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El helicóptero blanco Carlos Melián Moreno
El edificio con tecnología noruega que se hizo a lo cubano Geisy Guia Delis
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Edificio Cero Emisiones: expectativa vs. realidad
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Ave de paso
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El caso Damas 905
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Guanabacoa, el patrimonio olvidado
Emilio Cruañas Pérez
Jesús Jank Curbelo, Andy Ruiz Muñoz
Jesús Jank Curbelo
Cantero Sabrina López Camaraza
Albergues: la espera interminable Sabrina López Camaraza
Hansel Leyva Fanego
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El helicóptero blanco CARLOS MELIÁN MORENO
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(Foto: Periodismo de Barrio).
“Quien tiene tierra, tiene guerra” le dice Emilia Beraldini a Felipe Santarém, ambos personajes de A través del tiempo, la telenovela brasilera que el Periodista ve en días alternos, de noche, mientras lava los pañales de Ignacio, su hijo de un año de edad. El televisor le queda a unos 10 metros de distancia mirando en línea recta, sin obstáculos que le roben la visión. Salvo cuando alguien, especialmente su hija, se mete en el medio y lo mira de pie tiene la sensación de que no pierde el tiempo, y de que aprende algo de Algo, del Universo. Emilia, guapa, sobre los 45, es una especie de chacal en los negocios. Quiere venganza: arruinar a su madre biológica que la abandonó, y a la que ya desalojó de sus tierras. Pero se le abre el apetito. Se fija en las tierras de Felipe. Quiere toda la propiedad del joven vinicultor. Quiere agregarla al
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lote de viñedos vecinos que acaba de comprar. A cambio le ofrece un precio justo y algo así como volverlo un administrador, si mal no recuerda el Periodista. Para ella es más que suficiente. Felipe es un cultor, un poeta del vino; frunce el ceño y se niega. Esas tierras son su vida. La empresaria asiente, sonríe, le repite la oferta y va más allá: le anuncia que con el tiempo su pequeña producción se verá asfixiada, aplastada por el tamaño de la competencia que ella, Emilia Beraldini, le va a plantear. Felipe no la escucha, tiene su cultura, su hogar atravesándolo. El Periodista se conmueve. La frase “Quien tiene tierra, tiene guerra”, le habla. Es justo lo que ha estado viviendo desde hace un año. Conservar su tierra le ha planteado algún tipo de guerra permanente que no había concebido. Y que en su historia se ha presentado como un problema completamente nuevo, algo que se sumó al paquete de pruebas vitales que le dejó en herencia su madre antes de morir. La postura de Felipe no solo le hace ver que tiene derecho a luchar por su hogar, sino que le confirma su deriva, su ligereza habitual. Como tiene cierta tendencia a ceder, un Felipe, un personaje de telenovela, lo reconstruye. Eso. Lo reconstruye como cuando a veces no se está seguro de si se ama a una chica que lo corresponde a uno hasta que alguien comenta lo guapa o inteligente es, y uno se confirma ahí, se cristaliza ahí, apuntala su amor en la opinión del otro. El Periodista razona mirando el gran mural de la cultura a la que pertenece. Si un guionista de
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telenovelas puede identificar su contradicción, eso quiere decir que su conflicto es universal. Existe. X nació en un lugar y Y se lo quiere arrebatar. X y Y son antagonistas. El Periodista comprende. Pero comprende como si ensartara un collar de elementos: lavadero, casa, hogar, Emilia Beraldini, Felipe Santarém, cada uno le habla al otro desde un reino, desde un poder, desde un bastión. *** El Periodista regresó en fila, con una mano delante y otra detrás, con un cuerpo delante y otro detrás. Si el Periodista de delante hablaba, el Periodista de detrás no le oía. Hablaba en voz alta, se reía en voz alta, estaba a flor de piel. Gritaba desde el fondo del pozo. No se oía. Nadie lo escuchaba. Por eso gritaba. Cuando preparaban sus cosas para mudarse de otra de las casas de donde los habían echado, encontraron varios álbumes de fotos en blanco y negro. Una vecina les dijo que eran de la familia que vivió allí y que todos los que salían en las fotos, sin excepción, estaban muertos. Hecho un paciente, lleno de etiquetas sobre sí mismo, sobre sus capacidades (se había peleado a golpes dos veces en su trabajo, había insultado a su jefe superior), llegó a Santiago de Cuba en 2013 con su mujer e hija buscando un hogar. La informalidad, ilegalidad y carestía de los alquileres, el bajo salario como Periodista (de vez en cuando sus padres le enviaban algún “rescate” financiero) los habían llevado a abandonar la aspiración de vivir solos en Holguín. Eran trastos. Básicamente habían fracasado. Habían sido incapaces de
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encontrar libertad e independencia. Regresaban buscando algo. Algo importante: un hogar. El sentimiento de derrota, vinculado con el regreso a casa, empequeñecía ante la posibilidad de un hogar, de un sitio donde dormir y establecerse tranquilos. “Un hogar, necesito un hogar”, se decía. “Espacio, espacio vital”, se decía. Ningún alquiler duraba lo pactado: si se hablaba de 6 meses, los expulsaban al mes; si se mencionaba un año, los sacaban más pronto que tarde. En una ocasión se alquilaron en una casa vacía que esperaba comprador. Una mitad estaba en peligro de derrumbe –el techo de hormigón armado había sido fundido con arena de mar y las cabillas estallaban oxidadas. En el piso de arriba vivía gente que se derrumbaría con todo. Nadie compraría allí. Los dejarían supuestamente tranquilos durante un par de años. Un día, al segundo mes, apareció la dueña y les pidió que se fueran. El Periodista recuerda descubrir que Holguín estaba lleno de casas vacías. En cada cuadra dos o tres. Vacías. Pensaba que de encontrar a sus dueños podría negociar un alquiler. Pero los alquileres no se encontraban de ese modo. “¿Qué hay más precioso que una casa?”, se preguntaba el Periodista. “¿Qué hay más precioso que un hogar?”. La imposibilidad de un techo, recuerda, fue el primer estadio para reconocer que vivía en un entorno hostil. ***
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El Periodista sentía que la noción de hogar se desvanecía por el uso y abuso (Foto: Periodismo de Barrio).
Como su madre, propietaria de la casa, fue quien se encargó de atender asuntos de este género, el Periodista no sabe qué albur llegó primero, si el rumor del ferrocarril o el de unos funcionarios del Instituto de Planificación Física (IPF) que estaban otorgando lotes de tierra para viviendas en la parcela donde él vivía con su familia. No obstante, el fantasma del ferrocarril impactaba más que la presencia de los funcionarios del IPF. Dos eventos diferentes al mismo tiempo, sin conexión uno con el otro, sobre unas mismas coordenadas, generaban una nube propia, un montículo propio que el Periodista volvía a conectar con la palabra hogar. El rumor del ferrocarril crecía semana tras semana. Nadie se personó a dar explicaciones en el vecindario. Al borde de la carretera algunos técnicos de replanteo llegaban a diario, sacaban sus equipos, los colocaban sobre trípodes y se gritaban entre sí notas de posición.
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El IPF, por otra parte, acompañaba a propietarios que se autoasignaban terrenos en el patio del Periodista. Dos de ellos habían concurrido en días diferentes, cruzando la cerca, marcando sobre un mismo sitio, que coincidía, a su vez, con los límites que comprendía el terreno por donde pasaría el ferrocarril. Si el Virtual Propietario A + el Virtual Propietario B + el Virtual Propietario Ferrocarril se disputaban la parcela Ñ, el Periodista creía posible perder su hogar. Mejor dicho, el Periodista sentía que la noción de hogar se desvanecía por el uso y abuso. Es cierto que tenía alguna esperanza de negociación con el IPF, mas no sentía lo mismo con respecto al ferrocarril. Un ferrocarril se desprendía de una disposición de altura, de causa mayor, intransigente como la imagen ferrosa y enorme de la propia locomotora. La noticia se mostró con más fuerza respaldada por la ya anunciada construcción de una segunda fábrica de cemento en la ciudad. Se edificaría a unas decenas de kilómetros a campo traviesa de allí, cercana al centro urbano Abel Santamaría (más conocido como El Salao), y en el camino a la playa El Sardinero. Era una obra priorizada, que los obreros del taller de la Empresa de Construcciones Industriales 24 (ECOI 24), asentada en la comunidad, mencionaban haciendo énfasis. Uno de los vecinos del Periodista, un chofer de taxi preocupado porque lo expropiaran y mandaran luego a un edificio mal construido, había estado tanteando entre los choferes de la ECOI 24. Le habían dicho –antes de la crisis derivada de la Covid-19– que el tren era un hecho y que en la
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provincia se habían cancelado prácticamente todas las asignaciones de combustible. El país sufría una bancarrota desde antes de la pandemia. Se había despeñado la economía de Venezuela, su tándem y primer aliado político y económico. Se había paralizado incluso el hotel rojo, azul y blanco, acristalado y con forma de bandera cubana ondeando que Raúl Castro prometió inaugurar, probablemente como símbolo de remonte, de éxito, de fortaleza, a las puertas de la ciudad (y que estaba situado justo al frente de otro proyecto de hotel abandonado). Se habían detenido todas las obras. Todas, menos la futura fábrica de cemento concedida a la sociedad mercantil Cementos Moncada S.A. La relación de esa fábrica lejana con la comunidad eran dos carriles que atravesaban el país y que pasaban por detrás, enterrados en una cadena de pequeñas lomas cercenadas, revelándose solo por el grave y estruendoso sonido que dos o tres veces al día hace temblar las persianas de aluminio de las casas vecinas. *** A un mes del avance de la pandemia, el Periodista, su padre y su esposa, miraban orgullosos por la ventana de la habitación. Afuera crecían con fuerza y verdor unas 20 matas de habichuelas; producto de ciclo corto, cuyo fruto en un mes se cosecha. Su madre fue la que lo obligó a trabajar la tierra siendo adolescente, durante la gran crisis económica de los años noventa. Se había despeñado
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la economía de la URSS, el tándem y primer aliado político y económico de Cuba.
Esta era la primera cosecha que el Periodista, de 41 años, emprendía solo (Foto: Periodismo de Barrio).
Habían trabajado juntos toda la tierra circundante, tanto como, a saber, unos 15 cafetos de sol, unos 300 plátanos con las tres variantes comunes: burro, fruta y vianda; varias cosechas exitosas de maíz, tomate, quimbombó y boniato. Antes de la crisis llegaron a tener 300 palomas criollas. Criaron cientos de gallinas y pollos sueltos que luego, por falta de comida, fueron muriendo, o escaparon, o fueron robados. Las palomas, que solo vivían allí por la regularidad con que eran alimentadas con maíz y pan mojado, volaron a otra parte, quedando apenas las que de vez en cuando regre-
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saban a poner huevos con seguridad. Con la crisis aparecieron los cerdos, también alimentados, aseados y vacunados por su madre, y luego un pequeño rebaño de ovejas que se extinguió durante una sequía. Esta era la primera cosecha que el Periodista, de 41 años, emprendía solo. Llegando a la carretera, donde terminaba la sombra del tamarindo, los mangos y dos grandes aguacates, había abierto varias líneas de tierra removida y tenía sembrado seis carreras más de habichuelas. ¿Por qué sembrar más habichuelas? Un jardincillo de 5 metros de largo por 5 de ancho –el que tenían junto a la ventana– podría proporcionar solo un plato diario de ensalada verde para 4 personas durante tres semanas. Quería dos platos diarios durante más semanas. *** El Periodista recuerda un Niva marrón oscuro, o un auto similar a un 4×4. Del 4×4 se bajan siempre dos o tres hombres que no parecen obreros ni técnicos a pie de obra, y que van por lo regular de jeans y chaleco verde fosforescente. Colocan la puerta del vehículo sin tirarla. Se estiran. Se acomodan la ropa. Se acercan sin apremio, con esa suficiencia que otorga administrar la ejecución de una obra de alta prioridad. Saludan. Se muestran amables, empáticos, nunca arrogantes. El Periodista los lee. Quiere adivinar, más allá de ellos, si el proyecto está haciendo aguas, si el proyecto se cancelará por fin.
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El hotel de la Avenida de los Desfiles no se hizo; el hotel para acompañantes de los pacientes del Cardiocentro en la Avenida de las Américas, tampoco. De uno quedaron apenas los pilotes, la cimentación; del otro las columnas del primer piso y algunas paredes hoy cubiertas de lianas y árboles pequeños. El Periodista no recibe información alguna, salvo que los hombres que bajan del Niva están allí en misión diplomática. Señalan hacia el platanal que el Periodista sembró hace 8 años. Piden permiso para abrir un boquete en la cerca y meter un equipo de perforación. El padre del Periodista asiente, resignado. Cortan la cerca y entra vibrando un pequeño carro amarillo con esteras y aspecto de robot de caminata lunar llamado Rolatec 45. El Rolatec 45 es torpe, ruidoso, lo conduce un operador caminando junto a él, guiándolo por una palanca. Luego ingresa un camión cisterna soviético que alimentará de agua el tubo de perforación, y con el camión una decena de hombres de la Empresa Nacional de Investigaciones Aplicadas (ENIA). En general son humildes, amables y tangenciales. Cuando el Periodista les toma fotos no protestan, no intentan ver ni comprender más allá de lo que hacen: un agujero en la tierra. Uno de los operarios, que suele dar los buenos días y saludar de lejos, le explicó al Periodista que las piedras cilíndricas que extraían daban cuenta de que a 8 metros de profundidad estaba el agua. Le señaló con el dedo índice ciertos dibujos blancos, pardos y negros, en la roca. Dijo que si alguien se pusiera a excavar, a esa profundidad
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encontraría agua, aunque tendría que excavar uno o dos metros más para buscar permanencia. Desde hace un tiempo el Periodista tenía la idea de abrir un pozo. En una ocasión conversó con un hombre que había abierto uno. Hace unos años él mismo había demorado una semana en abrir un agujero de dos metros de profundidad. A ese ritmo podría tardar unas 5 semanas. Sabía que la tarea comenzaba a ser especialmente ruda cuando llegaba la piedra gris azulosa llamada firme. Lo que el operario le mostraba era un trozo de firme. Cerca de allí, a unos 80 metros, en lo que era la propiedad de un vecino, hubo un pozo que había desparecido. El pozo podría servir como colchón ante las imprevisibles crisis de sequía. Serviría para el consumo humano directo y para regar el cultivo. Le comentó al técnico este plan. El técnico le respondía que era perfectamente posible. Ahora bien, ¿por qué el hombre no le advertía que era inútil pensar en abrir un pozo allí, donde no quedaría casa ni hogar alguno? El Periodista le preguntó si él pensaba que la casa estorbaría a la hora de construir la vía ferroviaria. El técnico hizo una pausa y dijo que tal vez, que él creía que no, pero que podría ser, y se alejó. La amabilidad de los operarios, choferes y técnicos de la ENIA, la no objeción cuando el Periodista les tomaba fotos, parecía una especie de luto. Cuando incursionaban en las propiedades de una familia que sería seguramente expropiada por la fuerza, se comportaban como se recomienda al personal de servicio de un manicomio: nunca mirar a los ojos del paciente. El paciente trata de en-
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contrar el sitio donde se arrinconaba el alma, el miedo, el defecto. *** Pasaría a todo lo largo de la Carretera Central, decían, barriendo todas las casas que se construyeron allí, que en esencia constituía todo el barrio Las Cuabas. Luego se dijo que afectaría solo un asentamiento de casas conocido como El Barrio, situado en la intersección de la Carretera Central y el final de la calle Mariana Grajales. El Barrio posee unas 50 casas concentradas unas al lado y encima de la otra como una especie de ciudadela-oasis rodeada de árboles. Su antecedente fue un motel-posada que quedó sin construir del todo cuando triunfó la Revolución, en cuyo interior se asentaron unas pocas familias (se dice incluso que se trata de una sola familia). A medida que se fabricaban ampliaciones e insertos, la infraestructura inicial colapsó y comenzó a tener problemas de falta de ventilación, evacuación de aguas negras (una fosa colectiva lleva años saliéndose y vertiendo a la carretera), entre otros. La palabra “hacinamiento” califica las condiciones en que viven esas familias. Mudarlas a otra parte implicaría una mejora de sus condiciones de vida. Mas no era el caso de otros habitantes de la zona. Al cruzar la Carretera Central vive un campesino llamado Oscar cuya tierra sería cortada en dos, o borrada, dado que su terreno no era lo suficientemente ancho como para soportar un corte de esa magnitud. El campesino, militante del Partido Comunista y miembro de una Cooperativa
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de Créditos y Servicios (CCS), producía con eficiencia en comparación con otras fincas similares. Su terreno era tan productivo y bien administrado que las autoridades reguladoras de la agricultura en la región lo tomaban como finca de referencia, y era a menudo anfitrión de visitas de funcionarios, sindicalistas y políticos. El campesino era relativamente próspero: se había comprado una moto eléctrica; había construido una casa con cielorraso, jardines y patio de reuniones para los afiliados a su CCS; tenía corrales de cerdos, biodigestor, y teléfono fijo. La clase de hogar con buganvilias que todos sueñan. Durante los días más oscuros de la Covid-19 su finca también alimentó a cientos de familias de la comunidad, ofertando productos sin precios especulativos, ya que el servicio de distribución de módulos agrícolas que el gobierno anunciaba por televisión no llegaba ni llegó. Como Oscar seguramente habrá más casos. El ferrocarril, decían, pasaría por el medio de su vega de referencia, del mismo modo irreductible con que luego ya no pasaría por allí, y sí por el patio de la casa del Periodista. *** Siempre los mismos funcionarios. El mulato, de menos de 30 años, con aire de aprendiz o pasante, con una mata de pelo desrizada encima del cráneo y un aire ausente que se esfuerza por parecer atento; y su colega que parece su jefe, un hombre que cecea, de rostro jovial, 50 años, mulato y bajo de estatura.
