nsa
1
2
Los Jardines de Bardolín
Pierre M Daboín M 2015
3
4
Adelaida en su cabecita tiene todo tipo de normas para ser una distinguida dama y ninguna sola para ser feliz. Pero todo corazón frágil construye fuertes murallas, sobre todo si ha sido lastimado. Por eso ella es pretenciosa, ingenua y soberbia. Sin embargo, en Los Jardines de Bardolín la esperan grandes secretos que despertarán su alma y le mostrarán como el amor puede ser encontrado junto a los cerezos.
5
6
La Mu単eca Adelaida Primera Parte
7
8
Capítulo 1 Adelaida era una dama. Así la educó su madre. Ella sabía cómo debía comportase ante la sociedad, como debía pronunciar las palabras y entonarlas con finura, como tomar una taza de café con delicadeza, y sentarse tan erguida que su cuello pareciese el de un cisne. Adelaida nunca gritaba, una dama jamás lo hacía. Siempre llevaba su pañuelo perfumado, con que limpiaba todo aquello que iba a sostener. Una dama tenía que ser pulcra y Adelaida también. Le gustaban los niños, pero sobre todo si parecían maniquíes inmóviles, peinados y bien vestidos. Sin embargo también le gustaban los niños tremendos, los que se trepaban a los árboles llenándose las manos de mugre. Le parecían monos bonitos. "Monitos para ver de lejos" como una curiosidad para comentar con sus amigas, las otras damas. Porque las damas solo se reúnen con damas y Adelaida con damas se reunía. No le gustaba mucho la poesía, pero a las damas les gusta, así que a ella... también. Se forzaba a leerlas mientras viajaba en el tren en primera clase, o fingía leerlas, para lucir interesante, porque una dama siempre debe lucir interesante, sobre todo si hay un respetable caballero admirándola a lo lejos. No le gustaba la filosofía, pero intentaba leerla, "las damas inteligentes saben filosofar". Así le decía su madre. "Adelaida, una dama tiene que saber filosofar, pues no es lo mismo una joya bañada en oro, que oro convertido en una joya". Adelaida miraba su dije hecho todo en oro y se encogía de hombros. Seguro que los orfebres han de ser muy profundos e inteligentes, pensaba. En resumen, de Adelaida no se podía pedir más que fuese toda una dama, ni mucho menos. "Soy quien soy" siempre decía. La hacía sentir muy lista, muy sagaz, muy ella. Es justo aclarar que Adelaida aparte de ser toda una dama, era también joven. Tenía 23 años y era muy hermosa. Su piel era blanca, resplandeciente al sol y sus extremidades parecían sostenerla del mundo con una delicadeza de ángeles. Sus manos eran finas y 9
frágiles, pequeñas y suaves. Su cabello cobrizo era abundante, ondulado, brillante, largo hasta la mitad de su espalda y su cuello parecía una torre de marfil construida por hadas. Su risa y su sonrisa, la primera cautivadora, la segunda un hechizo. Su voz era suave, agradable al oído como el murmullo de un arroyo. Y su mirada era inocente, como si mirara a cada rato un mundo recién descubierto. Que tan lejos de la verdad no era, pues mundo le faltaba. Sus ojos eran negros como dos azabaches, que en contraste de su piel blanca y su cabellera rojiza, le aportaban una belleza exótica difícil de ignorar. Ojos escrutadores, pero controlados, pues una dama solo tiene ojos para lo respetable. Con la excepción de los "monitos". La verdad es que Adelaida estaba muy triste. Le habían roto el corazón. Había creído en esas tonterías de las poesías sobre el amor y se enamoró de un joven de familia respetable. "Respetable solo la familia, pues el heredero no heredó el respeto" Dijo la vez que rompió en dos la foto de aquel amor, tan poco considerado con las atenciones que merece una dama. En realidad no la rompió en dos, la rompió en cuatro, en seis, en ocho, la rompió en tantos trozos que cansaba contarlos. Lloraba en silencio, una dama jamás alza la voz y jamás hace escenas, así que Adelaida lloraba en murmullos, y en público lloraba en suspiros. Aunque una vez sola en su cuarto, hundió su rostro en la almohada y gritó y gritó y gritó tan fuerte como el corazón se lo pedía, pero eso era un secreto. Viajaba en el tren. Miraba por la ventana el amplio paisaje y no hacía caso de su madre, que tenía largo rato hablándole sobre su juventud, sobre sus desencantos amorosos y como los sobrellevó, claro, como solo puede hacerlo una dama. En cada recuerdo una lección, en cada pausa, un consejo de cómo debía actuar ante un desamor. Y Adelaida mirando por la ventana, en la lejanía, un pensamiento tan lejano, como lo más lejos que podía ver: Su amor alejándose. ¿O se alejaba ella? Iba en camino de visitar a una tía abuela que no conocía, en un pequeño poblado llamado Bartolín, Barsolín, Bardolín, le daba igual. Estaría ahí unas semanas hasta que 10
se repusiera de sus desdichas. Su madre, tanto como su padre, querían que ya olvidara a aquel mal amor, aunque era una pena. Un joven de tan respetable familia. Cuando por fin llegaron a la estación las esperaba un vehículo, que las llevó directo hasta el poblado donde vivía la tía abuela Raquel. Sí existía una dama de damas, esa era Raquel. El conductor se detuvo en la entrada del pueblito. Era un amplio arco de madera cubierto muy hermosamente por una especie de enredadera silvestre. - Los Jardines de Bardolín - Leyó Adelaida en voz baja mientras inclinaba la cabeza siguiendo las palabras. La Sra. Betania, su amada madre, la tomó por el brazo con cariño y la hizo andar. Le dio indicaciones al chofer que la esperara, con un gesto delicado con la mano, luego le pidió al jovenzuelo que les acompañaba que cargara con el equipaje y mirando de nuevo a Adelaida le sonrío. - Te encantará la tía Raquel. Es toda una dama. Ni una reina tiene su talante. Ni otra dama tiene su talento. Adelaida dibujo una triste sonrisa en su rostro como sustituto a cualquier otro comentario y caminó en silencio. Bardolín era un pueblo curioso. Le parecía estar caminando por las veredas de un pueblo de un cuento infantil, donde todas aquellas casitas bien adosadas, de pinturas pasteles, con flores en las ventanas, de piedras redondeadas construyendo todos los caminos de entrada a las moradas y a los trayectos de las veredas, parecían de fantasía. Adelaida pensó que no le sorprendería si de pronto viera asomarse por las ventanas a personajes rollizos como los enanos de los cuentos. Con sus caras regordetas y sonrojadas y sus sonrisas excesivamente alegres, fumando pipas y comiendo hongos silvestres. Sin embargo a lo lejos pudo ver una mujer que las miraba inamovible. 11
- ¡Tía Raquel!- Betania alzó su pañuelo al aire, a la vez que aumentaba la voz lo tanto que le correspondía hacerlo a una dama. Tenía que dar el mejor ejemplo a Adelaida y mucho más hacer sentir orgullosa a la tía Raquel. Aquella mujer no movió ni un dedo. Parecía una momia de pie, pensó Adelaida para muy adentro suyo. Tía Raquel era una mujer larga, gris, vestida de negro de arriba hasta abajo, pero impecable. Erguida y erecta como una lanza vertical. Su rostro era frío, aunque pareciera esconder rasgos graciosos. Aun así Adelaida sintió temor de la tía abuela. Cuando por fin estuvieron cerca, el nerviosismo de Betania era evidente. Era de notar que la admiraba casi como a un ídolo. - Tía Raquel, esta es mi niña Adelaida - Sostuvo a la desprevenida muchacha por los hombros y la acercó a aquella lóbrega mujer. Adelaida sintió como todo su cuerpo se contraía poniéndose tenso al estar bajo la mirada de la "momia de pie". - Mucho gusto tía Raquel, es un placer conocerla - dijo muy educadamente aunque no estaba muy convencida de lo que acababa de decir. Raquel la miró a los ojos un momento, le hizo un gesto con la mano para que la acompañara. Miró a Betania y le dijo: - Cuando regreses te devolveré a una mujer. - Oh tía, yo estoy muy segura que sí - dijo Betania sonreída, aunque en el fondo se sintió ofendida. Ella había puesto todo su mejor empeño para que Adelaida fuese toda una dama ejemplar. Esperaba ilusamente un cumplido que nunca llegó. Ni siquiera el clásico "tu hija es muy hermosa" Se quedó de pie mirando como Raquel tomaba suavemente a Adelaida del brazo y la invitaba a seguirla. El jovenzuelo con algo de dificultad avanzó detrás de ellas llevando las 12
maletas sudando a cada paso. Comenzó a caminar hacia el vehículo molesta, sentía como sus tacones sonaban evidentes en las piedras de la vereda. Sacudía las manos en un gesto no común en ella. Se percató de ello y se detuvo en seco... ¿por qué se comportaba así? De pronto levantó la mirada y miró a lo alto de una casa, hacia una ventana que estaba cerrada. La miró unos segundos, como si pudiera ver más allá de sus límites. Y se descubrió a sí misma la verdadera razón por la que había traído a Adelaida donde la tía Raquel. No era por la tía, era por aquel lugar, era por Los Jardines. Con un poco de inseguridad se soltó el peinado y sacudió su cabello canoso. Cerró los ojos un momento, respiró profundo y caminó decidida dispuesta a regresar a casa. Adelaida no decía nada. Raquel no decía nada, parecía que ni respiraba y Adelaida no podía respirar. Estaba nerviosa, si su madre era estricta, no quería sospechar que tan severa sería aquella lánguida tía. Al llegar frente a su casa, Raquel se detuvo, abrió la puerta del jardín y le dio paso a Adelaida para que entrara. Le dio indicaciones al jovencito donde dejar el equipaje y le dio un par de monedas. Para sorpresa de la muchacha, la casa de su tía era una casa tan bonita como las demás. Sino que más bonita aun. De colores suaves pero alegres. De flores cándidas en cada rincón, en cada ventana, en donde mirara. Entraron a la casa, la cual no era oscura y gris, con muebles antiguos como los de la abuela Laura. Lejos de eso, era una casa muy campestre, como todo aquel lugar. Era una casa jovial, contenta, y tía Raquel parecía su fantasma. Adelaida escuchó las zapatillas de tía Raquel caer suavemente en algún lugar. Cuando volteó a mirar, se encontró con que Raquel estaba ¡descalza! y se desataba el peinado, se comenzaba a sacar el vestido negro, dejando al descubierto otro de colores claros, que llevaba debajo de aquello que parecía su mortaja. Cuando se deshizo de todas aquellas ropas, ante ella quedó de pie una mujer totalmente distinta a la que la recibió. Con un vestido de colores claros pasteles, la cabellera suelta y libre, como un río de plata sobre sus hombros, descalza. Cuando Raquel vio la expresión tan graciosa de pánico que 13
tenía su sobrina en el rostro, le sonrió. Raquel era hermosa, su sonrisa parecía una luz. Caminó hacía la joven estupefacta. "Ahora sí" murmuró y cuando estuvo cerca de ella la sostuvo de las manos con mucha ternura, la miro a los ojos y le dijo: - Bienvenida a Los Jardines de Bardolín, mi pequeña dama.
