Los jardines de bardolín coronada con cayenas

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Coronada con Cayenas Segunda Parte

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Capítulo 8

Gerónimo tomó un sorbo de su taza de café y se quedó en silencio mientras reflexionaba. ¿Dónde podría estar? Si acaso era que aún existía dicho documento. Había revisado e investigado cada último rincón, lugar y personas con las que pudo haber tenido contacto Guillermo en aquellos días, hace 44 años hacía atrás. No había nada, ni siquiera algo descabellado que le produjera una corazonada lejana que le indicara un camino que seguir. Al parecer todo estaba perdido para Bardolín... y para Raquel. - Aquí está la carta de Guillermo - Raquel la sostenía en sus manos con mucha delicadeza, como si de un tesoro se tratara -. Por más que la he leído, la única alusión que hace al documento es esta parte que dice: "¿Recuerdas lo tanto que nos gustan los juegos de palabras? Tengo uno para ti. Con el encontrarás el "obsequio". Sé que entiendes por qué te hablo con enigmas, pero aquí no puedo confiar ni en el buzón de correspondencia. Lamento haber sido tan confiado y no haberte dicho desde un principio donde lo he dejado. Cuando lo encuentres no esperes por mí, pon tu puño ahí, yo llegaré y luego haré mi parte. Dijimos que no lo haríamos aún, pero amigos me han hecho llegar rumores desde que estoy aquí. Te dejo este acertijo que te guiará al obsequio: Parezco un acertijo pero no lo soy aunque si me descifras seré uno para ti, es un error si miras donde estoy aunque puedes hallarlo mirándome a mí. 5


Yo, estoy hecho de palabras pero no decir nada es mi fin, aunque negándolo te voy diciendo donde estoy, que con palabras me puedes descubrir"

El anciano se mantuvo atento e hizo un esfuerzo mental por tratar de traducir aquel acertijo. Siempre le gustaron los juegos de palabras, estaba acostumbrado a lidiar con ellas en el vasto y complejo mundo de las leyes. Mientras tanto Raquel miró más abajo, en secreto, hacia una parte de la carta que solo ella había leído miles, quizá ciento de miles de veces. Miró aquellas palabras con amor y nostalgia: "Querida Raquel es hora de despedirme, espero verte pronto. Espero irme de este lugar, de este infierno y volver a los jardines, bajo los cerezos... Me despido con estas palabras, un pequeño soneto que se me ocurrió una noche difícil en este lugar de penas y que me llevó hasta ti, para consuelo de mi alma:

Mi corazón es de satén y sabes quién soy soy tan pequeña que no me ves pero tan grande para saber donde estoy Tú llevas cayenas en el pelo y yo estoy descalza sobre la grama estos jardines son tuyos enteros como lo soy yo quién tanto te ama"

Raquel cerró la carta tratando de irse en ella, dentro de aquel antiguo pequeño cofre de madera que hacía de bóveda de aquellas palabras. Giró la pequeña llave y la regresó a su pecho, escondida en una fina 6


cadena de oro que ocultaba, como un hilo de sol, tras los velos de su ropa. Gerónimo dejó la taza de café sobre la mesa y entrelazó las manos como si pudiera así, revisar en un archivo invisible que funcionase infaliblemente con el uso de la concentración. Pero nada, lo más cercano que pudo pensar era que Guillermo se refería a libros. La dama de damas tenía muchos "...con palabras me puedes descubrir" De pronto se le iluminó el rostro. ¡Podía ser eso! - ¡Raquel! - habló con entusiasmo- ¿Y si se refiere a buscar en los libros? "con palabras me puedes descubrir" Quizá el verdadero acertijo está en algún libro, algún escrito que leyeran en común alguna vez, algo en ese estilo. - Pasaríamos cuarenta años más buscando entre ellos... Ya se ha buscado ahí antes. - ¿Pero Raquel...? ¿No te hace sentido? - Gerónimo trataba de trasmitirle sus repentinas esperanzas a su querida amiga - "Parezco un acertijo pero no lo soy" En sí mismo no es un acertijo, te lleva hacia él. Si desciframos este nos lleva a la verdadera pista. Creo que eso es lo que intenta decir. - ¿Sabes cuántos libros, y cuantas páginas tienen Gerónimo? ¡Cuántas cosas leíamos juntos, escondidos en los jardines, de la vista de todos! - Raquel parecía mirar de soslayo el pasado. - ¿Algún libro que leían más que otro? - Bécquer... él me leía mucho a Bécquer - la triste mujer tenía los ojos mirando el ayer, como si estuviera frente a ella. - ¿Un poeta? - Gerónimo se sentía en cada segundo, más lleno de confianza. Tenía una corazonada por fin. - Sí... un poeta... 7


- Busquemos a Bécquer entonces - el anciano se puso de pie como si hubiera pedido prestado al tiempo un poco de juventud. Raquel pareció dudarlo. Regresar a esos recuerdos, a esas líneas, a esos pecados silenciados que la llevaron al amor... aún no podía superarlo... aún después de tanto tiempo... Sin embargo en el fondo de su corazón la idea de Gerónimo iluminaba con cierto sentido en una dirección no explorada por ella. - Déjame traer el libro, lo tengo en una gaveta de mi habitación - la dama de damas se puso de pie con gran pesadez. Todas sus tristezas giraban sobre ella, susurrándole, tocándola, hiriéndola. Caminó hasta el mueble cerca de su cama y abrió aquella gaveta. Tanto tiempo sin abrirse como un ataúd de memorias. Ahí estaba el libro con su cobertura de cuero oscuro, hojas mordidas por el tiempo y por los insectos. Envejecido como ella, que le parecía más un espejo en lugar de lo que era. Lo sostuvo en silencio, temía abrirlo y leer su propio dolor en esas páginas. Mirar lo que ya no podía mirarse, tocar lo que no podía tocarse, anhelar lo que no podía alcanzarse. Salió sin prisa y al sentarse de nuevo junto a Gerónimo le entregó el libro. - ¿Este es? Veamos que encontramos aquí - el anciano lo abrió al azar. Su expresión parecía la de un niño abriendo una caja en navidad. Raquel solo miró el libro a distancia ¡Qué fácil ha sido para Gerónimo abrirlo! Yo dejo la vida en ello, pensó para sí misma -. ¿Alguno en especial que siempre leyera? - Varios... están numerados... me sé los números de memoria... - la lejana mujer parecía estar abobada, taciturna -. La número uno, la número diez, la catorce, veinte y veintitrés... la cuarenta y seis. Gerónimo miró los números romanos que encabezaban cada poema y buscó el más cercano al número que tenía abierto al azar. El primero que encontró fue el XX. Carraspeó un poco y leyó: 8


Sabe, si alguna vez tus labios rojos quema invisible atmósfera abrasada, que el alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada.

Raquel cerró los ojos. Era la voz de Guillermo la que la alcanzaba. La volvía acariciar el vendaval cálido de aquel abril, de nuevo el sol de entonces besó su piel con delicadeza y las serenatas de las cigarras regresaron a su memoria. ¡Emociones! Bécquer solo habla de emociones, aquello no la llenaba de ideas sino de sentimientos. En esos poemas no hay direcciones que seguir, solo pueden sentirse sin norte alguno, se dijo en la intimidad de sus pensamientos. El anciano miró a su amiga, esperando alguna respuesta, mas ella no dijo nada. Solo abrió los ojos lentamente y miró hacia el jardín, a través de su puerta siempre abierta. - ¿No te dice nada? - Gerónimo le preguntó lleno de compasión. Si alguien conocía bien a Raquel, en ese momento en todo Bardolín, ese era él. Ella lo miró y le sonrió con cariño: - ¿Qué no me dice, mi viejo apreciado? ¿Qué no me dice? - Te han de traer tantos recuerdos. - Los recuerdos nunca se han ido realmente - posó su mano amablemente sobre el brazo de su amigo -. Pero las emociones... esas a veces se duermen... y a veces cualquier sonido antiguo las despiertan... cómo ahora... - Espero que con "sonido antiguo" no te refieras a mi voz - le sonrió Gerónimo con simpatía. Raquel sonrió junto a él.

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- ¡Claro que no! - le sacudió suavemente del brazo que le sostenía -. Pero esos versos... su voz es la que los pronuncian para mí... lea quién lea... - Yo no quiero molestarte con esto... si quieres lo dejamos así... de todos modos vamos a ciegas... - No, no... por favor Gerónimo - le sostuvo el brazo con sus dos manos ganando voluntad para ella misma -. ¿Y si tienes razón? No soy solamente yo... es todo el pueblo que necesita esto. Mis emociones no pueden condenarlos a ellos de no intentar probar está posibilidad que tienes en mente. - Leeré otra entonces - el anciano le advirtió llenó de comprensión. Raquel asintió. - Trataré de serte útil - musitó la dama de damas y cerró sus ojos de nuevo. - Poema veintitrés... - el hombre de leyes respiró profundo y prosiguió:

Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo, por un beso,.. ¡yo no sé qué te diera por un beso!

El primer beso... esa primera caricia que se da con los labios; esa palabra que se pasa de una boca a la otra, ese silencio que lo dice todo... cada una de esas cosas regresaron a Raquel. La primera vez que Guillermo le leyó ese poema, estaban de merienda al lado de los cerezos. Se estaban conociendo todavía, ella no podía creer que aquel hombre, tan buen hombre hubiese puesto sus ojos en ella. Pero 10


ese día, a comienzos de la primavera, bajo las flores que luego serían cerezas, le musitó esos versos, tan cerca a su oído, tan cerca de su alma jamás amada. ¡Yo no sé qué te diera por un beso, Guillermo! Lo que me queda de vida, murmuró en su alma deseando que él la escuchara, estuviese donde él estuviese. - Los cerezos... - susurró, aún con los ojos cerrados - mi mente se va a los cerezos. El correr de la primavera de 1886... todo es tan subjetivo... puede ser todo, puede ser nada... - Ciertamente es así - asintió Gerónimo sin poder dudarlo -; leeré el siguiente. Quizá alguno te despierte una idea concreta, más clara. Raquel respiró profundo y entrelazó sus dedos. Aquellas rimas, versos que fueron las excusas, las maneras, las sutilezas con la que Guillermo se quedó en ella como parte de sí misma, eran como una cosa incompleta sin la presencia de él a su lado. - Catorce - dijo al fin su amigo, después de ojear en el libro -. Dice así:

Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos, la imagen de tus ojos se quedó, como la mancha oscura, orlada en fuego, y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista fijo, torno a ver sus pupilas llamear; mas no te encuentro a ti, que es tu mirada: unos ojos, los tuyos, nada más.

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De mi alcoba en el ángulo los miro desasidos fantásticos lucir; duermo los siento que se ciernen de par en par abiertos sobre mí. Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche llevan al caminante a perecer: yo me siento arrastrado por tus ojos pero a donde me arrastran, no lo sé.

No podía evitarlo, no podía evadir sus emociones, no podía evadir las imágenes, no podía desglosarlas, reducirlas, traducirlas. Era arrastrada como una hoja en el viento, no tenía control de lo que sucedía en el secreto de su alma. Imágenes una sobre la otra... aunque... sí había algo en común... algo que no se modificaba de un recuerdo a otro. Ese todo que era el soporte de esos recuerdos... Los cerezos... Abrió lentamente los ojos y mirando a los de Gerónimo, como recién salida de un sueño le sonrió: - Amigo... los cerezos. Una y otra vez esa es la imagen que me evoca escucharte leer a Bécquer. - Siempre has buscado dentro de esta casa - el anciano de leyes observó todo el lugar. Estando seguro que ya no había rincón donde revisar - y quizá ese era el secreto, que nunca ha estado aquí. ¿Será posible que lo haya enterrado cerca de los cerezos? - Parece muy paranoico para ser una idea de él, pero por alguna razón lo escondió tanto que pareciera que en verdad está bajo tierra... - Raquel sacudió la cabeza tratando de centrarse en lo importante y se incorporó en su asiento - Nada se pierde con ir a revisar. 12


- ¿No te sientes esperanzada? - Preguntó Gerónimo con el rostro llenó de optimismo. Raquel solo le sonrió como respuesta. Para ella era una esperanza lejana. Muy en el fondo aquello le pareció comenzar a tener un sin sentido; adivinar el lugar donde estaba el documento leyendo un acertijo, que no hablaba ni de Bécquer ni de los cerezos y terminar cerca de ellos cavando con una pala. En ese momento se escuchó el abrir de la puerta de la habitación de Adelaida. Salió como siempre, impecable en un vestido de colores tostados. Era evidente en su rostro que había llorado mucho, parecía como si un fantasma se sentaba sobre sus hombros haciendo sus movimientos lentos y pesados. Aunque siempre se mantenía de pie, erguida como una bailarina de ballet, no podía ocultar su desazón. Al mirar al Sr. Valdez bajó la mirada y se detuvo. Sintió tanta vergüenza de verlo a la cara. Raquel al verla salir se puso de pie y se le acercó. - Adelaida ¿Cómo te sientes? - la anciana tocó con delicadeza el rostro de la muchacha pecosa, notando que su mejilla ya se había desinflamado de la bofetada que le había dado en la mañana. - Bien - Adelaida respondió con un hilo de voz y una lejana sonrisa. Volvió a bajar la mirada pensativa y se acercó a Gerónimo sin verlo al rostro. Era mucha su vergüenza. Una dama nunca... una dama... alejó esos pensamientos por primera vez... Solo quería hacer lo correcto... Gerónimo la veía con preocupación; para sus ojos ancianos y experimentados sabía que esa no era la misma muchacha bravía de la mañana. En frente tenía ahora a una torre derribada, un cuerpo que estaba de pie, con el alma en el suelo. - Quiero pedirle disculpas... yo fui muy grosera esta mañana. No me comporté ni con la tía, ni con usted. Le ruego una disculpa - las palabras de la joven sonaron suaves y sinceras. Como si se inmolara por dentro. El anciano se puso de pie y caminó hasta ella. 13


- Mírame... vamos mírame. No bajes la mirada de esos bellos ojos Gerónimo le habló como un abuelo que le era propio de su apariencia paternal y amable -. ¿Qué edad tienes? - 23 años - le respondió la pecosa, mirándolo con ojos lastimosos. - ¡23 años! -exclamó el anciano sonriente mirando a Raquel. Luego tomando una de las manos de Adelaida con mucho respeto, le dijo: - Hija, yo tengo casi ochenta años. ¡Yo he cumplido tu edad tres veces ya! - rió con su simpatía particular - El error que tú has cometido una vez, yo lo he cometido tres. El que tú has cometido tres yo nueve, y el que tú nueve yo veintisiete veces. Yo te disculpo con todo mi corazón. A cambio te quiero pedir disculpas yo... Adelaida apenas pudo abrir la boca para decirle que él no tenía ningún motivo para sentirse culpable de nada, pero Gerónimo no le dio espacio para que hablara. - Yo no debí decir lo de la muñeca. Sin conocerte mejor no debí ser tan confianzudo. Tienes todo tu derecho que no te guste que te digan de una forma u otra. - No fue su culpa - Adelaida volvió a bajar la mirada, pero está vez reflexiva. La tía abuela se paró a su lado y la envolvió con un brazo transmitiéndole calidez. - Y nadie te está culpando a ti, jovencita - dijo Raquel con cariño -. Yo no debí responderte en el tono que lo hice, lo reconozco. Pero dejemos eso en el pasado. Todos nos sentimos responsables, así que nadie tiene la culpa. ¿Está bien? - Por mi está bien - dijo Gerónimo, sonriéndole a Adelaida. Ella le devolvió el gesto, pero aun así seguía pesarosa. En sus pensamientos 14


no dejaban una y otra vez de volver sin piedad los recuerdos de aquella noche. Regresaba a ella la imagen de cuando usaba aquel vestido de colores verdes que tanto amaba, que hacía que su cabello rojizo destacara robándose las miradas. Se había hecho un peinado con grandes bucles que enmarcaban su pequeña cara, como si de una pintura hermosa se tratara. Fue ese día... que con el corazón en las manos, que con toda su inocencia pisó en el vacío creyendo en el amor... y cayó de tan alto... Nadie... estuvo tan sola... nadie la protegió, nadie la sostuvo... nadie le creyó... - Tía ¿Puedo ir donde Lili? - preguntó Adelaida buscando la mirada de Raquel. - Oh, mi niña. ¿Desde cuándo me pides permiso para ir a visitar a tu amiga? - la apretó contra su cuerpo - Claro que sí, ve. Creo que es un buen momento para conversar con una amiga. Adelaida se despidió de ambos y salió silenciosa, rumbo a casa de Galleta. Raquel no apartó sus ojos de ella hasta que se le perdió de vista al salir del jardín. Le intrigaba saber que sucedía dentro de esa cabecita. Recordó que Betania le había escrito una carta donde le pedía que recibiera a Adelaida para que se distrajera y "saliera de su despecho... cosas de jovencitas". ¿Despecho?, pensó, ¡Dolor es lo que veo en la mirada de esa muchacha! - La abofeteé, Gerónimo - Raquel rompió el silencio tratando de desahogar el remordimiento que tenía por haberla golpeado -. No sé cómo no la tiré al piso de lo duro que le di. Es de roble esa niña, pero solo por fuera. - ¿Tan fuerte fue la discusión? - La verdad es que no le pude perdonar que te dejara con la palabra en la boca... 15


- No era necesario que hicieras eso - Gerónimo siempre sonaba compresivo, incluso cuando no estaba de acuerdo con algo. - Me dejé llevar... - Raquel se quedó en silencio mirando la nada. - Lo sé, creo que ambas. - Es de roble Gerónimo, no se quedó callada - sonrió la anciana admirada -. Me enfrentó. Su madre se hubiera orinado encima. - Entonces la discusión continuó. - Sí. Tuve que ser dura con ella... pero la hubieras visto... Se deshizo en pedazos, de un momento a otro se desmoronó, su soberbia se esfumó y ante cada palabra que le decía, parecía sentir más dolor. Es de roble, pero solo por fuera. Traspasas su protección y puedes destruirla con una mirada... y yo le dije cosas tan duras... - ¿Y qué le decías? - preguntó Gerónimo, reconociendo dentro de sí que era cierto. En algo era distinta la joven que conoció en la mañana con la que acababa de salir rumbo a la vereda. - Desde que llegó la he comparado con una muñeca. Ella hace alardes de ser una dama, se escuda siempre con ese argumento y lastima a los demás con su actitud a veces prepotente. Y yo solo he usado lo de la muñeca como una especie de metáfora, para hacerle ver que las apariencias no son nada, sino no hay nada real por dentro. - Por eso está predispuesta con que le digan que se perece a una muñeca - reflexionó el anciano. - Estoy entendiendo que no es por vanidad; tiene una necesidad de ser tratada con mucha atención, con excesivo respeto. 16


- Sí, está a la defensiva - Gerónimo miró hacia la puerta como si Adelaida aun estuviera ahí -, sin embargo hace un momento parecía lo contrario. - No sé por qué sufre tanto - Raquel se envolvió a ella misma entre sus brazos -. Sí solo me abriera su corazón y me dijera que le pasa. - ¿Y tú Raquel? - el hombre de leyes la miró inescrutándola. - Yo... ¿yo qué? - Raquel titubeó y trató de hacerse la desentendida. - ¿Tú le has abierto tu corazón y le has hablado de ti? Raquel suspiró. Podría engañar a cualquiera pero no a Gerónimo. Él la conocía y sabía que ella también llevaba sus cruces a cuesta, y en gran silencio. Cruces que no sabía nadie en Bardolín, ni fuera de él, con la gran excepción de Laura, su hermana, la abuela de Adelaida. Quizá su viejo amigo tenía razón, le debía abrir su corazón a Adelaida; contarle su historia, de por qué se quedó sola y atada en aquel pueblito encantador lejos de todo. Por qué le hablaba a solas a una muñeca, por qué le gustaba caminar descalza sobre el césped del jardín interno de su casa, por qué se peinaba con cayenas. Se preguntó a sí misma por qué le costaba hablar tanto de esas cosas... y se descubrió a sí misma, en el fondo de su ser, temerosa... Una parte de su corazón se terminó de abrir por completo hacia Adelaida: las dos eran iguales, las dos se parecían demasiado... o por lo menos en una cosa eran idénticas. Eran duras por fuera porque por dentro eran de cristal. Supuso que Adelaida callaba su dolor, del mismo modo que ella callaba los suyos y recordó, hace tantos años, que ella fue más dura que su sobrina... si alguien necesitaba ser respetada era ella: Raquel Lamuza. - Piénsalo con calma - le sonrió Gerónimo tomando su sombrero, dispuesto a partir -. Y respecto a los cerezos, tú me dices el día y arreglamos todo. 17


El anciano le puso la mejilla a su amiga y ella lo besó con mucha gratitud. ¿Qué hubiera hecho yo sin este viejo que en vez de abogado tuvo que haber sido un ángel? pensó mientras lo veía salir por la puerta hundiéndose el sobrero en la cabeza y comenzando a silbar imitando a un pájaro. De pronto la casa le pareció incómoda. Se había acostumbrado demasiado rápido a tener la casa llena, en especial se había acostumbrado a Adelaida. Tal vez ella le había regresado un poco de intensidad a su vida. Pero la verdad era otra, la verdad era esa similitud entre Jazmín y Adelaida. Esa segunda oportunidad, que no era una oportunidad sino más bien un regalo. El silencio de la casa la aturdió un poco y comenzó a cantar aquel soneto que le regaló Guillermo, al que ella alguna vez le había compuesto una melodía sencilla: - Mi corazón es de satén... y sabes quién soy... soy tan pequeña que no me ves... y tan grande para saber donde estoy... Tú llevas cayenas en el pelo... yo estoy descalza sobre la grama... Estos jardines son tuyos enteros... como lo soy yo, quien tanto te ama... Miró sobre el asiento el libro y lo tomó desprevenida, como un acto reflejo lo abrió... y sus ojos se posaron sobre unas líneas... y la voz de Guillermo sonó de nuevo en su corazón llenándola toda: Si se turba medroso en la alta noche tu corazón, al sentir en tus labios un aliento abrasador, sabe que, aunque invisible, al lado tuyo respiro yo

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En los Jardines de Bardolín, en una casa ubicada en la vereda principal, como había sucedido incontables de veces, durante más de cuarenta años; una mujer, una dama, lloraba a solas abrazada a un viejo libro de Gustavo Adolfo Bécquer.

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Capítulo 9 Estuvo de pie unos segundos mirando la fuente; escuchando su murmullo como si aquella agua cristalina le dijera palabras de consuelo. La puerta se abrió pesadamente como siempre y en los casos que la abría Lili, parecía aún más pesada todavía. El rumor de las bisagras girando sacó de su ensoñación a Adelaida; miró hacia el fondo del callejón y vio salir a su querida amiga Galleta con una pequeña regadera, que concentrada se dedicó a dar de beber a los sedientos lirios y nardos de la ventana. Caminó hacia ella con lentitud... Inocencia... miraba el perfil de Lili, observaba sus ojos que siempre parecían estar llenos de curiosidad, muchos más que los suyos... Inocencia... ¿Cuántas cosas se pierden en un segundo? ¿Cuánto interés por las cosas sencillas de la vida perdemos cuando a nuestro corazón se le lastima? pensaba... Inocencia... tan hermosa la inocencia, pero tan frágil, como una rosa que cautiva por su delicadeza y hermosura, y solo basta cerrar la mano sin fuerza sobre ella para herir todos sus pétalos... y lastimarla para siempre. La que conmueve a los poetas y atrae a los malvados... el trofeo del desamor... la condena del mismo inocente... Las cosas más hermosas siempre son frágiles y si tuvieran corazas, perderían su encanto, su pureza, su fragilidad... lo inocente no está a la defensiva, aunque esté indefenso. Lili la vio venir y se incorporó contenta. Adelaida le sonrió en la distancia, le mostró un gesto que parecía una sonrisa, pero parecía más una tristeza. Se abrazaron con cariño y entraron al refugio de Margot y Gaspar, que siempre estaba lleno de aromas dulces. Es que eran los pasteleros del pueblo. Todo ponqué, torta o galleta que se vendía en el pequeño mercado de Bardolín salía repleto de sus sabores, de la cocina de estos dos amigables esposos. No por nada "galleta" había sido la primera palabra de Lilibeth. Y no por nada 20


todo el pueblo le llamaba Galleta, pues su dulzura hacia honor a su padre y a su madre, los que deleitaban a todo aquel paladar que probase de sus postres alegrando las mesas del pequeño pueblo, lleno de veredas y jardines. El gran Gaspar como siempre recibió a Adelaida con su gran sonrisa bonachona, dejando a tino su mejilla donde la muchacha pecosa estampaba un beso lleno de aprecio y cariño. Margot hacía lo mismo aunque la envolvía en sus brazos como un peluche y ella trataba de aprender a tener el mismo tipo de afectos de vuelta. No sé si mamá es que es muy distinta, o muy distante, pensaba Adelaida, mientras estaba rodeada por los brazos de Margot. Llegar a esa casa la hizo sentir protegida, su cuerpo dejaba de estar tan tenso, aunque también se sentía más sentimental, más sensible, menos dispuesta a luchar contra ella misma. Entraron como siempre a la habitación de Galleta. "Lili en el País de las Mariposas" se le había ocurrido una vez a Adelaida, mientras leían Alicia en el País de las Maravillas, al verla bordear un grupo de flores de maché y algunas mariposas de tela que flotaban sostenidas por hilos de colores, solo para poder salir un momento en busca de algo para merendar, mientras estaban en aquella lectura. Adelaida caminó hasta el muestrario y se detuvo en silencio frente a él; apoyó sus codos en el borde y acomodó su pequeña y bonita cara entre sus manos. Su mente parecía llevársela lejos de ahí, Lili le hablaba y ella no parecía escucharla, como cuando venía en el tren. Mirando en la lejanía de su propia alma. ¿Seré una mariposa en el muestrario del destino? se dijo así misma en el secreto de sus pensamientos. Algo bonito pero sin vida... sí... igual como una muñeca... Sus ojos se llenaron de lágrimas y sollozó. Lili se quedó en silencio dejando de decir lo que estaba contándole sea lo que haya sido, no estaba segura si Adelaida en verdad estaba llorando de espaldas a ella o solo había sido una impresión suya. - Adelaida - la llamó con cuidado, como si hubiera pensado que sus palabras podrían derribarla, como un leve soplido puede derribar un castillo de naipes. Pero ella no le respondió, la verdad no la escuchó, 21


trataba de apartar las lágrimas que unas contra otras se atropellaban en sus ojos saliendo desbocadas. Lili caminó hasta su lado y el corazón le dio un vuelco al ver como el rostro de Adelaida era un mar de dolor silencioso, y ella bien sabía que los dolores silenciosos son los más hondos. - Adelaida - la llamó por segunda vez, contagiándose de aquella tristeza. ¿Dios mío que le pasa? pensaba preocupada. Le puso su delicada mano en la espalda queriendo trasmitirle algo, lo que fuera, siempre y cuando sirviera para calmarla. Pero al contrario era como si hubiese tocado un interruptor y Adelaida se desmoronó en llanto. Lilibeth la sostuvo, y la hizo que se sentara en la cama, corrió hasta su peinadora y trajo su pañuelo con el que trató de enjugar el rostro de la dolorosa muchacha. Nunca había visto tantas lágrimas juntas. Adelaida había aferrado sus manos a la falda de su vestido y a la vez parecía con ellas empujar una pierna contra la otra. Todo aquello parecía un gesto de resistencia al dolor que sentía desde su alma. - Adelaida que tienes - Lili la envolvió con su brazo y la apretó contra ella solidaria, mientras en la otra mano sostenía su pañuelo que no le cabía ni una lágrima más. - Ay Lili... soy tan poca cosa... - dijo Adelaida con la voz marchita por la tristeza. - ¿Por qué dices eso? Eres mi hermana, mi amiga. Mira... - Galleta se alejó hasta la peinadora y regresó con el sombrero blanco puesto y se sentó junto a ella de nuevo, casi tan rápido como se había parado - Mira... este es el sombrero que me diste tú, el día que me hiciste tu hermana... Adelaida... Adelaida levantó sus ojos y a través de sus lágrimas miró el rostro inocente y hermoso de Lili, enmarcado en aquel sombrero que ella le había regalado, como si de un aura se tratara. No pudo evitar de ver a una niña, en el gesto de aquella muchacha que le sonreía con 22


ternura tratando de hacerla sentir bien. Una niña buena como la que ella quería volver a ser. Regresar hacia atrás en el tiempo y no crecer más. Soñar para siempre, creer que hay hadas viviendo entre las hierbas de los bosques, fabricando flores silvestres. Ser una niña perenne. Pensó que crecer era muy doloroso. ¡No crezcas nunca Lilibeth! añoró dentro de su alma. - Gracias a ti, Adelaida, estoy aprendiendo a ser una dama como tú trató de sostenerle una mano, pero la dolorosa pecosa, movida por un repentino impulso le quitó el sombrero de la cabeza y lo lanzó contra la cama. - ¡Nunca, nunca desees ser como yo! - le gritó, le rogó, le regañó, le lloró todo al mismo tiempo. Lili se había quedado helada ante esa reacción. Sus ojos también se humedecieron. - No soy una dama... - el rostro de Adelaida estaba distorsionado, hinchado, inundado, triste, enojado - Nunca quieras ser como yo... ¡nunca! Galleta se puso de pie y sin decir palabra se retiró del cuarto. Adelaida se sintió peor, se apuñaló a sí misma odiándose. Eso era lo que era ella, así se sentía, una mala persona que solo terminaba lastimando a quienes la amaban. Cómo aquel día que le rompieron el corazón, aunque estaba más segura que se lo había roto ella misma, que se merecía aquel desprecio, que se merecía ese repudio... Oh... Sintió que su amor no valía nada, aceptó una vez más como suyo todo lo que le sobrevino en el pasado. Ella no tenía derecho de ser feliz... Así como acababa de lastimar a Lili, así tuvo que haber decepcionado a Joshep. Él no me rompió el corazón. Soy yo que no merezco ser amada, por enésima vez lo creyó. Cómo esa misma ocasión, en la que usaba su vestido verde, se puso de pie y las piernas no la sostuvieron con fuerza, revivía una y otra vez todas las 23


sensaciones que le recorrieron el cuerpo aquella noche. Se sostuvo con firmeza de la cabecera de la cama, como se sostuvo de aquella reja que le sirvió de soporte para caminar por la acera de la calle solitaria que se le hizo interminable, intransitable, mientras la transitaba. Sintió las mismas náuseas, la cabeza le dio vueltas, trató de aferrarse con su otra mano a la cabecera, pero agarró el aire... y la luz del mundo se le apagó. Margot entró detrás de Lili a la habitación y no la vieron en ella. - ¿Se fue? - se preguntó a sí misma la mamá de Galleta, mirando en dirección a la puerta principal desde adentro de la habitación. Gaspar llegó hasta el umbral de la puerta, pero por su alta estatura pudo mirar algo del otro lado de la cama y dando dos pasos empinándose un poco, pudo ver a Adelaida tirada en el suelo. Sin pensarlo un segundo se movió con rapidez haciendo saltar en distintas direcciones las mariposas que colgaban del techo y que se llevaba por delante sin poder evitarlo. La levantó del suelo como si fuera de tela, como si estaba hecha de nada, como si fuera un fantasma y la puso con cuidado sobre la cama mientras Margot corría a sostenerle la cabeza y su larga cabellera roja que se le había suelto en la caída. La señora le pidió a Lili que le quitara las botas y ella sin perder tiempo soltó las cintas con que estaban atadas y le desnudó los menudos pies. Gaspar, sin perder tiempo, le dijo a Margot que saldría a buscar a Doña Raquel, que no tardaría y desapareció detrás de la pesada puerta que retumbó cuando la cerró al salir. - Hija... Adelaida... - Margot le llamaba con cariño llena de preocupación, pero la muchacha solo fruncía el entrecejo en un suave rictus de dolor, cómo si la estuvieran regresando a la vida, a la que ella no quería volver - ¿Cómo te sientes?... Adelaida... - Mamá, comenzó a llorar y luego dijo que no era una dama, que no quería que yo fuera como ella y me quitó el sombrero de la cabeza y 24


lo lanzó contra la cama - Lili por sus nervios era la tercera vez que se lo decía. Las manos las tenía algo temblorosas, realmente estaban inquietas por no saber qué hacer, por eso había ido a buscar a Margot. - A esta muchacha le pasó algo - Margot se dejó llevar por la sabiduría de los años tratando de leer en Adelaida algún vestigio de lo que realmente le pasaba. Observó la expresión de pesadumbre que se dibujaba en el rostro de la joven pecosa -. Está niña está sufriendo. Adelaida podía oírlas, sin embargo era como si ella estuviese sumergida en agua y le costara escucharlas con claridad. Se descubrió recostada en la cama y sintió un excesivo deseo de dormir. Estaba tan agotada, desgastada de resistir, desgastada de luchar, cansada de vivir. No eres una dama, sonaba la voz de Joshep en su cabeza como un eco, había comenzado a notarlo de nuevo. Se le había hecho tan común que ya ni lo escuchaba, pero como estaba dejando de luchar, aquellos recuerdos volvían a demostrar su poderío en ella. Sí, Joshep, tienes razón, respondió ella desde el secreto de su alma lacerada... no lo soy. Pero como el trabajo de todos los ángeles, es inesperado y misterioso, Lili se sentó a su lado y comenzó acariciar el cabello de Adelaida, mientras lo acomodaba, usando sus dedos como un peine. Eso la relajó mucho, tanto que el fantasma de Joshep que tenía metido en la cabeza, se alejó y se escondió en algún lugar de sus pensamientos. La tensión de su cuerpo se distendió y su respiración se hizo pausada, su mente descansó; entre caricia y caricia y bajo el sonido de la voz de Margot y Galleta mientras conversaban que llegaba a ella como un rumor protector, se quedó dormida profundamente.

