguió perfectamente cuando le dijo “ladrón”. Ya los padres le habían advertido las consecuencias de esta palabra, pero no tenía ni la más mínima idea de por qué se estaba refiriendo a él. Después de un rato de negar con la cabeza y de mirar extrañado a su acusador, el padre comenzó a alzar la voz, y Unay notó cómo la rabia crecía en su tono.

Una cachetada por parte del padre y tres golpes certeros por parte de Unay, que dejaron al padre en el suelo, fue lo que dio por finalizada la discusión. Pero Unay sabía que no había sido una victoria, que no se podía quedar en aquella casa, que, como si hubiera sido derrotado, debía huir tan rápido como pudiera. Dos pasos le faltaban al guardia para el fin. Un paso menos y Unay se echó para atrás, hasta el fondo del pequeño galpón, con todo su cuerpo tenso, como intentado ocultarse de la vista de aquel guardia. Cuando finalmente estuvieron de frente, separados por una pared de guadua con pequeñas rendijas, la luz de la antorcha siguió derecho, alejándose a la misma velocidad que se había aproximado, y Unay se dejó caer, como quien descansa, como quien relaja su cuerpo después de una larga jornada, y cayó sobre una de sus compañeras de escondite, una gallina gorda, blanca, inmaculada, que sacada de su placido sueño emitió un graznido que se escuchó en toda la villa.

un milagro, no lo estaban. Lo primero que vio fue un galpón al final de la calle, y corrió lo más rápido que pudo hacia allá, sin voltear, sin revisar si alguien lo seguía o no, cuando por fin llegó se detuvo, tomó una única respiración, la más profunda que pudo y abrió la puerta, lento, sin hacer el más mínimo ruido, sin parpadear y, así mismo, cerró la puerta, se detuvo a revisar que todas las gallinas estuvieran dormidas, tranquilas, y entonces se sintió seguro y volvió a respirar.

En la seguridad que le daba aquella pequeña casita y el sueño tranquilo de las gallinas pensó que si lograba llegar a la selva estaría a salvo. Sabía que los hombres blancos no lo seguirían allí, les tenían miedo a los árboles, a las criaturas ponzoñosas de la noche, a perderse y nunca más volver. Él sí conocía la selva, ellos no, por lo que sabía que preferirían dejarlo escapar.

Ilustración: Daniela Ospina | @la.mosaica

No era difícil, entre las rendijas del galpón alcanzaba a ver la empalizada, no estaba lejos, tampoco era muy alta, la podía saltar sin problema. El problema era que parecía que todos los guardias lo habían salido a buscar, con sus espadas y sus antorchas, por el ruido que hacían suponía que en cada calle había por lo menos un hombre.

De repente sintió cómo se le iluminaba la parte izquierda del rostro, cómo una fina línea de luz le pasaba recta entre la pupila y el labio, el corazón se le aceleró y giró bruscamente la cabeza buscando la fuente, entonces vio a un hombre que se aproximaba al galpón corriendo y pensó que lo habían descubierto, que no quedaba mucho para morir atravesado por el acero.

La luz que se alejaba se detuvo y la calle que daba al Galpón poco a poco se empezó a iluminar. Unay entendió, finalmente y sin darse cuenta, lo que significaba aquella palabra y dijo para sí:

-Dios, sálvame por favor.

No se salve quien pueda

Juliana Londoño Noreña Juliana.londono9@gmail.com

Hoy, 26 balanceándose en un limbo vieja para ser astronauta joven para lamentar lo no sido Miro la llama, pienso: ¿Cuántas velas he apagado con el [mismo deseo?

Dolió caer al vacío. ¿Y si no se cumplen los anteriores! ¿Y si la niña no me abraza orgullosa [de lo que me he convertido!

Me recojo y deseo de nuevo ¿no es eso lo que hacemos? anhelar y anhelar hasta dar con [uno eterno Para qué un ideal, frágil y sobrestimado. Lo eterno desear, lo revolucionario desear seguir deseando.

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