Los jardines de bardolín el nacimiento de venus

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El Nacimiento de Venus Tercera Parte

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Capítulo 19 Susana Cautiño, era para él de una belleza simple. Una flor común. No era su belleza lo que había ganado su interés desde un principio. Incluso antes de conocerla en persona y de haberla visto jamás, había decidido poner su atención sobre la respetable señorita. Sostenía en su mano un pequeño estuche recubierto de terciopelo rojo carmesí el que contenía un valioso objeto; un detalle que había comprado, en realidad, para otra muchacha hace casi un año atrás. Una parte de él se alegró de no haberlo entregado a aquella distante mujer, pues ahora tenía un excelente detalle para darle a Susana y halagarla para ganar aun más su simpatía. La muchacha de rizos castaños y grandes ojos azules, no dejaba de gastar palabras, de hacer alarde de su superioridad sobre otras damas, que antes él hubiese conocido. Y en verdad que lo lograba, una dama en todo sentido, aristocrática, como él. Pensó que sonarían en mejor grado para sus hijos los apellidos Villafranca Cautiño, que Villafranca Castelán. Pero no se engañaba, para él seguía siendo desmedidamente hermosa en presencia la muchacha de cabello de fuego... Luisa Adelaida... Jamás había tenido compañera más hermosa y pensaba que jamás la volvería a tener. Sin embargo eso no importaba, Adelaida no era una dama a su altura, y Susana sí. Se forzó a verla bella, se forzó a encontrar en el rostro de la elocuente señorita que tenía enfrente un poco de encanto. Si no se lo encontraba se lo inventaría para sí mismo. Por lo demás estaba satisfecho. Susana no andaba hablando o haciéndose preguntas estúpidas sobre lo que podían estar diciendo los pájaros en sus trinos y era obvio que no se quedaría muda detrás de él en las reuniones sociales, como lo solía hacer Adelaida pareciendo más una sombra que su futura esposa. ¿Qué le vi yo a Adelaida? se preguntaba en secreto mientras escuchaba al casi indetenible monólogo de la señorita Cautiño. 5


- ... por eso es un encanto para mí esa travesía. ¿Has ido alguna vez? Deberías. Mi familia y yo siempre vamos para estas épocas, podría invitarte si te place - Susana entornó sus ojos celestes haciendo uno de los pocos silencios que hacía al hablar. - Me encantaría - Joshep se emocionó ante repentina invitación. Eso era una buena señal. Aprovechando la amplia sonrisa de Susana, abrió el pequeño estuche y miró dentro su contenido -. Señorita Cautiño... - Por favor ¿cuántas veces te voy a pedir que me llames Susana y punto? - le interrumpió la muchacha con los ojos curiosos sobre el estuche que sostenía él. - Susana... Quería... Tengo un presente para ti, como agradecimiento de haber aceptado tan amablemente varias de mis invitaciones y en especial, esta de venir a mi casa y honrar mi hogar con tu belleza y tu inteligencia - sacó lentamente la joya que pendía de una cadena de oro. Era un rubí. Nunca estuvieron tan azules las pupilas de Susana Cautiño como en ese momento, y no era porque jamás hubiese visto rubíes, zafiros o esmeraldas, sino que era primera vez que un caballero le regalaba uno a ella. Eso lo hacía diferente de cualquier otro. La inocencia está por todas partes. La dama se dio la vuelta para que Joshep abrochara la cadena a su cuello, lo que hizo con gallardía. La joven por primera vez en mucho rato estaba en silencio, aunque igual sus ojos parecían de no dejar de decir cosas. Joshep miró la pequeña piedra roja, como una gota de sangre, en contraste sobre la piel blanquísima de Susana. No pudo evitar recordar que había elegido un rubí porque haría juego con la pelirroja melena de Adelaida. Ese dije lo había comprado para ella, se lo daría aquella noche después que la pecosa le demostrara a todos que sí era una dama... pero eso no sucedió así. Se volvió a amargar por dentro y juró que ese pequeño rubí estaba dignamente 6


colocado sobre el pecho de la señorita Cautiño, cómo no lo estaría sobre el de Adelaida. - Oh... Por detrás en la chapa de oro tiene tallada una "A" - dijo curiosa la muchacha de ojos de cielo sosteniendo sobre la palma de su frágil mano la ruborizada joya. Joshep salió de sus cavilaciones dando un mínimo respingo. Cierto, lo había olvidado, esa "A" la había mandado a poner él ahí -. ¿Será una "A" de "Amor"? preguntó Susana con suspicacia. Joshep solo la miró a los ojos y sonrió un poco distante en sus recuerdos. No, no era una "A" de "Amor". - ¿Te gusta? - él le ofreció el brazo para que ella lo tomara y así seguir caminando por el jardín. - ¡Me encanta! - dijo Susana cubriendo el dije con sus finos dedos a la par que lo miraba a los ojos, con los suyos llenos de emoción. - Me contenta que te haya gustado. - ¡Ah es que los Villafranca no dejan de hacer muestra de sus buenos gustos y de sus grandes detalles! - le respondió la muchacha mientras caminaban por el amplio jardín, mirando todo a su alrededor, mientras traspasaban una pequeña verja llena de enredaderas llenas de sumisas flores. Joshep sonrió halagado. Ella siguió hablando: - Por ejemplo, mira estos jardines, llenos de rosales fantásticos y de césped tan verde y tan bien cuidado. Tienen un paraíso particular en ese momento pasaron cerca del chalet y su caminería de piedras. Susana lo miró unos segundos en silencio, eso lo incomodó un poco. - Bueno ya conoces esta parte del jardín déjame llevarte del lado de las fuentes para que las veas, en ellos hay peces dorados que te 7


encantarán de seguro - Joshep trató de alegarla del lugar, pero la muchacha de ojos azules no era tan dócil como lo era Adelaida, era más independiente, más decidida. Un poco fuera de su control. Se dio cuenta de eso, a Adelaida la podía llevar más a su antojo. - ¿Fue ahí verdad? - Susana se clavó de pie sobre la caminería sin dejar de mirar hacia dentro del chalet como si pudiera ver una proyección sobre el lugar -. ¿El chalet donde la que era tu prometida se te insinuó? Dicen que se emborrachó tanto ese día que te trajo aquí para insinuarse y que tú, como todo un caballero la rechazaste. La despreciaste. No se podía esperar menos de un caballero como tú. Joshep no respondió nada. No habían pasado de esa manera las cosas, pero tampoco las desmintió. Era lo que todos creían que había pasado. Por eso a Adelaida la llamaban "La muchacha del Chalet" para murmurar de ella, para descalificarla. Le cambió la expresión, no pudo evitar que el ceño se le hundiera entre las cejas, tanto que cuando Susana volteó a mirarlo se preocupó un poco. - ¡Oh disculpa! Yo hablo demasiado. Deben ser recuerdos muy duros para ti. Yo recuerdo como andabas con ella por todas partes. La querías mucho. Pero ¿Sabes? Me alegro de que te hayas librado de esa muchachita. No era una mujer digna de un Villafranca Andueza - Esas últimas palabras lo llenaron otra vez de justificaciones. Era cierto, pensó, Adelaida no estaba a su altura. Se escudó en ese comentario y volvió ofrecer el brazo a la muchacha. - Lo sé - dijo al fin Joshep -. Pero lo importante que hoy tengo mejor compañía. Estoy honrado con tu visita. - La honrada soy yo por la invitación y por las atenciones - dijo ella tomando por fin el brazo y dejando que el joven la guiara de nuevo . En la vida uno se lleva muchos desengaños con las personas Joshep, se nos acercan muchas personas por interés. Sobre todo a 8


personas como a ti y como a mí. Personas de nuestro estatus. Disculpa que te haya hecho recordar esos momentos, pero gracias a Dios que no te casaste con la ligera que era esa muchacha. Seguramente fingió ser otra persona por interés. O intentó lo que nunca podía lograr ser para estar junto a nada más y nada menos que el heredero de los Villafranca. Pero como digo yo "La mentira siempre reclama su propia verdad". - Siempre tan inteligente - intentó halagarla y buscar la manera de alejarla de aquellos temas, pero era una Cautiño. - ¿Cómo era que se llamaba? ¿Alida? - ella movida por un extraño instinto puso su mano sobre el rubí que pendía sobre su pecho. - Luisa, su nombre es Luisa - Joshep respondió con prontitud al notar el gesto de Susana. ¿Cómo no se había recordado de la bendita "A" tallada al dorso de la placa de oro que sostenía al rubí? - ¿Luisa? - la dama de ojos celestes hizo un gesto de confusión -. Estaba casi segura que era algo así como Alida. - Luisa... su nombre es Luisa... - Joshep un poco molesto por el tema le mostró con algo de desagrado que ya no quería seguir hablando de ese pasado en particular -. Susana, no me tomes a mal, pero me gustaría que dejemos de hablar de ella. No es grato para mí. Estoy disfrutando de tu compañía y no quiero que nada lo perturbe. - ¡Jmm! No me tomes a mal tú, pero creo Joshep, que la sigues queriendo - le soltó sin más la señorita Cautiño. Él no pudo evitar darse cuenta como el andar de ella que iba acompasado con el suyo cambió, la sintió rígida. Le abrumó la idea de que Susana se comenzara a molestar con él. A desconfiar de él. En definitiva, Susana Cautiño era una mujer que pisaba adelante, que no se le quedaría rezagada; que si se descuidaba, el rezagado sería él. 9


- No, no Susana - se detuvo y la sostuvo de las dos manos. Ella lo miraba silenciosa, inamovible. Se dio cuenta que prefería escucharla hablar sin freno, que tenerla de frente en silencio con esa actitud cortante como un sable; no sabía que podía estar pasando por esa cabeza de donde brotaban tantas palabras juntas -. Si ella fuera importante para mi jamás te hubiera invitado con tanta insistencia a que conocieras mi casa y a mis padres. - Ese es un comentario muy comprometedor - respondió ella sin aun pestañear. - Lo sé - Joshep le sonrió. Ella cedió ante esa sonrisa y luego de un par de segundos terminó correspondiéndola con la suya. - Señor Villafranca ¿Se está declarando? - le espetó ella dominante, pero coqueta. - ¿Mis acciones no hablan por sí solas? - Las acciones de un hombre no siempre dicen lo que su corazón siente. Aunque al final, son sus acciones las que nos dicen lo que su corazón NO siente. - Entonces Señorita Cautiño, esté muy atenta de mis acciones de ahora en adelante - le dijo con una sonrisa sugerente. - Dicen que "acciones son amores", pero sin amor no hay verdaderas acciones. - Pero ¿acaso el amor no se construye? - Buena jugada, caballero. Pero esa construcción tiene que darse por un acuerdo - Susana no se lo ponía fácil.

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- Entonces, ¿quiere decir, señorita, que el amor se construye entre dos? Mis acciones están a la orden. ¿Qué responderá la señorita Cautiño? - Qué me llames Susana - le dijo llena de picardía, mientras caminaba dejándolo atrás. ¿Qué significaba eso? Las mujeres y sus recovecos, pensó. Siempre jugando a las adivinanzas.

Por unos de los grandes portales lleno de vitrales de la magnífica casa de los Villafranca apareció el padre de Joshep. Caminaba distraído leyendo una carta, muy atento a cada línea. En la misma mano sostenía otro sobre sellado. Se encontró de frente con Susana y se detuvo sorprendido y la miró con extrañeza. No sabía que tenían visita en casa. - Buenas tardes señorita - le dijo con cortesía dejando oír su voz ronca y potente. - Buenas tardes Sr. Villafranca - contestó igualmente cortés la jovencita extendiéndole la mano, la que él tomó con delicadeza. - Papá conoce a Susana Cautiño - se acercó Joshep apresurándose a presentarla. - ¡La hija de los Cautiño! - dijo mostrando algo de asombro Bienvenida. - Muchas gracias, en verdad he sido muy bien recibida - dijo ella mirando con el rabillo del ojo a Joshep, sonreída. Los ojos del Sr. Villafranca con prontitud se posaron sobre el dije que lucía sobre la blanquísima piel de la muchacha y por dentro no dejó de sentir descontento. Él sabía para quien había sido comprada desde un principio aquella joya, fue con su dinero, como siempre, que Joshep la adquirió. Por mucho que dijeron sobre Adelaida todas aquellas 11


cosas, por mucho que escuchó una y otra vez la versión de su propio hijo, le costaba creer lo que se decía de la "come cerezas", una de las formas en que la llamaba con cariño. Niña tan encantadora, tan pura... no, no era posible. Le costaba aceptarlo. - Bonito rubí - le comentó a la joven la que se infló halagada, luego miró a su hijo antes que la chica pudiera decir nada y le extendió el sobre sellado con cierta aspereza -. Toma. León te ha escrito. - Gracias papá - el muchacho tomó el sobre sabiendo bien que su padre estaría molesto por algo. Pero no atinaba a saber que era. Vio como su progenitor le hizo una amable reverencia con la cabeza a Susana y se dio la vuelta yéndose, con ese andar meditativo que le conocía muy bien. Pero al final se encogió de hombros y se dispuso a abrir la carta. - ¿Me disculpas un segundo? Esto es muy importante - dijo a la señorita dando unos pasos lejos de ella. - Claro Joshep. Te espero aquí - le respondió Susana mientras volvía a detallar el rubí con esa "A de amor" tallada en su dorso. Joshep desnudó la pálida hoja y leyó rápidamente cada párrafo. En términos generales León Bardolín le decía que ya faltaría algo de diez semanas para que las tierras que les pertenecían, las que llamaban Los Jardines de Bardolín, estarían de vueltas bajo el control de la familia, en especial el de él. Podrían hacer grandes negocios ahí y así Joshep conseguir su propio respeto. Ser un Villafranca importante, el más importante de todos. Pero en su lectura a saltos, entre leyó una frase... "... la sangre de cabaretera está aquí". Sus ojos como saetas regresaron sobre esa línea. "Tu ex, la sangre de cabaretera está aquí. ¿Pequeño es el mundo no? La volverás a tener de frente y volverás a ponerla en el lugar que se merece. A ella y a su vieja tía abuela Raquel Lamuza". El corazón le ardió. Adelaida estaba en aquel lugar en donde tenía que ir en 12


beneficio de sus propias ambiciones. ¿A qué se refería de poner de nuevo a Adelaida en su lugar? De Raquel Lamuza había escuchado cosas, someros detalles que le había dado alguna vez el Sr. León y su hijo Óscar, y uno de sus más grandes amigos. Uno de sus testigos aquella noche, al que detuvo del brazo. Tal sería la cara que habría puesto que Susana se le acercó preocupada. - Joshep, te has puesto pálido. ¿Te han llegado malas noticias? - se acercó a él tocando su mejilla con sus delgados y femeninos dedos. - Sí... ¡No!... realmente no es algo tan urgente, solo que no me lo esperaba - dijo mientras enterraba dentro del sobre aquella carta. Fingió una sonrisa y se llevó consigo a la joven preocupada, a conocer el resto del jardín intentando distraerla... y distraerse él.

Lejos de ahí, en Bardolín, Adelaida y Raquel estaban en el huerto. Una al lado de la otra. La pecosa aprendía como sacar unas zanahorias de la tierra, tenía los ojos atentos y curiosos a todo lo que hacía su tía abuela. Ella lo había intentado antes y había dejado media zanahoria dentro bajo suelo por lo que la dama de damas le explicaba con cariño como se debía hacer. - Piensa que una zanahoria es como una experiencia de tu vida, la que quieres sacar de raíz - dijo Raquel. A Adelaida se le ocurrió una experiencia en particular -. Si tiras muy duro de ella, solo sacarás una parte y quedará el resto pudriéndose dentro. Por eso es mejor ser paciente. Retirar poco a poco la tierra del rededor, sobre todo cuando ha crecido mucho hacia dentro. Entonces cuando hayas desnudado lo suficiente sus raíces, saldrá sin mucho esfuerzo y podrás hacerte con ella una ensalada. Sacarle total provecho. - Tía ¿pero eso no significaría que me quedará un hueco en el alma? - le preguntó sonreída con cariño. 13


- Oh, claro que no. Míralo de esta manera. Cuando sacas tierra de los lados, estás sencillamente cambiando. Estás soltando lo que tienes aferrado dentro de ti. Cuando ese espacio quede vacío podrás llenarlo de otras plantas. Tal vez un árbol de cerezas - le guiñó un ojo - Y siempre volverás a usar la misma tierra, tu alma como dirías tú. - Hay una zanahoria muy grande que quiero sacar y en su lugar sembrar un millón de cerezos - respondió la preciosa pelirroja, con sonrisa taciturna. - Lo harás amor. Ya lo estás haciendo. Poco a poco, cuando llegue el momento de jalar de ese recuerdo y sacarlo de raíz, lo sabrás sonrieron juntas. - Tía, ¿quién la enseñó a ser tan sabía? - dijo Adelaida mientras comenzaba a retirar con calma la tierra que rodeaba a una robusta planta de zanahoria. - La vida hija, quién sino. Gente hermosa que se puso en mi camino. Cómo Guillermo, como Gerónimo, cómo Jazmín, como tú. - Ay tía, como yo. Lo único que le he dado yo son dolores de cabeza. - Esa es la vida hija. Y tú no me has dado dolores de cabeza. Tú no conociste a la dama Raquel Lamuza de antaño. Tú eres un angelito comparada con lo fiera que era yo. Indoblegable, inamovible, inmisericorde. - Lo dice para hacerme sentir bien. - Amor no me gané el título de la Señora de Bardolín vendiendo pompones. 14


- ¿Usted es la Señora de Bardolín? - Quién sino más que Raquel Lamuza de Bardolín. - Oh... - Adelaida se quedó impresionada. El Sr. Gerónimo nunca quiso decir "Raquel la musa de Bardolín" las veces que se lo escuchó decir. ¡Estaba llamando a su tía abuela por su nombre de casada completo! Siempre había creído que el tío Guillermo había llegado a consolarla de la partida del que creía que era su legítimo esposo, aquel que se fue y nunca volvió. ¡Pero eran la misma persona! Guillermo Bardolín. Con razón en el pueblo la creían dueña y señora de todo el lugar. Ella era una Bardolín, por lo menos políticamente hablando. Terminó sonriéndose -. Tía, yo creí que cuando el Sr. Gerónimo la llamaba así, le estaba diciendo que usted era como una musa para Bardolín. "La musa de Bardolín" - A Gerónimo le encantan los juegos de palabras. Él lo dice más en el sentido que lo has entendido siempre tú, en vez de querer llamarme por mi nombre completo. - Yo creí que su esposo era otra persona de la que no quería hablar. Y que el tío Guillermo había llegado a curarla de su soledad. - ¿Y por qué le llamas tío Guillermo? - le preguntó risueña la dama de damas. - Porque la quería a usted, y por eso lo quiero a él. Porque sé que él fue muy bueno con usted. No sé por qué he tenido esa idea tan arraigada de que él había llegado a consolarla de un mal amor. - Mi niña, porque eso es lo que deseas para ti - le respondió Raquel mirándola con mucho cariño. Adelaida la miró con sus ojos amplios como puertas abiertas hacia su alma -. Sí, Luisa Adelaida. Esa es la verdad. Deseas tanto que alguien llegue a hacerte sentir digna de 15


amor, que quieres creer que eso puede pasar. Pero mi muñeca llena de pecas, ya eres digna. Nadie tiene que venir a decirte si lo eres o no. Él que venga tendrá que estar a tu altura. - No diga eso tía. Eso de estar a mi altura, es muy feo. Joshep dijo que yo no estaba a su altura. - Y es cierto lo que dijo. Ninguna persona que no te ame de verdad jamás puede estar a tu altura. Tú no estabas a su altura, estabas demasiado alto para él. - Ni tan alto tía. Por el contrario me porté con bajeza. - Te portaste mal contigo misma. No te amabas, no te sentías digna de él y su apellido, y fuiste capaz de pasar por encima de tu propia integridad para que él te hiciera digna. Lo que no sabía que ya lo eras, y no digna de él. Digna del más honesto grande y puro amor. Digna como lo eres ahora en este preciso momento. Por eso tú seguirás tu camino, encontrarás tu rumbo, serás más hermosa que antes, más sabia, más amante. - Ay tía, usted me trata tan bonito, que a veces casi le creo lo que me dice. - Bueno, te pediré que no me creas. Quiero que lo compruebes por ti misma. - ¿Y cómo haré para comprobarlo? - Se quién eres Adelaida - Raquel la miró dejando por un segundo la atención sobre el huerto -. Se tu misma. Disfruta de quién eres. Ama quién eres. Recuerda que una dama está hecha de lo que está hecho su corazón. Déjalo que se exprese, déjalo que te guíe tu alma. Muéstrale al mundo la verdadera Adelaida, no la de modismos y normas, sino la que es libre como el vendaval, la que es auténtica 16


como una flor silvestre, la que enloquece por unas cerezas. Se quién eres, mi niña y todo comenzará a cambiar. La pecosa le sonrió silenciosa. Quería creerle de verdad a su tía abuela. Todo aquello sonaba tan bonito, tan verdadero. Ser quién soy, pensó. Recordó su frase predilecta, y le pareció vacía. "Soy quien soy". Era mentira, nunca había logrado ser quien realmente era. Ahora si quería serlo, ahora cuando esa frase ya no le parecía útil, era cuando en verdad quería poder vivir auténticamente el "soy quien soy". Pero primero tenía que descubrir quién era ella, mirarse con ojos distintos, mirarse con amor, sin tanta rudeza, sin tantos juicios. La dama de damas le devolvió la sonrisa y regresó a su afán sobre aquel generoso pequeño arbusto de zanahorias que tenía enfrente. Adelaida hizo lo mismo. Miró la pequeña melena verde de la pequeña planta y recordó las palabras de su tía abuela. Cómo una experiencia que he de sacar de raíz, pensó. Y miró al rededor de la planta y miró la tierra oscura que la rodeaba. Esta es mi alma, se dijo. Tú eres Joshep, miró la apenas asomada zanahoria al ras del suelo. No quedará un hoyo en mi alma, solo dejaré de aferrar lo que no quiero llevar más por dentro. Para soltarte debo aflojarme yo, dejar de estar tensa a tu alrededor, dejar de sostenerte con tanta fuerza. Debo escarbar en torno de ti Joshep, dejar desnudas tus raíces antes de sacarte por completo de mí ser. Seré paciente y haré contigo una ensalada. Sacaré algo bueno de todo esto. De pronto, sin el más mínimo esfuerzo, jaló del tallo sacando no una sino tres zanahorias que crecían juntas. El rostro se le iluminó, las había sacado sin romperlas y poniéndose de pie, dando pequeños saltos festejó como una niña. Raquel la miró llena de alegría. Estaba contenta porque su sobrina había logrado el pequeño triunfo de comenzar a sacar zanahorias sin romperlas.

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En cambio Adelaida festejaba que habĂ­a comenzado a sacar a Joshep de su ser, sin romperse ella, y sin lastimar a su corazĂłn. Pronto sembrarĂ­a cerezos en su alma.