El resplandor del sol besó su rostro con calidez. Abrió lentamente los ojos pero no se movió de la posición en la que estaba. No sabía qué hora era, solo estaba segura que estaba en la habitación de Lili, 25


por el sin fin de mariposas que colgaban de todas partes. No quería moverse, quería dormirse de nuevo, quería tener otra vez la sensación de que no existía. No pensar, no recordar, no sentir. Escuchó entrar a alguien en la habitación, pero ella ni intentó moverse, ni le interesó saber quién era. Era la tía abuela, que se sentó al borde de la cama del lado del que ella estaba volteada y tocó su frente, comprobando su temperatura. - Buenos días Luisa Adelaida - le musitó Raquel a su sobrina. Pero la muchacha triste no pareció reaccionar. Seguía hundida de perfil en la blanca almohada, como un ángel melancólico recostado en una nube - ¿Cómo te sientes? ¿Cómo pasaste la noche? Adelaida miró a Raquel con ojos interrogativos. ¿La noche? ¿Había estado dormida tantas horas? ¿Había pasado la noche donde Lili? ¿Dónde había dormido su amiga entonces si ella estaba ocupando su cama? Eso la espabiló un poco y trató de incorporarse, de sentarse en la cama. Sintió su cuerpo adolorido de haber estado toda la noche acostada del mismo lado, sin cambiar de postura. - Tía... ¿dónde durmió Lili? - balbuceó Adelaida, mirando hacia los lados soñolienta como si esperaba encontrarla recostada en algún sitio dentro de la habitación. - En otra habitación - le sonrió Raquel -. No te preocupes, aún duerme, que pasó la noche pendiente de ti. ¿Cómo te sientes? - Ay tía... - Adelaida la miró con vergüenza - yo le estoy dando tantos problemas. - Eso lo decido yo mi niña - le respondió su tía abuela con ternura -. Necesito que me digas cómo te sientes. Tienes que decirme que te pasa. No sigas llevando todo eso tú sola en silencio. Puedes confiar en mí. 26


La muchacha de cabellos de cobre, bajó la mirada sintiendo todo el deseo de hablar, sin embargo tenía miedo. Tendría que abrir su alma a esa parte de sí misma que tanto había protegido para no ser lastimada, esa parte de sí misma que odiaba, que ocultaba para no ser juzgada. Tenía el corazón ardiéndole por querer hablar, añoraba que la tía le insistiera lo suficiente para tomar el valor de contárselo todo... mas no dejaba de tener miedo de cómo la vería luego tía Raquel, que pensaría de ella... si su madre había tenido palabras tan duras ¿no las tendría su tía abuela también? ¿No la juzgaría cualquiera? Una vez más, una lágrima fue su única respuesta. Una silenciosa lágrima llena de palabras. - Hija... me estás matando con tu silencio - Raquel le tomó el rostro y se lo levantó delicadamente, haciendo que sus miradas se encontraran. Los ojos de la dama de damas estaban llorosos. Es que desde un lugar secreto de su alma quería redimir su propio dolor, quería proteger a Adelaida y no fallarle... tal vez así Jazmín la perdonaría. Fue suficiente aquella mirada para Adelaida, no quería más sufrimiento, no quería más tristezas por su culpa. En ese momento se le hizo indetenible el dolor, el temor, el amor; todo se le desbordó del pecho como si se desangrara a caudales y tuvo la necesidad de abrazar a aquella anciana que tenía enfrente para seguir respirando, para poder continuar, para poder vivir un poco más y desprender de su alma la daga hirviente que le atravesaba el corazón de lado a lado. Raquel cómo si hubiera escuchado sus pensamientos le ofreció sus brazos como un refugio, como una fortaleza, como un nido y Adelaida como una niña asustada se deslizó sin pensarlo en su regazo y se acurrucó en su pecho. - No me juzgue tía - le suplicó llorando metida entre sus brazos. Raquel la besó en la frente, porque no existe beso más noble que el que se da sobre la frente del ser al que se ama. Es más que un beso, 27


más que un juramento, que una promesa. Es una bendición, es una garantía de amor. - Si la vida no me ha juzgado a mí como debería hacerlo ¿por qué he de juzgarte yo a ti mi niña? ¿Qué cosa tan grave podría haber hecho una jovencita como tú para indignar a una vieja como yo? - Raquel le sonrió con ternura - No te preocupes, hija, te escucharé con el corazón en las manos. Adelaida la envolvió con sus brazos firmemente sin salir del amparo que sentía sobre su pecho. Trataba de conseguir las palabras para comenzar; realmente lo que buscaba era la valentía necesaria para poder darle su confesión. Todo lo que tenía que decir lo sabía de memoria, con lujo de detalles. Solo necesitaba el valor para dejarlo salir. - Tía... usted tiene razón... - dijo al fin -. Yo no soy una dama... - Oh... Adelaida, a tu edad yo estaba demasiado lejos de ser la dama que tú eres - Raquel recostó su mejilla sobre la cabeza de la muchacha taciturna. - Yo... yo no me he portado como una dama... - cada palabra era más difícil de dejar salir que la anterior. La voz le tembló y tuvo que respirar con calma unos segundos para poder continuar. - Yo decepcioné a mi mamá... yo decepcioné al hombre que me amaba... - ¿Qué fue lo que sucedió Luisa Adelaida? - la voz de Raquel sonaba para Adelaida como la de una madre, más cercana, más amable, más amiga que la de Betania. Cada segundo la acercaba más a su tía abuela, comenzaba a sentir que podía confiar en la dama de damas sin sentirse amenazada. En cambio, cuando le contó a su madre todo lo que había sucedido, estaba de pie, distante. La miraba como en un tribunal, no la dejó llorar, le hizo sentir que tenía que cargar con su culpa por haberla avergonzado como lo hizo. No la abrazó, la miró 28


con descontento. ¿Qué voy a hacer contigo ahora? le dijo su madre. Una dama debe ser respetable... y Adelaida la había decepcionado. - Me porté como una desvergonzada... - las lágrimas comenzaban de nuevo a nublar su mirada - Joshep creía que no le iba a fallar y le fallé. - ¿Joshep? - preguntó Raquel. - Era... - la muchacha pareció caer en un hoyo profundo y con la mirada lejana continuó - era mi prometido... Es el hijo del alcalde de la ciudad. Queríamos casarnos... - ¿Gregorio y Betania lo sabían? - la anciana acarició el abundante cabello ondulado de Adelaida. - Sí, papá y mamá nos habían dado la bendición - respondió la pecosa cerrando los ojos para mirar aquel recuerdo. - Sígueme contando. - Joshep es de una familia muy importante de la ciudad y siempre me decía lo afortunado que era de tenerme... - Adelaida sonrió mustia recordando aquello - A mí, toda una dama. Una señorita respetable... Papá y mamá también estaban muy orgullosos de su hija. La herida sonrisa de la muchacha se desapareció por completo de su rostro y solo le quedó en la mirada una gran expresión de abandono. - Pero alguien le dijo a Joshep que yo no era digna de él. - ¿Por qué alguien le diría eso sobre ti? - cuestionó Raquel sintiéndose molesta por dentro - ¿Quién lo dijo? 29


- No sé tía... pero... Joshep le quiso demostrar que se equivocaba... Adelaida cerró los ojos, mas no pudo evitar que sus lágrimas comenzaran a correr como dos cascadas por su rostro hermoso. La expresión de Raquel se había endurecido un poco, presentía las malas intenciones con que habían lastimado a Adelaida, presentía que se habían burlado de su inocencia, de su ingenuidad, de su amor. - Y yo lo defraudé... - una vez más la muchacha se desmoronó. Era mucho el dolor que había ahorrado dentro de sí y que ahora tenía una puerta abierta por donde salir. Lloró, lloró fuertemente. Margot llegó hasta la puerta pero no pasó, miró desde lejos la escena conmovida. Raquel le había pedido el favor que le permitieran hablar a solas con su sobrina. Y para Gaspar y Margot, la dama de damas era más que Doña Raquel, siempre había sido como una madre para ellos. Lo que ella pidiese, sin falta la complacerían. Adelaida comenzó a calmarse, aunque la verdad era agotamiento; cada lágrima le quitaba fuerzas, la derribaba. Cuando Adelaida logró desahogarse una vez más y serenarse un poco, Margot se retiró cerrando detrás de sí la puerta de la habitación. Eso fue algo que agradeció en silencio Raquel. - Hija, libérate de esa carga de una vez. Cuéntame que sucedió - la tía abuela le instó con compasión. Adelaida se reincorporó en la cama, apartándose de Raquel pero sin soltar sus manos. Se sentía flotando en un mar tormentoso de emociones, y su único soporte para mantenerse en la superficie era la tía abuela. Entonces abrió su última coraza y su alma terminó de salir: Adelaida lo amaba. Sus días eran él, sus sueños eran él. Joshep era su vida. Cada cosa que hacía lo hacía con un pensamiento para él, porque él le decía que la amaba. La amaba por ser una dama, tan educada, tan pura, en la que se podía confiar. Ella amaba lo sencillo de la vida y pensaba que Joshep le había llenado su vida de 30


mayor complejidad, de detalles intensos, de aspiraciones grandes, tanto que la sencillez le llegó a parecer demasiado obvia en las cosas que debía dejar atrás, para alcanzar la vida que se vislumbraba en el horizonte junto a él. Cambió la visión de su propio mundo por él, cambió para él, se mejoró para él. Adelaida lo amaba. Él le encantaban los colores verde, azul y ocre. Verde, azul y ocre eran los vestidos que ella comenzó a vestir. A él le gustaban las reuniones de sociedad, donde una persona de su estatus podía hacer relaciones importantes, codearse con "gente importante"; ella hacía su mejor esfuerzo, aunque la familia Castelán Buendía era acomodada, no pertenecía a la élite social de la ciudad. Aprendió a no quedarse en silencio en las conversaciones, a Joshep le molestaba cuando ella parecía refugiarse detrás de él, como una muchacha de pueblo. Sin embargo era que Adelaida amaba la intimidad de una conversación honesta, de asuntos más universales. También le encantaba observar como todos actuaban en aquellas reuniones, tal vez para aprender, tal vez para evitar ser, mas sabía que el que mucho habla y poco observa, no sabe lo que dice. Joshep prefería que ella hablara más, y ella, con el tiempo, comenzó observar menos y hablar más, comenzó a creer que participar la hacía pertenecer, que la aceptaban, que eso la hacía mejor. Mejor a los ojos de Joshep, que se mostraba orgulloso ante una Adelaida más desenvuelta, una mejor actriz en su nuevo papel de la dama de sociedad, cuando en el fondo lo que le importaba era ser solo la prometida del hijo de los Villafranca Andueza, no porque esos apellidos significaran para ella lo que significaban para él, o para cualquier otro gremialista o elitista que giraban en torno a dicha familia. Joshep Villafranca Andueza era para ella el distintivo de su amor, no habían dos Joshep Villafranca Andueza en toda la provincia, ni quizá en todo el país, y el único que existía, era de ella y ella de él. Respecto a Joshep, él no pensaba igual de los apellidos de Adelaida. Los Castelán Buendía eran buena gente, por eso tenía la certeza que el señor Gregorio y la señora Betania habían educado tan bien a su hija, pero era necesario para sí mismo que ella "mejorara", la quería, le parecía hermosa, decente, sin 31


embargo, eran de "mundos" diferentes, mientras que Adelaida creaba un mundo solo de ellos dos en sus sueños y corazón. Se comprometieron un sábado, una noche hermosa como lo son las noches de Abril. Bajo la bóveda estrellada del cielo se dieron su primer beso, ella nunca olvidaría ni la hora, ni el lugar, ni siquiera el justo sitio donde estaba parada cuando por primera vez Joshep la besó, atrapando definitivamente su corazón, pidiéndole que se casara con él... era el día de su cumpleaños. Nadie supo nunca de las tristes horas solitarias que ella se pararía en el mismo lugar, tratando de vivir de nuevo ese momento, los días que él ya no estaba... que ya no quería casarse con ella. Adelaida le sorprendía verse al espejo y mirar lo diferente que era desde que estaba con Joshep. Había días que se sentía orgullosa de ella misma, se sentía transformada en una persona mejor, digna de experiencias más altas, tanto que comenzó a añorar lo que todos añoraban. Sus propias aspiraciones eran muy plebeyas, ahora era una dama de sociedad, porque en sociedad se desenvolvía y pronto sería esposa de un gran joven y ella lo representaría donde fuese. "Qué inteligente y bella es la esposa de Joshep Villafranca" imaginaba escuchar a las personas conversar. Pero la realidad era otra, había alguien que no estaba de acuerdo con esa relación, se podría asegurar que eran muchos los que no estaban de acuerdo, mas alguien le tenía desprecio particular. Era alguien que siempre se movió en las sombras, como los malos espíritus, y comenzó a susurrar rumores a los oídos de Joshep. Al comienzo él no quiso escucharlos, no quiso creerlos, pero aquel falso amigo, aquel alma mal intencionada insistió tanto con "buena voluntad" que terminó mellando el alma y la confianza del muchacho. Le había dicho que ensuciaría su linaje de casarse con Adelaida, porque el linaje de ella estaba corrupto, descendiente de mujeres de cabaret, que solo querían limpiar su apellido y su vida miserable usándolo a él como salvoconducto. El destino no estuvo a favor de ella. Amar a un hombre que amaba más a su apellido que a ella fue su desgracia. 32


Joshep comenzó a ponerle pruebas todo el tiempo a Adelaida sin que ella lo supiera, comenzó a creer que si ella no hacía lo que él consideraba lo correcto, entonces todo aquello era cierto, ella no lo amaba, lo estaba usando, o simplemente no estaba a su altura. Cuando los padres de ambos fijaron fecha de matrimonio, la preocupación de Joshep no hizo más que empeorar. Aquel mal ser no dejaba de atormentarlo, de hablarle de la desgracia en que caería ante las demás familias respetables del país. "Sangre de cabaretera" le decía una y otra vez, hasta que Joshep decidió ponerla a prueba. Aquel "amigo" le decía que no sería difícil hacer surgir la sangre de cabaretera que llevaba Adelaida en sus venas, lo instó a que lo comprobara y Joshep decidió demostrarle que se equivocaba, "Adelaida es una dama" trató de defenderla aunque la duda ya había hecho una oscura madriguera en su corazón. Hubo una gran reunión en la fantástica casa de los Villafranca, entre otras cosas celebraban la cercanas nupcias de su unigénito. Fue una fiesta de gala, donde cada quién y cada cual hizo alarde de sus mejores modas. Para una ocasión como esa Adelaida había reservado con ansiedad su vestido verde, de cintas rosadas, de acampanada falda, que la hacía ver como a una princesa. Llenó su cabello de largos y brillantes bucles, y su aniñado rostro se aniñó aun más. Su cabello rojizo lucía hermoso, resaltado por el color verde de su vestido. Se miró en su espejo de cuerpo entero. ¡Hermosa! para un hombre hermoso, dijo para sí misma en la intimidad de su habitación. Palabras de la inocencia. Durante toda la velada Joshep parecía inquieto, a ella le parecía que estaba más atento que de costumbre, se sentía muy observada por él. Adelaida le halagaba todo aquello, en especial en ese día: Joshep estaría contento porque pronto estarían juntos, para siempre, unidos con la bendición de Dios, pensó. Cuando sus padres decidieron que era hora de retirarse buscaron a Adelaida y la encontraron con Joshep conversando con un grupo de conocidos.

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- Luisa Adelaida - la llamó Gregorio, su padre -. Es hora de irnos a casa. - ¿Ahora? - Adelaida no quería irse, era su mejor noche y Joshep estaba portándose como nunca con ella - Quisiera quedarme un poco más. - Señor Gregorio, si me lo permite, yo puedo llevarla más tarde a casa personalmente en mi auto - dijo caballerosamente Joshep. El padre de Adelaida pareció dudarlo un poco, pero era el hijo de los Villafranca Andueza, prometido de su hija. Un joven de tan respetable familia. - Está bien - bufó Gregorio, en fin le costaba aun hacerse de la idea de que su niña ya era una mujer y que pronto ya no estaría bajo su protección... la verdad que esa noche ya no lo estaba -. Pero a las nueve ya debe estar en casa. Es una señorita y es lo más tarde que puede estar fuera de casa. Después que se casen tendrán todo el tiempo para estar juntos. - Gracias, así lo haré. A las nueve sin falta - se sonrieron ambos, se despidieron entre todos y Betania y Gregorio se alejaron dejándolos con los demás comensales. - Adelaida - después de un pensativo silencio, Joshep la tomó de las manos y la separó del grupo de personas con la que estaban. - Dime amor - lo besaba con los ojos, lo besaba con sus palabras. Lo amaba tanto, y nunca tanto como esa noche. La última. - Me gustaría que nos fuéramos de aquí, de la vista de todos Adelaida no le respondió en el momento, ¿irnos a solas? pensó, le pareció romántico. Así es la inocencia. 34


- Quiero poder tener un momento para estar a solas contigo Joshep le sonrió, inescrutó sus ojos, la estudió, la midió, la diseccionó. Y siguió la duda en él junto al rechazo de esa misma duda. Ella era una dama. Digna de él, de un Villafranca. Su amigo se equivocaba, él lo demostraría esa noche. - Está bien - le respondió la sonrisa con sus mejillas pecosas sonrojadas. Sus bucles no dejaban ver lo coloradas que estaban sus orejas. Pero no hacía falta, en ella todo era un rubor, una evidencia de que su corazón sonaba su timbal contento, en la orquesta de su alegría. Joshep le tomó la mano y la guió hasta el otro lado de la gran casa, traspasaron una pequeña verja llena de enredaderas floreadas y llegaron hasta un hermoso jardín donde había poca luz, lejos de la algarabía de los invitados y de la mirada de cualquiera. Aquel recorrido le pareció una aventura, algo atrevido, algo solo de ellos dos. Al estar en aquel lugar, Joshep se detuvo en silencio un momento mirando hacia un rosal cercano, sus ojos parecían buscar algo. Adelaida se le acercó y trató de mirar en la misma dirección, pero él no la dejó. - ¿Me amas? ¿Cuánto? - se volteó hacia ella tomando sus manos nuevamente. Para ella esa pregunta era tan fácil de responder, y no tenía motivos para cuestionarla. Le encantaba decírselo: - Te amo con toda mi alma, con todo mí ser - le respondió ella con estrellas en los ojos, con rostro cándido, con voz de vendaval. Pero Joshep no estaba midiendo su amor, estaba juzgando sus actos, su dignidad, desde una distancia muy lejana a la de su corazón. - ¿Por qué me amas? - le preguntó sin dejar de mirarla a los ojos. La pregunta le sonó a ella extraña ¿Por qué se ama? ¿Por qué lo amo? ¿Acaso no solo importa que lo amo? ¿Importa el por qué?

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- No sé... - le tomó sus manos y se arropó las mejillas con ellas - Te amo tan solo porque te amo. No era una respuesta para Joshep, aunque para Adelaida lo era. Lo que él quería saber no era la calidad del amor que ella sentía, sino la calidad de dama que ella era. Aunque sus palabras parecían las de un enamorado, eran realmente las de un juez y las respuestas de ella, eran de una enamorada, sin saber que era víctima de sus propias palabras, de su inocencia. - Ven - Joshep la tomó de la mano y caminó con ella hasta un pequeño chalet que había en el jardín, cubierto por las enredaderas floreadas que había visto a lo largo del lugar, cerca del rosal. Al estar frente a la entrada, Adelaida pudo ver que en el suelo había una especie de colcha dispuesta para recostarse. Casi que se detuvo en seco y Joshep lo notó. Por dentro se contentó. Así es mi dama, tú no entrarías ahí, una dama como tú cuida su integridad de mujer, de señorita, pensó él. Dentro del corazón de Adelaida había agitación. ¿Qué es esto? No sabía que pensar. ¿Joshep en verdad quería que ella se recostara con él sobre esa colcha en el suelo del chalet? ¿Esas cosas podían hacerlas los comprometidos antes del matrimonio? ¡Joshep jamás me haría daño! ¡Nunca!, pensó ella. - Ven, entremos - tiró suavemente de la mano de Adelaida. Su voz sonó amorosa. Adelaida dio un pasó confusa. ¡Esto no está bien! le gritaba una parte de su ser, pero otra, que gritaba más alto, le decía que Joshep la amaba, y que no la lastimaría. Dio otro paso. Joshep sentenció cada uno. Adelaida sintió que las manos le comenzaron a transpirar. ¿Qué hago? se preguntó nerviosa, ¿Qué hago? - ¿Harías cualquier cosa por mi? ¿Por estar a mi lado? - habló de nuevo el juez pasando a otro nivel de la prueba. ¡Lo que fuera! pensó Adelaida, confundiendo acusaciones con amores. 36


- Por estar siempre contigo, lo que fuera - le respondió aunque parecía un poco asustada. Podría hacer cualquier cosa, aunque no estaba lista para algunas. Lo que fuera, pensó Joshep, por tener mi apellido harías lo que fuera. En especial ser digna de mi linaje, como lo han sido todas las esposas de los Villafranca, no hacerme caer en vergüenza, no ser la pena de la familia. Sé que eres una dama Adelaida, se dijo a sí mismo en sus pensamientos, olvidando con frialdad que ella era simplemente una mujer enamorada. - Demuéstrame cuanto me amas -le dijo, pero realmente quiso decir, "demuéstrales" quién eres. La acercó hasta la entrada del chalet y por un fugaz momento sintió compasión y amor por la nerviosa muchacha que tenía en frente. Pero tenía que demostrar que se equivocaban. - Quítate los zapatos y entra - le pidió Joshep, atento a lo que le respondería. Adelaida lo miró con los ojos abiertos llenos de sorpresa. ¿Descalzarse? ¿En aquel jardín? Una dama nunca debe estar al nivel del suelo. Una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a sí misma. Una dama siempre debe cubrirse los pies... pero se lo pedía el hombre que más amaba, se lo pedía aquel hombre que sabía quién era ella, que sabía que era una dama con o sin zapatillas, se lo pedía su futuro esposo, se dijo a sí misma. Su respiración comenzó a ser más rápida, su corazón latía con fuerza. ¡No está bien! ¡No lo hagas! seguía advirtiéndole esa parte de su corazón que no la abandonaba, pero ella escuchó la voz de sus pensamientos "Joshep sabe quién soy". Se inclinó, levantó levemente su vestido y se desnudó los pies, sobre la caminería de piedra que daba con la entrada del chalet. El corazón de Joshep dio un brinco amargo cuando ella se enderezó con sus dos zapatillas en las manos. No quería aceptar lo que estaba viendo. Una dama no lo 37


hubiera hecho Adelaida, pensó. Aun en el fondo de sí mismo batalló, se negó a aceptar que Adelaida no era una dama en todo proceder, que por encima de cualquier cosa podía rectificar a tiempo. Se iluminó con la esperanza de que ella detuviera todo aquello y le reclamara el respeto que una dama se merece. - Entra Adelaida y siéntate sobre la colcha - esta vez sonó en su boca cada palabra como una fría orden, pero ella no lo pudo notar. Tenía sus propias voces gritando en su cabeza. Caminó hasta dentro y se quedó de pie mirando donde sentarse. No sabía qué hacer, no sabía que pasaría luego, se giró hacia Joshep, deseaba que él ya no quisiera seguir con aquello, no estaba lista, no se sentía segura, había comenzado a sentir miedo. Lo miró, lo miró con ojos de auxilio, lo miró deseando que él mismo la rescatara de la misma trampa en la que no sabía que él la había metido. Extendió su pequeña mano hacía a él rogándole con la mirada ¡Sácame de aquí!, pero el juez interpretó aquello, como una invitación a seguir. No debiste Adelaida pedirme que entrara ¡Acaso no eres una dama!, gritó él dentro de sí. Le tomó la mano y entró. El corazón de Adelaida se agitó lleno de temor, el de Joshep se enfrió como una roca. La tomó de las dos manos y la hizo sentarse, ella se dejó guiar como a una niña. La actitud de Joshep cambió, su rostro mostró un notorio sentimiento de molestia. Adelaida tuvo miedo de hacer las cosas mal, mientras que en el otro extremo de sí, deseaba salir corriendo. Sin mediar palabras Joshep se le acercó y la besó. Te quitaré el disfraz de señorita respetable, dijo en sus pensamientos. Su "amigo" y todos sus rumores habían ganado. Adelaida en un primer momento se puso rígida, batalló un poco con las manos de él, pero eran sus labios, era su Joshep quién la besaba y se rindió poco a poco, sin saber que aquel beso era veneno, era un puñal. Lo amó, en ese besó lo amó más que nada en el mundo, antes de ese momento no había amado tanto. Joshep hizo el movimiento evidente de querer comenzar a quitarle el vestido, mas ella no lo notó, su alma entera estaba en aquel beso, pero al sentir que él le bajaba el vestido por los hombros reaccionó. 38


- Joshep - le dijo tratando de apartarlo. El volvió a besarla mientras seguía sacándole el vestido como la corteza de una fruta que aun no estaba madura para comerse. Ella no sabía qué hacer, no sabía contra que luchar, si contra ella misma, contra sus paradigmas, o contra el hombre que amaba. - ¡Joshep! - casi le rogó, en mitad de lucha, en mitad de entrega. No te defiendes, esto es lo que quieres, pensaba el decepcionado juez de Adelaida. - Demuéstrame quien eres - le espetó al fin Joshep a la joven confundida y asustada. ¿Quién soy? pensó ella, soy la mujer que te ama, soy la mujer que haría cualquier cosa por amarte, soy la mujer que te pertenece - Dime qué haces aquí, que quieres de mi. No, no eran palabras de amor, pero Adelaida creía ciegamente que sí lo eran, que él la amaba, y la amaría siempre. ¿Qué hacía ahí? ¿Qué quería de él? - Joshep, estoy aquí porque te amo, lo que quiero de ti es que estés siempre conmigo. Quiero tu amor. Te amo Joshep, te amo con toda mi alma - le respondió con los ojos humedecidos de lágrimas. - Demuéstramelo - le exigió él, acercándola de nuevo a su cuerpo, pero no explicó su exigencia, lo que él quería era que ella lo detuviera por completo, que se pusiera de pie y se calzara de nuevo, cómo una dama de sociedad debe hacer, demostrar no que la amaba, sino que era una dama digna de llevar su apellido. Pero Adelaida estaba en brazos del hombre que amaba, por él que era capaz de hacer cualquier cosa por demostrarle cuán grande era su amor, estaba en brazos de aquel que le pedía muestras de lo que ella era capaz por él; el que le pedía una prueba de amor incuestionable. Qué mejor prueba de amor que ella misma, qué mejor prueba de amor que entregarse entera, qué mejor forma de 39


decirle que ella le pertenecía totalmente a él, sin importar nada en el mundo, ni normas, ni lugares, ni élites. Sólo ellos dos. Ella tímidamente le ofreció sus labios en un beso, y él la besó sin alma. Ella no lo notó, pues sentía tanto amor como para impregnar todo el lugar. El comenzó a quitarle el vestido y ella se abandonó en sus manos, en las que confiaba, las que nunca le harían daño. El comenzó hacer lo mismo con sus propias ropas y al deshacerse de ellas, recostó a la temblorosa Adelaida sobre la colcha y sintió desprecio al mirarla. La frágil inocencia de Adelaida quedó en manos de Joshep, quien no le importó el amor, quien no supo de delicadezas. Le eran indiferentes las lágrimas de ella, su dolor físico, su entrega. "Sangre de cabaretera" sonaba en su cabeza, mientras Adelaida le deba toda su pureza, con miedo pero con todo su abandono. Ella se abandonó en él, y él, la dejó abandonada. Ella no dejaba de temblar, los nervios, las sensaciones, el dolor, el amor, todo aquello era de ella, le pertenecían, y ella lo daba como ofrenda a Joshep. Amada con odio, amando al que la odiaba. Así hirieron de muerte su inocencia... pero aun no lo sabía. Sin embargo una parte de ella estaba sufriendo, Joshep no estaba siendo delicado, estaba molesto, era otro, era un intruso en su cuerpo. Cuando Joshep se cansó de ella se apartó de su lado y se sentó lleno de ira y decepción, buscando vestirse de nuevo. Adelaida se sentó también, le temblaban las manos, le temblaba la barbilla, le temblaban las piernas. Sentía ganas de llorar y una vez más como un minuto antes, las lágrimas se le escapaban solas de los ojos. Su vista quedó nublada. Se cubrió con su vestido verde como si fuera una cobija ocultando su desnudez. Había estado con el hombre que amaba más que a su vida, pero se sentía vacía, algo le faltaba, algo le había sido quitado en ese momento, no sabía qué. Trató de buscar a Joshep, sus brazos, su apoyo, su amor. Pero este le sacudió la mano del hombro. Eso la asustó. 40


- Joshep - le llamó empequeñecida y temerosa. Trató de tocarlo de nuevo. Joshep se puso de pie evitando que ella lo alcanzara. Su rostro era el de otra persona, estaba lleno de rabia, de soberbia, de nada parecido a amor. - Entonces era cierto - dijo al fin Joshep, con denotado desprecio hacia ella. Adelaida sentía que su alma se comenzaba a desgarrar. Algo estaba mal. - ¿Joshep que sucede? - la voz de Adelaida se aniñó, como toda mujer que queda desprotegida, con el alma desnuda. Joshep miró fijamente aquel rosal que en principio había robado su atención tan misteriosamente. El rosal se movió y de él salieron dos jóvenes. - Al final ha sido cierto - dijo él dirigiéndose a ellos. Adelaida, apenas cubierta por el vestido se le disparó el corazón como el de una pequeña avecilla herida entre las fauces de un gato hambriento. Su alma jamás había expresado tanto dolor y tanto terror juntos. No se atrevía a hablar como si eso la hiciera invisible. Les rogó a Dios y a su ángel de la guarda que no la dejaran sola, por lo menos no por más tiempo. Joshep se volteó hacia ella y la miró como a una extraña. - Y yo no quería creerlo. De todas las mujeres que me pude haber fijado... ¿Cómo no me di cuenta de la clase de mujer que eras? - le esputó con desprecio. Ella comenzaba a llorar dolorosamente, comenzó a sentir que toda aquella voz interna que le hablaba de amor se había ido, y solo quedaba con ella, esa, la que nunca la dejó sola, la que siempre le gritó que no lo hiciera. Lo he estropeado todo, pensó por un segundo, lo he arruinado todo. - Como un imbécil le decía a todos que no creía que fueras una mujer regalada, una farsa, que quería engatusarme para poder casarse conmigo - ¿Regalada? Sabía que se había entregado, pero 41


no como un obsequio, como algo fácil de dar, sino como algo que se arranca del propio cuerpo y se da al otro como sacrificio, de fe y de amor. Pero en algo le daba la razón, no se comportó como una dama. ¿Qué dirían todos de ella? ¿Qué diría su mamá, que tanto le vivía recordando el sano proceder de una dama? Se merecía el repudio de Joshep. - El señor León tenía razón - comentó uno de los jóvenes que estaban aun frente al rosal. - Sangre de cabaretera - dijo otro, con una actitud llena de sorna y desprecio hacia ella. - ¡Mira como me has dejado ante todos! - le gritó Joshep, primera vez en la vida que lo hacía, lo que fue una estocada para el corazón de Adelaida -. Aposté porque te comportarías como toda una dama, que todos se equivocaban, hasta fui capaz de decirle a mis amigos que se escondieran entre los arbustos para que vieran lo dama que eras, para que vieran personalmente lo respetable que eras. ¡Qué imbécil he sido! No eres digna de llevar el apellido de los Villafranca. ¡No eres una dama! - A ella no le importará entonces que entre yo también al chalet dijo el segundo de los jóvenes que habló. Adelaida se quedó sin respiración. - Joshep - apenas la voz le salió. Él la escuchó y guardó silencio un momento, volteó a mirarla, y la observó sentada en el suelo del chalet, apenas cubierta con su vestido y con la cara hinchada de llanto, sintió una lejana compasión por ella. Detuvo, sosteniendo con fuerza por el brazo, al joven que iba decidido a entrar directo hacia al chalet y le interpeló: - No vale la pena - se miraron fijamente. Aquel amigo suyo se sacudió de su mano y caminó de regreso junto al otro "testigo" de 42


toda aquella nefasta prueba preparada por Joshep -. Ella no está a nuestra altura. A Adelaida aquellas palabras la mataron en vida, no hubo diferencia entre esas palabras y de lo que hubiera sucedido si Joshep no hubiera detenido a su amigo. La terminó de convertir en nada, en poca cosa. No estaba a la altura de ser amada por el hombre que aun sentía amar, al que comenzaba darle la razón de su desprecio. Ella desobedeció toda norma, ella dejó de ser una dama y eso debía imperar siempre. Se dijo así misma que no ser una dama era una tragedia, que era muy doloroso ser señalada, ser reducida, ser condenada a menos. - Vamos - le ordenó Joshep a sus compañeros. Volteándose hacia Adelaida le dijo: - Cuando regrese es mejor que no estés aquí, porque la próxima vez no detendré a nadie. Vete y no te quiero ver más, nunca más - le dio la espalda y comenzó a alejarse junto a los otros dos. Luisa Adelaida, había dejado de llorar. El dolor ya no era necesario demostrarlo a través de sus lágrimas, toda su humanidad era una alegoría triste de la peor tristeza. Sostuvo con sus manos temblorosas el vestido, el que hace solo unos 20 minutos atrás la hacía una dama, como pudo se deslizó en él, tratando de no desmayarse. Sentía que la cabeza le daba vueltas. Se calzó las zapatillas, otro símbolo de su inocencia destruida, otro recordatorio de cuando era la señorita respetable. Salió del chalet con dificultad, las piernas le fallaban, se le hacía difícil dar tres pasos seguidos con seguridad, le dolía el vientre, y sentía vacío el pecho como si el corazón se le hubiera evaporado. Miró el largo trayecto que la alejaba de la salida más cercana del jardín de aquella casa, donde el amor y la tristeza siempre estuvieron esperando por ella, para jugar a su antojo con su fragilidad. Cuando por fin logró estar en la calle, le pareció oscura, demasiado sola, demasiado triste. Se alejó 43


de la reja por donde había salido, y avanzó poco a poco. Sintió náuseas. Cruzó una calle, rumbo a la esquina que debía cruzar para llegar hasta su casa. Al llegar hasta ahí, el mundo le dio vueltas. ¡Esto no es real! se decía, ¡Esto es una pesadilla! Comenzaba a volver en sí, comenzaba a sentir el latir de un corazón roto, fracturado, casi irreparable. Se sostuvo de la reja de la gran casa de sus vecinos, la que le sirvió para no irse de bruces contra el suelo. La calle estaba demasiado sola, como si el mundo le hubiera dado la espalda, como si todo el mundo se hubiera ido tras de Joshep dejándola abandonada en la fría noche. Cuando por fin logró cruzar el umbral hacia el jardín de su casa, cuando vio a escasos metros la entrada a su hogar, dejó de luchar, se dejó ir, la cabeza le dio vueltas y cayó, lentamente como cae un gran árbol, y cayó bocabajo sobre la caminería del jardín. A las nueve de la noche, cuando Gregorio salía a esperarla afuera la consiguió desmayada, corrió, la sostuvo en brazos y la llevó adentro. La puerta se cerró tras de él y llamó por teléfono a los Villafranca... pero nadie sabía nada. Todavía no.