14
Capítulo 2 Estaba de pie en medio de la sala. Su espalda estaba muy recta y sus manos suavemente cruzadas una sobre la otra a la altura del cinturón de su vestido. Su barbilla un poco levantada y su rostro con expresión solemne. Pobre Adelaida, pero por dentro, sentía que si no se concentraba las rodillas le temblarían tan duro que sonarían al chocar unas con otras. Tía Raquel caminaba dándole la vuelta, como mirando una pintura tridimensional, sus pasos parecían como si quisiera a tantos tiempos danzar, a tantos otros andar. Se detuvo frente a ella con una cara tan curiosa, pensó Adelaida. Pero las caras curiosas son caras llenas de curiosidad, eso lo sabía Raquel, que también le gustó la curiosa cara de Adelaida como si se mirara a sí misma en una especie de espejo mágico, al estar una frente a la otra. Adelaida se dio cuenta que era lo que Raquel miraba con detalle y no pudo evitar sentir sus orejas encenderse. Deben parecer dos ruedas de tomate a lado y lado de mi cara, se decía a sí misma. Pero las damas tienen derecho a sonrojarse, aunque solo fuesen sus orejas. - Hermosas pecas - dijo al fin Raquel, mirando con detalle las mejillas de la muchacha y todo su rostro. Adelaida no pudo evitar sentir como sus labios se apretaban unos contra otros. Las damas no pueden decir lo primero que se les antoja, deben ser comedidas, y su medida en ese momento fue apresar su inquieta lengua entre sus dientes como un prisionero en su boca. Odio mis pecas, no hay nada en el mundo que odie más que mis pecas... pensó con desafuero. Esas eran sus palabras prisioneras. - ¿Por qué no te pones cómoda? Quítate ese sombrero y suelta tu cabello - las palabras de Raquel sonaban dulces. Sin embargo había leído en un libro que una damisela en algún lugar lejano había sido 15
envenenada con miel, Adelaida se lo recordó a sí misma. No le daba confianza aquella señora, sus ademanes eran los correctos, como los de una dama, pero su comportamiento, su vestido, sin calzado, el cabello suelto, la hacían parecer a una niña recién levantada a la que le habían caído 70 años de improvisto. - Muchas gracias tía, pero estoy cómoda como estoy - respondió Adelaida amablemente inclinando la cabeza un poquito. - Cómoda estoy yo mi amor - Raquel señaló sus pies desnudos. Adelaida los miró y tan pronto como los vio levantó la cara llena de vergüenza. Sentía como si hubiera visto desnuda por completo a Raquel. Los pies de una mujer, son el reflejo de como se quiere a sí misma, siempre le recordaba su madre Betania. Y tía Raquel los tenía sobre el piso, directos sobre el suelo. Una dama nunca debe estar al nivel del suelo. Una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a sí misma. Una dama debe... sus ojos se abrieron tan ampliamente como se lo permitió el asombro... Raquel caminó sobre el césped del pequeño jardín en el centro de la casa en rumbo hacía un pequeño arbusto de cayenas. - ¡Una dama debe siempre cubrirse los pies! - fueron las fugitivas palabras que huyeron de su boca. Apretó nuevamente los labios, pero no fue lo suficientemente veloz, hasta la última palabra se escurrió como la bala de un cañón. Hubiese preferido eructar. Raquel se detuvo. El tiempo se detuvo. El corazón de Adelaida no. Sintió el estúpido y repentino deseo de descalzarse sus finas botas trenzadas y correr a pararse al lado de la tía abuela, para no ser azotada en algún sótano siniestro escondido detrás del más recóndito rincón de aquella casa. La tía giró sobre sí misma sin prisa, miró sus pies con cierto desdén y con una expresión menos dulce miró a la petrificada Adelaida. 16
Ahora la "momia de pie" parecía ella. Raquel levantó un poco los brazos como lo haría un exhibicionista, se miró a sí misma detallándose un poco y clavó una mirada severa en los negros temerosos ojos de su sobrina. - Heme aquí, sin cubrirme los pies, sobre estas modestas hierbas. ¿Podrías decirme si soy una dama o no lo soy? - Yo... mi... mi mamá siempre... - balbuceó la pobre joven. Pero Raquel no le dio espacio para responder. - Todo lo que te haya podido decir tu madre, se lo dije yo primero. ¿Podrías decirme si soy una dama o no lo soy? - Raquel pareció alargarse de nuevo, hacia arriba, como una torre de acero, y no importaba que tan bonitos colores la vistieran, parecían ser todos negros. Su rostro era de nuevo el de aquella siniestra figura que la recibió en la vereda principal del pueblo. Adelaida le miraba sus pies, le miraba su rostro, miraba su rostro, miraba sus pies. No sabía que responder. Su respuesta era NO, pero era la dama de damas, era la tía abuela Raquel, la de los talantes y talentos, que ni reinas ni damas jamás tendrían. Pero estaba ahí, frente a ella, como salida de un manicomio, parada descalza sobre su jardín, mirándola con ojos de bisturí. - Sí... - apenas pudo responder. - Sí que cosa. - Sí es una dama - Adelaida anudó sus manos una con la otra fuertemente casi que le dolieron las uñas mordiéndole la piel. - Lo que hace a una dama ser dama, no es estar descalza, es no decir mentiras. 17
Ahora lo menos colorado de Adelaida eran sus orejas. Nada podía competir con su rostro. Se sentía tan avergonzada. Una dama debía ser siempre honesta y tía Raquel la había pillado. Aún así no daría su brazo a torcer. Mantendría su palabra, sería firme. Soy quien soy, pensó para sí misma, y se infló de valor. - He dicho la verdad - respondió Adelaida levantado de nuevo su barbilla. - Sí... y mírame a mí, yo tengo las zapatillas puestas - Raquel alzó uno de sus pies, tanto que Adelaida pudo ver como tenía hebras del césped adheridas a la piel desnuda de sus dedos y talón. Tal irónicas palabras molestaron aún más a Adelaida. Raquel caminó hasta una pequeña mesa cercana y tomó de ella una muñeca. A Adelaida le molestó que pareciese una versión de ella misma, pero más rechoncha y regordeta. Rogó que la tía Raquel no deparara en aquella similitud. Y no lo hizo para el alivio efímero de Adelaida. La tía abuela le hizo notar que la muñeca estaba descalza también y deteniéndose de nuevo sobre el césped le preguntó a la muchacha. - ¿Qué es esto? - Una muñeca - respondió sintiéndose otra vez acuchillada por los ojos de Raquel. La mujer anciana se inclinó y dejó de pie junta a ella sobre el césped a la muñeca. - ¿Y ahora qué es? Adelaida sintió como su entrecejo se le frunció como si un hilo invisible arruchara su frente, fuera de su control. 18
- Sigue siendo una muñeca... - apenas alcanzó a responder. - ¡¿Entonces si yo soy una dama y me paro descalza sobre el césped por qué dejo de serlo?! - Porque una dama es una mujer real. Porque una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a sí misma. ¡Porque usted y yo somos personas! - Bueno... - Raquel se acercó hasta Adelaida con la muñeca en brazos, se le acercó al rostro y le dijo - Desde hoy seremos muñecas. - Eso no tiene sentido - cuestionó la joven desde su confusión. - Por lo que he aprendido de la vida, para las damas casi nada tiene sentido. De hecho, una muñeca y una dama se parecen en muchas cosas. Por ejemplo, tú y esta muñeca puede que tengan cosas en común - Adelaida sintió como sus mejillas se le inflaron de aire, como si un grito hubiera preferido morir dentro de su boca. No me parezco a esa rechoncha muñeca pelirroja, llena de pecas, se dijo repetidas veces en sus pensamientos. Lo que menos desearía que tía Raquel ahora encontrara parecidos físicos entre aquel muñeco y su fina figura de la que estaba orgullosa. - Verás Adelaida, esta muñeca igualmente que tú, no puede decir mentiras. Una dama es honesta. Resulta que la muñeca también. Ya veremos cuál de las dos se convierte en toda una dama, y quien en toda una mujer. Veremos quién es más real que quién. Mientras Adelaida desempacaba su maleta, en la habitación donde dormiría, no dejaba de meditar toda aquella tontería de muñecas y damas. Para Adelaida no había discusión, una dama sabe que es una dama y punto. Y una muñeca es una muñeca y punto. Tía Raquel no 19
era una dama y ella no era una muñeca. Le pareció que era mejor seguir sufriendo de mal de amor que vivir con una anciana demente. Se sentó frente al pulido espejo de la peinadora y comenzó a soltar su peinado con delicadeza. Miró sus pecas un momento, sus odiadas "hermosas pecas". Y por primera vez sintió solidaridad con ellas, por primera vez sintió que podía odiar otra cosa como nada en el mundo... A las muñecas y a la tía Raquel.
20
Capítulo 3 Adelaida escribió una carta. Con trazo fuerte y decidido, en contraste al suave perfume que envolvía la hoja de papel que soportó tantos reproches. Era una carta dirigida a su madre. Era un ruego y un reclamo. Quería volver a casa esa misma semana y alejarse de la tía Raquel tanto como se lo permitiera la superficie del planeta. La dobló en tres partes, con perfectos pliegues, muy rectos y dignos de las manos de una dama, y la introdujo en el sobre como un bebé dentro de una desafortunada cuna. Se puso de pie y caminó hasta la cocina donde Raquel estaba afanada en preparar la cena. Las damas cenan temprano, por lo menos eso parecía no haber olvidado la tía abuela, pensó Adelaida. - Disculpe, donde está el buzón de correo, que necesito enviar esta carta. - Oh... aquí no usamos buzón de correo. Todos llevamos personalmente las cartas a la casa del cartero - Raquel le respondió detrás de una linda sonrisa. - Eh... ¿cómo?... ¿Ir hasta la casa del cartero? En mi cuidad hay un buzón cerca de casa y el cartero es el que viene por ellas - dijo la muchacha indignada. - No te mortifiques mi pequeña muñeca - a Adelaida le crujieron los dientes cuando Raquel se refirió a ella como "muñeca" - Mañana viene el cartero en persona a traerme la correspondencia y puedes aprovechar de entregarle, personalmente tu carta. Ya querrás ir a llevarlas tú, ya verás. Ven siéntate.
21
Adelaida se quedó de pie un segundo pensando. Miró una mesa hermosamente servida, con frutas frescas todas muy hábilmente cortadas, rebanadas de pan, mermelada, queso y café negro, junto a una jarra de leche tibia. No se hizo la muy difícil, porque tenía mucho apetito ¡y todos aquellos colores! La mesa parecía una fiesta. Regresó a su habitación disimulando que no se notaran sus largas zancadas, las damas caminan sobre seda, y su andar siempre debe ser armonioso y decente. Guardó en un bolsillo de su maleta el sobre y dando media vuelta regresó a aquella mesa que le parecía mejor compañía que la tía Raquel. Se percató de un detalle en que no había deparado hasta que se sentó en su silla. La mesa de tía Raquel era circular. Nunca se había sentado ante una mesa como esa. No sabía de qué lado de la mesa estaba, si del lado importante o del lado de que se le da a los simples comensales. Se concentró en el plato que tenía en frente, aromático, dulce, frutas de todos colores picados en cuadritos muy simétricos. Sostuvo su tenedor y con delicadeza le dio una estocada profunda a un trozo de jugoso melón, la alzó hasta sus labios y abrió su boca, como lo ha de hacer una dama. Sin embargo, aquel tentador trozo de fruta era más grande de lo que esperaba. No estaba picado de la forma correcta para que lo degustara una dama como lo era ella. Alzó la vista para hacerle el reproche a su anfitriona, y no pudo sacar de su boca las palabras del mismo modo que no pudo hacer entrar el trozo de melón. Tía Raquel, con una mesura, una delicadeza embelesadora, comía el melón con sus manos, con sus delgados y delicados ancianos dedos. Pero se veía tan estilizada, como aquella ilustración de Cleopatra comiendo uvas, que tanto le gustaba que había visto en un libro de la biblioteca de papá. Pero no era solo la manera en que comía aquellas frutas, se dio cuenta que era la imagen completa la que la tenía atrapada, sorprendida, admirada. Raquel se había recogido el cabello al cenit de su cabeza, dejando mechones sueltos, penachos libres, y sostenía su abundante cabellera plateada con cayenas. No, no, no, se regañó mentalmente, una dama debe peinar sus cabellos con pulcritud. Una mujer que deja mechones sueltos, es una mujer de ideas sueltas, siempre le decía Betania mientras le corregía el peinado. Ideas 22
sueltas y algunos remaches también, no dudó en pensar Adelaida. Aunque le parecía irónico, la tía Raquel se veía tan señorial, tan imponente, tan hermosa. Tan dama, como ninguna otra. Raquel la miró y Adelaida hundió su mirada en lo más hondo de las frutas, tratando de que no se le notara que estaba admirada de aquella anciana que odiaba más que a sus pecas. - Adelaida, no has probado bocado -le observó risueña la tía abuela Suelta ese tenedor y usa las manos, estamos en confianza, no en una fiesta de sociedad. La joven no estaba de acuerdo con aquello, sabía bien que una dama es de sociedad esté donde esté. Aun así, quiso verse tan estilizada como la tía Raquel. No, como "la tía loca" no, mejor como Cleopatra. Sí, era mejor. Como aquella ilustración que amaba. Fingiendo una seguridad que estaba demasiado lejos de existir, dejó con delicadeza el tenedor a un lado y tomó un trozo de melón en sus aniñadas manos. Abrió la boca para morder, del mismo modo que había visto a la tía abuela hacerlo, pero el melón se le escurrió por un lado y se lo estrelló en la comisura de la boca. Sintió como una gota fría le comenzaba a recorrer la barbilla, soltó el trozo de fruta en el plato y tomando su servilleta rápidamente detuvo su avance. Mientras limpiaba sus dedos, no se atrevía a levantar la mirada, ante una silenciosa Raquel que parecía una diosa comiendo manjares, a la vez que ella se sentía como el señor de la pescadería de su ciudad cuando tomaba los calamares entre los dedos para meterlos en el papel encerado, envolverlos y vendérselos a su mamá. - Extraña mesa tiene usted, tía Raquel - trató de huir de aquella situación mientras tomaba de nuevo su tenedor. No podía evitar que sus ojos la traicionaran y miraran aquel peinado tan espontaneo pero tan atractivo de la tía Raquel. Se obligaba con fuerzas internas a mirarla a los ojos, pero los suyos no estaban siendo muy obedientes como deberían ser los ojos de una dama. 23
- ¿Que tiene de extraña? - preguntó con gran curiosidad la anciana. - Una mesa redonda. Parece que estuviéramos sentadas alrededor de un volante. Raquel sonrió. Siguió con su mirada el borde de la mesa, amaba esa mesa. ¿Qué mesa podría ser más noble que una mesa redonda? - Me encanta esta mesa Adelaida, cada quién puede sentarse donde debe estar. - Yo no veo la diferencia. Es igual por todos lados. No importa si me siento a la derecha, o a la izquierda, pues la mesa no tiene ni izquierda ni derecha. Y el señor de la casa y la señora de la casa no pueden sentarse en las cabeceras donde les corresponde estar - dijo la muchacha tratando de introducir un trozo de sandía en su renuente boca a abrirse más allá de la norma. - En esta mesa, quien hace la diferencia no son las cabeceras, son las personas. Adelaida sintió de pronto su boca llena con el trozo de sandía, que había estado buscando la manera de morder con decencia. Es que aquella respuesta la había dejado con la boca abierta. Era obvio, en esa mesa redonda quien era la cabecera de la mesa era la tía Raquel, no importaba donde se sentarán, ella estaba donde debía estar. La tía abuela siempre estaría a la cabecera, mientras ella se estrellaba sin gracia todas aquellas frutas contra el propio límite de su mente. Contra una boca que se abría demasiado para decir tonterías y se abría poco para comer un simple trozo de melón. Mientras aquella sandía se desangraba bajo el suave peso de su paladar, ella miró a la tía abuela Raquel con otros ojos. Miró sus cayenas en aquel bonito peinado, que hacían lucir un cuello que había sido largo y hermoso, en alguna juventud que no parecía tan lejana si se le miraba bien. 24
Talante. Miró la gracia con que sostenía en sus manos las frutas, el pan, ¡la taza de café! Lo estilizada. Talento. Ni una reina, ni otra dama. Solo la tía Raquel. Adelaida sonrió para sí misma. Qué curioso era odiar y admirar al mismo tiempo a la tía abuela. Lo pensó muy bien y estuvo segura con su silenciosa decisión... Había una carta que reescribir.