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Capítulo 20 Él la quiso con todo su corazón. Amo de ella hasta lo que no debía amar. Un buen amante ha de ser así, creía. Ella alimentó su esperanza, para dejarlo morir hambriento de amor. No porque ella lo tramara a drede, no porque ella quisiera lastimarlo. Él la hacía sentir segura, protegida, querida y su alma llena de miedos se refugiaba en tan cálidas atenciones. Sin embargo, mientras esa alma lastimada se iba curando, menos necesitaba de él... así sucede con todas las medicinas. En aquel entonces llegó Mayo con sus cerezos llenos de frutos. Los pretendientes iban de arriba para abajo y de abajo para arriba, llevando serenatas con la esperanza de recibir las anheladas tres cerezas. Cada noche algún enamorado probaba su suerte a pie de ventana de alguna musa. El amor siempre había sido muy victorioso en Bardolín, perdía algunas batallas, pero luego ganaba otras. Aquella noche sería su turno, aquella noche tendría que ganar el amor a su favor, por primera vez. Miró el ramo de rosas carmesí suspirando hondamente, era la hora. Su inseparable amigo lo acompañó con su guitarra más que preparada, y aunque llegaron a la ventana de ella casi punta en pie, medio pueblo estaba atento desde los otros jardines y otras ventanas para ser testigos de la serenata más esperada de aquel año. Sonaron las cuerdas tañidas con dulce armonía avisando que el amor estaba afuera clamando ser atendido. Ella se despertó y se sentó en silencio en la cama escuchando la música de aquella guitarra nocturna y su corazón latió lleno de emoción. Ella sabía que vendría, se lo había dejado entre ver la tarde anterior. Tomó de un pequeño plato de porcelana que descansaba sobre su mesa de noche, tres rojas cerezas que había preparado antes de acostarse para recibir a su amado, se puso de pie ansiosa y avanzó rauda hacia la ventana que abrió de par en par en un apasionado impulso... 19


Santiago la miró asomarse y su corazón latió con fuerzas, había llegado el momento. Toñoño haciendo encanto de su habilidad en la guitarra y voz, comenzó a cantar: - Le pedí permiso a Dios para esta noche mía dártela toda a ti Lucía. Del amor sus fueros cantos de mi alma, poesía y mi vida toda entera Lucía. El suave mirar de tus ojos tu voz de suave armonía llenan todos mis sueños son el sol de mis días. ¿Quién podrá amarte como yo? ¿Quién la vida misma te daría? Soy tu amante y tu mi amor Lucía. Ella miró al joven de las herramientas a los ojos, el que se acercó hasta los barrotes de la ventana con manos trémulas ofreciéndole las rosas. Lucía las miró, puso sus ojos sobre ellas como quién observa algo que no le pertenece, como un tesoro ajeno. Después de un par de largos segundos las tomó en sus manos sin apartar la mirada de ellas. El corazón de Santiago estaba inmóvil, esperando en su esperanza, valiente en su temor. Ella lentamente levantó su diestra cerrada y con la misma lentitud la abrió. Había tres cerezas en ella, las mantuvo cerca de su pecho sin levantar la mirada hacia el rostro de él. El corazón del joven se llenó de alborozo. ¡Tres cerezas! ¡Tiene tres cerezas! grito dentro de sus pensamientos. Pero ella, sin 20


prisa, sin mirarlo, con su otra mano sostuvo una de las pequeñas rojizas frutas, y levantándola la hizo a un lado. Luego le extendió la mano... Dos cerezas... - No era a mí a quien esperabas... - murmuró él. Ella, por fin lo miró a los ojos nuevamente y volvió a ofrecerle las cerezas en un triste silencio. Lucía comenzaba a llorar apenada y entristecida. Santiago puso su mano sobre las cuerdas de la guitarra de Toñoño acallando la música... se dio la vuelta y comenzó a alejarse sin decir palabra alguna, sin tomar las dos cerezas, sin mostrar en su rostro la verdadera tormenta que llevaba por dentro. Por la vereda entró Asdrúbal. Se encontraron de frente. Se miraron en silencio y se entendieron sin palabras. Uno iba derrotado, el otro ya había ganado antes de llegar. Esa noche nadie supo a donde había ido Santiago. Lo buscaron por todo Bardolín pero no dieron con él. Los fatalistas decían que se había lanzado a "La boca del diablo", pero el pozo seguía con su cubierta de madera sin haber sido movida por años; otros decían que se había ido del pueblo. Volvió al presente, estando de espaldas sobre la hierba, en el mismo lugar donde pasó la noche, oculto de todos, hacía ya año y medio atrás. Lucía no logró ser feliz con Asdrúbal como ella imaginó. Habían llegado a comprometerse e irse de Bardolín, lejos de la vida del amable pueblo. Y a pesar de la distancia llegaron a sus odios las tristes historias de desamor que le tocó vivir a ella. Pero él lo sabía en el fondo, si en ese momento recordaba a su anterior amada no era porque la extrañara de alguna manera, sino que se trataba de la propia suerte de él mismo. De cómo por mucho que él diera su corazón sin reservas recibía una y otra vez dos cerezas, tanto que ya casi odiaba al número dos... y a las cerezas. Se incorporó y sentado miró hacia el horizonte, donde el sol rojizo bostezaba plácidamente dándole su trono a la noche. 21


- Adelaida... - murmuró. Le gustaba nombrarla, como si eso la fuese hacer aparecer ante él como en un hechizo. Sin embargo su corazón se llenaba de temor. - ¡No la ames Santiago! - se regañaba a sí mismo -. ¡Ella no te amará! Y no es de aquí, ella se irá, de todas formas todas se han ido de una manera u otra. Adelaida es... Se le hizo un nudo en la garganta. Hacía tanto tiempo que no levantaba sus ojos hacía nadie, hacía tanto tiempo que su corazón no le latía así, hacía tanto tiempo que su soledad era su más querida compañera. Y desde el primer momento que la vio, se estrelló literalmente en todos los sentidos que puede tropezar un hombre ante la belleza de una hermosa dama. Aún tenía tan vívida imagen de la primera vez que la vio en la ventana de la casa de Doña Raquel, aquella mañana. Con su melena roja sostenida por el suave vaivén del viento, su piel blanca como de un ser hecho de Luna, sus ojos cerrados, como quien espera el más dulce beso. Después había caído aparatosamente frente a ella. Tal vez eso había sido una señal, de que si llegaba a amarla, el golpe contra el suelo sería seguro. Mas no pudo evitar que lo alcanzara otro recuerdo, su mano en la suya; esa mano frágil y delicada como una paloma blanca. Volvió a él, el perfume de ella, su aroma; la mirada de aquellos pequeños ojos inocentes. - ¡No la ames Santiago! - volvió a insistirse mientras la recordaba aquella noche con su corona de cayenas. Hermosa como un ángel. Realmente le parecía que la hermosura era ella misma y todo lo demás solo podía comparársele, pero nunca ser tan hermoso como ella. Recordó como le sonrió tímida, con ojos melancólicos, y de como él se quedó como una estatua, inmóvil. Sintió el deseo de envolverla en sus brazos al mismo tiempo que la sentía inalcanzable, inabarcable. ¡Ya basta de estar amando a lo imposible!, se amonestó mentalmente. Se volvió a recostar de espaldas en la hierba, se cubrió los ojos con uno de sus brazos para impedir que sus lágrimas se le 22


escaparan, se dijo a sí mismo que jamás llegaría amarla, que lo evitaría con todas sus fuerzas, que se alegaría, que la evadiría, que no volvería a caminar por la vereda principal hasta que Adelaida se fuese ido de Bardolín. Se repitió, como siempre lo hacía, que el amor no era algo para lo que él había nacido, la vida era solo un camino que a él le tocaba recorrer solitario. - No la ames Santiago - se dijo una vez más... aunque ya era tarde para decirlo.

La pecosa miraba en su mano la llave llena de arabescos y bonitos detalles, la que le había entregado la tía abuela hacía unos minutos atrás. Caminó hasta la parte trasera de la casa, hacia la escalera techada la que estaba cerrada por una alta puerta de madera y hierro forjado. Introdujo la llave y la hizo girar con ayuda de sus dos pequeñas manos ante la resistencia que le ofreció la vieja cerradura. La puerta abrió pesadamente y chilló al ser sacada de su largo descanso, mientras la pelirroja la abría venciendo su peso. Miró hacía arriba, los ventanales llenos de vitrales llenaban de muchos colores aquellos peldaños color caoba, el último rayo de sol le hacía el gran favor de alumbrar sobre aquellos decorados, filtrando su luz como un proyector multicolor. Subió paso a paso sosteniendo la gran falda de su vestido, subió llenándose de temor, como si entraba a una casa embrujada, temiendo ver apariciones, al llegar arriba a la habitación donde la tía abuela le había dicho estaba la biblioteca de Guillermo. Cuando por fin llegó al último escalón su corazón palpitó emocionado, era un lugar hermoso, lleno de estanterías con todo tamaño de libros y en el centro hacía la pared trasera un gran vitral que tenía un ángel de casi tres metros de alto por donde entraba el cobrizo sol de aquella tarde, mezclándose con los colores de aquel ser alado. - Oh... - apenas pudo exhalar la muchacha de cabellos de fuego. Se quedó de pie frente a aquel ángel durante unos minutos, como si en 23


verdad estuviera frente a ella un ser sagrado, llenando su corazón. Cuando el sol mermó en el ocaso, encendió las lámparas del lugar. Y comenzó a caminar hacia los libros mirándolos admirada. Si quisiera comenzar a leerlos ¿por cuál comenzaría? pensaba. Deseaba comenzar de algo sencillo hacía algo más profundo, pero entre tantos libros se sentía extraviada. Pudo ver que entre algunos estantes existían cuadros hermosos, de diferentes estilos. Había uno que le había llamado la atención, era una hermosa mujer, de largos cabellos, desnuda de pie sobre una concha marina, a su izquierda dos seres que parecían flotar, mientras uno de ellos soplaba sobre el rostro de la preciosa mujer. A su derecha, a la orilla había otra mujer con un vestido lleno de detalles primaverales que parecía ir con prisa a cubrirla con un manto. Adelaida no lo sabía, pero aquel cuadro fantástico a sus ojos, era una réplica de un Botticelli. Apartó su atención de aquella pintura y caminó entre las estanterías más cercanas y se encontró con el libro de Alicia en el País de las Maravillas. Lo había leído en compañía de Lili y le había gustado mucho. Bardolín era un sitio así, con cada personaje único y particular. Aunque aun le faltaba conocer muchas personas de tan agraciado pueblo, entrar en sus veredas siempre le dio la sensación de haber entrado a un mundo paralelo al real. Lo sostuvo en sus manos con cariño, y quiso ojearlo, mas en ese momento escuchó pasos por la escalera y miró hacía ella esperando ver aparecer a la dama de damas. En efecto su tía abuela apareció con un pequeño plato con algo de fruta y un vaso de agua. La miró y le sonrió. - Hermoso lugar ¿cierto? - dijo Raquel mirando la biblioteca en todos sus rincones como algo que amara. - Sí tía. Estoy sin palabras ¡Y tantos libros! - la pecosa le brillaron los ojos -. No sabría por dónde empezar. - Por aquí hay poesía - le observó la tía abuela, caminando en dirección hacía una mesa llena de libros ocre. 24


- ¿Poesía? - Adelaida torció la boca. Era muy poco lo que le gustaba leer poesía. En realidad a ella le encantaba en el pasado, pero a Joshep la poesía no le parecía algo serio y por complacerlo perdió su amor por ese tipo de lecturas... incluso de escrituras. Solía escribir sus pensamientos soñando ser algún día una poetisa. Pero ya no lo soñaba, las palabras y el amor suelen ser dos mentirosos, llegó a creer por mucho tiempo. Y si se juntan pueden romper al más fuerte corazón, se aseguraba. - Sí. ¿No te gusta? - se detuvo Raquel algo extrañada viéndola con curiosidad. - Mmmm prefiero leer otro tipo de lecturas - dijo la muchacha mirando en otra dirección. - ¿Cómo qué? ¿Qué es ese libro que tienes en las manos? - observó la dama de damas. - Alicia en el País de las... - comenzaba a decir contenta cuando la tía abuela la interrumpió: - ¿Te gusta ese cuento y no te gusta la poesía? - Esto es fantasía, no es igual... - Adelaida hizo un gesto meditativo . Aunque pensándolo bien la poesía también tiene mucho de fantasía. Sobre todo cuando los poetas hablan sobre amor. - Mi niña, la fantasía y la poesía están basadas en la naturaleza de las cosas, pero según como las interpreta el autor. - La fantasía no habla de la realidad tía. Por eso es fantasía. La poesía tampoco, casi que se escribe igual que hipocresía - dijo la pecosa abrazando el libro contra su pecho.

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- ¡Oh por Dios muchacha! ¿Qué cosas dices? - dijo la tía abuela dejando el plato y el vaso sobre una de las mesas del lugar -. ¿Cuántos sombrereros locos uno no se consigue en la vida? ¿Cuantas Alicias no se tropieza uno en el camino? Todo es cuestión de cómo lo quieras entender. - Eso es lo que me molesta de la poesía, un montón de palabras que suenan bonitas una detrás de otra, pero unos entienden una cosa y otros otra. Eso es un discurso inútil - cuando Adelaida terminó de decir esas palabras, se percató que no eran suyas, las había escuchado una y otra vez de Joshep. - El secreto de la poesía Adelaida, no es lo que dicen las palabras, sino lo que hacen el esfuerzo de decir. Y dependiendo de que tanto estés dispuesta a entender, comprenderás mejor al poeta. - Es cómo la filosofía - bufó la pecosa, otro tipo de lecturas que de verdad no le gustaba leer. - Amor, la poesía es una manera de filosofar. Pero en sí misma no es filosofía. Es tratar de expresar, es tratar de poner en palabras lo que no tiene apariencia en lo tangible. El amor no se puede poner en palabras, pero incluso así los poetas tratan de expresarlo usando el artilugio de las palabras. - Y solo terminan diciendo puras mentiras - la pelirroja hermosa metió el ceño. - No es lo que dicen, es lo que hacen el esfuerzo de decir - le sonrió la dama de damas -. Ya lo entenderás. - Creo que nunca lo entenderé.

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Raquel le miró un segundo en silencio, luego se sentó a la mesa y antes de comenzar a disfrutar de las frutas recitó sin mirar a Adelaida: - "Cuidaría el paso de tus botas trenzadas y con una cinta blanca ataría para ti la Luna llena y besaría tus ojos y soñaría en tus pecas serías mi reina coronada con cayenas" La pecosa se le puso las orejas coloradas. Miró fijamente a su tía abuela, se sintió paralizada. Aquella nota atada a la misteriosa rosa que encontró en su ventana, la atesoraba sin saber por qué. Quería sospechar que era de Santiago, pero al no saber de quién era realmente, ¿cómo podían gustarle tanto esas palabras? No era por lo que decían, es lo que hacían el esfuerzo de decir, acababa de explicarle la tía abuela. Se quedó en silencio abrazada al libro de Alicia, sentía que caía por el hoyo del conejo. - Vives leyendo esa pequeña nota - le dijo con suspicacia la dama de damas. - No se la di a leer para que la use en mi contra - le soltó la pecosa después de un áspero silencio. - Luisa Adelaida - Raquel rió ampliamente llena de gracia -, no la uso en tu contra, solo quiero que veas que si te gusta la poesía. O lo que te intenta decir desde esa pequeña nota. ¿Qué será? Mmmm ¿Qué será? o más interesante aun ¿de quién será? - No se burle de mi tía. Cuando sea de Toñoño se la meto por un ojo. - ¿Y si es de Santiago? - le preguntó sin verla mientras llevaba hasta su boca un trozo de fruta fresca.

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- Eh... si es de... bueno tía... ¡No sé por qué viene esto al caso! Estamos hablando de poesía y de fantasía - la bella pelirroja pareció ofuscarse de pronto. - De eso hablo - le respondió jugando con ella, fingiendo una expresión inocente - De una nota con una poesía que te tiene la cabecita llena de fantasías. Adelaida en su país de las maravillas. La pecosa caminó en silencio hasta la mesa y se dejó caer sentada en la silla al lado de su tía. La miró derrotada. Su rostro parecía el de un Pierrot. Raquel se conmovió al ver tan melancólica expresión y le sonrió: - Mi bella hija, ya dejarás de estar batallando contra el mundo. Sanarás tu alma y podrás ver que no hay nada de malo en hacer el esfuerzo de decir lo que está en tu corazón y que no se puede poner en palabras. Llegará el día que perderás el miedo a decir que sientes amor dentro de ti para darlo y de que eres digna de recibirlo también. - Tía tengo tanto miedo de volver amar - dijo con los ojos humedecidos la pecosa entristecida. - No Adelaida, no tienes miedo de amar, tienes miedo de ser lastimada de nuevo. Tu corazón está deseoso de amar. Ama, Adelaida, el miedo pertenece al pasado y al futuro. El Amor, mi muñeca, es el reino del presente. Ama mi niña. Ámate y ama. Extendió su mano hacía su tía abuela para sentirse a salvo, para sentir que no se hundiría en su frágil suelo emocional, en su quebradiza seguridad. Deseó poder confiar de verdad en aquel que cuidaría el paso de sus botas trenzadas, deseó querer creer que había alguien capaz de atar la luna llena para ella, deseó que besarán sus ojos, que soñarán en sus pecas, ser la reina del corazón de aquel que la considerara digna de todas esas cosas. Sin embargo una parte de 28


su alma estaba entendiendo, que para que esto pasara tenía que volver a amar a la persona que más odiaba en el fondo de su ser, a la persona que le había hecho daño a diario, a la persona a la que debía volver...

Ella misma.

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Capítulo 21

- ¿Cómo le estará yendo a Adelaida con tu tía Raquel? - preguntó a Betania mientras sacudía unas pelusas que habían caído sobre su sombrero. - Le irá bien - le respondió ella -. Estará aprendiendo a ser una gran dama. - Hace ya casi tres meses que la dejaste allá. Nunca la hemos tenido tanto tiempo lejos. Betania suspiró. Era cierto. Sin embargo ella creía firmemente que Luisa Adelaida tenía que ser corregida. Enderezada un poco. Lo que sucedió en la casa de los Villafranca debía ser remediado. ¿Cómo era posible que la niña de sus ojos hubiera puesto a la familia en tal situación? Se suponía que su hija era una dama plena, que jamás daría un motivo de vergüenza a los Castelán Buendía. Aunque Gregorio no tenía claro que había sucedido, ella sí. Sabía cada detalle de la boca de la pecosa y para ocultar su gran vergüenza y su gran dolor, hacía creer a todos que lo que había sucedido era lo que se rumoraba. Adelaida se había embriagado y había perdido el control molestando de sobre manera a su prometido, Joshep Villafranca. En algo había fallado como madre, se torturaba, intentó hacer de su pequeña una mujer digna de un príncipe, pero no alcanzó a comportarse como la princesa que debía ser. Había perdido todo en un minuto, de un momento a otro su hija había pasado de ser la prometida del hijo del alcalde a ser la burla y menosprecio de los demás. Desde entonces Adelaida había perdido su luz, se había endurecido; se encerraba horas, incluso días en su habitación y no dejaba verse ni oírse. A veces cuando la veía salir deseaba poder abrazarla, pero su orgullo se movía por dentro como un dragón furioso y se mantenía distante, lejos de la pelirroja 30


silenciosa. Sin embargo Betania lloraba como era de esperarse de una dama como ella, con murmullos y suspiros, oculta en los rincones de su casa donde nadie sospechara su tristeza y su dolor. - Me escribió una carta - dijo lejana en sus pensamientos. - ¿Cuando? ¿Por qué no me habías dicho nada? - se acercó Gregorio hasta Betania. - Fue ya hace tiempo. No decía nada importante, cosas de muchacha. No está acostumbrada a estar bajo la tutela estricta de una dama como la tía Raquel y escribió un montón de mentiras solo para que la fuéramos a buscar - respondió con gesto cansado e indiferente. - ¿Mentiras? Adelaida no dice mentiras - él negó con la cabeza renuente a creer todo aquello. - A mí también me cuesta creerlo, pero se ha atrevido a decir de la tía abuela Raquel está loca, que anda descalza por la casa, que habla a solas con su muñeca. Todo eso es mentira. El padre de la pecosa se quedó en silencio. Sabía que Doña Raquel era toda una dama. Entre las más respetables que había llegado a conocer alguna vez, la tía abuela de Betania era única. Muy formal, elegante, sorprendentemente culta. Jamás se le ocurriría imaginar que tan respetable dama pudiera ser tratada de loca, menos por Adelaida. Y aquello de que hablara con una muñeca y que caminara descalza por su casa, eran imágenes que solo podían salir de la imaginación de su joven hija, la que parecía estar desorientada. Jamás olvidaría la noche que la levantó de la entrada de su antigua casa al otro lado de la ciudad, la misma noche en que se corrió la voz que su pequeña se había excedido de copas, para mostrar su verdadera educación ante los Villafranca y las demás familias prestigiosas del Este de la ciudad. - Se acerca su cumpleaños - comentó nostálgico tratando de evadir sus pensamientos anteriores. 31


- Sí Gregorio. Se me estaba ocurriendo que podríamos ir a visitarla para su cumpleaños - Betania pareció llenarse de un poco de emoción. - Pensaba que mejor la traíamos de vuelta - volvió a sacudir su sombrero aunque ya no había nada en él. - Solo si está lista para volver - Betania lo observó unos segundos meditativa, luego prosiguió -. Aunque la verdad ya son tres meses y podríamos estar abusando de la hospitalidad de mi tía abuela. Tal vez tengas razón. Pero vamos a buscarla para días de su cumpleaños. - Faltan pocos días, un par de semanas y es su cumpleaños. Ya está terminando Marzo - Gregorio pareció más relajado. - Para el 5 de Abril ya estaremos allá - aseguró la madre de la pecosa. - No le vayas a escribir, para que sea una sorpresa. Seguro se alegrará mucho de vernos - sonrió mirando a su esposa buscando su complicidad. - Le escribiré solo a la tía abuela - respondió ella sin mirarlo -. A ella sí le debo avisar que vamos para allá. - Me parece bien, entonces escríbele hoy mismo para que la carta le llegue con tiempo. - Hoy mismo lo haré - respondió ella, cayendo en un silencio distante. Gregorio por su parte se llenó de alegría. Por fin tendría de vuelta a su amada hija en casa, a su hermosa niña pelirroja. La que se negaba ver crecer y entender que era una mujer entera y no su pequeña, la que podía levantar en brazos como en días antaños cada vez que quisiera. Los Jardines de Bardolín no era lugar para su Luisa 32


Adelaida, ella estaría mejor junto a ellos de vuelta en la ciudad, pensó con firmeza. Adelaida volvería con ellos a casa pronto... Se juró que así sería.