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El aprendiz no habla, el jefe sí, pero solo lo necesario. Si el Periodista se excita, el jefe calla y actúa como si trabajara en un auto de lujo arrendado que en 15 días debe devolver, no hay necesidad de quitarle el lodo con entusiasmo, ni de preocuparse por cualquier pieza que haga ruido. El jefe calla mientras el Periodista defiende su hogar. Luego agrega brevemente lo que tiene que agregar.
La línea del ferrocarril ingresa como el trazo de un proyectil casi justo en el margen de los límites de la propiedad de la casa (Foto: Periodismo de Barrio).
El que cecea no podría cambiar la situación, pero parece el punto más cercano al inversionista. Es cuidadoso al dirigirse a la familia. El que cecea le mostró un mapa fotografiado al Periodista. La línea del ferrocarril es curva, pero tensa y elegante. Atraviesa todo el mapa e ingresa como el trazo de
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un proyectil casi justo en el margen de los límites de la propiedad de la casa, lo suficientemente cerca como para expropiarlos y sacarlos de allí por el espacio que una obra así necesita para maniobrar, mover estructuras y emprender mantenimientos. El Periodista quisiera tomar una foto para mostrársela a su padre y mujer, pero cree que no lo dejarán. No lo pide. ¿Por qué no lo pide? ¿Por qué no lo exige? Respuesta: porque se cree al margen de alguna decisión o cuestionamiento respecto al plan. El que cecea cierra el mapa como si no tuviese autorización para mostrarlo, y dice que es una obra priorizada, que es una obra de Raúl Castro, supervisada personalmente por Raúl Castro. Que nos fijemos bien en algo. En un helicóptero blanco en el cielo. “Cada vez que vean ese helicóptero por la zona es él, Raúl Castro, mirando, supervisando, desde su helicóptero blanco”. *** La madre del Periodista recibió en casa a una funcionaria de algún organismo vinculado con las obras de construcción de la vía ferroviaria. Hablaba con acento de occidente y era joven. Luego ambas salieron al patio. Contaron los árboles de mango, de café (en cosecha), de tamarindo, de mamey, de aguacates, de cereza, de anón, de limón, de coco, de pepinillos, de naranja. Las más numerosas eran las matas de plátano, unas 300. La joven funcionaria, probablemente pasante o en periodo de servicio social, no parecía muy preocupada de verificar si se trataba de un conteo
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justo u honesto. Un compañero la apuraba; le preguntaba si ya estaba lista para irse. Mientras contaba los árboles y las plantas útiles, el Periodista hacía conciencia del problema. Aunque todavía no tenían la certeza de que el ferrocarril pasaría por su casa, sí flotaba una cierta percepción de causa. Percepción de causa: si el azar indicaba que su casa obstaculizaba el camino ferroviario hacia la nueva fábrica de cemento, sería removida, expropiada. Así que la única aspiración con la que contaba era la de recibir una reposición justa, equivalente. Esta última, según rumores, solía estar sumamente desfasada, con regímenes de tasación sin relación con la potencialidad de un árbol, sus múltiples cosechas, o un estimado de producción futura, dígase para uso doméstico, familiar, o comercial. La ligereza mostrada por la joven funcionaria –sumada a la falta de definición sobre la cuestión de si pasaría o no el tren–, más las visitas incoherentes de funcionarios del IPF para otorgar allí mismo terrenos de viviendas –justo por donde pasaría la vía ferroviaria–, daban a entender también que no era una visita definitiva, sino una evaluación preliminar para futuras decisiones. La muchacha anotaba lo que escuchaba sin verificar. La madre no hizo más comentarios a posteriori sobre el propósito de tal inventario, pero sí que era parte del levantamiento que hacían de la zona. En general, el Periodista no podía dejar de percibir su poco poder para cambiar, modificar, o negociar con éxito. Ese era uno de los criterios que le hacían mantenerse distante mientras
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su madre estuvo capacitada física y mentalmente para manejar un asunto de esa magnitud. ***
¿El hecho de haber concedido y facilitado la tierra, el hogar, otorgaba el derecho recíproco a quitarla? (Foto: Periodismo de Barrio).
La expropiación suele ser definida en diccionarios del siguiente modo: Expropiación: “Desposeimiento o privación de la propiedad, por causa de utilidad pública o interés preferente, y a cambio de una indemnización previa. La cosa expropiada. FORZOSA. Apoderamiento u otra corporación o entidad pública lleva a cabo por motivos de utilidad general y abonando justa y
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previa indemnización” (Guillermo Cabanellas de Torres: Diccionario Jurídico Elemental, 2006). O de este otro modo: Expropiación: “I. Del latín ex y proprio. Expropiar consiste en desposeer legalmente de una cosa a su propietario, por motivos de utilidad pública, otorgándole una indemnización justa” (Diccionario jurídico mexicano, Tomo IV, Editorial Porrúa, México 1985). Expropiar significa tanto sustraer como indemnizar de forma justa. Que el perjudicado sea compensado sin que eso signifique ganar ni perder. Algunos críticos de la actual Constitución cubana (y de todas las que se implementaron luego de 1959) reconocen a la de 1940 como la más democrática. El paradigma que la generó, que incluía una clara defensa de la propiedad privada, fue interrumpido o modificado radicalmente en favor de incorporar todo patrimonio a la administración estatal. Ambos paradigmas podrían identificarse por su forma de abordar la figura de la expropiación. Este es el artículo que se refiere a la figura de expropiación en la citada Constitución de 1940: Artículo 24. Se prohíbe la confiscación de bienes. Nadie podrá ser privado de su propiedad sino por autoridad judicial competente y por causa justificada de utilidad pública o interés social, y siempre previo al pago de la
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correspondiente indemnización en efectivo fijada judicialmente. La falta de cumplimiento de estos requisitos determinará el derecho del expropiado a ser amparado por Tribunales de Justicia, y en su caso reintegrado en su propiedad. La certeza de la causa de utilidad pública o interés social y la necesidad de la expropiación corresponderá decidirlas a los tribunales de Justicia en caso de impugnación. Luego de un comienzo del tipo “Se prohíbe la confiscación de bienes”, la figura de la expropiación “por causa justificada de utilidad pública o interés social” aparecerá acá como un mal necesario, acaso marginal. La próxima Constitución, nueve años después, no se llamará Constitución, sino Ley Fundamental y será puesta en marcha en 1959 para darle curso y soporte legal a las medidas revolucionarias. En esta el artículo 24 sería modificado del siguiente modo (nótese la naturaleza del contenido subrayado): Artículo 24. Se prohíbe la confiscación de bienes, pero se autoriza la de los bienes del tirano depuesto el día 31 de diciembre de 1958 y de sus colaboradores, los de las personas naturales o jurídicas responsables de los delitos cometidos contra la economía nacional o la hacienda pública, y los de las que se enriquezcan o se hayan enriquecido ilícitamente al amparo del Poder Público. Ninguna otra persona natural o jurídica podrá ser privada de su propiedad si no es por autoridad
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judicial competente, por causa justificada de utilidad pública o de interés social y siempre previo el pago de la correspondiente indemnización en efectivo, fijada judicialmente. La falta de cumplimiento de estos requisitos determinará el derecho del expropiado a ser amparado por los Tribunales de Justicia y, en su caso, reintegrado en su propiedad. La certeza de la causa de utilidad pública o interés social y la necesidad de la expropiación corresponderá decidirlas a los Tribunales de Justicia en caso de impugnación. La primera frase que nos sirve de guía: “Se prohíbe la confiscación de bienes”, empequeñece frente a adjetivos acusadores como “tirano”, “delitos”, que justifican y reclamaban una firme vindicación a favor del pueblo. Los bienes se politizan. Esa necesidad de ajuste de cuentas a la tiranía de Fulgencio Batista es arrolladora. Entre las instituciones que se quebrarán o ablandarán en las próximas constituciones promovidas por los dirigentes de la Revolución, estará aquel respeto y reconocimiento pleno sobre la propiedad privada. Julio Fernández Bulté, profesor de la Universidad de La Habana, subraya en “Tras las pistas de la Revolución en cuarenta años de Derecho” (Temas, No. 16-17: 104-119, octubre de 1998-junio de 1999) que estas expropiaciones obedecen a los “golpes y contragolpes que se producen en el curso del enfrentamiento a las agresiones imperialistas que comienzan, de hecho, desde el triunfo mismo de la Revolución, y adquieren su más alta virulencia –hasta ese momento– cuando se pro-
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mulga la Ley de Reforma Agraria”. La Revolución, dice Bulté, “respondió de este modo a la eliminación de nuestra cuota azucarera y al boicot de las empresas petroleras que se negaban a refinar el petróleo procedente de la Unión Soviética”. En el artículo 25 de la Constitución de 1976, la primera frase: “Se prohíbe la confiscación de bienes”, se sustituye por una que significa casi todo lo contrario: “Se autoriza la expropiación de bienes”. El término “expropiación” aparece como una bandera, una declaración de principios, una metodología de desarrollo. Artículo 25. 1) Se autoriza la expropiación de bienes, por razones de utilidad pública o de interés social y con la debida indemnización. 2) La ley establece el procedimiento para la expropiación y las bases para determinar su utilidad y necesidad, así como la forma de la indemnización, considerando los intereses y las necesidades económicas y sociales del expropiado. La Revolución institucionalizada es una cosa, la rebeldía otra. La Revolución conserva en la Constitución de 1976 el espíritu rebelde de sus primeros días. Intentando purificarse de los males de la República anterior y superarla, ya no se rebela contra el tirano y sus secuaces, sino que se rebela entre otras cosas contra el hábito de contrapesos que orienta la pulsión dialéctica, la crítica dentro del
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pensamiento jurídico que persigue actualizar y ceñirse a las necesidades del sujeto en sociedad y no tanto del Estado. La Constitución de 1976 se rebela, efectivamente, pero en dirección a conservar las prerrogativas ejecutivas alcanzadas en 1959. Se hace inevitable regresar al profesor Bulté y leerlo entre líneas. El filósofo e historiador de las ideas políticas Leo Strauss proponía, invitaba, a desconfiar de lo explícito del texto y leer lo implícito, leer entre líneas. En la sublimación, en la autocensura, vistos como fenómenos naturales, necesarios, inherentes al pensamiento y marco histórico y político del sujeto que ejerce y divulga el pensamiento, suelen haber mensajes importantes sobre la realidad de un momento histórico, también ilustran dispositivos, lógicas que lastran, influyen, deforman, oscurecen aquí o allá la búsqueda de la verdad. Aquellos golpes y contragolpes iniciales de la Revolución agredida tendrán un soporte jurídico, dice el profesor Bulté. Dice que “están todos, sin excepción, plasmados en una violenta, febril, ingente normativa jurídica en la que no falta, no obstante esas características, la debida coherencia y perfección técnicas”. Una parte del conocimiento y acerbo que representa el profesor Bulté quiere decirnos que las normativas de los primeros años de la Revolución eran perfectas y coherentes, al mismo tiempo que violentas, febriles e ingentes. Quiere decirnos que lo uno no quita lo otro. Pero acota (por eso lo subrayo): “no obstante a esas características”, refiriéndose a las características: violentas, febriles e ingentes.
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Pero otra parte del conocimiento y acerbo de Bulté quiere decirnos exactamente lo contrario: que no podían ser perfectas y coherentes al mismo tiempo que violentas, febriles e ingentes. Hay un forcejeo en la frase, y es difícil determinar cuál mensaje quiere Bulté que prevalezca. Lo que le interesa subrayar al Periodista es que en la Constitución de 1976 prevalece y acaso se impone explícitamente el carácter, o el fantasma del saldo “violento, febril e ingente” de 1959. Más adelante Bulté intenta saldar cuentas y es más claro que hay violencias y olvidos esenciales en el pensamiento jurídico cubano que repercutirán posiblemente en la expropiación que sufrirá el Periodista: “Esta situación [la entrada en Cuba e implementación de ideas del Derecho soviético] llegó a afectar incluso, a mi modo de ver, al sentido popular y progresista de nuestra técnica jurídica, la que, paradójicamente, en ocasiones se retrasó en esta dimensión, al asumir soluciones y principios del campo socialista. Me refiero, por solo mencionar un ejemplo, a la rigidez en el tratamiento de las fuentes del Derecho, en el que predominó siempre un absorbente estatismo y un rígido monismo jurídico estatalista, contra la flexibilidad y frescura del modelo bizantino. Me refiero a la negativa a admitir fuentes populares, de creación directa del Derecho, como la costumbre”.
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En el artículo 58 de la Constitución de 2019 (saltándonos las reformas constitucionales que tendrán lugar) con la entrada en vigor de nuevas figuras de empoderamiento, como el reconocimiento del trabajo por cuenta propia y el estímulo a la inversión extranjera, se modera el tono. La primera frase será: “Todas las personas tienen derecho al disfrute de los bienes de su propiedad”. Artículo 58. Todas las personas tienen derecho al disfrute de los bienes de su propiedad. El Estado garantiza su uso, disfrute y libre disposición, de conformidad con lo establecido en la ley. La expropiación de bienes se autoriza únicamente atendiendo a razones de utilidad pública o interés social y con la debida indemnización. La ley establece las bases para determinar su utilidad y necesidad, las garantías debidas, el procedimiento para la expropiación y la forma de indemnización. La casa y el patio del Periodista eran resultado de esa cadena de expropiaciones que beneficiaron al pueblo. ¿Esto quería decir también que el hecho de haber concedido y facilitado la tierra, el hogar, otorgaba el derecho recíproco a quitarla? ¿Cual lectura entre líneas se precipita de la negación a restablecer el texto de la Constitución del 40? ¿Qué elementos se tendrán en cuenta para asumir que existe una “evidente” superación de aquella?