Raquel la abrazaba con amor, con calidez. Deseaba haber podido estar ahí para protegerla, para derribar de su camino todos aquellos que se acercaron a lastimarla. Se sentía culpable indirectamente con la suerte de Adelaida. Su pasado parecía que nunca la dejaría de perseguir, que nunca la dejaría de lastimar, a ella y los que amaba. - Oh mi niña. Mi querida niña - le mimó, haciendo sentir a Adelaida acunada, segura, protegida sin tener que usar corazas - Eres mucho más dama de lo que imaginas. Y ese... Joshep... no te mereció nunca. - Tía lo defraudé - murmuró la joven pecosa. - ¿Cómo que lo defraudaste? Por el amor de Dios Adelaida - la dama de damas se dio cuenta que su sobrina necesitaría aprender a vivir de 44


nuevo. A mirar en la dirección correcta, cómo le había tocado a ella en el lejano pasado. La lección del destino volvía a repetirse para ella. - Adelaida. Se sincera conmigo - la tía abuela la tomó del rostro ¿Aun quieres a Joshep? La muchacha pecosa, se recostó sobre el pecho de Raquel una vez más. Revisó su alma, miró en sus heridas, buscó en su dolor. Y mirara donde mirara, siempre veía lo mismo, oculto aquí y oculto allá dentro de ella. Guardó silencio. No dijo nada. No lo quería decir. Le dolía decirlo. Le dolía aceptarlo. Pero el silencio puede ser a veces más claro que las palabras, pues no genera excusas, se responde a sí mismo. De esa manera Raquel lo supo y no se lo preguntó más. No quería lastimar esa herida en Adelaida, esa razón de su desdicha.

Adelaida lo amaba.

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Capítulo 10 Raquel estaba inquieta. Iba de un lado a otro, murmuraba cosas, hablaba sola. De un momento a otro se detenía absorta en alguna reflexión para el minuto siguiente seguir dando vueltas como una leona metida en una jaula. No podía evitar tener sentimientos encontrados; rabia, tristeza... culpa. Por más que se alejara en el tiempo, su lejano pasado no parecía tan lejano. Le bastaba dar un par de zancadas para alcanzarla en el momento menos inesperado. Pobre niña, pensaba sobre Adelaida, tanto sufrimiento sin merecerlo. No como ella, que a la misma edad de Adelaida ya había errado el camino y se había lastimado de todas las formas posibles, se había manchado, se había olvidado de sí misma. Y sus pecados parecían haberla perseguido a lo largo de los años, hasta alcanzar de forma insospechada a su sobrina, la que ni conocía, la que quedó vulnerable ante un pecado que no era de ella y como ironía, o como castigo, o como justicia, el destino se la traía precisamente hasta Bardolín para que la sanara, o para que no olvidara nunca su mancha. - ¡Guillermo! ¿Por qué no estás aquí en este momento? - dijo al aire, como si aquel amado estuviese escondido detrás del éter. ¡Cómo lo necesitaba en ese momento! Fue él quien la miró más allá de su deshonra y miró su alma, ese lugar de ella que nadie había mirado, que nadie se había interesado alcanzar aunque la hubiesen tocado mil veces. Él fue quién la paró frente al espejo para que se amara a sí misma. Ese hombre que el único amor que le pedía era que ella se amara, que lograra ser feliz, y que luego le permitiera compartir esa alegría a su lado. Guillermo tendría las justas palabras para aliviar el dolor de Adelaida, se le ocurriría alguna fábula tonta solo para hacerla sonreír, distraerla de su dolor y hacerla mirar hacia su propia belleza, hacía su propia dignidad. Ella no tenía ese don, ella le tocaba ser más frontal, más dura, más áspera, pues la vida le curtió 46


el espíritu, la entrenó para mantenerse de pie mientras el mundo la señalaba, la reducía, la repudiaba... Sí, Adelaida era una tonta fierecilla comparada con la Raquel de los años mozos. Si su sobrina había levantado corazas, ella había construido fortalezas en torno de sí y no dudó en disparar su artillería contra todos aquellos que quisieron ser jueces de su felicidad. La dama de damas. Llegó a ser más respetada, que las más respetable de todas las damas de la ciudad. Logró ser impecable, incuestionable, soberbia, intrastocable. Una mujer de acero, temida o respetada, no le importaba la diferencia, pero el mundo tendría que reconocer a Raquel Lamuza como a una dama, y no como a una dama cualquiera, sino como a una que se lo ganó a pulso. Con la misma inimaginable fuerza, la que hace de un simple carbón mineral un magnífico diamante. Pero terminó descubriéndose engañada por ella misma, se convirtió en algo peor de lo que era, no le perdonó a nadie que la señalaran, odió a cambio de tener paz... si no hubiera sido por Guillermo... si no hubiera sido por él, ella no hubiera tenido nunca una referencia de lo que era amor verdadero. Él, con su bondad le hizo descubrir por sí sola que era una simple oruga... no un diamante... una simple oruga devorando su propio rosal. Él vio en ella una pureza que ya no sentía en sí misma, en la que ya no creía. Fue el único que no cuestionó su pasado, es que Guillermo tenía un alma luminosa, y le enseñó a ella a encontrar su propia luz. Un alma luminosa siempre lo resuelve todo. Se llevó las manos al pecho abrazando nada, abrazando el vacío pero con fuerza. Lloró. Lamentó no tener un alma luminosa, el destino se lo recordaba. Por primera vez se sintió anciana, débil. ¿Nunca me perdonarás Dios Padre? Habló en su alma mirando hacía el techo como si fuera el cielo, como si Dios la mirara desde el cenit. Se sentó frente a su mesa redonda, se recostó en ella sobre sus brazos cruzados y trató de mirar a Guillermo en sus pensamientos, trató de oírlo de nuevo, de aprender de él una vez más. ¿Qué harías tú Guillermo si estuvieses aquí? Pero no lo alcanzó, la culpa que sentía 47


alejaba tantas cosas positivas lejos de su corazón. Levantó la mirada y miró a Jazmín, con su cara medio sonreída, con su gesto de "me importa un rábano". Caminó hasta ella y la tomó en brazos. - Oh... te pareces a Adelaida - logró sonreír dentro de su pena, dándose cuenta que su muñeca pelirroja, con un rostro lleno de pecas por todas partes, sobre todo en las mejillas. Ojos negros. Blanca, tenía un parecido gracioso con Adelaida... y con Jazmín... se le hizo obvio de pronto que se le pareciera. Y otro dolor le dio nueva estocada en la misma herida antigua. Jazmín. Se sentó una vez más frente a su mesa amada con la muñeca en manos. Cuantas horas, años realmente había visto ese pequeño rostro de porcelana imaginando lo inimaginable. Sostuvo un penacho del cabello de Jazmín... era su cabello... lo acarició cómo si fuera la primera vez, cómo sí Jazmín fuera realmente Jazmín. Pero no lo era, lloró en silencio. ¿Nunca dejaría de doler? Ni Guillermo ni Jazmín... estaba sola... sola en el mundo... muy poco duró la compañía en su vida, aunque el amor se le quedó en el cuerpo permitiéndole vivir tantos años... sin ellos... - Jazmín... - sollozó a la muñeca - ¿Por qué te fuiste y me dejaste sola? La muñeca le respondió lo único que podía expresarle: "Me importa un rábano" - ¿Por qué Dios me castiga aún? - abrazó a la pequeña niña de porcelana y tela. La verdad que lo que abrazaba era un recuerdo, uno muy en particular. E hizo lo único que sabía hacer para recuperar su equilibrio, su paz. Se descalzó y se soltó el cabello y caminó hasta el jardín central de la casa y se paró sobre el césped. Cerró los ojos. Y se convirtió en su propio recuerdo. Una vez más ella era Jazmín, caminó hasta el arbusto de cayenas y escogió las flores más grandes. Una vez más recogió su cabello con ellas, respiró profundo y 48


sonrió... y bailó, danzó, se movió en un vals silencioso y de pronto, como si necesitara de ello como la bocanada de aire que trata de atrapar un desdichado que se ahoga, comenzó a cantar el soneto de Guillermo: - "Mi corazón es de satén y sabes quién soy... Soy tan pequeña que no me ves... y tan grande para saber donde estoy... Tú llevas cayenas en el pelo... Yo estoy descalza sobre la grama... Estos jardines son tuyos enteros... como yo, el que tanto te ama..." Lo cantó varias veces, danzó y rió. Hasta que su alma pareció centrarse en su eje por fin. Donde la Raquel de acero, se sostenía como un bordón para erguirse de pie, para fortalecerse, para vivir un poco más. Quizá era demencia, quizá era justicia, pero Raquel sentía que en esos momentos le permitía a Jazmín volver y bailar con su cuerpo, peinarse con sus plateados cabellos, de sentir la hierba fría en la noche, con sus cansados pies. Cómo si le cediera en compensación minutos de su propia vida. Sólo los ángeles saben si Dios lo cumplía así. Lo cierto es que Raquel se vivificaba en ese rito típico de un loco. Seguía sintiendo culpa, pero su alma podía tolerarlo ahora un poco más, no podía engañarse, se sentía responsable por el triste pasaje de Adelaida, de cómo el amor en su momento más intenso, le supo solo a dolor. No era justo que a tan bella muchacha se le juzgara por un pecado que nunca cometió. Que la engañaran en nombre de un estúpido apellido y que fuera más importante que fuese una dama que una mujer verdadera dándose con amor. Su temple le hizo efervescencia en la sangre por fin y pudo reencontrarse con sus recuerdos sobre Guillermo pero con mayor sabiduría. Ya sé mi amado qué harías tú, pensó decidida, confiarías en mí, me dirías que quién mejor que yo para levantar a Adelaida de su destierro interno. Confiarías con pleno amor que yo puedo ayudar a Adelaida al mejor estilo de Raquel Lamuza, la dama de damas. Simplemente una mujer.

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Abrió la puerta de la habitación de su sobrina y entró casi punta en pie y la miró con compasión mientras la pecosa dormía. Un ángel que le han lastimado las alas, eso le parecía mientras la veía dormir. Pero mañana sería otro día, había un alma que sanar y ella haría todo lo que fuese necesario para que Adelaida recobrara el norte, la felicidad verdadera que se merecía. Así, ella no es que pagaría su deuda, sino por el contrario, que nunca más ni una sola Lamuza, ni Castelán, ni Buendía, volvería a ser humillada ni juzgada sin ponerse en balanza el verdadero peso de su corazón y de su alma. Un Villafranca Andueza, ni ningún otro valdrían más que un corazón puro, que una mujer pura que lo sobrepasó todo por el amor en el que creía. Raquel estaba dispuesta a convertir en Adelaida no en una mujer de acero, sino en una mujer feliz. Un alma feliz es intrastocable, ella lo sabía. Guillermo y ella fueron felices... Jazmín fue la más feliz.

Se retiró en silencio, sigilosamente y se dispuso irse a dormir que la noche ya no era tan joven. Y el amanecer tenía que ser eso, un amanecer; pero lleno de una nueva luz para Adelaida, un amanecer que traería un nuevo día para vivirlo al máximo, un día en el que el Sol de ahora en adelante saldría vivificante para Adelaida. Pero se equivocaba, y mucho...

el Sol brillaría para ella también.

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Capítulo 11 Amaneció. El sol una vez más con sus pinceles celestes llenó de matices las habitaciones de la jovial casa de Raquel. La brisa de marzo mecía las trinitarias y rosas del jardín en un vals donde los aromas silvestres entraban como bailarinas dando vueltas por todo el lugar. Las avecillas cantaban con sus gargantas de flauta serenatas mañaneras, donde parecían invocar a la alegría como una bendición sobre todo Bardolín. Un suave haz de luz, que entró sumiso entre las cortinas, besó la pálida frente llena de pecas de Adelaida, aquel tibio calor la sacó de su sueño con delicadeza cómo si el susurro de un amante la llamara. Entreabrió sus ojos, sin moverse en lo más mínimo, y miró el poderoso destello que titilaba desde la ventana entre las cortinas. Se incorporó con pesadez y se sentó entre las sábanas mirando hacia la ventana cubierta por gruesas cortinas que mantenían parte de la noche aun atrapada en aquel aposento. Nunca le había dado importancia a esa ventana, pero ese día la había despertado un beso del sol, ese día tenía necesidad de bañarse con luz. Se sentó al borde de la cama y puso sus pies desnudos sobre la pequeña alfombra al lado de sus pantuflas y por un momento pasó por su mente el deseo de ser libre, tener la libertad de no necesitar sus zapatillas. Una dama vale por sí misma, recordó lo que le había dicho la tía Raquel días atrás, aquella mañana en que conoció al señor Gerónimo. Se rodó hacia un lado apartándose de la alfombra y sus pantuflas. Posó con suavidad sus menudos pies sobre el frío piso, y se puso de pie. No pudo apartar el pensamiento de aquella noche frente al chalet, sus pies desnudos sobre la fría caminería de piedra que recorrió por amor. Sin embargo, a pesar de su corazón conmovido por sus memorias, no se dejó abatir.

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Cerró los ojos y suspiró hondo. Y así dio un paso en dirección a la ventana, un paso que no fue fácil, que le apuñalaba desde sus paradigmas, desde todo su pragmatismo. ¡Una dama no debe! le gritaba una voz interna. Una dama no debe, repitió en sus pensamientos. Pero ¿qué es una dama? se cuestionó en el segundo paso, que le dolió menos. ¿Una dama es lo que ven todos? dio el tercer paso. ¿O una dama es lo que es? Se detuvo. Miró sus pies, con cierto desdén, como si hubiera aprendido ese gesto de la Raquel descalza sobre el césped el día que llegó a Bardolín. - Heme aquí sobre este modesto suelo ¿Soy o no soy una dama? - se dijo a sí misma. Se rió a solas, le parecía que imitaba a su tía. Dio otro paso sonreída. - Sí, sí lo eres - dijo remedándose a propósito, recordando el día en que conoció a la dama de damas. - Lo que hace a una dama ser dama, no es estar descalza, es no decir mentiras - dijo en el siguiente paso tratando de imitar la voz de Raquel. Volvió a reírse con gracia de aquello. Y cómo si se hubiera olvidado que estaba con los pies desnudos caminó graciosamente hasta las cortinas que separó con decisión. Las sombras huyeron de la habitación como fantasmas espantados por el rostro de Dios. La luz del sol lo llenó todo. Adelaida tuvo que cerrar los ojos de pleno ante tan desbordante entrada del día y cuando por fin pudo aclarar la mirada, lamentó tanto no haber apartado esas cortinas antes. Tantos días que llevaba en Bardolín y se había privado de la vista que tenía hacia el jardín y la vereda principal. Aunque gran parte de la visibilidad se la quitaba el gran arbusto de trinitarias blancas que estaban justo en el rincón cerca del rosal de tía Raquel. Rosas rojas como hechas con sangre apasionada, como los labios de una mujer deseosa de besar la vida. Las avecillas revoloteaban entre las ramas y canturreaban en cada vuelo. Pero lo que más amó en ese momento fue el abrazo que la daba el sol junto 52


a las frescas caricias de la brisa. Su cabello se mecía rozándole las mejillas mientras su rostro dibujaba una expresión de paz, de satisfacción. Sonreía hermosamente. Cerró los ojos en un intento de grabar todas esas sensaciones consigo, llevárselas a flor de piel, para que no se le acabaran nunca. Pero de pronto escuchó una aparatosa caída frente a su ventana, del lado de afuera en la vereda. Algo metálico había dado sonoros tumbos por el suelo hasta detenerse detrás de las trinitarias. Adelaida saltó de la impresión por todo aquel sonido metálico que de improvisto la sacó de su ensoñación y con ojos tan abiertos como la ventana, trataba de ver entre el tupido cuerpo de las trinitarias que era lo que había sucedido. Escuchó como si alguien se paraba de prisa, pudo entrever que era un hombre, o un muchacho, que se subía a una bicicleta y que reanudaba velozmente su viaje como si quisiera huir del lugar y de la vergüenza de haber caído tan escandalosamente. Miró hacia el lado derecho hacía la entrada del jardín y vio a Raquel que se había acercado hasta la verja a ver que era todo aquel desastre. El gesto de su tía abuela la llenó de curiosidad, al verla allá afuera meneando la cabeza de un lado a otro murmurando cosas, mientras de seguro veía alejarse a aquella persona que se había estampado contra el suelo de la vereda frente a su ventana. Cómo acto reflejo Adelaida se puso sus pantuflas y salió rápido de la habitación en búsqueda de Raquel. - Se lo he dicho un montón de veces - decía para sí misma la anciana meneando la cabeza entrando a la casa -. Le he dicho que terminará matándose en el aparato ese. - Tía buenos días... ¿Qué fue lo que pasó? ¿Quién se cayó allá afuera? - preguntó Adelaida intrigada. - Ese muchacho... Buenos días mi niña... ¡Cuántas veces se lo he dicho! - Raquel no parecía salir de la impresión. - ¿De quién habla tía? 53


- ¡Santiago! Ese muchacho anda con un pie en un pedal y el otro en una nube - dijo la anciana como si perdiera la fe en aquel joven -. Es muy listo para todo, muy hábil, pero cuando se monta en esa bicicleta, con el más mínimo descuido termina enroscado en un árbol, o metido en la fuente de cabeza. - Ay tía, que dice - Adelaida se sonrió graciosamente. - Lo vieras mi niña montado en ese aparato, pareciera más que la bicicleta lo montara a él que él a la bicicleta -. la muchacha pecosa dejó oír su risa, iluminando su rostro con su sonrisa completamente. Raquel le sorprendió tanta luz en su sobrina, le alegró ver que se había levantado de tan buen talante. - En serio, Adelaida. Una vez en una pendiente que hay cerca de los jardines, todos los muchachos se estaban divirtiendo lanzándose con sus bicicletas, hasta que llegó Santiago - la anciana tenía una expresión llena de sátira en la cara, quería seguir provocando la risa en su sobrina. Amaba el sonido de la risa de Adelaida - Bueno podrás imaginarte que llegó primero Santiago abajo que la bicicleta que venía detrás de él dando vueltas. - Será torpe, tía - dijo Adelaida, rieron juntas. - No amor, torpe no es. Es muy inteligente, muy servicial. Si alguien necesita ayuda, ahí está Santiago - le respondió Raquel mientras se secaba las lágrimas risueñas de los ojos. - ¿Pero se habrá lastimado? - la muchacha pecosa imaginó que caer sobre las piedras de la vereda debía ser muy doloroso. - Eso sí tiene Santiago, la cabeza dura. - Usted no habla tan bien de él cómo de Fabián - observó Adelaida aun sonreída, pensando que Santiago era muy escurridizo también; 54


nunca lo había visto y siempre lo escuchaba mencionar en los sitios que había visitado en Bardolín. Ni en las pocas ocasiones en que había ido con Lili a conversar con Fabián frente a su casa había coincidido con él. - Fabián es un pícaro y Santiago es un ángel - parecía como si Raquel pudiera mirarlos a los dos uno al lado del otro de pie frente a ella -. Y hablando de Fabián ¿no te has reunido a hablar con él? Es muy buen conversador. - De vez en cuando he ido con Lili cuando ella lo visita. - ¿Lili lo visita? - la anciana arqueó las cejas por lo alto. - Sí. Le muestra sus mariposas. - Mira que inteligente esa niña - Raquel pareció meditativa por un segundo.- Tan tímida y nunca pensé que diera por fin el paso. - ¿Qué diera el paso? - preguntó la joven llena de curiosidad. - A ella se le nota por los poros que gusta de Fabián. Pero él es tan espontáneo y ella tan introvertida que pareciera que están lejos de entenderse. - Usted se sorprendería si los viera hablar entonces - Adelaida sonó algo triste. Cómo nostálgica.- Ella no deja de hablar. Y él, la escucha con mucha atención. No le pierde ni una palabra. - Entonces ¿Fabián...? - su tía abuela le dejó la pregunta obvia en el aire. - Sí tía. Fabián se le nota que le gusta Lili.

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- ¿Pero no se lo ha dicho? - preguntó con un gesto gracioso la dama de damas. - No. Pareciera como si temiera asustarla. - Típico, el amor hace tímido al hombre y espontánea a la mujer - rió Raquel.- Si lo tiene fácil. En Bardolín un hombre se le declara a una mujer dándole una serenata. Él debe traerle rosas y ella darle cerezas. Y cómo ya estamos cerca de la primavera, ya viene la temporada de cerezas y los cerezos de los jardines estarán a más no poder. - ¿Hay cerezas en los jardines? - dijo Adelaida con cierto despabilamiento. - Sí, hay cerezos. Muchos - sonrió la anciana. Sus amados cerezos que a través de los años fueron los testigos de su amor y de tantos otros amores en Bardolín. - ¡Amo las cerezas! - exclamó la muchacha pecosa entrelazando las manos -. Las comería hasta reventar. - Bueno, esperemos que no dejes sin cerezas a las muchachas del pueblo, que las dejarás solteras - le respondió su tía abuela. - ¿Solteras? ¿Qué tienen que ver las cerezas con que se queden solteras? - dijo Adelaida, mientras en el fondo no le gustaba la idea de tener que dejar de comer alguna cereza para que alguna bardolideña pudiese casarse. Cómo si eso tuviese sentido. - Cuando el pretendiente le trae la serenata a su pretendida, le trae rosas y ellas las recibe, y dependiendo de cómo ella lo quiera le dará una, dos o tres cerezas. Tres cerezas es ¡acepto tu amor! - Raquel parecía muy emocionada recordando todas esas costumbres de Bardolín. 56


- Es raro tía... - Adelaida torció la cara - ¿No es mejor decirlo de frente y listo? - A veces las palabras no son tan precisas como estás cosas Adelaida. De verdad que tienen su encanto y su misterio. Podrás ver que en los hogares más duraderos, en los jardines tienen cerezos. Son las tres cerezas que las mujeres han dado a sus hombres y las han sembrado juntos en sus jardines. Son los matrimonios que más han durado, será que el amor es cómo una semilla de cerezo que hay que regar y cuidar mucho para que crezca. - ¿Y si la mujer quiere decirle que sí pero no tiene cerezas? - dijo Adelaida mirando al techo pero sin verlo, pareciéndole todo aquello muy inútil. - Entonces no sale, no responde a la serenata y al día siguiente ella lo busca a él y lo lleva a los jardines hasta los cerezos y ahí le da las cerezas. - ¿Y si los cerezos no tienen cerezas? - Adelaida ¿y si mejor les cae un rayo? - Tía, sólo pregunto porque me parece tonto que no puedan decírselo personalmente. Que tengan que darse tres cerezas. Pensé que me iba a decir que si no había cerezas se daban otra fruta - respondió la pecosa sonreída por la respuesta de la anciana. Raquel la miró en silencio y sonrió con malicia, y caminando hacia la cocina le advirtió: - Ruégale a Dios que no suene una serenata en tu ventana un día de estos. Ruégale que haya cerezas en casa. 57


- Por favor tía ¿Quién me va a dar serenatas a mí aquí? - le cuestionó mientras comenzaba a seguirle los pasos. - Medio Bardolín, Luisa Adelaida - le respondió mirándola por el rabillo del ojo -. Todos los muchachos de Bardolín viven comentando de la "bonita y refinada sobrina de Doña Raquel". Adelaida no respondió nada. No podía negar eso, todo el pueblo parecía conocerla y ella no conocer a nadie. Metió el entrecejo con la idea. ¿Una serenata para mí? pensó, ¿quién se le iba ocurrir llevarle una serenata a ella, si el más popular chico del pueblo no se atrevía llevársela a su enamorada? - Les echo agua - terminó murmurando al final. - ¿Mmm? - se volteó Raquel hacia ella. - Les echo agua - la pecosa volvió a repetir. Raquel soltó una carcajada, mientras se detenía a mirar la expresión que tenía en la cara Adelaida. - Lo único que detiene a un muchacho enamorado en Bardolín son las cerezas. - Eso es porque no han conocido a Luisa Adelaida Castelán Buendía - dijo la pecosa cruzando los brazos. - ¿A la que muere por las cerezas? Mucha suerte mi niña. - Deje que me conozcan para que vean - retó Adelaida a toda aquella idea tradicionalista de Bardolín. Podían venir todos los bardolideños con todas sus serenatas y dejar al pueblo sin rosas, pero ella a la única persona que le daría cerezas sería a ella misma. Raquel se le acercó y la miró con cariño y le puso en las manos un pequeño plato con tres cerezas en almíbar y le musitó: 58


- Deja que conozcas el amor para que veas. Adelaida sonrió tristemente mirando a los ojos cándidos de su tía abuela. ¿Acaso no había conocido ya el amor, el que entregó más allá de cualquier cereza de ritual? ¿Aquello no era amor? ¿Entonces qué era lo que le había dado Joshep, o lo que le entregaba ella? ¿Qué fue lo que le dio ella acaso? ¿No fue su amor, o solo le había entregado su virginidad, en una hora vacía, llena de nada? Ella lo amó más que nunca esa noche, en aquel jardín. Por eso fue tan lejos, tanto que dejó de ser una dama porque serlo en ese momento no le permitía entregarse al hombre que amaba, y así, con dolor, con temor, con lo que ella sentía como amor se abandonó en él. Pero... ¿por qué el amor tuvo que dolerle tanto? ¿Ser el principio de su propio fin? ¿Por qué cuando más amó fue odiada por el mismo que más amaba? ¿Conozco el amor? se preguntó, y ante el silencio de su alma, se entristeció mucho más. Raquel percibió el hundimiento interno de Adelaida, y sin dudarlo la abrazó con mucho cariño, en un gesto tan maternal que casi alivió en el acto toda la pena que sentía la pecosa. - Vamos, no te me pongas triste de nuevo. Si quieres le mando a decir a Santiago que venga para que te de un paseo en bicicleta -. dijo Raquel como si fuera una gran idea. Adelaida casi salta de la impresión. - ¡No! - Adelaida miró a los ojos de su tía tratando de comprobar si hablaba en serio o le tomaba el pelo. Al ver la mirada graciosa de Raquel no le quedó más que sonreír. En brazos de ella, sonriendo junto a ella, se descubrió queriéndola. Que rápido había comenzado a llevarla en su corazón, a esa anciana que días atrás le parecía su enemiga. Que le daba la impresión que se burlaba de ella comparándola con una muñeca.

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- El amor para unos llega suave como la brisa, a otros el amor llega aparatosamente como un derrumbe, pero cuando llega, mi niña Adelaida, no avisa ni el día ni la hora. No te desanimes, que el primer amor que encontrarás en Bardolín será el amor a ti misma -. dicho esto la besó en la frente y con un gesto la invitó a comerse las cerezas en almíbar. La muchacha pecosa agradeció las palabras de su tía abuela y saboreo una cereza haciéndola girar suavemente en su boca. Amaba el sabor de las cerezas. Al pensarlo mejor se dijo en secreto que para ella, las cerezas podían ser un perfecto símbolo de amor. Probó otra y sonrió. Estas cosas tienen su encanto y su misterio, le dio la razón a Raquel en el silencio de sus pensamientos.

No muy lejos de ahí, un joven intentaba enderezar la rueda delantera de su bicicleta. Hace solo un momento, cuando pasaba frente a la casa de Doña Raquel, en una de las ventanas de esa casa, tropezó tan aparatosamente con el amor que no pudo evitar caerse de la bicicleta. De entre esas personas que les llega el amor como la brisa o como un derrumbe, él era de las segundas. Recordó que todos le habían dicho que la sobrina de Doña Raquel era "bonita y refinada" Que cortos se habían quedado, pensó, ¡Es hermosa como un ángel! Y aunque se lo había escuchado decir una que otra vez a Galleta y a Fabián, y a uno que otro habitante de Bardolín, nunca lo había pronunciado él, y cuando lo hizo el corazón le latió fuerte como nunca lo había hecho:

- Adelaida...

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Capítulo 12 Los tres vehículos se detuvieron a las afueras de Bardolín, cerca a la entrada principal. Se bajaron todos sus ocupantes y comenzaron a caminar hacia el arco de la vereda principal para entrar al bondadoso pueblo lleno de casas blancas y de colores claros, vivificadas por las flores de sus jardines y losas variopintas de sus caminerías. Entrar por sus angostas veredas por donde no cabía una carreta de un solo caballo daba la impresión de pasar de un mundo a otro, por el ambiente romántico que exhalaba cada rincón de aquel lugar. Parecía la morada donde la paz iba a esconderse del mundo cuando este estaba en guerra. Pero en particular a él le perecía marginal, opaco, demasiado plebeyo e inútil. Debajo de todas aquellas casas estaba la mayor riqueza de todas esas tierras. Riqueza que sentía le pertenecía por derecho, que estaba a punto de recuperar en nombre de la familia; él tendría las mayores utilidades sobre la posesión de cada metro cuadrado de tierra. Nadie se había esforzado como él y su hermano Mateo, para recuperar lo que debía estar en manos de ellos, por tradición, por descendencia, por derecho absoluto. Si no hubiera sido por el senil de Gran Papá todas esas extensiones de parcelas estarían en sus manos, produciéndole mucho dinero. El tío Vicencio lo intentó en el pasado, trajo maquinarias y buscó yacimientos de lo que se estaba comenzando a conocer por todo el mundo como el oro negro. Petróleo, pensó como si pudiera saborearlo, pero Gran Papá dijo que estaban destruyendo sus riveras amadas, que no permitiría que convirtieran aquel hermoso lugar en otra mina más y redactó el nefasto documento que los privaría de tales riquezas, por lo menos 44 años. Pero ya no más, el tiempo había pasado y era hora de recuperar lo que nunca debieron quitarles, ya Gran Papá no estaba y solo los separaban semanas de volver a ser los dueños de todas las extensiones donde hacía vida el pequeño pueblo de Bardolín y sus fantásticos jardines. Miraba con 61


desprecio mirara lo que mirara. Imaginaba como los vería caer a pedazos, como dejaría todo aquello convertido en escombros. Era medio día y Bardolín parecía un pueblo fantasma, le pareció un pueblo de vagos, un pueblo sin vida. Sin embargo era típico de Bardolín que las horas del almuerzo fuesen silenciosas, las familias estaban reunidas en torno a sus mesas disfrutando de sus alimentos y de la compañía de los suyos. - ¿Quién irá donde Raquel? - le cuestionó Mateo alcanzándolo esquivando a algunos de los que los acompañaban. - Tú, obviamente - le respondió sin mirarlo, escrutando todo a su alrededor -. Yo no pondré un solo pie en la casa de la mujerzuela esa, sino solo para verla en ruinas. - Lo irónico León, es que ella está aquí gracias a tu padre - le machacó molesto Mateo. - ¿Gracias a mi...? - se detuvo y lo miró con ojos encendidos Gracias al idiota del tío Guillermo es que esa... arrastrada está aquí.

- Sí, pero gracias a tu padre fue que la conoció. León guardó silencio, no podía debatir eso. Maldecía casi todos los días de su vida el momento en que aquello sucedió. Se giró hacía Mateo de nuevo y lo miró aun con mayor enojo: - No estamos aquí para recordar el pasado. Estamos aquí para recuperar lo nuestro. - Estoy de acuerdo, pero como yo soy el que va a tener que hacerle cara, su casa me pertenece. Me la quedaré como un trofeo - Bufó Mateo unos pasos más atrás de él. 62


- ¿Su casa? - la voz de León sonó llena de burla - No quedará ni una sola casa de pie. Todo esto se convertirá en una zona productiva, no en una aldea de vagos y mujerzuelas. - Hablas como si todo fuese a ser tuyo y solo se fuese hacer lo que deseas. Recuerda que somos 21 herederos en total - Mateo le recordó. - Sí claro, de los cuales tú y yo hemos sido los únicos que hemos luchado por años por lo que es de toda la familia. Si quieres te quedas con su casa, con ella, lo que te dé la gana. Me interesan más los pozos. - No creas, estoy aquí por lo mismo. Pero tampoco estaría mal conservar alguna de estas casas para vacacionar o para tener donde estar mientras hacemos los trabajos necesarios - dijo Mateo mientras se sacaba el sombrero y se sacaba la frente con un pañuelo, bajo el cálido sol de Bardolín. - Me da igual. La única casa que conservaré es La Mansión Bardolín. Espero que estos pueblerinos no la hayan saqueado gruñó León. Sin embargo La Mansión Bardolín estaba tal cual cómo había quedado la última vez que Mateo había venido. Nadie en el pueblo sentía mucha simpatía por esa gran casa, la que decían estaba llena de fantasmas pesarosos y mal humorados. Entraron a ella y cada uno buscó sus habitaciones, entre hombres y mujeres. Mateo no entró, se quedó de pie fuera, esperando que León le informara en qué condiciones estaba todo, el que desde adentro le hizo un gesto con la mano haciéndole entender que podía irse. Miró hacia el final de la vereda principal, en particular a él le gustaba Bardolín, y que llevase como nombre su apellido. Entendía por qué Gran Papá siempre quiso conservarlo todo como estaba, aunque el pueblo había crecido desde entonces, de aquella época que solo era un caserío rural cerca 63


de los pozos. Comenzó su andar hacia la casa de Raquel, esa mujer que de una forma u otra se había ligado a la historia de todos ellos, incluso de la suya. No precisamente Raquel, pensó, no precisamente ella. Recordaba que hubo una época que estuvo muy cerca de quedarse a vivir en Bardolín, enamorado de una muchacha que cómo él pasaba unos días de veraneo en aquel lugar. Se juraron amor, se prometieron el cielo y la tierra, estuvieron en los cerezos, pero la familia alzó el grito por todos los aires cuando se enteraron de esa relación. Y su padre, Vicencio Bardolín, lo vino a buscar personalmente, el que juró que no volvería a poner un pie en una sola vereda del pueblo, después que Gran Papá lo corriera de ahí por considerar que estaba destruyendo todo el lugar con sus máquinas en busca de un petróleo que nunca brotó. Sin embargo vino, recordó Mateo, a pesar de su juramento vino por él a llevárselo prácticamente a rastras, para alejarlo de aquella muchacha de mala sangre, indigna de él. La recordó, recordó el rostro de su antigua enamorada, la recordó justo en el momento que pasaba sobre el sitio donde ella se detuvo a mirarlo por última vez, con su cabello negro suelto al aire, sus manos al pecho, sus ojos llenos de lágrimas, mirándolo a él que en ese momento estaba asomado en lo alto, en la ventana de su habitación, en La Mansión Bardolín. Mientras ella lo miraba con tristeza, recordó que Raquel se acercó y se mantuvo cerca de su amada, pero no jalo de ella, no le impidió que su enamorada lo mirara desde la distancia. Sabía que Raquel nunca se había opuesto a ese amor. ¿Por eso querría conservar su casa? ¿Por algún especie de recuerdo de gratitud quería mantenerla en pie? Apartó esas ideas de su cabeza. El tiempo ya había pasado y Raquel y él ya se habían enfrentado lo suficiente cómo para no estar en paz el uno con el otro. Pero aunque nadie lo sabía, aunque se lo ocultara incluso así mismo, él era el que más regresaba a Los Jardines de Bardolín porque deseaba, sí Dios se lo permitía, volver a ver a su antigua enamorada, que por alguna casualidad del destino volvieran a cruzarse, coincidir una vez más en ese lugar, solo una vez más.