La pecosa estaba junto a la mesa del vitral, se había vuelto su lugar favorito dentro de la biblioteca de la tía Raquel. Tenía sobre ella una buen cantidad de libros que habían ganado su curiosidad aquella tarde mientras recorría los estantes. En particular se había fijado en un pequeño libro que estaba casi a escondidas, en un oscuro rincón sobre una vieja repisa. Estaba prácticamente sin portada, y en muy tristes condiciones. Por alguna razón lo había tomado entre sus manos, quizá esa misma sensación de misterio que envolvía a tan arrinconado libro. ¿Cuál sería su contenido? Ni siquiera el nombre tenía en su deteriorada portada, ni en las páginas principales. Lo había dejado para luego y después de haber leído otros relatos, incluso muchos a medias, volvió su interés sobre aquel pequeño antiguo libro. Lo abrió con delicadeza, como si temiera que fueran a quebrarse sus páginas como las hojas secas de los árboles en pleno verano. Lo ojeó saltándose grupos de páginas enteras y observó que se trataba de una historia, o una especie de diario, no era un libro temático como muchos otros que había encontrado en aquel lugar, entre las estanterías de la biblioteca del tío Guillermo. Se decidió a leerlo, en definitiva no era una historia de tantas páginas y quería desahogar la curiosidad que le producía tenerlo entre sus manos. Regresó a la primera página y comenzó a leer:

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I

"Si alguna vez habéis dudado de la voz de vuestro corazón, si las frías manos del desconsuelo han tomado las vuestras para llevaros por caminos inciertos, si habéis sentido que el amor es un fantasma escurridizo o un niño caprichoso que juega con vuestra alma, os invito a seguir por el sendero de estas líneas. Las sombras no se irán hasta que no se encienda la luz de vuestra lámpara, esa que ilumina desde el trémulo silencio de vuestras lágrimas. Puesto que esa luz debe volver a vuestra sonrisa, sigue estas líneas. Tú, quién quiera que seáis. Confía en mis palabras que sé que vuestra tristeza no se diferencia de la mía en el dolor, en la desesperanza; pero igual sabe, tú, quien lees, que de igual manera vuestra felicidad no es distinta de la mía en grandeza, en dicha, en el festivo latir de mi corazón amado. Yo, en horas de ensueños, donde mis días estaban llenos de las más grandes ilusiones, creía que el amor era eso que dentro de mí hacía su hogar. Creía que nunca podría caer de los altos pedestales de mis propios sueños. Pero no dudéis que hasta las aves pueden caer de su vuelo, a por culpa de la puntería del cazador, a por culpa de la puntería caprichosa del destino. ¡Oh que ilusa fui en el espiral ligero de mi vuelo! ¡Oh, yo, confié en la mano de mi propio acechador! No fue a mí a quién devoró en mi caída, sino a todos mis sueños, sino a todo lo que creí que yo era. Belleza, inteligencia, juventud, libertad, grandeza. Todo ello fue devorado de un momento a otro, en brazos de mi propia confianza... más no te lamentéis por mí, que el reloj de arena ya se ha dado vuelta y cada grano se vierte hoy en sentido contrario. ¿Vuestra alma en horas de altos luceros, mientras el mundo duerme no os ha atormentado con incesantes preguntas sobre el amor? Sabe que mi alma igual me atormentaba, hasta que cansada de cargar con la tristeza mía, dejé de buscar respuestas y di por hecho, ¡Oh desgracia mía! que el amor por no existir, no tiene respuesta. Y no supe qué tristeza fue peor, la que me trajo el destino, o la que yo 34


misma elegí. Huí, huí lejos de todo aquel que mirara en mí un rastro de belleza. Huí, me aparté lejos de todo aquel que encontró en mi inteligencia. Huí, le di lejana distancia a todo aquello que era propio de mi lozana juventud. Huí, hacia una idea nueva de libertad, para hacer de la misma una celda. Huí, me alejé de mi misma, tanto como el cuerpo y el alma me lo permitieran en su insospechado estrechamiento. Sí, así huí de todo lo que creía, o porque estaba mal seguir creyéndolo, o porque me dolía que fuese real lejos del alcance de mis manos llenas de tanto miedo. Pero estoy aquí en vuestra presencia para contaros la historia de mi corazón. Sabe que la esperanza se pierde con la llegada del Amor ¿Acaso tendréis que esperar algo más cuando haya llegado? Os te digo, que el Amor es no tener que esperar más. Pues el Amor es la certeza de que todo ha llegado a vuestra vida, solo basta ir a por ello, por aquello que vuestro menester deseo pida, puesto que ahí está. Así que os pido vuestra atención para iniciaros mi confesión, tú, que si has llegado hasta estas líneas, sé que vuestras alas están quebradas. No te angustiéis, no las necesitarás más para volar, mas os juro, volaréis. Nací en un pequeño poblado, de pocas calles y dispares casas, donde por sabe Dios qué costumbres, solían llamar a todas las niñas María, por aquello de la Madre del Redentor y aquello de la pureza. Mi madre, mujer nacida para hacerle frente a la vida, decidió que yo no sería otra María más del pueblo, que muchas de puras tenían poco. Aun así, vuestra comprensión entenderá, que en el fondo mi rebelde madre temía de su Dios, como buena creyente. Así que, no fui otra María más, pero en fin por aquello de la pureza, terminé bautizada con el nombre de Maira. Otra manera de decir María. Del resto os confieso que fui criada como las demás Marías, mis hermanas y vecinas, aunque sentía, o por capricho mío, creía que mi destino sería mejor por tener otro nombre. Igual aprendí, que el dolor de todas ellas, fue mi mismo dolor. No importa por eso vuestro nombre, sino reconocéis quien eres en vuestra alma. 35


Mi infancia fue como el de todas las flores en la primavera, llena de vívidos colores, con los pétalos abiertos al sol. Más feliz no se podía ser. Y en mis acariciadas ilusiones creía que todo aquello de llamarme distinta me llevaría por caminos distintos. De seguro diréis, que apuesto que sois más inteligente que yo, que son cosas de chiquillas, que las edades mozas son para eso, para malgastarse en sueños escritos a la orilla del mar de la inocencia. Sin embargo, os confieso, llegué alcanzar mis años de señorita con dicha idea como un tesoro. "Maira hallará el Amor como ninguna María lo hizo jamás" Os juro, que llegaron las hora que quise llamarme o no llamarme de ninguna manera. Recuerdo mi primera tristeza, las lágrimas de mi madre junto a la partida de mi padre. Mujer de fortaleza, la que no fui yo en mis tiempos de tormenta. Mi madre alzó el rostro al ver a su amado partir, caminó de frente al mundo, y yo seguí su ejemplo, incluso, en aprender a llorar a solas, en el claustro de mis aposentos, lejos de la mirada de las buenas y de las malas intenciones. Mi vida dio su primer aviso de tormenta, más mi esperanza quedó en su mismo lugar, inamovible. Yo sería feliz. ¿Habéis visto algo más hermoso que una rosa? Si vuestra curiosidad os acosa, os confieso que para mis ojos no hay nada más hermoso que un rosal. En un rosal, solo pueden suceder cosas buenas..." Adelaida apartó su mirada del libro, pensativa y melancólica. No Maira, te equivocas, pensó, sí pueden suceder cosas malas cerca a un rosal. Aquella lectura la estaba envolviendo rápidamente, pero aquello del rosal... Recordó su más triste noche, en la que dio todo su amor a Joshep. Cierto era, como acababa de leer, que vivió horas en que no quiso tener nombre, que vivió horas en que todo en lo que ella había llegado a creer que era, ya no importaba. Donde todo lo que era su mundo se le desmoronó debajo de los pies. Posó sus ojos sobre las líneas un poco taciturna, podía entrever, que Maira había logrado ser feliz, o eso era lo que quería creer entender. Incluso así, se dijo a sí misma que ella no era Maira, que ella no tenía una 36


historia interesante que contar sobre el amor y menos para ponerse en un libro, sin embargo, no pudo evitar que pasara por su mente lo que había leído unos minutos antes: - "No importa por eso vuestro nombre, sino reconocéis quien eres en vuestra alma" - releyó las palabras mientras las pronunciaba casi como un susurro. Volvió a buscar la última línea que había leído y llena de un poco de contradicción prosiguió su lectura: "En un rosal, solo pueden suceder cosas buenas. Claro que me apremio a recordaros de las espinas, pero perdonadlas, no son maldad de las rosas. Tú, quien lees, apuesto lleváis vuestras espinas a flor de piel y ¿eso te hace menos hermosa? Ya aprenderéis del rosal, como yo, que vuestras espinas están en el tallo para defenderos del mundo, pero vuestros pétalos y hermosura están arriba en la rosa. Así sea el tallo vuestro cuerpo, y la rosa vuestra cabeza. Entenderéis que lo que hace bello al rosal, es la cabeza y no el cuerpo del rosal. Os juro que creo, firmemente, que en algún tiempo lejano, las rosas no tenían espinas, como no las tenía yo. Una belleza frágil de alcanzar. Fácil de arrebatar. O amáis a la rosa y la dejáis florecer en el rosal, o para llevarla tendréis que soportar unas cuantas estocadas. Hábil el amante jardinero que aprende a tomar sus rosas sin lastimarlas a ellas, sin lastimarse él. Os estaréis preguntando dentro de vuestras cavilaciones, porque hablo de rosas y rosales, es que en mi pueblo hay tantos como marías hay, y pocos jardineros. Esto sin atreverme a hablar de los buenos, que menos eran en proceder. Fui muy pretendida y yo muy selecta. Dios fue generoso en darme hermosura. No me mal juzguéis, si os sueno vanidosa. Una bendición y una victoria fue lograr reconocerme en el reflejo del espejo como algo digno de amar, en esos días en que tenía mi corazón fracturado como una roca partida metida en el pecho. Cuantos amantes me ofrecían las estrellas, otros la Luna y los más desesperados el cielo mismo con todo su contenido. Y yo creía que aquellas cosas eran el amor mismo rondándome. Mas os digo que el 37


Amor no ofrece nada, porque ya todo lo ha dado cuando aparece. Mas, sin embargo, yo aun no lo sabía. Entre todos los pretendientes que rondaban mi corazón, había un caballero que ganó mi cariño y mi respeto, con sus dulces atenciones, con sus ojos alertas ante mi más mínimo tropiezo. Nunca llegó a decirme que me amaba, jamás me ofreció la Luna, ni cosa que estuviera más allá; sin embargo nunca me faltó su mano para apoyarme en los momentos que necesitaba de alguien para no hundirme, cuando descubría de otros que al prometer la Luna, estaban ofreciéndome algo que jamás podrían darme. Se llamaba Juan, como tantos otros juanes, suponía yo, así como tantas marías había. Pensaréis que yo le di mi corazón a tan atento hombre, lamento os decepcionaros, pero pasé de largo en mis aspiraciones. No me he llamado Maira para terminar atada con un Juan más de este pueblo, solía escuchárseme decir. ¿Qué es un nombre en la tapa de un libro si sus páginas están vacías? Mas recordáis que era una ilusa, como solo puede serlo un alma a la que nadie le enseñó a vivir. En aquellos días, la última vez que le vi entonces, no dijo palabras, solo dejó ir de sus ojos una silenciosa lágrima. Me despedía de él, me iría junto a otro caballero que apareció en mi camino el que igual que otros me juró estrellas y lunas, al que por una guía ciega de mis anhelos, le di mi amor. Incluso os ruego, no olvidéis a Juan, llevaros en vuestra memoria un rato más. No sigáis mi ejemplo, el Amor ni se busca ni se da a ciegas. Llegará su hora en que vuestro entendimiento traduzca estas palabras en cosas útiles para vuestro corazón. El Amor no le pertenece al sinuoso camino de los anhelos, ni de los deseos, ni de las ilusiones; todos estos son hijos del reino de la mente. Al corazón lo suyo, como suyo a lo de Dios. Y el Amor es del corazón. En el más profundo sentir de mí ser, juré haberme sentido amada. Creí ser dichosa en brazos de aquel a quién yo misma había elegido con tanta presuntuosa precaución. Fui una rosa sin espinas en sus manos. Hizo con mi belleza lo que salió de su antojo. Lo supo mi 38


corazón antes que yo, me advertía doloroso en cada latido, y yo intentaba acallarlo acercándome aun más a aquel que se alejaba acercándose vacío de amor. Culpaba a la distancia de su alma por el dolor que había en mi pecho, pero era su cercanía lo que le dolía a mi corazón. Dejadlo ir a tiempo, os aconsejo, si eso el corazón os grita. Una tormenta no os la podéis detener con el simple deseo. Haced lo que las aves hacen, vuela lejos, buscad el refugio de un lejano y cálido nido. Tú, quien lees, no sé tu nombre, pero si has leído hasta aquí, eres como yo. No importa cómo te llames. Solo sé que mereces la fortuna del Amor en tu vida. Creedlo algún día, aunque hoy no lo creáis. Encended la llama dentro de vuestra alma, que la luz con que se alumbra la lámpara procede de ella misma y no de afuera. No creáis en promesas de amor, que cuando el Amor haya llegado habrá traído todo lo prometido, sin prometerlo. No importa cuál sea vuestro nombre, hoy os llamas como yo y yo como tú. Por eso, sí hoy te llamas como yo, os aseguro que ya habéis encontrado al Amor, solo tenéis que mirar hacia Maira, que eres tú en este preciso momento. Y yo miraré hacia mí y veré vuestra tristeza y sabré que encontraréis el Amor algún día, porque yo lo encontré en todas las marías, en todas las mairas, en todas los corazones, en todas las almas que han querido amar y ser amadas alguna vez. Os suplico, no me toméis en vano, que yo en vano me tomé. Y mis lágrimas y mi ganada dicha habrán de ser útiles para almas como la vuestra. Leed aun más lo que he de deciros en las próximas páginas, os juro que seré mejor guía. " Adelaida cerró suavemente el maltrecho libro. Hurgó dentro de sus más íntimas emociones; las palabras de aquellas líneas de pronto la habían dejado revuelta por dentro. ¿Por qué todas las historias que hablaban de dolor se le parecían a la de ella misma? Sin embargo, Maira le decía desde aquel descolorido libro que el Amor ya había llegado, solo bastaba verlo. La pecosa se preguntó si acaso necesitaría de un don especial para poder mirar ese Amor si el caso 39


fuera que estuviera frente a ella. En cierta manera podía entender que era el mismo mensaje que le repetía casi a diario la tía abuela. Una lámpara se ilumina a sí misma con su propia luz. Miró a través del vitral como en un ensueño pero sintiendo en su pecho un antiguo nudo apretarse, dejándola triste por dentro. ¿Lograría ella conseguir ese Amor que tanto necesitaba para sí misma? ¿Abriría su corazón a la persona correcta? O dejas crecer a la rosa en el rosal, o para llevarla tienes que aguantar algunas estocadas, recordó. ¿Cuantas más? se preguntó. Mejor sería dejar las cosas como estaban. ¿No estaba más segura lejos de todos? ¿No estaba más a salvo abrazada a su soledad? ¿Su alma no estaba tranquila sin tantas preguntas unos meses atrás? ¿Ya no había decidido que seguiría su camino sin mirar a nadie más? Una y otra vez se recordaba los errores que había cometido con Joshep, lo lejos que se sentía de creer merecer ese Amor tan grande que le hablaba la tía Raquel que pronto encontraría. Había momentos que sentía dar pasos seguro hacia esa felicidad, pero ahora, en ese momento sentía que le era tan lejano. - ¿Para qué me miento? - exclamó ocultando su rostro sobre sus brazos cruzados sobre la mesa, su cabello de fuego se soltó y calló a su lado cubriendo alguno de los libros cercanos a su regazo. Lloró en un muy hondo silencio, como hace tiempo no lo hacía. Sus lágrimas brotaban solas como si un manantial mustio se hubiera hecho paso desde su alma hasta sus ojos. - Yo amé y de nada sirvió - murmuró llorosa -. Di lo mejor de mí y eso no importó ante mi error. Di tanto para no ser perdonada. No, Luisa Adelaida, Dios no decidió para ti la felicidad. No importa cuanto hagas no serás amada, porque no se trata de los demás, se trata que tú, tonta ilusa, no mereces amor. Se acurrucó donde estaba mirando de nuevo a través del cristal las siluetas borrosas que el vitral poco dejaba definir. Así era la visión de su futuro, algo sin forma, una certeza de lo incierto. En una parte de ella comenzaba a descubrir que estaba dejando de amar a Joshep, y la otra mitad dejando de amarse a ella misma. Sí era que alguna 40


vez había logrado amarse de alguna manera. De pronto toda la luz de días pasados se le apagó de un segundo a otro. Por primera vez en mucho tiempo, volvió a sentirse sola, desgarradoramente sola. Quiso regresar a casa, a encerrarse en su habitación, entre la sombra de sus propias cosas. Sin embargo, como un pensamiento desobediente, pasó por su mente la voz de la esperanza, casi como un rumor inteligible. La esperanza, latió en su corazón desde adentro, como siempre resistiéndose a ser opacada. La llenó una vez más de emociones que se encontraron de frente con sus emociones del momento, haciendo de la pecosa un indefenso pétalo girando en un torbellino de sentimientos. - ¿Cuando se acabará la esperanza? ¿Cuándo dejaré de estar esperando lo que no llega? - se preguntó en voz baja. Y como una respuesta de su alma vinieron a su mente las palabras de Maira: "Sabe que la esperanza se pierde con la llegada del Amor ¿Acaso tendréis que esperar algo más cuando haya llegado? Os te digo, que el Amor es no tener que esperar más. Pues el Amor es la certeza de que todo ha llegado a vuestra vida, solo basta ir a por ello, por aquello que vuestro menester deseo pida, puesto que ahí está." - ¿Solo el que espera es porque aun no ha encontrado el Amor? trató de reflexionar - ¡Oh mi Dios querido... ya no quiero esperar más... por favor! Cerró los ojos y agotada se quedó dormida.

Él subió los peldaños, casi en el más impoluto silencio. Doña Raquel le había dicho que su sobrina estaba en la biblioteca concentrada en alguna lectura, y que ella le podría decir cuáles eran las lámparas que él debía revisar para repararlas. Al llegar al último escalón se detuvo, el lugar parecía desierto. Adelaida habría bajado sin que la 41


dama de damas lo hubiese notado. Sintió un poco de lamentación al no poder encontrarse con la dueña de sus más profundos pensamientos. Y miró hacia las lámparas sin más, dio unos pasos hacia la que estaba en el centro del lugar, y al acercarse, el rojizo pelo de la pecosa lo atrajo. Se quedó clavado de pie al verla recostada sobre la mesa. ¿Se habría quedado dormida? Comenzó a acercarse lentamente. - Señorita - la llamó en voz baja. Más la señorita no se movió. Se acercó un poco más y miró de lejos su perfil. - Señorita - volvió a llamarla. Pero ella siguió sumergida en su profundo y cansado reposo. Se acercó hasta su lado y pudo mirarla. Aunque mirar no era la palabra que hubiese usado Santiago en ese momento, amarla era lo que hacía. La amó con sus ojos, se aprendió de memoria tan hermoso perfil. Tanto que podría decirse que podía saber la ubicación exacta de cada una de las pecas del rostro de Adelaida. Salió de su ensoñación cuando descubrió que había el rastro de unas casi extintas lágrimas entre las pestañas de la durmiente. ¡Qué dolor habría de venir a lastimar a su musa! se preguntó soberbio y compasivo al mismo tiempo. Sintió el deseo alocado de acercarse y dejar un beso de esperanza sobre la impecable mejilla de la pelirroja entristecida. Alejándose con mucho silencio, se abocó a encender las luces y así comprobó cuales lámparas necesitaban de su atención. Miró un minuto más a Adelaida y pretendiendo no despertarla se dispuso ponerse manos a la obra evitando hacer ruidos molestos. Pasaron largos minutos y el trabajo ya estaba terminado y la pecosa seguía sumergida en su sueño. Se acercó una vez más hasta su lado, la miró con todo el amor con que puede mirarse al ser amado y dejó algo sobre la mesa junto a ella. Se dio la vuelta lentamente, como si su alma quería quedarse en contra de la dirección que tomaban sus pasos. Pero al final se marchó dejando las luces todas encendidas en perfecto funcionamiento. 42


Luego de un tiempo, Adelaida se movió incómoda en la mesa y salió de su sueño, el sol había bajado cercano al horizonte, dejando en evidencia la luz de las lámparas alumbrando toda la biblioteca. Frunció confundida el entrecejo. ¿Esas lámparas acaso no las repararía Santiago? Recordaba claramente que no funcionaban. ¿Se habría resuelto el problema solo? La tía Raquel había dicho que llamaría al joven de las herramientas para que las reparara, como ya había hecho en otras ocasiones. No, no podía ser. ¿Habría venido mientras ella dormía? ¡Qué vergüenza! pensó. Pero no, no era posible, ella lo hubiera sentido reparando aquellas luces. Se puso de pie movida por la ansiedad de saber si había venido Santiago, pero antes de avanzar hacia la escalera miró hacia el libro de Maira para tomarlo consigo, para descubrir una pequeña nota plegada sobre la mesa. Se estremeció parada donde estaba, la miró un segundo antes de tomarla. Su corazón latió con mucha fuerza, la levantó lentamente y la abrió con el mismo cuidado:

Señorita, no quise despertarla. He dejado las luces encendidas para usted. Aunque, si me lo permite usted ya ilumina todo el lugar.

Con todo respeto: Santiago

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Y cómo si momentos atrás nunca hubiera estado taciturna, sonrió. Ahora sí lo iluminaba todo. Tomó consigo el libro de Maira y caminó rauda hacia la escalera, mientras sonaban en su alma estas palabras:

"No importa cómo te llames. Solo sé que mereces la fortuna del Amor en tu vida. Creedlo algún día, aunque hoy no lo creáis. Encended la llama dentro de vuestra alma, que la luz con que se alumbra la lámpara procede de ella misma y no de afuera."