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Según el abogado cubano Eloy Viera Cañive, “el único recurso que hay en una expropiación forzosa es discutir la compensación”. “La expropiación forzosa –continúa Viera– se discutiría en un proceso civil si la autoridad administrativa (Ferrocarriles de Cuba y/o la empresa mixta Cemento Moncada) promueve un proceso de expropiación forzosa para ejecutar esa expropiación”. Eloy Viera se basa en un caso de expropiación similar que conoció en Varadero. Una casa estaba en la zona donde se construiría un hotel, su propietario hizo una reclamación en tribunales que fue desestimada. El artículo 430 de la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo, Laboral y Económico concluye que: “Si los bienes objeto de la expropiación hubieran de destinarse a la ejecución de planes de obras públicas, de construcción de viviendas o para el desarrollo económico, educacional y cultural del país, o que interese a la defensa o seguridad del Estado, o a cualquier otro fin social, la oposición como cuestión de fondo solo podrá basarse en ser el precio ofrecido inferior al valor real de los bienes o no ser equitativa la compensación ofrecida en relación a la utilidad que reporten al expropiado”. Ningún tribunal podría obligar a Ferrocarriles de Cuba y/o la empresa Cementos Moncada a correr el paso de la línea para otra parte. Solo se podría discutir una compensación. Un amigo de la familia que formó parte de una comisión de expropiación en los años 90 vinculada a construcción de represas, le comentó al
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Periodista que los precios de los árboles y plantas comestibles solían ser muy bajos, pero que probablemente iba a recibir una casa mejor. Él había expropiado bohíos de guano y a sus habitantes les habían dado a cambio casas de mampostería. Al Periodista le preocupaba tanto como la casa, el hecho de ser compensado con un terreno, un patio. El amigo de la familia dijo que si no era propietario o usufructuario no le darían un terreno a cambio. Y que la ley era una trampa. Y que en todo caso lo único que le reconocerían sería la bienhechuría, la cual definió como todo lo que está por arriba de la tierra, o sea, los árboles. Luego dijo que las propiedades se entregaron solo al principio de la Revolución, y que a Fidel eso no le dio la cuenta, y con el tiempo comenzó a dar tierras en usufructo para luego no tener problemas si la Revolución necesitaba disponer de ellas. El título de propiedad de la vivienda del Periodista es claro sobre el derecho perpetuo de superficie. Sin embargo, sobre el terreno lanza un arcano: “La parcela del terreno mide 21.25 m por su frente, por su lateral derecho 90.35 m, por su lateral izquierdo 89.55 m y por el fondo de 21.10 m terreno que se delimita y con un área total de 350 m²”. Hay un error, el área total no es la que expresa el documento. Redondeando las longitudes de ancho a 21 m y largo a 90 m, equivaldría aproximadamente a 1 890 m². La autoridad administrativa en este caso, representada por el jefe que ceceaba, no se refería en términos de intercambio equitativo ni compensación donde “ni se gana si se pierde”. Cuando el Periodista le habló de árboles frutales, siembra de
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alimentos, crisis económica, carestía de productos, siembra de autoconsumo, antecedentes del periodo especial, de sus niños pequeños y el peligro de desnutrición, el funcionario le devolvió lo único que parecía tener o saber: que aquella vivienda era “Tipología 3”, y que eso significaba –mirando la casa y moviendo la cabeza a un lado y otro, como sacando cuentas– que no podrían aspirar a mucho. *** Durante su niñez, la madre del Periodista había vivido bajo un techo, el de su abuela, que consideraba ajeno. Un hogar numeroso. Su abuela tuvo 15 hijos en una casa de adobe y techo de guano, que solo hasta después de la Revolución pudo hacerse de mampostería. Tenía el sentimiento de que debía superar eso; tener una casa propia, un hogar para sus hijos, fue uno de los principales objetivos que se impuso desde muy joven. Luego del triunfo de la Revolución salió a alfabetizar a las montañas y nunca regresó. Al cumplir aquella misión le concedieron una beca de estudios en Santiago de Cuba, donde se enamoró, consiguió trabajo y se casó. Luego gestionó el actual terreno y construyó su casa. Aunque muchas veces decía que construir una casa había sido una de sus metas individuales, la casa nunca fue para ella un objetivo alcanzado solo con su trabajo y sacrificio personal, sino algo facilitado por la Revolución y la guía de Fidel Castro. El Periodista no sentía así. Solo si intelectualizaba el problema, podría comprender el modo de
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sentir de su madre. Para él era evidente que cualquier conquista o derrota descansaría a grandes rasgos sobre su propio esfuerzo y determinación. Esta diferencia radical de punto de vista se parecía, en efecto, a esos lugares donde se unen dos mares y las aguas conviven, se juntan sin perder su color propio. Estos dos mares simbólicos estaban contenidos en la diferencia de paradigmas que mostraban la Constitución del 40, la Ley Fundamental de 1959, y la Constitución de 1976. La Constitución de 2019 parecía, al menos en la letra, en camino a tratar de resolver que ambos paradigmas generados dentro del mismo sistema socialista pudieran vivir en paz. *** Cuando el bebé del Periodista lloraba él solía llevárselo al patio, caminar entre los cafetos hasta que el niño tragaba, se serenaba y paraba de llorar. Luego el Periodista se sentaba sobre un trozo de cemento que había bajo un árbol de aguacate y apoyaba al bebé sobre sus piernas. Era una especie de banco rectangular que parecía haber sido hecho para tal propósito: sentarse, mirar, oler, tomar aire fresco. Había estado ahí siempre. El monte, los pájaros, los insectos, las hojas de los árboles, la espigas del anamú, serenaban al pequeño. Meses después, cuando un buldócer enviado por la ECOI 24 removió y aplanó esa parte del patio, sacó el banco de raíz. Al verlo el Periodista supo que no era un banco, sino el cimiento de una casa.
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En ese cimiento estaba contenida la historia de cómo y por qué su madre había podido bloquear los intentos de entrar al patio. Lo fabricó un hombre que quiso construir una casa. Finalmente había tenido que abandonar el proyecto, porque no se podía construir en el sitio sin previa autorización de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Eran terrenos que pertenecían al ejército. Su madre, civil de las FAR durante casi toda su vida laboral, obtuvo esa autorización de un general y combatiente de la Revolución llamado Raúl Menéndez Tomassevich. Cuando el IPF llegó a casa del Periodista preguntando por el propietario del terreno, fue su madre, de 74 años, quien los recibió. Su padre, de 84, recuerda que fue una mujer. La funcionaria les informó que parte del terreno que rodeaba la casa iba a ser entregado a otras familias para que construyeran viviendas por esfuerzo propio. La acompañaba un beneficiario, el cual había sido el promotor de la gestión desde hacía meses. La funcionaria dijo que venía amparada en una política social para beneficiar a familias sin hogar. La actitud de su madre y su padre fue de colaboración y confianza. No estaban frente a una persona, sino frente a una institución de la Revolución. Luego salieron al patio y la funcionaria hizo unas mediciones. Su padre dice que tal medición no fue puesta en duda, la consintieron verbalmente al no negarse. Cuando lo comentaron en familia el Periodista opinó que podría haber un error. Habría que tener algún tipo de celo con el terreno. Que una funcionaria llegara a nombre del IPF, no quería decir que
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su gestión fuera completamente honesta o que estuviera exenta de error. El Periodista quiso conocer cuáles eran los metros comprendidos en la propiedad, luego midió el terreno y comprobó que llegaba, según los papeles, hasta un límite que había sido ignorado por la funcionaria. Según su padre, ninguno fue consciente de que esa medición que hizo la representante del IPF estaba dentro de los límites que reflejaba la propiedad de la casa. No midieron según los límites que ya existían, sino según los de la propiedad futura que sería entregada al nuevo beneficiario del terreno. Era como si nombraran un mar dentro de otro mar que ya existía. Entre los papeles que su madre dejó hay uno que confirma la autorización del general Tomassevich. Ningún otro intento privado o institucional de establecerse allí había conseguido su objetivo. Días después de aquella visita de la funcionaria, y de las dudas promovidas por el Periodista, su madre fue a la Región Militar a dar noticia sobre aquella incursión del IPF. Un oficial le dijo que allí nadie iba a poder construir. Ella quedó tranquila con esa respuesta, luego sufrió un derrame cerebral y murió. Meses después del fallecimiento de su madre, el señor que había promovido construir su casa en el patio del Periodista, sembró maíz, calabazas, e hizo unos huecos en el terreno para colocar las columnas de su casa. Había decidido ignorar la advertencia de que levantar una casa allí sería un error que le iba a traer problemas legales. Luego de algunas visitas al IPF provincial, una reclamación escrita, y la visita de un funcionario del IPF
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de la oficina de Atención a la Población, el señor decidió correr su casa al lote siguiente, donde había espacio para varias casas y no habitaba nadie. Quería construir encima de un terreno aplanado durante años por las diferentes siembras que la familia del Periodista había hecho. ***
Al Periodista nadie le había hablado de darle casa, ni patio, ni tierra para sembrar esos plátanos que ellos iban a cortar (Foto: Periodismo de Barrio).
En una ocasión el Periodista vio a unos hombres cortando matas a machete en el patio. Se paró en la puerta de la casa y les preguntó en voz alta qué hacían. Un hombre de 50 años, bajo de estatura, blanco, le respondió con propiedad y sin amabilidad: estaban entrando para medir. Parecía el hombre de más rango en la brigada. El Periodista
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les dijo que debían pedir permiso. El jefe dijo que para él eso ya estaba palabreado, que por allí iba a pasar el tren, el puente de un tren, y que su casa se iría de allí. El Periodista respondió que a él nadie le había hablado de darle casa, ni patio, ni tierra para sembrar esos plátanos que ellos iban a cortar. El hombre pareció comprender, pero sin retirar la arrogancia inicial. Dijo que esa misma tarde iba a pasar por allí un buldócer. El Periodista le respondió que a él nadie le había avisado de ese buldócer que iba a destruir un platanal que él había sembrado hace años. El jefazo siguió hablando con sus subordinados en voz alta para que el Periodista lo escuchara. Decía que a 20 o 30 metros a cada lado de la línea no podría haber casa alguna. La casa del Periodista estaba a unos 12 metros de donde debía pasar la línea. El Periodista cortó unas 100 matas de plátano, sacó los chopos y los limpió de larvas y zonas enfermas, luego las montó en una carretilla y las fue acumulando bajo un árbol de anón. Durante una semana limpió un trozo de terreno a machete, luego con azadón. Abrió unos 40 huecos y sembró hijos y chopos de plátano. Técnicamente, el platanal que había mudado no estaba comprendido dentro de su título de propiedad. Sin embargo, durante los años 90 dicho terreno les había dado de comer. Al ubicarse lejos de carretera y cerca de la casa, estaba mejor resguardado contra ladrones. En él sembraron tomates, maíz, yuca, boniato y, por último, plátano. La tierra era buena. Crecía prácticamente cualquier semilla que arrojaban. ***
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Prácticamente no quedaría nada de lo que fue durante 41 años el hogar del Periodista (Foto: Periodismo de Barrio).
Los funcionarios del IPF dejaron de acudir para entregar lotes de tierra por donde pasaría el ferrocarril. El señor que había promovido otorgar parcelas de tierra allí decidió hacerse una casa de tablas, trozos de metal y tejas de fibrocemento. Luego una comisión del IPF le requirió que debía levantar la casa e irse. La falta de coordinación entre el IPF y los inversionistas del ferrocarril minó la confianza del padre del Periodista. Sospechaba de los procedimientos. Les decía a sus amigos: “Con la Revolución se acabaron las injusticias, con la Revolución se acabaron las injusticias”. Esperaba que le entregasen a cambio algo que no le parecía descabellado: una casa y una parcela similar, equivalente, que no implicara ganar ni perder. Mientras el Periodista sacaba de raíz una mata de plátano, encontró un machete que había perdido. Le tiró una foto y pensó que era un símbolo. Que aquel machete intentaba decirle algo. Lo había
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comprado en el municipio Mella, mientras filmaba un cortometraje de ficción. Su madre vivía aún, no tenían noticia sobre funcionarios del IPF disponiendo de su patio, ni del paso de un ferrocarril. En el cortometraje se hacía una ceremonia entre fiesta y velorio para despedir a una anciana y a un anciano que morirían por voluntad propia. Los invitados hablaban alrededor del fuego de un tren que iba a pasar por aquella comunidad de antaño en la que vivieron todos juntos. El tren finalmente no pasó, pero aun así la comunidad desapareció, fue expropiada en favor de una represa. A cambio, a los residentes de la zona les entregaron apartamentos. Aquella reunión de despedida transcurría en una isla en donde vivían confinados los ancianos, porque habían decidido no irse de allí, de su hogar y su pasado. El Periodista, mirando el machete que había reencontrado bajo algunas hojas secas, se dio cuenta de que no había escrito una metáfora sobre Cuba, sino sobre sí mismo. Quiso mandarle la foto del machete al equipo de posproducción para inspirarlos comentando lo anterior, pero le pareció algo que en el fondo solo le importaba a él. El buldócer llegó una semana después. El techo de la cabina del operador picaba en 3 metros de altura. Rugía de un modo ronco e insolente. El humo del motor era negro y abundante. Usaba esteras. Parecía un tren, una locomotora. Parecía el futuro. En la parte trasera tenía una especie de garfio que enterraba en la tierra para evitar ser derrotado por magnitudes de tierra demasiado grandes. Cuando fue bajando a retroceso de la rastra que lo transportaba, el garfio trasero se enterró en
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la calle de asfalto que daba acceso a la casa del Periodista y abrió un agujero de varios centímetros de profundidad. El buldócer entró al patio a la vista de todos. Destruyó lo que quedaba del platanal. El operador trató de no destruir tres limoneros, pero no pudo evitar aplastar tres matas de plátano paridas y parte de la cerca de lo que fuera el organopónico de la familia. Evitó tumbar un árbol de mango toledo y algunas matas de café. Sacó de raíz el banco donde solía sentarse el Periodista con su bebé. Trazó una línea recta para que los ingenieros de la ENIA pudieran medir el lugar de los agujeros, que era también el lugar donde abrirían amplios boquetes en los que colocarían grandes paneles para fundir toneladas de cemento en jaulas de acero del tamaño de una habitación. Serían aproximadamente 6 enormes pilotes. Prácticamente no quedaría nada de lo que fue durante 41 años el hogar del Periodista. En el cortometraje había un hijo que no asistía al funeral de sus padres. Había decidido irse; su casa, su hogar eran el pasado y él miraba hacia el futuro. El Periodista creyó que él escribió ese cortometraje desde el futuro. Ese futuro le proponía ser el hijo que no regresaba. Ese hijo representaba un tercer paradigma que implicaba la superación del individualismo y el colectivismo. El paradigma del desarraigo. Recordó a Hegel describiendo críticamente la fórmula de Abraham, uno de los patriarcas del pueblo de Israel. Y con eso cerró su texto: “[Abraham] No cultivaba la tierra en la que moraba, su ganado la depredaba; no la cuidaba,
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no adulaba la tierra para que esta le trajera frutos. Ya no se podía acostumbrar a pedazos de tierra particulares ni los llegó a querer; no los podía considerar como partes de su mundo más reducido. El agua que él y su ganado necesitaban yacía en pozos profundos; no era agua de un movimiento viviente; ha sido excavada penosamente (o si no, comprada o conquistada). Pronto volvía a abandonar los vergeles que le proporcionaban tantas veces su sombra. “Era un extraño en la tierra; ¿cómo hubiera podido crearse dioses, cómo hubiera podido unirse con los [aspectos] particulares de la naturaleza, creándose sus dioses? Siendo un hombre independiente, sin estar conectado con un Estado o con otro fin [fuera de sí mismo], lo supremo para él era su existencia, por la cual se preocupaba a menudo”.
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El edificio con tecnología noruega que se hizo a lo cubano GEISY GUIA DELIS
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(Ilustración: Miguel Monkc).
Este pudiera ser un reportaje sobre un edificio en Cuba con prestaciones tecnológicas del siglo XXI: ahorro, independencia energética y facilidades para el reciclaje. Un inmueble de 16 apartamentos con cero emisiones de elementos contaminantes. Sin embargo, está muy lejos de ser la obra moderna que se describe en el epígrafe 1.2.2 del Proyecto No. 12188, PIMS 1443, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) : “Demostración de enfoques innovadores en la rehabilitación de bahías altamente contaminadas del Gran Caribe”. Es un inmueble de cuatro pisos, ubicado en Calle 70, No. 8006A, entre 76 y 78, Reparto Casablanca, Municipio Regla, La Habana, muy cerca del paradero de ómnibus del reparto Bahía. Luce como cualquier edificio de microbrigadas construido en los últimos 20 años; está pintado de marrón y naranja y es, para decirlo con toda claridad, un edificio feo.