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Se detuvo frente la casa de Raquel y miró la puerta siempre abierta de la dama de damas y sonrió. Todo está como siempre, pensó. Abrió la pequeña puerta de la verja del jardín y pasó y caminó hacia la casa como si viviera en ella. Adelaida venía de la parte de atrás de la casa cuando lo vio parado en medio de la sala observando todo, el corazón de la muchacha dio un respingo. Se dio la vuelta rápido en busca de su tía abuela. Mateo alcanzó verla de espalda avanzando con paso veloz hacia dentro de la casa. - ¡Señorita! - intentó llamarla, pero Adelaida no se detuvo. La muchacha pecosa llegó nerviosa donde Raquel con un gran gesto de preocupación en el rostro: - Tía hay un hombre metido en la casa, está en la sala. Cuando iba hacia allá lo vi de pie en la sala - le dijo temblando. Sin embargo Raquel no pareció sorprenderse, sabía que pronto ese momento llegaría. Ya su amigo Gerónimo se lo había advertido, sabía que Mateo aparecería, como siempre, de pie en la sala de su casa. Se levantó del asiento donde estaba sin mucha prisa, pero Adelaida vio que su tía era de nuevo de acero, su expresión era suficiente para hacer poner de rodillas a un ejército. - ¡Buenos días! - dijo Mateo con una gran e hipócrita sonrisa viéndola venir por donde Adelaida había desaparecido un minuto antes. - ¿Qué quieres Mateo? Ve al punto de una vez - le gruñó Raquel. Adelaida se mantenía detrás de ella, sintiéndose resguardada, a la vez llena de intriga al ver que no era un desconocido para su tía. Mateo inclinó la cabeza buscando ver mejor el rostro de Adelaida, ignorando por completo a Raquel. Detalló su rostro, miró sus pecas y su cabello rojizo, se estremeció. La señaló con su bastón y dijo: 65


- Se parece a Jazmín - esa observación sacudió a Raquel por dentro y a Adelaida la llenó aun más de dudas. ¿Quién es Jazmín? ¿Por qué siempre me comparan con ella? pensó metiendo el entrecejo. - Es mi sobrina. Es la hija de Betania - respondió la dama de damas como si le lanzara un puñal. Los ojos de Mateo se abrieron de par en par mirando a Adelaida una vez más. La miró con asombró, pero le sintió cariño. - La hija de Betania - dijo para sí mismo. - Así que si te atreves acercarte a mi sobrina siquiera un paso más y tratar de hacerle el más mínimo daño, caminaré sobre tu cuerpo vacío, sin vida, hasta que tus huesos sean polvo - Adelaida se asustó de todo lo que dijo su tía abuela ¿hacerme daño? ¿caminar sobre su cuerpo sin vida? Se acercó a Raquel ocultándose totalmente detrás de ella, como si fuera un muro. - Tía tengo miedo - le murmuró temblando. - ¡Oh Raquel! ¿Cómo dices esas cosas? La muchacha va a pensar mal de mí - le dijo como si fueran dos grandes amigos. ¿Lastimar él a la hija de alguien? Nunca, menos a la de Betania, su antigua enamorada. - Solo di a que has venido esta vez y retírate de mi casa - Raquel parecía segur siendo un sable filoso apuntado hacia Mateo. - Esta bien - Mateo regresó a su actitud altanera -. Quería saludar primero, pero como insistes, está bien... vine para recordarte que vayas recogiendo tus cosas, que entre pocas semanas esta casa ya no podrás ocuparla. Sé que lo sabes, yo solo te lo recuerdo. Después de haber soltado esas palabras, en el fondo sintió algo de culpa. Raquel era una anciana que no tenía donde ir, que toda su 66


vida la había pasado atada a sus recuerdos en aquella casa, en aquel pueblo. Un pueblo que era más producto de ella que de cualquiera otra persona. Los Jardines de Bardolín tenían más de Raquel Lamuza que de todos los herederos de Gran Papá Bardolín juntos. Y también la hija de Betania, esa chica de apariencia frágil y hermosa como un ángel de fuego por sus cabellos rojizos como un penacho del sol, lo conmovían. Empujó esos pensamientos lo que más pudo lejos de él y se obligó a creer que la vida no es justa. La misma Raquel podría darle la razón. - El que va a recoger sus cosas y regresar de donde vino eres tú. De esta casa y de este pueblo me sacan muerta - Adelaida la abrazó desde atrás, aquellas palabras tuvieron otra dimensión para ella, no le sonaron nada parecido a cómo cuando su tía abuela se las dijo a Gerónimo días atrás. Supo que Raquel hablaba en serio, que estaba poniendo su propia vida como garantía de sus palabras. - Por favor Raquel. ¿Tienes el documento firmado en tus manos? - la apuntó con su bastón como lo había hecho con Adelaida hace un momento atrás. La anciana de acero, se mantuvo en silencio. No tenía nada que responder. - Eso es lo que te digo - retomó la palabra Mateo.- Seamos honestos, han pasado 44 años y solo en pocas semanas se vencerá el plazo estipulado por Gran Papá en su testamento, sin tu firma en ese documento... es más, sin el documento pierdes todo derecho de estar aquí el día en que se cumplan los 44 años justos. Y sólo faltan días, en todos estos años no conseguiste donde tío Guillermo dejó el documento no lo harás justo ahora. Lo sabes... Quizá quedaron bajo las piedras de la mina de cobre aquel... - ¡Infeliz...! - Raquel alzó la mano queriendo alcanzarlo con una bofetada, la voz le sonó llena de ira y de dolor, pero poco pudo avanzar por tener a Adelaida abrazada por su cintura desde su espalda. 67


- Tía - le imploró la muchacha pecosa, haciendo de ancla de su fiera tía. Mateo se inclinó hacia atrás preparado para evitar la cachetada, pero Raquel no pudo quedar al alcance para sentarlo en el piso, cómo quería con todas sus ganas. - ¡Eres un bastardo! - rugía Raquel - ¡No tienes alma! ¡Fuera de mi casa! ¡Fuera de la casa de Guillermo! Mateo dio unos pasos de espalda a la entrada de la casa sonreído con malicia, aunque en el fondo no terminaba de abrazar lo que estaba haciéndole a aquella mujer. Se dio vuelta y caminó hasta detenerse bajo el marco de la puerta y volteó de soslayo hacía Raquel, y con verdadera pena, con auténtica lamentación le dijo: - Lamentablemente tío Guillermo no regresó. Los dos se miraron un momento, entendiéndose en silencio. Aunque de los ojos de Raquel se escurrían gruesas lágrimas, que caían como cascadas por sus mejillas tristes. Mateo la miró un segundo en silencio y la compadeció. Se dio la vuelta, se hundió el sombrero en la cabeza y se alejó de aquella casa. Raquel cayó de rodillas llorando adolorida. Adelaida se asustó aun más, nunca había visto a su tía abuela desmoronarse así; realmente nunca pensó que esa indoblegable mujer pudiese partirse en dos como lo acaba de hacer. Adelaida hizo el esfuerzo de ponerla de pie, la jalaba desde atrás con fuerza mientras la llamaba y la animaba a incorporarse, pero era como si la dama de damas estaba pendiendo hacia un abismo y ella la sostenía con la frágil fuerza de sus brazos. - Tía por favor, párese de ahí - le pedía Adelaida con cariño -. Vamos hacía el mueble y se sienta allá.

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Pero Raquel no la escuchaba, su mente estaba en el recuerdo de aquellas palabras. Del recuerdo de aquella mina de cobre, de la pequeña caja de madera que colocaron aquella mañana en su jardín, de lo que le dijeron que contenía, lo que nunca aceptó, pues ella la abrió y miró. Y no lo aceptó, nada de lo que miró dentro le decía que era cierto lo que todos daban por sentado. La acusaron de loca, de haber perdido la razón, pero incluso lo siguió negando, siguió rechazando que lo que le decían que era la verdad, realmente lo fuera. Y desde entonces esperaba, desde entonces ella aguardaba. Adelaida la tomó del rostro y la hizo que la mirara a los ojos, y le pareció tan frágil, tuvo la impresión que su tía abuela podía desmoronarse ante ella como una torre de arena y la abrazó con fuerza. Así se invirtieron los roles, Raquel recostada como una niña llorosa sobre el pequeño pecho de Adelaida la que recostó su mejilla sobre la cabeza de su tía mientras acariciaba sus plateados cabellos transmitiéndole consuelo. En ese momento Adelaida comprendió que lo mejor era dejarla drenar, que así como Raquel había hecho con ella, igual debía solo sostenerla mientras su dolor, fuese el que fuese, saliera de sus rincones oscuros, de sus antiguas moradas a morir en la luz del desahogo. La beso en la frente y le dijo sonreída, aunque también tenía lágrimas en sus ojos: - Llore tía, llore todo lo que necesite llorar. No está sola, yo estoy aquí, me tiene a mí. Llore que yo cuidaré de usted. Ya no está sola le volvió a sonreír con amor, eso ablandó la última resistencia de Raquel. Así, la inamovible dama se hizo dócil en brazos de Adelaida, se acurrucó en su pecho como una chiquilla y por primera vez, después de tantos años se sintió amparada en su dolor, por primera vez no le tuvo miedo a la intensidad y presencia de su tristeza chocando contra ella y contra su alma y cómo nunca antes lo había podido hacer, lloró todo el luto que se había guardado por largos años dentro de su corazón. Mientras Raquel lloraba la pudo hacer poner de pie y la guió hasta su habitación, por primera vez entraba en los aposentos de su tía abuela, la recostó en la cama y la 69


acompaño hasta que de agotamiento se quedó rendida, se durmió profundamente. Adelaida la miró con tristeza, su tía abuela llevaba una cruz también. ¿Quién no lleva una cruz en silencio dentro de sí? pensó. La muchacha pecosa se puso de pie y pudo darse cuenta de un gran cuadro, una pintura al oleo que estaba cercano a la cama en una de las paredes. En aquel lienzo estaban pintados dos rostros jóvenes y muy hermosos. Una mujer de rostro largo, de ojos oscuros y profundos, con algo de picardía en ellos y un hombre, de barba abundante, pero muy bien cuidada, de cabellos café oscuro y de ojos amables. Muy elegantemente vestidos, ella sentada, él de pie detrás de ella, pero sostenidos de una mano, en el silencio eterno de aquel lienzo. Al lado de la firma del pintor de aquella maravillosa pintura había una pequeña leyenda hecha a trazo fino de pincel que rezaba: - Guillermo y su amada Raquel - leyó en voz baja. Volvió a mirar a la mujer de la pintura. Tía Raquel en su juventud ¡Qué hermosa era! y el señor Guillermo le pareció muy atractivo. Lo miró con curiosidad, como si quisiera conocerlo a través de aquella imagen, se preguntó como sonaría su voz, como sonreiría, como sería su forma de ser. Miró sus manos sostenidas sobre el hombro de ella, las vio con otro significado al que les dio en la primera mirada. Amó esa pintura. Mientras la miraba, comenzó a sentir una impresión extraña, como si alguien la observaba desde su diestra, desde el fondo de la habitación, y giró el rostro para ver cómo si esperara encontrar a alguien de ese lado. Había otro cuadro, quizá más grande en dimensiones que en el que estaba eternizada la juventud de los antaños amantes. Estaba un poco a oscuras en ese lado de la habitación y solo podía ver la silueta de una niña de ojos oscuros en él. Se acercó para poder verlo mejor y mientras más se acercaba su impresión aumentaba. No podía ser. Aquella pintura le comenzó a dar un poco de miedo, la mirada de la niña sobre aquel cuadro la comenzó a atemorizar no por que fuese tenebrosa ni tuviera algo de inhumano en ella, todo lo contrario, parecía que tuviera vida. Comenzó a acercarse cómo si necesitara de la cautela para poderlo mirar. Esa mirada, la de esa niña, era su propia mirada. Pero no solo 70


eso, el abundante cabello cobrizo, el rostro lleno de pecas, el rostro redondo semiovalado como una avellana igual al de ella, le hicieron correr por el cuerpo un escalofrío. Ese niña, cualquiera podía decir que era ella misma, pero a los 5 o 6 años aproximadamente. Incluso la sonrisa. Trató de buscar una leyenda por todo el borde del cuadro y no la consiguió, solo la firma del mismo artista del cuadro anterior y el año de 1893. Pero su corazón dio un salto aun mayor cuando pudo ver bien que era lo que tenía la pequeña en brazos. - ¡Jazmín! - exclamó Adelaida para sí misma. La niña tenía recostada a Jazmín de su brazo izquierdo y la sostenía con el derecho. Pudo observar que las facciones aniñadas de la muñeca se parecían más a la jovencita de la pintura que a las de ella, obviamente porque ella ya era prácticamente una mujer adulta. Y entró en su mente una gran duda, ¿Con quién la comparaban realmente? ¿Con Jazmín o con la niña de...? La niña de la pintura... de pronto lo supo. Su corazón latió con fuerza. ¡La niña de la pintura era Jazmín! Su alma se llenó de compasión por su tía abuela que dormía profundamente alejada por las alas del sueño de toda la consciencia de su dolor. Adelaida dio unos pasos hacia atrás en diagonal, quedando cerca de la cama de su tía abuela, parada justo donde podía ver con claridad los dos cuadros. Guillermo y Jazmín, pensó viendo uno y luego otro. Se sonrió con ternura, y en el silencio de aquella habitación cenaoscuras, como si fuera una reunión secreta entre ellos, dijo en voz baja: - Tío Guillermo, prima Jazmín, es un placer conocerlos. Se retiró de la habitación. Miró la puerta abierta de la casa y sintió temor de que aquel hombre regresara estando dormida Raquel; y empujo de ella para cerrarla, crujió como si nunca se hubiese 71


movido de donde estaba y cerró con un sonido seco oscureciendo un poco la entrada y haciendo que la luz que entraba por el jardín central pareciera más brillante. Al sentirse más segura, movida sin saber por qué motivos, caminó hasta la muñeca de tía Raquel que estaba sentada en la mesa del comedor. La sostuvo en sus manos y la miró. Lamentó discutirle tanto a su tía cuando ella la comparaba con una muñeca, cuando lo único que le quedaba a la tía Raquel de recuerdo de su hija era eso, una muñeca a la que amaba como si de su hija se tratara. Pero incluso era más que una muñeca, era un recuerdo vivo en la casa, era una evidencia de que aquella pequeña pelirroja había existido, que había de seguro llenado todo el lugar con su infantil risa. Entendió lo difícil que sería para la tía abuela tenerla a ella en casa, tan parecida a Jazmín, viéndose ante los ojos de Raquel como de seguro se hubiera visto Jazmín de no haberla perdido, como si en vez de ser Adelaida, fuese la niña del retrato pero madura. Abrazó a la pequeña muchachita de porcelana contra su pecho con fuerzas.

Y lloró pidiéndole perdón a Jazmín.

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Capítulo 13 Raquel salió de la habitación y en un primer momento la oscuridad de su casa la confundió. Aquel silencio sin los sonidos externos, aquella ausencia del largo brazo del sol entrando por su puerta, la perturbaron. ¡La puerta estaba cerrada! Su alma se sacudió dentro de ella, estaba encerrada con su propia soledad, a la que tanto se negaba a aceptar. ¿Qué es el tiempo cuando se ama de verdad? Toda la vida esperaría. Toda la vida ella estaría atenta y mientras hubiera un hálito dentro de sí, no permitiría que nada se interpusiera, ni siquiera su puerta si el amor volvía a casa el día menos esperado. Adelaida que se esforzaba en hacer el desayuno, la vio desde la cocina, avanzar presurosa hacia su puerta. - Tía ¿cómo se siente? - le preguntó desde la distancia. - La puerta - Raquel se volteó hacia ella en el medio de la sala con el rostro endurecido. Señaló la entrada cerrada cuestionando con la mirada a la muchacha pecosa por haber hecho aquello. - La cerré tía, no fuera a volver aquel hombr... - ¡No vuelvas a cerrar la puerta de mi casa! - le interrumpió la tía abuela con aspereza. Cómo si no le importara lo que le decía Adelaida. - No me hable así - la muchacha se sintió dolida por el trato de Raquel, pero su voz sonó triste al contrario de otras veces. La anciana aferró con fuerza su mano a la manilla de la puerta y jaló de ella y no pudo moverla. Eso pareció enfurecerla, aunque la verdad era angustia, como si su alma hubiera sufrido un ataque 73


claustrofóbico. Volvió a jalar y la puerta no se movió y llena de ira la golpeó con la palma de su mano, retumbando aquel sonido por todo el lugar. - Tía que le pasa - Adelaida dejó a mitad lo que hacía y comenzó a acercarse hacía la sala. ¿Por qué la tía abuela había cambiado tanto con la sola llegada de aquel hombre altanero? ¿Por qué la tía abuela actuaba así por una simple puerta cerrada? ¿Qué historia llevaba en silencio la dama de damas que no le había confiado a ella? - ¿Por qué? - Raquel volvió a tirar de la manilla con fuerza, molesta - ¿Por qué cierras la puerta de mi casa? ¡No lo cierres nunca! ¡No tienes derecho! - Lo hice por el bien de las dos - trató de acercarse a ella -. Si volvía de nuevo aquel hombre mientras usted dormía no se que hubiera hecho yo tía. - Mateo no va a volver - le dijo en voz alta sin voltear hacia ella tironeando de la puerta. - Pero tía... cómo sabe que... - ¡No va a volver! - le alzó la voz aun más, esta vez mirándola a los ojos. Adelaida se quedó en silencio sintiendo dolor en su corazón, luego se encendió su soberbia. Una de sus corazas volvió a izarse ante ella, sintió decepción. - Usted me va a tratar mal cuando se le antoje - le dijo rompiendo el silencio -. Usted no va a ser diferente de mamá, usted no va a ser diferente de los demás. Usted me habla de amor un día y el otro me atropella. Usted no es distinta. La mujer de cabellos plateados se quedó inmóvil al escucharla de espalda a ella, sostenida de la manilla de su puerta. Sintió cómo un 74


gran remordimiento se mezclaba con su marea de emociones, así cómo la espuma se revuelve en una ola. Soltó la puerta, se giró hacia los ojos humedecidos de su pecosa sobrina y no supo qué hacer. No sabía qué hacer con ella misma, no sabía que sentir, que pensar, sólo buscaba aferrarse a sus salvavidas de siempre. Sus artilugios donde lograba sostenerse a flote, con los cuales podía evadir lo que evitaba con toda su humanidad. ¿Pero cómo evadir a esa muchacha que le recordaba en cada día que pasaba, mucho más a Jazmín? ¿A esa muchacha a la que poco a poco iba metiendo más y más en su corazón? ¿Cómo era capaz de lastimarla, al mismo tiempo que quería sanarla? Sin embargo ¿acaso ella no sufría también? ¿acaso había alguien que pudiera comprender su pena? ¿acaso hubo alguien ahí para decirle que todo iba a estar bien? Por eso nunca cerró su puerta, porque estaba sola, porque el que se fue dijo "hasta luego" y nunca dijo "adiós". ¿Quién podía entender que por mucho que se estuviese acostumbrando a la presencia de Adelaida en su casa, nada podía sustituir en su corazón el espacio lleno, esos latidos antaños que la habían mantenido de pie todos esos años? - Adelaida... - Raquel se alejó de la puerta y dio un paso hacia la muchacha. - No quiero escuchar nada que tenga que decir - le espetó Adelaida soltándose el delantal -. ¿Ahora se va a justificar? ¿Ahora me va a pedir disculpas una vez más? ¿Y cuanto tiempo tendré que esperar para que me vuelva a tratar así? ¿Será Dios mío que este es el trato que merezco yo en la vida? - Discúlpame Adelaida... - No quiero sus disculpas, quiero su respeto - se dio la vuelta, tiró con molestia el delantal sobre la mesa del comedor y entró a su habitación haciendo tronar la puerta detrás de ella.

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Raquel se quedó de pie donde estaba, desde donde podía mirar la puerta cerrada de la habitación de la fúrica muchacha. Se sorprendió a sí misma ante sus propios sentimientos. Ese claustro cerrado le dolió más. Aquella culpa en su corazón desmoronó todos sus argumentos. Ella le abría la puerta a un fantasma que nunca venía, pero aquella segunda puerta cerrada la separaba de alguien real, de una sonrisa pueril en un rostro pintado con incontables pecas, del sonido relajante de esa risa. La separaba de esos ojos negros, pequeños y graciosos, pero tan penetrantes cómo un puñal cuando miraban al mundo cuando éste la atacaba. La distanciaba de ese corazón roto, ese que en el secreto del pequeño pecho de aquella damisela, latía el dolor de un amor desgarrado de par en par. ¿Qué había de la puerta de su casa para afuera más importante que eso? ¿Sólo ilusiones? ¿Sólo esperanzas que al no cumplirse se convirtieron en obsesiones solo para evadir la triste realidad? No, no había nada allá afuera. Sólo el mundo que se olvidó de Raquel Lamuza y que hoy solo la recordaba para venir a amenazarla, a terminar de destruir lo poco que quedaba de ella y de los restos de su amor. Comprendió las palabras de Adelaida, no las juzgó, simplemente las aceptó. El mundo no tiene derecho de tratarnos así, pensó, ni yo a ti mi niña, ni el mundo a mí. Dios cierra todas las puertas y aíslame del mundo, pero no permitas que se cierren puertas entre Adelaida y yo, rogó en su corazón. Miró la puerta principal ¿qué diferencia hacía tenerla abierta si lo que cerraba era su alma al presente, al ahora? Adelaida estaba más cónsona con la realidad, Mateo de seguro volvería... Guillermo no. Aunque la esperanza es lo último que se pierde, él no vendrá. Pensó. Entró en su habitación y se sentó en su cama frente a la pintura de los dos amantes. Miró el rostro de Guillermo, con amor, de la única forma que sabía mirarlo. Lo extrañó cómo siempre, ni un poco más ni un poco menos. Con toda su alma. Se sonrió, aquel amigo pintor había perfilado la nariz de su amado, eliminando una pequeña protuberancia que en lo personal, ella sentía que le daba un toque 76


más varonil al rostro amable de Guillermo. Se miró a sí misma. Aquella miradilla atrevida, pícara que tenía de muchacha. - Pícara pero feliz ¿no Guillermo? - habló mirando los ojos de su amado, sobre el lienzo. Observó sus manos atadas sobre su hombro, sostenidas eternas bajo la magia de hábiles pinceles. Levantó su envejecida mano y la miró. - ¿Soy yo que no te suelto? o ¿eres tú que aun me sostienes? - le preguntó en un susurro. - Sí eres tú que me sostienes, suéltame. Sí soy yo que te sostengo, yo... - se detuvo. La abrumó la idea de dejarlo ir. Sintió que si se desprendía de él moriría en un segundo. - Te espero venir, pero a la vez no te dejo ir - bajó la mirada y la dejó caer hasta el suelo -. Tengo el corazón en una trampa ¿No? De pronto escuchó abrirse la habitación de Adelaida, y retumbó por la casa el sonido de los tacones de las botas trenzadas de la muchacha cómo si una máquina intentara abrir hoyos dentro del lugar. Se puso de pie y en silencio llegó hasta el marco de la puerta de su habitación y desde ahí la miró sigilosa. Adelaida sostenía la manilla de la puerta y jalaba de ella, gruñía, gemía, bufaba. Tenía las orejas coloradas igual que el rostro, por la soberbia y por el pujante esfuerzo de abrir aquella entrada que ella tan fácilmente había cerrado. Le daba manotazos que parecían más caricias que otra cosa. Ya se había lastimado la mano con la robusta puerta de la casa de Lili, pero aun así trataba de darle su escarmiento a aquel postigo cerrado con pequeñas palmadas. Molesta tomó su sombrilla y la ahorcó con sus dos manos mientras gruñía una vez más. Volvió a sostenerse de la manilla pero esta vez con sus dos manos y dio tres fuertes jalones hacía ella, con todo el peso de su cuerpo y la puerta no se abrió. Trastabilló y rebotó tres veces en el piso cayendo de 77


trasero. El gran vestido que se había puesto amortiguó la caída y Raquel preocupada dio un paso hacia ella, pero en el segundo paso prefirió detenerse. Adelaida se quedó sentada mirando aquel gran trozo de madera que no la dejaba salir. Y furiosa e impotente se le salieron las lágrimas. - ¡Soy una estúpida! - sollozó - Ahora estamos encerradas. Ni ese señor entra ni nosotras salimos. Raquel la miró con amor. Una niña. Adelaida era una niña. La observó cómo se quedó sentada en el piso, con su delgada espalda recta, hermosa, siempre femenina. Le dio ternura ver cómo la pecosa miraba con enojo la entrada cerrada, como si quisiera derribarla con solo pestañear con fuerza. Vio cómo alzó su sombrilla y se la lanzó a la manilla. - ¡Puerta estúpida! - le gruñó. Raquel sonrió. No había duda, era una niña aún. - Mi niña ¿que haces ahí en el suelo? - intentó acercase amablemente a ella. Adelaida mantuvo el ceño fruncido sobre su pequeña pecosa nariz. - Estamos atrapadas - se quejó en voz baja sin mirar a su tía abuela. Raquel se sentó cerca de ella en su sillón vinotinto. La miró unos segundos en silencio. - Perdóname por tratarte cómo lo hice - insistió Raquel en su disculpa. - No se preocupe - la muchacha seguía destrozando mentalmente con su mirada aquella puerta -. Dios me castigó por no aceptarle sus disculpas. Ahora no podemos salir por mi culpa.

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- O porque yo le pedí que no te alejara de mí, molesta conmigo - La anciana miró su puerta en la suave penumbra en la que estaba. El Sol ya se había elevado un poco rumbo hacia el cenit, y entraba en todo su esplendor por el jardín central. Parecía un oasis de luz dentro de las sombras que lo envolvían todo. Adelaida volteó a mirarla, a su tía abuela. La miró alumbrada por todos aquellos reflejos que saltaban desde el jardín hacia el rostro de aquella mujer. La observó en silencio. Ya no había remedio. La quería. Podía molestarse con ella, pero no odiarla. Podía echar fuego por la boca discutiendo con ella, pero ya no querría lastimarla con sus palabras. Quizá por eso intentaba alejarse, para que sus defensas, las que le impuso el mundo, no se activaran en contra de su tía abuela. Ella sufre y no lo dice, pensó. Ella sufre. - Tía yo llegué a revolverle su vida, a ser una intrusa en su casa - se suavizó poco a poco su voz en cada palabra -. Siempre ha tenido razón, soy una muñeca con la cabeza llena de aire. - No repitas eso - Raquel sacudió su mano frente a ella como si tratara de disolver una pequeña nube de polvo invisible -. Eres hermosa cómo una muñeca. Adelaida, pero cómo a esas que se atesoran y se aman. Cómo a esas que no quieres que nadie las toque y las dañe. Pero más que una muñeca, eres cómo una niña, una muñeca con vida. Una muñeca que no está vacía por dentro, sino que solo aun no ha aprendido a vivir. - Entonces usted también es una muñeca - la muchacha le devolvió las palabras con el mismo cariño que las recibió. - Te lo dije el día cuando llegaste - le sonrió. Adelaida la miró un segundo procesando todo aquello, cambiando por dentro sin darse cuenta. Y sonrió con ella. De pronto regresó un recuerdo a sus pensamientos, precisamente por recordar o por intentar comprender el significado que tendría ser una muñeca, 79


desde el entendimiento de todas esas emociones y realidades que envolvían uno de los más grandes misterios de su tía abuela. - Tía... temprano... cuando la llevé a su cuarto... vi una pintura muy hermosa donde está usted - Adelaida parecía ir con cuidado en cada palabra. No olvidaba aún la reacción de su tía a razón de su puerta cerrada -. Y vi la otra también... La dama de damas asintió desde su sillón, pero no dijo nada. - ¿Esa nena que está en la pintura... es... Jazmín? - Raquel le volvió asentir, preparando su corazón para enfrentar de nuevo esos recuerdos que siempre herían a su alma. - Mi hija - a la anciana le sonó la voz extraña. Triste, contenta, orgullosa, decepcionada, todo mezclado. - ¿Y la muñeca...? - Es una réplica de otra muñeca - el corazón de Raquel comenzó a latir con fuerza al traer a su mente ese recuerdo en particular. - ¿Una réplica? - pero que misterios tan grandes envuelven a ese pequeña de porcelana, pensó la muchacha de cabellos de cobre. - La original la tenía mi hija - Raquel miró hacía el resplandeciente pasto del jardín evitando la escrutadora mirada de su sobrina. Se le humedecieron los ojos y continuó -. Se la llevó con ella al cielo. El corazón de Adelaida se ensanchó de compasión; cómo una respuesta inevitable, de sus ojos se escurrieron sendas lágrimas. ¿Se la llevó con ella al cielo? Qué imagen tan triste. Se imaginó que la habrían sepultado junto a su muñeca. - Tía... disculpe que la moleste con estas cosas... 80


- No mi niña, por el contrario pregunta. Tienes derecho de comprender a esta vieja. Tú confiaste en mí y me confesaste el motivo de tu tristeza. Creo que es justo que yo haga lo mismo recordó las palabras de su querido Gerónimo -. Es hora de abrirte mi corazón. Solo te pido que tengas paciencia conmigo, que mi corazón está duramente cerrado, peor que esa puerta. No tires de mi, si me escuchas, yo desde adentro iré empujando dejándote entrar. - Que bonitas palabras tía. No jalaré de usted. No vaya a caer sentada de nuevo en el suelo - sonrieron las dos, con asomo de lágrimas en sus ojos. - Bueno... pregunta hija, que si no lo haces yo no lo diré - Adelaida asintió compasiva y dio rienda suelta a todas sus dudas. - Tía... ¿cómo...? Me da cosa con usted... - Pregunta - Raquel cerró los ojos. - ¿Por qué Jazmín se fue al cielo? - no encontró una manera menos molesta de preguntar algo tan duro y tan difícil de responder. Raquel respiró profundo y entre sus pestañas cerradas, se escurrieron fugitivas lágrimas dolorosas. - Luisa Adelaida, prométeme algo - la anciana mantuvo sus ojos cerrados. - Dígame tía. - Jamás vayas más allá de los jardines, nunca vayas donde están los pozos. La joven se heló de abajo hasta arriba. Recordó la advertencia de Galleta. Tuvo una imagen tenebrosa en sus pensamientos. No era 81


eso lo que su tía le quería decir. No así, no de esa forma tan horrorosa pasaron las cosas. Adelaida gateó hasta las rodillas de su tía y sostenida en ellas la miró con tanto amor, con tantísima compasión. - Ay tía... - le sonó la voz trémula, llena de tristeza. - ¿Me lo prometes hija? - Raquel abrió sus ojos y miró a los de ella entre sus lágrimas. La miró entre la bruma de su llanto, la miró de arriba hacia abajo, ese rostro pecoso, cómo miraba a Jazmín cuando ella se le guindaba de la falda del vestido. La miró hacia abajo cómo si Adelaida fuera su niña, su chiquilla, su amada hija. - Se lo prometo tía - se le quebró la voz aun más al ver cómo la miraba su tía. Como si quisiera salvar a Jazmín a través de ella. - Pregunta Adelaida - le instó la dama de damas entre sollozos. - Es tan duro preguntarle tía todas las cosas que tengo en mi cabeza Adelaida comenzaba a arrepentirse de haber removido esos recuerdos en el alma de su tía abuela. No se sentía capaz de saber consolar a Raquel, tenía miedo de romper una represa que no supiese luego reparar. - Pregunta hija, esta puerta no estará abierta siempre - pareció rogarle. Desde una parte de su alma Raquel deseaba poder dejar salir ese dolor, poder enfrentarlo y junto a su sobrina podría llorarlo hasta secarse por dentro. Ya no estaba sola. No necesitaba de Adelaida más que sostuviese su mano y no la dejara sola con su dolor. - Jazmín... tía... ¡Ay tía! ¿La encontraron? Raquel cerró los ojos. Y guardó silencio. Oh doloroso silencio que lo grita todo. Llegó hasta a Adelaida como un puñal, ese silencio la traspasó, la lastimó dándole la respuesta. Se aferró con fuerza a las 82


manos temblorosas y frías de su tía abuela. Quería trasmitirle, a través del mismo silencio paz y consuelo. Quería poder volver en el tiempo y tener la habilidad de cambiar el destino funesto de las cosas. Quería...¡No sabía que quería! Se sentía inútil ante el dolor de aquella gran mujer que había cargado con tan terrible peso sobre sus hombros, su gran y terrible cruz y que aun tenía la grandeza de sonreír, la que aun tenía esperanza en que la vida podía ser luminosa. - Tía... - Adelaida no pudo más y se recostó en las piernas de Raquel y lloró. Lloró tan desconsoladamente cómo sentía que no lo había hecho por nadie. Lloró por una niña que nunca conoció, una niña de la cual ella perecía una réplica. Cómo la muñeca de su tía abuela. Jazmín y su muñeca, cada una tenía su réplica. Y que ese día, a esa hora, estaban las dos en posesión de la dama de damas. Encerradas en aquella casa, como si fuera un mausoleo. Entendió la abrumadora necesidad de su tía de mantener la puerta abierta, para que la casa estuviese llena con la vida de afuera, que desde adentro se le hacía tan difícil de tener. Abierta para darle paso al calor del sol, a ese hogar al que le barría con luz, todos los tristes recuerdos debajo de las sombras en los rincones. - Tía... hábleme algo bonito de Jazmín - le rogó después que pudo controlar sus lágrimas. Seguía recostada en las piernas de Raquel. - Se perecía mucho a ti - le sonrió la llorosa anciana. - Eso no tía... hábleme de cómo era ella... qué cosas hacía... por favor - Adelaida quería desplazar tan terrible imagen que le había quedado en la mente. Quería recordar a Jazmín de otra manera. Raquel suspiró, aquello pareció aliviarla. Recordar a Jazmín, los momentos felices, era un aliciente para ella. Era su artilugio más amado para conseguir paz interna.