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Capítulo 22

Bajó con prisa las escaleras. Caminó rauda bajo la sombra del gran mango rumbo hacia la entrada de la casa. Ni siquiera volteó en dirección a los cerezos y sus ramos de flores como siempre lo hacía, ignoró el perfume del rosal que a esa hora envolvía todo el patio de la casa de la tía abuela. Al cruzar el umbral de la entrada se detuvo de pronto, al escuchar la voz de la dama de damas conversar con alguien. Miró sobre sí misma ¿Dónde podría esconder el libro de Maira? Que tenía prohibido sacar de la biblioteca cualquier libro por pequeño que este fuera. Sin pensarlo más lo deslizó por su espalda sostenido por la cintura de su falda, lo bastante alta como para que sus cabellos de cobre lo cubrieran como unas cortinas de fuego. Se quedó de pie muy erguida donde estaba, con los ojos cerrados respirando profundo tratando de estar calmada, serena, verse cotidiana. Escuchó la voz de él. Ni calmada ni serena, aunque podía aparentarlo. Suspiró hondamente una vez más, levantó la barbilla y caminó en dirección a la cocina con paso suave. Observó, mientras iba a través del pasillo que comunicaba el salón trasero con el resto de la casa, al joven de las herramientas que sentado frente a la mesa redonda del comedor, bebía de un vaso de cristal, cristalina agua. Parecía atento a lo que, sea lo que fuere, le decía la tía Raquel. Caminó de tal forma que sus botas no hicieron ruido, aunque temía que su corazón sonara tan duro que en la acústica del pasillo fuese a retumbar delatando su cercanía. Se sintió ruborizada, se descubrió a sí misma insegura de saber cómo actuar ante aquel que decía que ella lo iluminaba todo. ¿Cómo ha de actuar una lámpara cuando es consciente de su propia luz? Oh ilusa, pensó, tú no tienes luz, si mucho reflejas las luces que vienen de otros lugares. Sin embargo su ánimo no decayó y sin más, camino hasta quedar a la vista de su anciana tía, la que volteó a mirarla llenándosele el rostro de picardía.

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Acto reflejo Santiago volteó a mirarla también, con el corazón subiéndole por la garganta. - Apareció la bella durmiente - comentó graciosa la dama de damas. - Buenas tardes - saludó Adelaida mirando hacia los ojos de aquel joven que la miraba de nuevo de esa manera que le hacía sentir que tenía la bota izquierda en el pie derecho, y viceversa. - Buenas tardes señorita - respondió el muchacho de las herramientas sintiendo cómo sus manos se le ponían heladas de los nervios. Aunque por fuera de él todo pareciera estar en equilibrio. Notó que la preciosa pelirroja llevaba en sus manos la nota que le había dejado minutos atrás. Tragó hondo. - Por favor mi niña - Raquel con entonación cariñosa la invitó a acercase con un gesto -. Ven siéntate con nosotros para que pruebes algunos bocadillos mientras conversamos. La muchacha miró la mesa y las pequeñas tartaletas que provocativamente estaban en el centro de ella, aunque la verdad no deparó en el postre tanto cómo lo hizo con sus propios pensamientos. Pareció dudosa un segundo, pero al siguiente avanzó sin más y se sentó cerca de su tía abuela. - Santiago me ha dicho que dormías plácidamente recostada de la mesa del ventanal - continuó su tía. - Me he sentido cansada, me recosté y sin quererlo me he quedado dormida - respondió la pecosa, sonando algo formal, sin atreverse de pronto a poner su mirada en el joven. La dama de damas miró a Santiago un segundo, y lo encontró perdido en la belleza de Adelaida. Parecía mirar un paisaje que el solo pudiese apreciar. Tuvo la idea de estar observando a su amado Bécquer diciendo "el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada" -. Yo... no sé por qué no me despertó tía. 46


- Oh preciosa... yo no subí a la biblioteca - contestó la tía abuela mientras tomaba una tartaleta. La muchacha se le puso las orejas sanguíneas y las mejillas muy coloradas. ¡A solas estuve todo el rato con Santiago! pensó. Y de la vergüenza paso del rubor a la palidez. La bella pelirroja miró al muchacho de las herramientas el que estaba presente corporalmente, pues sabe donde Dios, lo envió a volar junto a su corazón atrapado en la hermosura que le cautivaba de ella. - Eh... - A Adelaida no le salió palabra aunque intentó decir algo para disimular su vergüenza. - Pero Santiago es todo un caballero. Se dedicó a hacer su trabajo logrando no turbar tu sueño - le sonrió Raquel. El muchacho se espabiló al escuchar que lo nombraban. - No quise molestar - respondió a la pecosa pero mirando a Doña Raquel. - No es de una dama estar dormi... - ¡Luisa Adelaida! ¡Por el Amor de Dios! - su tía abuela la miró moviendo la cabeza de un lado a otro desaprobando de nuevo el repentino pragmatismo de su sobrina. Santiago se tensó un poco, conocía un poco a la Adelaida de los vasos de jugo. - Tía... se ve mal que una dama esté dormida a solas en el lugar donde un extraño trabaja - se escuchó a sí misma y quiso frenar su boca impetuosa pero no pudo. - Muchacha... - la dama de damas respiró profundo domando el trago amargo que se le movió en el pecho - Santiago en esta casa no es un extraño. - Lo sé tía. La extraña soy yo - ¡Qué me pasa! se regañaba la pecosa internamente sin saber porque se había puesto a la defensiva. 47


- Yo pido disculpas... yo debí avisarle Doña Raquel... - Santiago trataba de pensar muy bien que iba a responder - pero es que vi que la señorita descansaba tan plácidamente, cómo si estaba en un sueño amable que pensé que sería casi tanto como un pecado despertarla. Adelaida impulsiva tomó una tartaleta y se le quedó mirando pero sin observarla. Solo lo hacía por no saber qué otra cosa hacer ante las palabras del muchacho. - Discúlpeme señorita Adelaida - esta vez el joven miró a la pecosa lleno de total honradez. - Adelaida - solo respondió ella. - ¿Mmm? - él no entendió. - Me puedes decir Adelaida - dijo la pecosa aun pareciendo algo fría. Raquel se sonrió a solas. Eso es todo, está nerviosa, meditó. La muy bravía sobrina mía solo está aterrada ahí donde está. - ¿Qué es ese papel que tienes en la mano? - la dama de damas tratando de suavizar el ambiente intentó buscar un cambio en el tema de conversación. Pero al contrario a Adelaida pareció írsele del rostro toda la sangre, ni mucho menos que decir de Santiago. Los dos se miraron de pronto cómo en una silenciosa complicidad, buscando el uno en el otro algún tipo de amparo. - Nada de importancia tía - dijo la pecosa bajando la mano en que la tenía hacia bajo de la mesa sobre su falda. Sin embargo Raquel no le creyó. Y con la sabiduría que los años y la vida le habían dado dedujo que esa nota se la había dejado Santiago. El misterio real del asunto era saber su contenido, pero incluso era algo que ella respetaría con toda su alma. Si la pecosa quería compartirlo ella gustosa la escucharía, de ser al caso contrario respetaría su silencio. - Está bien... - la dama de damas se puso de pie y fingiendo repentino cansancio miró a Santiago - Te dejo en buenas manos y 48


gracias una vez más por tu ayuda. Ahora soy yo la que se va a dormir un rato. Luisa Adelaida te encargo a nuestro invitado. Trátalo bien. La pecosa se quedó muda, apenas pudo asentir viendo con gesto de desamparo, a su tía abuela la que comenzó a alejarse sin siquiera mirar de nuevo hacia atrás. Santiago estuvo a punto de decir que se iba, pero todo su cuerpo estaba anclado a esa silla. Estaba a solas con ella, con la que estaba a diario en sus pensamientos, la que era objeto de su ilusión, en ese momento era objeto de su realidad, estaba frente a él, hermosa de formas imposibles de describir para su alma, la única acción que conseguía todo su ser era admirarla y, porque no decirlo, comenzar a amarla. Adelaida volvió a subir sobre la mesa su mano donde sostenía la pequeña nota. Los dos se mantuvieron en silencio no se sabría decir cuánto tiempo, cómo aquellos que tienen tanto que decir que las palabras no sirven para mucho. - Gracias - dijo la pecosa al final dejando de luchar con ella misma y relajando su cuerpo. Mas no levantó la mirada de la nota. - ¿Por qué me das las gracias? - Santiago no podía quitar los ojos de la pensativa pelirroja. - Por estas palabras - Adelaida pareció lejana de pronto, era cómo un halo de luz frente a él. - No es nada - respondió él amablemente. - Nadie me ha dicho nada así antes. Nunca he sido luz para nadie parecía estar aun en otro tiempo, hablando desde un lugar lejos del presente. - Lo mismo pensarán muchas estrellas y sin embargo, sin que ellas lo sepan iluminan las horas de uno que otro soñador - respondió casi ajeno a sí mismo, cómo si una parte de su alma hablara por él. La pecosa lo miró a los ojos. Sin darse cuenta intentaba encontrar entre 49


las pestañas de Santiago un rastro de mentira, las palabras hermosas son peligrosas sino están hechas con el corazón. Sino son auténticas, solo son sonidos hermosos con filos ocultos. Pero en los ojos que ante ella la miraban solo encontraba una apacible y cálida mirada, que no la hacía sentir invadida, que por alguna razón la hacía estar muy consciente de ella misma. - Pero incluso las estrellas brillan - la voz de Adelaida se llenó de un dejo de tristeza. - ¿Qué quieres decir? - Santiago percibió el letargo de su musa. - No, nada. No me hagas caso. - ¿Incluso las estrellas brillan? ¿Saben las estrellas acaso que brillan ante el ojo que las admira? - ¿Qué quieres decir? ¿Siempre hablas así? - Yo... disculpa... Solo quiero decir que... - Santiago se ruborizó, se sintió como un bicho raro como de costumbre. La verdad no sabía cómo ponerlo en palabras comunes. ¿Cómo? ¿Si esto en mi pecho no es nada común? se dijo a sí mismo en sus pensamientos. Adelaida se arrepintió de haberle interpelado con su última pregunta. - No importa Santiago... Gracias de igual manera por las notas... - se volvió a poner pálida. Se le escapó cómo un avecilla de entre las manos, la alusión a la otra nota. Ella no sabía de quién era aquel mínimo pergamino que encontró junto a una rosa en su ventana en una de las mañanas anteriores y aquel deseo oculto o presunción de que era de Santiago terminó traicionándola. - ¿Las notas? - preguntó el muchacho de las herramientas pareciendo extrañado. La pecosa sintió un frió molesto dentro de ella. Él pareció desconocer sobre la nota anterior. ¿De quién era? Casi que ya se lo creía, pues Santiago parecía hablar de la misma manera en que 50


estaba escrita aquellas breves líneas en aquel renuente papel de confesar su procedencia. - La nota, quise decir. Disculpa - Adelaida pareció una vez más, hundirse dentro de ella misma en un pensamiento lejano. - No te preocupes - respondió Santiago pareciendo por su lado hundirse en su propio pozo de pensamientos. Luego de unos segundos en silencio comentó: - Galleta habla mucho de ti. - Lili es muy bella - respondió la pelirroja sonriendo taciturna aún. - Siempre me comenta sobre ti. Te estima mucho - el muchacho de las herramientas hizo larga pausa. Casi dolorosa - Cuando te vayas de Bardolín será muy duro para ella. Cierto era que Santiago decía la verdad, pero indirectamente le confesaba a la muchacha de cabellos de fuego, que para él también sería una pena. La pecosa se estremeció con esa idea. ¡Volver! ¿Quería realmente volver? Todo lo que perdió en la ciudad, todo se le vino encima de un momento a otro, aunque toda la vida que quería vivir, el estilo de vida que siempre recreó en su mente estaba en los encantos de la ciudad, en su modernidad, se sintió jalada en dos direcciones. Bardolín era un lugar que se había metido en su corazón, aunque no estaba segura si podía estar ahí demasiado tiempo antes de desear salir corriendo hacia la estación del tren para regresar a su casa. Pero el imaginar alejarse de su tía abuela, de no ver más a Lili y a Fabián, al gran Gaspar y a Margot, se le hizo un nudo en el pecho. Buscó consuelo en la mirada de Santiago, cómo si de alguna manera su presencia le pudiese mostrar un pequeño trazo del futuro. Él, pensó ella, lo tengo frente a mí y me siento tan segura, me siento intrigada a la vez, no sé si del futuro, no sé si del misterioso corazón de Santiago. ¿Tiene sentido dejarse llevar por todo esto? No soy de aquí, él no es de allá. Pero incluso Dios quiso 51


ponernos uno frente al otro. ¿Por qué? Va ser muy duro irme. ¿Dios por qué? - Para mí también será muy duro - respondió al final, tras una sonrisa triste - pero debo volver. - Lo sé - él también pareció triste -. Lo importante es que estés donde estés te encuentres bien y feliz. La pecosa lo miró atrapada entre su corazón y su realidad. ¿Feliz? Sus ojos se le enrojecieron, mientras luchaba porque sus lágrimas no se le escaparan como fugitivas de su pena interior. Se quedó en silencio porque pronunciar palabras no le era posible en ese momento. Su ser no se podía expresar de otra manera pues lo que le recorría su alma era inefable incluso para ella misma. Volvió a hundir la mirada sobre la nota que aun estaba dentro de su mano, como un ave en su nido. Y sintió la loca necesidad de sacar de su cintura el libro que traía oculto y poder ojearlo. Sin embargo alzó sus pequeños y hermosos oscuros ojos a los de Santiago. - Aquí siempre serás bienvenida - dijo él sin más. Y las lágrimas silenciosas de Adelaida se vertieron sobre sus pecas, se deslizaron por sus mejillas, sin prisa, abundantes en sentimientos. Movido por su corazón conmovido el muchacho de las herramientas la sostuvo de una de sus delicadas manos. Ella sintió su pecho sonar con fuerza. - Gracias - murmuró ella. - Adelaida... - cuando Santiago pronunció su nombre, cuando la llamó directamente por su nombre, se sintió sacudido y lo que iba a decir se le nubló de la mente. Solo giraron como en un espiral unos versos, que una y otra vez le sonaban en la cabeza. Tenerla de la mano una vez más lo movió por dentro en todas direcciones. ¿Por qué tiene que irse? gritaba su corazón.

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- Adelaida... - una vez más la nombró, sin saber que decir más allá de eso. Tenía los llorosos ojos de la pecosa sobre él muy atentos, abiertos sin pestañar. Y no pudo más con la idea de que un día, tal vez muy cercano, ella ya no estuviera cerca. De que estuviera tan lejana como esas estrellas que alumbran sin saber a algún soñador. Se puso de pie. - Me tengo que ir - dijo soltando suavemente su mano que pareció la separación de ambas, una tierna caricia. Ella lo miró sin decir nada. A él le pareció que ella le gritaba con sus ojos que aun no se fuera, pero tal vez solo era lo que él deseaba creer -. Ya se está haciendo de noche. La pecosa se mantuvo en silencio solo lo miraba, lo que conmovía aun más a Santiago. Miró hacía la mano de la pelirroja triste, en la que tenía la nota sostenida y volvió a notar que en su cabeza seguían girando unos versos en concreto. Y mirándola de nuevo a los ojos le dijo: - Sí tienes luz - le dijo siendo el que nunca había sido. El tímido se iba en la cercanía de tan bella dama y surgía de adentro de él, un Santiago distinto, que de un momento a otro el mismo desconocía. Caminó alejándose de ella, de la silenciosa pelirroja, pero estando cerca del jardín central se detuvo y se giró de nuevo en su dirección. Adelaida se mantenía en absoluto silencio todavía, sin apartar la mirada de Santiago, sumergida en el misterio de sus emociones. - Respecto a la otra nota... - le dijo lo suficientemente alto para que ella lo escuchara - "Cuidaría el paso de tus botas trenzadas y con una cinta blanca ataría para ti la luna llena. Y besaría tus ojos, y soñaría en tus pecas... Ella comenzó a llorar aun más.

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- "Serías mi reina coronada con cayenas" - se quedó de pie donde estaba unos segundos mirándola. Luego volvió a decirle: - Tienes luz Adelaida - se dio la vuelta y salió por la entrada principal rumbo a la vereda. La pecosa lloraba, no sabía por qué, si de tristeza, si de emoción, si de gratitud, si de miedo. No podía detener su caudal y guiada una vez más por la mano invisible de su alma se puso de pie y caminó hasta su habitación con prontitud y se asomó por su ventana para ver en el último momento a Santiago pasar de largo. Trató de llamarlo, trató de dirigirse hacia la vereda y alcanzarlo. Sin embargo se quedó clavada donde estaba. Luego de un minuto de contradicciones se dejó caer sentada sobre su cama. Miró hacía su mesa de noche y se acercó, revisó dentro del interior y tomó la pequeña nota de la rosa y la puso entre sus manos junto a la que había recibido esa tarde de Santiago y por un impulso desmedido las besó. Con profundo amor las guardó ambas dentro de su mesa de noche y tomando el libro de Maira de su cintura, leyó aun con la mirada nublada por lágrimas imposibles de traducir:

II

LA FELICIDAD

"No la busquéis. Creedme. No la hallaréis. No tiene sentido buscar lo que ya tienes. Dejad la búsqueda. ¿Recordáis que ya la habéis encontrado? ¡Amor y Felicidad son distintas cara de lo mismo! Sólo cuando dejéis de buscarle le encontraréis, pues no tenéis que iros a 54


ninguna parte, ni tenéis que encontrar nada, ni nadie os podrá decir dónde está. Mirad en el espejo la felicidad y veréis que ya la lleváis a cuestas. Tú eres la felicidad, no hay nada que encontrar, os juro. Sin embargo, todo habéis de sentiros dentro de vuestro ser. Vivid dentro de vuestro propio reino que es vuestra alma. Alegraos de vuestra alegría, os digo la verdad. Cuantos caminos recorrí para perderme en la tristeza. Acepté mil promesas, por no escuchar lo prometido por mi corazón. Sé, porque donde hoy te encontráis ya he tropezado yo, que tenéis miedo. ¿Pero que es el miedo sino una idea que no queremos que se materialice en nuestra vida? Escucha a vuestra querida Maira. No temáis. ¿Queréis ser feliz? No temáis. ¿Queréis ser amada? No temáis. En verdad os digo que el miedo solo es un pensamiento. La felicidad no. Tú eres la felicidad. Cuando pensáis en la felicidad o en la tristeza con miedo, te estáis negando a ti misma. No penséis, ni temáis, sed tu misma. Yo sé, porque he de saberlo por mis vivencias, que has sido lastimada, y el dolor aun te duele donde ya no queda herida alguna. ¿Recordáis que me entregué a brazos carentes de amor? Me entregué por miedo, porque fui engañada, me prometieron la felicidad cómo algo que no era mío. Como algo que debía atar y armar, construir y sostener para merecerlo. Nunca logró hacerme feliz aquel, que no sabía ser feliz él. Y tarde comprendí que Juan - conservadle aun más en la memoria - era feliz y por eso me amaba, porque su felicidad era mi felicidad y la mía la de él. Porque a su lado no había nada que buscar, nada que pensar, nada que hallar. Porque él era simplemente feliz estando cerca de quien os escribe. Porque él no buscaba la felicidad en mi porque ya la había encontrado con solo estar. Así él vivía en mí y yo en él, pero yo tenía una idea, basada en la creencia que carecía de lo que era imposible ser desprendida. Y corrí en la dirección de aquel que buscaba con miedo como yo, lo que nunca encontraréis, porque la felicidad ya está cuando decides llegar, cuando dejas de buscar.

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No me toméis en vano, y detén tu travesía. Ni cerca ni lejos le hallaréis. Que cuando dejéis de buscar, veréis el por qué no le encontrabas. ¿Si buscáis por la habitación el vestido que lleváis puesto le encontraréis? Os aseguro que saldrás lejos de la habitación para buscarle y aun no le encontraréis en ningún lugar. Sin embargo el vestido nunca estará perdido, ni en necesidad de ser encontrado. Solo de ser entendido sobre las pieles, reconocido sobre vuestra propia belleza. Escucha a Maira, no os digo nada en vano. Mientras escribo estas líneas para vuestro corazón ya no busco la felicidad. Es mi deseo que mientras me leéis, tú detengas vuestra búsqueda. ¡Y corred hacia el Amor, hermosa, que nunca vuestros pies irán tan veloces! Solo los felices saben amar. Ama a aquel que es feliz en tu presencia porque no tiene que buscar en ningún lugar su felicidad, porque ya la ha encontrado en él, en su propio amor, y en el amor que vierte hacia ti. Los que tienen miedo buscan y buscan y nada o poco encuentran. Pero la felicidad no es a medias. Es o no es. Pero la buena nueva es que siempre es y siempre está. Escuchad lo que te dice el corazón que por sabio no usa de las palabras cómo la razón, que se pierde en lo relativo, en lo supuesto, en lo que puede tener distintos significados aunque la emoción sea una sola y ardiente en el latiente pecho. Sin embargo, hermosa, tú quien lees, tenéis el derecho de no creerme. Pero me creeréis. Os aseguro. Mas sino me tomáis en vano, será breve el camino, porque no hay distancias que recorrer hacia uno mismo. Por eso no hay que ir a ningún lado ni encontrar nada. Solo reconocer que eres lo más hermoso que puedes mirar en cualquier reflejo porque eres felicidad que se reconoce a sí misma, viva, apasionada, generosa, eterna en dimensiones. ¿Comprendéis semejante presente de los Cielos? Feliz para amar y para ser amada. Amada por ser feliz. Feliz por ser amada. No busquéis más. Tú eres la Felicidad."

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Adelaida cerró el pequeño libro al terminar el capítulo. - No hay que ir a ningún lugar - dijo para sí misma mientras cerraba los ojos. Miró a Santiago dentro de sí, y estuvo segura que ella podía ser vista por Santiago dentro de él. Ningunos lugares donde ir, nada que buscar, porque ya está ahí todo y en todas partes. Tengo luz, se dijo en sus pensamientos al recordar las palabras del muchacho de las herramientas. Y se sintió segura, tranquila, por un momento el pasado y el futuro no importaban, el allá y el aquí eran indiferentes porque en el ahora, es el único momento donde se está y el único lugar que existe. Se sintió iluminada y se sintió iluminar. Y se abrazó a ese bienestar con tanto deseo. Así quería sentirse siempre.

Feliz.