25
Capítulo 4 "Querida mamá Espero que estés bien, que todos estén muy bien por casa. Saludos de mi parte y muchos besos. Mi primer día en casa de tía Raquel ha estado lleno de sorpresas. Su casa es muy bonita, acogedora, amplia. En cambio la tía abuela, creo que la edad la está afectando. De momentos parece toda una dama, pero la mayoría del tiempo parece que estuviera demente. Dice que somos muñecas mamá. Y camina descalza por la casa, incluso en el jardín. Tiene una muñeca con la que habla, la he visto sin que ella lo sepa y le habla a la muñeca. A veces me da miedo. Hay momentos, cuando se molesta, pareciera convertirse en otra persona, su cara cambia, su cuerpo se endereza tanto que se ve mucho más alta de lo que ya es. Su cara parece un bloque de hielo. En esos momentos es cuando más se comporta como una dama. Es impresionante mamá. De verdad que cuando se comporta como una dama, ni reinas ni otras damas. Que imponente. Me provoca ser como ella en esos momentos, pero no dura mucho. Apenas vuelve la sonrisa a su rostro, se comporta como una niña desaliñada con vejez prematura. Te soy honesta mamá, esta es la segunda carta que te escribo, pero la primera la he roto. Quería pedirte que vinieras por mí y me sacaras de este pueblo y me llevaras a casa lejos de la tía abuela, pero estuve pensando que puedo aprender de ella, solo lo importante, esas actitudes tan señoriales que tiene. Antes de que se termine de volver loca totalmente. Aún no conozco a nadie en este lugar aparte de la tía y de su muñeca. Hoy viene el cartero a traerle correspondencia y aprovecharé de darle esta carta al señor para que te la haga llegar. No tienen buzón de correo ¿te lo puedes imaginar? Hay que 26
caminar hasta la casa del cartero para enviar cartas, por suerte viene hoy donde tía Raquel. Espero que no carezcan de otras cosas más importantes aparte del buzón. Este lugar está tan lejos de todo. No sé qué pensarías de la tía Raquel si la vieras ahora mamá. Tantas cosas maravillosas que siempre me has contado de ella. Se recoge el cabello pero sin peinárselo, no dudarías en decir que tiene ideas sueltas, porque las tiene mamá, y sí que las tiene. No le importa descalzarse ¡y camina por el jardín central de la casa con los pies desnudos! La cena, anoche se la comió con las manos. Aunque parecía Cleopatra. Su porte, su talante como dices. Pero una dama es una dama, y lo correcto es que usara los cubiertos como debe ser. Quiero aprender de ella su estilo, pero sin dejar de ser la dama que me has enseñado ser mamá. Me quedaré un tiempo junto a la tía Raquel, pero a la primera exagerada demencia que haga te pediré que me vengas a buscar. ¿Sabes mamá? No creo que pueda confiarle a la tía abuela lo de mi corazón roto, sobre mi desamor. Es posible que no me tome en serio. ¿Qué puede saber de desamores una anciana loca solitaria que cree que somos muñecas? Ojalá conozca pronto a alguien respetable en este pueblo o una buena amiga, para poder conversar y tener como matar el tiempo mientras no me aporte nada la tía abuela. Te quería contar, que descubrí que me encantan las cayenas, las rojas y las rosadas. Son muy hermosas, si las inviertes parecen vestidos de princesas, vestidos de gala. Descubrí también, que ya no odio tanto a mis pecas. Hay otras cosas que he aprendido a odiar más. Te extraño mamá, espero verte pronto. Te ama tu hija Adelaida"
27
Dobló la hoja. La guardó en su sobre y salió de la habitación. Un sol dorado entraba desde la puerta principal pintando con sus colores tostados, todo lo que estuviese a su paso. Un sol amable como todos los soles del amanecer. Incluso a Adelaida le pareció un sol nuevo, como una luz distinta a la que nunca había visto. - Buenos días muñeca - escuchó desde lejos la voz cariñosa de Raquel. ¡Muñeca, muñeca! ¿Será que nunca me tratará como a una persona adulta? Pensó. - Buenos días - contestó rosando apenas con la mirada el rostro de su tía. - Veo que tienes impaciencia por enviar tu carta - Raquel señaló el sobre que tenía la muchacha entre sus blancas y suaves manos. - Es una carta importante. - No lo dudo. Una dama siempre escribe cartas solo cuando son importantes. Una dama no es superflua. Adelaida volteó a mirarla. No sabía si la tía loca se estaba burlando de ella, o le estaba enseñando algo que una dama debía siempre saber. Betania nunca le había hablado sobre aquello. Creía que una dama podía escribir siempre que quisiera. - Siempre he escrito cuando quiero y a veces no son cosas importantes. ¿Una dama no puede escribir por placer, por juego, siempre que sus palabras sean ecuánimes y poéticas? - reflexionó Adelaida. - Oh... bueno... me pasa algo parecido con las zapatillas. Pero para evitarnos esos malos pensamientos, nos hemos convertido en...
28
- Tía disculpe - le interrumpió antes de que aquella anciana alcanzara a decir algo sobre ser muñecas - Tengo mucha hambre, ¿que hay para desayunar? Tía Raquel se dejó interrumpir. Un verso puede quedar inconcluso si todos los presentes saben cómo termina el poema. Así que caminó hasta la mesa y le mostró un plato cubierto con un pequeño mantel de cuadros verdes. - Aquí está tu desayuno. Pan tostado con un poco de jalea y un buen vaso de jugo de frutas frescas. Adelaida solo vio un plato sobre la mesa. Una dama cuando es anfitriona nunca deja solo a sus invitados en la mesa, observó molesta en sus pensamientos. En realidad lo que le molestaba era no poder ver a la tía abuela comer con su refinado estilo, para poder aprender de ella. - ¿Y usted no va a desayunar, tía? - Ya desayuné, mientras dormías como un oso - la muchacha se estremeció de pie donde estaba. ¡Cómo un oso! ¡Yo una dama comparada con un oso! pensaba mientras sentía el peso de su entrecejo comenzar caer sobre su nariz - Y como sé que no te agrada que una dama coma con las manos su plato de frutas, he comido aparte con mis ecuánimes y poéticos dedos, mi placenteras frutas lo que fue un juego para mi paladar. Adelaida miró a tía Raquel como si esta era una peca gigante, como algo que se le debía odiar no más con recordarla. ¡Ojalá en verdad la tía abuela fuese una muñeca! Una muñeca no habla. Una muñeca se le sienta en un lugar y ahí se queda. Una muñeca jamás dirá cosas imprudentes. Una muñeca se le calza sus zapatillas y no se las quita. Una muñeca siempre está arreglada, con su peinado en orden. Una muñeca nunca se desarregla ella misma. Una muñeca es toda una 29
dama. Adelaida se heló desde los pies hasta la cabeza. ¿Qué tipo de pensamiento era ese? "Una muñeca es toda una dama". Parecían palabras de la tía abuela y no de ella. Aunque, en el fondo, no podía negar que tenían sentido. Si se tratara a las muñecas como una metáfora, tendría mucho sentido. Una dama y una muñeca tendrían muchas cosas en común. Su mirada había pasado de la soberbia a la confusión. Miraba a la tía Raquel como si fuera un acertijo. ¿Estaba su tía loca? ¿O era ella misma que no había entendido aun nada de lo que había querido decirle aquella mujer, que tenía el don de transformarse de cenicienta a reina sin usar diademas ni zapatillas de cristal; de estar a la cabecera de una mesa redonda, de lucir magistral haciendo de sus dedos cubiertos más hermosos que la platería de la abuela? - No te quedes ahí parada. Ven, come tu desayuno. El señor Antonio no tardará en llegar y podrás darle tu carta. Ven, ten buen apetito - le habló con cariño. - Gracias - la muchacha se sentó a la mesa casi como hipnotizada por sus reflexiones. Y comenzó a comer su desayuno mirando con el rabillo del ojo a Raquel. De pronto sonó una campanilla desde el jardín. - Ah... ya llegó - Raquel se mostró alegre. Caminó hasta la entrada de la casa y se detuvo bajo su marco- Miren quien tenemos aquí, el simpático Fabián. - Buenos días señora Raquel. Adelaida giró su rostro hacia la puerta. Aquella había sido una voz vivaz, juvenil y amable. - Pasa, pasa, Fabián, estás en tu casa - Raquel invitaba a entrar a aquel joven hasta la sala de estar. 30
- Con su permiso - dijo el muchacho de ojos risueños y sonrisa blanca como un relámpago. Fabián era el hijo del cartero. Un muchacho cortés, atractivo, lleno de picardía. Como todo buen cartero era responsable y le gustaba ser puntual. Miró a Adelaida con curiosidad, aquella chica que lo veía con ojos de pajarito. Con un vaso de jugo a punto de entrar por uno de sus oídos. - Buenos días señorita, que tenga buen provecho - se dirigió Fabián a Adelaida. - ¡Hip! - un repentino hipo respondió por ella, mientras hacía una leve reverencia agradeciendo y sintiéndose tan tonta - ¡hip! Apresuró unos sorbos de su vaso de jugo e intentó parecer muy estilizada. Bajo control. Sintió como sus orejas se encendían. Con hipo y con las orejas rojas, ahora falta que las pecas me comiencen a brillar, se dijo molesta en sus pensamientos. - Oh muchacha, te ha dado hipo - Raquel se acercó a Adelaida para ayudarla. El rostro de la tía era un poema, se divertía con todo aquello. Su sobrina era tan inocente, una fierecilla inofensiva. Una niña, sintiéndose una dama, queriendo ser mujer. Fabián sonreía amablemente. - Fabián te presento a mi sobrina Adelaida - luego dirigiéndose a su sobrina - Él es hijo del cartero. Fabián también es cartero realmente. Quiere seguir con el legado de su papá. Es un buen hijo. Todo un caballero. - Mucho gusto señorita Adelaida - dijo tras su blanca sonrisa a la muchacha de ojos de pajarito. - ¡Hip! Disculpa... También para mí es un gusto. 31
- A que sí - le murmuró cerca del oído la tía Raquel. El hipo de Adelaida empeoró. - Señora, aquí tiene su correspondencia - Fabián sacó de su morral un pequeño grupo de cartas atadas con un cordón y las extendió hacía Raquel. - Gracias Fabián, por favor ponlas sobre esa mesita de ahí - le pidió mientras ayudaba a Adelaida a tomarse un vaso de agua sosteniéndole las fosas nasales con el índice y el pulgar. Cuando la joven terminó de beber el agua, se sintió mejor y libre de aquel molesto hipo, que solo sabe Dios de donde apareció. - ¿Va enviar alguna carta esta vez? -preguntó Fabián. - Yo no. Pero Adelaida sí. - Oh por favor. Si eres tan amable - Adelaida tomó la carta de la mesa de la cocina y se la entregó en las manos a Fabián mostrando una hermosa sonrisa. Raquel la vio admirada. Primera vez desde que había llegado que la veía sonreír. Amó la sonrisa de Adelaida desde el primer momento. Dentro de todas aquellas asperezas y pragmatismos había un alma luminosa escondida. - Fabián... ¿Sabes? tal vez sea buena idea poner un buzón de correo aquí en la vereda - Raquel miró con picardía a su sobrina - En la ciudad de Adelaida usan buzones de correo. - ¿Le parece señora Raquel? - ¿Qué piensas tu Adelaida? - le preguntó Raquel, a la silenciosa muchacha.
32
- Bueno... mi ciudad es grande... aquí es pequeño... quizá no sea necesario un buzón de correo... El apuesto Fabián sonrió con sus dientes de centella y mirando a los ojos de Adelaida le dijo: - Tienes razón. Mi casa está muy cerca. En Bardolín todas las casas están cerca de todas las demás. Cuando quieras enviar una carta, caminas hasta mi casa y preguntas por mí y yo te atiendo con gusto. - Gracias - la joven pareció aniñarse. Sus mejillas estaban rosadas como el suave arrebol que deja el sol en las nubes en la primavera. Su sonrisa de nuevo llenó el lugar. Su rostro se inclinó suavemente como una flor de girasol. - Entonces nada de buzones cuando tenemos a tan galante cartero dijo Raquel sentándose en un sillón robusto de color vinotinto. Adelaida la vio sentada y se preguntó como lo hacía. ¿Cómo hace la tía Raquel de un momento a otro parecer una reina en un trono, cuando solo es una anciana descalza sentada en un sillón? Sin embargo Raquel se preguntaba como hacía Adelaida para ocultar una sonrisa tan bella como esa. Ojalá hubiera tenido una sonrisa como esa en su juventud, pensó en secreto, nunca se hubiera tenido que esforzar tanto en ser una dama. Un alma luminosa siempre lo resuelve todo, siempre. Ella lo sabía. - Ya me tengo que ir señora Raquel - Fabián se acomodó el morral y se dispuso a seguir con su labor. - Muchas gracias Fabián. Saludos a tus padres y a tu hermanito. - Gracias a usted - miró con gallardía a Adelaida e inclinándose un poco se despidió de ella - Ha sido un placer conocerte Adelaida. - Igualmente - Adelaida le devolvió el gesto. 33
El joven cartero se fue dejándolas de nuevo solas. Adelaida de pie donde había quedado correspondió a la analítica y profunda mirada de su tía Raquel, con una mirada curiosa pero serena. La miró en aquel sillón, sentada como una matriarca, bajo aquel sol dorado, que convertía en oro todo lo que tocaba incluyendo el cabello suelto de la tía abuela. Aquel haz de luz hacía ver a tía Raquel mucho más joven. Que hermosa tuvo que haber sido la tía Raquel en su juventud, pensó Adelaida. - ¿Qué es eso que tienes en tu rostro? - de pronto le preguntó la anciana con voz simpática a la joven. - ¿Mmm? - Adelaida creyó no entender la pregunta. - Esa sonrisa. ¿Cómo haces para ocultar algo tan bello? - No estoy sonreída - la expresión risueña de Adelaida se fue lentamente de su rostro. - ¡Oh... vamos Adelaida! - le reprochó cariñosamente. - No estoy sonreída - caminó de nuevo hacia la mesa del desayuno. - Mírame un segundo - Raquel se lo pidió con amabilidad. Ella la miró. Raquel se inclinó un poco hacia adelante y le preguntó como si fuera un secreto entre ellas: - ¿Que te pareció Fabián? Sintió que los músculos de su cara la iban a traicionar, que iban a delatarla con una sonrisa. Una dama debe saber dominar sus gestos, se regaño a sí misma. Y dejó inmóviles las expresiones en su rostro. 34
Pero Adelaida no sabía algo, que las verdaderas sonrisas se dan con la mirada. Y sus ojos sonreían en ese momento. - Un joven amable. Respetuoso. Decente - De sonrisa de relámpago, de ojos dulces como una fruta, de voz amigable como la de un ave mañanera, pensaba a la vez. - Atractivo, guapo... - agregó la tía abuela. - Tía. Por favor - Adelaida apuró la rebanada de pan que le quedaba.