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Un camino sin asfaltar, enlodado a causa de una cisterna que se desborda constantemente, y la hierba alta cubriendo el acceso a la acera son la antesala del “edificio ahorrador”, título que la prensa nacional le otorgó en 2011. ***
Edificio Cero Emisiones de Casablanca (Foto: Chris Erland).
La historia del ahorro comienza en 2002. Según recuerda la arquitecta Odalys Blanco, entonces jefa de departamento y subdirectora de Tecnologías Constructivas en el Centro de Investigaciones y Desarrollo de las Construcciones (CDIC), la idea era construir un edificio de cuatro plantas con el sistema bloque panel, desarrollado por el arqui-
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tecto cubano Maximino Bocalandro, por esa fecha trabajador del CDIC. En el departamento había entusiasmo con la propuesta, porque hasta ese momento solo existían edificaciones de una y dos plantas con esa tecnología constructiva en Cuba. El bloque panel era del ancho de una columna, más largo que el tradicional Sandino, pero más ligero y de fácil revestimiento, lo que permitía un mejor acabado. La propuesta de 2002 incluía, además, el trabajo con la vigueta de hormigón y la bovedilla de polietileno expandido para disminuir el peso de la edificación. Mientras trabajaba en la documentación del edificio, Odalys recibió la indicación de vincularlo a un proyecto de colaboración extranjera entre Cuba, instituciones noruegas y el PNUD. Hubo viajes, capacitaciones, encuentros y conversaciones para ajustar el proyecto inicial a los estándares del Fondo Mundial de Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés). *** Es el año 2006 y el Dr. Petter D. Jessen ha preparado una presentación para los alumnos de la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida (NMBU), con sede en Oslo. Este centro académico tiene como objetivo contribuir al bienestar del planeta “mediante programas interdisciplinarios de investigación y estudio que generan innovaciones en alimentación, salud, protección del medio ambiente, clima y uso sostenible de los recursos naturales”. Petter D. Jessen es profesor del departamento de Ciencias Vegetales y Ambientales, y el
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14 de agosto de 2006 estaba impartiendo el curso “Saneamiento apropiado para el mundo en desarrollo”. En clase, el profesor explicaba con cifras los valiosos recursos presentes en las aguas residuales, tomando como referencia las descargas anuales de una persona: 4.5 kg de nitrógeno, 6.5 kg de fósforo, 1 kg de potasio y 35 kg de materia orgánica; un verdadero tesoro para la agricultura urbana. Como fertilizantes, el valor de los nutrientes descargados a los sistemas de alcantarillados en Noruega asciende a 30 millones de dólares por año. El profesor proponía el diseño de sistemas sanitarios sostenibles. Un toilet ordinario usa entre 6 y 20 litros de agua por descarga; el Dr. Jessen sugería utilizar sanitarios que permitieran reciclar y ahorrar recursos como parte de un sistema descentralizado de compostaje. Entre los tipos de inodoros que se encontraban disponibles comercialmente en esa fecha estaban: • Compostaje, saneamiento seco: utiliza entre 0 y 0.1 litros de agua por visita. Se había reportado su eso con éxito en la Antártica y en zonas residenciales de Suecia. • Desviación de orina: utiliza entre 1 y 4 litros de agua por visita. Se usó con éxito en Bangalore (India) y en Dong Sheng, al norte de China. • Ahorro de agua por sistema al vacío y por gravedad: utiliza entre 0.5 y 1.5 litros por visita. Con este sistema, en algunos dormitorios de estudiantes en Noruega se ahorró
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hasta un 28 % de agua. Se usó en hospitales en Francia y Calcuta y también se reportó su presencia en La Habana. El profesor acompañaba cada ejemplo con una fotografía de los inodoros instalados o del edificio que los poseía. Sin embargo, en el caso de Cuba no había sanitarios ni edificación que mostrar. Apenas una construcción incipiente, en la que solo se vislumbraba una columna con cabillas expuestas. Para explicar el sistema de compostaje, en el caso de La Habana, el profesor confeccionó un Power Point con una pequeña foto donde debería ir la planta de biogás y otra donde se habilitaría el humedal. El Zero Emission House debería tener, según la presentación, 8 inodoros de sistema al vacío y 8 inodoros de sistema de gravedad, que se nutren de la energía solar para funcionar. Lo que significa que el gasto de energía por persona en un año sería apenas de 4 kilowatts y el ahorro de agua parecía ser realmente significativo. Tendría también un sistema de separación de aguas grises y negras; los desechos sólidos resultantes del filtrado de esas aguas serían utilizados en la agricultura y en la planta de biogás. Esta última alimentaría el alumbrado exterior del edificio, mientras los paneles solares del techo alimentarían las bombas de los inodoros y proveerían de agua caliente a los 16 apartamentos. En el humedal de la parte posterior del edificio se plantarían árboles y hortalizas para el autoconsumo. Este modelo circular evitaría que las aguas contaminadas lleguen al alcantarillado, que vierte directamente en la Bahía de La Habana.
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Toda esta referencia a La Habana, en una clase de 2006, vino a raíz del Proyecto demostrativo de Viviendas con cero emisión CUB/02/002, firmado cuatro años antes por el Gobierno de Cuba, el PNUD, la Agencia Noruega de Cooperación para el Desarrollo (NORAD), la Universidad Agrícola de Noruega y el Centro Técnico para el Desarrollo de los Materiales de Construcción en Cuba. Ese era el proyecto en el cual trabajaba Odalys, junto a otros compañeros de su departamento. *** Lo que está plasmado en el documento del Proyecto demostrativo de Viviendas con cero emisión CUB/02/002 es la versión idílica de un cronograma de trabajo para la colaboración con las contrapartes extranjeras, especialmente con el PNUD. La estrategia cubana es clara: “Buscar la transferencia de una tecnología desarrollada en Noruega y aplicarla en la construcción de un edificio de 16 viviendas de manera tal que todas las aguas residuales, así como los demás desechos humanos sean procesados y utilizados ya sea con fines de generación de energía, producción de fertilizantes y/o utilización de aguas para regadíos”. El plazo de ejecución del proyecto se pactó para cuatro años: 2002-2005. Las metas parecían alcanzables y precisas, teniendo en cuenta que la construcción del edificio, en teoría, sería bastante rápida. Estos son algunos de los indicadores fundamentales del plan:
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Año 2002 (presupuesto anual USD 252 360 y CUB 218 000): • Elaborar la documentación del proyecto de 16 viviendas cero emisión. • Comienzo de la construcción: movimiento de tierra, excavación y cimentación del edificio, sistema de producción de biogás, etc. • Monitoreo, análisis, resultados y conclusiones: evaluación socioeconómica, seminarios en Cuba y viajes de estudio al extranjero, etc. Año 2003 (presupuesto anual USD 116 066 y CUB 124 000): • Prosigue la construcción del edificio: entrepisos y muros, colocación de redes hidrosanitarias, montaje de sistema al vacío con unidad especial, etc. • Implementación de la nueva tecnología: adquisición de componentes. Año 2004 (presupuesto anual USD 72 859 y CUB 151 500): • Terminación del edificio: humedal, filtros, instalación de los paneles con celdas solares y los tanques para agua caliente, colocación de pisos y de muebles sanitarios, etc.
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Año 2005 (presupuesto anual USD 86 995 y CUB 26 500): • Implementación de la nueva tecnología: selección y adquisición de componentes técnicos para mantenimiento y reparación, etc. • Monitoreo, análisis, resultados y conclusiones: encuentros bilaterales de representantes de la industria noruega y cubana para fomentar iniciativas con relación a la producción de componentes en Cuba, etc. Además de estos gastos, el empresariado noruego “colaboraría con un financiamiento paralelo”.
Resumen del proyecto con los montos totales.
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De haberse ejecutado el proyecto tal como estaba planeado, a la altura de 2006 el Dr. Jessen habría podido mostrar en clase un edificio en completo funcionamiento, pero Cuba no es Noruega: en 2006 aún no había edificio. En un intento por analizar las causas de que este cronograma no se ejecutase en el periodo establecido, solicité varias entrevistas con el director del antiguo Centro Técnico de Materiales de la Construcción, hoy Centro de Investigaciones y Desarrollo de las Construcciones, pero alegó que necesitaba tiempo para responder. Esperé por su respuesta durante dos meses: nunca me atendió. Entre las funciones de esta institución dentro del proyecto aparece la siguiente: “Dirige directamente la inversión y está responsabilizado con la ejecución del Resultado 2: Edificio Cero Emisiones. Es responsable de la puesta en marcha y recepción de los servicios prestados, así como la administración de los recursos financieros destinados por el gobierno cubano y obtenido a través de los donativos del proyecto”, según el informe publicado por PNUD/GEF. *** El Edificio Cero Emisiones habría de construirse a menos de un kilómetro del Centro de Investigaciones, en uno de sus polígonos experimentales; esto permitiría la evaluación y monitoreo del proyecto, así como el beneficio de algunos trabajadores con los apartamentos. Como proyectista general, la firma de Odalys Blanco aparece en varios planos del edificio registrados en junio de 2005 en la
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Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba. Ella recuerda que los problemas comenzaron con los primeros movimientos de tierra: “Empezamos a construir y se paralizó la producción de bloque panel en el país a causa de los moldes. Había mucha demanda del bloque tradicional y como era la misma máquina no iban a parar por nuestra producción. El edificio estuvo diez años paralizado por esta razón. El CDIC se paró en todas las tribunas para decir esto”. El ingeniero José Manuel López Santana, vicedirector de Investigación del CDIC por aquellos años, declaró en 2012 a la periodista Susana Tamayo que “el edificio ahorrador contaba con redes sanitarias independientes para el tratamiento de cada una de las aguas residuales. Las aguas negras se acumulaban en pequeños tanques sépticos para producir biogás y utilizar los desechos como fertilizantes”. En el mismo artículo, López Santana menciona que “teniendo en cuenta los costos y los resultados económicos obtenidos en cálculos se preveía una factibilidad para la generalización del miniflush y del uso de humedales para reciclaje de agua que implicaba recuperar la inversión, solo por ahorro del líquido en 2.8 años”. José López Santana, que aparece como administrador del proyecto en mayo de 2011 según Cubadebate, declaró en aquel momento que fue fundamental en la construcción del edificio “la utilización de eficientes servicios sanitarios, que utilizan de uno a dos litros de agua en su descarga, cuando convencionalmente se usaban de seis a ocho”. Ingrid Fiskaa, viceministra de Asuntos de Desarrollo Internacional de Noruega, realizaba
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una visita a Cuba acompañada por especialistas de su país y de las instituciones involucradas en el proyecto, “ocasión en la cual constató el avance de la edificación”. Según Odalys Blanco, cuando estaba avanzada la ejecución del edificio, los asesores noruegos vinieron al país en una visita de inspección, entonces “el jefe del proyecto le preguntó a uno de los especialistas sobre la tecnología de miniflush y la de vacío, y fue muy cívico el noruego cuando nos dijo que ya esa tecnología en Noruega estaba obsoleta; había sufrido modificaciones y perfeccionamientos”. Esta era una de las consecuencias de años de atrasos en la construcción: estaban a punto de inaugurar un edificio con un sistema sanitario que se volvería un problema. Según explican varios trabajadores del Centro de Investigaciones, en ese momento todavía no se había colocado el piso y se tomó la decisión de hacer junto a la instalación compleja de los equipos importados, otra, la de uso tradicional en el país, previendo que cuando los primeros vencieran su vida útil, los inquilinos pudiesen colocar los sanitarios que se comercializan en Cuba. En efecto, pasaron tres años y se rompió el primer equipo; para el segundo no había piezas de repuesto. En ocho de los 16 apartamentos se cambió el toilet, se sustituyó por uno que en vez de 1.5 litros por descarga gastaba más de 6 litros cada vez. El cambio lo asumió el CDIC para las ocho casas donde vivían sus trabajadores, el resto aún sigue con el sanitario antiguo, pero descargando
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con cubos de hasta 14 litros de agua. Eso fue todo lo que duró el principio del ahorro. Video Realización: Chris Erland. Corrección: Iván del Toro.
En el 2007 Leonel Rodríguez Montesino era trabajador de la empresa Constructoras Caribe. Llegó a Casablanca como jefe de obra, con 25 personas bajo su mando, cuando solo estaba la primera planta de edificio terminada y dos apartamentos de la segunda. Era muy difícil avanzar sin los materiales. A él le dijeron que se trataba de una construcción de nuevo tipo, con un sistema novedoso para los desechos, y que las aguas irían limpias a un humedal. “Un asesor noruego le enseñó al plomero cómo hacer la instalación de los inodoros y la estructura hidráulica. Era importante que todo quedara bien sellado para que no se escapara el aire del sistema al vacío. Ese especialista también indicó que los baños no podían lavarse con líquidos corrosivos, ni lejías ni ácidos, para que no se dañaran las tuberías”. De los dos años en los que estuvo dirigiendo la construcción, Leonel recuerda que los recursos estaban guardados en el CDIC, a un kilómetro de la obra, y había que trasladarlos en una carreta o en un camión. En muchas de esas jornadas los obreros cargaban las columnas prefabricadas y las subían a rastras por las escaleras. Con sorna, Leonel apunta: “Hubo un comprador, algún especialista de los que fue a Noruega, que trajo un ar-
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matoste inmenso, un güinche que costó unos 17 000 dólares, dicen. Lo pusieron en el frente de la obra, un “animal” altísimo, una barbaridad. Cuando el hombre lo desmontó y le quitó la envoltura, aquel güinche venía sin motor. Tuvimos que seguir cargando las columnas hasta que, unos años después, vino un jefe de obra y no sé cómo consiguió un motor para el equipo”.
Leonel vive con su esposa y dos hijos en el edificio que él mismo ayudó a construir (Foto: Chris Erland).
De haber estado disponibles todos los materiales, según Leonel, ese edificio se podría haber terminado en menos de un año. También dijo que cuando lo enviaron a otra labor en 2009, solo faltaba por construir el apartamento 16 y tirar la placa a todo el edificio. Una vez inaugurada la obra varios
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trabajadores de la empresa Constructoras Caribe fueron beneficiados con apartamentos. Leonel estaba necesitado de una vivienda y por sus méritos laborales le asignaron un cupo en el edificio. Desde el 2012 vive con su esposa y sus dos hijos en el apartamento 16, el que no pudo finalizar, el último de la cuarta planta del Cero Emisiones. –¿Cuando usted trabajó aquí, sabía que recibiría esta vivienda? –No, de haberlo sabido tal vez muchas cosas hubieran quedado mejores. No porque yo no haya sido riguroso, en dos ocasiones mandé a tumbar unas escaleras mal hechas, sino porque hubiera exigido más, me habría informado mejor con los especialistas. *** Olga y su hijo Andy viven en el apartamento 10 del Edificio Cero Emisiones (Foto Chris Erland).
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Las personas llegaron poco a poco al Cero Emisiones. Algunos lo hicieron a finales de 2011, otros a mediados de 2012. Olga Cecilia García fue una de las últimas. Demoró un año en mudarse, porque a los pocos días de recibir la llave tenía aguas albañales en el patio de la casa y en parte de la cocina. Su apartamento queda en la primera planta; las aguas grises de los pisos superiores estaban vertiendo directamente a través de una tubería mal instalada y se le había creado un pantano lodoso y maloliente. Esa es una de las primeras imágenes que ella conserva de su casa, la que recibió por ser un caso social. Tiene 55 años y un hijo de 18, Andy, con necesidades educativas especiales. Estuvo diez años esperando por la seguridad que ofrece un techo. Una década de investigaciones, de entrevistas con trabajadores sociales y con funcionarios de la Vivienda, del gobierno local y las organizaciones políticas y de masas; de diligencias, reuniones e insistencias para mejorar las condiciones de vida de Andy. El 26 de mayo de 2012, la Dirección Municipal de la Vivienda en Regla le otorgó la casa, sin embargo, no se mudó hasta el 8 de junio de 2013. No olvida la fecha. El 26 de diciembre de 2012, siete meses después de la entrega, ella le pidió a un amigo ingeniero civil que le hiciera una defectación de la vivienda. Esto fue lo que dictaminó: • Desagües totalmente tupidos, lo que provoca inundación del patio de servicio. • Perforada la tubería de desagüe de las
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aguas grises: no permite la habitabilidad de la vivienda. • El fluxómetro del inodoro no funciona. • Salideros en casi todas las tuberías. • Instalaciones eléctricas con problemas. Sabía que el edificio era relativamente nuevo, tenía muy poca información de lo que significaban esas palabras que había escuchado de soslayo: “cero emisiones”, “edificio ecológico”, “edificio ahorrador”. Le indignaba, eso sí, la chapucería. Con la defectación, el primer paso fue dirigirse al Centro de Investigaciones. El director de la institución en aquel momento, Enrique Baluja, según comentó Olga, parecía que acababa de enterarse de esos problemas constructivos. Y desde ahí otra vez la espiral, el circuito del desgaste: Vivienda (a todos los niveles), el gobierno (a todos los niveles) y el Consejo de Estado; quejarse, escribir cartas y solicitar entrevistas.