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Capítulo 23 Sonriente como una luna creciente, reluciente y hermosa iba ella. Ya había dejado atrás la fuente de la vereda principal y en lugar de ir hacia la izquierda en dirección a Los Jardines, cruzó a la derecha camino al pequeño mercado de Bardolín. Llevaba el cabello recogido en el cenit sostenido entre cintas que simulaban rosas. Miraba todo con ojos nuevos; aunque ya había recorrido incontables veces esa vereda, ese día todo le parecía distinto, más ordenado, más colorido. Toda la belleza que brotaba de su alma la veía reflejada en todas las cosas, como una lámpara que el resplandor que deja delante de sí es su propia luz. Al alcanzar el final de la vereda se dejó invadir por los aromas que venían de todos los tarantines a su alrededor. Especias, frutas, hierbas, colores. Se detuvo un momento frente a verdes perejiles, cilantros y hierbas buenas. Se acercó un poco para olerlas profundamente, no le interesaba llevárselas, solo quería experimentar las sensaciones de todos esos silvestres aromas. - Señorita ¿le puedo ayudar en algo? - dijo la señora Marta, mientras ataba un manojo de menta con sus manos rollizas. - Oh... No, no Doña Marta. Muchas gracias - dijo la pecosa mostrando una tierna sonrisa que a la mujer de las hierbas cautivo. - Señorita Adelaida, hoy está muy hermosa - le dijo pícara -. ¡Ah que mire que esos ojitos llenos de chispa yo los conozco muy bien! ¡Tantas veces que los he visto en el espejo y en otras caras! - Solo son ojos de felicidad - respondió la bella pelirroja aun manteniendo su rostro risueño. - Pero usted parece la felicidad con ojos. Afortunado el dueño de esa mirada. 58


La pecosa inclinó su rostro como una flor al atardecer y pareció mirar hacia el cielo tratando de alcanzar un pensamiento. Luego cerró sus pequeños hermosos ojos un segundo y sus labios volvieron a dibujar una de las más hermosas sonrisas jamás vistas en todo Bardolín. Los abrió lentamente como saliendo de un amable sueño. - ¡Ay señorita! ¡Usted está enamorada! - dijo la señora de las hierbas mientras tomaba otro manojo de menta sin quitar los ojos de la muchacha. - De la vida Doña Marta. Qué tenga un hermoso día. Que venda mucho - Adelaida siguió su camino dejando detrás de sí a la señora rolliza la que también le deseo un magnífico día. Cerezas, pensó, que lastima que aun no sea tiempo de cerezas, mientras miraba en todo el lugar los diferentes tarantines llenos de las matizadas frutas que llenaban gran parte del mercado. - ¡Preciosa dama! ¡Buen día! - la llamó de pronto una voz masculina. Era Mateo Bardolín. Miraba hacia los lados como buscando a alguien -. ¿Cómo está Raquel? ¿Está por aquí para saludarla? - Buen día - respondió la pecosa mostrándose algo altiva y apretando un poco el entrecejo -. Mi tía abuela está como debe estar. Y no, no ha venido. Sí quiere saludarle usted sabe donde vive. - Señorita, señorita. Por favor - Mateo comenzó a andar al lado de la joven de cabellos de fuego, siempre con su actitud un tanto altanera y de excesiva autoconfianza -. Creo que debemos comenzar de nuevo a conocernos. No me tenga mala idea, no soy tan malo como a usted le parece. Adelaida apenas lo tocó con la mirada, mas no le respondió en lo absoluto. Él no dejaba de mirarla con cierta curiosidad amable. - Eres hermosa como tu madre. 59


La muchacha pelirroja siguió sin pronunciar palabra. Aunque estuvo a punto de detenerse e interpelarlo. Que no se atreviera a mencionar a su madre, pero no quería arruinarse el día. - Tengo recuerdos muy especiales de Betania - la voz de Mateo sonó nostálgica, tanto que ella volteó a mirarlo. Él se había quedado en silencio, pensativo mientras iba a su lado mirando a lo lejos. - Mi madre nunca me ha hablado de usted - le dijo ella con algo de sequedad. - Yo tampoco nunca hablo de ella - le miró pareciendo otro, más sincero, más auténtico -. ¿Realmente hace falta? - ¿Qué quiere decir? - El silencio no es olvido - él volvió mirar a lo lejos. - A veces sí - le respondió Adelaida sintiendo algo de compasión por él. ¿Jamás ha podido olvidar a mamá? Qué pena. Ella sí parece haberlo olvidado por completo, pensó. - A veces sí, a veces no. Pero con el silencio nunca se sabe - él le sonrió con gesto paternal. - Obviamente no está hablando de usted ¿no? - la muchacha pareció ofuscarse un poco -. ¿Me está queriendo decir que mi mamá aunque no lo diga usted cree que aun piensa en usted? - Señorita - se detuvo apoyándose en su bastón con las dos manos -, hablo de mi. Ante los demás soy un Bardolín intruso entre los tarantines de este lugar que poco ha cambiado con los años. No tengo que decirlo, por eso nadie sospecha que vengo aquí porque allá - levantó su bastón dirección al tarantín de la flores - conocí a Betania. Hermosa, con su cabello negro como el azabache, estaba absorta con las rosas blancas que vendía Mercedes. Yo no pude 60


evitar acercarme hasta su lado y contemplarla. Hermosa, como te he dicho. Tu madre era muy hermosa. - Lo es. - No tengo duda de ello. ¿Y cómo está ella? - dijo el enderezándose - En la ciudad, junto a mi papá. - Claro. Adelaida vio un rastro de tristeza en la mirada de Mateo, el que se quedó en silencio observándola unos segundos. Serías mi hija, pensaba él, si la vida hubiera estado de nuestra parte. Volvió a mirar hacia el puesto de las flores cómo si pudiera ver el pasado proyectado como una película ante sí. - Y... ¿usted se casó? - preguntó Adelaida después de mirarlo silentemente. - ¿Yo? - Mateo salió de su letargo -. Sí. Con una buena dama. No le gusta este lugar. Se quedó en la ciudad. A Adelaida las orejas se le encendieron. Y se le endureció un poco el rostro de nuevo. - Pero... si está casado ¿por qué me dice todas esas cosas del silencio, del olvido y de mi madre? - No sé. Espero que por tu juventud no sepas lo que es aferrar el corazón a algo que no tiene sentido. Pero en fin de cuentas, aferramos el corazón a caprichos, a personas o a recuerdos. ¿Sabrá Dios por qué motivos? Vicios del corazón. Ella se quedó en silencio pensando en esas palabras. Lo miró de nuevo a los ojos y le dijo con mucha entereza:

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- Lamentablemente a mi corta edad ya sé lo que es aferrar el corazón al dolor. Pero también estoy aprendiendo que si mis manos hacen un nudo, mis manos pueden desatarlo... - Señorita, hay nudos que cuando se aprietan mucho no se pueden desatar - le interrumpió él. - Se corta la soga. El problema no es el nudo. El problema son las manos que no hacen nada para desatarlo. Mateo la miró con admiración. La hija de Betania le pareció muy sabia, muy madura. Sus palabras tenían sentido. Uno mismo es el que hace las ataduras, se dijo internamente, uno mismo debe soltarlas cuando necesitamos proseguir. La pelirroja que tenía en frente le acababa de dar una lección. La misma hija de su recordada Betania, tal vez le estaba enseñando a como dejar tanto pasado atrás. - Señorita Adelaida ¿todo está bien? - se acercó de pronto el señor Ugenio, mirando de arriba a abajo a Mateo Bardolín como si mirara un montón de desperdicios uno encima de otro. - Sí señor Ugenio. No hay ningún problema - la pecosa le mostró su hermosa sonrisa. Ugenio se alejó con desconfianza aún mirando al Bardolín, el que le parecía un agravio en el paisaje. - Bueno señorita, mejor me despido - Mateo le dijo amablemente -. No quiero crearle ningún problema. - A quién no debe crearle problemas es a este noble pueblo Adelaida lo miró directo a los ojos y con mucha determinación - y mucho menos a mi tía Raquel. - Me alegra que ya no parezcas tenerme miedo - sonrió él. Mas la hermosa pelirroja no le respondió. Por ella la conversación había terminado pues todavía quedaba mucho de ese hermoso día por disfrutar. 62


- Buen día - le dijo ella. - Buen día señorita - respondió el alzando un poco su sombrero. La miró un segundo con admiración y cariño y se dio la vuelta regresando a su actitud altanera. Luego siguió pavoneándose camino hacia la salida del mercado. Adelaida suspiró. - Por fin - dijo al aire y al levantar la vista el corazón le vibró en el pecho, pero lleno de mucha emoción. No se movió de donde estaba y miró al muchacho de las herramientas a cierta distancia, dudoso frente a un montón de frutas de todos los colores. Santiago estaba concentrado sosteniendo en sus manos dos duraznos. Se decidía por cual llevarse; miraba su textura, su color, su aroma. Miró hacía las sandías, luego hacia las ciruelas. Estaba un poco indeciso. ¿Qué me llevo? pensaba. El señor de las frutas lo miraba impaciente. - Jovencito... ¿vas a elegir alguna fruta o las vas a ver una por una primero? - dijo un poco malhumorado. - Disculpe - el muchacho de las herramientas molesto en el fondo por el comentario del frutero, estuvo a punto de soltar las frutas y darse la vuelta. - Hola - escuchó que lo saludaban. Era una voz que él amaba. Volteó casi dando un respingo. - Adelaida - dijo sonriéndole algo nervioso pero ella se veía distinta. Se veía radiante, en sus ojos brillaban muchos destellos y su rostro se veía ruborizado y luminoso. - Te recomiendo los duraznos - le dijo ella -. Tienen un exquisito dulzor y están muy jugosos. Ayer mi tía llevó para la casa y estaban exquisitos.

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La pecosa tomó una de las frutas aterciopeladas de las manos de él y con su pañuelo limpió la fruta y la acercó a la nariz de Santiago. - Siente tan magnífico aroma - Adelaida lo miró esperando su apreciación. Él olió la fruta atrapada en la pequeña y frágil mano de la pelirroja hermosa, pero fue el aroma de ella, su perfume suave el que realmente lo alcanzó nuevamente. Mientras olía el durazno no pudo evitar mirar los hermosos y rojizos labios de ella, como dos gajos de toronja. Esa si sería una fruta digna de probar, sin duda alguna. - Sí, huelen muy bien - respondió alelado en ella. La bella muchacha le quitó de la mano el otro durazno y extendiéndolos hacia el impaciente señor del tarantín le dijo tras su hermosa sonrisa, ablandándolo: - Me los llevo - luego mirando a Santiago aun llena de esa gracia y seguridad que lo tenía cuativado le dijo: Yo invito. - No... Adelaida... gracias pero yo... - Yo invito - volvió a insistir ella mientras dejaba unas monedas en las manos del ya satisfecho frutero. Ella le entregó el durazno que ya había limpiado y luego se afanó con el otro dejándolo impecable. Así, sosteniéndolo luego como una copa con sus delicados dedos lo acercó al de Santiago -. ¡Salud! El muchacho alzó su durazno y lo juntó al de ella. Los duraznos parecieron darse un beso. - Salud - sonrió él. Ella se le iluminó el rostro todavía más mostrando una sonrisa llena de verdadera alegría. Santiago estaba mirando a una Adelaida distinta, una que no conocía y que le gustaba más. ¡Oh mi Dios! pensó ¡Qué hermosa es cuando sonríe así! Desde ese día Santiago amo a los duraznos y a Adelaida... mucho más. 64


- Te quiero pedir disculpas. Ayer en la tarde... por retirarme así como me fui... - el muchacho pareció apenado. - No te preocupes - dijo ella antes de morder delicadamente la redonda y dorada fruta. Cerró los ojos -. ¡Deliciosa! ¡Qué deliciosa esta fruta! - Hoy te ves feliz - observó el muchacho de las herramientas con el durazno aun a medio camino, atrapado como siempre en la belleza de ella, entre sus pecas. La forma de su rostro. Sus ojos cerrados suavemente. Sus labios de toronja -. Ayer te veías triste. - Ayer Santiago - ella abrió los ojos y lo miró con gracia -, todavía hablando de ayer y no has probado el durazno. Él mordió por fin su redondeada fruta y en verdad la disfrutó. Como ningún otro durazno que hubiese probado antes y no se debía a que estuviese maduro y dulce. Era el durazno que le había dado ella. Eso lo hacía distinto de cualquier otra fruta que hubiese probado jamás. Adelaida lo miró satisfecha, le mostró una vez más su radiante sonrisa y al muchacho de las herramientas casi se le cae el durazno de la boca. ¡Hermosa! ¡Adelaida es infinitamente hermosa cuando está feliz! pensó. Ella notó la cara de él y se le ruborizaron las orejas igual que sus mejillas. Sin embargo no se sintió tímida, se sintió hermosa como hace tiempo no lo hacía, se sintió bonita. - Hoy soy feliz - dijo ella casi como un murmullo. Soy la felicidad; no tengo que ir a ningún lado, no tengo que encontrar nada. Soy una dama y estoy hecha de lo que está hecho mi corazón, y hoy está hecho de felicidad. ¡Soy una dama feliz! se dijo a sí misma en sus adentros. - Entonces me alegro - respondió él. Y aunque él no lo tenía tan claro como ella, en ese preciso momento había dejado de buscar, en ese preciso momento no había nada que encontrar. Detuvo la

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travesía de su corazón. No tenía que buscar la felicidad en ninguna otra parte. Él y ella eran la felicidad.

Lo demás, el pasado, comenzaba a no importar.

- Tan tierno - se le interpuso León a Mateo en el camino -. ¿Hablando con la hija que nunca tuviste? - Déjame en paz - le respondió intentado bordearlo, pero León lo sostuvo del brazo. - Espero que no estés olvidando de quién es familia esa sangre de cabaretera - le dijo apretando los dientes lleno de soberbia. Mateo lo agarró con fuerza por la pechera del chaleco y lo pegó fuertemente contra la pared de una casa de la vereda. - ¿Cómo has dicho? - le gruñó. - Por favor Mateo, tu sabes bien quién es Raquel y esa muchachita es de su estirpe - a León se le hacía imposible zafar la mano de su primo de sus ropas. - ¿Cómo te atreves a llamarla...? - de pronto en la mente de Mateo se presentó una imagen muy conocida. Esa expresión la había escuchado antes, de otra persona, aludiendo al mismísimo León. Sacudiéndolo con más fuerza contra la pared le dijo:

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- Dime una cosa León, ¿tiene alguna relación esa muchacha con tu amistad con el hijo de los Villafranca? Él me llegó a comentar que gracias a ti, por decirle que su prometida tenía sangre de cabaretera él se salvó de cometer el peor error de su vida. - ¿Es que no lo sabes? - le respondió con malicia - ¿La muchacha del chalet? Recuerdas esa desafortunada historia ¿Cierto? Bueno, he ahí a la muchacha del chalet. Esa jovencita con su cara de inocentona no es diferente de su anciana tía. - ¿Adelaida era la prometida de Joshep Villafranca? - dijo Mateo sintiendo un mal pesar en su cuerpo. - Lo era. Pero por suerte... - Lo pusiste en contra de ella por tu odio a Raquel - casi le escupió el rostro. - Solo le dije la verdad y el mismo la comprobó - León lo miró con soberbia una vez más. - Una cosa es querer recuperar lo que es nuestra herencia, otra destruir la vida de una jovencita tan buena como esa - dijo Mateo comprendiendo en su alma el por qué la pecosa le había dicho que a pesar de su edad ya sabía lo que era aferrar su corazón al dolor. - ¿Tan buena como esa? - León rió burlonamente -. ¡Por favor Mateo! Toda tu ceguera es porque es la hija de Betania de la que también tuviste la suerte de no... Mateo soltó el bastón el que cayó sobre las redondeadas piedras de la vereda sonando tenebrosamente seco. Con sus dos manos sostuvo casi en el aire a León y lo miró con todo el enojo y desprecio que le pudo brotar de adentro. León palideció, él sabía que cuando su primo soltaba su bastón de esa manera era mejor alejarse, pero en ese momento no tenía manera de cómo hacerlo. 67


- Tu alma está podrida León - le dijo entre dientes -. Has mandado a llamar al joven Villafranca solo para perturbarla a ella, para perturbar a Raquel a través de su sobrina. En pocas semanas él estará aquí por tu culpa, por tu maldad, por tu odio. Gran Papá estaría tan decepcionado de ti. Somos del linaje Bardolín, no somos malas personas, o por lo menos eso siempre he creído. - Ahora eres un ángel. - Siempre he reclamado lo que por derecho creo es mío, pero jamás me atrevería pasar por encima de una inocente niña para jactar mi orgullo. Para sentirme poderoso. Que bajo eres León. Estás podrido por dentro. - Suéltame - le dijo comenzándose a poner nervioso -. Esa muchachita te ha cegado la razón. Nos han robado por años y ella y su tía y toda la marginal gente de este pueblo se nos interponen. - No tienes dignidad - lo soltó casi dejándolo caer de bruces -. Tú no tienes nada de valor que se te pueda robar. Y si nosotros, los Bardolín somos todos como tú en el fondo no nos merecemos este hermoso lugar. Por eso Gran Papá fue sabio en sus decisiones. - No menciones otra vez a ese maldito viejo... - no había terminado de decirlo cuando Mateo ya lo estaba abofeteando tan duro que le hizo sangrar la boca. - ¿Cómo se te ocurre? - Mateo no salía de su asombro - ¿Cómo se...? Todo esto por lo que estamos luchando, que ahora no sé si sea lo correcto, se lo debemos a Gran Papá. ¡Qué has hecho tú y yo sino que comernos la gran fortuna de dejó! Definitivamente estás podrido. - Me has roto la boca - León miró sus dedos manchados de sangre, luego lo miró con total desprecio -. Voy a hundir a este pueblo, voy a echar casa por casa abajo, y estaré parado frente de cada una de ellas cuando caiga disfrutándolo. Escupiré sobre los pies de cada 68


uno de estos pueblerinos mientras los vea irse de mis tierras. Y a la que más hundiré será a Raquel y si su sobrina se interpone la hundiré junto con ella, las ahogaré en el lodo de las ruinas que quedarán de este lugar. Y el hijo de los Villafranca estará aquí para montar, juntos, nuestras botas sobre sus cabezas mientras se hundan más y más. El tiempo está a mi favor, Mateo, y si te interpones tú, también te hundiré. Te lo juro por Dios que te hundiré. - Estás demente - Mateo se acercó a su bastón y lo recogió. Luego mirándolo a los ojos casi fundiéndolo con el enojo que sentía le dijo: Tendrás que hundirme entonces. No sabes lo que acabas de hacer amenazándome. Eres un cobarde que solo tiene el valor de ser un calumniador para agredir a esa pobre muchacha. De ahí a más lejos eres un cobarde, no me asustas con tus amenazas. ¿Me vas a hundir? Vamos a ver quién se hunde primero. - El demente eres tú - le gritó mientras Mateo comenzaba a alejarse mientras intentaba pulir la empuñadura de su bastón -. Somos toda la familia contra ti solo. Claro que te hundiré. Estás solo. Mateo volteó y lo miró en silencio, luego sonrió muy serenamente mirando a su alrededor, hacia todas las casas. - ¿Sólo? Eso vamos a verlo - se dio la vuelta y dejó solitario a León carcomiéndose en su propio odio. Maldijo cada hora que lo separaba del día en que Raquel ya no tuviese potestad sobre Los Jardines de Bardolín. Comenzó a caminar agitado por las emociones mientras se juraba a sí mismo que no quedaría una piedra sobre otra en cada paso que daba, que borraría de la faz de la tierra el más mínimo vestigio de aquel lugar. No dejaba de ver en su mente con profundo desprecio el rostro de Raquel y el de Adelaida.

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Y sabía que hundir a la pelirroja sería hundir a la Señora de Bardolín.

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Capítulo 24 Desde tempranas horas de la mañana un grupo de jóvenes y hombres se habían reunido en torno a los cerezos con picos y palas. Guiados por Gerónimo Valdez se comenzaron las labores de búsqueda. Unos esperanzados, otros sin esperanzas. Raquel se mantenía de pie un tanto en la distancia. ¿Y si escondiste el documento ahí? pensaba ¡Oh Guillermo que locura, jamás se me hubiera ocurrido! Le había indicado a Gerónimo cual sería el perímetro donde sería más idóneo buscar. Esos lugares donde ella y su amado compartieron horas de compañía, amor y pasión. Alzó la vista hacia los viejos cerezos, sus amados testigos de aquellos tiempos. Aquellos amigos silenciosos de su alegría. ¿Serían también los custodios de la salvación de todo Bardolín y de todo lo único que había tenido en la vida? Luego su mirada se fue un poco más lejos, un poco hacia su izquierda, más allá de la cerca alambrada que delimitaba el final de Los Jardines. - Jazmín - suspiró -. Mi niña. Miró hacia los pozos, donde estaba otro de los tesoros más importantes de su vida. En algún lugar, ahí, no lejos estaba su hija. Dormida en el tiempo acompañada por su muñeca. Por su leal compañera de porcelana. De la cual en casa tenía una réplica. - Hija - la llamó en voz baja como si Jazmín pudiera despertar lentamente de su sueño e ir a sus brazos y ser envueltos en ellos. Recordó la tarde que la perdió. Se precipitó de pronto una tormenta en todo Bardolín, no era tiempo de lluvias y aquel cielo grisáceo en la distancia no preocupó a los lugareños pensando que solo sería pasajero. Más no fue así, cuando llegó golpeó con su fuerza todo el lugar, con sus corrientes de aire furiosas como un demonio invisible que quería destruirlo todo. Cuatro niños jugaban a lo lejos cerca de los cerezos y en un descuido de los presentes cruzaron la verja hacia 71


los pozos. Querían asomarse al borde de uno de ellos y mirar que tan hondos eran. No podían entender cómo podían decir que no tenían fondo. Mamá, en algún lugar deben tener un fondo, le decía Jazmín de vez en cuando a Raquel. Ojalá no lo tuviesen pensó la dama de damas al recordar las palabras de su pequeña pelirroja. Ojalá aun estés cayendo eternamente sin nunca alcanzar fondo. Entre aquellos cuatro niños estaba Jazmín. Aquella improvista tormenta tomó por sorpresa a los infantes, el suelo se hizo viscoso. El lodo se formó rápido por las pocas hierbas que había en esa zona donde estaban y la fuerte brisa empujaba sus pequeños cuerpos hacia atrás llenándolos de mucho miedo. Solo tres niños alcanzaron llegar a la verja y llegaron pálidos de terror donde estaban los demás encontrándose en el camino a una Raquel desesperada buscando a su Jazmín. ¡Se cayó! repetían los tres. ¡Se cayó! lloraban todos. Tuvieron que sostener entre varios a la desesperada madre bajo la demente lluvia, que quería correr hacia los pozos, mas la tormenta había empeorado tanto que no se podía mirar más allá de un par de metros con claridad. Era un riesgo irla a buscar. Los pozos eran demasiado peligrosos en una tormenta como esa. Las lágrimas salieron de sus ojos en el más solemne silencio. Su rostro no cambió en lo más mínimo su expresión de lontananza, de nostalgia. Cómo si esas lágrimas fueran libres de irse de entre sus párpados a su antojo, libres en su tristeza. Se recordó a sí misma, casi demente, llorando, gritando, golpeando a los que la sostenían. Al mismo Guillermo lo tuvieron que sostener también, parecía un toro sostenido por endebles hombres, que luchaban porque no avanzara más allá de la verja. La lógica no importaba en ese momento. Jazmín lo era todo para ellos, Los Jardines se convirtieron en algo secundario cuando nació su pequeña pelirroja. Ella era la flor del lugar, ella era el jardín, ella era la primavera perpetua, ella era el Jazmín. Esa tarde el mundo cambió para Guillermo y para Raquel. Sus corazones jamás serían los mismos. La dama de damas miró en la redoma central de Los Jardines el recuerdo de los días siguientes. Ese lugar iba a ser muy distinto de lo que era en ese 72