La tía Raquel se puso de pie y caminó hasta la entrada de su habitación. Se detuvo en la puerta y con ojos graciosos le dijo a su bella sobrina: - Te lo dije - y entró a su habitación. - ¿Qué cosa? - se apresuró Adelaida a preguntarle. - Que ya querrías llevar las cartas tú - respondió Raquel desde sus aposentos. Estando sola se permitió sonreír. Fabián no estaba mal. Podrían ser amigos. Conocerse mejor. Sin embargo podría comenzar a soñar de nuevo. A tener ilusión. A ir demasiado lejos. A quedar de nuevo desamparada. Con el pecho abierto. Con el alma rasgada. Su sonrisa se apagó como la llama de una vela que muere. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su corazón seguía roto, como una máquina descompuesta. Se dio cuenta que la muñeca de la tía Raquel estaba sentada en medio de la mesa, y sus ojos lustrosos perecían mirarla indiferentes a su tristeza.
35
- Qué suerte la tuya. No tienes corazón - le habló a aquella niña de tela y porcelana que era parte de la casa. Y por primera vez, por un breve momento tuvo un extraño deseo... Ser realmente una muñeca.
36
Capítulo 5 Galleta era dulce. Y también era una persona. Para ser más precisos era una jovencita de 20 años de ojos grandes y marrones, de piel blanca como la leche y su cabello era negro, muy liso, perfectamente cortado a la altura de su quijada. Era tímida como las flores silvestres que crecen escondidas entre los lirios, y sus mejillas eran rosadas como las pomarrosas cuando aun tienen más de flor que de fruta. Como todos en Bardolín caminaba hasta la casa del cartero. Salía de su casa, la última en la redoma de la fuente y sin prisa iba mirando cuanto animalito revoloteara entre los jardines o las hierbas plebeyas que se alzaban entre las piedras de la vereda principal. Parecía caminar dentro de una canción, una que ella sola parecía poder escuchar. A veces tarareaba frases melódicas con su voz de arpa, y al siguiente momento sus ojos marrones se detenían sobre una rama de algún arbusto para hablar con los pequeños vecinos de Bardolín, con los que parecía tener muy buena confianza. Siempre llevaba cruzado al pecho un pequeño bolso que descansaba sobre su cadera, se lo había tejido su abuela antes de irse al cielo de las costureras. Dentro, llevaba consigo todo el tiempo una libreta de hojas blancas y unos cuantos lápices de colores. Realmente eran pocas las hojas blancas que quedaban en aquel cuadernillo lleno de trazos coloridos, de anotaciones, de observaciones, de secretos descubiertos por los grandes ojos curiosos y tímidos de Galleta. Ese día, sobre su pecho llevaba abrazada una pequeña caja de madera, como si de un cofre de tesoros se tratara, pero no era un cofre, parecía más una especie de libro rígido, o un estuche como esos, de tizas pasteles como los que guardaba celosamente bajo su cama. Era un día especial, los días que caminaba con su caja misteriosa abrazada al pecho eran días distintos a cualquier otro, eran días donde Galleta parecía más dulce, menos tímida, feliz.
37
La tía Raquel le había pedido un favor a Adelaida, que entregara al cartero una masiva que había escrito respondiendo a una de las cartas que había recibido un par de días atrás de las manos de Fabián. Era una carta con "carácter de urgencia" había dicho la tía abuela. En el fondo, Adelaida se sentía un poco nerviosa de ver de nuevo al joven con sonrisa de relámpago, aunque se había prometido cerrar su corazón con llave y luego lanzarla al fondo de un abismo. Se vistió con su vestido azul marino de cintas blancas, se recogió laboriosamente el cabello en trenzas que sostuvo con pequeñas horquillas las que escondió debajo de su sombrero blanco. Llevaba sus botas trenzadas de tacones marfil las cuales la hacían ver más alta y sobre el hombro apoyaba su sombrilla abierta evitando que el viento de la tarde le robara el sombrero como un villano invisible. Se repetía una y otra vez las indicaciones para llegar donde el cartero. Ve por la vereda principal, se decía. Pasa la redoma de la fuente, se recordaba. Cuenta dos veredas más, contaba con sus dedos índice y medio. Cruzas a la izquierda y en esa vereda al final, pasando la entrada de Los Jardines, esta Fabián. Se sonrojaba con solo nombrarlo en sus pensamientos. Ya había dejado atrás la redoma con su fuente murmuradora, y comenzó a cruzar en la segunda vereda hacia la izquierda cuando de improvisto tropezó con una muchacha que dio un par de traspiés y se enderezó nerviosa, como si tuviera un resorte en la espalda. - ¡Lo siento! ¡lo siento!- dijo en voz baja, aquella joven de ojos marrones que estaban muy abiertos mostrando unas largas pestañas oscuras. - Oh discúlpame a mi -dijo Adelaida acercándose a ella- no vi que estabas inclinada aquí en la esquina. ¿Estás bien? ¿Te lastimé? - No pasó nada. No importa. Yo estaba atravesada - dijo la muchacha que se abrazaba fuertemente a una pequeña y rectangular caja de madera. 38
- Tienes razón, no pasó nada - Adelaida le sonrió y le dijo de forma maternal- Pero no debes olvidar que las esquinas no son lugares seguros para una dama. La muchacha pareció más tranquila y sonrió suavemente. Comenzaron a caminar juntas. - ¿Cómo te llamas? Yo soy Adelaida. Soy la sobrina de la Sra. Raquel. - Yo soy Lili - se presentó la jovencita escondiendo su rostro detrás de sus lacios cabellos - Sí, ya sé que eres la sobrina de Doña Raquel. - ¿Lo sabes? - le preguntó muy intrigada. - Fabián me habló de ti. De la señorita muy bonita y refinada que era sobrina de Doña Raquel que la había venido a visitar. Adelaida sintió como se le sonrojaban de nuevo las orejas. Fabián había dicho que ella era "bonita y refinada". - También eres muy bonita y refinada - quiso tener un cumplido con su nueva conocida. - No, yo no - la muchacha de ojos tiernos y grandes sonrió apartando su rostro como si lo escondiera- Tú si eres una dama respetable. - Gracias. Que amable - Adelaida le sonrió con sincera gratitud - tú también tienes todo para ser una dama respetable. - No sé - Lili abrazó con fuerza su caja de madera e inclinó la cabeza, su rostro se llenó de ensoñación imaginando poder tener el porte y la seguridad de Adelaida... o de Doña Raquel. 39
- ¿Eres amiga de Fabián por lo que veo? - Fabián es amigo de todos...- Lili sonrió con ternura - por eso todos somos amigos de Fabián. - Muy popular Fabián... Su novia debe estar muy orgullosaAdelaida hizo un gesto indiferente mientras hablaba. La joven de ojos tímidos guardó silencio y miró el perfil de Adelaida. Le pareció tan hermosa, con su sombrero blanco, su vestido azul marino, la piel impecable. Y aunque le parecían un poco raras sus pecas, le encantaba ese color tan diferente de su cabello que nadie en Bardolín tenía. Sin duda, la sobrina de Doña Raquel era muy linda y sofisticada. - Fabián no tiene novia - dijo con voz de murmullo la pensativa Lili. - Oh, ya aparecerá alguien que cautive su corazón - dijo la muchacha del sombrero blanco, como si todo aquello no tuviese importancia para ella. - ¿Vas donde Fabián? - Lili la miró a los ojos. - Voy donde el cartero... - Adelaida trató de evadir la pregunta y la mirada de cachorro de Lili- si está Fabián le entrego la carta que envía tía Raquel, si está el señor Antonio, aprovecho la oportunidad para conocerlo y le entrego la carta. - Entiendo - respondió Lili mirando de nuevo las siluetas que dibujaban las piedras de la vereda. - ¿Y tú vas donde Fabián? - le devolvió la pregunta en venganza. Sin embargo, Lili con una amable voz le respondió:
40
- Sí, voy donde Fabián - volvió a inclinar su cabeza para que su cabello lacio como cortinas cubriera el rubor de sus mejillas. Adelaida observó con recatada curiosidad la caja de madera que abrazaba con tanta protección la tímida Lili. Va igual que yo de recado, las dos vamos a ver a Fabián a entregarle cada una algo que enviar, pensó. - Veo que también vas a enviar correspondencia - le observó Adelaida. Lili sonrió negando con la cabeza. Cuando parecía que por fin aquella muchacha de ojos café había acumulado el valor para comenzar a hablar con entusiasmo, antes de que su boca abierta pudiera salir palabra, aparecieron por una entrada a la vereda, por el lado izquierdo tres niños con caras de pilluelos. - Ahí viene la rara - dijo uno a otro, mientras el tercero se tapaba el sol del rostro para poder ver hacia Lili y Adelaida. - ¿Y quién es la otra? - Creo que es familia de la Sra. Raquel. Se lo dijo mi vecina a mi mamá -hablaban entre sí. Adelaida se percató que Lili se había puesto seria y parecía haber levantado un muro invisible a su alrededor. No era difícil darse cuenta que esos niños tenían la costumbre de molestar a la tímida de ojos grandes y curiosos. Cuando estaban cerca de ellas con sus ojos brillosos como los de los ratones puestos en Lili, comenzaron todos a hacer ruidos parecidos a los de las ranas: - ¡Croac! ¡Croac! ¡Croac! ¡Rara! ¡Croac! ¡Croac! ¡Rara! - decían todos a destiempo. 41
- ¿A quién le dicen rara? - Adelaida no pudo contenerse. A una dama siempre se le debe respeto y los niños deben aprender a ser educados de pequeños para que sean caballeros de grandes, recordó para sí - ¡Ustedes tienen que aprender a ser caballerosos con las mujeres! ¡Lili es una dama que merece respeto! Los niños se acercaron unos a otros con ojos asombrados mirando la cara de Adelaida. - ¿Le estás viendo la cara? -dijo uno sin hacerle el más mínimo caso a las palabras de la enojada joven. - La tiene llena de cosas -dijo uno arrugando la nariz. - Su cara parece un majarete lleno de canela molida- dijo el tercero sin poder contener la risa. - ¡Qué! - Adelaida caminó hacia ellos hirviendo - ¿Cómo te atreves pequeño cuervo? - ¡Majarete! ¡Majarete! ¡Majarete!- Comenzaron a repetir una y otra vez los pequeños diablillos huyendo de la cercanía de Adelaida, buscando de alejarse y seguir su camino - ¡Galleta con Majarete! ¡Galleta con Majarete! - ¡Cuervos! Cuervos no ¡Chimpancés! ¡Eso es lo que son! ¡Son unos chimpancés con ropa! - Adelaida estaba muy molesta - ¡Dejaremos que pase el circo y se los lleve! - ¡Majareeeete! - se escuchó a lo lejos. Luego llegó el silencio. Exactamente no del todo. Adelaida seguía hablando sola, despotricando palabras. - ¡Cómo se les ocurre llamar a una dama como yo majarete! Esos insectos. Eso es lo que son, ¡orugas de polilla! Una dama no puede 42
estar al nivel de orugas de polilla como esas. ¡Insectos vulgares! ¡Yo soy una dama respetable! ¡Respetable! ¡Y una dama que es respetable no pierde su tiempo con insectos! ¡Cuervos! - como era de esperarse, Adelaida no gritó, una dama nunca lo hace. Sin embargo, su voz era dura y potente, como si los genes de tía Raquel se estuviesen despertando en ella. Se dio cuenta que debía calmarse un poco cuando escuchó sus tacones marfil martillar el pobre trayecto de la inocente vereda. Se detuvo y se dio cuenta que Lili no estaba a su lado. Miró hacia atrás y encontró a la chica de ojos marrones, pensativa con la mirada ida, como si mirara una imagen lejana sobre las piedras del camino. - ¿Cómo se atreven esos...? grrrr. Pobre Lili - Regresó a buscarla. - Yo... tengo que irme - le dijo la muchacha tímida apenas llegó cerca a ella. Se dio la vuelta y comenzó a caminar. - ¡Lili!- Adelaida sintió pena por ella, le pareció un alma tan frágil¡Lili! ¿Te sientes bien? La joven de cabello lacio como cortinas, le mostró un gesto que parecía una sonrisa, pero parecía más una tristeza... y apuró el paso. Cruzó la esquina y la dejó sola. - Lili - sintió tanta pena por la pobre muchacha. Cuantas veces la habrían atormentado esos niños, hijos de Satán, a tan frágil dama, pensó. Miró el sobre en sus manos y retomó su camino hasta el cartero. Cuando pasó por la entrada en el lugar donde habían aparecido los tres pequeños, se detuvo a mirar el camino que se extendía empinándose un poco sin poder saber que había más allá. Observó que había un marco de una puerta de hierro, que se veía bastante antiguo en toda la entrada, y en letras cursivas que habían sido forjadas a cincel y fuego pudo leer lo siguiente: Jardines de Bardolín. ¿Jardines de Bardolín? Siempre había creído que el nombre se refería a los bonitos jardines de las casitas impecables de 43
aquel lugar. No le pasó ni remotamente lejos la idea de conocer los jardines, al ver que el camino era un paso que se abría entre pequeños pastos y arbustos. Esas aventuras no eran para ella. Se encogió de hombros, caminó hasta el final de la vereda y cuando bajo la mirada hacia la casa que se encontraba al final de unos amplios escalones, se encontró frente de la puerta principal, a Fabián... parecía que la esperaba. - Hola - le saludó con una inevitable amplia sonrisa - ¿Cómo estas Fabián? - Bien gracias y ¿cómo te encuentras tú? -preguntó él. - Yo muy bien - Otra vez se le subió el calor a las orejas, esa era su alarma interna. Contrólate Adelaida, una dama es recatada y controla sus gestos, se regañó mentalmente - Oh... he traído una carta de mi tía abuela. Me ha dicho que te dijera que va en carácter de urgencia. - Está bien. Dile a la Sra. Raquel que sin falta mañana su carta ya estará en el tren camino a su destino- Fabián le respondió presto, pero parecía un poco distraído. Miraba hacia arriba, hacía el final de la vereda donde comenzaba los peldaños, como si esperara a alguien. - Muchas gracias. Así se lo haré saber - Adelaida sonrió agradecida, sin embargo no pudo evitar notar la oculta inquietud del joven de sonrisa blanca como un rayo- Fabián, te veo algo... preocupado. Disculpa la imprudencia. - No, no te disculpes - Fabián se apresuró a responderle con amabilidad- No estoy preocupado. Lo que estoy es extrañado.