Galería: Problemas constructivos del edificio ahorrador
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Grietas en los balcones.
Desprendimiento de resano.
Escalones con diferentes proporciones.
Desprendimiento de resano.
Exposición de la bovedilla.
Filtraciones de agua al sistema eléctrico.
Filtraciones de aguas grises.
Filtraciones
Grietas en marcos de puertas.
Grietas en marcos de ventanas.
Humedad en las paredes.
Tuberías de aguas negras mal colocadas.
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En agosto y septiembre de 2015, después de varios años sin respuestas satisfactorias, con las firmas de 19 de sus vecinos, dirigió una carta al periódico Tribuna de La Habana y otra a la sección “Cuba dice” del Sistema Informativo de la Televisión Cubana. Al poco tiempo apareció en el diario, en la sección “Tribuna del Lector”, un artículo bajo el título: “¿Joya de la modernidad?”, donde se narran las gestiones infértiles de la remitente. El texto concluye así: “Olga no persigue culpables, la respuesta que busca es la reparación del edificio con la esperanza de habitar algún día en la joya constructiva que nunca tuvo”. Pocos meses después recibió una misiva de la Dirección Municipal de la Vivienda, el Consejo de la Administración y del Poder Popular, donde se reconoce que: “el edificio tiene un estado técnico regular”. Sin embargo, debido a la cuestión legal de algunos apartamentos, la solución no estaba a su alcance, por lo que su caso quedaba “con razón en parte y pendiente a solución”. Ella intentó por algún tiempo resignarse, pero una tarde cualquiera de 2017, dos años después de aquella carta, Olga sintió cómo del sofisticado inodoro que tiene instalado en el baño, el que debe funcionar por miniflush, empezó a brotar un río de heces fecales. La fosa se había tupido y la casa se inundó con los desechos de todos sus vecinos. Actualmente, no quiere saber mucho de los trabajos tan avanzados para tratar las aguas negras que dijeron haber hecho en el proceso de construcción; entre otras razones porque a su vecina le había pasado lo mismo dos años antes y cuando rompieron el piso, tratando de encontrar el origen
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de la tupición, descubrieron que la tubería que debería llevar las aguas negras a la fosa nunca se instaló correctamente, o faltaba todo el tramo de la salida, y lo que estaba funcionando como tanque séptico era el suelo del apartamento 9. En 2020, Olga tiene grietas y paredes abofadas, humedad, salideros, filtraciones y sigue sin funcionar el inodoro. “La referencia que tengo es que una vez que finalizó este proyecto tenían que hacer inspecciones para medir el impacto, al menos cada seis meses, pero aquí nunca vinieron. Todos tenemos defectos similares en los apartamentos”, comenta Olga. Visité 11 de los 16 apartamentos del edificio, casi todos presentaban problemas de filtraciones y desagües obstruidos; en algunos casos no se pueden usar los fregaderos o lavaderos para no inundar la casa vecina. Persisten problemas de humedad, grietas, bovedilla expuesta, marcos metálicos desprendidos de los paneles y mangueras de agua calcinadas. Situaciones visibles en los primeros días de la mudanza. En enero de 2020, Rafael Rodríguez, director municipal de Vivienda en Regla, explicó que recientemente había intentado hacer un convenio con el anterior director del CDIC para una reparación general al edificio. Tan pronto todos los apartamentos otorgados por el Centro de Investigaciones se desvinculen como medios básicos, Rodríguez aspira a firmar un acuerdo de colaboración para comenzar el mantenimiento. ***
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El reporte final de la evaluación del proyecto “Demostración de Alternativas Innovadoras para la Rehabilitación de las Bahías fuertemente contaminadas del Gran Caribe” se realizó en diciembre de 2016. Estuvo a cargo del ingeniero guatemalteco Joram Gil, especializado en Medio Ambiente, por la parte internacional, y de la ingeniera Mercedes Arellano por la parte cubana. El monto total del proyecto al finalizar 2017 ascendía a más de 4 millones de dólares financiados por el fondo GEF. De la cifra inicial de casi 16 millones de MLC (tasa de cambio 1×1) que había presupuestado el gobierno cubano en 2002, se incrementó a más de 40 millones de MLC para 2017. Entre el inicio y el fin del proyecto transcurrieron catorce años.
Financiamiento y cofinanciamiento del proyecto. Desde 2002 hasta el año 2016, expresado en dólares.
El documento de 40 páginas analizó con mayor profundidad la parte correspondiente a la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Luyanó (PTR Luyanó IV); esta obra era la más compleja y a ella se había destinado la mayor cantidad de recursos, sin embargo, en el momento de la visita aún no se encontraba en funcionamiento. El Edifi-
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cio Cero Emisiones, desde el inicio de la inversión, siempre se vio como el segundo resultado a obtener, de ahí que las referencias al inmueble en todo el informe sean bien breves. Según consta en el cronograma de actividades, la visita al edificio la realizaron los evaluadores el 1 de diciembre de 2016 a las 9:00 a.m.; en el intercambio participaron funcionarios del Centro de Investigación y Desarrollo de la Construcción (CDIC) y representantes de la Delegación de La Habana del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Consta en el informe que fueron entrevistados el ingeniero José Manuel López Santana, responsable del Proyecto Cero Emisiones del CIDC por parte del Ministerio de las Construcciones, y la ingeniera Dalgis Casaña, que era la coordinadora general del proyecto por la parte del CITMA. Las siguientes razones aparecen como causas de las prórrogas para la conclusión del proyecto: “Los tres componentes del proyecto: PTRL, sistema de colectores y el Edificio Cero Emisiones, llevan como elemento principal la construcción civil. Este elemento ha marcado el punto crítico ya que han existido problemas para su realización. Cabe mencionar que en los años 2005, 2006 y 2007 los fenómenos naturales que azotaron al país (huracanes, ciclones tropicales), causaron daños considerables y demandaron insumos constructivos en las etapas recuperativas, todo lo cual influyó en la inestabilidad de asignación de los materiales de construcción y de combustible”.
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Así luce el humedal en 2020 (Foto: Chris Erland).
Uno de los tanques sépticos en 2020 (Foto: Chris Erland).
Bomba al vacío, rota desde hace varios años (Foto: Chris Erland).
Tanques de asbesto cemento que se colocaron en lugar del tanque de acero inoxidable que se había designado (Foto: Chris Erland).
Paneles solares que nunca fueron instalados (Foto: Chris Erland).
Inodoro para el sistema de miniflush, presente aún en ocho apartamentos del edificio (Foto: Chris Erland).
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Los especialistas evaluaron que el funcionamiento del edificio era eficiente, revisaron la separación de las aguas residuales y el humedal. Recomendaron difundir las ventajas y trabajar para lograr la réplica del Proyecto Demostrativo Cero Emisiones en el área del Caribe. Destacaron como un beneficio medioambiental “que la edificación reciclaba entre el 80 y el 90 por ciento del nitrógeno y el fósforo de las aguas residuales tratadas, las cuales eran dispuestas en el humedal que se usa para el regadío de las plantas”. En opinión de ambos ingenieros la transferencia de tecnología había quedado establecida. El humedal estaba en uso y se ejecutó completamente el programa. Reconocen que ya el 30 de junio de 2016, la bomba de vacío estaba fuera de servicio, sin embargo, se había decidido usar los inodoros tradicionales en ocho apartamentos, “lo que permitía que el sistema siguiera funcionando según lo esperado”. Contacté por correo electrónico en 2019 con el ingeniero Joram Gil para indagar detalles sobre la visita al edificio en 2016. Quería saber si examinó algún apartamento, si no influía en la calidad y evaluación del proyecto que no funcionara la planta de biogás, ni los paneles solares, ni se garantizara el ahorro de agua por descarga, o que la tubería del humedal llevara más de dos años rota; que en vez de un tanque de acero inoxidable, que estaba en un almacén, se hubiesen colocado tanques de asbesto cemento para el consumo de agua potable. El especialista me remitió a los funcionarios del CITMA en Cuba, que tenían com-
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petencias para aclarar estas dudas. De ellos no obtuve ni el acuse de recibo. En el Poder Popular de Regla se refieren al Cero Emisiones como “La Joya”, en alusión al artículo del periódico Tribuna de La Habana. El presidente del consejo de vecinos lleva más de dos años visitando con frecuencia esta institución, porque quiere colocar una cerca perimetral para poder colgar las lámparas que debieron funcionar con el biogás, está esperando el permiso. Aspira también a asfaltar la entrada que lleva al inmueble, pero esa es una tarea titánica, tan agotadora como construir un edificio cubano eficiente. *** A inicios de noviembre de 2020 en la prensa nacional circuló el siguiente titular: “Próxima Cuba a tener su primer edificio energéticamente eficiente”. Un proyecto financiado por la Unión Europea y con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, pretende dotar de una mayor eficiencia a la sede de la Empresa de Automatización Integral (CEDAI) en La Habana. La intervención se plantea para logar mayor eficiencia energética, uso de energías renovables y la movilidad sostenible. Según el artículo, una vez concluida la inversión “se estima el ahorro de casi un 30 % de consumo de combustibles fósiles y más de 50 % de electricidad”. Como el Cero Emisiones, este proyecto se espera que sirva como referente en el país y en la región. Como el Cero Emisiones, será el primer edificio energéticamente eficiente en Cuba.
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Como el Cero Emisiones, también se espera que tenga prestaciones de un inmueble del siglo XXI. Y se espera que ahorre, como el Cero Emisiones…
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Edificio Cero Emisiones: expectativa vs. realidad EMILIO CRUAÑAS PÉREZ
Infografía a partir del reportaje “El edificio con tecnología noruega que se hizo a lo cubano”.
Ave de paso JESÚS JANK CURBELO, ANDY RUIZ MUÑOZ
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(Foto: Hansel Leyva).
El tiempo que vivió estuvo muriéndose. No de la forma lenta en que uno muere cada minuto, sino literalmente: en el borde entre la muerte y la vida. Miriam Pineda lleva par de horas en la sala de espera del Gobierno de Centro Habana, un caserón antiguo en la avenida Reina, esquina Ángeles. Es una mujer de 54 años con la piel dura y collares de santo. Se mece en la butaca, sale, fuma, regresa, habla con la recepcionista, mira si reconoce alguna sombra en el piso superior, vuelve a sentarse, observa al guardia de seguridad, firme al pie de la escalera. Miriam perdió la cuenta de las veces que ha venido este mes. Siempre le piden que vuelva el lunes o el martes o el miércoles: el presidente, Jorge Luis Fajardo, está reunido o la atiende luego… El guardia y Miriam casi se conocen de tanto verse. Él comprende lo que ella planifica y se hace el distraído; ella sube las escaleras rápido. Miriam también ha estado varias veces en estas oficinas.
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Se ha reunido con los delegados y vicepresidentes. Todos le han respondido que no tienen manera de ayudarla, que vuelva el lunes o el martes o el miércoles. Una vez le dijeron: “No te preocupes, en diciembre tenemos que entregar 19 casas y una es la tuya”. Pero pasó diciembre y pasó enero y pasó febrero. Otra vez: “Ven el jueves. No te quiero alegrar, pero hay algo para ustedes”. Pasó el jueves y el viernes y cambió el año. Miriam está otra vez frente a las oficinas. Salen delegados y funcionarios. Ella llora. La sientan, le dan agua, miran la misma carpeta que trae siempre: fotos y papeles médicos. Ella vuelve a explicar lo que explica siempre. “Sigue insistiendo, que esa es tu nieta”, la incita un delegado. Cuando la conocí, Angie era una niña de un año y ocho meses y 6.7 libras que dormía en los brazos de su madre. Le habían puesto un mono color rosa y una cinta en el pelo, con una florecita que le lucía gigante en la cabeza. Su madre intentaba llevar la vida en la butaca: revisaba el teléfono, conversaba, meciéndola, meciéndola. Mirándola para medirle mentalmente el ritmo de la respiración. Luego la niña se despertó. Se movía muy poco. Pensé que con un año y ocho meses mi hijo se encaramaba en los muebles y pedía pan. Angie no hacía nada: era menuda y frágil como un bebé. Había nacido en julio de 2018. Un mes antes a Lisnaydi Sardiñas le habían diagnosticado polihidramnio (excesivo líquido amniótico), una complicación del embarazo causada por malformaciones fetales o anormalidades genéticas. En el Hospital Materno Ramón González Coro los ultrasonidos dieron normales. En el policlínico Luis Galván Soca
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los ultrasonidos dieron normales. Angie Sardiñas nació sietemesina, pero con buen peso: 6.2 libras. Once días después tuvo una fiebre de 38˚, sostenida. “La ingresaron en el Juan Manuel Márquez y empezaron a estudiarla, porque veían que no era normal”. Ahí estuvo diez días. Luego dos meses en el Cardiocentro Pediátrico William Soler. Le diagnosticaron Síndrome de Costello, una enfermedad rara de base genética de la cual se describen unos 300 casos en el mundo. Le pronosticaron entre seis meses y dos años de vida. Orula, el dios adivino, la calificó como “ave de paso”, que en lenguaje yoruba significa lo que en cualquier lenguaje: se va pronto. –Yo bajé el caracol de Eleguá a ver si podía hacer algo para salvarla y dijeron que no. Que le dé mucho amor hasta que ya… Mientras Lisnaydi me contaba esto le daba a Angie un biberón con compota. Miriam trajo su carpeta para enseñármela, la dejó en el brazo del sofá y subió al cuarto. Sentí sus pasos en el cielorraso. Casi hay que encorvarse para estar de pie. No eran las dos de la tarde. Un solo bombillo en la sala oscura, estrecha. Sensación de aplastamiento. También por el color de las paredes: azul, morado y negro. Un balón de oxígeno tras la puerta, el noticiero en el televisor, altares de santería. Después Miriam entró por la cocina y abrió un catre para la niña frente al sofá. Angie ni balbuceaba. Un informe de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana apunta que el Síndrome de Costello “se caracteriza por el retraso del crecimiento y el desarrollo postnatal, facies tosca, retraso sicomotor, problemas de alimentación, al-
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teraciones cardíacas y endocrinas, anomalías ectodérmicas y esqueléticas, así como una mayor predisposición a desarrollar tumores”. Esto quiere decir que los pacientes presentan discapacidad motora e intelectual, trastornos hormonales, problemas en el corazón… El diagnóstico prenatal de este síndrome solo se realiza mediante análisis a una muestra de corion o al líquido amniótico. Por eso todos los ultrasonidos dieron normales. Respecto al tratamiento, Orphanet apunta que es sintomático. Esto quiere decir que esa dipirona que te recetaron te va a aliviar el dolor de cabeza, pero no va a curarte la migraña.
Miriam Pineda (Foto: Hansel Leyva).