momento. Guillermo y Raquel intentaban seguir como podían con su vida e intentado en memoria de su hija hacer de Los Jardines un lugar único, pero él estaba quebrado por dentro y en un momento de dolor volteó contra el suelo la pequeña carreta llena de pequeñas plantas y semillas. Comenzó a pisarlas, a golpearlas, a sostener los pequeños sacos de semillas y lanzarlos a ciegas. Raquel intentó detenerlo, pero no pudo. Por el contrario terminó uniéndose a él, arrojándolo todo en todas direcciones. Cuando su alma no pudo más buscó el regazo de Guillermo y se abrazó a él con tanta fuerza que lo trajo de vuelta en sí mismo; la miró pálida, diáfana, cómo si de pronto mirara en los ojos de ella el profundo deseo de no vivir más. Sintió terror de perderla a ella también. Y trató de ser fuerte, trató de ser la columna de Raquel, aunque él seguía quebrado por dentro. Roto. En los meses siguientes no se acercaron a Los Jardines; ella no salía de casa y él intentaba hacerla sonreír aunque fuese lo más mínimo. Sin embargo Raquel iba camino a la locura, no salía de la habitación de su niña. La ausencia de Jazmín le parecía una mentira a la dama de damas, tenía que ser todo una simple pesadilla de la que tenía que despertar en cualquier momento. Pero la ausencia no solo de su niña, sino también de su inseparable muñeca doblaba el silencio, multiplicaban el vacío en aquella casa. Raquel se culpaba a ella misma de su pasado, Dios le cobraba cuentas, le recordaba que no era digna de ser feliz por sus pecados, pero Guillermo le prohibía pensar así. La escarmentaba cuando ella se mal juzgaba, cuando se comenzaba a culpar y a odiarse ella misma por tiempos tan lejanos ya. Para salvarla de su hundimiento él decidió darle una sorpresa a Raquel. Tomó el cabello de Jazmín, la parte que él conservaba de la vez que a la niña le cortaron el cabello, tan largo y abundante que Guillermo conservó una parte, Raquel otra y la tercera parte lo usaron para la muñeca. Fue donde el artista que había hecho la primera muñeca para que este le hiciera una segunda, una réplica de la primera. Cuando el escultor supo la noticia, estuvo mucho rato en silencio sin decir nada. En el mismo silencio doloroso tomó el 73


cabello de Jazmín y con una sonrisa compasiva se despidió de un Guillermo taciturno, después que este le diera algunas indicaciones sobre la muñeca. Una tarde llegó una carta de Gran Papá, era una carta urgente, necesitaba la ayuda de Guillermo en una de sus minas, sus otros hijos no habían querido comprometerse y sabía que de todos ellos Guillermo no lo dejaría solo. El día que tenía que partir fue el mismo día que le entregaban la muñeca terminada, corrió a la casa del escultor en el pueblo vecino para recibirla, para poder dársela a Raquel y partir lo antes posible a auxiliar a Gran Papá. Cuando tuvo la muñeca en brazos no pudo detener sus lágrimas. Agradecido se despidió de su amigo artista y con prisa llegó a casa. Raquel estaba sentada en la mesa del comedor, pensativa, ida, casi vacía, mas cuando él se acercó a ella y le mostró la nueva muñeca, la dama de damas la tomó un largo rato en manos si decir nada, luego mirando a su esposo se le lanzó al cuello abrazándolo con tanto amor, con tanta solidaridad, con toda su alma. Estuvieron abrazados no importa cuantos minutos, fue un abrazo eterno. Él la miró a los ojos con amor, ven conmigo, le pidió una vez más. Raquel negó con la cabeza regresando sus ojos al rostro de la muñeca acariciando su melena roja. Ven por favor, le imploró nuevamente preocupado por tener que dejarla sola. Pero ella se volvió a negar. El resto de su vida se arrepentiría de no haber ido. Cuando llegó la hora de irse, cuando él iba con maleta en mano, se acercó a Raquel y la besó como nunca, la besó tan intensamente amante que ella sintió alivio en su alma, luego él comenzó a caminar hacia la puerta y bajo su umbral se detuvo y volteó a mirarla. Se miraron unos segundos, él le sonrió. Te amo, le dijo y salió camino a la vereda principal.

Fue la última vez que lo vio.

Un día, furiosa con la vida y con todo Bardolín, caminó hasta Los Jardines dispuesta a maldecirlos e irse para siempre de ese lugar. 74


Abrió la puerta de hierro que existía en la entrada, pero cuando llegó frente al lugar se quedó paralizada. Las flores habían crecido mezcladas, el paisaje que tenía en frente era demasiado increíble para creerlo. ¿Cómo del dolor de Guillermo y ella nació un jardín cómo ese? Al lanzar las semillas en todas direcciones cada una decidió su mejor lugar al caer. La naturaleza multicolor que tenía en frente superaba toda imaginación que pudiese haber tenido antes de lo que ella quería que fuera el lugar. Pensó que sin duda alguna, en Los Jardines había quedado algo de Jazmín y de Guillermo, incluso de ella. Y en vez de odiarlo, lo amo más. Como si en cada flor vivieran sus dos amados. Esposo e hija. Raquel levantó la mirada de nuevo hacia los que seguían cavando en la tierra en busca de un cofre, o de algo que pudiese contener el documento. Por favor, le rogó a Dios. Deseó con toda su alma que estuviese ahí el escurridizo papel que debía ser firmado por dos personas, las que se harían dueñas absolutas de todo Bardolín. Ese era el deseo de Gran Papá, de que Guillermo y Raquel firmaran el documento. Raquel pensó que de aparecer el documento se lo daría a firmar a Margot y a Gaspar, sus más queridos bardolideños. Dos personas de gran alma y queridos en todo Bardolín. Ella ya era una anciana que no duraría muchos años más. Los Jardines de Bardolín estarían bien cuidados en manos de tan amables y amados amigos. Casi unos hijos para ella.

- ¡Adelaida! ¡Apúrate! - Lili estaba inquieta. - ¡Ya voy! ¡Ya voy! - le dijo la pecosa desde su habitación yendo de un sitio a otro. Se probaba un sombrero y se miraba al espejo. No, meneaba la cabeza y lo lanzaba sobre la cama. Tomaba otro, igual. Estaba indecisa. La que siempre sin problema se combinaba ante el 75


espejo sin problemas, la que era una maestra del buen vestir de pronto se encontraba dudosa. La verdad era que en ese momento no le importaba verse correcta, sino hermosa. Había perdido la costumbre de sentirse bella que no sabía qué hacer. Santiago estará allá, se decía. - ¡Adelaida! - le insistía Galleta. La pecosa sin más tomó un sombrero blanco, con tocado de flores y se lo puso sin más, sin mirarse al espejo. Se acercó a la puerta y la muchacha de ojos marrones suspiró aliviada de que por fin su amiga saliera. Era la hora perfecta para mostrarle a Adelaida la vida en Los Jardines, que conociera el floreado lugar justo en el momento que no solo había colores en los pétalos sino también aleteando en el aire fresco de tan hermoso vergel. La hora en que aves y mariposas llenaban todo con sus cantos y matices. La hermosa pelirroja le sonrió apenada por el retraso y salieron sin perder un segundo más camino a Los Jardines, donde en ese día estaban puestas todas las oraciones de los bardolideños. Al avanzar por la vereda principal, al llegar a la altura de la fuente apareció Fabián, como siempre, con su risa de centella. Lili se sonrojó, tanto que casi parecía una manzana. - ¡Ja! Esa era toda tu prisa - le acusó Adelaida cerca de su oído. - ¡No! ¡Qué dices! - los ojos de Lili se abrieron amplios como dos ventanas -. No sabía que estaría aquí. - Sí. Claro - le dijo la pecosa entrecerrando los ojos como dos pequeñas rendijas. - Eres injusta - se sonrió la muchacha de cabellos lacios. - ¿Cómo que injusta? - Me acusas por mi prisa, pero no dices nada por tu retraso. - Mi... es distinto... - la pelirroja se sintió atrapada. 76


- Sí. Claro - dijo Lili. Se rieron las dos. - Mi retraso solo es porque no sabía que ponerme - aun trató de defenderse. - Siempre te ves bella y es la primera vez que te veo tan preocupada de cómo te ves. Yo sé que no es como te ves, sino como quien te ve - dijo la muchacha de ojos marrones, al mismo tiempo que ponía expresión de desentendida. - ¿Cómo quién me ve? - a Adelaida las orejas se le sonrojaron -. No sé qué estás diciendo. Lilibeth solo la miró y le sonrió. Fabián se había acercado hasta ellas, mientras caminaban en su dirección. - Cómo estás Adelaida - caballerosamente saludó a la pecosa. Luego miró a Lili -. Hola Galleta, que bonita estás hoy. - Gracias - Lili miró con pena hacia su amiga. Nunca Fabián le había dicho algo así y menos delante de nadie. - Estarás ciego Fabián. Ella está bonita todo los días - dijo la pelirroja provocando al muchacho de sonrisa de centella. - Sí, lo mismo pienso cada vez que la veo - respondió él sin apartar los ojos de los de Galleta, la que estaba rígida. Sin saber dónde mirar, queriéndolo mirar solo a él -. Solo que hoy lo he dicho. - Deberías decirlo más. - ¡Adelaida! - Lili la jaló de la manga de su blusa. - Lo diré más - dijo Fabián, mas Galleta no sabía cómo mirarlo. ¿Por qué lo está haciendo? ¿Por qué dice eso? ¿Será que...? No, no. No puede ser, cavilaba en sus pensamientos.

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- Voy de regreso a Los Jardines que estamos ya en este momento buscando el documento de Doña Raquel. - Vamos para allá - dijo la pecosa -. Voy a conocer a Los Jardines. - ¿No has conocido Los Jardines? - dijo sorprendido el joven - ¿La sobrina de la creadora de Los Jardines no los conoce? - ¿Creadora de Los Jardines? ¿Mi tía? - la pecosa pareció sorprendida. - ¿No lo sabías? - dijo él. Galleta seguía en silencio pensando por qué Fabián le había dicho aquello. - No. Sin duda mi tía está llena de miles de historias sobre este lugar. - Este lugar es ella - pudo decir Lili por lo bajo. - Así es - dijo él. - Me dije que antes de irme tenía que conocer a Los... - se quedó a mitad de lo que estaba diciendo. Se sintió mal. También pudo sentir como Galleta la miraba con desamparo. Recordó las palabras de Santiago, se le hizo un nudo en la garganta. No se quería ir. - ¿Sucede algo? - le dijo extrañado el joven de risa de centella al verla hundida en su repentino silencio. - No. Nada - ella intentó sonreír -. Me acordé de algo, eso es todo. Lili unos pasos más adelante le tomó de la mano y la miró con sus grandes ojos llorosos. Adelaida se le estremeció el corazón. Mi hermana, pensó, la dejaré sola. Aunque miró por encima de ella al silencioso Fabián que miraba hacia el frente a lo lejos. No, no estará tan sola. Se dijo en sus adentros que ese día no había llegado, el día de su partida, que en el presente ella estaba en Bardolín y que viviría 78


cada día como si fueran perpetuos. Que disfrutaría cada hora por venir. - Aquí estoy hermanita - le dijo acercándose a Galleta -. Aquí estoy. Así llegaron juntas, tomadas de la mano hasta el arco de hierro forjado, que en el pasado sostuvo la reja que cuidaba el paso a Los Jardines. Cruzaron su umbral y comenzaron a recorrer el sinuoso camino que había hacia el vergel. La pecosa no disfrutaba mucho la pequeña subida, su falda se iba llenando de algunas semillas extrañas que se adherían a la tela y sus botas más sencillas, incluso eran demasiado finas para poder caminar con comodidad por ese sendero. Pero olvidó todo eso cuando vencieron la pequeña pendiente y por primera vez, con sus pequeños hermosos ojos, vio a Los Jardines de Bardolín. Se llevó una mano al pecho. Estaba viendo al paraíso.

Se quedó sin palabras.

Adelaida pensó que en ese lugar debían aparecer ángeles. El vendaval hizo sisear todo el vergel, meciendo en el aire las coloridas flores que llenaban todo cuanto veía. El perfume silvestre la envolvía dándole la bienvenida a Los Jardines con sus elaborados bouquets. La cantidad de mariposas era impresionante, no tardaron en posársele en el vestido. Miró los esbeltos árboles que rodeaban, como niños gigantes tomados de la mano, todo el hermoso edén. Trataba de decir algo pero su fascinación la tenía pasmada. ¿Cómo no había venido antes? pensaba una y otra vez. Los Jardines de Bardolín parecían llenarla por dentro de energía, de vivificarla, la hacían respirar paz. Se sentía consentida por una entidad invisible, como si aquel lugar tuviera consciencia de que ella estaba ahí, recibiéndola con amor. Los Jardines eran el reflejo de la gente noble 79


del lugar. Era sin duda el corazón de tan hermoso pueblo, lleno de veredas, flores, historias y cerezos. No tan lejos de ahí miró en silencio a su alta tía. Casi inmóvil como una gran escultura mirando a lo lejos, siguió con la mirada la dirección en donde miraba la dama de damas y vio a un grupo de hombres trabajando arduamente cerca de una robusta hilera de cerezos que delimitaban la parte trasera del vergel. Más allá están los pozos, recordó. Recordó a Jazmín. Su pecho latió con intensidad pensando en su prima, sintió profunda compasión por esa niña jamás encontrada, la que en algún lugar detrás de Los Jardines se mantenía oculta, sostenida por los brazos del tiempo. - Jazmín - le habló como un susurro -, desde aquí te envío una oración de paz. Te prometo que mientras esté aquí cuidaré de tía Raquel con todo mí ser. Lili la miró en silencio. No dijo nada. Fabián se había adelantado a ellas, dirigiéndose camino al grupo de hombres que cavaban sin parar. Al llegar cerca notó que habían encontrado restos de algunas cosas, nada útiles. Del documento aun no se tenía ni lejana idea de donde podría aparecer, los ánimos iban decayendo poco a poco incluso en los más entusiastas. Fabián miró hacia Doña Raquel, la miró en silencio, sola, mirando inamovible hacia donde ellos estaban. Sintió compasión por aquella mujer tan querida por todos, la que nunca los trató como intrusos en aquellas tierras que de momento seguían estando bajo su tutela. Ella los recibió como su familia. Realmente pensó, que todos en Bardolín eran la única familia que había tenido Raquel durante todos sus años de soledad. Regresó su atención al trabajo, aferró con fuerza el asidero de su pala y comenzó a remover la tierra que estaba frente a él. Adelaida recorrió la caminería de lozas azuladas hasta llegar al lado de su tía abuela. La dama de damas no la miró, recibió a la pecosa acunándola bajo su brazo como un ave protege a su polluelo. La muchacha de cabellos de fuego se abrazo a ella con fuerza. 80


- Tía, que hermoso lugar. - Hermoso como ningún otro. Aquí cabe toda la tristeza y la alegría de esta anciana - le respondió Raquel sonriendo melancólica. - Ese documento tiene que aparecer - dijo la pecosa llenándose a sí misma de esperanza. - Sí hija, tiene. - No pierda la fe tía. Dios no se olvidará de usted. Ya se ha olvidado antes, pensó. Sin embargo cuando bajó su mirada a los ojos iluminados de su sobrina se dijo que también tenía sus momentos que se acordaba de ella. Hacía tanto tiempo que no estaba tan feliz por dentro, estaba tan agradecida de que Adelaida pasara por su vida, ya no importaba cuanto tiempo fuese a durar. Su alma había sido llenada de nuevo de amor, de alegría, de fe en el mañana. Se sentía de nuevo como una madre. Se sentía útil para alguien, que sus palabras, amor y compañía podían hacer de Luisa Adelaida, una dama enteramente feliz. Santiago estaba cerca de Toñoño cavando sin detenerse. De pronto había sentido como si toda la realidad de Bardolín hubiese caído sobre él. Su hogar, dependía de que la búsqueda fuera efectiva. Que no se desmayara en los ánimos, que todo la intención estuviese centrada en encontrar el documento de como fuera lugar. Aunque en cada palada, al solo encontrar raíces y rocas se desmoralizaba gradualmente. Toñoño intentaba de igual manera no perder la fe. Tierra, pensaba, solo hay tierra y más tierra. Molesto levantó su pala con soberbia y la clavó con fuerza contra la tierra removida...

¡TOC!

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Sonó algo hueco bajo el golpe de su pala. Toñoño sintió un escalofrío que le subió por el centro de la espalda. Se puso de rodillas y con las manos comenzó a escarbar casi sin respirar. Su sudor le corría por la frente y por lo brazos. Sus mejillas estaban un más rosadas de lo normal. Tocó algo duró, estructural, que no se movió al jalar de él con sus dedos. Sacó una pequeña pala que llevaba en el bolsillo trasero de su braga y cavó movido por una creciente ansiedad. Aquel objeto era rectangular y de medianas dimensiones. - Oh mi Dios - dijo para sí mismo. Había conseguido algo. Se puso de pie casi incapaz de hablar. Miró a su amigo Santiago el que le devolvió la mirada lleno de intriga. De pronto empezó a señalar con emoción hacia sus pies. - ¡Lo encontré! - comenzó a decirle al muchacho de las herramientas, el que de casi un brinco llegó a su lado. Todos los presentes hicieron su parte acercándose ansiosos. El muchacho chancho, se inclinó de nuevo y como un perro que busca un hueso comenzó a sacar la tierra con sus manos de los lados de aquel objeto.

Era un cofre.

Cuando todos salieron de su pasmo se lanzaron junto a Toñoño a escarbar, a mover de un lado a otro el mediano cofre tratando de aflojarlo de las férreas manos de las tierras fértiles de Los Jardines. - ¡Toñoño lo encontró! - gritó un señor hacia la dama de damas, la que se mantuvo sin siquiera moverse de donde estaba. Hasta que no lo tuviera en las manos no se alegraría.

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- Tía - Adelaida la miró, pero la dama de damas, parecía de acero mirando hacia el grupo de hombres que parecían moscas sobre un trozo de carne cruda. Lili se mantenía al lado de las dos, orando por que el extraño cofre tuviese en su interior el anhelado documento. Toñoño por una de las asas y Santiago por la otra lo arrancaron del suelo como si fuera una muela envejecida del removido suelo. Todos iban al lado de ellos llenos de emociones encontradas, mientras estos como por un acuerdo silencioso comenzaron a caminar con prisa hacia la Señora de Bardolín. Al llegar ante la silenciosa mujer, alta como una torre de acero, lo depositaron ante sus pies con cuidado. Adelaida y Santiago se miraron y se sonrieron esperanzados. El muchacho de las herramientas comenzó a quitar la tierra húmeda que estaba pegada sobre la parte superior de la tapa. Poco a poco fue apareciendo una figura. Raquel la conocía. Suspiró profundo. Cerró los ojos pidiendo a Dios el milagro que necesitaban para salvar su amado hogar. - Doña Raquel ¿Este cofre era de usted y de su esposo? - preguntó uno de los ancianos presentes, mientras los demás hicieron un impoluto silencio. Ella negó con la cabeza. Sin embargo sobre el cofre estaba aquella figura tan conocida para ella.

El escudo de la familia Bardolín.

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Capítulo 25

La esbelta dama caminó solemne hasta el cofre. Se inclinó frente a él y miró el diseño de aquel escudo, labrado e incrustado magníficamente sobre la tapa de madera con fuertes soportes de metal. Su corazón parecía haberse quedado mudo, no lo sentía en el pecho. Puso su mano sobre la sucia superficie en la parte baja de aquel emblema y apartando la tierra húmeda hacia a un lado dejó al descubierto dos iniciales: "G.B." Las miró unos segundos en silencio. Suspiró profundamente, pero la expresión de su rostro no salió de su lejanía. Se incorporó mirando hacia Santiago y Toñoño, y les pidió que se acercaran. - Diga usted - dijo Toñoño, mientras el joven de las herramientas se mantuvo en silencio muy tenso. - Necesito que en ese mismo lugar sigan buscando. - Pe... pero... ¿no cree que esté el documento en ese baúl? - titubeó el joven de mejillas rosadas. - Hagamos lo que nos pide - dijo Santiago en baja voz sin quitar la mirada de la dama de damas. Se dio la vuelta pero antes de alejarse miró hacia a Adelaida. Ella se ruborizó. Luego caminó decidido directo hacia su pala y Toñoño lo alcanzó a trote, haciendo lo mismo. Sin pensárselo dos veces comenzó a palear en el mismo lugar donde había aparecido el misterioso cofre. Tenía un mal presentimiento. ¿Seguir buscando? ¿Qué? Por el contrario todos los demás comenzaban a moverse incómodos, a murmurar. Las mujeres de estos que estaban hacia un 84


borde de Los Jardines se acercaron. Los ánimos comenzaban a caldearse un poco en los que no entendían la actitud silenciosa de la Señora de Bardolín. - ¿Por qué ha mandado a los chicos a seguir paleando? - estalló molesto un hombre de mediana edad - ¿Por qué no nos dice nada? ¿El documento no está ahí? La Raquel de acero lo miró y aquella mirada hizo que el hombre tragara hondo. Pero ella no le dijo nada. Silenciosamente volvió a mirar sobre aquellas iniciales. G.B. Guillermo Bardolín. Mas ella sabía que no era su Guillermo, sino el padre de este. Su bien apreciado Gran Papá. Si aparecía otro cofre, entonces sería cierta la historia que siempre le había contado su amado. Si era así, sino aparecía el documento, podría que Los Jardines de Bardolín aun pudiesen salvarse. - Tía... ese cofre... ¿Lo conoce? ¿Es lo que estamos buscando? - la pecosa se le acercó al oído casi punta en pie. La dama de damas le sonrió maternalmente. - El cofre es de Gran Papá - le respondió como un susurro. - ¿De Gran Papá? ¿El documento no está ahí? - la pecosa se aferró con fuerza a la cintura de su alta tía. - Me temo que no - Raquel volvió a mirar por encima de los presentes hacia los jóvenes que continuaban buscando, mirando que Fabián y Gaspar se habían unido a ellos. Otros se iban acercando poco a poco, mientras un grupo de hombres con sus esposas comenzaban a retirarse descorazonados. Ella los dejó ir. En cambio Gerónimo intentaba convencerlos de que regresaran, que no perdieran la fe. Que en mucho tiempo no se había conseguido nada y ahora tenían una gran posibilidad de que dentro de aquel cofre estuviera el documento. Pero no le creían. Si era así ¿por qué Doña Raquel no se veía contenta? ¿Por qué no detuvo la búsqueda de lo 85


que se estaba buscando, por el contrario la continuó? Lo más sano para ellos era comenzar a pensar que hacer, donde irse de perderlo todo, sino era que ya lo habían perdido. Adelaida volteó a mirarlos también y el corazón se le agitó con brío. ¿Por qué se van? pensó ¿Por qué? ¿Acaso no aman este hermoso lugar más de lo que lo amo yo? Y sin darse cuenta de sus propias acciones, se soltó de su tía abuela. - Adelaida - Raquel intentó sostenerla pero la pecosa avanzó decidida hacía los cerezos y tomando con un poco de dificultad la primera pala que se le cruzó en el camino la levantó con sus delicadas manos y caminó hasta el borde de la zanja. - Santiago - lo llamó haciéndole dar un respingo. Cuando él la miró ella le extendió la mano para que la ayudara a entrar, pero él dudó. La miró con la herramienta en la mano y dudó. ¿Adelaida quería escarbar también? Era un trabajo demasiado rudo para sus manos. - Adelaida, no es necesario... - Santiago - le volvió a extender la mano con mayor firmeza, mirándolo sin pestañar. - ¡Luisa Adelaida! - la dama de damas la llamaba pero su bravía sobrina la ignoraba - ¡Santiago no! - Santiago - una vez más la pecosa le pidió su ayuda para entrar -. Me ayudas a bajar o bajo yo sola. - Hija esto es un trabajo rudo, para hombres - se acercó Gaspar -. Te lastimarás las manos. Si es necesario nosotros cuatro buscaremos por todo el lugar si los demás se dan por vencidos - los que estaban fuera de la zanja se movieron incómodos al escucharlo. Adelaida lo miró pero no le respondió. Entre aquel grupo de hombres que estaban impávidos y hasta admirados por la determinación de la preciosa pelirroja, no les quedó duda de que Adelaida llevaba en su sangre la fortaleza de espíritu de Doña Raquel. 86