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- Era una rebelde - sonrió mirando hacia el jardín cómo si la mirara jugando en él -. Una fierecilla, así como tú. Pero también era un ángel. Yo vivía persiguiéndola para sacarla del césped. Se descalzaba y danzaba por todo el jardín. Yo vivía con sus zapatos en las manos. También me tenía azotada a la mata de cayenas. No podía verla florecer porque al rato la veíamos sentada en la peinadora de su habitación, haciéndose peinados, poniéndose flores en su melena naranja. - Pareciera que estuviera hablando de usted misma - dijo Adelaida entre una tierna sonrisa - La muñeca se la regaló un amigo escultor de nosotros. La primera muñeca era muy parecida a Jazmín - continuó Raquel, sonriéndole con ternura como respuesta mientras hablaba -, y ella cuando la vio torció la cara. "Me da miedo" dijo. Pero luego se encariñó con ella, para arriba y para abajo inseparables. La comenzó a tratar cómo si estaba viva, hasta la culpaba cuando ella hacía una travesura. "No fui yo, fue ella" decía. Descalzaba a la muñeca también y la paraba en el centro del jardín y le bailaba alrededor. La peinaba igual a ella con las cayenas. - Tía, he notado que la muñeca tiene cabello natural. - Ajá, es de ella. Cuando el cabello le llegó cerca de la cintura se lo cortamos un poco más abajo de los hombros... - ¿Cómo en la pintura? - preguntó Adelaida girando sus ojos hacia la habitación de Raquel deseando poder volverla a ver. - Cómo en la pintura. Lo separamos en tres partes, una que se la dimos a Jonás, el escultor; otra que guardó su papá y otra que guardé yo - le respondió mirándola a los ojos curiosos. Adelaida sintió el deseo de pedirle que se lo mostrara, pero se contuvo. Si la tía abuela se ofrecía sería mejor, sino, respetaría tesoro tan sagrado -. Eso a 84


ella le encantaba. Que tuviera su mismo color de cabello. Nadie en Bardolín tenía su color de cabello y nadie lo había tenido hasta que viniste tú. Ella se sentía especial. ¡Ah!... a diferencia tuya, odiaba las cerezas... - Pero ¿por qué? - Adelaida se enderezó no entendiendo cómo a Jazmín no le gustaban las suculentas y ricas cerezas, un regalo de la naturaleza para el paladar. - Nunca le gustaron. ¡Nunca! No sé por qué - Raquel abrió los ojos ampliamente, parecía animarse cada vez más, por poder hablar de su niña, de la que hace tantos años no hablaba -. Yo le decía "¿Cómo te vas a casar cuando crezcas, sino te gustan las cerezas?" Me respondía "Me escapo y me caso en un lugar muy lejano donde se coma mango" - ¿Mango? - Aquello dio mucha gracia a Adelaida. - Muy romántica mi niña - comentó sonreída la dama de damas. - Bueno, el mango es rico también tía. Malos gustos no tenía mi prima - "mi prima", eso conmovió mucho a Raquel. Que Adelaida la nombrara con aquella familiaridad, que no la tratara cómo un simple bonito recuerdo de una vieja solitaria, sino cómo alguien que estaba viva, en su afecto, en su corazón; cómo la familia que eran aunque nunca podrían conocerse. - Amaba el mango. Cuando el árbol de mango que está en la parte de atrás de la casa cargaba, todas las mañanas la veías recogiéndolos en una cesta, y peleaba con los pájaros cuando los veía picotearlos en lo alto. - ¿En la parte de atrás de la casa, tía? ¿Por dónde se llega? Adelaida miró por el pasillo que daba al salón trasero sin adivinar cómo podría llegarse al otro lado de la morada de la tía abuela. 85


Habría que darle la vuelta al pueblo seguramente. No veía otra manera. - Ven, vamos. Ponte de pie - Raquel sostuvo las manos de la pecosa y la ayudó a incorporarse. Caminaron hasta el salón y la muchacha no veía más que lo de siempre. El salón que en vez de tener un ventanal, cómo a ella le hubiera encantado, tenía era unos pequeñas ventanas a lo alto por donde entraba la luz con mucha timidez. Las lámparas que la tía abuela encendía antes del oscurecer. Algunos gabinetes muy limpios, y pulidos que sabría Dios que cosas guardaban dentro. Incluso el biombo que estaba hacía la esquina, seguramente ocultando alguna mancha de humedad, que para eso era que Betania usaba un biombo, para esconder algún desperfecto que debía arreglarse en casa. Sin embargo hacia el biombo es que Raquel se dirigió sin espabilar y lo apartó. ¡Había una estrecha puerta escondida detrás! Mi tía y sus misterios, pensó, nunca se le acaban. Abrió la puerta girando una llave que al parecer estaba siempre en la cerradura, y desapareció por ella. Al salir le encantó lo que vio. ¡Había un pequeño huerto! También hacia el costado derecho el robusto árbol de mango, que con sus fortachones brazos mecidos por la fresca brisa mañanera, parecía saludar a Adelaida, quizá confundiéndola con Jazmín. También había rosales. ¡Cuatro rosales fantásticos! Y al final parecía haber otro salón, pero en un piso elevado al que se podía entrar subiendo por una oscura escalera techada. Y llena de ventanas por los costados. - ¡Qué bonito! ¿Por qué nunca me habló de esto? ¡Un huerto! ¿Cuándo lo atiende? ¿Cómo hace para mantenerlo tan bonito todo? Adelaida estaba admirada del patio secreto de tía Raquel. Caminaba directo hacia los rosales, pero se detuvo un poco. Recordó al rosal de los Villafranca, en aquella noche. Estos se parecían, o ella los hacía parecidos en sus pensamientos. Los evadió y se regresó al lado de la tía que curioseaba en el huerto. 86


- ¿Por qué nunca me habló de este lugar tan bonito, tía? ¿Tan de poca confianza parecía ser? - casi que susurró Adelaida cerca de su hombro. - Mi niña - la miró con cariño -. ¿Recuerda usted a la dama Luisa Adelaida Castelán Buendía que le indignaba que este modesto pueblo no tuviese buzón, la que exigía que se le tratara cómo a una dama de sociedad, cómo a una dama de la ciudad? ¿La que arrugaba la frente ante aquella anciana descalza en su jardín, la que no debía llenarse de mugre? La muchacha pecosa bajó la mirada. No le gustaba cómo la estaba describiendo, pero sabía que no le mentía. Esa era ella cuando llegó a Los Jardines de Bardolín. Esa prepotente señorita de la ciudad. "Señorita" ni eso era realmente. Pero ahora no se sentía así, tenía la certeza de que volvía poco a poco a ser la misma de antes. La Adelaida de las cosas sencillas, la que se hacía preguntas tan inocentes, cómo cuando le intrigaba de donde venía el rocío de la mañana, dejando sus perlas cristalinas en los jardines de mamá. O que cosa era realmente el arco-iris. O caminar por la ciudad en busca de algún mercadillo que tuviese cerezas, y al encontrarlas, elegirlas cómo un joyero observa un diamante para determinar su valor. Volvía a ser la que le gustaba escuchar a las aves cantar, y preguntarse si esos trinos significaban algo. Joshep se reía de todo eso. Se reía de su mundo, le decía que había cosas más grandes por las que aspirar. ¿Qué podía importar de donde venía el rocío? Ella debía gastar su tiempo en mejores cosas, en mejores andares. Debía dedicarse a las cosas realmente importantes de la vida. Lo más importante de la vida se había vuelto él. Aprendió todo lo que tuviese que ver con Joshep Villafranca Andueza. Nadie sabía de él más que ella... eso era lo que había creído. Recordó cómo uno de los muchachos salidos del rosal de los Villafranca la llamó sangre de cabaretera, y Joshep no dijo nada. Cómo si lo creyera. Ella podía haberse equivocado. ¿Pero sangre de cabaretera? ¿Qué clase de 87


hombre había estado amando? Ya no lo sabía. Y quería dejarse de preguntar sobre él. Quería odiarlo cómo en el momento que hizo pedazos la foto que tenía de Joshep, aunque después había llorado por haberla roto. Pero sabía que en parte se engañaba, en el fondo de su alma sentía que lo seguía amando. Ella era la que había fallado. Yo no me comporté cómo una dama, seguía juzgándose. Pero mientras tanto seguiría culpando a todos, incluso a ella misma, de su dolor. Para Joshep siempre había una justificación para ponerlo a salvo de su rabia e impotencia ante las injusticias que tuvo que sobrellevar, endureciéndola, vistiendo su alma con corazas. - Estaba asustada tía. Me protegía de la gente, me hicieron mucho daño. En la ciudad mis amigas me dejaron de hablar. Se corrió la voz sobre mí. La muchacha del chalet, me llamaban. Los muchachos me acosaban. Papá tuvo que sacarnos de ahí al otro lado de la ciudad donde nadie nos conocía. Era la vergüenza del lugar... - se le enmudeció la voz. - Eres lo más hermoso que ha llegado a Bardolín en años Adelaida le dijo su tía abuela con mucho amor -. No te arrepientas nunca del amor que diste. No es culpa tuya que los demás no estaban en capacidad de recibirlo. - Pero uno también puede equivocarse dando amor tía - miró hacia el huerto observando las hierbas y hortalizas que lucían su gama de verdes, cómo un cofre lleno de esmeraldas y jades. - Sí, pero el amor en sí mismo nunca es una equivocación. El error fue haberlo cedido a la persona incorrecta. Adelaida guardó silencio. No podía responderse a sí misma la pregunta que eso le generaba. ¿Quién es la persona correcta para amar? Después de sostener esa duda en su corazón sin conseguir ningún consuelo se la entregó a la sabiduría de la dama de damas: 88


- Tía... ¿Quién es la persona correcta para amar? - Tú misma - Raquel le tocó la barbilla con cariño -. El amor comienza primero en ti. - Yo me amo tía - respondió Adelaida segura de lo que decía. Raquel solo le sonrió. - Bueno, entonces es momento de consentirse un poco. Empecemos por la mirada - y le señaló con picardía hacia el centro del huerto. Los ojos de Adelaida cuando atinaron en la dirección que le señalaba su tía abuela, parecieron hacerse más grandes. Se le llenaron de estrellas. - ¡Oh Madre Santa! - una sonrisa se dibujo de extremo a extremo en su cara - ¡Cerezas! - Ya brotan las primeras flores del año - la anciana la invitó a acercarse a los cerezos con un gesto de su mano. La muchacha pecosa sin perder segundo se encaminó hacia el paso que separaba al huerto en dos, rumbo al arbusto donde lucían los hermosos pétalos blancos cómo si la recibieran cómo un enamorado espera a su amada con un ramo de flores entre las manos. Con el ruedo de su gran falda comenzó a atropellar a las pequeñas plantas que crecían de lado y lado y Raquel casi le de un infarto. - ¡Luisa Adelaida! ¡Mis lechugas! - le suplicó poniéndose las manos en la cabeza. La muchacha se detuvo en seco y recogió su falta acto reflejo. Se quedó mirando a su tía abuela con cara de cordero. La dama de damas meneó la cabeza. Esta chiquilla cómo que es con las cerezas, cómo Santiago con la bicicleta, pensó divertida. La aupó con la mano que terminara de llegar, que no se angustiara. La ansiosa pecosa sin soltar su gran falda avanzó con más cuidado hasta que pudo soltar las telas y quedar de frente al delgado arbusto. Adelaida parecía un colibrí que iba de una flor a otra. ¡Había tres 89


arbustos sembrados uno detrás de otro! Eso serían muchas cerezas para ella sola. - ¿Cuando cargan? ¿Cuándo echarán fruto? - Se inclinó la pecosa golosa, para poder ver el rostro de su tía, entre el follaje de los cerezos. - En mayo - respondió Raquel. - ¡En mayo! Apenas estamos en marzo tía. Que desconsuelo me ha dado. Quizá mamá me haya venido a buscar para entonces. La dama de damas fue tomada por sorpresa por esas últimas palabras. Era cierto. Adelaida no era de Bardolín. Su vida no pertenecía ahí. Su corazón se le agitó un poco, miró en su mente a la muchacha de cabellos rojizos, sostenido en varios moños muy bien peinados. Miró esas pecas que tanto le gustaban, cómo las de Jazmín, cómo chispas por todo su rostro. Su talle delgado y fino, una mujer aniñada, que quien no la conociera pensaría que era una niña precoz. ¿Podría soportar no verla más? ¿Se le iría tan pronto como se le fue Jazmín? ¿Llegaría el día que las extrañaría a ambas? A Adelaida, le pereció extraño el repentino silencio que la envolvió. Desde atrás de los cerezos no podía ver a su tía abuela y se inclinó de nuevo a ver si seguía ahí. Y entonces la miró. Vio a esa anciana amada, alta como un tótem, en silencio mirando en dirección al gran árbol de mango. Sintió tristeza por ella. ¿Qué sería de la tía abuela cuando ella tuviese que regresar a la ciudad? Le tenía miedo a la ciudad. Ya no le gustaba. Más amaba ese lejano pueblo con sus veredas y jardines, con sus historias de amor llenas de cerezas. Donde tenía una hermana que era tan dulce cómo una galleta. Donde tenía un amigo, Fabián, un hombre respetuoso de su dama. Donde vivía un misterioso chico llamado Santiago, que todos lo veían, menos ella. Donde vivía la mejor de todas las tías abuelas que podía existir en cualquier lugar del mundo. Y era su tía abuela y ella su sobrina. En donde existía esa casa donde estaba, llena de misterios, 90


donde su tía y ella podían ser dos muñecas, sin que nadie las juzgara por ello. Donde había existido una niña de la que ella era una réplica viviente. Donde existían unos jardines que los describían cómo un lugar salido de un sueño. Unos jardines que tenía que conocer, en especial para enviar desde lo más cerca posible, una oración a Jazmín la que dormía en el secreto de aquel lugar. No, no quería irse. No quería alejarse de todo eso, no quería dejar sola a Raquel. Comenzó a caminar hacia su tía, con prisa cómo si tuviera miedo que se evaporara ante sus ojos, apuró el paso. No quería irse de su lado. La anciana la sintió acercarse y volteó a mirarla y para su sorpresa la muchacha se la lanzó al pecho y la envolvió con fuerza entre sus brazos. - Ojalá la puerta nunca pueda abrirse - Adelaida se le acurrucó en el pecho que parecía que quería metérsele completa en el corazón - No me quiero ir de aquí. Me quiero quedar con usted. Raquel la envolvió en sus brazos. Sonrió. Cómo deseaba que eso pudiera ser. Pero esa puerta tenía que abrirse para Adelaida, el mundo la esperaba. Ella no podía ser tan vanidosa en pretender que podía quedarse con su sobrina, cómo si en verdad de una muñeca se tratara. ¿Acaso no vivía extrañando a todas las personas que había logrado amar en su vida? Tendría que extrañarla a ella también. - La quiero mucho, tía.

Pero que difícil sería.

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Capítulo 14 Adelaida miraba a su tía abuela, sentada mirando por la ventana, pensativa y vigilante al mismo tiempo. Se sostenía la punta de uno de los mechones de sus plateados cabellos y con ellos se acariciaba el cuello, lentamente cómo si eso la relajara. El sol del medio día brillaba intensamente afuera, y el contraluz sobre la silueta de Raquel desprendía un halo suave que a Adelaida le inspiraba la idea de estar mirando la imagen de un sueño. ¿Cómo sería la vida de su tía cuando estaba sola? ¿Cómo se sentiría en esa casa, demasiado grande para una sola persona? ¿Alguien la vendría a visitar alguna vez? ¿Tendría alguna amiga en Bardolín? Todas estas y más cosas pasaron por la mente de la pecosa. Todavía sabía tan poco de esa anciana que cada día quería más, que cada día se le hacía tan necesaria para sentirse segura. Raquel salió de su letargo al sentir la intensa mirada de Adelaida sobre su perfil. Giró su rostro para mirarla con ojos cuestionadores. - ¿Qué piensa tía? - se adelantó la muchacha a preguntarle al tener la atención de Raquel sobre ella. - Jmm - suspiró y volvió a mirar a través de la ventana -. Espero que pase Santiago y nos ayude a abrir la puerta. - ¿Santiago? - Adelaida se dejó caer de espalda sobre la cama donde estaba sentada -. Será un fantasma. En todos lados escucho un cuento diferente de Santiago y nunca le he visto. - No has visto a mucha gente de Bardolín aún - la dama de damas se sonrió aun mirando a la vereda.

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- Sí, pero nunca las he oído mencionar. En cambio sobre Santiago escucho por todos lados. Claro, de Fabián también, pero por lo menos de él tengo la certeza que existe y he podido verlo varias veces y hablar con él... Así que Fabián no es un fantasma - Adelaida levantó un brazo en alto mirando cómo la luz que venía de afuera bordeaba sus dedos, delineando el borde de su mano. A Raquel le dio gracia aquel comentario y sonrió silenciosa. - Ahora de seguro lo conocerás. Es el que nos puede sacar de aquí sin mucha dificultad - le respondió a su sobrina. - ¿Por qué lo dice? - Es muy hábil con las manos. Todo lo repara, se le da fácil estar armando y desarmando cosas. Ya habrás escuchado eso de él Raquel miró a Adelaida que se miraba las manos levantadas en alto mientras estaba de espalda sobre la cama. - Algo así. Donde Lili reparó no sé que del horno de la Sra. Margot. La otra vez Lili se consiguió con el Sr. Ugenio y este le pidió que si veía a Santiago que le dijera por favor que fuera por su casa, que la llave de una tubería le estaba dando problemas y qué sé yo... Cosas así por el estilo es lo que escucho de él todo el tiempo - dijo la joven llena de intriga dejando caer sus brazos a lado y lado de su cuerpo. - Sí, es muy servicial. Muy presto a ayudar a los demás - Raquel escuchó cómo en la vereda alguien se detenía frente a la entrada de su jardín y volteó rápidamente a ver si era Santiago. Adelaida se dio cuenta que la tía había visto a alguien afuera y no supo por qué ella misma se puso tan nerviosa. ¿Sería Santiago? Se incorporó en la orilla de su cama y su cabello se soltó cayendo sobre su hombro derecho cómo una cascada de fuego. Mientras tanto Raquel miraba afuera a un chico que miraba con cara de alarma y asombro la puerta cerrada de su casa. Parecía que no lo creía, que le era imposible pensar que esa puerta podría estar cerrada alguna vez. 93


- ¡Muchacho! - la anciana agitó su mano llamando la atención de aquel chico que estaba aun encaramado en su bicicleta. - ¡Doña Raquel! - el muchacho cuando la vio abrió los ojos cómo dos grandes faros y señaló la puerta principal asombrado cómo si Raquel no supiera de ello - ¡Su puerta está cerrada! - Sí, nos hemos quedado atrapadas en casa mi sobrina y yo - la dama de damas sin voltear, con una mano aupó a Adelaida a que se acercara a la ventana. La muchacha se puso de pie y su corazón latió con mucha fuerza, caminó sin prisa y se acomodó detrás de su tía abuela y miró a aquel joven que le pareció un chancho. Cuando el muchacho la vio parecieron que sus redondas fosas nasales se le hubieran dilatado, se paró aun más erguido de lo que estaba y metió mucho más su panza y sacó el pecho pareciendo un palomo. - Adelaida conoce a un amiguito de Bardolín - dijo con amabilidad Raquel. Adelaida inclinó la cabeza haciendo una pequeña reverencia. No le salió palabra. Si ese era el hermano de Fabián, todo se lo había llevado Fabián al nacer, observó para sí misma en sus pensamientos. El joven cerdito se llevó un puño a la boca carraspeó e infló aun más el pecho. - Mucho gusto señorita Adelaida - los ojos del muchacho se le pusieron redondos y brillantes. ¡Qué cierto era lo que le habían contado de la sobrina de Doña Raquel! ¡Hermosa, realmente hermosa! Adelaida se sintió decepcionada, tanto esperar para encontrarse con que Santiago era uno de los tres cochinitos de los cuentos. Se acercó al hombro de su tía y le murmuró:

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- Tía parece un chanchito, cómo el de los cuentos. Santiago es feo Raquel no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa que intentaba estallarle en la boca como una carcajada. - No es Santiago - se volteó a ella hablándole cerca al rostro. Adelaida arqueó las cejas por lo alto. ¿No es Santiago? ¿Es decir que aun no sé quién es? pensó ¿es que podría aun ser peor? - ¿No es Santiago tía? Yo creía que era él - le dijo por lo bajo. - No. No lo es. Él es uno de los mejores amigos de Santiago - dijo Raquel señalando hacia el muchacho sin apuntarle. El joven metió el entrecejo. ¿De qué hablan? Sentía que hablaban de él. ¿Qué estaría diciendo la bonita señorita sobre él, que a cada momento lo miraba con sus ojitos negros desde la ventana detrás de Doña Raquel? pensaba. Intentaba sacar el pecho cada vez que Adelaida lo miraba. La dama de damas se volteó de nuevo hacia el joven que parecía un cerdito con ropa: - Toñoño, necesito un favor. Adelaida escupió la risa y se escondió con prisa detrás de su tía abuela metiendo su cara en la espalda de la anciana. A Raquel aquello se le hacía difícil de contener y su mirada era una gran carcajada atada difícilmente con cadenas. - ¿Toñoño? - Adelaida murmuró con los ojos llenos de lágrimas aguantando la risa - Nació sin suerte tía - Raquel dejó mostrar su amplia y hermosa sonrisa sin dejar de enfrentar el ceño metido hasta la nariz del joven que ya se le estaba haciendo obvio, que por alguna razón las dos damas se reían de él. - Mande usted señora - balbuceó Toñoño inflando una vez más el pecho. 95


- Necesito que por favor me ayudes, para poder abrir la puerta que se ha atorado. El joven sin perder segundos, se recogió las mangas de la camisa y entró en el jardín con la indudable intención de lanzarse contra la puerta y echarla abajo. Levantó los brazos en sentido contrario a la puerta agarrando impulso, mirando a la puerta cómo si fuera su enemiga. - ¡Hey, hey! ¿Toñoño qué vas a hacer? - le frenó en seco la dama de damas al ver lo dispuesto que iba el joven a estrellarse contra su puerta. El muchacho la miró con ojos confusos aun con los brazos en posición -. Necesito es que se abra la puerta, no que caiga al piso. Hazme el favor y tráeme a Santiago. - Pero... Doña Raquel... yo... eh... yo puedo abrir la puerta, quizá solo está atorada - dijo Toñoño queriendo ser el héroe de Adelaida, al verla asomarse por detrás del hombro de la anciana, curiosa de lo que pretendía hacer él -. No hay necesidad de que venga Santiago. - Si echas la puerta al piso igual tendrá que venir a colocarme la puerta en su sitio - lo miró Raquel con autoridad. Eso le puso los pelos de punta a Toñoño que respetaba de gran manera, cómo todos en Bardolín, a Doña Raquel -. Así que hazme el gran favor de traerme a Santiago. ¿Sabes dónde está? - Sí señora. En los jardines. Ya se lo traigo - el muchacho regresó a su bicicleta como si fuera un chiquillo regañado, sintiéndose frustrado por no haber podido lucirse ante la hermosa muchacha que estaba encerrada en aquella casa cómo una damisela en apuros dentro de un castillo. Se fue con las ganas de ser su caballero andante. - ¿No te digo yo hija? Toñoño pretendía estrellarse contra la puerta. Esa es una puerta reforzada. Lo que más hubiera logrado es hacerse 96


un morro en la frente si tenía suerte - Raquel caminó de regreso a la silla meneando la cabeza y se sentó sonriéndose por el asunto. - Tía, pensaba que era Santiago - Adelaida se sentó en la cama acompañando a su tía en el actuar - Al ver a ese muchacho... tía es que parece las ilustraciones de los cerditos de los cuentos, con su camisa blanca y sus pantalones con tirantes. Y ese rostro tan rosado. Creí que era en verdad el hermano de Fabián. - Adelaida no seas cruel - dijo Raquel riendo sin reservas - Santiago no tiene la picardía de su hermano, pero creo que no le hace falta para hacerse querer. Fabián tiene un don para comunicarse y meterse a las personas en un bolsillo. Santiago hay que sacarle las palabras de la boca con una pala, pero lo que no hace uno con palabras lo hace el otro con acciones. Santiago lo repara todo. - Santiago no existe - dijo Adelaida muy seria. Raquel estalló en risa, y ella no pudo evitar contagiarse de la carcajada de su tía abuela y rieron juntas. - Toñoño es otro canto - Raquel se secó las lágrimas que se le salían entre las pestañas - Es un buen chico, pero tiene un tronco por cabeza. Es un poco tosco para todo. - Tía ¿Toñoño? Que gracioso suena. ¿No es un nombre típico de Bardolín o nada así, no? - Adelaida miró a su tía esperando que no le diera la razón. - Es un apodo. Él se llama Antonio, pero de niño cuando le preguntabas cómo se llamaba decía "Toñoño" en vez de Antonio. Y Toñoño se quedó hasta el sol de hoy. A él no le molesta, el mismo se lo puso - rieron de nuevo al unísono -, creció escuchando que todo el mundo lo llamaba así. Ni el mismo dice que se llama Antonio, se presenta cómo Toñoño. 97


- Algún atributo tendrá - Adelaida trató de buscarle el lado bueno al muchacho, pues comenzó a sentirse un poco mal con ella misma por burlarse tanto de él. - ¡Ah...! Es todo lo bruto que tú quieras imaginar, pero toca la guitarra precioso - Raquel pareció entusiasmarse. - ¿En serio? - Adelaida trató de imaginárselo con una guitarra en las manos y le dio más risa aun, al verlo cómo un cerdito músico. Se pellizco ella misma una mejilla para tratar de no reírse de nuevo de los juegos de su imaginación. Pero aun así su boca se le fue de largo a largo de un extremo a otro de la cara. - ¡Precioso toca! Es al que buscan siempre los muchachos para dar las serenatas. Y ahí a donde tú lo ves ha enamorado a más de una con su guitarrita, para arriba y para abajo. - Me alegro por él - dijo Adelaida con honestidad. - Mientras que Santiago... no ha tenido suerte el muchacho - Raquel meneó la cabeza cómo parecía hacerlo siempre al hablar de él -. Es buen muchacho, muy buen corazón, y apuesto, quizá no cómo Fabián pero simpático sí es. No sabemos por qué nunca ha recibido las tres cerezas. - ¿Y qué pasa tía si recibe menos cerezas? - preguntó Adelaida sintiendo algo de compasión por el muchacho fantasma. - Sí le dan dos, le están diciendo que lo quieren cómo a un hermano, y si le dan una sola que lo quieren cómo a un amigo - Raquel miró hacia la vereda cómo si pudiera verlo allá afuera mientras hablaba -. Y Santiago siempre recibe dos cerezas. Se puede decir que sigue invicto.

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- Entonces que reciba una sola ya sería un avance - meditó la muchacha pecosa. - ¿A qué te refieres? - Raquel la miró sin entender. - Bueno, si le dan una cereza le están diciendo que lo quieren cómo amigo y de ahí a que se interesen en él, puede suceder. La amistad a veces es paso a enamorarse ¿Pero que le digan que lo quieren cómo un hermano? No hay nada que hacer. - Sí. Puede que tengas razón. Sin embargo Santiago se gana que todas lo quieran cómo a un hermano. Nadie ha recibido tantos pares de cerezas cómo él. - O a las muchachas les da pena rechazarlo - Adelaida se quedó en silencio un segundo pensado, luego mirando seriamente a su tía le preguntó: - ¿Tía y si una mujer no quiere ni cómo amigo, ni cómo hermano al que le trae la serenata que hace? - Cualquier persona de la casa sale y le entrega al pretendiente un pequeño vaso lleno con cualquier licor que se tenga en casa - Raquel la miró con curiosidad mientras le respondía -. Pero hasta ahora eso muy pocas veces ha pasado en Bardolín. - ¿Y si no tienen licor? - No comiences de nuevo Adelaida - advirtió Raquel meneando la cabeza volviendo mirar hacia la vereda sonreída. - En serio tía - la pecosa también sonrió. - Un vaso con agua basta, pero eso es muy cruel. El vaso de licor es alusivo a la pena que sentirá el enamorado al sentirse rechazado y la 99


pretendida o la familia de ella ofrece la primera copa. Dar un vaso de agua sería demasiado cruel - su tía abuela volvió a mirarla. Adelaida la miraba cómo si no podía tomarse todo eso en serio. Le parecían muy raras las costumbres de Bardolín. - Pero tía no es mejor decirlo todo de frente... - Adelaida - la dama de damas, suspiró resignada. - Es mejor ser frontal con el problema - dijo Adelaida haciendo un gesto cómo si señalara a un objeto que tuviese cerca de ella. - ¿Cómo Toñoño contra la puerta? - Raquel la miró en silencio unos segundos, mientras Adelaida se encogía de hombros -. Fíjate bien, déjame explicarte mejor... ¿Te diste cuenta cómo te veía Toñoño? - Jmmm - Adelaida negó con la cabeza, pero metiendo el ceño delatando que mentía. - Casi que no te quitaba los ojos de encima cuando te asomabas a la ventana. ¿Cierto? - le siguió fastidiando su tía con aquello. - Él la miraba era a usted - respondió la pecosa mientras sus orejas se le comenzaban a ruborizar. - ¿Qué va a ver ese muchacho en esta vieja teniendo tanta belleza que ver en ti? - respondió Raquel después de una bien disfrutada risa - El hecho es que le gustaste, y prepárate, que Toñoño no perderá tiempo para que en época de cerezas te venga a traer una serenata y más que en estos momentos está sin novia. Adelaida puso cara de tragedia, cómo si imaginara una imagen tenebrosa. Raquel rió una vez más.

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- Bueno tía sino tiene barriles de licor vamos al mercado y los compramos - dijo Adelaida dejándose caer de lado sobre la cama. - ¿Ves? ¿Te das cuenta de tu respuesta? - le acusó con cariño la dama de damas. - ¿Qué quiere decir? - ¿Dónde quedó todo eso de ser frontal? Mejor el vasito de licor ¿verdad? Que de seguro lo terminaré saliendo a entregar yo a los pobres desdichados que vendrán a cantarte al pie de ventana. Adelaida se sonrió al verse atrapada. Se volvió a incorporar en la cama sin saber que responderle a Raquel que le sonreía triunfante. - Nadie vendrá tía - la muchacha pecosa sonreía segura que así sería. No conocía a nadie lo suficiente como para que le vinieran a traer serenatas. Sin saber ella que eso era lo que menos le importaba a los bardolideños cuando iban detrás del corazón de una damisela. Raquel miró hacia afuera de su casa y vio cómo llegaron unos tres muchachos más en bicicletas, todos con cara de curiosos. No vio ni a Toñoño ni a Santiago entre ellos. - Bueno hija. Prepárese, que se está haciendo muy famosa su belleza aquí en Bardolín. - ¿Cómo está Doña Raquel? Toñoño nos dijo que estaba atrapada en su casa - dijo uno de los muchachos - Iba en busca de Santiago. ¿Podemos ayudarla en algo? - Gracias hijo, esperaré a Santiago ya que lo mandé a buscar - la anciana le agradeció con sinceridad al muchacho mientras pillaba que todos estaban intentando de mirar por encima de ella hacia adentro hacia la habitación. 101


- ¿Quienes son tía? - preguntó la muchacha pecosa desde la cama. - Futuros vasitos de licor - dijo para sí misma la dama de damas. Miró a su sobrina y le sonrió -. Hija, creo que compraremos el barril de vino. A Adelaida le dio mala espina lo que le acababa de decir su tía abuela, se puso de pie y caminó hasta la ventana. Los tres jóvenes clavaron sus ojos sobre ella, llenos de admiración y curiosidad en parte por ese color tan vivo y extraño de su cabello, como era el de ella para ellos. Sin embargo todos pusieron cara de lelos al verla. - Ay no tía - murmuró sonando desencantada con su repentina fama. Pero en ese momento, detrás de las trinitarias vio cómo alguien pasaba caminando muy plácidamente, los muchachos voltearon a verlo y lo hicieron de arriba a abajo cómo si miraran a un ser caído de otro planeta. Era Mateo que les devolvió la mirada de igual forma. Lleno de curiosidad del por qué esos jóvenes estarían mirando todos hacia la casa de la dama de damas, volteó y se percató de que la puerta estaba cerrada. Se detuvo en seco y pareció sorprendido, y quizá hasta preocupado. Eso a Raquel no la dejó indiferente. Al sentirse abordado por una penetrante mirada desde el jardín volteó hacia la ventana de la habitación de Adelaida y las encontró a las dos mirándolo. Raquel con ojos analíticos y Adelaida con ojos llenos de desconfianza. - Raquel... tú puerta está cerrada - Mateo señaló con su bastón hacia la puerta, cómo era de su costumbre. Al verla sintió un poco de alivio dentro de sí. - Eres un genio Mateo. Te has dado cuenta - le respondió la dama de damas. Adelaida que se había puesto de muy buen humor prefirió quitarse de la ventana pues no pudo evitar que en su rostro se le dibujara una sonrisa burlona. Los muchachos también sonrieron. 102


- Mmmm déjame seguir usando mi genialidad... - Mateo no pareció afectarse por la risa de todos, ni por la mirada aparentemente dura de Raquel - tienes cara de estar... ¡atrapada! - La verdad no. Solo estoy evitando que vuelvan a entrar indeseables a mi casa - Raquel no se dejó afectar por la actitud un poco sarcástica del hombre del bastón. - Sí... - Mateo volteó, miró a todos los muchachos y regresando su mirada a Raquel le respondió: - Ya me doy cuenta. Los tres jovenzuelos se movieron incómodos en sus bicicletas. ¿Quién era este y que se creía para tratarlos así y burlarse de Doña Raquel? Pensaron entre unos y otros. - Yo puedo ayudar - Mateo caminó hasta la entrada del jardín mostrando su evidente intención de pasar. - Ni te molestes en volverlo a decir - le dijo Raquel sin perder segundo. Él se detuvo y la miró desesperanzado, dejando caer los hombros. - ¡Vamos Raquel! Yo puedo abrir esa puerta. - Cómo todo buen ladrón - le espetó Raquel, al mismo tiempo que no estaba muy de acuerdo con lo que acababa de decir sobre él. A pesar de todo, Mateo había sido diferente. Un Bardolín, en fin de cuentas, pero diferente con ella. - Oh... lo único que hubiera robado de esta casa era Betania - ni el mismo Mateo supo por qué había respondido de esa manera. Tal vez era por Adelaida, que sabía ahora que era la hija de su antigua enamorada. Quizá por la misma Raquel, sabiendo que entre poco, después de tantos años no la vería más, cuando la familia Bardolín se hiciera con todas la tierras aledañas y la sacaran de una vez por 103


todas de ese lugar apartándolo del único nexo vivo que le quedaba, con su pasado feliz en ese pueblo. - ¿Mamá? - Adelaida preguntó a su tía abuela, casi pegando un brinco - ¿Se refiere a mamá? - Pero ya ves que no lo hice - respondió el hombre del bastón y tratando de salir del embrollo que se había metido el mismo, regresó su atención a la puerta -. Por eso no deberías preocuparte. Yo puedo ayudarte a abrir esa puerta. - Nadie ha dicho que esté atorada - le respondió Raquel con una frialdad que la sentía hasta cierto punto fingida. Entre los dos había una especie de relación de odio y respeto que no terminaba de comprender. Igual le sucedía a él. - Está bien - dijo Mateo apoyando su bastón en el piso. Pudo darse cuenta cómo Adelaida intentaba asomarse con muchísimo cuidado por el borde de la ventana tratando de mirarlo y cómo era típico de su sobrada autoconfianza, se quitó el sombrero y le sonrió amistosamente.- ¡Señorita preciosa! ¿Cómo se encuentra? Adelaida se volvió a esconder acto reflejo. Aquel hombre le generaba ahora curiosidad. - Oh - Mateo lamentó que la muchacha se le escondiera, pero no perdió su actitud zalamera - Bueno... Raquel, por lo menos lo intenté. No se puede decir que Mateo Bardolín no ofreció su ayuda. - Tampoco se puede decir que Raquel Lamuza la necesitara - le respondió la dama de damas. Sin embargo los muchachos se intrigaron todos. ¿Mateo Bardolín? ¡Un Bardolín estaba en el pueblo! Eso por lo regular no eran buenas noticias. Sí en un principio lo miraban con descontento, ahora lo hacían con verdadero desagrado. Mateo se sembró en las sienes de nuevo su sombrero, 104


hizo una pequeña reverencia a Raquel y siguió su paso sin prisa vereda arriba, disfrutando su paseo por el pueblo. - Doña Raquel. ¿Qué hace un Bardolín en el pueblo? - preguntó uno de los muchachos preocupado. - Espero que perdiendo su tiempo, hijo - dijo Raquel sintiéndose tranquila mientras su amistoso enemigo se alejaba. Volteó a ver a la silenciosa Adelaida que la miraba, pero al mismo tiempo la traspasaba con la mirada. Parecía más bien estar en una profunda reflexión incómoda. La dama de damas miró a los tres jóvenes y se despidió de ellos, luego dedicó una mirada a su sobrina un par de segundos en silencio. - Hija, ven te voy a contar algo - la tomó de la mano y se sentó junto a ella en la cama -. A Mateo lo conozco desde que era un niño. El llegó a jugar con Jazmín. - ¿Con Jazmín? - la muchacha pecosa pareció salir de sus cavilaciones de un salto. - Sí. Lo conozco de toda la vida. Cuando tu mamá se quedó aquí una temporada conmigo, ellos se conocieron y se enamoraron. Tu mamá le dio las tres cerezas. Eran dos jovencitos llenos de ilusiones, se inventaron un mundo que no existía para ellos dos. - ¿Las tres cerezas? - preguntó Adelaida sintiéndose molesta, pensando en su buen papá, cómo si ese recuerdo fuese una traición para con él. - Sí. Mateo le trajo la serenata y ella le entregó las tres cerezas - la expresión de Raquel se llenó de pena -. Pero cuando la familia de él se enteró no lo pudieron tolerar. No aceptaban que un Bardolín se enamorara de alguien que fuese de nuestra familia. 105


- ¿Por qué tía? ¿Por qué esa gente nos odia tanto? - Me odian solo a mí, mi niña - Raquel dijo esas palabras dentro de una sonrisa para suavizar el contenido de las mismas, sin embargo se equivocaba. Había alguien que la odiaba a ambas. - Pero ¿Por qué tía? - Adelaida sentía que era demasiada injusta la vida con su tía abuela. No había bastado que su esposo se fuera sin jamás regresar, que Jazmín la perdiera en los pozos, que estuviera sola tantos años, para que también hubiese una familia que la odiara. - Porque sin querer les quité algo que era de ellos. Algo que nunca supieron valorar - la dama de damas miró hacia afuera, su rostro pareció llenarse de gratitud, cómo si no se arrepintiera que la odiaran. Tenía su conciencia en paz. - ¿Qué le quitó tía? ¿Ese documento del que hablaba con el Sr. Gerónimo? - No, eso vino después - Raquel sostuvo una de las pequeñas manos de su sobrina -. Lo que les robé fue el amor de Gran Papá. - ¿Gran Papá? - Adelaida no hacía más que hundirse en un laberinto de dudas- ¿Quién es Gran Papá? - El verdadero dueño de todo este hermoso pueblo, de los jardines de las tierras donde están los pozos y un poco más allá, de ambos lados de Bardolín - Raquel sonrió al recordar a ese anciano querido, que fue tan especial y tan caballero con ella. - ¿Es un Bardolín también? - Era... hace muchos años ya que murió. Era un anciano adorable.