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Todo esto lo explica la carpeta de Miriam. También detalla cada tratamiento y cada ingreso de Angie. Lisnaydi domina esa información con precisión milimétrica. –Los médicos me han dicho que la niña debe vivir en un mejor ambiente. Y cerca de un hospital, para que yo pueda salir corriendo si le pasa cualquier cosa. Lisnaydi tiene 21 años: mulata achinada, uñas cuidadas, piercing en el labio. Terminó Agronomía embarazada, me dijo. Le pregunté por su vida. –Me ha cambiado bastante. Imagínate. Yo era más divertida, más alegre. En la mañana, ella estaba con Angie en el pediátrico de Centro Habana, a dos kilómetros de su casa, en la consulta de nutrición que tiene dos miércoles al mes. En la casa, Miriam llevaba una bata azul cielo con el dibujo de un panda. Prendía un cigarro cada dos minutos, entraba a la cocina y servía café. –Nosotras no dormimos –dijo, fumando–. Nosotras no vivimos. Se refería a su nieta y a los trámites en el gobierno, al peloteo ese. Dijo que si un día de estos no la atendían iba a colarse escaleras arriba. En el solar de la calle Tenerife viven unas 50 personas. Tuberías y cables de electricidad suben por las paredes, se conectan con otras tuberías y cables en el piso superior, que se sostiene milagrosamente de vigas y piezas de bloque rotas. De vez en cuando sueltan boronilla. Se llega allá arriba por escaleras que tiemblan. El piso de arriba tiembla. En el de abajo hay charcos de agua albañal. Las puertas son tablones con listones que
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tapan las hendijas para que no entren ratas. “Aquí esos bichos se le tiran a uno”, me había dicho Lisnaydi. “Están grandísimos, parecen gatos”. Salen de una montaña de basura entre las casas, al final del pasillo.
Solar de la calle Tenerife, Centro Habana (Foto: Hansel Leyva).
Un vecino llamado Marcos Álvarez asegura que el basurero está ahí desde tiempos ancestrales, y que, de hecho, el solar está declarado inhabitable e irreparable desde 1969. En septiembre de 2017, cuando el huracán Irma batió en La Habana con vientos de 150 km/h y dejó parte de la ciudad inundada hasta la cintura, hubo varios derrumbes en el solar. Al techo de Marcos, que era de madera, le cayeron escombros que lo obligaron a mudarse de cuarto. Al año si-
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guiente los más temerarios, los más cansados de vivir en ruinas, ocuparon un local en desuso en la calle Reina. Ese día, en la tarde, aquello era un hervidero de policías, funcionarios del Partido, del Gobierno. “Enseguida empezaron a hacer gestiones”, recuerda Marcos. “A los dos o tres días se llenó la cuadra de camiones: ‘Arriba, para mudarse’”. A Miriam le ofrecieron un albergue en el barrio Las Guásimas, Arroyo Naranjo, casi en el límite con Mayabeque. Un aula de una escuela con baño colectivo. Entonces Lisnaydi estaba embarazada. Con Angie tuvieron que regresar para Centro Habana por cuestiones prácticas: en Arroyo Naranjo hay dos hospitales que ofrecen servicios de pediatría, el Julio Trigo y el Ángel Arturo Aballí, pero a Las Guásimas llega poco transporte: unas cinco rutas de ómnibus de las que llaman alimentadoras y locales, fantasmas casi todas. Tampoco es que en Centro Habana sea fácil. Dependen de un vecino o de un milagro o de algún carro que pase. De la disponibilidad de una ambulancia. O de caminar hasta el hospital. –Estamos en un estrés muy malo –me había dicho Miriam–. La niña está bien y de momento se descompensa y hay que salir corriendo. Hay que estar vigilándola. El último ingreso fue hace tres meses. Estuvo tres veces en terapia intensiva. El paquete de culeros que trae Miriam para cambiar a Angie debe haber costado cuanto menos los 228 pesos (9.5 dólares) que el Estado paga a Lisnaydi por “madre cuidadora”. No sé cómo harán luego para buscar comida: las lentejas, los chícharos, los cereales que Angie debe comer cada tres horas según el nutricionista. No sé cómo ad-
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ministran el dinero. Sé que el novio de Lisnaydi las ayuda, un novio que no es el padre de Angie porque ese hombre se desentendió y se buscó una vida nueva. También sé que Miriam renunció a su trabajo de limpiapisos para no dejar a su hija sola. –Aquí han venido trabajadores sociales, han anotado mi nombre, los medicamentos que toma la niña, pero nada. Le escribí al Consejo de Estado, le escribí al Partido. No sé qué más hacer. En la televisión empiezan unos muñequitos didácticos. El catre está frente al aparato, pero Angie mira a ninguna parte y se chupa los dedos. Ronca cuando respira. Lisnaydi, que había salido al pasillo, entra, le seca la saliva y se sienta frente a ella. Un año después el lugar del sofá será el único cambio notable en la sala. Estará donde la pared morada, frente al televisor. Entonces Miriam se va a pasar los días y los días ahí acostada mirando novelas. La boronilla del piso de arriba también caerá adentro. Derrumbes silenciosos, les llama. Pero no va a levantarse ni a cambiar de canal excepto cuando su hija tenga hambre. Dentro de un año no estará el balón de oxígeno tras la puerta y lo único nuevo que habrá en la sala serán dos sillones de rejilla que ahora están en el albergue. Miriam los va a traer en un camión de aquí a cinco meses con todas sus cosas, que no pintaban nada en aquel lugar. Un año después Miriam va a estar vendiendo pirulí a dos pesos, pensará si retomar su trabajo y habrá pasado de tres cajas diarias a dejar el cigarro. “Aquí cada cual tiene su dolor”, va a decirme. “Mi dolor está en el cielo”. Lisnaydi va a estar un poco más flaca y habrá empezado a
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fumar. Ahora me cuenta de un caso que vio en Facebook. –Una niñita que sacaron pa’ afuera. –Yo la vi –apunta Miriam. –Le hicieron varias pruebas allá, qué sé yo, para ver por fin qué enfermedad tenía. –Yo la vi, yo la vi. –Esa niña era normal y se volvió un vegetal. Los médicos subieron la foto pa’ Internet, de cuando le estaban sacando sangre. Y Álvaro Torres la ayudó y todo.
Solar de la calle Tenerife, Centro Habana (Foto: Hansel Leyva).
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Un año después, con 18 personas en el solar y un déficit de más de 185 000 viviendas en la ciudad, Granma va a publicar que en homenaje a otro aniversario de la Revolución las autoridades entregaron 11 casas a familias de Centro Habana. Familias que vivían en derrumbes o en construcciones a punto de derrumbarse. En el solar circularán rumores de que Vivienda está acondicionando una antigua tabaquería a dos cuadras, de que los van a mandar para ahí, de que hay funcionarios presos por vender materiales de construcción y locales por la izquierda. El basurero seguirá donde mismo. Jorge Luis Fajardo seguirá donde mismo. Pero Angie no. Angie habrá fallecido el 12 de septiembre de 2020. El día de Oshún, santa que tiene coronada Miriam. Ahora Lisnaydi juega con la niña. La carga, la mece, le dice kikiti. Miriam trae otro biberón con compota. Deja la carpeta en el brazo del sofá, vuelve a la cocina, enciende un cigarro y sirve café.
Video Realización: Andy Ruiz. Música: Los Poison Library.
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El caso Damas 905 JESÚS JANK CURBELO
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(Foto: Sabrina López Camaraza).
Samira está durmiendo desde anoche y son las tres de la tarde. En el televisor del otro cuarto la niña Marian ve televisión. Elizabeth Valdés me enseña la sala: sacos de arena, tablas, vigas y bloques que salvaron. Recostada a la pared una baranda oxidada toca el techo. Elizabeth me cuenta que a Marian le han salido manchas en la piel, que antes Samira no dormía tanto, que el estrés las vence. Me habla rápido y pendiente al móvil. Cada vez que la casa titubea, cuando se abren las grietas y parece que va a caer el techo, Elizabeth implota. Se desahoga en Twitter. Ahora truena y Samira se levanta. Marian también. Se sientan en el pequeño sofá de la sala. Más bien se acurrucan. Gotea el techo. Elizabeth está nerviosa porque Jorge, su esposo, fue a entrevistarse con la directora municipal de Vivienda y no ha regresado. Salió como a las ocho de la mañana. La última vez, la semana pasada, perdió la compostura, armó un escándalo y por poco le llaman a
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la patrulla. Elizabeth se toma dos pastillas. Revisa Twitter. Truena. Llueve duro. ***
Elizabeth ha utilizado las redes sociales para visibilizar el problema de su vivienda (Foto: Sabrina López Camaraza).
Es el edificio 905 de la calle Damas, Habana Vieja. El arquitecto Alejandro Silva González, especialista en proyectos y rehabilitación de estructuras, describe: “El edificio es de tres niveles, construido en 1914. Los puntales oscilan entre los cinco y seis metros y se divide en un apartamento por nivel. La estructura vertical está formada por
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muros de ladrillo, en los que los marcos de madera contribuyen a la distribución de las cargas, sobre todo en la fachada. Los ladrillos están colocados directamente sobre los marcos, sin cerramentos o arquitrabes. La estructura horizontal está formada en su mayor parte por el sistema viga y losa. En algunas paredes se localizan perfiles de acero embebidos. Pequeñas zonas del entrepiso son de hormigón armado. La escalera es de ‘bóveda catalana’, a la que generalmente no se le colocaba refuerzo”. Yo veo que la fachada, despintada, con portón de madera y cristalería, no debe irse abajo de un empujón, que aguanta otros cien años. El lío es la escalera. Hay que pisar algunos escalones con el costado del pie, otros con la punta, otros hay que saltarlos, otros no existen. La física de la inestabilidad. Hacia el primero y el segundo piso queda escalera de losa. Hacia el tercero, donde vive Elizabeth, se sube por tablas astilladas en la esquina entre el clavo y la baranda. Ella se mudó aquí en 2013, cuando empezó su relación con Jorge. Tenía 35, dos hijas –Samira de nueve años, Marian de tres– y era maestra de inglés en su pueblo, Batabanó, Mayabeque. Jorge tenía 40 y podaba árboles para la empresa Áreas Verdes de La Habana. Él vive aquí desde 2002. Antes vivía con su madre y su hermano en un apartamento casi nuevo, propiedad horizontal, en el Casino Deportivo, un reparto del municipio Cerro. Fue su madre quien se empeñó en mudarse, con la idea de seguir permutando hasta que los tres tuvieran casa propia.
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El apartamento lucía habitable. La propiedad legal lo definía como tal. Sin embargo, después de la mudanza, el vecino del segundo les dijo que el edificio tenía orden de demolición desde 1974. En 2008, cuando murió la madre de Jorge y él realizó los trámites para el traspaso de la propiedad a nombre suyo y de su hermano, la casa fue declarada reparable y en buen estado físico. El documento listaba afectaciones: humedad en el techo, fisuras, desgaste, porosidad en el piso.
En 2008, cuando Jorge realizó los trámites para el traspaso de la propiedad, la casa fue declarada reparable (Foto: Sabrina López Camaraza).
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Domingo 20 de mayo de 2018, 10:30 de la noche. Elizabeth leía en el sofá y empezó a llover en el momento en que Jorge bajaba la basura. Él regresó mojado, entró a bañarse. Entonces hubo un ruido violentísimo. Como una bomba. Un ruido continuado. La lluvia aflojó una viga y el techo se vino abajo sobre la escalera. La desguazó. Elizabeth corrió donde las niñas. Desorientada. Jorge abrió la puerta de la sala, bloqueada por escombros. No atinaron a nada. La sirena del camión de bomberos. La calle llena de gente. Desde dentro, los bomberos no pudieron pasar del segundo piso. Sacaron a Quino, el vecino de abajo. No hubo forma de que la escalera mecánica llegara al balcón del tercero: lo impedía la altura de los cables de electricidad. Entonces entraron al consultorio médico que linda con el edificio. Rompieron la ventana del baño de Elizabeth, que da a esa azotea: así los sacaron. Esa noche, en la acera, algún representante del gobierno municipal les preguntó si tenían dónde albergarse. El hermano de Jorge vive en Marianao con su esposa y sus hijos. Llegó a la Habana Vieja no saben cómo y se llevó a las niñas. Elizabeth y Jorge, que no quisieron irse porque saben que hay que hacer presión para que no te olviden, estuvieron tres noches en la acera. Entonces les ofrecieron espacio en la sala polivalente Jesús Montané, en calle Desamparado: la habían habilitado como albergue para esos días de lluvia. Sin camas. Con cajitas de comida cortesía del gobierno. Se negaron. Elizabeth empezó a perder pelo y Samira estuvo tres días sin habla. Jorge faltó una semana al trabajo. Le negaron la licencia sin sueldo y pidió la baja. Ahora ni siquiera ten-
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drían los 1 500 pesos mensuales que él cobraba y que representaban la estabilidad económica de la familia. Elizabeth tenía cinco estudiantes a los que impartía clases particulares en la sala de la casa. Ahora tampoco tendría trabajo. Empezaron a vivir de los ahorros para la fiesta de 15 de Samira. Una brigada de la empresa SECONS terminó de demoler el remanente y sacó los escombros. Pero los dejaron sin escalera. Durante cinco meses la ventana del baño fue la puerta: una abertura a la altura del cuello, de unos 50 cm². Jorge les hacía apoyo con las manos, ellas saltaban de forma que el vientre llegara al hueco: medio cuerpo en un lado, medio en otro. Luego él saltaba impulsado en el muro de la bañadera. Cinco meses en eso. Todavía les quedan cicatrices de raspones. Samira se partió un brazo en un salto de esos, camino a la escuela. Jorge empezó a vender rollos de harina. Sin licencia. Por la calle. Nadie les dio llave del consultorio. Dependían del horario de la doctora. En los días previos al derrumbe un albañil reparaba la casa, con un subsidio de 55 000 pesos que les habían aprobado. Había terminado los cuartos y ya iba a empezar la sala. Después del derrumbe entró por la ventana, evaluó la situación y dijo que un martillazo podía acabar de romperlo todo. Elizabeth y Jorge pidieron un permiso en el gobierno municipal para arreglar la escalera. Les dijeron que es un área común y que el subsidio no podía ser usado fuera del apartamento.
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Elizabeth y su familia estuvieron cinco meses sin acceder a la casa por la escalera (Foto: Sabrina López Camaraza).
26 de agosto de 2018: Segundo derrumbe. 9 de octubre de 2018: Tercer derrumbe. 13 de octubre de 2018: Una brigada de SECONS monta una escalera de madera. Solución temporal, según dijeron. Ese año se terminaron en Cuba 29 535 casas y el déficit habitacional superaba las 929 000. Al año siguiente se terminaron 43 700 casas y el déficit habitacional superaba las 900 000. En diciembre de 2019, durante una sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), el presidente Miguel Díaz-Canel dijo: “Reciclar los escombros proporciona gran cantidad de áridos, es una alternativa. No resuelve todos los problemas, pero es una opción. Todo tiene respuesta y posibilidades de avanzar”. Jorge, que ya tenía la sala llena de escombros reciclados, se había pasado el año enviando cartas y fotografías al vicepresidente de la Construcción de la Asamblea Provincial del Poder Popular, a la
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Oficina de Atención a la Población del Consejo de Administración Provincial, a la Oficina de Atención a la Población de la ANPP, al Partido Comunista de La Habana, a la Oficina de Atención a la Ciudadanía… Una mañana de mayo de 2020, bajo lluvia, las paredes de la sala crujieron como un cascarón de huevo y se abrió una grieta del techo al piso. ***
Después del tercer derrumbe una brigada de SECONS instaló una escalera de madera como solución temporal (Foto: Sabrina López Camaraza).