- Santiago - por última vez miró al joven de las herramientas a los ojos. Y movido sin saber por qué motivos, le extendió la mano y se la sostuvo. Tan suave, piel tan delicada, manos pequeñas y amadas, pero tan valientes, tan capaces, pensó él. Adelaida bajó con cuidado apoyada en su mano y al quedar frente a frente ella lo miró solidaria. - No perderás tu hogar - le dijo muy cercana a él. - No tienes por qué hacer esto. - Sí. Sí tengo. - Adelaida... - Amo este lugar Santiago - la pecosa sintió como sus mejillas se le pusieron cálidas al decir eso, un hermoso rubor llenó su rostro. Se sintió tímida y desvió la mirada. No era solo ese lugar que comenzaba a amar. - No tienes por qué hacerlo - se acercó Fabián. - Hija, puedes apoyarnos de otras formas - dijo Gaspar. Al rededor los que se habían quedado mirando comenzaron a sentir remordimiento de su propio actuar, al ver lo decidida que estaba la sobrina de Doña Raquel, al ver a esa joven dama tan "bonita y refinada" dispuesta a luchar por lo que ellos estaban desesperanzados por conseguir, cuando ellos eran los que perdían más sino luchaban. - Adelaida... - Santiago no soltaba su mano - no quiero que te lastimes... - No permitas que me lastime - ella lo miró con cariño. Él le sostuvo la mirada en silencio unos segundos y luego, sin pensarlo más sacó de sus bolsillos una venda, la que cortó a la mitad y tomando las manos de la preciosa dama, se las envolvió con determinación, con 87


toda la intención de crear para su delicada piel la mejor protección posible. Ella lo miraba con tanto amor, se sentía protegida por él, se sentía que podría palear con Santiago hasta el otro lado del mundo, si ahí debían llegar. La dama de damas se había acercado pero se detuvo algo distante con la mano en el pecho. La imagen de Adelaida y Santiago, uno frente al otro, juntos, tan cercanos, casi íntimos, dispuestos a luchar por el futuro de Bardolín la dejó paralizada llena de inmedibles emociones. Los miraba como si fuera una proyección en el tiempo, como si pudiera verse a sí misma frente a Guillermo, retando al mundo al que se enfrentaron por estar juntos, por vivir de su amor tanto como pudieran, por hacer realidad ese lugar tan lleno de historias suyas. Los Jardines de Bardolín tenían esa magia, en especial si se estaba cerca de los cerezos con el corazón lleno de amor. Adelaida se acercó a Santiago y lo besó en la mejilla. Luego aferró sus pequeñas manos a la pala que sostenía y avanzó entre Fabián, Toñoño y Gaspar y se dispuso, con toda su determinación comenzar a remover la tierra que tenía ante ella. Los tres hombres no salían de su asombro, se habían quedado estáticos viéndola, una imagen tan ambigua y tan hermosa, la delicadeza y la rudeza juntas. Adelaida hizo su primer intento, pero fue poco lo que pudo lograr, supo desde el primer momento que sería una labor exigente. Santiago se acercó a ella y desde atrás puso sus manos sobre las de la pecosa, ella lo miró trémula, pero al segundo siguiente se acunó en su pecho mientras él la guiaba sin palabras, le enseñaba como debía hacer uso de la pala. Alguno de los hombres que se habían mantenido de mirones, comenzaron a saltar dentro de la zanja y como si hubieran recibido una dura lección comenzaron a cavar sin más. Gaspar sonrió, la niña ha hecho el trabajo más rudo de todos, pensó, motivar a esta cuerda de desmoralizados. Algo que él sabía no se lograba con fuerza bruta. - Lo lograremos - dijo Adelaida. - Ahora sé que sí - le dijo él cerca de su oído. Ella sonrió. 88


Santiago y Adelaida formaron un equipo, él removía la húmeda oscura y pesada tierra bajo sus pies y Adelaida la paleaba hacia un lado donde los demás la arrojaban fuera de la fosa. Con la cooperación de todos los que se iban sumando, no tardó mucho tiempo ante los pies de la dama y su caballero, aparecer otro cofre idéntico al anterior. Alzaron las voces y Doña Raquel comenzó a cambiarle el semblante. Su expresión iba suavizándose poco a poco, aunque seguía en absoluto silencio. Entonces era cierto. La historia era cierta. Ahora debían aparecer dos cofres más, si aparecían no habría falta abrirlos para saber que había dentro de ellos. Por su parte Gaspar al aparecer el segundo cofre, se quedó pensativo. Él también había escuchado la historia de los cuatro cofres, la escuchó de Don Guillermo y de Doña Raquel, cuando apenas era un niño, el que corría por Los Jardines junto a Margot y junto a Jazmín. De pronto tuvo una visión tan clara de la niña pelirroja de Doña Raquel y alzó la mirada hacia Adelaida. La observó casi nostálgico. La presencia de la sobrina de la dama de damas se volvió casi mística. ¿Eres Jazmín que ha vuelto para ayudar a su amada madre? pensó en sus adentros. Jazmín, Adelaida, los cofres, Los Jardines, todo se unía como si fuera un plan del destino. Miró a Doña Raquel y ella le devolvió la mirada, se sintió de nuevo como ese infante que escuchaba las maravillosas historias de Guillermo y Raquel, sentado junto a Jazmín y Margot... y recordó... incluso Mateo. Recordó que Mateo era muy cercano a su tío, el esposo de Raquel, porque Vicencio, el padre de Mateo, y Guillermo habían sido muy unidos. La dama de damas le sonrió como si hubiera leído sus pensamientos. Le asintió en complicidad. Gaspar le regresó el gesto. - ¡Hay otro! - otro grupo de bardolideños había dado con un tercer cofre. - Falta uno nada más - dijo para sí misma la dama de damas. Al intentar sacar los dos cofres no pudieron. Pesaban mucho, tuvieron que sacarlos entre seis hombres, tres por cada lado. Adelaida estaba agotada y se sentía adolorida, estaba llena de tierra de arriba hasta 89


abajo. Su vestido estaba desastroso, pero seguía viéndose hermosa, seductora para el joven de las herramientas, el que se acercó y le quitó la pala de las manos y ella vencida no le dio oposición. Tenía ampollas en sus finos dedos, Santiago sintió pena por ella. Le quitó poco a poco las vendas y vio las manos de la pelirroja hermosa coloradas por el roce del arduo trabajo. La piel estaba lesionada. Ella se miró las manos y suspiró compungida. - ¿Te duelen? - preguntó con ternura Santiago, ella asintió sin apartar la mirada de sus manos. Él estaba muy cerca de ella, mucho, y no se atrevía a levantar la mirada, aunque lo deseaba. Deseaba con toda su alma mirarlo en tan diminuta distancia. Él acercó las suaves manos de la pecosa a sus labios y sopló suavemente en ellas. El cálido aliento de Santiago aliviaba mucho el ardor que sentía sobre la piel. - No pude evitar que te lastimaras - dijo con algo de pena el joven de las herramientas, pero ella sonrió dulcemente. - No estoy lastimada - le susurró. Él la miró al rostro, ella tuvo el valor de mirarlo. - Pero te duelen las manos - él pereció acercarse más a ella. - Pero no estoy lastimada - a ella el corazón le latió en todas direcciones y se quedó casi inmóvil. - Adelaida... - ¡Otro! ¡Aquí está otro! - gritaron una vez más al encontrar el último cofre. Adelaida y Santiago casi dieron un brinco. Voltearon a ver como sacaban otro pesado cofre de las oscuras y fértiles tierras de Los Jardines. La pecosa le sonrió a Santiago y comenzó a caminar en dirección de los tres cofres encontrados, él suspiró. Estaba a punto de conseguir su propio tesoro, solo si hubiera tenido un par de segundos más. Caminó detrás de ella resignado a su suerte. La dama de damas estaba al borde de la amplia fosa, y pidiéndole a 90


Gaspar que se acercara le pidió que abriera uno de los cofres. El corazón de aquel robusto hombre latió como el de una pequeña avecilla. Valiéndose de una barra de metal hizo fuerza entre la tapa y la vieja cerradura de la estructura de madera, reforzada con piezas de metal, bastante corroídas por la humedad y el tiempo. Aun así aquella tapa le opuso resistencia, pero el gran Gaspar no se dejaría vencer por un pedazo antiguo de madera. Crujió fuertemente la superficie y la cerradura se desprendió llevándose consigo trozos y astillas pegadas. La tapa había quedado libre. Un silencio cayó encima de todos los presentes. Parecía que hasta las aves habían dejado de trinar en los altos árboles. Como si la brisa se hubiera detenido a curiosear. Miró a la dama de damas que le asintió para que prosiguiera. Gaspar abrió el cofre. Había una cobertura casi hermética cubriendo la boca, soltó la barra que tenía en la mano y le pidió a Toñoño la pequeña pala que llevaba en la braga. El joven chancho se la pasó y sin perder ni un solo segundo la incrusto por todo el borde y comenzó a destaparlo. Retiró la cobertura caoba y se escuchó un gran rumor correr entre todos al mirar el contenido. Estaba repleto de oro. Gaspar sonrió al verlo con sus propios ojos. ¡Era cierto! ¡La historia de los cofres era cierta! En ese momento era mucho más feliz por ser parte de la verdad de uno de los misterios más grandes de su infancia en Los Jardines, que por la fortuna que tenía frente a él. Los cofres llenos de oro de Gran Papá existían. Raquel tenía la certeza que con aquella cantidad de oro se podía llegar a un acuerdo con los Bardolín y así salvar a su tan amado pueblo y a sus tan amados jardines. - Con esto salvaremos nuestros hogares - dijo por fin la dama de damas, con su voz potente y señorial. - ¿Comprará el pueblo? - preguntó una mujer que estaba abrazada a su sudoroso esposo. 91


- Digamos que sí. Con esto podemos llegar a un acuerdo en caso de que no aparezca el documento - respondió Raquel. - ¿Es que vamos a seguir buscándolo? - dijo un anciano. - Lo único que nos hará dueños de Los Jardines es ese documento en caso de que la familia Bardolín no quiera negociar - se adelantó a decir Gerónimo. Corrieron comentarios entre todos los presentes una vez más, aunque ya no se sentían tan desamparados. Santiago salió de la zanja y ayudó a la pecosa a hacer lo mismo. La muchacha caminó hasta su tía abuela la que la miró de arriba a abajo lleno el rostro de una expresión graciosa. - Estás irreconocible Adelaida - le dijo la dama de damas. Su sobrina le sonrió. - Hay esperanzas tía. - Pero Raquel - gruñó el anciano de nuevo -. ¿No sería mejor repartir ese oro entre todos y comenzar a buscar donde irnos? - ¡No me saqué ampollas en las manos para que aun quieran salir corriendo de aquí! - a Adelaida aquella palabras se le escaparon de la boca sin poder evitarlo. Se sintió tan indignada por el comentario de aquel hombre. - Señorita usted no sabe... - Señor no importa lo que yo sepa o no sepa. Lo importante es que este hermoso lugar no se pierda. Soy yo según usted una ignorante, pero que intenta salvar su hogar. Cada día que pasa amo más este lugar y me pareciera que cada día que pasa, muchos de ustedes lo aman menos. ¿Cómo es posible? - No es necesario que se moleste... - el anciano intentó calmarla ante la mirada atónita de todos los presentes. 92


- Pero sí estoy molesta. Porque yo estoy dispuesta a ayudar a mi tía y a las personas que quiero en este tan bello pueblo que haré todo lo que esté a mi alcance, hasta el último momento. Y me molesta ver el abandono de muchos aquí ante esta situación. Quieren seguir teniendo una vida plácida ¿pero sin hacer nada para evitar lo que se avecina? Yo si quiero que aparezca el documento así sea el último día, en el último momento - Adelaida tenía el entrecejo anudado de lo furiosa que se sentía. Por el contrario Raquel estaba admirada, del ímpetu, del coraje que en todo sentido había demostrado su sobrina ese día en Los Jardines. Es como si ese vergel la estaba terminando de transformar, de llenar en las partes vacías de su alma. - Ya lo dije antes - dijo Raquel - el que ya se siente perdido ¿por qué sigue aquí? Pero les voy a decir algo. Sé que en el fondo siguen aquí porque tienen esperanza, igual que mi querida sobrina. Sé que tienen miedo. ¿Pero si no tuvieran miedo que harían por Bardolín? Harían lo que Adelaida, actuarían, amaran, lucharan por lo que por años ha sido nuestro, por lo que por años ha sido nuestra vida y nuestro hogar. Espero no estar equivocada con ustedes. - Raquel... muchos estamos agotados, han sido tantos años buscan... - el anciano intentó intervenir una vez más. - ¡Parece que no dije nada! Yo definitivamente también estoy molesta - le interrumpió la dama de damas - y si no tienes nada a favor que decir con la suerte de Los Jardines de Bardolín, es mejor, Bernardo, que no digas nada. O seré yo misma, con la autoridad que aun tengo y de la que nunca he hecho uso, la que comenzaré a sacarlos de sus casas, porque el que no luche por este lugar no se lo merece - la dama de damas se sorprendió a ella misma soltando tal sentencia, pero el coraje de Adelaida la había despertado desde el centro de su ser. Todos se pusieron pálidos, en especial el anciano al escucharla hablar tan decidida. 93


- Ahora necesito voluntarios para llevar los cofres hasta mi casa. Y necesito que se siga buscando el documento - dijo Raquel. Nadie dijo más, y hubo voluntarios tanto como para una cosa como para la otra. Trajeron hasta la entrada de Los Jardines una pequeña carreta jalada por un asno, donde subieron los cofres y emprendieron camino a la vereda principal. La carreta apenas si cabía por las veredas del pueblo pero avanzó sin problemas hasta la casa de Doña Raquel. Ella se fue detrás siguiéndolos a todos, dejando a Adelaida junto a sus amigos, Lili, Fabián y Santiago en Los Jardines. No sin antes rogarle a la pecosa que por ningún motivo fuera más allá de los cerezos, hacia los pozos. Santiago se sentó a descansar recostado de uno de los cerezos cerca de la fosa y Adelaida hizo lo mismo sin darle importancia a lo que correspondía a los modales de una dama. Estaba muy cansada. Uno junto al otro sobre la hierba se quedaron en silencio mirando a cierta distancia a Galleta y a Fabián que conversaban a solas. - Ojalá aparezca el documento - dijo Lili mirando a Fabián de momentos. - Hay que mantener la fe - el joven de sonrisa de centella trato de darse ánimos a sí mismo con sus palabras. Se quedaron en silencio. Él miró a la tímida muchacha de cabellos lisos como cortinas, tan negros como un azabache y ella se puso rígida sin saber cómo actuar. Si tuviera mis mariposas aquí, pensaba, tendría que decir. - Galleta, estás muy bonita hoy - terminó diciéndole él. - No sigas con eso - dijo ella muy apenada. - No quiero molestarte... es que... hoy he querido decírtelo. No es que sea la primera vez que te veas tan bonita. Es... es como dice Adelaida... todos los días... Galleta... - Yo no soy bonita Fabián. Bonita es Carolina, María, Verónica... se quedó callada de pronto. Se sintió celosa. Sin querer le había 94


nombrado a alguna de las muchachas a las que Fabián había cortejado alguna vez y con la que con una de ellas tuvo un noviazgo. - Galleta... - él titubeó un poco - Indiferentemente de lo bonitas que puedan ser ellas. Tú eres hermosa... - Fa...

- Galleta, yo no sé que irá a suceder con este pueblo. Pero si el destino decide que cada uno de nosotros debe tomar rumbos diferentes - a Lili los ojos se le abrieron tan amplios como de costumbre, era cierto, lo que decía Fabián era cierto. Si no aparecía el documento ¿a dónde iría cada cual? ¿No vería más a Adelaida ni a Fabián? Eso era demasiado duro para ella - quiero que sepas que eres una mujer muy especial, que entre todas las mujeres que he conocido ninguna ha tenido un alma tan pura como la tuya. - Fabián... - ella se sonrojó como el sol al atardecer - ¿qué te sucede? - Es una buena pregunta - se le acercó. La pobre muchacha no sabía dónde mirar, no sabía si correr o no moverse en lo más mínimo. Lili lo amaba, pero estaba asustada, ella nunca había sido abordada así. Y él parecía querer acercarse mucho a ella. Si la besaba la mataría de la impresión. - Yo mejor me voy - dijo ella en contra de sí misma. - Yo te acompaño. - No... yo... no gracias... yo me voy - y dando la vuelta comenzó a alejarse de él. Fabián intento alcanzarla pero ella aceleró al paso.

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- Galleta - la llamó. Pero ella no volteó. Se repitió mil veces lo idiota que había sido. ¿Qué me pasa? Se preguntó. Bien sabía que ha Lilibeth se le debía tratar con suma delicadeza, pero tal vez el temor de perderla, si tenían que irse de Bardolín, lo seguro que el destino los pudiese llevar por caminos muy distantes el uno del otro. No quería eso. Y sabía que podía en contra por el mundo infinidad de mujeres hermosas y buenas, pero con la ternura de Galleta nunca, porque lo que había terminado amando de ella, más que su frágil belleza era su alma. Miró hacia Santiago y se despidió de él desde donde estaba, hizo lo mismo con Adelaida. Avanzó algo cabizbajo y se dirigió a la salida de Los Jardines. - Vaya con estos dos - murmuró Santiago. Adelaida lo miró. - ¿Por qué lo dices? - Por nada. Tanto que tienen que decirse y no se lo dicen. Tan fácil que sería para ellos - Santiago tragó hondo, pues de pronto se sintió en la misma situación. Tanto que decir. - ¿Tú crees? - la pecosa no dejaba de ver su perfil. - No me hagas caso - intentó evadir las aguas en las que se estaba metiendo. - Gracias por apoyarme temprano - le dijo la pecosa. - Lamento que te hayas lastimado las manos de esa manera... y mira tu vestido... - ¡Oh! - ella se rió de sí misma - Sí parezco un huerto andante. - Más bien un jardín - dijo él soltándose un poco. Ella sonrió y arrancó una pequeña flor que se mecía silenciosamente frente a ella. - Gracias Santiago.

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Él levantó los ojos hacia ella, hacia esos pequeños ojos inocentes y pudo sentir que lo miraba de otra manera. Casi que quiso besarla, casi que no pudo contenerse. El amor adentro hacía tanto ruido, pero por fuera se quedó silencioso. Adelaida bajó la mirada, lejana en un pensamiento miró la pequeña flor que hacía girar entre sus dedos. Volvió a mirarlo, se quedó en sus ojos un segundo. Casi que quiso besarlo, casi que quiso que él la besara. Pero solo se sonrieron, aunque en el alma de ambos, eso contó como un beso. Luego cada uno cayó dentro de sus propios pensamientos. - Los cerezos están en flor - dijo ella rompiendo el largo silencio Amo las cerezas. Él la miró, miró sus labios rojos como toronjas, mientras ella miraba hacia arriba, hacia las floridas ramas de los cerezos. Miró sus pecas, las siguió por todo su rostro. Su cabellera rojiza y atractivamente despeinada que caía libre sobre sus hombros y medio sostenido por moños que ya no cumplían la labor de tener ordenado su peinado. Ella sintió la mirada silente de él, como si la llamara sin palabras. Lo miró. No me mires así, pensó ella, que no sé de mí. Pero él no sabía mirarla de otra manera. No estando tan cerca. - No me mires así - le susurró ella. - ¿Cómo? - No sé. Así, como lo haces. - Disculpa ¿te estoy incomodando? Yo... pero ¿cómo te estoy mirando? Ella lo miró sin decir nada. ¿A dónde se había ido Joshep? Pensó. Aquel recuerdo incesante que se interponía entre su corazón y sus emociones. Por primera vez tuvo consciencia de una verdad que apareció ante ella como una luz. Se sentía digna de ser amada. Merezco Amor, se dijo en sus pensamientos. Merezco ser valorada 97


por quién soy. Soy digna de ser tratada con delicadeza, soy digna de que se me respete, soy digna de lo mejor de la vida. No quiero menos. - Perdóname si te estoy incomodando - él apartó la mirada, sintiéndose confundido. - No. No me incomodas - le dijo ella como un murmullo -. Mírame. Él aun el doble de confundido la volvió a mirar. - No estoy acostumbrada a ser tratada con tanta dulzura. Yo he sido lastimada hondamente en mi alma Santiago y la vida, y las personas más cercanas a mi me golpearon muy duramente en toda mi confianza y en mi ingenuidad. No estoy acostumbrada a creer que merezco ser querida. No estoy acostumbrada a confiar. No quiero ser lastimada de nuevo. Por eso te he dicho que no me miraras... - No te quiero lastimar - dijo él apartando la mirada de ella por segunda vez. - Mírame Santiago. No quiero tener miedo de una mirada como la tuya. Mírame, merezco ser mirada así. Mírame Santiago, merezco ser mirada como lo haces - los ojos de la pecosa se llenaron de lágrimas. Él sintió tanto amor, tanta compasión por ella - Mírame, porque tus ojos me hacen recordar que soy bonita, que soy digna de ser valorada. Mírame como lo haces Santiago, merezco ser mirada así. Ella llena de emociones comenzó a llorar y él la acercó a su regazo y ella se acurrucó en su hombro abrazándose a su cuello. Y lloró en silencio, tan silenciosamente que la brisa cubría el sonido de sus sollozos. - No llores - le dijo el dulcemente al oído -. Mereces ser mirada con el mayor de los amores, con la mayor de las admiraciones, con la mayor de las ternuras. Para mí no hay otra forma de mirarte, porque 98


la razón en la forma en que te veo, es porque estoy viendo en ti todas esas cosas. No llores. Si nunca te miraron con amor, que almas tan ciegas. Los pétalos de aquel anciano cerezo comenzaban a caer sobre ellos, cómo si festejara, una vez más, que bajo su sombra volvían a encontrarse dos almas y el amor.

