A punto de celebrar Pentecostés, preparem Pbro. Eduardo Chávez Aguayo que perseveran intactos, aunque más perfectos, en el reino celestial. Merced a estos dones, el Espíritu Santo nos mueve y eleva a desear y conseguir la bienaventuranzas evangélicas…” (León XIII, Divinum illud munus, 09may-1897, n. 12). León XIII sintetiza en esto párrafo una larga tradición teológica y espiritual. Los dones que el Espíritu otorga al Mesías al “reposar” sobre él, son dados también a todos aquellos que reciben el don de Espíritu. Estos dones dan agilidad al alma para seguir con prontitud las inspiraciones divinas y, en consecuencia, tiene una gran importancia para la santidad. Bajo el predominio de los dones del Espíritu Santo, el alma trabaja en su vida interior con la facilidad y el gozo con que el barco es llevado por un viento favorable, pues los dones potencian las virtudes humanas y las virtudes sobrenaturales. 3. Los grados de perfección. En la obra de la santificación, por encima del esfuerzo humano por practicar las virtudes se encuentra la acción del Espíritu Santo, especialmente, a través de sus dones. Se trata de disipaciones permanentes, no pasajeras, que completan y llevan a su perfección a las virtudes y facilitan la docilidad a las mociones divinas. Estamos en el núcleo esencial de la colaboración del hombre con la acción del Espíritu Santo en su propia santificación, vista desde los supremos grados de la PERFECCIÓN. La SANTIDAD crecerá, pues, en la medida en que se tenga docilidad al Espíritu Santo, De ahí que el consejo de ser dóciles al Espíritu Santo sea frecuentísimo en todos los autores espirituales.
La gran solemnidad de Pentecostés clausura la cincuentena pascual. No es el único tema Confesar que Jesús es el Señor es don del Espíritu Santo. Y el Espíritu da dones diversos. Y estos dones recibidos hay que tener presente que son ministerios, es decir, PARA LOS DEMÁS, y EN los demás, PARA DIOS. Y son, también, obras prodigiosas obradas por Dios a través de quien ha recibido el don. El Señor es, pues, origen y final. Los fieles preguntan ¿Y cómo puedo yo pedir los dones del Espíritu Santo? ¡Toma tu Biblia y vamos a averiguarlo! 1. Pentecostés NO es una fiesta “en honor del Espíritu Santo”, ni mucho menos, sino la recreación de la humanidad, unida en la confesión del único nombre que puede salvar: el de Jesús (Hechos 4, 10-12, etc.). No es el único tema, porque además están a) la ACCIÓN suave del Espíritu en los corazones de los fieles (ver Secuencia
de la Misa de Pentecostés); b) los SACRAMENTOS, obra del mismo Espíritu (1 Corintios 12, 36-7, 12-13), y c) el texto, verdadera cumbre y centro de la liturgia de Pentecostés, referente al CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA del Espíritu Santo “el primer día de la Semana” (Juan 20, 19-23). 2. El don del Espíritu al Alma y los Dones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo, en cuanto “dulce huésped del alma”, es la fuente íntima de la vida nueva en Cristo: es la fuente de la gracia creada –Él es gracia increada-, de las VIRTUDES infusas y de los DONES. De Él proceden también esos actos de las virtudes que llenan el alma de una santa alegría y que se designan con la expresión “FRUTOS del Espíritu Santo”. La acción del Espíritu Santo presente en el alma nos hace llevar una vida según el Espíritu, identificándonos con Cristo, haciéndonos conscientes de
nuestra filiación divina y llenándonos de caridad (Romanos 5,5; 8,15; Gálatas 4,6). El Don del Espíritu Santo lleva consigo la efusión de sus dones. Entre estos dones nos detenemos ahora en la CARIDAD y en los que se enumeran en Isaías 11, 2-3 como DONES MESIÁNICOS, y la tradición teológica y litúrgica han resumido en el número de los SIETE DONES. Así se refleja en la petición al Espíritu de su don septenario. El papa León XIII describe así la existencia y naturaleza de los dones del Espíritu Santo: “El hombre justo, que ya vive la vida divina de la gracia y opera por congruentes virtudes, como el alma por sus potencias, tiene necesidad de aquellos siete dones que se llaman propios del Espíritu Santo. Gracias a éstos el alma se dispone y se fortalece para seguir más fácil y prontamente las divinas inspiraciones: es tanta la eficacia de los dones, que la conducen a la cumbre de la santidad, y tanta su excelencia,
4. El septenario. El número septenario de los dones ha sido entendido con frecuencia como una graduación de la actuación del Espíritu Santo en el alma. Todos los dones estarían presentes en el alma desde el primer momento de la presencia del Espíritu Santo, es decir, desde el bautismo, pero unos dones actuarían en forma especial en unas etapas del camino de la vida interior, y otros en otras. Es un proceso que comenzaría con el don de temor y llegaría a su culmen con el don de sabiduría. Así describe San Agustín este itinerario interior: «Cuando el profeta Isaías recomienda aquellos siete famosos dones espirituales, comenzó por la sabiduría para llegar al temor de Dios, como descendiendo desde lo más alto hasta nosotros, para enseñarnos a subir. Parte del punto adonde nosotros debemos llegar, y llega al punto donde nosotros comenzamos [...] Por esta razón se coloca en primer lugar la sabiduría, que es la verdadera luz del alma, y en el segundo el entendimiento, como si a los que le preguntan: ¿de dónde hay que partir para llegar a la sabiduría?, les respondiera: del