A las seis de la tarde ya no llueve. Hubo fragmentos del techo que fueron a parar a la escalera, el agua que bajó por las paredes acentuó la grieta de la sala. Las niñas vuelven cada una a lo suyo. Eliza-
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beth, que no puede llamar a Jorge porque él tiene un móvil, pero sin línea, va a recibirlo a la puerta cuando lo oye subir. “No resolví nada”, dice. Nos cuenta que lo recibió Karina Teresa Milán, directora municipal de Vivienda. Pone en el altavoz la conversación, que grabó con el móvil: –Mi familia y yo tememos por nuestras vidas. Ya me hice expediente de albergue, ya hice todos los pasos habidos y por haber. –Bueno, entonces usted tiene que darnos tiempo para yo poder empaparme bien de qué podemos hacer con el asunto y ver en qué medida lo puedo ayudar. –Mi temor es por estas intensas lluvias… Hace años me aprobaron el subsidio para reparar, pero desde 2018 no se ha podido poner ni un clavo. –¿En qué año le dieron el subsidio? –En noviembre de 2017. –(Al teléfono) Oye, ¿qué tú sabes del caso Damas 905? Aquí yo tengo a Jorge Luis Estrada buscando la solución a su problema. Sí. Ya. Entonces yo, ahora mismo, esa respuesta que tú me estás dando es la que tengo para él. Ya, bueno. (Cuelga. A Jorge). Según me informa Marlén [Marlén León, vicepresidenta de la Construcción del Gobierno Municipal], ya SECONS hizo las acciones de demolición hasta donde se debía reparar. –La demolición que hizo SECONS fue lo que quedaba del techo de la escalera. –¿Usted ha tenido algún otro desplome en estos días? –Todo está irritado. Ya un arquitecto fue a verla hace poco. –¿Dónde está el dictamen técnico?
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–En mi casa, con mis papeles de la propiedad. –Pero tenía que haber traído el dictamen para nosotros poder… –Toda mi documentación está en el gobierno. –¿Qué dice el dictamen? –El dictamen dice “Orden de demolición”. –Ya SECONS demolió. –Vuelvo y le repito: la demolición que hizo SECONS fue lo que quedaba del techo de la escalera. Yo tengo orden de albergue y no hay capacidad, según me dicen los compañeros de albergue. –¿Usted está dispuesto a irse para una capacidad de albergue? ¿Para la que tenemos? –¿Entonces hay capacidad de albergue? –Dígame nada más su voluntad. ¿Usted se va para la que tengamos? –Sí. –¿Usted por qué no terminó de reparar con el subsidio? –Vuelvo y le repito que cuando estaba en obras de reparación vinieron los derrumbes. Entonces, el subsidio está aguantado. No se ha podido tocar más nada. [“Los deterioros del sistema viga y losa son de difícil solución, toda vez que es poco práctico accionar directamente sobre el alma del perfil, que es la zona más deteriorada y que puede provocar el fallo sin aviso de la estructura”, explica el dictamen técnico.] –¿Y por qué dejaron deteriorar tanto esa vivienda? –Eso tiene orden de demolición desde el año 74. –La Habana Vieja le hace honor a su nombre,
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porque las edificaciones son muy viejas. Los propietarios tienen que reparar su casa. Un poquito hoy, otro poquito mañana. Mi casa también es vieja, y si uno no le “pasa la mano”, aunque sea cada tres años, se cae. –Desde el 2002 yo le estoy “pasando la mano” a esa casa. El problema es que alguien hizo mal el papel, porque si desde el año 74 ese edificio tiene orden de derrumbe total, ¿por qué le habilitaron la propiedad a mi difunta madre? –Eso fue voluntad de su difunta madre, que era la propietaria. Y el propietario tiene derecho a hacer las solicitudes que entienda. Además, la vivienda no debe haber estado en esa situación que está hoy. –Pero esto viene desde el 2018. –¿Y por qué ustedes no han reparado desde el 2018? [“La importancia de los deterioros permite clasificar la edificación como inhabitable. La reparación ideal es muy costosa, pues implicaría la sustitución total de los elementos horizontales y parcial de los elementos verticales”, explica el dictamen técnico.] –¿De dónde voy a sacar miles y miles de pesos para reparar? –¿Y por qué no terminaron con el subsidio? ¿Por los derrumbes? (A Dianelis R. Sarmiento, subdirectora municipal de Comunidades de Tránsito) Busca el expediente de albergue de Damas 905. Solicítale de oficio a Inversiones que reevalúe el asunto, y a partir de ahí tenlo en cuenta para la capacidad de albergue, donde aparezca. (A Jorge) Venga el martes en la mañana.
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El gobierno municipal no les permitió utilizar el subsidio para arreglar la escalera (Foto: Sabrina López Camaraza).
Domingo 23 de agosto de 2020. La tormenta tropical Laura, que amenazó, según la trayectoria estimada, con atravesar la isla, se ha desviado hacia el sur. Ahora bordea el país por debajo y parece que saldrá por algún punto en Pinar del Río. El gobierno de La Habana tomó medidas para asegurar los servicios básicos: Aguas de La Habana y la Organización Básica Eléctrica aplicaron labores de contingencia; la empresa Comunales limpió las zonas de posible penetración del mar; la Dirección Provincial de Salud estableció protocolos sanitarios especiales por la COVID-19. Ese día, en una reunión, el vicepresidente del Consejo de Defensa Provincial, Reinaldo García Zapata, orientó “revisar los lugares de posibles derrumbes y determinar a qué lugares trasladar a los ciudadanos”. Luis Antonio Torres Iríbar, presidente del CDP, recomendó “prepararnos para la peor variante ante la inminente llegada de la tormenta”.
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Ese día, Elizabeth subió a Facebook más fotos del desastre de su casa. Posteó un video con Quino, el vecino del segundo, un hombre de 80 años que recoge latas y vive solo. Exigió que el gobierno “se ocupe de ponerlo en un lugar seguro”. –Elizabeth –le escribí por WhatsApp–, ¿cómo están? ¿Los evacuaron? –Estamos en casa de una amiga. –¿Y Quino? –Allí mismo. Eran las 9:30 de la noche. Treinta minutos antes la estación meteorológica de Casa Blanca había reportado vientos de 105 km/h. ***
Quino, de 80 años, vive solo en el segundo piso del edificio (Foto: Sabrina López Camaraza).
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En lo que va de año Jorge ha ido a la Dirección Municipal de Vivienda casi dos veces por semana (Foto: Sabrina López Camaraza).
Cuando escampa la casa es todavía menos segura. El efecto del sol cuartea las paredes. Chirrían las tablas de la escalera. Bajo aguantándome de todas partes y rezándole a Dios. Por eso nadie, ni funcionarios, ni los estudiantes de medicina para pesquisar, ni fumigadores, ni ningún vendedor, sube a esa casa. En abril pasado, en la Mesa Redonda, Elizabeth escuchó a Vivian Rodríguez Salazar, directora general de Vivienda del Ministerio de la Construcción, decir que el plan de este año supera las 41 000 viviendas: 15 000 por organismos estatales, 12 000 por entrega de subsidios y unas 13 500 por esfuerzo propio. Tuvo la esperanza de que le tocara alguna de esas. O uno de los 15 000 inmuebles con potencialidades para construir que mencionó la directiva. Pero ya está acabando el 2020 y siguen ahí: sin albergue y sin casa. Jorge tiene las uñas negras y rotas de tratar de arreglar. En lo que va de año ha ido a la Dirección Munici-
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pal de Vivienda por lo menos dos veces por semana. El martes siguiente a la reunión con Karina Teresa Milán enviarán un arquitecto, y este va a declarar el edificio en “Estática milagrosa”. Ese mismo martes le dirán a Jorge que tienen capacidad en un albergue en la Avenida del Puerto. Elizabeth visitará el lugar, me enviará fotos, dirá que sí, y luego, como siempre, la capacidad quedará en el aire. Seguirán siendo el caso Damas 905. Un día de estos, con la llovedera, la escalera va a acabar de podrirse y se va a caer. Por eso nunca le han puesto persianas a la ventana del baño. Cuando la escalera vaya abajo, entrar y salir por ese agujero volverá a ser, para ellos, la solución.
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Cantero SABRINA LÓPEZ CAMARAZA
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(Foto: Thalía Alfonso).
El enjambre de mosquitos se irá yendo con el amanecer. Daniel Marrero no puede esperar tanto: a las diez de la mañana el sol le molesta para dar serrote, extraer y mover cantos. Por eso ahora, a las cuatro de la madrugada, prende fuego a hueveras de cartón y lo aviva con un trapo. Los mosquitos deben huir del humo. Daniel lleva pantalón y mangas largas para protegerse de las picaduras, pero tiene la cara y las manos descubiertas. El enjambre se posa donde sea que haya piel y lo “asesina”. Mosquitos tan bravos que no se espantan, aunque se mueva bruscamente, ni con el humo del cigarro. Están enfurecidos por la lluvia de anoche. Mientras fuma, Daniel busca con una linterna las herramientas que deja escondidas bajo los escombros cada tarde: mandarria, barreta, pico, pala, flejes, coa, cuñas, vitola, tubos de hierro, una llanta y una goma de carro. Bebe un poco de café que trae en un pomo y comienza a sacar can-
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to. A esto se dedica todos los días, desde hace 22 años. “Es donde único se puede hacer algo para poder vivir en este pueblo”. Estos yacimientos de roca caliza tienen más de un siglo de explotación y se encuentran a las afueras de San Antonio de Cabezas, un pueblo de 5 000 habitantes en la provincia Matanzas donde, además del canto, la otra oportunidad de oficio para los hombres es la agricultura. Se llega a las canteras por un trillo angosto, abierto entre árboles y monte, por donde solo pasan guajiros a caballo, camiones y tractores. Se escucha a todas horas el eco de los serrotes cortando. Daniel, de 45 años, corpulento, con piel curtida y pliegues en la cara, dejó la escuela con 14. En 1998 empezó este trabajo con su hermano, que ya llevaba años de faena y le enseñó a serrar (trozar la roca, convertirla en chapas). Daniel aprendió el trabajo y fue buscando sus propias herramientas. Compró un serrote. Luego ensambló un disco para amolar a un motor de centrífuga y le cambió la dentadura de cortar madera por la de canto. En los basureros buscó pedazos de tubos. Veló a los que dejaban el trabajo y pagó por coa, barreta y mandarria. En 2006, se secó la cantera que explotaba con su hermano. Según explica, ya para esa fecha solo sacaban un canto repleto de tierra al que llaman “colorado”, que no se emplea para la construcción. Compraron otra por 900 pesos y la trabajaron durante cinco años, hasta que no hubo de dónde sacar. ***
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Daniel Marrero Álvarez (Foto: Thalía Alfonso).
Desde hace tres años, Daniel trabaja en un hueco de seis metros de profundidad y estructura escalonada, similar a las gradas de un estadio. Unas escaleras de madera rústicas unen un banco con el otro. Hay pilas de cantos meticulosamente organizadas con números inscritos. Abrir esto le tomó todas las tardes de siete meses. Mientras, aprovechaba las mañanas como ayudante de Ángel, su padrastro, que ahora tiene su hueco frente al de Daniel. —La piedra del primer banco es muy sólida. Te revientas con el serrote porque casi no entra. Y al final hay que botarlos, porque tampoco sirven para construir. A las cuatro y media de la madrugada está en uno de esos bancos a los que llaman frente. Con la vitola, marca una piedra grande para separarla de la pared. Encima del serrote coloca una manguera conectada a un pomo que suelta un hilo de agua. Después de varios cortes el agua se encarga de
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sacar el recebo. Él sigue moviendo el serrote, que baja derecho. Cuenta que esta técnica es más o menos nueva. La trajo al pueblo un hombre del oriente de Cuba en el año 2000. Antiguamente se hacía a pico y coa. Una roca como esta le tomaba un día entero. Además de la fuerza que implicaba pues antes de cada golpe había que levantar la coa, que pesa 20 libras. Dos horas tarda en llegar el serrote más abajo de la mitad del bolo. Luego, traza una zanja en la orilla de piedra y le coloca los flejes y las cuñas. Mete llantas y tubos entre la pared y la piedra. La inclina hacia adelante con la coa hasta hacerla estallar. Caen las piezas. Para sacar un bolo se emplean dos tanques de agua de tamaño mediano. Si hoy la lluvia no se hubiese estancado en el piso de la cantera, Daniel habría tenido que cargar el agua desde su casa, como casi siempre. Por eso le agregó a la bicicleta una parrilla y un cajón donde a diario viajan tres recipientes. —Los otros huecos que he tenido no drenaban. En época de lluvia, el agua alcanzaba los dos metros. Yo pasaba mes y pico sin trabajar. Pero este lo tengo preparado. Fíjate que las paredes están manchadas de moho porque solo se acumula en la parte baja. Entre cada acción, descansa unos minutos. Toma café y se fuma otro cigarro. El sudor le corre por la cara y le empapa la camisa. —¿Cómo se consigue una cantera? —Primero hay que explorar el terreno. A pico y pala se abre la capa vegetal hasta bajar dos me-
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tros. El canto bueno está de ahí para abajo. Tiene posibilidades si sale duro y blanco. Lo siguiente es hacer un calado en la tierra. Lo más difícil que tiene la cantera, según dice, pues lleva un corte profundo con la barreta. Después, mediante la técnica del agua y el serrote, tres cortes más hasta lograr un cuadrado. Se coloca un alambre de púas en forma de ocho y entre cuatro hombres y la barreta, se alza la piedra en peso. En una ocasión, uno de los muchachos que levantaba la piedra se resbaló. Mientras caía, soltó la barreta, que se encajó en el muslo derecho de Daniel. El muchacho no tuvo mayores consecuencias, pero a Daniel le dieron ocho puntos de sutura y estuvo una semana ingresado por la infección que contrajo. Ahora exhibe la cicatriz en forma de ele como una herida de lucha. *** El canto sobrante se amontona en una esquina (Foto: Thalía Alfonso).
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De aquí se extraen dos tipos de chapas: grandes (30 pulgadas de largo, 15’’ de ancho y 4’’ de grosor) y pequeñas (18’’; 11’’ y 3.5’’). Son medidas generales fijadas en las vitolas de los canteros. Daniel tiene la meta personal de extraer 15 o 20 chapas grandes diarias si el bolo está en óptimas condiciones: ni muy duro, ni muy suave y sin tierra. —Antier tuve que botar cinco chapas porque estaban blanditas. Y no puedo echar un día para sacar tres chapas porque esa cuenta no da para vivir. Mucha gente consigue un trabajo transitorio en este sitio. Se puede ser ayudante de un cantero, cerrador, botar escombros…, aunque en la plantilla oficial del pueblo solo haya 20 hombres registrados. Actualmente, la Empresa Provincial de Materiales de la Construcción (EPMC), con sede en el municipio de Limonar, administra este yacimiento. Exige una norma de 350 chapas pequeñas al mes por un costo de 3.50 pesos cada una, al que hay que restarle un porciento por impuestos. Si se entrega un número inferior a ese, el costo de cada chapa disminuye. —La chiquita es trabajosa. Hay que cortar más y en la mayoría de los lugares el canto es durísimo. Entonces, es casi obligatorio sacarlas grandes. Yo cumplo la norma porque tengo espacio, pero hay gente que no tiene y lo único que tratan es de buscarse unos pesos diarios. Sin embargo, el Estado no recoge chapas grandes. Daniel asegura que muchos han planteado la elaboración de su ficha de costo, pero por algún motivo que desconoce, nunca se ha aprobado. La Empresa puede despedir al cantero por incumplimiento. Pero no suministra herramientas de
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trabajo. La primera y última vez que la EMPC le vendió un serrote a Daniel fue en mayo de 2019. —Cada vez que este instrumento pierde el filo hay que amolarlo. Eso le va quitando vida. Si no tiene un cuerpo ancho, demora más para trozar. En el mercado informal, la chapa grande cuesta 12 pesos y 5 la chiquita, que rara vez se vende. Los albañiles del pueblo trabajan con las grandes. A simple vista, parece que todo el paisaje urbano de Cabezas está edificado con canto. En Bermejas, a seis kilómetros, lo hacen con las dos; en Nueva Paz, a 10 kilómetros, gusta más la chica porque es liviana. Para los canteros, la comercialización depende de la estabilidad del resto de materiales de construcción. A media mañana, cuando el sol empieza a castigar, un tractor con tráiler parquea a la entrada de la cantera. Viene desde Los Palos, un pueblo a ocho kilómetros de Cabezas. Le habían encargado a Daniel 150 chapas grandes un mes atrás. Desde el último banco, un muchacho va acercándolas al vehículo. Sube una por una al hombro y otro muchacho la alcanza y la monta. Daniel supervisa la operación, que dura una hora y media. —Yo dependo del cargue. Si hoy no se llevan esto, a los tres días tengo que parar porque no tengo espacio. Hubo un tiempo en que los canteros podían vender chapas a los particulares dándole un 10 % de las chapas que vendiera a la EMPC. El administrador de la cantera era el encargado de recogerlas y emitir un autorizo para trasladar la carga a cualquier lugar.