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- Y tía... no se moleste... ¿pero tuvo un romance con él? - Adelaida preguntó ruborizada por lo atrevido de su pregunta. - ¿De Gran Papá? - la dama de damas rió nuevamente llena de jocosidad - No, Luisa Adelaida, lo quise cómo a un padre y él me quiso cómo a una hija. - Pero ¿por eso la iban a odiar tanto los Bardolín? ¿Solo porque se ganó el cariño de ese señor? - Es un poco más complejo que eso - recordó Raquel. La anciana levantó la mirada una vez más hacia la ventana y se quedó en silencio unos segundos -. Santiago ha tardado un poco. - Será un milagro si lo veo aparecer - dijo Adelaida, entendiendo muy bien que su tía abuela no quería seguir hondeando sobre aquello. Recordó que le había pedido que no tirara de ella, que fuera con calma y ella poco a poco le abriría su corazón. Se puso de pie y se dispuso ir hasta la cocina en busca de algo para beber -. Tía voy a buscar algo para tomar ¿le apetece que le traiga para usted también? - ¡Oh sí, hija, muy amable! Por favor - Raquel pareció encantada por el gesto de su sobrina. Adelaida se encaminó hacia la cocina, al pasar al lado de la mesa redonda donde estaba sentada Jazmín, le tomó de una de las manos y se la movió en un gesto juguetón. - Hola pecosita - le susurró. La muñeca siguió indiferente sonriéndose de nada. Se descorazonó un poco al ver que no quedaba jugo preparado en la jarra del desayuno pero observó que su tía aun tenía un par de naranjas y se aventuró a preparar una naranjada, aunque nunca lo había intentado -. Manos a la obra Jazmín, a ver cómo esto nos queda. 107


Raquel se había acercado pero Adelaida no lo notó. La anciana la miró con ternura. Se conmovió al ver cómo la muchacha había comenzado a tomar en cuenta a la muñeca, a darle valor, a tomarle cariño. Notó a su vez que era obvio que su sobrina nunca en la vida había preparado un jugo ni para ella misma, pero ahí estaba, batallando con las dos naranjas, mirándolas, estudiando la manera de picarlas a la mitad. La escuchó cómo murmuraba sola, diciéndose a sí misma cómo era que "había visto a tía Raquel hacerlo el otro día". La dejó a solas. No quiso molestarla y se regresó a esperar a Santiago en la habitación de Adelaida, sentada frente a la ventana. Se dijo que se bebería lo que le trajera la muchacha, quedara cómo le quedara. - La intención es lo que cuenta - dijo en voz baja mientras entraba a la habitación. Se sentó en la silla mirando hacia afuera, hacia la vereda que había quedado de nuevo desierta. La puerta cerrada, pensó, después de tantos años la puerta está cerrada. De pronto le pareció mentira y para sorpresa de ella misma, no halló sentirse perturbada cómo horas antes. No estaba sola y eso era lo importante. Ya habría tiempo de mantenerla abierta de nuevo, cuando Adelaida regresara a la ciudad. Pero así cómo lo pensó, así de rápido espantó el pensamiento antes que la lastimara. Después se dedicaría a extrañarla, pero mientras la tuviera con ella, la disfrutaría al máximo. - Doña Raquel ya llegué - la dama de damas dio un respingo saliendo de su ensoñación. Santiago estaba frente a ella, pero del otro lado de la verja mirándola sosteniendo en sus manos una caja de madera, llena notoriamente de herramientas. - Muchacho - se puso la mano sobre el pecho -. Casi me matas de un susto, no te vi llegar.

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- Toñoño me ha dicho que su puerta no abre, que se ha quedado encerrada - Santiago hablaba con sumo respeto a Raquel, sin dejar de tener la mirada esquiva dejando en evidencia su timidez. - Sí hijo - le sonrió la dama de damas, sabía que la forma que ese muchacho había conseguido para poder socializar, era a través de sus habilidades reparando cosas. Para él componer cosas dañadas, era lo mismo que para Galleta coleccionar mariposas -. Has llegado a salvarnos. La puerta es toda tuya. - Con permiso - dijo Santiago mirando a la puerta cambiando su actitud de timidez a una de más seguridad. Entró en el jardín, sabiendo que no era un reto para él, que en un par de minutos ya habría abierto aquella cerradura testaruda que había convertido a la casa siempre abierta de Doña Raquel en una prisión. Al llegar hasta la puerta salió del campo de visión de Raquel, ella solo pudo escuchar lo que hacía. Escuchó cómo sonó la caja de herramientas suavemente contra el suelo, cómo estuvo en silencio unos segundos de seguro analizando la cerradura y luego el choque de unas herramientas con otras, mientras buscaba la más adecuada para iniciar el trabajo. Se sentó más tranquila en la silla, suspirando profundamente. Eso no sería problema para Santiago. Al sentirse relajada al tener al muchacho resolviendo el inconveniente de la puerta se dispuso a contarle a su sobrina que el "fantasma" ya había llegado, y a decirle que se acercara para presentárselo. - Ya vengo Santiago - le aviso tratando de atinar a verlo, pero no insistió sabiendo que no era posible de donde estaba. Salió rumbo a la cocina y de lejos vio a Adelaida sentada en una silla con una terrible expresión de dolor, y dentro de un puño cerrado con fuerza sostenido el índice de la otra mano. - ¡Ay Adelaida, hija que pasó! - sonó la voz de Raquel con potencia por la angustia que le produjo pensar que su sobrina se había destajado un dedo. Su voz se coló por la puerta y Santiago la 109


escuchó alarmado. Algo había pasado. ¡A Adelaida, a ese ángel hermoso le había pasado algo! Se concentró en la cerradura, cómo si no existiera nada más vital en el mundo que hacerla ceder. Podía sentir la voz de Raquel alarmada aun, sin poder entender lo que decía. Eso hizo que su corazón latiera con mucha fuerza y la frente le comenzó a transpirar. Vas a abrirte, pensaba atravesando con la mirada a la cerradura, vas a girar. ¡Cluck! La cerradura giró sin mucho problema cómo si Santiago hubiera logrado intimidarla y abrió la puerta empujando de la manilla con rapidez. El sol volvió a iluminar gran parte de la casa, entró como si hubiera extrañado alumbrar el recinto de la dama de damas. Aquel resplandor hizo que Adelaida levantara sus ojos llorosos apartando su atención de sus manos, con las que Raquel batallaba para separar y poder ver la herida que se había hecho en una de ellas. Miró la silueta de aquel joven, parecía de la misma estatura de Fabián, algo más delgado pero de porte atlético, por lo menos su silueta no era la de un cerdo con ropa. Pero no le veía su rostro, en la penumbra en la que estaba no podía ver el rostro del misterioso Santiago. De igual manera sus lágrimas no la ayudaban y soltándose el dedo herido intentó enjugarse los ojos. Raquel aprovechó de mirar la herida de Adelaida llena de urgencia, pero cuando vio lo que era una no muy grande línea sangrante, volvió a respirar sonriendo. - Que dramática eres hija mía - la pecosa bajó la mirada a ver a los ojos a su tía abuela -. Me mata a mi primero un infarto que a ti esa herida. Creí que te habías abierto el dedo de largo a largo. Adelaida volvió a levantar la mirada hacia la puerta... y estaba desierta. Santiago se había ido. Se descorazonó más de lo que ya estaba por fracasar en su intento de hacer un simple jugo con dos naranjas. Se descorazonó por no poder haber visto el rostro de Santiago, y no supo por qué sintió vergüenza al pensar que desde la 110


puerta él la haya visto llorando cómo a una tonta. Pero escuchó de pronto un ruido en la sala, algo hizo ruido y luego se quedó en silencio. Su corazón se aceleró, se disparó a latir con fuerza. Vio cómo alguien salía de la sala en dirección donde ellas estaban, se puso nerviosa sin poder evitarlo, su cuerpo se tensó y las manos le comenzaron a transpirar. Raquel se puso de pie y caminó hacia la cocina a buscar en un estante un frasco de alcohol y vendaje, que siempre tenía a la mano y Adelaida se sintió desprotegida, no había nadie entre Santiago y ella. ¿Por qué? pensaba ¿Por qué estoy tan nerviosa? ¡Y por fin lo vio! Santiago tenía un rostro noble, su mirada era serena, protectora, amable. Pero sus ojos... no sabía cómo evadirlos, esos ojos... la forma en que la miraba a ella, cómo si se le metiera por las pupilas y la leyera por dentro... Se quedó inmóvil, en verdad parecía que había visto un fantasma aparecer, tenía la punta de los dedos heladas, aunque sentía, cómo era de esperarse, las orejas hirviendo de los sanguíneas que se le habían puesto. Santiago por su parte, estaba peor que Adelaida. ¡Qué hermosa! pensaba. Al tenerla tan cerca, al llegar a él el suave perfume de ella, se sintió atado por esa muchacha que lo miraba a través de sus lágrimas. Al mirarla tan frágil como una flor, sintió el deseo de envolverla, de protegerla, de que en esos hermosos ojos oscuros ya no hubiera ni el más mínimo rastro de dolor. Pero todo ese heroísmo se le quedó por dentro, cómo era de costumbre. No dijo nada, aunque su cara hablaba por él. Se detuvo. Temía acercarse un paso más, no fuese Adelaida a escuchar cómo le sonaba el corazón en el pecho, cómo un loco con un timbal.

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Qué no se acerque más, que es capaz que escuche cómo suena mi corazón, tan ruidosamente, casualmente pensó Adelaida.

Y así sin palabras se conocieron, aunque sus corazones se saludaron en voz alta.

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Capítulo 15 Santiago la miraba, mientras ella se mantenía en silencio, con sus ojos sobre su mano herida más cómo una excusa para evadir la presencia de él que por verdadera preocupación por su dedo lastimado. Se sentía tímida, nerviosa, incapaz de regresar la mirada al rostro de ese joven de rasgos amables. El silencio de él la ponía más nerviosa aún, parado cerca de ella, sin decir palabra, observándola como si de verdad de un fantasma se tratara. Raquel seguía hurgando entre sus cosas buscando una venda que de pronto había olvidado donde la había colocado. Se giró para dejar el frasco de alcohol y el algodón sobre la mesa al lado de Adelaida y se encontró con un silente Santiago que alzó la vista para ponerla al tanto sobre su puerta. - Doña Raquel, la cerradura solo necesita un poquito de mantenimiento. Voy a ir a hacerle un poco de limpieza al mecanismo - dijo el muchacho. La voz de Santiago le sonó tan agradable a la pecosa, que se ruborizó sin poder evitarlo, cómo si la hubieran descubierto en ese sentimiento tan secreto que se movió dentro de ella. La dama de damas con sólo verlo adentro, se le iluminó el rostro. Ella lo sabía, para Santiago aquella puerta abriría complaciéndole sin problema. Antes que él se alejara, ella le extendió los brazos pidiendo que sostuviera el algodón y el alcohol que terminaron depositados en las manos de un atónito Santiago, en vez de sobre la mesa, al lado de la muchacha que parecía ni respirar de lo quieta que estaba. - Muchísimas gracias por abrir mi puerta. Sabía que lo resolverías sin ninguna dificultad - le sonrió con profunda gratitud y admiración -. Ahora ayúdame a reparar a esta muchachita que perece que no solo se cortó un dedo sino también la lengua. 113


Adelaida ni siquiera levantó la mirada, dejó sus ojos oscuros clavados en su dedo, cómo si aquel comentario no tenía que ver con ella. Pero aun así pareció achicarse aun más en la silla donde estaba. ¿Santiago ayudaría a su tía abuela a curar su herida? Eso significaba que se acercaría todavía más, lo que la ponía inquieta en sus pensamientos. Santiago pasó frente a ella rumbo a la cocina. Su corazón latió con fuerza. ¡Adelaida que te pasa! se regañó para sus adentros, ¿por qué me siento así? - Luisa Adelaida - la anciana la llamó reprochándole, al ver tan esquiva a su sobrina. La muchacha pecosa alzó los ojos hacía ella y la miró - Aquí está Santiago frente a ti. ¿No lo vas a saludar? Santiago se puso tenso mientras regresaba al lado de las dos damas después de lavarse las manos en un cuenco de madera con agua limpia que había en uno de los gabinetes de la cocina. Pareció como si hubiera querido dejar caer lo que tenía en las manos y salir huyendo en dirección a la vereda. Adelaida lo miró, él la miró con sus ojos nerviosos y evasivos. Y los dos, sin más, se hicieron el uno al otro una pequeña y muda reverencia con la cabeza y tan pronto como eso terminó se apartaron las miradas. Raquel se les quedó mirando a los dos sorprendida. - Díganse algo. ¡Por lo menos "hola"! - dijo la dama de damas meneando la cabeza mientras regresaba a buscar la venda, que parecía haber recordado el lugar donde la había dejado la última vez. - Hola - murmuró la pecosa sin verlo. El muchacho no dijo nada, la timidez lo terminó de vencer. Adelaida no le agradó mucho que Santiago no le respondiera. ¿Me ha dejado con el saludo en la boca? se indignó por dentro. Volteó a mirarlo soberbia, solo para encontrarse de nuevo con esa mirada que parecía que intentaba aprenderla a ella, toda de memoria. Y vencida por esos ojos dulces, volvió a esquivarlos, molesta, confusa, nerviosa. 114


- ¡Aquí está! - Raquel caminó hacia la pecosa silenciosa, meneando en el aire la venda, tan blanca cómo el jirón de tela del manto de un ángel. Arrimó una silla frente a la de Adelaida y se sentó frente a ella tomando su mano, observando tanto su dedo, cómo la cara de tragedia de la joven -. Hija por favor... cambia esa cara. No es gran cosa lo que tienes en el dedo. Ya no te debe ni doler. - ¡Auuu! - chilló Adelaida cuando Raquel le movió el dedo y notó la herida, que aunque no era grave, si era bastante profunda. Apresuró a Santiago con un gesto de su mano para que se acercara con el algodón y el alcohol y este cómo si lo hubieran despabilado de un sueño, reaccionó y se acercó con rapidez a la anciana. - Por favor dame un trozo de algodón mojado en alcohol - le pidió Raquel. La dama de damas no quitaba los ojos de la herida de Adelaida que al moverle el dedo comenzó a sangrar notoriamente. Santiago sin ninguna dificultad, cómo si hubiese hecho aquello un sin fin de veces, con prontitud alistó el algodón embebido y se lo ofreció a Doña Raquel, pero esta no lo agarró. - Por favor, límpiale la herida mientras preparo la venda - le indicó la dama de damas, mientras se inclinaba un poco para alcanzar una gaveta cercana para sacar una pequeña tijera. En el primer momento Santiago ni se movió, ¿limpiar yo?, titubeó pensando que le tocaría la peor parte de aquello al tener que pasar el alcohol por la herida de la joven de cabellos de fuego. Sin embargo al ver el dedo sangrante de Adelaida se dejó de cavilaciones y tomó su mano. Una pequeña paloma blanca parecía, sobre la palma de él. Delicada cómo una nube, reposada sobre la cima de una montaña de piedra. Le pareció un poema la mano de Adelaida. Pequeña dentro de la suya; suave, que le daba la impresión que si cerraba la mano la partiría como un cristal. Ella, por su parte se ruborizó tanto, que sus mejillas parecían haber sido enrojecidas por el sol. Se sintió 115


protegida, la forma en que Santiago sostuvo su mano era la misma manera en que se sostienen esas cosas que se aman, que se atesoran, que son valiosas sin medida alguna. Se sintió consentida, aunque el ardor del alcohol la hizo dar un rebote sentada en la silla cuando Santiago, con todo el cuidado posible, limpiaba su dedo lacerado. Él no la curaba con el algodón, la acariciaba. Esa mano delicada y hermosa, cómo una rosa blanca, era lo más hermoso que alguna vez jamás había podido sostener. Adelaida dio otro salto en la silla. Santiago la miró compasivo, ella le sonrió. Se sentía agradecida del sumo cuidado con la que él evitaba lastimarla, aunque no era posible evitarlo. La sonrisa de Adelaida lo llenó por dentro de valía. Un sol le brilló en el alma. Su corazón tarareó contento fuertes latidos. Ojalá pudiera sentir el dolor yo y no ella, pensó. Raquel se acercó con la venda lista lo cual Santiago no le quedó más remedio que hacerse a un lado, lamentando que hubiese durado tan poco ese espacio de tiempo en que pudo sostener la mano preciosa y frágil de Adelaida. Por su parte, la joven pecosa, aunque su tía con tanto amor la vendaba con delicadeza, pudo sentir la gran diferencia entre una atención y la otra. Se sorprendió a si misma extrañando la mano de aquel joven extraño. No pudo evitar buscar en su mente, solo una vez en la que Joshep la hubiese sostenido así. No halló tal recuerdo. Se miró a ella misma sostenida de él, pero no sostenida por él. Pero alejó esas ideas de su mente, no quería que sus emociones la confundieran, su dolor, su gran amor interrumpido. Estoy muy emocional estos días, trató de justificar lo que sentía, es solo eso, solo estoy muy sensible. Pero por más que se excusara, no dejaba de repetir en su mente la sensación de su mano acunada por la del muchacho fantasma, la disfrutaba. - Listo - Raquel se puso de pie, regresando su silla a su lugar en torno a su amada mesa redonda. Y mirando la cocina trató de entender que le había sucedido a su sobrina. Miró una naranja cortada en dos partes, donde un lado lucía más angosto que el otro notoriamente, lo que sacó una sonrisa compasiva a la dama de damas, y la segunda naranja estaba arrinconada, como si hubiera 116


quedado atrapada al intentar escapar de Adelaida, a la que apenas había podido hacer una pequeña estocada antes de alcanzarse el dedo con el filo del cuchillo. La pecosa miró con vergüenza a su tía abuela, se sentía tan apenada por quedar en evidencia que no sabía cortar ni una naranja. - Soy una inútil tía - murmuró la joven de cabellos cobrizos desmoralizada. - Todos nos lastimamos alguna vez - dijo Santiago, mirándola al mismo tiempo que evitaba mirarla mientras le hablaba, dejando a Raquel con las palabras en la boca; no pudo evitar levantar las cejas interrogativa, tomada por sorpresa por esa repentina iniciativa del muchacho. Santiago no hallaba donde mirar cuando Adelaida puso sus pequeños negros ojos en él con tanta atención, pero no quería que ella se sintiera mal por un simple accidente, así que pujó valor y continuó -. Muchas veces... yo, muchas veces me he herido haciendo cosas más tontas que picar una fruta. ¿Cosas más tontas que picar una fruta? ¿Qué significa eso? pensó Adelaida ¿Soy tan tonta que no puedo hacer una cosa tan tonta cómo picar una fruta? La muchacha pelirroja aun tenía mucho que sanar sobre sí misma. Su inseguridad hablaba por ella en sus pensamientos. Olvidaba que ella misma se había tratado de "inútil". Metió el ceño una vez más. Santiago ante la expresión de Adelaida se enmudeció. Pensó que no había debido opinar, la preciosa pecosa se dirigía era a Doña Raquel, no a él. - Muy cierto Santiago - la anciana se acercó al muchacho, aún curiosa de su pequeño respingo de valor -. Un accidente es un accidente. - Picar unas naranjas no es algo tan tonto - dijo Adelaida en baja voz, sintiéndose un poquito molesta. Raquel sonrió graciosamente. Su sobrina se lo estaba tomando demasiado a pecho. 117


- También tienes razón - dijo la dama de damas sonreída hermosamente, tomando la naranja y dejándola en dos mitades con una facilidad que hizo sentir pequeña, muy pequeña a Adelaida -. Todo tiene su arte, todo tiene su secreto. Y el secreto de picar una naranja, es cómo con el corazón. Santiago se sonrojó al escuchar aquello. Sintió cómo si esas palabras intentaran delatar de alguna manera lo que acontecía en su pecho. Sin embargo Raquel no se refería a nadie en concreto. - Muchas veces nos herimos nosotros mismos, hasta el día que dejamos de lastimarnos, porque aprendemos una manera segura de hacer las cosas. Y en ese momento ya no nos preocupamos cómo picar a la naranja, sino más bien a disfrutar de sus bondades - La dama de damas apretó entre sus dedos una de las mitades de la naranja y la fruta dejó salir su abundante jugo dentro del vaso de vidrio en el que Adelaida había aspirado llevarle la bebida -. No te sientas mal, mi niña. Aprecio tu esfuerzo y sé que lo hacías con todo tu cariño. Esas palabras suavizaron la pena que sentía la muchacha y agradecida le sonrió a su tía abuela con ternura. Las dos se miraron risueñas. Luego Raquel se abocó a terminar de sacarle provecho a las dos naranjas, sin dejar de divertirse en secreto por la naranja de la pecosa, picada de forma tan dispareja. Adelaida se dedicó a mirar su vendaje; su dedo parecía una pequeña momia envuelta desde arriba hasta abajo. Intentó moverlo pero la venda se lo impidió y al sentir una leve molestia desistió de volverlo a intentar. Santiago, a cambio, había quedado alelado de nuevo perdido entre las pecas del rostro de Adelaida, miraba cómo estás eran más abundantes en esos lugares donde el sol daba directamente sobre su piel. Le parecieron constelaciones, cómo pequeñas estrellas de fuego desordenadas sobre un poema viviente. Siguió con sus ojos todo el recorrido que hacía el cabello rojizo de su musa, que caía sobre su hombro 118


derecho haciéndole recordar una pintura que había visto en un libro de Doña Raquel. De una hermosa mujer de largos cabellos, de pie sobre una concha de mar, la que la dama de damas le había explicado en aquella ocasión, que era una diosa de la belleza y del amor. No recordaba su nombre, pero podría rebautizarla, llamarla Adelaida. Su diosa de la belleza y del... ¿amor?... Recordó que precisamente el amor era una cosa que no parecía haber sido hecha para él. Ella de seguro le daría el vaso de licor si se le ocurriese traerle una serenata. Era demasiado esperar incluso, que ella le diera dos cerezas, cómo todas lo "premiaban" por sus afectos. Se sinceró con el mismo, pecaba de iluso al dejar que su corazón se enterneciera, se llenara de Adelaida. Está fuera de mi alcance, pensó, yo soy de este pueblo y ella es de la ciudad. Se convenció que quizá eso jugaba a su favor, la hermosa pecosa se iría algún día y por eso él no le llevaría nunca una serenata, porque ella no pertenecía a Los Jardines de Bardolín. Se dio la vuelta sin hacer ruido y se dispuso a limpiar el sistema interno de la cerradura de la puerta principal. Para eso era que él era bueno, para reparar cosas.

Lo que no sabía Santiago, es que Adelaida tenía el corazón roto.

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Capítulo 16 Un vendaval taciturno recorrió Bardolín cómo lo hacía casi todas las tardes de Marzo, llevándose consigo el secreto de mil pasos que habían quedado entre las piedras de las amables veredas de aquel lugar. Los colibrís iban de flor en flor buscando el dulce licor de las flores y los azulejos entre las trinitarias cantaban himnos con sus gargantas de flautín. Y él, intentaba no creer en el amor; no esta vez, pensaba, no esta vez. Sin embargo, sin poder evitarlo sus ojos lo traicionaban y miraban hacia la distancia, hacia dentro de aquella casa, para buscar a su propio corazón que se le había ido del pecho cómo un azulejo más a revolotear alrededor de Adelaida. - Hermosa - murmuró, regresando sus ojos a la cerradura. Se habló a sí mismo indefenso, aunque en el siguiente segundo, se daba un escarmiento -. ¡Iluso Santiago, eres un iluso! ¡No anides esperanzas inútiles en tu corazón! ¡No la mires! Pero el muchacho volvía mirar a aquella dama de cabellos hermosos, aquella frágil dama que parecía una flor con pétalos de fuego enmarcando su rostro. Sentada en el silencio de la lejanía, mirando su mano herida, como si de un pequeño libro de poemas se tratara. - Pero es que es tan preciosa - parecía insistir su otro yo, cómo si lo quisiera convencer. Su alma lo traicionaba también haciéndole revivir el suave contacto de la mano de la pecosa con la suya, ese encuentro silencioso que duró tan poco, quedándose para siempre en él. Adelaida levantó la mirada y antes que aquellos ojos volvieran hacer del joven un trozo de arcilla, apartó su mirada hacia la caja de herramientas buscando nada, fingiendo. Revolvió las herramientas y sin más, volvió a "concentrarse" en el sistema mecánico que 120


limpiaba, sin tomar nada de su caja de madera. Suspiró, se sintió dividido en dos, una parte de él quería mirar a su musa hasta el vicio; la otra, quería endurecerse y pretender que aquella muchacha tan irresistiblemente bella para sus ojos, no pasaba de ser más que cualquier otra, que para él mirarla era cómo mirar una flor silvestre y así poder seguir su camino sin mayores cavilaciones. Flores silvestres hay en todas las esquinas de Bardolín, no digamos en los mismos Jardines, pensó. Mas, el no podía engañarse aunque pusiera afán en ello, bien sabía que no había una sola flor como Adelaida en Bardolín, ni nunca había visto otra ni similar, ni tan bella, ni tan cerca. - ¡Santiago! - escuchó que Doña Raquel lo llamaba. Miró nuevamente hacia adentro y pudo ver a la dama de damas con un vaso de jugo en las manos -. ¿Te apetece? Él asintió inocentemente, incorporándose, esperando como de costumbre que la doña se acercara a traerle algún pequeño refrigerio. Pero por el contrario miró cómo Raquel se volteó hacia Adelaida para pedirle a su sobrina que fuese ella la que le trajera el vaso. Volvió a suspirar resignado. Raquel acercó el vaso a las manos de Adelaida y la muchacha primero miró el vaso haciéndose la poco entendida y luego miró a su tía abuela a los ojos. - Hazme el favor, hija, de llevarle esto a Santiago -. La joven pecosa se le aceleró de nuevo el corazón sin poder evitarlo, se movió nerviosa en la silla y metió el entrecejo pensando en una escapatoria. - Tía tengo la mano herida - dijo mostrando su dedo vendado. - Luisa Adelaida por favor - Raquel le reprochó - ¿buscamos una silla de ruedas? 121


La muchacha se le quedó viendo fijamente unos segundos a su inamovible tía que esperaba por ella. Vencida, puso los ojos en blanco y los cerró, luego extendió la mano para que Raquel le diera el vaso. Sin decir palabra se puso de pie, como si unos hilos invisibles la movían en contra de sus deseos, como si fuera una marioneta hermosa que no le quedaba otra libertad que ir en la dirección que la mandaban. No apartaba la mirada del jugo que danzaba en cada uno de sus gráciles pasos. La verdad era que no estaba concentrada en el vaivén de la bebida dentro de aquel cristal, toda su atención estaba puesta en su campo de visión en dirección al joven de ojos nobles. Sentía sus pasos torpes, se sentía como un pato caminando y no sabía porque de pronto le importaba tanto el cómo se vería andando, si ella sabía muy bien pisar como una dama, con una delicadeza y feminidad que ni cien rosales completos podían competir con lo hermosa de su presencia al andar. Santiago, por su parte, apretó el último tornillo en su lugar dejando caer el destornillador dentro de su caja de herramientas. Se escurrió el sudor de la frente y jugó unos segundos con la manilla de la cerradura comprobando que había quedado como nueva. Alzó la mirada al escuchar los tacones de la pecosa acercarse a él y al verla quiso aparentar indiferencia, fingió no verla. Y cerró la puerta. Adelaida se detuvo en seco, atónita, sin creerse que Santiago le había cerrado la puerta en la cara, no creía que él no se hubiese percatado que ella se acercaba. No era forma de tratar a una dama. Raquel desde lejos meneó la cabeza, pensando que el muchacho ya no tenía remedio alguno. La pecosa se giró hacia su tía abuela y la miró con el rostro tenso con el jugo en una mano. Santiago abrió de nuevo la puerta encontrándola de espaldas hacia él. Pero siguió fingiendo que revisaba el correcto funcionamiento de la cerradura, moviendo la manilla y mirándola con detenimiento. Sentía cómo un calor le corría el cuerpo, al ver que Adelaida se mantenía de espaldas, pero no podía demostrar que se daba cuenta de aquello, debía seguir aparentando que estaba en su inspección final ajeno a la 122


muchacha. La pecosa furiosa volvió a girarse sin mucho entusiasmo hacia Santiago ¿Cómo se atreve? Era lo único que le pasaba por la mente. ¿Cómo se atreve, a mí, a Luisa Adelaida Castelán Buendía, cerrarme la puerta en la cara? Sin embargo, Santiago volvió a cerrar la puerta, pero esta vez Adelaida dio los dos pasos que le faltaban para quedar justo en el arco que dibujaba la puerta al abrir y se quedó inmóvil, en silente espera. Del lado de afuera, el muchacho comenzó a sentir remordimiento por comportarse de forma tan inmadura con la hermosa pelirroja. Pensó que Adelaida habría entendido bien el mensaje que quiso enviarle con su actitud desentendida, que no se preocupara por él, que era un hombre indiferente a los encantos de ella, que no se tendría que preocupar de ese pueblerino y que podía contar con él cómo un simple amigo más. Se dispuso abrir la puerta y fingir que se había dado cuenta por fin que ella estaba cerca para traerle el jugo, le hablaría sobre lo bien que había quedado la cerradura, tomaría el jugo como un caballero, le daría las gracias y en la menor oportunidad saldría de casa de Doña Raquel cómo un petardo en dirección a su propia casa, ha enfrentarse con sus verdaderas emociones. Sonrió antes de abrir la puerta y empujó decido de ella hasta quedar de frente ante la mirada de puñal de Adelaida, que sin el más mínimo atisbo de vergüenza, como si hubiera sido activada por un dispositivo conectado a ella desde la misma puerta al abrirse, le lanzó todo el contenido del vaso sin desperdicio de una sola gota en el centro de la cara. Con su característica delicadeza, se acercó a la puerta y la cerró de nuevo, dejando del lado de afuera a un empapado Santiago tratando de entender que era lo que le había acabado de suceder. Se giró en silencio y caminando sin ninguna prisa, como si hubiera encontrado paz en su alma, se fue hacia su habitación y cerró suavemente la puerta detrás de ella. Raquel no podía detener las carcajadas que la invadieron. Esa niña tiene sangre Lamuza en las venas, pensaba, solo a Santiago, solo a él se le ocurre cerrarle en la cara una puerta a Adelaida. Se puso de pie rumbo hacia la entrada, y pensó que gracias a su sobrina y sus 123


constantes ocurrencias, había vuelto a reírse de la vida cómo hace tanto tiempo no lo hacía. Agarró una pequeña toalla para auxiliar al pobre muchacho, para que se secara el rostro. Al abrir la puerta, Santiago dio literalmente un brinco como si hubiera esperado que Adelaida viniera ahora con agua caliente, pero al ver a Doña Raquel, se le quedó viendo con los ojos tan redondos cómo dos grandes platos soperos. Los ojos los tenía rojos y le ardían, el jugo le había entrado harto entre los párpados, al estrellarse en el centro de su cara todo el contenido del vaso que traía la pecosa. Seguía preguntándose qué era lo que había sucedido, que le había hecho él a Adelaida para que le arrojara la naranjada encima. - Toma - Raquel le extendió la toalla -. Sólo a ti se te ocurre cerrarle a Adelaida una puerta en la cara. ¡Y dos veces! - Pero... pero... yo no le cerré la puerta a ella... - el muchacho goteaba por todas partes. - Hijo, sí la viste venir ¿de dónde sacas tú cerrar la puerta? Más si te trae algo. - Yo no la vi venir - mintió, mientras se estrujaba los ojos con la toalla. - ¡Sí me vio venir! - se escuchó la voz molesta de Adelaida desde la ventana. Cuando Santiago volteó hacia ella, la pecosa cerró la cortina de un tirón bufando como un toro. - Santiago, tan caballeroso que te comportaste con ella allá adentro y de pronto... es que cuando vi que cerraste la puerta y mi sobrina se detuvo, supe que ibas a tener problemas - le dijo Raquel cariñosamente.