44
- ¿Extrañado? - preguntó la joven del sobrero blanco mientras cerraba su sombrilla. El sol ya comenzaba a ceder su reino a la noche. - Es que... Galleta no ha llegado - Fabián regresó su mirada hacia la vereda. - Oh... ¿tienes una mascota? - preguntó Adelaida levantando una ceja. - ¿Mascota? No, no. Galleta es una amiga - el joven sonrió comprendiendo la confusión de la muchacha pecosa. - Oh... una... amiga... ¿Galleta? ¿Pero no es un nombre raro para una persona? - Realmente se llama Lilibeth, pero todos le decimos Galleta porque esa fue la primera palabra que dijo cuando era una bebé. En su casa por cariño le dicen Galleta y nosotros en Bardolín también. - ¡Lili! ¿Te refieres a Lili? - Adelaida comprendió porque los pequeños demonios aquellos le habían dicho "galleta con majarete" - ¿Ya la conociste? Ella siempre se presenta como Lili. No le gusta su nombre. Prefiere que le digan Galleta -dijo Fabián. - Venía conmigo, pero unos niños salieron del camino selvático aquel que da hacia los jardines y le comenzaron a croar y a decirle rara - sobre el tema referente a lo de "majarete" se lo reservó. A Fabián no le interesan ese tipo de chismes, se aseguró ella misma. - Juan, Jorge y Eliezer- Fabián frunció el ceño- nunca la dejan en paz. Un día los atraparé y los enseñaré a ser respetuosos.
45
- Creo que le afectó mucho porque se quedó de pie, sin decir palabra, luego me dijo que tenía que regresar y se dio la vuelta y se fue. - Pero es extraño... ella ignora a los muchachos todo el tiempo. Nunca deja de venir los días que dice que va a traer su colección caminó y se sentó en los escalones cercanos - Si no estuviera tan ocupado la fuese a buscar, solo puedo llevarla cuando va de regreso a su casa. Es tan inocente. - Si, lo es. Parece una muchacha muy frágil - respondió Adelaida con honestidad. - Santiago y yo siempre estamos cuidando de ella lo que más podemos. - ¿Santiago? - preguntó la joven ajustándose suavemente el sombrero, tirando de él ligeramente por el ala. - Mi hermano menor - señaló con el índice hacia la casa, como si Adelaida pudiera ver a través de las paredes. - Tienes un hermano. No sabía. - Es un poco parecido a Galleta en cómo se comporta. Pero es el mejor amigo que tengo. - Yo soy hija única - dijo con algo de nostalgia. ¿Cómo sería tener una hermana? - entonces ¿Lili te venía a mostrar una colección? - Sí. Siempre que agrega una especie nueva, viene a mostrármela Fabián junto sus manos como si fueran un libro y las miró mientras hablaba. - ¿Y que colecciona? - preguntó ella. 46
- Mariposas - respondió él con una admirada sonrisa. - ¿Insectos? - dijo Adelaida sintiendo un mal escalofrío por dentro. Pero no era asco por la colección de Lili, sino asco por sus propias palabras. - Bueno... insectos... se podría decir, pero solo mariposas, de todos los colores y tama... - Fabián se interrumpió al ver la cara de Adelaida. Ella en su mente no podía borrar el rostro inocente de Lili. Su sonrisa suave, pura y honesta. ¡Mariposas! ¡Qué mal se sentía! ¡Yo y mi boca imprudente! Se puso pálida. Se sintió mal. Porque Adelaida podía ser inmadura, vanidosa, soberbia, pero tenía un alma luminosa. Raquel no estaba equivocada. - ¿Dónde vive Lili? - Sostuvo la falda de su vestido preparándose para comenzar a subir los escalones y marcharse. - En la redoma de la fuente - le respondió Fabián extrañado del cambio de actitud tan raro de la muchacha pecosa - la última casa al fondo, al entrar en el callejón. No te puedes perder. Si quieres te acompaño. . ¡No!... no. Muchas gracias Fabián, yo sé cómo llegar. Gracias. Chao, nos vemos. Que estés bien, saludos a tu familia - no había terminado de despedirse cuando ya subía los escalones con prisa ante la mirada confundida del hijo mayor del cartero. Adelaida caminaba con prisa. Mientras más pronto llegara, menos dolor para Lili. Se sentía tan tonta, se sentía que no era una buena persona. ¿Cómo no medir sus palabras y dejar siempre de estar presumiendo que una dama aquello y que una dama lo otro? No se 47
perdonaba herir a una muchacha inocente. ¿Acaso a costa de su inocencia, en el pasado cercano, no le habían roto su corazón? - "Una dama que es respetable no pierde su tiempo con insectos" repitió con dolor sus palabras- No me refería a ti Lili... mis palabras no iban en ese sentido... ¡Oh Dios!... Lili... me refería a mi... soy yo la que necesita de apariencias para ser respetada... Lili...
No podía borrar de su mente la imagen de Galleta, abrazada feliz a su colección de mariposas.
48
Capítulo 6 ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Sonaron los nudillos de Adelaida, porque tan maciza puerta no alcanzó a sonar con los golpes de su frágil mano. Acarició su adolorida diestra y sin pensarlo más golpeó con la base de su sombrilla aquella puerta de madera, oscura y robusta como un oso. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! De aquella casa se escapaba un aroma dulce, como a pan de fruta, como a pastel de manzana. Pero Adelaida no le dio importancia, su corazón estaba inquieto, su alma ya estaba del otro lado de la puerta antes de que esta se abriera. Miró hacía la ventana que tenía hacía su derecha, y sobre nardos y lirios vio colgado un móvil de mariposas. Girando lentamente como si un espíritu respirara cerca de ellas dándoles vida. Su corazón golpeó amargamente su pecho, llenándola de culpa. -¡Ya voy!- se escuchó una voz masculina y graciosa desde algún lugar de aquella casa. Sintió movimiento detrás de la puerta, escuchó la cerradura girar y pesadamente aquel aposento se abrió dejando ver toda la humanidad de un señor alto, bastante obeso, pero con cara de duende bonachón, con mejillas redondas y coloradas como si estuvieran ruborizadas por toda la eternidad. - Buenas tardes - Adelaida hizo el esfuerzo de verse serena -. Por favor ¿Podría llamar a Lili? - Buenas tardes señorita - aquel señor redondo tensó sus dos cejas como si de dos arcos de flecha se trataran y con una repentina explosión de cortesía la invitó a pasar: - ¡Ah!... ¡Qué honor!... ¡Adelante señorita esta es su casa! ¡Galleta! Ya viene, ella ya viene. ¡Pase y siéntese por aquí! ¡Galleta te buscan! 49
- Gracias - respondió Adelaida mientras pasaba el umbral - Yo soy sobrina de la Sra. Raquel... - Sí, señorita, lo sabemos, es un honor tenerla en casa - le interrumpió amablemente aquel anfitrión emocionado. Desde otra habitación apareció una señora con un delantal de grandes flores naranjas y que en su rostro tenía dibujada la misma cara de Lili pero con el inevitable paso de los años. Aquella graciosa mujer, también algo robusta, no pudo evitar sorprenderse y caminar hacia Adelaida.
- ¡Qué honor nos haces con tu visita! - le dijo mientras se acercaba y la tomaba de las nerviosas manos -. La sobrina de Doña Raquel en nuestra casa. ¡Qué hermosa eres! - Gracias, es muy amable. A Adelaida no la dejaba de impresionar que pareciera que todo el pueblo ya la conociera. Es que Bardolín no parece un pueblo pequeño, sino una casa grande, pensó. - ¡Galleta! ¡Te buscan! - volvió a llenar todo el lugar la voz del señor de la casa con su entonación graciosa y amistosa. Una puerta se entreabrió tan misteriosamente, como el rostro que a duras penas se asomó por ella. - Lili - Adelaida se acercó -. Quiero hablar contigo. Galleta abrió la puerta un poco más, solo para estar segura de lo que estaba viendo. Adelaida estaba en su casa. Dentro, frente a la puerta de su refugio, de su habitación amada. Sin embargo no dijo nada, todas las palabras se le iban por sus grandes ojos marrones, abiertos como ventanas hacia su alma. 50
- Quiero hablar contigo - le pidió con amabilidad. Lili no dijo nada -. Me gustaría conversar contigo... por favor. Y Lili no dijo nada. Adelaida no hacía más que sentirse peor. Por dentro se castigaba una y otra vez. - Fabián estaba preocupado porque no llegaste hasta su casa - le dijo ya dándose por vencida y asumiendo su culpa, sintiéndose mala persona - Esperaba por ti y por tu colección de mariposas. Deben ser muy hermosas que él te esperaba con tantas ganas. - ¿Te gustaría verlas? - rompió su silencio la tímida Lili pero sin salir del resguardo de la puerta de su habitación. - ¡Me encantaría! - se sintió respirar de nuevo al escuchar la vocecita amable y armónica como un arpa de Lili. - ¿Te gustan las mariposas? - Galleta seguía resguardada tras la protección de su puerta. - ¿A quién no le gustan Lili?- le sonrió tratando de que sus palabras fueran un cumplido. - A mi papá no le gustan - respondió Galleta sin juzgarlo. Lo dijo tan simple como era. - Jejejeje - rió el papá de Lili mientras su barriga subía y bajaba varias veces -. Las mariposas son para las niñas. Extendió sus rollizos brazos y batió sus manos como alas. Pero a Adelaida aquel señor tan grande no le pareció una mariposa sino un escarabajo. Todos sonrieron en la habitación, menos Lili, que ya se sabía de memoria las payasadas habituales de su padre.