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—Ahora la Empresa no te prohíbe que vendas por tu cuenta, pero tampoco lo autoriza. Yo no estoy tranquilo hasta que la carga llega a su destino, aunque no sea mi responsabilidad. Antes de irse, a mediodía, Daniel hace fotos del lugar, de los muchachos. Cuando llegue a su casa, se dará un baño y tratará de descansar, aunque sus dos hijos pequeños son intranquilos y siempre le piden que les enseñe lo que hizo y que los lleve a jugar. ***
Daniel trabajó un tiempo con Ángel, su padrastro, quien tiene una cantera a pocos metros (Foto: Thalía Alfonso).
En marzo de 2020, Daniel contrató a varios hombres que sacaron escombros de su cantera y nive-
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laron el camino. También le hicieron zanjas en las orillas para que el agua corriera hasta un hueco abandonado. Pero la zona se ha convertido en el vertedero del pueblo y cada vez es mayor la basura que se acumula. El agua se estanca o arrastra podredumbre hacia las canteras. Cuando caen las sombras de la tarde aún el camino está enlodado. Daniel regresa ahora con Leosvany, su hijo mayor, de 17 años. Se atascan en el fango. Uno carga dos serrotes a cuestas y el otro empuja la bicicleta. Leosvany trabaja sin zapatos y sin camisa. Estudia en el politécnico por las mañanas y en las tardes ayuda a su padre. Mientras trabajan casi no se hablan. Han creado tal mecanismo que ni siquiera necesitan pedir ayuda, cada uno sabe cuándo auxiliar al otro. Leosvany toma varios descansos que justifica con que la piedra es dura y le cansa el brazo. —Yo le digo a él que estudie —dice Daniel con un cigarro en la boca—. Le toca sacar cantos la vida entera si no lo hace y él no da para esto. A principios de 2019, Daniel estuvo un mes sacando bolos repletos de tierra. Con pico y pala trató de limpiar la zona, pero veía que era una faena sin fin. Conoció a un hombre que manejaba una excavadora estatal en un poblado vecino. Le compró 20 litros de petróleo, le pagó 250 pesos y en dos horas la máquina quitó casi el triple de lo que él había podido en el mes. Por si fuera poco, hace pocas semanas se topó con una cueva en el último banco. No imagina qué profundidad tenga. Aunque sí está seguro de que él solo no podrá limpiarla y de que dejarla significaría perder 50 metros de terreno, por lo menos.
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—Aquí en el pueblo hay un hombre que tiene un buldócer particular, pero no viene a la cantera porque tuvo problemas con la Empresa. Si estuviera disponible, uno se economiza con tal de que desbarate la cueva. Iván Blanco Rodríguez, administrador de las canteras de Cabezas, señaló en una entrevista a Radio Unión que el primer reclamo de los trabajadores es la necesidad de un buldócer para limpiar y ampliar el área de producción. “Donde hay canteras, si no hay equipamiento tecnológico, no hay avance, no hay futuro”, dijo. Una investigación publicada en 2004 por la revista Minería y Geología registró que, de las 377 canteras de materiales para la construcción que hay en Matanzas, 250 se encontraban abandonadas, sin acciones de rehabilitación. Sobre las siete de la noche, Daniel y su hijo expulsan las últimas gotas de sudor. Los mosquitos asedian otra vez. Daniel calcula que las hueveras de cartón que tiene guardadas no alcanzar para incendiar dos pilas al día. Esconden las herramientas y se marchan. Mañana cogerá otra vez la linterna, el serrote, y vendrá para acá antes de que amanezca. —Lo que más me gusta de la cantera es que no tengo jefe, ni horario. Mírame, conversando contigo sin apuros. —¿Y lo que menos te gusta? —Que esto es jugársela. Hay veces que quitas un canto malo y después está bueno, pero hay veces que quitas el bueno y detrás solo hay malo. Por eso, el que más sepa de la cantera no sabe nada. Esto es una cosa de la naturaleza.
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Albergues: la espera interminable SABRINA LÓPEZ CAMARAZA
Las pertenencias de Yanara y su familia se deterioran producto de las filtraciones y la humedad (Foto: Abril).
La ciudadela de Paseo 656, entre 27 y Zapata, sufrió un derrumbe parcial en 2008, poco tiempo antes de que pasara el huracán Ike. Entonces, las autoridades municipales de Vivienda se reunieron con sus habitantes. Aseguraron que se repararía el inmueble, que estaría listo en seis meses. Mientras, el ruinoso caserón de tres pisos ubicado en la esquina de 15 y B les serviría como comunidad de tránsito. Algunos se apuraron en la mudanza. A otros, la policía los obligó a salir. Doce años después, la casona alberga a más de 20 familias provenientes de distintos lugares y solo dos se han mudado por el otorgamiento de viviendas. Ana Reina Delgado, enfermera de 34 años, tenía un niño pequeño cuando llegó de Paseo 656. En 15 y B tuvo otros tres, que ahora tienen 11, 7 y 2 años de edad. Los cuatro son asmáticos, aclara. Viven hacinados en dos habitaciones que se desmoronan con la humedad, las filtraciones y el
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tiempo. El esposo de Ana Reina, albañil, tuvo que romper una pared del cuarto y dejarla en los ladrillos para que no siguieran cayendo trozos.
Fachada de la comunidad de tránsito situada en 15 y B (Foto: Abril).
La madrugada del 9 de julio de 2018, mientras estaba embarazada de su última hija, se desplomó un pedazo de techo y le cayó en la barriga. A uno de los niños, que dormía con ella, le dio en la cabeza. El pequeño no sufrió daños graves, pero esa noche Ana Reina ingresó en el hospital con la presión arterial descontrolada.
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Ana Reina Delgado (Foto: Abril).
Ana Reina Delgado junto a su hija menor (Foto: Abril).
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Los niños son asmáticos y viven en la humedad permanente (Foto: Abril).
Cuando Ana Reina estaba embarazada de su hija menor, le cayó un pedazo de techo en la barriga mientras dormía (Foto: Abril).
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“El proceso de adaptación a este lugar también fue negro”, dice Ana Reina. “Había una cocina, un baño y un teléfono para todos, pero nos hemos ido independizando. Ahora tampoco hay motor de agua. Para coger un poco tenemos que levantarnos de madrugada, que es cuando único entra, y cogerla de una llave que hay en el portal”.
Los tres hijos mayores de Ana Reina duermen en una pequeña barbacoa (Foto: Abril).
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Familiares de Ana Reina de visita en la casa (Foto: Abril).
En 2019, cuando el Gobierno declaró que priorizaría a las madres con tres o más hijos menores de 12 años en el otorgamiento de casas, la Dirección Municipal de Vivienda citó a Ana Reina. Le pidieron los datos de sus niños: nombre, edad, inscripción de nacimiento, resumen médico. “Aún no han dado respuesta”, dice ella. Ese año se definió la política para erradicar o modificar las 105 comunidades de tránsito existentes en La Habana. Según la Agencia Cubana de Noticias, estos sitios serían transformados en viviendas. Además, se construirían otras en sus alrededores y se adaptarían locales en desuso para otorgarlos a personas albergadas o que vivieran en casas en peligro de derrumbe. Reinaldo García Zapata, presidente del Poder Popular en la provincia, explicó entonces que durante el 2020 se trabajaría en las primeras 26 comunidades de tránsito, “incluidas las 11 más complejas”. Añadió que el plan debía concretarse en tres años, aproximadamente.
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En enero de 2020, una brigada de construcción llegó a 15 y B para reparar la fachada. Los vecinos relatan que cayó un pedazo de techo y Vivienda declaró el sitio inhabitable. Después, el esposo de Ana Reina apuntaló un tramo del portal. La casa de Yanara Rubio Amore no sufrió afectaciones con el derrumbe de Paseo 656, pero el riesgo que suponía el huracán la hizo mudarse con sus tres hijos. En 15 y B, Yanara ha tenido otros tres varones, también asmáticos, de 11, 8 y 2 años de edad. A su “apartamento”, ubicado en el tercer piso, se llega por una escalera tan rota como las cosas que hay dentro.
Yanara Rubio Amore (Foto: Abril).
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La escalera hacia el tercer piso del albergue está rota (Foto: Abril).
“Al llegar, reparé el techo por esfuerzo propio porque se le caían los pedazos, pero ya está malo de nuevo. Inventé una cocinita y armé el baño donde había un retrete antiguo. La barbacoa también la hice por mi cuenta, porque no cabíamos en un solo cuarto. Cada vara de madera costó 80 pesos y 250 las vigas de hierro para reforzarla”, explica.
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La escasez de agua es otro de los problemas que presentan los habitantes de 15 y B (Foto: Abril).
Durante las lluvias, se filtra agua por las grietas de las paredes e inunda la casa. Por eso, ella y los niños pasan el mal tiempo en la sala, bajo la barbacoa. En 2019, a Yanara también le pidieron en Vivienda los datos y documentos de sus hijos. “Aquí estamos, esperando un milagro”, dice. “No quisiera que me legalizaran esto. Está muy malo. Que me lleven para La Lisa, Alamar o San Agustín. Lo que quiero es una casa decente porque aquí se pasa mucho trabajo”. Yolanda Robinet Sarrión, maestra alfabetizadora de 85 años, y su hijo de 57, vivieron en un solar de Habana Vieja hasta 2014. Cuentan que el cuartico de madera que compartían se empapaba con la lluvia, que había ratones y cucarachas.
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Cuatro de los hijos de Yanara son asmáticos (Foto: Abril).
Yolanda Robinet Sarrión y su hijo (Foto: Abril).
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La gente fue abandonando el lugar hasta que quedaron ellos y otras pocas familias. Entonces, Vivienda les cedió una habitación en una ciudadela ubicada en la calle B, entre 15 y 17, Vedado. Allí tuvieron que terminar el baño y hacer la instalación eléctrica por su cuenta. El cuarto se mojó durante años, hasta que una brigada de mantenimiento tiró una manta en el techo.
Portal de la comunidad de tránsito ubicada en B, entre 15 y 17, Vedado (Foto: Abril).
“Nos dijeron que era de tránsito, pero estamos peor que antes. Aquello, por lo menos, era de uno. Aquí no hay privacidad ni para bañarse”, afirma Yolanda. También cuenta que la humedad hizo que una pieza de yeso del techo cayera al suelo mientras ella dormía.
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Al llegar al albergue, Yolanda tuvo que lidiar con las filtraciones (Foto: Abril).
“La última persona que se fue de aquí porque el Estado le dio casa fue hace 20 años”, dice Yolanda. “Ninguno de nosotros va a durar eso”.
Yolanda pasa su tiempo cosiendo o conversando con los vecinos (Foto: Abril).
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Guanabacoa, el patrimonio olvidado HANSEL LEYVA FANEGO
Celestino Caraballosa (Foto: Hansel Leyva Fanego).
El Centro Histórico Urbano de Guanabacoa, que abarca un total de 92 manzanas, fue declarado Monumento Nacional en 1990. Sin embargo, muchas de sus viviendas se encuentran en estado deplorable. Quienes viven en la zona están sujetos a la Ley de Protección del Patrimonio Cultural, aprobada en 1977, que establece la obligación del propietario o poseedor del bien de “garantizar su conservación y absoluta integridad”. También dispone que dichos bienes “no podrán ser destruidos, remozados, modificados o restaurados sin previa autorización del Ministerio de Cultura” (Artículo 7).
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Por falta de poder adquisitivo, muchos guanabacoenses dependen del gobierno para arreglar sus casas. Otros las han reparado a riesgo de destruir su valor patrimonial, o han buscado maneras de sortear la Ley. Es común, por ejemplo, que construyan una casa dentro de otra: la fachada original, derruida, lleva a una especie de portal sin techo que da a la puerta de la nueva casa. Así se salvan de la destrucción sin irrespetar el patrimonio. José José Camejo vive en Santa Ana entre Lamas y Cruz Verde desde 1940. Sus padres se mudaron a esta casa con techo de madera, dos cuartos, construida en la década del 30, cuando él tenía apenas siete años. Ya tiene 86. Aquí nació y vive su descendencia. El tornado que sacudió La Habana en enero de 2019 le afectó el techo y parte de la estructura. “No se podía estar aquí adentro cuando llovía”, cuenta José. Entonces le aprobaron un subsidio que pudo terminar de ejecutar a mediados de 2020: reparó la cocina y puso el techo de placa, excepto en la sala, porque “no alcanzó el dinero”. “Quise cambiar la fachada y un inspector me dijo que no podía porque es patrimonio. Le expliqué que la puerta está mala y quiero poner otra. Dijo que tenía que quedarse así, que yo podía arreglarla sin afectar la vista. Me pregunto de dónde voy a sacar ese tipo de tablas…”.
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José Camejo (Foto: Hansel Leyva Fanego).
José Camejo (Foto: Hansel Leyva Fanego).
José Camejo (Foto: Hansel Leyva Fanego).
José Camejo (Foto: Hansel Leyva Fanego).
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Disney Ávila (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Disney “Vivo aquí hace 18 años. Aquí me dedico a arreglar sombrillas, pero ya nadie arregla sombrillas porque la gente necesita el dinero para comprar comida. “Mi casa está así desde el ciclón Irma (2016). Cuando aquello vino una [funcionaria] del Poder Popular, se sentó, tomó fotos, hizo el papeleo y me dijo: ‘No vayas más al gobierno, que se te va a reconstruir la vivienda’. Y nada. Cuando volví a ir ya ella no trabajaba ahí”.
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Disney Ávila (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Disney Ávila (Foto: Hansel Leyva Fanego).
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Celestino Caraballosa (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Celestino La casa de Celestino Caraballosa (Cadenas entre División y Versalles) tiene tres cuartos, cocina, baño, patio y traspatio. Tres ventanas grandes en la fachada. Celestino calcula que fue construida en el siglo XVIII. Antes era un taller textil, explica. Después se la cedieron a sus padres, en 1956, cuando él tenía diez años. El huracán Irma le afectó los cimientos y le echó abajo gran parte del techo. Celestino, panadero jubilado, no ha podido costear la reparación. “Yo estoy en eso del subsidio, pero mis expedientes están extraviados. Además, no podemos hacer ningún tipo de arreglo. No se puede tocar nada. Entonces quedaron en que iban a repararla, pero al final nada”.
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Celestino Caraballosa (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Celestino Caraballosa (Foto: Hansel Leyva Fanego).
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Yúnior y Ketty En enero pasado, Yúnior Hernández Rodríguez y su esposa Ketty Morales Lois, ambos de 32 años, compraron un lugar que consideran histórico: la casa del pianista Bola de Nieve. “Él no nació aquí, pero fue donde más tiempo vivió en Guanabacoa”, explica Yúnior. “Aquí se hicieron las grandes fiestas de sus allegados y, en algún momento, fue una residencia familiar”. Se la compraron a un sobrino del artista: portal, sala, patio interior, patio trasero y al fondo una construcción de dos plantas: en la superior dos habitaciones; abajo, baño, cocina y saleta. Es un lugar inmenso, pero arruinado, en calle Nazareno entre Maceo y Luz. Yúnior no tiene idea de cuánto puede costar reconstruirlo. “Yo sé que es una locura, que podía haber comprado otra cosa, pero nada con este espacio ni con esta historia. De momento, tenemos el proyecto de arquitectura, las licencias. Las cosas han fluido. Mandé cartas al Poder Popular y a la directora del museo municipal. He tocado muchas puertas. Yo no quiero subsidio, sino que me den la oportunidad de comprar los materiales, porque eso es un tema complicado. La idea es restaurar la parte de atrás, y seguir para adelante poco a poco, pero manteniendo la estructura original”.
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Yúnior Hernández (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Casa de Yúnior Hernández y Ketty Morales (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Yúnior Hernández (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Yúnior Hernández y Ketty Morales (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Yúnior Hernández (Foto: Hansel Leyva Fanego).
Coordinación general: Geisy Guia Delis, Edición: Gilberto Padilla Ilustración de portada: MarlaXL, Diseño: Monkc