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- ¿Por qué está tan molesta? - Santiago miraba hacia la cortina cerrada sintiéndose mal. Tampoco su idea era que Adelaida pensara mal de él -. ¿No entiendo porque tenía que lanzarme el jugo encima? - No sé. Las mujeres a veces actuamos así. Quizá cuando esperamos demasiado de algo. - ¿Esperar demasiado de algo? - el joven se frotó con fuerza la camisa con la pequeña toalla, sin dejar de mirar de vez en cuando hacia la ventana - Me hace sentir mal Doña Raquel. ¿Me quiere decir que ella esperó demasiado de mí? - Tal vez - la dama de damas lo miró con cierta sanción en la mirada -. Quizá esperaba seguir encontrando en ti al caballero que sostuvo su mano allá adentro. Santiago se ruborizó. Doña Raquel parecía no perder detalle de nada, sin embargo se le hacía difícil creer que Adelaida esperara de él una verdadera atención, que la hermosa muchacha de delicada piel, suave como una seda, pintada con hermosas pecas por todo el rostro, incluso sobre esa frágil mano la cual sostuvo con tanta diligencia, esperara de él, un pueblerino, la disposición y atención que ella podría esperar de un joven más respetable, de un verdadero caballero de la ciudad. Volvió a pensar que sería mejor así, que ella estaba demasiado lejos de su alcance, que ni en sueños era posible que ella pudiese acercarse a su vida. Se encerró en sus pensamientos, cómo era típico de él y comenzó a recoger sus herramientas que habían rodado por el jardín al tropezar con los pies su caja de madera al recibir el impacto del jugo en el rostro. Raquel sintió pena por él, por ese joven que no sabía cómo enfrentarse al mundo como otros, al que parecía que no le salían bien las cosas con las personas, refugiándose más y más en sus herramientas y en su silencio. Incluso no pudo dejar de pensar como era Adelaida cuando llegó, una fierecilla difícil de llevar y que sin duda, mucho de esa Adelaida aún seguía ahí, dentro de su sobrina, a la defensiva. Su 125


intuición le decía que Adelaida y Santiago podían llegar a ser grandes amigos, pero tal vez primero tuviesen que aprender a comprenderse el uno al otro. Fabián era muy distinto a su hermano en ese sentido, era una persona con un don para socializar con cualquiera, incluso hasta por diplomacia era capaz de sonreír. Santiago no. Santiago era demasiado honesto con sus emociones y su mayor problema era no saber expresarlas, actuaba en consecuencia esperando que el mundo lo comprendiera, para solo quedar menos incomprendido y más solitario aun. - No te sientas mal - la anciana lo miró con cariño -. A Adelaida ya se le pasará. Te pido disculpas en su nombre, ella tampoco ha tenido días fáciles. Tal vez solo está predispuesta un poco. No es tu culpa. Adelaida se sentaba en la cama luchando por no sentir remordimiento por lo que acababa de hacer, y al minuto siguiente caminaba hasta la ventana y por el filo de las cortinas se asomaba y lo miraba. El corazón le latía con fuerza con solo verlo, pero volvía a murmurar molesta y se volvía a lanzar sentada contra la cama a repetirse lo bestia que era Santiago. Lo poco delicado que era. ¿Delicado? La pobre terminaba quedando invadida de nuevo por aquella sensación de seguridad tan grande que le hizo sentir Santiago cuando le sostuvo la mano y le curaba la herida. - Ideas mías - se intentó convencer que se lo había creído ella misma, que el muchacho nunca la sostuvo con verdadera bondad, que solo habían sido impresiones suyas. Se puso de pie de nuevo y se asomó para mirarlo una vez más, sin saber que era lo que intentaba buscar con tanta insistencia en él, en ese rostro amable, en esa mirada suave y noble que la ponía tan nerviosa e indefensa. Y por más que lo evitó, no pudo dejar de sentir pena por Santiago, al verlo con aquella expresión tan triste recogiendo sus herramientas y guardándolas en el más absoluto silencio. El corazón le latió distinto, sintió enormes ganas de salir a disculparse, pero su orgullo le hacía frente al mismo tiempo. 126


- ¡Me cerró la puerta en la cara! - se recordaba, pero su corazón seguía hostigándola. De nuevo se sentó en la cama, pero ya no sé dejó caer, se sentó con suavidad mirando hacia su puerta, cómo si su alma y su cuerpo quisieran salir de la habitación, cómo si lo único que le pudiera dar consuelo a todas esas emociones que la estaban comenzando a invadir, era estar solo al lado de Santiago, con solo acercarse. Cuando se dio cuenta estaba de pie detrás de la puerta sostenida de la manilla. El corazón se le agitó aun más, intentaba empujar la manilla hacia abajo pero los nervios no la dejaban. - ¿Por qué? - apoyó su frente en la puerta, tratando de buscar en su alma la razón que la jalaba hacia Santiago y que al mismo tiempo la jalaba en sentido contrario. Trajo la imagen de Joshep a su memoria y lo miró, a su amado Joshep y las emociones que vinieron con ello la paralizaron. Se sintió triste, opaca, culpable, indigna. Soltó la puerta y dio dos pasos hacia atrás. Se sintió mal, sintió que no merecía estar sintiendo esas emociones tan fuertes por Santiago cuando ella le había fallado a Joshep de la manera que lo había hecho. Pero su corazón se sacudió inquieto, porque sin poder evitarlo volvía a ella la manera en que el muchacho de las herramientas la sostuvo unos minutos de la mano pero cómo si la sostuviera directamente del alma. Joshep nunca la hizo sentir así. Nunca. Y por más que pusiera a batallar en su mente el gran recuerdo que tenía de Joshep contra Santiago, esa sensación la terminaba dominando. Nunca me sostuvo así, meditaba, Joshep jamás tomó mi mano de esa manera. Y sintió en su cuerpo entero un estremecimiento, unas ganas extrañas de llorar la llenaron toda, era como una ansiedad que palpitaba en ella como una nueva llama y abrió la puerta... Caminó con prisa hacia el jardín, sus tacones sonaron llenando la casa completamente, sus pasos eran largos, apurados, ansiosos. Algo la llevaba de la mano, un ángel invisible la guiaba, su corazón tenía una algarabía dentro de ella, parecía que tenía un terremoto en el 127


pecho. Cruzó hacia el jardín llena de emociones y se detuvo en seco... Santiago se había ido... - Hija - su tía abuela la llamó con cariño sentada desde su sillón vinotinto desde la sala. Adelaida dio un salto al escucharla, pero no se volteó, se quedó recostada a un lado del marco de la puerta, evitando que sus lágrimas se le salieran. Ahora sí se sentía totalmente confundida y perdida. Raquel se acercó hasta su lado y notó que su sobrina tenía los ojos llorosos y su corazón tan lleno de sabiduría le aclaró en un segundo todo lo que le pasaba a la pecosa. La envolvió con un brazo y la hizo que la mirara. La muchacha al encontrarse con los comprensivos y amorosos ojos de su tía abuela no pudo más con tantas emociones y se le metió en el pecho y se soltó a llorar como una chiquilla. - Cómo que ha llegado aparatosamente - musitó Raquel. La muchacha pecosa no le entendió, solo siguió sollozando sobre su pecho. Pero su tía abuela se refería al amor, que no decidió llegar cómo una suave brisa, sino cómo un derrumbe, o cómo una puerta cerrada en la cara o cómo un jugo lanzado en el rostro. Pero estaba segura que había decido llegar. Así era el amor en Bardolín. Caprichoso... pero amor al fin.

Santiago cruzó la última vereda rumbo a su casa, pero prefirió cruzar hacia los Jardines a buscar su lugar favorito, donde se refugiaba del mundo. Caminó hasta su árbol preferido y se recostó en él sentado bajo el cobijo de su sombra. Vio como se acercaba Galleta que venía de los pozos y traía con ella alguna de sus banderillas de madera de advertencia. La joven de ojos marrones lo miró y contentándose se encaminó hacia él. Santiago no se alegró tanto de verla, quería estar a solas un rato con sus pensamientos y emociones, pero Galleta siempre era una buena compañía. Él la quería mucho, como la hermanita que no tenía. 128


- Hola Santi - le saludó ella con cariño. - Hola Galleta - le saludó sin mirarla. Mas la muchacha se quedó de pie observándolo un par de segundos. - ¿Te pasó algo? - la joven de cabellos como cortinas buscó sentarse al lado de su amigo. - Nada importante. - Estás mojado... hueles a naranja - Galleta se sonrió. - Larga historia. - Estás raro hoy, Santi. - No me hagas caso - la miró y le sonrió a duras penas. - Vamos, puedes contar conmigo. Tú sabes que es así. Si necesitas hablar yo te escucho cómo siempre. - No es nada importante... - Santiago se quedó en silencio un par de segundos, pero la verdad que tenía muchas ganas de poder expresar lo que sentía. - Bueno, sí no quieres hablar te lo respeto - dijo ella. - Galleta... - habló de pronto y se quedó en silencio como si no iba luego a decir nada, pero prosiguió: ¿Crees en el amor? - ¿Estás enamorado de nuevo? - la muchacha lo miró con sus ojos marrones abiertos a lo grande.

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- ¿Por qué lo dices así como si yo viviera enamorándome de todo el mundo? - se movió incomodo. - ¿Pero sí estás enamorado? Es que tú mismo me dijiste que no te volverías a enamorar jamás en la vida, después de lo de Lucia. - ¿Es que tengo que estar enamorado para hablar sobre el amor? - Tu sí - Galleta se sonrió. - ¿Por qué lo dices? - Porque tú no hablas de esas cosas. - Jmmm - Santiago bufó. - ¿Puedo saber quién es? - No estoy enamorado Galleta. - ¡Vamos Santi! - Contigo no se puede hablar - Santiago trató de sortear la pregunta. - Te conozco. - ¿Por qué no solo respondes mi pregunta? ¿Por qué me respondes con otras preguntas? - Porque yo sé que quieres hablarme de esa persona, que no me quieres decir quién es. - ¿Y si te digo que es solo un amor imposible?

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- Para ti y para mi, todos los amores son imposibles Santi - Galleta le habló con un dejo de tristeza. - Para ti no creo. - Claro que sí. Yo también tengo un amor imposible - la muchacha abrió amplio los ojos cómo si eso le diera más veracidad a sus palabras. - Tu amor no es imposible - Santiago le aseguró. - ¿Qué sabes tú de mi amor imposible? - Galleta cruzó los brazos molesta. - Por favor Lilibeth, yo sé que te gusta Fabián - la muchacha se puso colorada, tanto como una cereza. - No me llames por mi nombre que no me gusta - Galleta trató de desviar la conversación. - Y no es tan imposible como crees. - No me vuelvas a llamar Lilibeth - murmuró la muchacha aun intentando escaparse de aquel tema sobre Fabián, aunque le daba curiosidad entender por qué Santiago le decía eso. - El mío sí que es imposible, el más imposible de todos. - Pero entonces sí estás enamorado - Galleta se recostó en el árbol, al lado de él. Santiago guardó silencio unos segundos pensando. - Creo que mejor lo dejamos así, Galleta. Hablemos de otra cosa. - Sí lo estás. Está bien... - la joven se ruborizó, inclinó la cabeza y sus cabellos cubrieron su rostro como siempre - te lo confieso, me 131


gusta tu hermano... lo amo... Por eso puedo notar que estás enamorado. ¿Quieres saber si creo en el amor? Sí. Una personas como yo... sí, yo quiero creer en el amor. Que Dios no se olvidó de mí, que también puedo ser abrazada y querida, comprendida y valorada. Quiero creer en ese tipo de amor que no tiene imposibles, que sea poderoso, que nada lo venza. Que antes las dificultades siempre consiga una manera de transformarse, cómo mis mariposas. Un amor que crezca siempre. Que siempre pueda convertirse en algo mejor. - "Un amor que no tiene imposibles" - musitó Santiago. - ¿Quién es? - ella le preguntó con cariño. Santiago suspiró y se puso de pie. - Una locura Galleta. A mí que se me ocurren tonterías. Pero no es importante, de todas formas no tiene caso ni mencionarlo - caminó y dio unos pasos lejos de la blanca muchacha y se concentró en mirar el atardecer, cómo el Sol iba perdiendo altura acercándose al ocaso, y cómo los aromas de los Jardines llegaban a él como una terapia produciéndole alivio a su alma. Galleta no quiso molestarlo más y se distrajo mirando algunos tallados en madera que había hecho Santiago y que estaban tirados cerca de la base del árbol. Había un oso, una serpiente, una especie de búho y le llamó la atención uno que estaba a medio trabajar y tenía un perfil de una mujer, era un perfil hermosamente tallado, y le parecía conocido. No estaba segura, pero le recordaba a alguien, ella no se sentía muy lista para eso de encontrar parecidos, pero le pareció una pieza hermosa y que cuando Santiago la terminara sería una obra de arte. Entonces la giró y la observó por la parte trasera. - ¡Oh! - Galleta exclamó en baja voz, la boca se le quedó abierta. Miró a su amigo con ternura, lo miró mientras estaba absorto con el paisaje del atardecer. ¡Con razón sentía que su amor era tan imposible! Volvió a colocar con cuidado el perfil de la dama de 132


madera de donde lo había tomado y se puso de pie, se paró al lado de Santiago y lo miró un segundo, luego recostó su cabeza como siempre sobre el hombro de su amigo mirando juntos el ocaso. - ¿Sabes Santi? Una vez Adelaida me dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas en la vida, todo es posible - Santiago se ruborizó. No sabía porque de pronto Galleta le nombraba nada más y nada menos que a Adelaida, pero sus palabras llenaron su corazón. Él le sonrió en silencio temiendo que no descubrieran sus emociones. - Quizá solo necesites quererla con más fuerzas - le dijo Galleta alejándose tomando rumbo a su casa. Él la miró mientras se alejaba en silencio. Luego, al quedar solo en los Jardines, lloró. - ¿Por qué tuve que cerrar la puerta? Se acercó a su caja de herramientas, recogió a sus animales de madera que había dejado tirados cuando Toñoño lo pasó buscando temprano y recogió también el perfil que estaba tallando, le encantaba como le estaba quedando. Lo miró por la parte de atrás y leyó el nombre que había tallado: - Adelaida. Volvió a mirar el perfil de la pequeña dama de madera, la acarició con un dedo, la guardó en su caja de herramientas y se alejó de los Jardines con el corazón lleno de preguntas y con unas ganas locas de querer con mucha fuerza, hasta el nivel que los imposibles pudiesen hacerse posibles.

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Capítulo 17 Estaba lejana. Su alma se había ido distante, a esos días en que los brazos de Joshep la rodeaban, donde ella se sentía protegida... donde se creía amada. Escuchaba en su memoria su voz, recordaba su mirada. Su corazón seguía en silencio, aunque todas esas imágenes que iban y venían en sus pensamientos le daban la certeza que aun lo amaba. Sin embargo, muy en el fondo, sentía un espacio vacío, un lugar en ella que quedó desolado, donde en un rincón ocultaba aquello que se negaba a reconocer. Prefería mirar hacia la superficie, mirar sus propios errores y culparse una y otra vez por haber perdido ese amor en el que se había construido todo un futuro junto al hijo de los Villafranca. No podía ser posible que ella estuviera viviendo cegada por su propia ilusión, todo ese amor fue real... tenía que ser real... pero... su corazón no decía nada, como si no quisiese opinar al respecto. ¿Dónde se fue ese vibrar vigoroso con solo recordarlo? ¿Dónde se fueron esos latidos potentes que agitaban su pecho con solo verlo venir, incluso en un pensamiento? Pero su alma giró llena de preguntas que no podían ponerse en palabras... su corazón un par de horas antes había latido vigoroso, pero no era eso lo que confundía a Adelaida. Su pecho muchas veces ya había retumbado de esa forma, incluso más fuerte todavía. No era la fortaleza con la que latió su corazón lo que la hizo moverse, fue con lo que se llenó lo que la hizo ser otra. ¿Qué fue lo que sentí? se preguntaba con apremiante deseo de encontrar la respuesta. Se le hacía tan imposible descifrar aquella sensación que le inundó el cuerpo, esa necesidad de decir lo que no tenía idea de decir, esa necesidad de ser recibida, más que de simplemente estar. Con Joshep le bastaba estar cerca de él, pero no le sucedió igual ante el muchacho de las herramientas. Quería ser recibida de nuevo por esa mirada que parecía protegerla mejor que mil brazos. Esos ojos que parecían calcarla, leerla, aprenderla. Esos ojos que la miraban de verdad, que la hacían sentir tan consciente de ella misma. Era cierto que necesitó 134


acercarse a Santiago, que sintió que solo su presencia consolaría su espiral de emociones internas, pero se mentía, ella quería girar en ese carrusel de sentimientos sin consolaciones; no era simplemente estar, no era simplemente acercarse. Era... no sabía cómo explicarlo... era cómo llegar de una vez para siempre. No, las palabras no servían para nada, no podía poner en palabras todo lo que sentía por dentro. Se recostó sobre la mesa sobre sus brazos cruzados y cerró los ojos. Y ahí estaba el muchacho fantasma mirándola desde adentro de ella. - Santiago - murmuró. Probando el artilugio de nombrarlo... y le gustó... le gustó llamarlo. - Joshep - murmuró. No le gustó como se sintió. No sabía por qué se hundía en una melancolía que la rodeaba como un malvado espíritu. Si creía que lo amaba tanto ¿por qué su alma se sentía rota en su recuerdo y al pensar en Santiago se sentía de una sola pieza, entera de nuevo, sin grietas? - Me estoy volviendo loca - se le humedecieron los ojos y entre sus párpados cerrados se deslizó una fugitiva lágrima. Una pequeña gota cristalina que rodó por su mejilla sobre sus pecas, acariciando su rostro cómo si quisiera reanimarla. Suspiró profundamente, pero Santiago no se iba de su mente. Eso la alegró, eso evitó que la lágrima le doliera. Por el contrario la llenó de aquello, de lo que no sabía cómo describírselo ni a ella misma. Se incorporó en la silla mirando hacia el jardín central, mirando las floridas cayenas que se mecían suavemente como intentándola seducir y sin saber por qué, tal vez por el torbellino de emociones que llevaba por dentro, aflojó las cintas de sus botas y se desnudó los pies. Los apoyó suavemente sobre el frío suelo y se puso de pie, su corazón latió intensamente. Quiero ser feliz, lo pensó con sencillez, sin imágenes mentales en concreto. Habló su alma. Dio unos pasos inseguros hasta el borde del jardín y miró el césped, luego alzó la mirada hacia las cayenas, lo que sin saber por qué era su repentino destino. Pisó la fresca 135


hierba, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, pero disfrutó la sensación en la planta de su pie. Dio dos pasos dentro del jardín, cerró los ojos y se quedó inmóvil. Una voz interna muy arraigada en ella comenzó a gritarle lo que una dama no debía hacer y titubeó internamente. Estuvo a punto de regresar corriendo, evitando cometer el mismo error que cometió con Joshep, pero esta vez con ella misma. Una dama debe... una dama debe... pero antes de que aquella voz la venciera, recordó a Jazmín... - Una dama debe ser feliz - dijo. Pero al contrario de sus palabras comenzó a llorar en silencio. No se sentía feliz, no sabía que era la felicidad. Lo dijo como un descubrimiento lejano a ella. Deseó poder danzar como Jazmín sobre aquel pequeño jardín, caminar hasta las cayenas, tomar las más grandes y colocarlas en su cabello. Verse tan hermosa como lo hacía tía Raquel cuando se peinaba usándolas cómo una corona. Caminó movida sin saber por qué sentimientos y quedó al alcance de las grandes flores rosadas de pistilos oscuros, coronados con pequeños broches dorados. Tomó una cayena con sus suaves manos, la que pareció soltarse con gusto entre sus delicados dedos. No sabía qué hacer con ella y su abundante melena pelirroja, no tenía idea cómo sostenerla en un peinado en su cabellera y terminó colocándosela sobre la oreja derecha. Secó las lágrimas de sus ojos, pero estos se volvían a humedecer. Y de pronto algo se rompió dentro de ella, algo que no necesitaba más. Pareció salir de una ensoñación para descubrirse a sí misma descalza sobre el jardín sintiéndose inocente, deseosa de felicidad, sintiéndose ligera cómo hace mucho no se sentía, como sí hubiera perdido una pesada carga interna. Aun no se sentía feliz, pero algo había cambiado dentro de ella. Estaba con los pies desnudos sobre el césped sintiendo que una parte de ella era libre. No pudo ser de mayor dimensión la gran sorpresa que se llevó Raquel al venir de la parte trasera de la casa hacia la habitación de Adelaida en su búsqueda, para encontrársela en su jardín. En medio, con los pies 136


sobre la hierba, con una gran cayena en el rojizo pelo. Se quedó petrificada de la impresión. Casi que la llama Jazmín al verla, fue como una aparición ante sus ojos. No le salía palabra alguna, era una de las imágenes más hermosas que le daba la vida, que le regalaba Dios. Adelaida tan parecida a su Jazmín, le parecía que tenía a las dos en una sola en ese momento. La pecosa la miró a los ojos y buscó mil respuestas en la mirada conmovida de su tía abuela, buscó mil respuestas, o aunque fuese una sola de todas las que se desataron dentro de su alma, y sintiéndose chiquita, cómo una niña le extendió los brazos, cómo lo hizo con Joshep, una súplica de amparo, pues era demasiado nuevo todo lo que sentía su alma en ese momento. La dama de damas caminó hacía ella con amplios pasos y la abrazó con fuerza, y sintió el corazón de Adelaida cómo un pequeño tamborcito en su pecho sonando desesperado. Sabía que de alguna forma que jamás podría explicar, su sobrina, por sí sola había logrado librarse de un gran yugo. Un gran paso hacia la sanación de su corazón roto. Adelaida no había dejado caer una coraza antigua, la había destruido definitivamente. Pero solo era un paso más en el doloroso camino, pero necesario para que Adelaida dejara salir la verdadera luz que brillaba dentro de ella, atrapada como un sol dentro de una bóveda. En el interior de la pecosa las emociones no terminaban de quedarse quietas y no dejaban de venir a su mente Joshep y Santiago, uno detrás del otro. Del primero recordaba sus duras palabras cuando él le juzgó diciéndole que no era una dama. Pero al ver a Santiago en su mente, deseaba con todo su corazón ser una dama, una de verdad, esa la que pudiera caminar descalza el mundo entero sin que eso manchara en lo más mínimo su dignidad. Una dama que pudiese enfrentar sus errores con virtud y no una que aparentando virtudes ocultase sus errores, incluso a sí misma. - Tía - Adelaida alzó sus ojos hacia los de Raquel - ¿Yo soy una dama? - En cada una de las letras de tu nombre, mi amor - la dama de damas le sonrió con ternura -. ¿Te digo el secreto de una verdadera 137


dama? Una dama de verdad, antes de cualquier cosa es mujer. Y una mujer es de lo que está hecho su corazón. No importa que tan buenos modales tengas si tu corazón está vacío. No importa que tan buena seas filosofando en las reuniones de sociedad, si tu corazón no es sabio. No importa que tan bella puedas lucir por fuera, si tu corazón no tiene belleza por dentro. No importa que tan recatada seas, que tan correcta seas, que tan puritana seas, si tu corazón no ama. Y tú tienes un corazón lleno, tú tienes un corazón sabio, tú tienes un corazón lleno de belleza, tú tienes un corazón que ama. Y todas esas son cualidades de una buena mujer, y una buena mujer es el cimiento de una buena dama. Todo lo demás son apariencias, máscaras, disfraces, temores. Por eso, hija mía, eres toda una dama, porque ante eso, en tu corazón, ya eres toda una buena y gran mujer. - Mi corazón está loco tía - Adelaida sonrió llorosa todavía. - Eso es bueno. Sólo un corazón loco puede entender al amor ambas sonrieron. - Pero primero tendría que entender la locura que hay en mi pecho hoy para poder entender al amor - dijo la pecosa un poco más tranquila. - O quizá lo que debes entender que esa locura que sientes en tu pecho es amor. Adelaida miró a los ojos de Raquel cómo si en ellos pudiera traducir esas palabras, pero no pudo. ¿Esta locura es amor? ¡Qué confuso! pensó. Ella se aseguraba que amaba a Joshep todavía, pero no era él quién le hacía girar por dentro lo inefable. Él era cómo un silencio dentro de ella, cómo un hueco que ella llamaba "amor". Pero Santiago, apenas lo acababa de conocer horas antes y era cómo si él la conociera mejor que nadie, cómo sí pudiera mirarla por dentro y sostener su mano cómo sólo ella lo necesitaría siempre. Su cabeza decía Joshep, pero su corazón decía Santiago. La eterna lucha de la 138


razón y la emoción. Amaba a Joshep, era lo lógico, era su prometido, quién en verdad la conocía hace un par de años atrás. A quién ella le falló y le decepcionó, aunque comenzaba a pensar más en ello de otra manera. En cambio Santiago... aquello era irracional, un extraño, que apenas tenía horas conociendo su rostro, el que le cerró la puerta en la cara y al que ella le vació un vaso de jugo encima... El que le tomó el alma suavemente junto a su mano lastimada... Esa era toda la historia de los dos. ¿Por qué Santiago está en mi corazón y Joshep en mis pensamientos? ¿Amor? No, esto no es amor. Es una simple locura, se dijo en el secreto de su alma. - No tía. Yo no he sentido esto antes. Y usted sabe que yo aun amo a Joshep. Lo que le quiero decir es que ¿por qué no he sentido esto antes? Amor ya he sentido y no se siente así - esto último lo dijo sin estar muy convencida de sus palabras. - ¿Por qué no has sentido eso antes? - Raquel le volvió a sonreír -. Es una buena pregunta. Otra pregunta es por qué lo estás sintiendo hoy. Adelaida se ruborizó. Era verdad. Toda esa locura se movía en torno de Santiago, toda esa algarabía interna llegó con él, en el más suave silencio. Y nada se podía explicar sobre eso, sucedía sin su permiso o... ¿si lo permitía? Disfrutó desde el primer momento de la presencia del muchacho de rostro noble, de la entonación de su voz, de cómo la sostuvo, de cómo la miró. Nunca batalló contra nada de eso. Lo recibió como un presente, y algo dentro de ella lo agradecía. Pero... ¡Qué era! ¡Todo eso que sentía que era! ¿Esta locura interna es amor? pensó. No era posible. Era otra cosa, pero amor no. Su amor estaba en Joshep, lo demás debía ser tan simple cómo se sentía. Una confusión en su alma lastimada. Una simple locura. Quiso quedarse con esa idea, no quiso buscarle más explicaciones, ya se le pasaría todo aquello y sorteando la pregunta de su tía abuela giró el hilo de la conversación en otra dirección: 139


- Tía... ¿yo podría pedirle un favor? - se volvió a ruborizar -. Es una tontería... pero... ¿me podría hacer el peinado que usted siempre se hace con cayenas? - ¡Oh claro Luisa Adelaida! - la tía Raquel pareció iluminarse con aquello. Sin mucho pensarlo se acercó a las cayenas y se hizo con seis flores las que puso en manos de la pecosa -. No te muevas de aquí. La dama de damas tomó una silla la que acercó hasta el centro del jardín y la dejó detrás de su sobrina. La invitó a sentarse y la muchacha sin más, se sentó. Lo primero que hizo fue sacar con cuidado la cayena que llevaba Adelaida sobre la oreja y se la puso en las manos junto a las otras flores. Sostuvo el abundante cabello de la pecosa, como si fuera un tesoro. Fuego, hilos de fuego parecían al darles la luz del Sol que ya iba camino a la noche a descansar de su jornada. Deslizó sus dedos entre ellos cómo lo hacía con el cabello de Jazmín. Sus ojos se humedecieron pero no de tristeza, su alma sentía gratitud. ¡Gracias Dios, por este momento! musitó en sus pensamientos. - Tía ¿por qué usted le decía a mi mamá que una dama no deja mechones sueltos en su peinado, que una mujer de mechones sueltos es una mujer de ideas sueltas? - preguntó la pecosa mirando las flores que descasaban sobre sus piernas y manos. - Yo nunca le dije eso. Lo que siempre le dije es que cuando se peinara, para las ocasiones especiales no dejara mechones sueltos, no se le fuesen a caer algunas ideas. Claro hija, todo esto se lo dije como una simple broma. ¿Tu mamá te dijo que una dama no puede llevar mechones sueltos porque sino entonces era una mujer de ideas sueltas? - Raquel meneó la cabeza lado a lado desaprobando aquello. - Sí. 140


- Todo tiene su momento Adelaida. Hay momentos de ser impecable, hay momentos de simplemente ser tú misma. Y lo más importante es aprender ser simplemente tú, viéndote siempre impecable. El secreto ya lo sabes. Si tu corazón es impecable, tú lo serás sin tener que preocuparte por ello. Y así poco a poco fue recogiendo la melena rojiza de Adelaida, acomodándola y sosteniéndola con pequeños ganchos que tomaba de su propio peinado, dejando al descubierto el hermoso cuello de la joven silenciosa. Luego bordeó todo el peinado con las siete cayenas. Dio unos pasos dando la vuelta a la silla y la miró. ¡Tanta belleza junta! - ¡Qué hermosa eres hija! - la voz de Raquel sonó llena de admiración. Adelaida sonrió dulcemente y un poco indecisa se puso de pie y caminó descalza hasta su habitación a mirarse en el espejo de la peinadora. Se sentó en el taburete y se miró. Se gustó ella misma como nunca, se sintió tan liviana por dentro, sus cabellos tenía encendidos mechones sueltos que caían algunos sobre su rostro, haciéndola ver tan coqueta. Y su corona de cayenas. ¡Amó su corona de cayenas! - Siempre me he preocupado tanto de cómo me tenía que ver tía. De cómo me veían los demás. De cómo me vería Joshep - volvió a sonar pensativa -. Tan preocupada de lucir perfecta. De que lo de afuera no permitiera ver lo que no me gusta de mí. Siempre uso vestidos de brazos cubiertos evitando mostrar mis pecas que tanto me acomplejan. - ¿Tus pecas? No sabes lo hermosas que te lucen. Son parte de ti Adelaida. Te hacen única. - Me hacen sentir diferente, distinta. No me gustan. Y a muchos no le gustan. A Joshep no... 141


- Joshep es un tarado. Un enamorado de las apariencias, que no tiene la capacidad de mirar más allá. - Tía... él me quería de verdad... mas yo le fallé - dijo la pecosa sintiendo que algo dentro de ella volvía a ponerla pesarosa. - Mi niña, pronto llegará el momento en que tengas que hacerle frente a la verdad - Adelaida se volteó hacia su tía. - ¿A qué se refiere tía? La verdad es que yo me porté indecentemente, usted lo sabe. - Lo que sé es por qué te comportaste así. Y también sé por qué él se comportó como lo hizo contigo. - Era lo obvio. - Sí hija, era lo obvio porque no te amaba - dijo al fin Raquel sintiendo soberbia por dentro hacia aquel Villafranca Andueza, de corazón tan vacío. - Tía, sí me amaba - el corazón de Adelaida se movió doloroso. - Luisa Adelaida, sé que es muy difícil reconocerlo, sé que evitas mirar de frente esa verdad. Pero Joshep no te amaba. - No tía, se equivoca - las lágrimas volvieron a nublar la vista de la pecosa -, Joshep me amaba, siempre me lo decía. - ¿Y si te amaba tanto por qué no pudo sentir tu amor aquella noche, en aquel jardín? ¿Por qué si te amaba, no atesoró lo que le estabas dando? - dentro de su coraje, Raquel intentó sonar lo más maternal posible.

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- Yo... tía... ¿lo que le estaba dando? - no sabía que responder -. Yo lo que le di fue decepciones. - No Adelaida. Le diste a una dama, le diste lo que había en tu corazón, le diste a una buena mujer. - No soy esas cosas tía - comenzó a sentirse peor la muchacha de cabellos de fuego. - Es más fácil culparte a ti misma que reconocer lo más doloroso. ¡Él nunca te amó! - Sí me amó - sus lágrimas comenzaron a correr por su rostro presurosas, lanzándose al vacío. - Preciosa, respóndeme una pregunta ¿Por qué hiciste lo que hiciste aquella vez? - ¡Porque lo amaba tía! ¡Porque lo amo con toda mi vida! - ¿Y lo que hizo él por qué lo hizo? - Por... él quería demostrar... él... tía el me amaba... - ¿Tú le hubieras hecho lo mismo? - No es igual tía, lo sabe. - Me refiero ¿Lo hubieras puesto a prueba? - No tía, claro que no. Confiaba en él plenamente, con todo mi amor. - Ahí tienes la respuesta que no aceptas ver hija mía.