51
- A Fabián le gustan - rompió el silencio sonriente de todos, la voz de Lili, la que se escuchó curiosamente desafiante. Su papá sonrió con una ternura particular, como aquella del padre que sabe que nunca podrá dejar de hacerle bromas a su querida hija. Sin embargo su sonrisa decía algo más, pero muy sabiamente se lo reservó. Volvió a levantar sus regordetes brazos batiéndolos como grandes alas y dijo con cara muy pícara: - Es que a ese muchacho le gustan muchas cosas con alitas que revolotean por ahí. - ¡Oh vamos Gaspar! - sonrió divertida la señora de la casa, acercándose a su esposo, dándole empujoncitos en la panza -. Deja de hablar de ese muchacho y vamos a la cocina. Dejemos a las chicas con sus asuntos de chicas. - Estás en tu casa, mi niña - se le acercó de nuevo la señora del delantal de flores naranjas - Yo soy Margot y aquí estamos a la orden. Bienvenida. - Bienvenida - también le dijo el gran Gaspar, con su sonrisa de duende bonachón. Margot lo empujó como si de un vehículo descompuesto se tratara y Gaspar volvió a mover sus brazos como alas, soltando la mirada por el rabillo del ojo al rostro serio de Galleta. Se alejaron los dos entre los "vuela hacia la cocina congorocho", "vuela hacia la cocina moscardón" de ella y entre las risas pícaras de él. - Ve, trae tu cajita con tu colección de mariposas - le dijo Adelaida con cariño a la siempre tímida Lili. - No. Tú eres la que entrará a mi colección de mariposas - Adelaida hizo un gesto interrogativo. ¿Entrar a su colección? Viendo la confusión llenarle el rostro, Lili la tomó suavemente de una mano y la hizo pasar a su habitación... 52
Azules, amarillas, rojas, naranja, negras, matizadas; pequeñas, medianas, grandes. En las paredes, colgando del techo, sobre la peinadora, en la ventana; donde mirara había mariposas. Las había de tela, de cartón, de papel de colores, de cristal, de cobre pulido, bordadas en pañuelos, pintadas en las paredes. Y también había flores, de los mismos materiales, tamaños y colores. - Lili - apenas pudo pronunciar la joven del sombrero blanco mientras se lo quitaba. Era el mundo particular de Galleta. Adelaida no podía imaginar cuantas horas, días, años, habría estado creando todo aquel mágico espacio -. ¡Qué hermoso! - Es mi versión de los jardines - dijo tras una infantil sonrisa, la joven de ojos grandes y marrones. - ¿Los Jardines de Bardolín? - Adelaida no salía de su asombro, sus ojos no paraban de mirar en todas direcciones y encontrar mariposas y flores de todas dimensiones. - ¿Ya los conoces? - Lili le hablaba disfrutando del rostro admirado de Adelaida. - No... - recordó el camino sinuoso entre arbustos y hierbas, al que no le dio el visto bueno. - Mi habitación es mi replica de los jardines. - ¿Los jardines son así de bonitos? - preguntó Adelaida con su mano al pecho, sintiendo su corazón conmovido. - Aún más... todo se mueve, todo tiene sonidos, aromas... Todo tiene vida... Un día iremos juntas - Lili se sonrojó después de haber dicho esto. Lo sintió como un atrevimiento, una disposición de su parte. 53
- Oh Lili, claro que sí - le respondió Adelaida sosteniéndole de una mano - contigo voy con gusto. La muchacha de cabellos como cortinas, sonrió contenta, tanto que se notaron sus dientes, como una sumisa media luna asomada en su rostro. Eso era mucho que decir. Lilibeth, Galleta, estaba muy feliz. Llena de alborozo caminó hasta una mesa recostada al pie de la ventana, donde entraban los últimos brazos del sol de aquel día con sus cálidas caricias de despedida. Sobre la mesa había una caja de madera de las mismas dimensiones, pero era bastante baja, como si fuera un gran semillero. Por encima la cubría un gran vidrio enmarcado en madera, la que calzaba perfectamente sobre los bordes superiores. Lili miró en silencio el contenido a través de aquel cristal y de momentos pareció alejarse en sus pensamientos. Al salir de su breve ensoñación, con un gesto de su mano, le pidió a Adelaida que se acercara. Si la habitación de Lili era impresionante, el contenido de aquella caja de madera lo era aun más. Ordenadas meticulosamente, una al lado de la otra, mariposas de todas las especies sostenidas por alfileres, mostraban todos sus colores, tamaños y formas. Sus alas aterciopeladas las hacían parecer pequeños libros de poesía abiertos en su mejor poema. Adelaida no salía de su asombro. Esa habitación era el lugar más fantástico que jamás había conocido en su vida. Para Galleta era un gozo mirar las expresiones de fascinación en el rostro de su invitada especial a su mundo secreto. Realmente Adelaida era la primera persona -aparte de Margot y Gaspar- que veía el refugio personal de Lili. La muchacha de ojos grandes regresó su mirada a sus compañeras aladas y las vio con mucho amor y también con algo de tristeza. - Yo sé que son solo insectos - Lili habló suavemente y acarició con su mano el cristal -, pero no podría vivir sin ellas.
54
Adelaida se estremeció. Miró a Lili con sus amantes ojos sobre aquellos sus tesoros, como si en verdad dependiera de las mariposas para estar viva, para existir. Recordó sus propias palabras desafortunadas y sintió como si algo ácido comenzaba a recubrir su corazón, provocándole pena en el alma. - Lili... yo... lo que dije... yo no quise lastimarte... - Adelaida se le quebró la voz. Veía tanta inocencia en Galleta, la veía tan frágil, tan indefensa... tan sola. No podía explicarse a sí misma por qué tenía tan grande necesidad de protegerla... Era que nadie la protegió a ella, nadie estuvo para cuidarla, nadie... Lili no lo sabía, pero Adelaida había sido una soñadora como ella; las dos eran tan iguales por dentro y tan distintas por fuera. La muchacha de ojos tímidos caminó de espalda hasta su cama que estaba cercana y se sentó lentamente, y mirando sus manos quedó en silencio por unos segundos. - Eres tan bonita Adelaida, con tu vestido, tu sombrero, tus modales - por fin habló Lili sin apartar su mirada de sus manos que se habían entrelazado una a la otra ofreciéndose fortaleza mutuamente -. Yo soy solo una muchacha de un pueblo lejos de todo. - Lili, tú eres muy linda, eres una persona muy hermosa - Adelaida se acercó a ella escurriendo de sus propios ojos las lágrimas que se asomaron solo para terminar en su pañuelo perfumado. - No es igual - respondió Lili aun sin levantar la mirada. - Mírate Lili... ¡Eres toda una dama! Tan educada, tan honesta, tan impecable - Adelaida se sentó a su lado. - Cuando dijiste que una dama no debía perder tiempo con insectos... - Oh Lili - Adelaida la interrumpió - ese no era el sentido de mis palabras. Era como un juego de palabras, esos niños no son 55
realmente insectos lo que demuestra lo vano de esa frase, lo vacía que es. Esos niños no son insectos y tú si eres una dama, y muy respetable. - Cuando dijiste eso - Lili continuó con su idea de todas maneras, a Adelaida se le hizo un nudo en el pecho- me di cuenta de que yo estoy muy lejos de ser una mujer interesante y sofisticada como tú. No te sientas mal... tus palabras no me lastimaron, no más que la verdad misma. Nunca seré una mujer como tú... La joven de ojos grandes y marrones guardó silencio otro segundo, retomando fuerza, respirando, aferrando sus manos aun más, una a la otra, sin dejar de mirar sobre ellas. - Me di cuenta, allá en la vereda de los jardines, que tú eres una mariposa hermosa, delicada, llena de vida, y yo, una oruga que lleva consigo una caja llena de mariposas muertas - prosiguió con un poco más de dificultad para controlar sus emociones. - Lili... por el amor de Dios... yo solo soy una oruga con sombrilla y con sombrero. La mariposa fantástica entre las dos eres tú - Adelaida puso su mano sobre las anudadas manos de Galleta. - No... yo solo soy una muchacha de pueblo... que lo único interesante que tiene es su caja de mariposas... y tú, tú eres como una mariposa, con solo pasar suavemente... te robarías las miradas... - Lili se inclinó levemente hacia adelante, sus lisos cabellos cubrieron su rostro, lo único que pudo ver Adelaida fue caer unos destellos, diamantes del dolor, que se estrellaron contra las manos de ambas. No pudo contener más sus lágrimas-. Si llegamos juntas ¿quién me quisiera mirar sino muestro mi caja de mariposas? Adelaida la tomó por el rostro con cariño e hizo que la mirara. Ella sabía que no era muy madura, que era una tonta para muchas cosas, que era presumida para otras; pero algo si sabía, algo si conocía, un 56
corazón lleno de ilusión, un corazón palpitante esperanzado, un corazón lleno de amor. - Estás enamorada - Adelaida le sonrió con ternura-. Enamorada en silencio. Los grandes ojos de Lili se inundaron aun más, su cara parecía un poema triste, y sin poder retener más su caudal interno en las represas de su corazón, comenzó a llorar como una niña. Adelaida la abrazó. Lloraron juntas. - Te voy a decir algo- Adelaida enjugo sus lágrimas en su pañuelo una vez más - Fabián, estaba muy preocupado porque no habías llegado. Ni me miró. - No es cierto- Galleta la miró sin poderle creer. - Sí lo es- Adelaida le sonrió-. De lo único que me habló fue de ti, de cómo su hermano Santiago y él, se preocupaban mucho por ti. - Me estás mintiendo- le respondió Lili deseando creerle. - Una dama no dice mentiras a sus amigas - Adelaida levantó su mano como si estuviera haciendo un juramento. Lili logró sonreír -. Me dijo que nunca faltas cuando le dices que vas a llevarle tu colección de mariposas. - El solo me tiene cariño como muchos en Bardolín - señaló la mesa con su repisa llena de mariposas -. El señor Eugenio, el carpintero me la regaló, también me hace las banderillas de advertencia que coloco en los pozos... - ¿Los pozos?- primera vez que Adelaida oía hablar de los pozos.
57
- Sí, es peligroso estar cerca de los pozos pero yo tengo una zona marcada, delimitada con mis banderillas. Es seguro ahí. Es un poco más allá de los jardines. Nunca vayas más allá de los jardines, si caes en un pozo puede que nunca te encuentren. Hay muchos y no sabemos cuántos ni donde están todos. - No lo olvidaré. - El señor Antonio cuando viaja me trae cualquier mariposa que consiga y Santiago me ha ayudado a buscarlas en los jardines. Fabián... él me escucha por horas hablar de cada una de ellas, de todo lo que le digo sobre mis pequeñas compañeras. La señora Lourdes, la costurera, me regala los alfileres para sostener a mis mariposas y el señor de los cristales, Efraín, fue el que me regaló los vidrios para el muestrario grande y el pequeño. Y Doña Raquel... gracias a ella, me gustan las mariposas - Lili sonrió lejana como si mirara un pensamiento con gratitud. - ¿Gracias a mi tía abuela? - eso fue una sorpresa para la joven pecosa. - Sí. Cuando yo era niña, las otras niñas y los niños no querían jugar conmigo, me decían que era muy lenta para todo, que casi no hablaba, que era extraña. En una ocasión en los jardines, unas niñas que jugaban entre las flores no quisieron jugar conmigo y me senté sola a llorar. Pero Doña Raquel, que estaba ese día ahí se acercó a mi - Lili miró a Adelaida y volvió a sonreír. Mientras Galleta contaba los hechos de esa tarde, los veía al mismo tiempo, como una película en su mente: - ¿Por qué la pequeña Galleta está tan solita? - dijo Raquel con ternura mientras se acercaba a la llorosa niña que estaba sentada sobre una roca.
58
- Nunca quieren jugar conmigo - sollozó la niñita de ojos grandes y marrones. - Ellos se lo pierden - Raquel hizo un gesto como si espantara a los niños que jugaban a lo lejos. - Dicen que soy lenta y que soy rara y fea - dijo Lili mientras sus labios temblaban entre pucheros. - ¡Oh! Es que ellos no saben que un día serás una mariposa - le dijo Raquel a la pequeña niña ganando su atención -. ¿Quieres ver algo interesante? Ven sígueme. La niña movida por la curiosidad se puso de pie y camino de la mano con Raquel cerca de un árbol. Raquel le señaló un pequeño animalito que se esforzaba por subir cuesta arriba. - Mira ese animalito tan curioso. ¿Qué te parece?- le preguntó la dama de damas a la ya más calmada Galleta. - Me parece lindo. Tiene muchos colores. Es diferente... es largo y tiene muchas paticas- observó Lili. - Es una oruga y te parecerá que no es muy rápida ¿verdad? - No, no lo es - Lili miró hacia lo alto del árbol viendo su altura - ¿Y a donde quiere ir? - Busca un lugar alto y seguro. - Pero es muy lento... nunca llegará más arriba. - Oh Galleta, no lo juzguemos por eso, esa es su forma de ser. Lo 59
importante es que con paciencia y empeño llegará hasta su nueva casa - Raquel le respondió con maternalidad. - Es lento como yo - reflexionó la pequeña de cabellos lisos y largos como cascadas de azabache. Luego se acercó a la decidida oruga y le dijo: - No te sientas mal por ser lenta, eres una oruga muy linda y yo te cuidaré desde aquí hasta que llegues a tu casita. - Bonitas palabras. La bonita oruga está muy contenta de que seas su amiga - le dijo Raquel guiñando un ojo. - ¿Por qué sube tan alto? ¿Por qué no busca mejor un sitio más bajo? - preguntó Lili con curiosidad. - Es que va camino de convertirse en mariposa y busca un sitio donde nadie la moleste. Tiene que cambiarse el vestido de oruga y ponerse el de mariposa. - Pero si va desnuda, mire que no tiene ropa - Galleta respondió con lógica infantil, pero al mismo tiempo con una sonrisa graciosa. - Cierto, no he podido engañarte. Tu mente es muy veloz. La verdad es que la oruga se convertirá en mariposa muy pronto y por eso busca donde poder transformarse poco a poco. - ¿Cómo va a convertirse en mariposa? No lo creo - dijo con incredulidad la pequeña de ojos grandes y graciosos. - Mira sobre las flores. ¿Ves todas esas mariposas? Alguna vez fueron orugas. ¿Ahora no son preciosas? - ¡Las mariposas son más bonitas! - Lili lo dijo como una afirmación feliz. 60
- Sí, pero nunca olvides que antes de eso fueron orugas. Con sus movimientos lentos, sus colores pintorescos, y su forma tan diferente de ser - Raquel le tomó el rostro con sus dos manos y le dijo con mucho amor: - Por eso nunca olvides Galleta dulce y preciosa, que no es malo ser diferente, que no tienes que ser más veloz, que eres linda como eres y que siempre, cariño mío, siempre puedes convertirte en algo mejor. Siempre puedes convertirte en mariposa. Las lágrimas de Adelaida corrían por su rostro. La tía abuela fue tan protectora de Lili como ella lo deseaba ser ahora, mientras estuviera en ese lugar. - Desde entonces tengo mariposas conmigo todo el tiempo -dijo Lili sonrojándose. - ¡Tú eres la mariposa más hermosa que tiene todo Bardolín! - le dijo Adelaida con cariño. Galleta se sonrojó tanto que parecía su cara una gran cereza. Y no sabiendo cómo responder a aquel halago, buscó otro tema de conversación como escapatoria. - Que bonito tú sobrero blanco - dijo de soslayo. Adelaida sin pensarlo dos veces levantó su sombrero, que sostenía con una de sus manos y se lo puso en la cabeza a la sorprendida Lili. - Ahora es tuyo. Los ojos de galleta se abrieron ampliamente. No sabía que decir. No sabía cómo moverse. No sabía cómo comportarse con un sombrero tan elegante como ese. Adelaida se le acercó y con habilidad metió 61
el cabello de Lili tras sus orejas, dejando al descubierto un rostro muy simétrico, ovalado, puro y hermoso. Galleta camino de manera algo extraña, como si hiciera equilibrio con un libro puesto en la cabeza; se detuvo frente a su espejo y se miró. No dijo nada, solo se miraba, solo se daba cuenta que Adelaida la estaba ayudando a salir de su crisálida, sin sospechar que ella estaba ayudando a Adelaida a salir de su coraza. Lili agradecida caminó hacía la joven de cabellos rojizos como hechos con hilos de cobre y la abrazó agradecida. - ¿Sabes en que estaba pensando Lili? - comentó Adelaida - Así como Fabián tiene a su hermano Santiago y es su mejor amigo. Tú y yo podemos ser las mejores amigas también. El rostro de Galleta se llenó de luz y con evidente emoción le pregunto: - ¿Hermanas? Adelaida no lo había visto así en un principio, pero estuvo convencida de que eso le gustaba más. La hermana que nunca tuve, pensaron las dos. - Hermanas - le asintió Adelaida. Se abrazaron, no supieron cuanto. Ya una parte de ellas no estaba vacía. Se tenían la una a la otra, ya no estarían solas. Serían hermanas y las mejores amigas. Adelaida notó que la noche ya había bajado su manto lleno de estrellas al mirar hacia la ventana y decidió que ya debía irse. - Lili, ya es hora de que regrese donde tía Raquel - le dijo con cariño. - Está bien - respondió serena la joven de ojos grandes y contentos. Sin pensarlo demasiado, Lili caminó hasta el otro lado de su cama y 62
debajo de la almohada sacó la pequeña caja que tenía la pequeña colección de mariposas que ella temprano le mostraría a Fabián. Caminó hasta Adelaida y se la puso en las manos. - Son tuyas - le dijo con convicción. Adelaida no sabía que decirle. La caja pequeña de madera de Lili valía mucho más en todos los sentidos, que el sombrero blanco que aún la muchacha tenía puesto. - Si me das tu muestrario viajero ¿Qué le vas a mostrar a Fabián cuando vayas a visitarlo? Lili pareció pensar triste por un segundo, pero luego convencida se lo dijo con una seguridad poco común en ella: - Son tuyas Adelaida. Ya pensaré que podré mostrarle a Fabián para tener una razón para conversar con él. - Yo sé que puedes mostrarle - le dijo Adelaida. - ¿Qué cosa le puedo mostrar? - preguntó intrigada Lili. - La mariposa más hermosa que tiene todo Bardolín. Galleta se sonrojó y se cubrió su rostro con sus manos, apenada.
