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Piel de Conejo o ¿Qué hace a un cuento un cuento?

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El Silbido

El Silbido

Pablo Patiño | @pat_patinson

El libro Piel de Conejo de David Eufrasio Guzmán, publicado en el 2019 por la Editorial EAFIT es en primera instancia un libro de cuentos locales, recursivos de la memoria inocente colectiva, incrustados bajo una temática y una atmósfera masomenos identificable, finalmente, literaria. Pero más que esto, es un ensayo involuntario —y solo para el que lo quiera leer de esa manera— de ejemplos que ayudan, sino es a dar respuesta, al menos a alimentar más la discusión perpetua de qué es un

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cuento. Uno puede pensar en los juegos mentales, referenciales y bibliotéticos de Borges, en las narraciones mundanamente fantásticas de Poe, en los no dichos de Rulfo y Onetti y en las torceduras de Etgar Keret y encuentra en todos una definición a la vez válida y errónea de lo qué es un cuento, definición que será defendida y atacada, siempre sin posibilidad de resolver el conflicto. Y en esta larga lista de intentos de definición se cuela Guzmán con su Piel de conejo y otros cuentos, el cual, apelando a la tranquilidad, a la serenidad y transparencia del lenguaje, a la falta de recursos tal vez postizos como los giros de trama, a la falta de un subtexto velado y propicio a las luchas de interpretaciones o del misterio de la trama escrita con mano de deidad, logra construir otra clase de cuento, aquel que es honesto con su forma y su sustancia. Para el autor el cuento es por lo tanto un relato corto, con una historia clara, lineal y disfrutable. Son cuentos del día a día para leerse en la tranquilidad que no desea ser perturbada de ese mismo día a día.

La comicidad de algunos de los relatos, la pubertad palpable de otros, el temor vacilante, hasta la identificación de problemáticas sociales y de un daño nacional y de ciudad, dotan al libro de un aire de lectura rápida y sosegada que algunas personas piden a gritos al verse frente a gran parte de la literatura. Queja que puede escucharse bastante en aquellos que apenas inician, con interés genuino y envidiable luego de que se pierde, a adentrarse en la lectura. O mejor dicho, en la buena lectura. Es más, podría decirse que son cuentos destinados —de nuevo, tal vez involuntariamente— a un público joven, que a pesar de la brecha generacional de los relatos, encontraría en estos la cualidad y necesidad que muchos le imputan a un libro: el entretenimiento.

Hacer videos en un mundo de película

Ver películas o series sobre mundos distópicos es tener la posibilidad de imaginar un terreno donde el comportamiento humano está alejado del que conocemos, hacen falta recursos y la tecnología está cada vez más presente. Imaginarlos son un vago intento de aproximarnos al entendimiento de cómo seríamos si todo saliera mal.

Mad Max, Blade Runner, Black Mirror y hasta Wall-E han narrado de diversas maneras esos escenarios que hicieron de lo cotidiano una pelota de papel arrugada, haciendo referencia a lo que podríamos llegar a ser si continuábamos con nuestros modelos de vida derrochadores, consumistas, inconscientes y perezosos. Es la insinuación de la misma idea de siempre: la realidad supera la ficción, o la va a superar.

Tal vez aún falten varios años para dividirnos en sectas que recorren el desierto en autos, mientras un enmascarado encadenado toca guitarra, todo producto de una lucha constante por agua y gasolina; pero sí estamos cerca a ser una película de zombies: no se puede salir, hay un virus peligroso y solo salimos para buscar los insumos básicos. Aunque si en algún momento hay escasez de comida, nos acercaremos más a la posibilidad de empezar a comernos unos a otros.

No se suele pensar, pero en esos mundos que nos muestra el cine nunca se nos hizo caer en cuenta que en esos mundos no se podía hacer cine. De forma súbita todas las productoras del mundo tuvieron que pausar los rodajes de películas, series, cortometrajes y animaciones que nos permitirían disfrutar de nuevas visiones del estado de las cosas. Sin embargo, sucedió algo muy interesante: al querer salvarnos de la monotonía o decir lo que pensábamos, muchos realizadores audiovisuales buscamos otras excusas para volver a narrar.

Producciones TVU es un grupo estudiantil de la Universidad EAFIT que hace videos. Los hace entretenidos, serios, informativos, reflexivos. A veces son malos, a veces son buenos. En algunas ocasiones nos arriesgamos un poco más, en otras nos quedamos en lo tradicional. Al final lo único que está definido en el grupo es que todos, sin excepción, tienen que pasarla bueno.

Las 47 personas que hoy hacemos parte de la que nos gusta creer es una mini casa productora quisimos seguir haciendo lo que más nos gusta hacer a pesar de las circunstancias. Son los videos que seguimos haciendo los que nos sacan del círculo de la cuarentena, con la esperanza de que también saquen de ahí a quienes nos ven.

Ahora los actores (que son todos) se graban desde casa, enseñándole a sus familiares qué es un plano contrapicado, para que los graben bien. Los grupos de whatsapp son espacios de coordinación, las videollamadas de ideación. Los editores en búsqueda de inspiración, conocimiento u aprobación ya son expertos sacando pantallazos y grabando sus pantallas para resolver lo que sea. Pero sobre todo resalta la necesidad imperiosa de no alejarnos entre nosotros usando como excusa una pasión común: contar historias a través del lente de una cámara.

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