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- Tía... ¿nunca me amó? - tembló toda. Se estremeció entera -. ¡Tía sí, sí me amaba! Raquel se sentó en la cama cerca de ella y tomando sus manos le dijo con todo el dolor de su alma: - No Luisa Adelaida. Porque él si te puso a prueba. No confiaba en ti. Eso no es amor. - Tía... - cada vez era mayor el triste caudal que brotaba de los ojos de la pecosa. - Tú eres inocente de todo lo que pasó esa noche. Tú diste lo mejor de ti. ¿Cómo un hombre amante desprecia eso? ¿Cómo puede despreciar a una dama tan hermosa como tú? ¿Cómo puede un hombre enamorado usar a su enamorada para demostrar que es digna de él? ¿Acaso el amor con solo estar presente, por sí mismo no está diciendo que somos dignos, ya nos hace dignos? ¿Cómo pudo él despreciarte, luego y no antes de quitarte lo que te quitó? ¿Por qué si te amaba te dejó atrás, sola, adolorida, triste, abandonada en la noche, echándote de su casa? ¿Dónde ves el amor en todo eso? ¿Así quieres ser amada cada vez que cometas un error? ¿Y cómo amar puede ser un error? Un error es no agradecerlo. Y no se puede agradecer un amor que no quieres de verdad. Tú lo amabas, esa es la verdad. Él no te amaba, y esa también es la verdad. Con todo mi corazón sé que por amarlo, por darle tantos espacios de tu tiempo, de darle tantas de tus ilusiones, deseas en todo tu corazón que nada de eso haya sido en vano. Para tanto amor que le dabas, tu deseo era que él te amara igual. Lo doloroso es descubrir lo contrario y reconocerlo. Reconocer que nunca te amó. Tal vez te quiso, pero el amor tiene otra medida. - Tía me siento hueca por dentro - las manos le temblaban -. Al final no estaba equivocada aquella vez que me dijo que yo era como una muñeca vacía. 144


- Hija, por favor. Ya te pedí que olvidaras esas palabras. No les des más importancia. Tú no estás hueca por dentro - le cubrió una mejilla con su anciana mano amorosa -. Tú estás llena de luz, tú llegaste a este pueblo a llenarlo de luz. Esta casa es otra desde que llegaste. Galleta es otra desde que llegaste, la que no niega decir que tú eres su hermana. La vereda principal está más transitada que nunca, por muchos ilusionados que pasan solo por ver si tienen la suerte de verte unos segundos. Los que conocieron a Jazmín al verte se admiran, hasta el recuerdo que tienen de ella lo vivificas con tu presencia. Tienes un corazón bondadoso, que sólo está asustado. ¿Cómo conocerte de verdad y no amarte hija mía? Incluso a Santiago le has venido a mover la vida. Los oscuros ojos de Adelaida se abrieron amplios mirando, leyendo en el fondo de las pupilas de su tía abuela. ¿Se habría dado cuenta de algo? ¿La tía Raquel habría notado que ella estaba revuelta por dentro debido a la mirada tan... ¡imposible de definir! de Santiago? No podía ser. Ella no había pronunciado palabra al respecto y ¿en qué podía ella haber afectado la vida de Santiago? - ¿Santiago? ¿En qué tía? - preguntó con su corazón volviendo a latir extraño, sin darse cuenta de primeras que el dolor parecía irse como una hoja en el viento. - Habrá estado toda la tarde pensando en ti. - Claro tía, le lancé un jugo en toda la cara. Debe estarme odiando no supo por qué ese pensamiento la puso algo temerosa -. Tía... yo no soy tan buena cómo usted cree. Cuando llegué aquí escribí una carta a mi mamá diciendo cosas muy feas de usted... - ¿Cosas cómo que estoy demente? - Raquel le interrumpió sonreída. Adelaida asintió avergonzada bajando la mirada -. No te culpo hija que pensaras así. Cuando llegaste estabas atrapada dentro de ti 145


misma. Era difícil llegar a esta tan hermosa Adelaida con la que hablo ahora cada día. - Pero tía, también lastimé a Lili. Le arrebaté el sombrero de la cabeza y le grité. Y a Santiago... ¡Dios mío que vergüenza tengo! Y hasta al Señor Gerónimo, lo dejé con la palabra en la boca, ni lo miré. - Luisa Adelaida, por favor, ya tú te disculpaste con él. No mires solo lo malo, estás acostumbrada a ser muy dura contigo misma. Yo sé que Galleta mete las manos en el fuego por ti. Yo meto las manos en el fuego por ti. De seguro Margot y Gaspar, de seguro Fabián. Ya Santiago lo hará también - la miró con cariño y le sonrió. La pecosa se le pusieron las orejas tan rojas y el rostro tan arrebolado que quedaba, sin saberlo, en evidencia ante su tía abuela, la que pensó que el muchacho de las herramientas de alguna forma había alcanzado un sitio en el alma de su sobrina que no había sido tocado antes. ¿Sería que se habían encontrado un deseoso de amar y una deseosa de amor? Sí Adelaida todavía para épocas de cerezas se encontraba en Bardolín, lo sabría. El tiempo diría. Raquel solo le pedía a Dios que la historia de Mateo y Betania no se repitiera. - Tía usted es tan buena conmigo. - Eres luz en mi casa Adelaida. Yo estoy feliz de haberte conocido. Yo estoy feliz de tenerte aquí conmigo. La joven la miró con gratitud por aquellas palabras. Ella sentía lo mismo. La llenaba de alegría estar cerca de la dama de damas. Que ni reinas ni otras damas. Que ni mil talentos y ni mil talantes. Un ángel, que a la vez era su tía abuela. - Hoy me veo cómo usted. Descalza por el jardín con mis flores en el cabello - le dijo como un cumplido, cariñosamente. 146


- Oh. Tú te ves mil veces más hermosa. Adelaida volvió a girarse hacia el espejo y volvió a mirarse. Se enjugó bien los ojos y se sonrió a sí misma. En verdad amaba cómo se veía, amaba cómo se sentía respecto a ella misma. Soy una dama, pensó para sí misma con la más suave sencillez de su alma. Y esa tan pequeña afirmación, aunque ella no lo sabía era un gran muro que acababa de derribar y con él la culpa. Una dama es de lo que está hecho su corazón, se recordó.

Y su corazón era rebosante amor, aunque ella aún no lo sabía.

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Capítulo 18 Un grupo concurrido de bardolideños se reunieron en la redoma de la fuente, para luego partir todos juntos hasta casa de Doña Raquel. La Luna llena se alzaba en el cielo iluminando la noche, haciéndole el trabajo fácil a las farolas de las veredas. Todos conversaban sobre la repentina llegada de una gran parte de la familia Bardolín al pueblo. Sabían de las constantes amenazas de León Bardolín y de las recurrentes visitas de su pariente, el señor Mateo, los que eran muy conocidos por los más adultos del lugar. Los más ancianos y allegados de Raquel, sabían que era vital que apareciera el documento que al ser firmado por la mano apropiada, los salvaría a todos de quedarse sin hogar. Sin embargo, por más que lo buscaron por años junto a la dama de damas, nunca apareció. La mayoría pensó que los Bardolín olvidarían ese documento y que los dejarían en paz, concentrados en sus otras grandes propiedades. Pero lo que no sabían era que dicha familia pasaba por una fuerte crisis financiera por los malos usos de las riquezas dejadas por Gran Papá. La propiedad más valiosa de la que podían disponer eran Los Jardines de Bardolín en el supuesto que en verdad hubiese petróleo dentro de sus extensiones lo que era un misterio. - ¿Qué crees que vaya a pasar? Mi abuelo le dijo a mi mamá que era muy posible que nos tuviéramos que ir del pueblo - preguntó Toñoño a Santiago que venían caminando entre el grupo de personas. - No sé. Nosotros no tenemos donde ir. Mi papá dice que de aquí no se va - le respondió sin levantar la mirada de las piedras de la vereda.

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- Pero... ¿Sí vienen a sacarnos que vamos a hacer? - el muchacho perecía ponerse muy preocupado. - No sé Toñoño. Mi papá dice que hay un documento, que al parecer está escondido en casa de Doña Raquel o en algún lugar del pueblo que puede servirnos para evitar que nos saquen que aquí, pero hay que encontrarlo primero. - ¿Un documento escondido? ¿Y quién lo escondió? - Creo que un mismo Bardolín. - ¿Pero en casa de Doña Raquel? - O en algún lugar del pueblo. - Jmmm... - bufó el muchacho confundido - ¿y por qué lo escondió? - No lo sé Toñoño. - ¡Pero hay que encontrarlo! - el joven de mejillas coloradas se detuvo sosteniéndolo de un brazo -. ¿Le preguntamos a Doña Raquel donde podemos buscar? ¡Tenemos que hacer algo! - Lo han buscado por todas partes, dice mi papá, por años y nadie dio con él. - Buscamos de nuevo - Toñoño parecía de verdad preocupado y dispuesto a mirar bajo cada piedra de Bardolín. Santiago lo observó en silencio. Su amigo tenía razón, algo había que hacer. Le asintió apoyando la idea de su amigo. - ¿Cuando lleguemos donde Doña Raquel hablamos con ella aparte?

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- Sí - asintió Toñoño más tranquilo sonriéndole. Después de retomar su camino para alcanzar al grupo de vecinos que los habían dejado rezagados, luego de unos minutos en silencio, el joven que le había parecido un cerdito a la pecosa, le dio con el codo al joven fantasma: - ¿Viste temprano a la sobrina de Doña Raquel? - abrió los ojos a lo grande - ¡Es muy bonita! Santiago se encendió en unos celos poco típicos de él, pero intentó lucir indiferente. - Jmmm - apenas asintió. - ¡Es una muñeca! ¿Verdad? - Toñoño se veía muy entusiasmado al hablar de Adelaida. - No deparé en ella - refunfuñó Santiago. - ¿Cómo qué...? Tú... ¿No la viste? - su amigo pareció sorprendido -. Se habrá metido en alguna habitación, mientras yo estuve ahí nunca se quitó de la ventana. - Yo fui a trabajar Toñoño - respondió seco a la pequeña provocación del joven chancho. - ¿Pero en serio no la viste? ¿No es de tu tipo? Para mi es perfecta. Solo basta mirarla unos segundos para ver lo linda que es. El joven de rostro noble estuvo de acuerdo en silencio. Solo verla unos segundos... y todo cambió. Todo. - Bueno, cuando lleguemos de seguro la volveré a ver - continuó Toñoño con sus ilusiones. - Es una dama de la ciudad, soñador - le observó Santiago. 150


- Sí, pero también tiene un corazón. - Tú te enamoras de cualquier cosa que tenga un corazón. Así sea un ganso del estanque. - ¡Hey!... ¿Qué te pasa? Y la señorita Adelaida no es un ganso. Es una dama muy bonita y refinada. - Te quedas corto. - ¿Cómo que me quedo corto? ¡Ja! Es que yo sabía que sí la habías mirado. ¿Corto eh? ¿Cómo la describirías tú? ¡A ver poeta! Toñoño lo retó arisco. Santiago le dio con el codo suavemente a su amigo para que lo dejara en paz, pero Toñoño insistió: - A ver. ¿Cómo la ves tú? - Déjame en paz. - Vamos, ¿no que soy un corto? El joven de las herramientas se detuvo un momento mirando en silencio al joven chancho. La verdad sí quería hablar de Adelaida, era de lo único que quería hablar, para él era como tenerla cerca aunque de forma etérica. Para él nombrarla era como sostenerla de la mano de nuevo, era como protegerla, como acunarla, como si pudiera hacerla aparecer frente a sí. Poniendo su mano sobre el hombro de su amigo se sinceró con él: - ¿Alguna vez has imaginado como debe ser un ángel y al mirarlo de cerca descubrir que es más hermoso fuera de toda imaginación? ¿Alguna vez has podido sostener la poesía misma en tus manos, 151


aunque sea solo un minuto? ¿Alguna vez has mirado en el borde de unos hermosos ojos, para descubrir que te has caído dentro de ellos sin remedio? ¡Bonitas y refinadas son palabras para sus botas trenzadas! ¡Ella es una canción! ¡Un poema andante! ¡Su cabello Dios lo hizo de fuego y dejó estrellas por todo su rostro! ¡La palabra "bonita" no la describe a ella, pero ella describe todo lo hermoso que alguna vez he podido ver en toda mi vida! ¡Y todo lo refinado ante su presencia luce opaco, mustio, porque no hay nada tan impecable, tan reluciente como Adelaida! ¿Sabes lo que se siente tocar la suave piel de su mano, mientras te toca la suave mirada de sus ojos? - Eh... ¿to... tomaste su mano? - tartamudeó Toñoño lleno de sorpresa y recelo. - Nunca había tomado una joya en mi vida hasta ese momento Santiago le sonrió al joven de mejillas coloradas, el que se había quedado mudo. Pensaba que en verdad se había quedado corto después de escuchar a su amigo. De por sí, decir que se había quedado corto, era quedarse corto dos veces. - Menos mal que no deparaste en ella. ¿Te imaginas Santiago si hubieras deparado en ella? - los dos sonrieron con gracia. Sin embargo Santiago seguía melancólico. - Ella es de otro mundo, amigo mío - el muchacho de las herramientas inició de nuevo su andar y Toñoño le hizo la par. - En eso tienes razón - el joven chancho miró las piedras de la vereda bajo la sombra de los que iban delante de ellos. Pero luego miró de nuevo a Santiago -. Pero nunca se sabe. Vamos a buscar un documento que nadie ha encontrado y debemos tener fe de encontrarlo. ¿Me entiendes? - Creo que no. 152


- Buscar es la única forma de hallar... Que no se pierde nada con intentar... Bueno, aunque intentar no es garantía de encontrar. - Galleta me dijo unas palabras temprano - Santiago pareció consolarse un poco al recordarlo -. Me contó que Adelaida le dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas, todo es posible. - Aparte de ser una canción que camina, tener candela en el pelo y la cara estrellada, también es inteligente. - Cállate tonto - Santiago le dio de nuevo con el codo amistosamente a Toñoño sin poder evitar reírse de lo tosco de su compañero de tertulias. Los dos se rieron. - El poeta eres tú - se defendió el joven chancho. - Sí el ver a Adelaida no te hace un poeta, es que o no tienes remedio, o no has visto lo realmente hermosa que ella es - el joven fantasma intentó fastidiar al joven chancho. - ¡Ja! Ya te enterarás de los versos que escribiré después que la vea esta noche. Estoy loco de volverla a ver. Volverla a ver, pensó Santiago. No, él no se acercaría a casa de Doña Raquel, se quedaría afuera, distante. De todos modos Adelaida no querría verlo a él... pero... ¡para qué engañarse! ¡Se moría de ganas de verla de nuevo! Sin embargo se sentía mal todavía por el percance de la tarde. Ella era la que no querría ni escucharlo. Se volvió a machacar a sí mismo el hecho de haberle cerrado la puerta a la bella pelirroja cuando ella se acercaba a él. Nunca imaginó que la ofendería tanto. La verdad nunca pensó que la ofendería en lo más mínimo. Sintió vergüenza de sí mismo. Siguieron caminando en silencio hasta que vieron que todos se detenían en frente de la entrada del jardín de la dama de damas. 153


Santiago no quiso acercarse y se quedó recostado del muro del jardín de una casa, diagonal a la de Doña Raquel; ya tendría tiempo de hablar con ella sobre el documento, si era que realmente existía. Su amigo, por su parte, se incorporó con el resto para escuchar lo que habría que decirse sobre la situación que preocupaba a todos los lugareños, y para cumplir su anhelo de mirar de nuevo a la bonita muchacha de cabellos de fuego. Raquel retiraba su plato de la mesa justo al terminar su cena, cuando escuchó la campanilla del jardín sonar. Había sentido como había un grupo de personas fuera, en la vereda, pero pensó que pasarían de largo yendo a donde fuera que se dirigieran. Sin embargo el destino de todas esas personas era su propia casa. Adelaida aun no terminaba la fruta que estaba comiendo y lamentó que alguien llegara a interrumpir el momento que estaba pasando con su tía abuela. Habían estado hablando de todo un poco, lo que la ayudaba a estar lejos de esos pensamientos y emociones que la tenían tan desorientada. Miró hacía la puerta y pudo ver unos rostros totalmente nuevos para ella, que la miraban con gran curiosidad desde el otro lado de la verja. - Tía, hay varias personas allá afuera - le dijo a Raquel mientras le pasaba por un lado en dirección a la puerta. - Vamos a ver qué sucede - dijo para sí misma la anciana. Apenas asomó el rostro por la entrada, todos los presentes se acercaron aun más hacía su jardín. Parecía que la mitad del pueblo estuviese frente a ella. La llenó de tranquilidad ver a Gerónimo tratando de sortear un camino entre la muchedumbre para acercarse hasta su casa. Caminó en dirección hacia la entrada del jardín, atenta a su viejo amigo. - Buenas noches Doña Raquel - la saludaron varias personas.

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- Buenas noches - respondió el saludo la dama de damas a los presentes. - Buenas noches Raquel - se le acercó Eugenio, el carpintero -. Disculpa que hemos venido a molestarte esta noche; pero ha crecido por todo el pueblo una gran preocupación. - Me imagino a que viene tal preocupación. Seguramente ya muchos han visto a un Bardolín paseándose por el lugar - le respondió ella sin parecer ni sorprendida ni preocupada. En el fondo sabía que el tiempo se acababa, pero para muchos no era una novedad que Mateo estuviese dando vueltas por las veredas del pueblo. Parecía más preocupada por ver que llegara hasta su lado Gerónimo que lo que le contaba Eugenio. - Ese no es el verdadero problema que nos preocupa Raquel - el carpintero inclinó la cabeza buscando atrapar la mirada de ella, de ganar su atención, pero no lo logró. La anciana estaba casi ajena a él. Después de un par de segundos de silencio el hombre, lleno de amabilidad, logró imprimir en su voz una clara sensación de urgencia en lo que a continuación le dijo: - La familia Bardolín parece que está alojada completa en la Mansión de la entrada del arco - la dama de damas fue sacudida por aquello. ¿La familia estaba completa en el pueblo? Todos aquellos que por años la habían odiado estaban de nuevo cerca. Venían como buitres a esperar que se cumpliera el plazo para lanzarse sobre los restos de Los Jardines de Bardolín, que sin sus gentes amables solo era un gran y triste cadáver. - ¿Estás seguro de eso? - Los hemos visto merodear por los alrededores de la Mansión. Hombres y mujeres - afirmó Eugenio. El hombre estrujo nervioso entre sus robustas manos su pequeño gorro -. Los que estamos aquí 155


sabemos de sobremanera que la presencia de un Bardolín en el pueblo siempre ha traído inconvenientes, siempre con sus amenazas de que nos sacarán de aquí, que Los Jardines de Bardolín no nos pertenecen... - Y el temor que todos tienen es que ahora si hayan llegado a cumplir las amenazas - inquirió Raquel. El carpintero asintió en silencio. Mientras todos a su alrededor opinaban, unos con otros sobre lo que tanto temor les generaba. - ¿Qué vamos a hacer? - dijo una señora notoriamente angustiada, la que propagó su nerviosismo a los demás. - ¿Vamos a perderlo todo? - preguntó otro desde atrás. - Pero... ¿es que nos pueden sacar de nuestras casas? - se escuchó otra voz llena de rebeldía. Raquel comenzó a notar que comenzaba a subir la tensión rápidamente. Gerónimo llegó por fin hasta la entrada del jardín, y ella sin más lo dejó pasar. No lo pudo recibir como hubiera deseado porque no dejaban de preguntarle cosas, todos casi al mismo tiempo. - ¡De mi casa me sacan muerto! - gritó un joven lleno de soberbia. - ¡A mí también! - Raquel respondió en voz alta tratando de llamar la atención de todos. Al apenas escuchar su potente voz, todos prestaron atención a lo que ella les iba a decir. - A mi no me sacan de esta casa sin antes luchar. Toda mi vida son ustedes y Los Jardines de Bardolín - continuó diciéndoles. - Pero Doña Raquel ¿cómo van a sacarla a usted de aquí? ¿Acaso no es más la dueña de estas tierras? - preguntó uno de los hombres más jóvenes entre los presentes. 156


- No soy dueña de Bardolín - pareció un poco desesperanzada de que siguieran insistiendo que ella tuviera alguna potestad sobre la posesión de todo el pueblo -. ¿Tengo que contar de nuevo la historia de por qué solo tengo el derecho de poseer estas tierras por determinado tiempo y no que soy la ama y señora de todas sus extensiones? - Todo está redactado en un testamento - intervino Gerónimo, tratando de mediar por su amiga -. En la actualidad no pueden hacerles nada. Raquel tiene derecho a decidir que sucede y que no dentro de este agraciado pueblo, pero el plazo de tiempo que le cede ese derecho se está terminando. Por eso la familia Bardolín está aquí. Sin embargo, algunos de ustedes ya saben que existe un documento... - ¡Que nunca ha aparecido! - le interrumpió un anciano frente a él. Todos comenzaron a murmurar y hacerse preguntas. - Ciertamente es así. Pero Raquel y yo hemos decidido comenzar de nuevo su búsqueda... - ¿Y si no aparece? - cuestionó incrédula una mujer anciana. - ¿Por qué no se redacta otro y listo? - preguntó una muchacha. - No es tan fácil cómo eso - respondió Raquel. - No es tan fácil; en el testamento que permite que estén aquí, también pone como condición que el documento que puede permitir que permanezcan aquí para siempre, sea el que vamos a encontrar pronto - Gerónimo intentó proyectar su positivismo a lo demás. La dama de damas se lo agradeció en silencio desde su alma. - ¡Y si no aparece! - volvió a machacar la anciana de momentos antes -. Se ha buscado por años, tantos que lo dejamos de buscar 157


Raquel; tantos años que hasta pensamos que la familia Bardolín se había olvidado de nosotros excepto por un par de ellos que siempre venían a amenazarnos. Y ni siquiera los dueños directos, sino los hijos de estos. ¡Nadie va a salir a buscar de nuevo un documento que buscamos por cada rincón de tu casa hasta el mismísimo agotamiento! - ¡Yo sí! ¡Yo vuelvo a buscar! - alzó su mano apremiante el preocupado Toñoño. La dama de damas lo miró con aprecio -. ¡Santiago y yo vamos a buscarlo de nuevo, todo el tiempo que sea necesario! - ¡Y yo también Doña Raquel! - Fabián alzó la mano desde un poco más atrás. - Sí los muchachos tienen ese brío y esa fe ¡Yo también! - se sumó el gran Gaspar. Los ancianos entre sí movían las cabezas desaprobando aquello. Una pérdida de tiempo, decían. Todos los sitios donde se pudo haber buscado, ya se habían revisado. Incluso en cada libro de Doña Raquel, entre página y página, de cada uno de ellos. - Lo único que faltó fue echar tu casa abajo para buscar debajo de ella - otro anciano se dirigió a Raquel con desesperanza. - Puede que nunca haya estado en mi casa... sino en otro lugar del pueblo - todos se miraron las caras al escuchar estas palabras de la dama de damas. - ¿Es decir que hay que buscar en cada casa? - preguntó uno de sus vecinos cercanos. - No precisamente - la tía abuela de la pecosa miró a su amigo buscando amparo en él. En el fondo ella tampoco tenía muchas 158


esperanzas de que encontraran dicho documento, después de tantos intentos fallidos. - Tengo amplias razones para pensar que el documento no está en casa de nuestra querida Raquel - dijo Gerónimo tratando de ganar la atención hacia él. - Mientras que no diga que piensa que está en la Mansión Bardolín dijo Eugenio con una apenada sonrisa. - No, mi estimado. Hay una gran posibilidad de que esté en los Jardines. Cerca de los cerezos. Aquello inició de nuevo un gran mar de rumores entre unos y otros. ¿En qué parte de los Jardines podría estar? ¿Y si estaba en un pozo? Pensar en la posibilidad de que estuviera en ese lugar no los llenaba de esperanzas, por lo menos no a los más ancianos y adultos. Para los jóvenes todo era cuestión de ir a buscarlo, de buscar en cada mínimo espacio de los Jardines y los cerezos hasta dar con el escurridizo documento. - ¿Pero de dónde saca eso? -espetó otro anciano incrédulo. - Tengo evidencias de que puede que sea así - no se atrevió a decir que todo aquello era una suposición basada en un acertijo -. Evidencias de la mano de la misma persona que lo escondió. - ¿Y si no está ahí? - la anciana recelosa de minutos atrás habló una vez más. - Y si no está ahí ¿Qué va a hacer usted? - se volvió a engrandecer Raquel, se alargó hacía arriba, se endureció como una lanza una vez más. Toda la energía de su coraje vibró en su voz haciéndole recordar a todos quién era ella -. Dígame, ¿qué hará? Yo por mi parte no dejaré que me saquen de mi casa, de mi vida, así de simple. 159


Y así como hasta el último momento me aferraré al sitio que pertenezco, así buscaré la solución a esto hasta el último momento para que usted no pierda su casa, mientras se lamenta de lo que pueda suceder. ¿Y si no está ahí? ¿Pero qué pasaría si resulta que sí está y no lo buscamos? Él que crea que ya todo está perdido puede irse del pueblo ahora mismo. ¿Por qué siguen aquí? - No tenemos donde ir - le respondió una de sus vecinas cercanas. - Entonces no tienen opción, si quieren que esto termine en paz. ¡Todos tienen que buscar, o apoyar en su defecto a todos los que lo estén buscando! ¿Quedarse asustados llorando es una opción? ¡No! Mientras tanto Adelaida escuchaba de pie cerca de la puerta. No se había atrevido a salir ni a asomarse. Sentía que solo estorbaría a su tía abuela, pues era tan poco lo que ella sabía de lo que realmente pasaba en torno a ese documento, al pueblo entero y a la familia Bardolín. En el fondo deseó con todas sus fuerzas poder ayudar a su tía abuela de alguna manera. Pensó que de haber tenido el poder de resolver lo que amenazaba a Los Jardines de Bardolín, lugar que ella comenzaba amar, no lo hubiera dudado un solo segundo para solventarlo de inmediato. Recostada donde estaba miró hacia dentro de la casa. Miró la sala de estar, el jardín central un poco más allá, todavía un poco más lejos la amada mesa redonda de su tía abuela. Miró hacia las puertas de las habitaciones principales, la de Raquel y la que estaba ocupando ella. Pensó en el huerto, en los cerezos de su tía, en sus rosales. Pensó en la biblioteca en la que aun no había entrado que estaban al final del patio trasero. Cada rincón de esa casa se le había metido en su corazón y no podía imaginar que llegaría el día que no podría estar más en ella. Que le fuera prohibido caminar de nuevo por sus pasillos. Se llevó una mano al pecho conmovida. Se apartó de la pared y camino hasta el umbral de la puerta quedando a la vista de todos.

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Prácticamente la totalidad de los presentes se quedaron mudos ante la aparición de la hermosa pecosa ante ellos. Parecía una diosa de algún bosque con aquel tocado de flores rosa, con ese porte frágil, con esa belleza casi etérica como la de los ángeles. Los más ancianos creyeron estar viendo un fantasma, que casi exclamaron de asombro; la pelirroja jovencita que salió de pronto de la casa de Raquel se parecía demasiado a Jazmín, por un segundo pensaron en una aparición del más allá. La pecosa se intimidó un poco al sentir que todos los presentes la miraban curiosos o asombrados y buscó con premura la mirada de su tía abuela, que se había volteado a mirarla al notar el mutismo repentino de sus vecinos. - Ven Adelaida - la dama de damas le extendió la mano. La muchacha hermosa caminó hasta ella saludando con una luminosa sonrisa a Gerónimo que le tomó de la mano con su gran caballerosidad de siempre. Se paró al lado de Raquel y se abrazó a su cintura para darle el apoyo de su cercanía. - Les presento a mi sobrina Luisa Adelaida - la dama de damas la presentó con orgullo. La pecosa inclinó la cabeza saludando a todos. Cada uno le respondía según podía, saludándola también. Sin embargo en ella, sin poder evitarlo, se despertó el deseo de encontrar entre aquellos la mirada amable de Santiago, y buscó, y miró en cada rostro, entre cada uno de ellos, pero no lo encontró. Los ancianos la miraban casi con la boca abierta, admirados al tenerla cerca. - ¿Es la hija de Betania? - le pregunto una anciana a Raquel. - Sí. Adelaida ha venido a pasarse unos días con nosotros. - ¡Dios mío! - exclamó uno de los ancianos que había hablado antes - Pero esta niña se parece tanto a... 161


El hombre se detuvo y miró a la dama de damas no queriendo lastimarle con sus palabras, al querer evocar un recuerdo tan doloroso para los fundadores de Los Jardines de Bardolín y en especial para ella. - Así es Tomás, se parece mucho a mi Jazmín - dijo con mucha paz la tía abuela Raquel, luego mirando al rostro de su sobrina dijo: - Pero así como mi Jazmín era única, mi Adelaida también. - Tía - le murmuró la pecosa - yo también la ayudaré a buscar. - Hija, no tienes que preocuparte por estas cosas - le respondió Raquel con ternura. - Tía, usted no está sola. Me tiene a mi - estas palabras de Adelaida, casi hicieron que de los ojos agradecidos de la dama de damas se le escaparan unas lágrimas. La anciana le sonrió y le besó en la frente. Toñoño le hacía señas a Santiago como un desesperado tratando de llamar su atención; le hacía muecas señalando hacia casa de Doña Raquel, pero este estaba distraído sabía Dios en que pensamientos. Sin embargo unas muchachas que estaban cerca de él, trataban de ponerse de punta en pie para intentar ver a la "bonita y refinada" sobrina de la dama de damas. Se hacían preguntas unas a las otras. - ¿Quién es esa muchacha? - preguntó la que estaba empinada mirando por encima de las cabezas de todos los que estaban en medio. - Desde aquí se ve muy bonita. ¿Quién será? - dijo otra. - Es la sobrina de Doña Raquel - respondió una tercera. Santiago al escucharla casi dio un brinco. Adelaida había salido. También 162


intentó ponerse punta en pie, pero no lograba verla, el corazón se le puso inquieto y se llenó de unas ganas demasiado grandes de poder mirarla. Buscaba un lugar, donde desde la distancia pudiera apreciar a la pecosa, pero la gente se movía y la veía en celajes demasiado fugaces. Galleta cerca de ahí, que se encontraba acompañando al gran Gaspar observó en silencio al ansioso Santiago, desde donde ella estaba podía ver claramente a Adelaida, quiso llamarlo pero vio como el muchacho movido por todos sus impulsos internos, se subió en el bajo muro de una de los jardines de las casa cercanas y quedó por encima de todos. Lili miró hacia a su amiga, la que al sentir que alguien la miraba por encima de los demás volteó instintivamente encontrándose con el atónito joven fantasma. La muchacha de grandes ojos marrones, fue una testigo silenciosa del encuentro distante de Adelaida y Santiago. - Dios mío... - musitó el joven fantasma al ver a la hermosa Adelaida con aquellas flores en el cabello, parecía que ella tuviese luz propia, como si todo lo que estuviese cerca de ella se impregnara de su luz. Ni parpadeaba, estaba alelado, flotando en un silencio extraño, como si el mundo fuese una mentira y la pecosa fuese todo lo existente. Ella lo miró a los ojos, su corazón también estaba inquieto, trataba de leer en la mirada de él si había rastros de rencor por lo de temprano en la tarde, pero otra vez... esa mirada... una vez más su corazón se llenó de aquello, una vez más se movió por dentro, una vez más se sintió envuelta. Pero los dos evitaron saludarse, porque ella pensaba que él estaría molesto por lo del jugo y porque él pensaba que ella estaría molesta por lo de la puerta. Raquel comenzó a caminar hacia dentro de su casa llevándose a Adelaida suavemente sostenida del brazo, apartó los ojos por un momento de Santiago, mientras caminaba hacia el umbral de la entrada de la casa. Él en ningún momento apartó sus ojos de ella, se la aprendía de memoria, la pintaba en el lienzo de su alma. Pero justo antes de que Adelaida cruzara el último velo de la puerta, en el último segundo volteó a mirarlo, una vez más, y al ver que aun Santiago la miraba con aquellos ojos tan amables, tan amantes, le sonrió tímida, insegura de 163


que él le fuese a responder. Sin embargo Santiago no respondió a su sonrisa, estaba aun sumergido en el trance de su alma. Coronada con cayenas, pensaba, es una reina coronada con cayenas. La pecosa cruzó por completo hacia dentro de la casa quedando fuera de la vista el uno del otro; se entristeció porque el muchacho de rostro noble no correspondió a su sonrisa. Se confundió más. Estaba contenta de haberlo visto por un momento, pero también estaba triste porque sentía que él estaba molesto con ella, aunque sus ojos le dijeran todas las cosas contrarias a la tristeza, aunque sus ojos le decían esas cosas que nunca habían sido pronunciadas para ella. Todos los presentes ya habían iniciado su partida. No había más solución que colaborar en la búsqueda del documento, incluso hasta para el que la idea ya estaba más que gastada. Se fueron alejando poco a poco conversando unos con otros. Toñoño alcanzó a Santiago y no dejaba de comentarle lo cerca que había visto a Adelaida; que le hizo mil señas para que él se acercara también pero que no lo vio. Sin embargo el joven de las herramientas caminó en silencio, mientras la miraba frente de sí como si la pecosa hubiera quedado grabada en sus pupilas, como se queda el sol en la mirada cuando se le mira directamente. Se alejaron yéndose cada uno a su casa, dejando a Los Jardines de Bardolín en silencio, bajo la custodia de la reluciente luna.

Las avecillas cantaron sus himnos al día naciente. El astro rey, volvía a llenar el mundo con la riqueza de sus brazos de oro, iluminándolo todo. El suave vendaval mañanero meció las cortinas de Adelaida, lo que la luz aprovechó para besar su hermoso rostro lleno de pecas, en cada intento. La hermosa dama, abrió lentamente los ojos, se sentía un poco taciturna. Se sentó en la cama y miró hacia el postigo aun llena de ensoñación, pero un rojo carmesí 164


destelló con la luz del sol en su ventana entra las cortinas que en suave vaivén, de un segundo a otro, dejaban que pudiera ver la vida allá afuera. Se espabiló, se puso de pie y caminó dejando rezagadas a sus pantuflas apartando las cortinas con cuidado. Y ahí estaba. Una rosa roja como la sangre, una flor de terciopelo atada a uno de los barrotes de la reja. La sostenía una pequeña cinta blanca, era una rosa sin espinas, una flor amable. Atada a su vez, a una de sus fuertes hojas había una pequeña nota, enrollada como un pequeño pergamino. Antes de tomarla miró hacia la vereda, miró en todas las direcciones que pudo y no había más que aves y mariposas en lo suyo de todas las mañanas. El corazón se le llenó de curiosidad tanto como de emoción, la liberó de la cinta blanca y se la acercó al rostro para oler su perfume. ¿De quién sería? ¿Sería de Santiago? No, no podía ser de él. Santiago parecía no querer acercarse más a ella. Se sentó en el borde de la cama y con delicadeza desprendió la pequeña nota y la desplegó con suavidad. Cuatro humildes versos llenaban todo el diminuto pergamino, cuatro versos que sonaron en su corazón llenándolo de misterios y poema:

"Cuidaría el paso de tus botas trenzadas y con una cinta blanca ataría para ti la luna llena. Y besaría tus ojos, y soñaría en tus pecas Serías mi reina coronada con cayenas"

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