Esa noche Raquel jamás la olvidaría. Aquella en que vio llegar a Adelaida, abrazada feliz a su colección de mariposas.
63
Capítulo 7 Llegó a Bardolín a mediados de la mañana, atendiendo la carta con "carácter de urgencia" que Raquel le había enviado. Traía noticias no muy alentadoras. El tiempo se terminaba y era cuestión de semanas para que todo se perdiera para siempre, no solo para la respetada anciana que la esperaba, sino para cada uno de los habitantes de Bardolín. Se estaba cumpliendo el plazo y aun no se había encontrado aquel escurridizo papel, capricho que había tenido, ya hace muchos años atrás, el Gran Papá. La familia que reclamaba el derecho de todas las tierras donde existían los jardines, el pueblo, los pozos y más allá, preparaba todas sus acciones para desalojar a las gentes amables de Bardolín. No eran buenas las noticias que traía, por cómo estaban las cosas, pronto aquel lugar podía desaparecer sin dejar rastro. Caminaba por la vereda rumbo a casa de Doña Raquel Lamuza, a quién por años le había ofrecido sus servicios como hombre de leyes. A pesar de su entrada edad, sobre los 80 años en pocos meses, seguía estando lúcido en su ejercicio y estaría dispuesto de ayudar al tan magnífico pueblo de Bardolín, hasta con el último aliento de su vida. Al llegar frente a la casa de Raquel tocó la campanilla del jardín y a través de la puerta siempre abierta de la dama de damas, apareció una hermosa cara llena de pecas, no tanto como de curiosidad. - Buenos días señorita - saludo sonriente el anciano quitándose el sombrero. Miró a las casas de los lados para estar seguro que no se había equivocado de lugar. Sin duda era la casa de Doña Lamuza, por otro lado el rostro de la muchacha le pareció curiosamente conocido. - Buenos días - le respondió Adelaida con mucha cortesía -. ¿Que desea? 64
- ¿Sería tan amable de decirme si la estimada Doña de la casa se encuentra? - Sí. ¿Quién la busca? - preguntó la muchacha. - Soy Gerónimo Valdez. Su abogado. - ¿Su abogado? - la joven levantó las cejas. ¿Qué sucederá que está aquí el abogado de la tía abuela? pensó. - Pase adelante por favor. Voy a ir a llamársela - Adelaida apuró el paso. Entró hasta la cocina donde estaba afanada Raquel preparando lo que parecía un agasajo. - Tía la busca un señor que dice que es su abogado. - ¡Oh! Llegó más temprano de lo que esperaba - dijo tras una sonrisa apenada. Todo aquello que preparaba era para recibir a su amigo. Limpió sus manos y se encamino donde el señor Valdez. - ¡Cómo estás mi estimada! - saludó el anciano al verla desde lejos, extendiéndole sus brazos con su apariencia de abuelito. Raquel le mostró su hermosa sonrisa. Siempre es grato volver a ver a grandes amigos, los que se quedan para toda la vida aunque estén lejos en la distancia y en el tiempo. Cuando lo tuvo al alcance le correspondió con un abrazo desbordante de aprecio. - ¡Mi querido Gerónimo! - Raquel le estampó un beso en la mejilla que ruborizó al anciano, de lo sonoro que fue. Adelaida miraba la escena en la expectativa -. Siéntate, por favor. ¿Cómo estuvo el viaje hasta Bardolín?
65
- Bueno, tú sabes - se sonrió con gracia -, cuando uno se pone viejo se duerme en cualquier lugar. El viaje en el tren, fue más el tiempo dormido que despierto. Así que se me hizo rápido. - Te estaba preparando algo... Ven pasa que debes venir con apetito le ofreció Raquel amistosamente. - Jamás me perdería de la sazón de Raquel "la musa de Bardolín" sin más esperar acompañó a su anfitriona hasta la mesa redonda de la casa. ¿"Raquel la musa de Bardolín"? Qué pícaro el viejito, pensó Adelaida. - Adelaida te presento a un gran amigo y una persona muy importante para esta casa - Raquel le invitó a acercarse con un gesto de la mano. Ella caminó hasta estar cerca de aquel hombre de rostro cariñoso y le extendió la mano con delicadeza. Como todo un caballero, Gerónimo se la tomó e inclinó su cabeza en un gesto de amabilidad. - Es mi sobrina Luisa Adelaida. La hija de Betania - le explicó la dama de damas a su amigo mientras comenzaba a servir la mesa. - ¿La hija de Betania? Oh... - el anciano miró a la muchacha con sorpresa, luego su rostro dibujó un gesto de admiración y aprecio sincero - Hermosa como Jazmín. Raquel se quedó inmóvil un segundo. Y como si en el fondo deseara encontrar frente a ella a alguien anhelado, levantó su mirada suavemente hasta el rostro de Adelaida. La miró... más allá que eso, la observó. Era cierto, tenía facciones de Jazmín, incluso la forma de estarse, erguida de píe, como una dama de ajedrez. Su cabello pelirrojo de grandes ondas y brillantes, su rostro cubierto de pecas. Hasta la manera tan graciosa y reducida de fruncir el ceño, como en ese momento lo hacía Adelaida bajo "la rara mirada de tía Raquel". 66
¿Se había estado cegando ella misma a no ver tal similitud? Jazmín parecía asomarse a través de Adelaida y mirarla una vez más. - ¿Quién es Jazmín? - preguntó la inocentemente desubicada muchacha de mejillas pecosas. Gerónimo comenzó a buscar con la mirada por los alrededores y de pronto su rostro se le iluminó. Levantó su mano temblorosa y señaló sobre un gabinete. - ¡Ahí está! - dijo como si descubriera a un niño que jugara al escondite con él. La expresión del rostro de Adelaida fue una cosa para no poderse describir. Era una expresión sin expresiones, o muchas expresiones sin saber que expresar, todo al mismo tiempo. Sobre aquel mueble estaba la muñeca de tía Raquel, justo donde señalaba la mano de aquel señor. La pequeña niña de porcelana con su expresión eterna de "me importa un rábano lo que pienses" estaba de pie, descalza, con su vestido blanco impecable. Parecía un querubín sin alas y sin vida. ¡¿Ahí donde?! ¿Ese señor está diciendo que Jazmín es esa muñeca y que yo soy "hermosa" como esa cosa rechoncha? pensó Adelaida, que se sentía como un bloque de hielo derritiéndose ante un sol de vergüenza. Se sentía tan descompuesta, su boca se abrió para decir algo, pero no podía quitar los ojos de "Jazmín". La volvió a cerrar. Hasta que por fin miró al sonriente Gerónimo tratando de que su mirada no lo picara en dos trozos. - Eres hermosa como una muñeca - agregó para más aquel visitante . Cómo Jazmín. - Sí, cómo Jazmín - repitió Raquel cómo un murmullo para sí misma.
67
- Yo... señor... - Adelaida se sostuvo la punta de la lengua con los dientes y cerró los labios dominando a la bestia salvaje que se retorcía por hablar. Tragando hondo, tratando de sonreír y parecer amable lo miró, aunque su expresión era tan falsa como la de la muñeca - Yo... no sé qué decir. - Yo se lo he dicho Gerónimo, que aquí en esta casa, todas somos muñecas - dijo Raquel divertida por la cara de Adelaida. El señor Valdez sonrió. - Tía... - Adelaida pareció hacerle un ruego con sus ojos negros como carbones minerales. - Ven Adelaida, siéntate con nosotros a comer - le pidió Raquel guiñándole un ojo. Ella ya había desayunado hace un par de horas, pero la tía abuela siempre la hacía comer con la mirada. Aquellas mesas siempre tan apetitosamente servidas que nunca podía negarse. Al estar los tres en la mesa, se quedaron en silencio mientras probaban los primeros bocados. El hombre de leyes, pareció regresar a la realidad, a la razón por la que estaba de visita en Bardolín. - Raquel, debo decirte que Mateo va a venir hasta acá - miró solidario a su vieja amiga. - ¿Qué viene hacer Mateo a Bardolín? - A Raquel le cambió la expresión. Adelaida sintió el cambio de ambiente, como si hubiese entrado un fantasma malhumorado en aquella casa. - Quiere persuadir a la señora de Bardolín, supongo - respondió Gerónimo con la mirada perdida en dirección a su plato.
68
- La señora de Bardolín no se va a dejar persuadir por un mequetrefe como Mateo - la tía Raquel comenzaba a convertirse de acero una vez más. Adelaida trataba de atajar algo para poder entender. - Lo sé. Solo que ya casi se han cumplido los cuarenta y cuatro años y no ha aparecido el documento. Solo quedan semanas - Gerónimo miró con pena a la dama de damas que tenía una expresión muy dura en el rostro. - Pero aún quedan esas semanas, Gerónimo. - Yo estoy contigo y con los demás habitantes. Lo sabes. Pero si en todos estos años no ha aparecido ese documento, sería un milagro que lo hiciera en el poco tiempo que queda. ¿De qué hablan? ¿Quién es la señora de Bardolín? ¿Qué cosa no aparece? ¿Se acaba el tiempo para qué? Le preguntaré a Lili quién es la señora de Bardolín, pensaba Adelaida mientras fingía no tener la más mínima curiosidad de todo aquel tema. - Investigué tanto como pude. No hay una sola evidencia para saber donde Guillermo lo dejó. Lo único que nos queda es la carta en la que escribió aquella pista - le informó el anciano. - Por temor que otra persona leyera la carta, dejó ese acertijo... ¡Dios mío Guillermo! - Raquel metió sus sienes entre sus manos, apoyada de codos sobre la mesa. - Debes ir pensado en buscar un lugar para ti... - el anciano se interrumpió al ver la mirada que le dio Raquel que parecía empujarlo hacia atrás como una corriente de aire poderosa. - Este es mi hogar. ¡Toda mi vida está aquí! ¡La vida de todos los que vivimos en Bardolín pertenece aquí! ¡Me sacarán acostada en una caja pero por mi propia voluntad no será! ¡Este pueblo soy yo, y 69
yo soy este pueblo! ¡Tenía 27 años cuando llegué a este lugar! ¡Ahora tengo 70 años! ¡Para ser más honestos tengo 77 años! ¡De aquí me voy de una sola manera! ¡MUERTA! - la voz de Raquel llenó el lugar como si toda la casa hablara a través de ella. Adelaida se sintió tan pequeña ante la potencia de aquella mujer, de su tía abuela que le quedaba bien decir que tenía 70 años, porque los 77 que acababa de confesar que realmente tenía no eran cónsonos con la tez y la fortaleza interna que mostraba la tía Raquel. Ni reinas, ni otras damas, pensó. También comenzó a darse cuenta que su tía abuela estaba en riesgo de perder su casa. - Tía ¿tiene problemas con su casa? - preguntó la inocente Adelaida. - No te preocupes por estas cosas - le respondió tajante Raquel. - Pero... tía... podría irse a casa de mi abuela Laura... - ¡Te he dicho que no te mortifiques Adelaida! ¡De aquí no me voy! - le interrumpió su tía endureciendo aún más el tono de su voz. - Creo que tu sobrina Raquel está diciendo algo que debes contemplar - intercedió Gerónimo a favor de la muchacha pecosa, la que no le gustó que su tía la tratara de esa manera frente al invitado. - He dicho que no Gerónimo... esa jovencita no tiene idea de lo que yo he... - ¡Esta jovencita se llama Adelaida! - la muchacha no pudo contenerse más interrumpiendo a la Raquel de acero - ¡No tiene derecho de tratarme así...! ¡Siempre tratándome como una tonta! o ¡Siempre comparándome con una estúpida muñeca! - ¡No me alces la voz Luisa Adelaida! ¡Y ten el máximo respeto con Gerónimo que él acaba de hacerte un cumplido al decir que eres hermosa como una... 70
- ¡Sí como una muñeca! ¡Cómo esa cosa que tiene como un espíritu en la casa! - Adelaida cubrió con su voz la de Raquel. Primera vez en mucho tiempo que Gerónimo veía suceder eso. Quizá debajo de la mesa era un buen lugar donde irse un rato, pensó - ¡Con el adorno horrendo que tiene por compañera, con la que habla a solas! ¡Estoy harta que me compare con una muñeca! ¡Estoy cansada de que me trate como si yo fuera menos! - ¡No te vuelvas a atrever a decir algo sobre Jazmín! - la voz de Raquel parecía un sable. Adelaida se sorprendió de aquello. Entonces la muñeca hasta nombre tenía. Era cierto que la muñeca era Jazmín - ¡No te confundas muchacha! - Está mal de la cabeza tía. No quiere darse cuenta que se está enfermando de la cabeza. Yo tengo que alegrarme porque me compara con un adorno, que pareciera que le tiene más respeto y aprecio que a mí. ¡Por eso está sola, por eso nunca se casó, por eso nunca tuvo hijos, por eso vive anclada a este pueblo lejos del mundo! - Adelaida dio una palmada sólida contra la mesa. Raquel se puso de pie, Gerónimo se petrificó, Adelaida de pronto recordó algunos rezos. Su tía abuela pareció tocar el techo, pareció expandirse por todos lados, como si no había manera de escapar de ella. - ¡Luisa Adelaida! - era la primera vez que Adelaida sentía sonar su propio nombre como una amenaza - Jamás... ¡Jamás! mientras estés en esta casa, en este pueblo, en mi presencia, ¡jamás! te atrevas de nuevo a poner en tu boca soez e irrespetuosa la dignidad ni de mi esposo, ni de mi hija, ni de este pueblo. Porque te hago saber que si tuve una hija; también tuve un esposo, un maravilloso compañero, todo un caballero como el que jamás has conocido tú, pero un día cruzó esa puerta para nunca más volver. Jamás Luisa Adelaida se te ocurra decir ni un punto, ni una coma, sobre ellos. 71
- No culpo a su esposo el nunca haber regresado - la rebeldía de Adelaida podía más que ella sacando su lado más insensible. Se puso de pie apartándose de la mesa unos pasos. Raquel miró hacia la puerta como viendo un recuerdo, la última mirada, la última sonrisa, el último beso. Su alma se cayó a pedazos en un segundo, pero por fuera no se percibió en lo más mínimo. Ni el caer de una pestaña. La dama de damas regresó su mirada de acero de choque frontal con la mirada de su desafiante sobrina. - Yo pido permiso para retirarme Raquel - Gerónimo tomando su sombrero y mostrándole una sonrisa sincera a su amiga, se puso de pie. El sabía que era imposible a ese nivel pedirle a Raquel que se calmara, lograrlo era casi un imposible; sin embargo el problema no era ese, sino que si con una Raquel era un imposible, con dos no tenía sentido ni pensar interceder desde lejos ni con unas varas largas. Lo mejor era dejar que ellas solas terminaran de entenderse o de no hacerlo. Tomó su maletín y se dispuso caminar hasta la casa de un viejo amigo que siempre lo recibía cuando llegaba de visita a Bardolín. Raquel no lo detuvo, a Adelaida le daba igual. Antes de salir por la puerta, se ajustó el sombrero, miró a Raquel como si nada hubiera pasado y con su agradable sonrisa de abuelo se despidió, Raquel le asintió -. Después regreso para que terminemos de conversar con más detalle. - Que tengas buenos días Adelaida... - se despidió de la muchacha pelirroja. Gerónimo se detuvo unos segundos esperando la respuesta de la joven, que no se movió, que no le respondió, que estuvo de espalda hacia él, dándole un frío silencio como respuesta. Se sintió apenado, sentía que su presencia y conversación había sido manzana de la discordia. Lamentó el silencio de Adelaida y caminó rumbo a la salida hacia la vereda.
72
Raquel dio tres pasos largos, que le bastaron por su alta estampa y tan pronto como estuvo cerca de Adelaida la abofeteó tan duro que le soltó medio peinado. - No te voy a permitir que a tan buen hombre, a estas alturas de su vida una inmadura muchachita como tú le haga semejante desplante ¡nunca más! Moléstate conmigo pero no seas tan inmadura, tan niña, tan vana como para herir los sentimientos de ese buen hombre, que apenas conociéndote sé que te quiere como si fueras de su familia. Muchacha grosera e inmadura - Raquel en cada segundo que pasaba parecía más intraspasable. Adelaida se sobaba la mejilla que del susto no le dolía lo que le dolería después, sus ojos negros estaban amplios, sorprendidos, alertas. Pero la muchacha tenía el gen de la tía abuela despertándose en ella. - ¿Inmadura? ¿Usted me llama inmadura a mí? ¿Quién es la que no pierde la oportunidad de decir que soy una muñeca, que no soy una persona sino una cosa? ¿En verdad usted se atreve a decirme inmadura sin verse a sí misma? - le reclamó sintiendo como poco a poco le perdía miedo a aquella mujer tan imponente que tenía delante de ella. - Esa es la diferencia entre tú y yo. En ocasiones tengo la madurez de no mirarme a mi misma todo el tiempo y puedo ponerme en los zapatos de otro. En cambio tú... tú si vives viéndote todo el tiempo a ti misma. Cuando se está en un lugar todo se trata de tí... - Me está calumniando - la interrumpió Adelaida -, yo no... - ¿Calumniando?- la interrumpió Raquel - ¿De qué se trata esta discusión? ¿De dónde surgió, Adelaida, esta conversación? ¿Qué rumbo tomó la conversación que se estaba dando en esta mesa? Dime ¿sobre quién se trata ahora? ¡Sobre ti, Adelaida, por tu necesidad de llamar la atención! 73
- Esta discusión comenzó cuando usted me trató groseramente. - Claro, es que así es como tú lo ves. Para ti el único problema que te afecta comienza desde que a ti te dicen tal cosa ¿cierto? Se te pasa por alto lo que pueda estar pasando por dentro de los demás. No haces el intento de ponerte en los zapatos de los otros - le reprochó Raquel a su sobrina. - Ponerse en sus zapatos no es difícil, siempre están tirados en algún rincón más que en sus pies - al decir eso se percató al bajar la mirada que tía Raquel recibió al abogado con muy bonitas zapatillas puestas. Eso la sacó un poco de concentración. Con mucha velocidad intentó recordar algún momento en que tía Raquel hubiese estado descalza frente a otra persona, solo cuando había venido Fabián y no estaba muy segura realmente si estaba o no descalza, no podía asegurarlo. Le pasó por la mente que la dama de damas quizá solo se descalzaba libremente en su propia casa, a solas, sin que nadie le importara o se enterara. - No me impresionan tus respuestas inmaduras - respondió Raquel regresando a la mesa a retirar los platos y bandejas que estaban sobre ella. - La inmadura es usted. Así como exige respeto para su persona yo exijo el mismo respeto para mí. No le volveré a permitir que me quiera tratar como a una niña o como a una muñeca suya, le exijo que me trate como a una dama, que eso es lo que soy. ¡Soy quién soy! Raquel abandonó la mesa, dejó a medio hacer todo lo que atendía y de nuevo encaró a Adelaida, pero con una actitud más poderosa aún. No era impositiva, ni arrasante, ni menos soberbia. Su actitud era simple y llanamente segura, de que estaba muy clara de todo lo que iba a decirle a su sobrina. 74
- ¿Quieres ser tratada como la dama que dices que eres? No... Tú quieres ser tratada como un artificio, como algo poco humano. Tú necesitas que se te hable como a una dama, que se te mire como a una dama, que se te trate como a una dama y vives en el mundo que te has inventado en tu cabeza de cómo tienes que actuar ante los demás para simplemente parecer una dama. ¿Pero lo eres? o ¿solo eres una representación de lo que crees que es una dama? Por eso para mí no eres diferente de una muñeca. Una representación de una persona, una copia bonita, que en la forma parece una persona, pero en el contenido está llena de aire en su bonita cabeza, detrás de su bonita cara y el pecho lo tiene lleno de retazos de telas de satén. Pero la verdad es que por mucho que parezca a una persona, por mucho que se vista como una, que se peine como una, que camine como una de poder hacerlo, que hable como una de poder hablar, de que use zapatos como una persona, de que tenga un nombre y un cabello siempre bien peinado, nunca será una persona. Esa muñeca que tanto odias se llama Jazmín y eso no la hace una niña real, la puedo calzar, le puedo poner un vestido tan hermoso como los que te tallas siempre y para el que la observa dirá que es una muñeca muy hermosa, pero para ella misma es indiferente, no le aporta nada, no la hace humana, no la hace real, no la hace una persona, no la hace una dama. Todas aquellas palabras comenzaron hacer destrozo en la dura coraza de Adelaida. Su tía abuela no podía estarle haciendo la suposición de que ella no era una dama; necesitaba con tantas fuerzas de su alma saber que sí lo era... su corazón lo necesitaba, su alma lo rogaba. Sus ojos comenzaron a nublarse con lágrimas muy rebeldes a salir y sintió como se debilitaba por dentro. - Tú vives en un mundo de apariencias, de posturas, de modismos, de formas correctas establecidas. Todas esas cosas son externas, disfraces, adornos - continuó la tía Raquel que aun le tenía que decir más a la dama Adelaida -. ¿Crees que con tus bonitas botas trenzadas eres más dama que yo sobre mis dos pies desnudos sobre 75
la grama? ¿Crees que eso es ser dama? ¿Qué tus zapaticos, vestiditos y sombreritos te dan el derecho de juzgarme? No eres más que una muñeca bonita, con la cabeza llena de aire. Crees que todas esas cosas externas son las que te hacen, cuando son las que te destruyen. ¿Si tuviéramos dos muñecas aquí y a la tuya le pones un hermoso vestido, zapatos y sombrero, y la mía yo la dejo con su vestido sencillo blanco, y descalza; piensas que la tuya adquiere más valor que la mía? - Sí -respondió no muy segura Adelaida con la voz partida -, la mía valdría más que la suya. - ¿Es decir que tu muñeca se revaloró por el vestido o es el vestido que le agrega un valor aparte del que tiene la muñeca en si misma? ¿Vale más o vale igual? - Más, tiene que valer más -respondió Adelaida cada vez más desprotegida. - Jamás vale más. ¿Si desnudamos después de eso a las dos muñecas sigue teniendo tu muñeca el mismo valor que tenía cuando usaba el vestido? ¿El valor lo conserva la muñeca o se lo lleva de vuelta el vestido?- Adelaida no supo que responder, un dolor dentro de ella comenzaba a retornar a su alma como unos meses atrás, como si todas sus defensas se estaban desmoronando. - No importa cuánto hayan valido los zapatos, el vestido, todo lo que hayas querido ponerle, pero eso no hace más valiosa a la muñeca en sí misma - continuó la dama de damas -. Tus vestidos, tus zapatos, tus sombreros y pañuelos no te hacen más valiosa... - Tía no siga... comenzó a llorar la desmoronada muchacha de cabello rojo. Mas la tía abuela siguió.
76
- El día que estés ante un hombre y te denudes ante él quedará menos de ti, pues todo lo que te hacía valer más, se quedó en la ropa, en lo externo, en lo desechable. Entonces el dejará de ver una dama y tú dejarás de sentirte una. - Tía por favor... - las lágrimas que comenzaron a desbordarse sin control de los ojos de Adelaida comenzaron a conmover a Raquel, podía ver un verdadero dolor. Sabía que su sobrina estaba llevando una cruz muy grande que no quería mostrársela a nadie. Pero tenía que decirle todo aquello, tenía que derribarla, para ayudar a levantar a la nueva Adelaida. No había vuelta atrás. - Una dama se descubre es en su desnudez, una dama vale por sí misma, no por el como dice las cosas sino por el por qué las dice; no por cómo se peina sino por cómo se siente al mirarse al espejo, no por cómo se viste, sino porque como se desnuda. Una dama se ama a sí misma. Una dama es la que hace que un vestido valga más al usarlo y que pierda su valor cuando se lo quita, pues toda la belleza radica en ella, en como lo usa, en cómo se siente, con él o sin él. Esa es la diferencia entre una dama y una muñeca. La muñeca necesita muchas cosas para valer más. Una dama solo necesita amarse a sí misma. Demuéstrame que no eres una muñeca y te trataré con todo el respeto que me exiges. Adelaida no dejaba de llorar. Había entrado en un shock, sus emociones se habían salido de su control. El pasado regreso como un tren y la golpeó. Las palabras de Raquel habían hecho mermar sus murallas más altas, pero no soportaba tanto dolor reprimido, tanto dolor que había creído haber logrado doblegar. Solo había estado metido en una jaula detrás de su corazón, escondido de ella misma. Sintió como se le fue el aire, dolía demasiado saber que el dolor nunca se había ido. Se puso pálida, sus rodillas se doblaron. Raquel la atajó en el aire, como si de una pluma que cayera se tratara. 77
- ¡Adelaida! ¡Mi niña! - Raquel de pronto sintió el peso muerto del cuerpo derrotado de su sobrina y se dejó caer suavemente hasta el piso, quedando sentadas las dos, con la cabeza de Adelaida recostada sobre su pecho. La muchacha comenzó a llorar a cantaros, por primera vez en mucho tiempo ella escuchaba el verdadero sonido de su propia tristeza, ya no estaba fingiendo fortalezas. Siempre había aprendido que una dama lloraba con suspiros y murmullos, que no hace escenas.
Pero en ese momento aprendió que una dama tiene derecho a llorar, eso es lo que la hace humana, eso es lo que la aleja de ser una muñeca. Por eso Raquel lloró con ella.
78