- Mis ojos son tuyos si quieres. Ella lo abrazó tan fuertemente.

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Capítulo 26

Su corazón latía suave, mecido suavemente por las manos de su amor. Cerró los ojos en un sueño despierto, recostada sutil en su hombro. Los pétalos silenciosos caían desde los cerezos, alrededor de ellos. La brisa amable de la tarde, bañada en los perfumes de Los Jardines llegó a ella como un hechizo. Se acercó más a él, intentando sentirlo de maneras nuevas y mientras su miedo se alejaba, sentía que podía unirse más y más a Santiago. En su mente las palabras eran como aves curiosas en las ramas del gran árbol de sus pensamientos; presentes, pero silenciosas. Curiosamente se sentía una dama, cómo nunca lo había sentido antes, con su cabello despeinado, su vestido lleno de tierra de arriba hasta abajo, sudorosas las pieles. Sentía que ya nada mancharía su esencia, porque brillaba con su propia luz. Él acarició su mejilla apartando un pequeño pétalo que se había atrevido a besar ese rostro que por deseo y amor le pertenecía; ella se dejó tocar el alma, se dejó alcanzar por primera vez en esa caricia. Se sintió liviana, cómo si estuviese llegando a la vida por primera vez, sin cargas, sin penas, sin miedos, se sintió amada. Él sentía el calor de ella sobre la mitad de su pecho, el cálido y acompasado aliento de ella rozando su cuello. La miró, observó sus ojos cerrados. La envolvió con mayor deseo de protegerla, la acercó suavemente hacia él y a diferencia de ella, su mente estaba llena de pensamientos inquietos, como aves que vuelan en las primeras horas del día, dándole la bienvenida al Sol y a su luz dorada, trayendo la buena nueva de un nuevo día. Ella dejó deslizar su brazo hasta que su pequeña mano quedó sobre el pecho de él, sobre su corazón, sobre sus latidos. La sostuvo, cómo la 100


vez que la conoció, la sostuvo como una paloma blanca en su mano, y miró compasivo, una vez más, las heridas que se había hecho horas antes. Frágil, como un pétalo de cerezo, hermosa y suave. La volvió a dejar sobre su pecho y la cubrió con la suya, como si la mano de ella fuera toda ella, como si pudiera amarla y protegerla dos veces. Adelaida suspiró tan leve, tan delicada, tan profunda, que no había duda que la felicidad era lo que buscaba salir de su alma a través de su ser, hacia Santiago. Él apartó un mechón de fuego del cabello de ella, que había caído silencioso sobre los labios de su musa. Esos labios, pequeños, que dibujaban la forma de un beso, o el deseo de uno; llenos de rubor, cálidos; tan cerca, unidos a él por todo el intenso deseo que cabía entre el breve espacio que los separaba de los suyos. Un beso, una caricia con los labios, una pregunta sustituyéndolo. ¿La beso? No sabía a quién le preguntaba, su corazón le decía que sí, su alma le decía que sí. ¿La beso? Si tan solo lo pidiera, si tan solo mostrara la mínima evidencia del mismo deseo. ¿La beso? Si ya antes de besarla con los labios, mil veces ya la he besado con mis ojos. Mil veces besada, sobre sus pecas, sobre sus labios, sobre su alma. Besada infinitamente en la distancia. Besada sobre un minuto silencioso mientras ella sonríe, mientras el amor crece sin hacer ruido, como un retoño de cerezo. Ella, abrió lentamente sus ojos y lo miró, en lo más hondo de sus pupilas, lo miró tan amorosa, tan suya, como si hubiera escuchado su pregunta silenciosa. Él acarició su rostro y mirándola a los labios... se acercó...

Mas ella puso suavemente sus delicados dedos sobre los labios de él deteniéndolo y se le volvió a abrazar del cuello, fuertemente. Santiago pudo sentir el corazón de ella latir tan duramente. Se le aniñó en los brazos, la sintió sumamente frágil, la sintió nerviosa. Aunque quería ser amada, no sabía cómo serlo, nunca la habían amado. Y aunque su miedo se iba de ella como el hielo del invierno se va poco a poco con la llegada de la primavera, aun llevaba el 101


recuerdo del último beso que tocó sus labios, del que la destruyó estando confiada, entregándose por completo. Si Santiago lo hubiera sabido, le hubiera dicho que aquello nunca había sido un beso. Que un beso no es lo que sucede cuando dos labios se encuentran, un beso es lo que vive después de que esos labios se separan. Un beso siempre se da con el alma, sino es así, es simplemente el tropiezo de dos labios, encontrándose vacíos. Un beso une invisiblemente a dos amantes, un beso que muere al instante, no es un beso. Es solo una chispa de un fuego más grande que no consiguió encenderse. No importa Adelaida, pensó él, yo estaré aquí pacientemente hasta que estés lista de unirte a mi alma, no temas, no tiembles como una pequeña liebre acurrucada en mis brazos, estás a salvo. Hay tantas formas de amarte y un beso es solo una de ellas, te amaré de todas las maneras posibles, Adelaida, hasta que desees mis besos. Te amaré de todos los modos posibles, hasta que me pidas un beso. Te amaré de todas las formas posibles hasta que me ruegues un beso, y entonces, ¡Oh preciosa, te besaré de tal manera que sabrás por primera vez lo que es ser besada! Y más que ser besada, serás amada en un beso. Y así me besarás y seré amado en tus labios, en su suavidad, en su dulce calor de sol diminuto. Y nos besaremos, y serán dos besos tocándose con labios, serán dos labios tocándose con besos. No temas, que acepto mientras tanto, el beso de tu mirada, el beso que me da tu voz, el beso del sonido de tu risa. No temas Adelaida, el Amor es paciente, porque el tiempo le pertenece. Por eso sé que te amo, porque te espero cada hora, cada día, cada momento indefinido. Porque puedo seguirte esperando hasta que estés lista para recibir todo el inmenso amor que llevo dentro y tú, pelirroja hermosa, has desatado en mi como una hoguera hecha con nuevas leñas. Llenando de tibio descanso de paz la morada de mi alma y de mi corazón. No temas, no tiembles, que estás en mis brazos y ahí solo puedes ser amada. Solo eso. De los ojos de ella, una lágrima se escurrió, pero no era una lágrima llena de tristezas. Era un cristal lleno de gratitud, una respuesta de su alma por sentirse protegida cerca a él. Se lamentó de no estar lista 102


para ser besada, se lamentó de no estar segura de cómo besarlo. ¿Cómo se pone tanto amor en un beso? No, realmente es al contrario, un beso tiene que ponerse en el amor. Pero ella sentía que aun le faltaba amarse un poco más a sí misma. Así podría entregarse sin los traspiés que daba su alma de vez en vez, llenando su andar de divergencias. Perdóname Santiago, pensó, no eres tú, soy yo que no sé cómo ser besada, soy yo que solo he sabido ser lastimada y no quiero que saborees eso en mis labios. Quiero que recibas lo mismo que estás dispuesto a darme, quiero besarte con ese mismo deseo que brilla en tus ojos... ¡Y sí amor, sí quiero besarte! Pero quiero besarte con labios amantes, quiero besarte desde adentro de mí, porque quiero besarte hasta dentro de ti. Perdóname Santiago, por detenerte en lo indetenible, te juro que tu beso que quedó en mis dedos lo llevaré a mis labios. Ese beso no se desperdiciará, lo recibiré por partes, lo llevaré a mi antojo donde vaya, y así aprenderé a besarte, porque sé que con el mismo amor que hubiese quedado tu beso en mis labios, así quedó en mis dedos. ¿Sientes como tiemblo? ¿Ves como evito verte? Son cosas del amor de una mujer, que mostrándote una cosa quiero lo contrario. Porque el dolor me enseñó a ser así. No te pongas triste Santiago, solo que aun no, todavía no. Esta fruta no está madura aun, aunque sueña con su propio dulzor, aunque sueña endulzar la vida de aquel que sepa saborear de mí, lo mejor de mí ser, amándome hasta la última gota de lo que soy. Estoy en tus brazos ¿lo ves? ¿Acaso nuestros cuerpos no están en un largo beso, juntos, desde largo rato? Estoy en tus brazos Santiago, eso debe decirte más de lo que digo. ¿Si no quisiera tus besos estaría así en tus brazos, tan a tu merced? Pero sé que aquí estoy segura, sobre tu pecho, abrazada a ti como si fueras mi isla, dentro del mar turbulento de mi vida. Gracias por hacerme sentir protegida. Gracias por mirarme como lo haces, haciéndome sentir que mi belleza es real. Haciéndome sentir una mujer deseada, más allá de mis formas y molduras. ¿Me perdonas? Date cuenta de lo arrepentida que estoy de no dejarte avanzar. Pero estoy en tus brazos... Santiago, estoy en tus brazos... sigue amándome cómo lo haces y yo querré más... mucho más de ti.... Santiago... 103


- Abrázame - le rogó como un susurro, él la envolvió aun más con sus brazos. - Discúlpame - le dijo él por intentar besarla. - No digas nada Santiago - le imploró ella suavemente cerca de su cuello -, solo abrázame. Se volvieron a quedar en silencio, es que estaban en el lugar donde las palabras sobran, donde lo que se quiere decir no tiene pronunciación. Donde callar vale más que decir mil discursos. Santiago comenzó a acariciar el cabello de su musa y ella, poco a poco se fue relajando, tanto que comenzó a quedarse dormida, sintiéndose segura y agotada por el arduo trabajo con la pala. Suspiró llena de paz y el mundo se quedó en silencio para ella, se quedó ligeramente dormida en brazos de Santiago. El terminó de soltar los moños del cabello de ella, y acomodó la hermosa melena roja de Adelaida sobre el hombro de la pecosa. Le pareció una diosa dormida, se sintió extrañamente poderoso, inamovible, al sentir que era el guardián de los sueños de tan hermosa dama. Pasó por su mente el fugaz pensamiento de la ausencia de ella, su mente le hizo el mal juego de imaginar cómo sería de pronto no tenerla en Bardolín. La miró respirar hondamente, la sintió tan de él, tan dentro de su regazo que le pareció imposible la idea de no verla más en algún día cercano. Alejó ese pensamiento de sí mismo lo que más pudo. Nada, absolutamente nada en el mundo podría en ese momento quitársela de los brazos, ni el más grande pensamiento, ni la más férrea tormenta, nada. La sostenía con su amor y eso era un lazo que solo él podía romper.

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La brisa sopló sobre ellos amablemente, después del largo viaje en el tren, querían llegar lo más rápido posible. El automóvil se desplazaba con premura en dirección a Los Jardines de Bardolín. Habían querido llegar el mismo día de su cumpleaños pero él estaba demasiado impaciente de ver a su niña. No era que ella no quería verla, por el contrario, se moría por ver a Adelaida, pero aun llevaba por dentro el trago amargo, la decepción que sentía por el mal comportamiento de su hija. ¿Cómo habría influido su tía abuela Raquel en Adelaida? No había duda de que la había enderezado, de que la había convertido en una respetable dama de altura, de sociedad, digna de una vida decente. Tenía ansiedad de ver a su hija, de ver a la dama en que tenía que haber sido convertida durante todos esos meses. Aunque... en el fondo, Betania guardaba un deseo muy oculto. La verdadera razón por la que la había llevado a ese pueblo, lejos de todo. Recordaba la magia de Los Jardines, recordaba lo amable de ese lugar, tanto que nunca olvidó uno solo de los días que vivió y disfrutó en Bardolín. Pero ese deseo lo llevaba muy en el fondo de ella, casi que se lo ocultaba a sí misma. Había comenzado a oscurecer y ya en el horizonte se podían divisar el primer guiño de las estrellas y en la lontananza a un lado de la carretera unas lejanas luces. Era Los Jardines de Bardolín. Mientras más se acercaban, Betania comenzó a sentirse confundida. La casa más alta del pueblo era la mansión y tenía entendido que ya no estaba habitada, según cartas de la tía abuela. Mas en la distancia podía ver que la planta alta estaba iluminada, las lámparas de algunas habitaciones estaban encendidas. El corazón le latió ansioso y temeroso. Ha de ser efecto de la distancia, se decía a sí misma, las luces me deben estar jugando una mala pasada. Sin embargo, mientras se acortaba la distancia no quedaba duda de que la Mansión Bardolín, estaba ocupada.

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- Ya estamos llegando - dijo Gregorio deseoso de poder ver a Adelaida. Escucharlo decir eso lo que hizo fue ponerla más nerviosa aun. ¿Estaría en Bardolín, Mateo? Dios quisiera que no... ¿o que sí? Su corazón se sacudió confuso en dos direcciones. - Sí - asintió ella y volvió a mirar en la distancia hacia Bardolín. - Va a ser una sorpresa para Luisa Adelaida. - De seguro se alegrará de vernos. Querrá volver pronto a casa. Si es así nos regresamos lo más pronto posible. - Pensé que querías compartir varios días con tu tía - Gregorio la miró extrañado. - Sí, pero piensa, Adelaida estará desesperada por volver a casa también. Todos estos meses aquí que debe extrañar su casa, su habitación y la vida de la ciudad - Betania parecía un poco ansiosa mientras hablaba. Él solo la miró en silencio. Era posible lo que le decía su esposa. Lo importante para él es que ya estaban llegando a Bardolín y pronto vería a su hija adorada. Y lo mejor es que pronto se la llevarían de vuelta a su hogar. No importaba si era un par de días o de semanas que estuviesen ahí. Él había ido por Adelaida, y sin ella no se regresaría a la ciudad. El automóvil terminó de llegar y el chofer se detuvo en la entrada del arco. Dos jóvenes cargaron con el equipaje de los dos esposos y comenzaron a caminar detrás de ellos. Gregorio miraba todo con curiosidad, como aquel para la que el paisaje es nuevo. Mas ella, ella no dejaba de atisbar en la distancia hacia la mansión. No estaba lejos de la entrada, no estaba distante de donde estaban y tenían que pasar por frente. No había otra ruta por esa entrada. Al llegar frente a la mansión Gregorio se maravilló de la bella arquitectura de dicha gran casa. Ella deparó que la puerta estaba abierta y adentro iluminado, pero tragó hondo cuando miró dentro de su campo de visión aquella 106


ventana en lo alto, aquella ventana que se mantenía viva en sus más ocultos recuerdos. Estaba iluminada y parecía haber alguien en ella. Los esposos caminaron vereda arriba dejando atrás a la Mansión Bardolín, mientras que Betania evadía las preguntas de Gregorio sobre aquella propiedad. Sin embargo, no pudo evitarlo, ni con todas las fuerzas de su ser, voltear hacia atrás, hacia aquella ventana en lo alto, justo cuando pasaba caminando por el lugar donde estuvo parada de muchacha llorando, mirando a su amor el último día que lo vio antes de que se lo llevaran lejos de ella. El corazón se le agitó en el pecho tan duro que casi se desmaya. Había un hombre en la ventana, solo pudo ver su silueta por la luz que salía de la habitación y la noche ya había reinado afuera. Aquel hombre pareció reconocerla, se enderezó, se irguió y ella quiso salir corriendo. No podía ser, era la silueta de Mateo, no tenía duda. Comenzó a ponerse muy nerviosa. Lo mejor era llegar donde la tía Raquel, y esperar al día siguiente para partir a la ciudad lo antes posible. No sabía cómo iba a reaccionar si se encontraba con Mateo de frente y menos si iba acompañado de Gregorio. Mañana antes del anochecer, ya debemos estar de vuelta con Adelaida a la ciudad, se aseguró a sí misma en sus pensamientos. No podían estar un día más ahí. En la Mansión Bardolín, en la habitación del piso superior con vista a la vereda principal estaba Mateo, asomado en su ventana tratando de volver en sí mismo. - Betania - dijo en la soledad de su habitación como si hablara con alguien, caminando de un lado a otro -, juro por Dios que esa era Betania. Regresó a la ventana y la vio andar a lo lejos. No podía haber dudas, era ella. Era su porte, era su rostro, aunque la joven noche podía estarle jugando una broma con sus luces y sombras caprichosas, dibujando un parecido en otra persona solo para jugar con su alma. Pero la ansiedad lo venció y silbó, como hace años no lo hacía, 107


aquellas tres notas conque la llamaba en la distancia. Vio como aquella mujer se detuvo, pero no volteó, se detuvo en seco como si le hubiera dolido algo. ¡Dios Santo! ¡Es ella! pensó con el alma en un espiral. - ¿Betania te sucede algo? - se le acercó Gregorio un poco preocupado por la expresión de su esposa la que se había puesto pálida y la que se había detenido en seco. En el primer momento él no relacionó el lejano silbido con la reacción de ella. Lo atribuyó al largo viaje. Solo es cansancio. La tomó del brazo y la ayudó a avanzar.

En el corazón de Betania se abría una encrucijada. Mateo la había reconocido y le había silbado como en el pasado. Como se llamaban en secreto. Una parte de ella quería correr hacia la ciudad junto a Adelaida y Gregorio, y la otra directo hacia Mateo. Sin embargo sabía que la mejor opción era la primera, buscar a Adelaida y salir lo antes posible de Bardolín.

Al día siguiente estarían de vuelta en la cuidad.

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Capítulo 27 Cuando llegaron se consiguieron con que la casa de la tía abuela Raquel estaba llena de gente. Había mucho movimiento tanto fuera como dentro. ¿Qué habría sucedido? La primera impresión de Betania fue de preocupación. Rogó a Dios que su tía estuviese bien, que no le hubiese pasado nada, y al no ver a Adelaida por ningún lado se preocupó más. Se puso un poco ansiosa, al temer que a su hija le hubiese sucedido algo también y que por eso la casa estuviese tan llena de gentes tan agitadas y con caras tan nerviosas. - Buenas noches - dijo Betania entrando a casa de la dama de damas -. ¿Dónde está mi tía? Los presentes la miraron en silencio y con extrañeza. ¿Quién era aquella mujer y aquel hombre que de pronto llegaban en ese momento a Bardolín? ¡Otra triquiñuela de los que querían despojarlos de sus hogares seguramente! Pero Betania parecía en verdad preocupada. - ¿Dónde está mi tía Raquel? - dijo un poco más nerviosa y voz más en alto. - Oh... señora, ¿usted es sobrina de Doña Raquel? - dijo una mujer que se le acercó. Betania asintió mirándola como si esperara de ella una mala noticia. - ¿A sucedido algo? - Gregorio rompió su silencio. - El pueblo está en peligro y Doña Raquel cree que hemos conseguido algo que nos puede ayudar. - ¿El pueblo en peligro? - preguntó Betania llena de incógnitas ¿Dónde está mi tía? ¿Dónde está mi hija? 109


- ¿Usted es la madre de la hermosa sobrina de Doña Raquel? Que orgullosa debe estar de tan hermosa muchacha y tan sagaz y tan valiente. Sagaz y valiente. No sabía si en verdad eran palabras que definieran a Adelaida pero se sintió honrada de que le hablaran tan bien de su hija. Podría ser que aquella mujer se lo decía porque era el resultado de la tutía de la dama de damas sobre Adelaida. Una dama ha de ser sagaz, que sino valiente por lo menos determinante en sus acciones, pensó para sí misma. - Sí, yo soy la madre de Luisa Adelaida. - ¿Dónde está ella? No la veo por ningún lado - dijo Gregorio también orgulloso de escuchar que hablaran bondades de su pequeña. - Creo que se ha quedado en Los Jardines. Pero Doña Raquel está en la parte de atrás en el salón. Si gustan pasan. - Gracias - dijeron ambos y se encaminaron hacia donde estaba la dueña de la casa. Al llegar la vieron sentada al lado de un cofre mugroso y sosteniendo en una mano unas pequeñas piezas doradas, las que observaba en silencio. Raquel alzó la mirada y los vio, el rostro pareció iluminársele en un segundo y en el siguiente írsele toda expresión nuevamente. Se puso de pie y caminó hasta Betania. - Hija, pensé que vendrían la semana siguiente - la dama de damas lo dijo en alusión a la carta que le enviaron para avisarle de su visita para el cumpleaños de Adelaida. - Gregorio no aguantaba más y quería venir a ver a la niña de sus ojos - dijo Betania sonreída. Él se sonrió en silencio. En cambio en el fondo de Raquel se comenzaba asomar una tristeza. Sabía que la presencia de ellos en su casa, era la certeza de que el tiempo de Adelaida en Los Jardines de Bardolín se estaba acabando. Ella no pudo sonreír, aunque hubiera querido. Pasó por su mente la imagen 110


de Santiago y Adelaida juntos, en la tarde, sintió una pena muy grande en su alma. Dos que se encontraron en el amor, parecían estar destinados a separarse pronto fuera de su propia voluntad. - ¿Dónde está Luisa? - preguntó Gregorio. - Debe estar por llegar - dijo Raquel. - Una mujer allá adelante nos dijo que estaba en Los Jardines. Tía ¿no es muy tarde para que esté allá, en esa oscuridad? - preguntó Betania tratando de no sonar juiciosa, temiendo molestar a su admirada tía abuela Raquel. - Oh... no, no. Ella no está sola. Está con Santiago - la dama de damas la miró de frente, lo que puso a Betania nerviosa. - ¿Quién es ese Santiago? - preguntó Gregorio celoso. - Un amigo de mi casa. Un buen muchacho - respondió Raquel. El padre de la pecosa tragó hondo. - ¿Y están solos? - él parecía con ganas de salir a buscar a su niña. - Ya deben venir en camino. Santiago es un caballero - dijo Raquel, luego mirando a Betania prosiguió: y Adelaida es toda una dama. - Y que hacían en... que... ¿porque está a esta hora allá? Tía, no sé... pero... - ¿Recuerdas los cerezos? - la dama de damas interrumpió a Betania. Ella asintió. Claro que recordaba los famosos cerezos de Bardolín. Jamás los olvidaría. Le latió el corazón raro. ¿Su hija se habría enamorado como le pasó a ella en el pasado? ¡Oh Dios! pensó, ¡que ese tal Santiago no sea hijo de Mateo! - Bueno está en los cerezos con Santiago - continuó diciéndole la dama de damas. 111


- Y... tía... ¿con él en los cerezos...? y ese muchacho... ¿de dónde es? - Bardolín - le respondió Raquel notando a Betania nerviosa. - Ba... tía, se refiere... - Me refiero que es de aquí de Bardolín. - Pero en los cerezos... ¿Qué hace en los cerezos con ese muchacho? - respondió la madre de la pecosa, sintiendo un efímero alivio al saber que Santiago era un bardolideño y no un Bardolín. Gregorio notaba muy extraña a Betania. No lo dejaba indiferente notar el nerviosismo que no parecía dejar de crecer en su esposa. - Son los cerezos Betania. Tus los conoces - la dama de damas se descubrió a sí misma, intentando jugar con las emociones de la madre de la pecosa, tratando de evocarle su propio amor del pasado, tratando de conseguir, en su honda esperanza, que Betania tuviese la compasión que no tuvieron con ella y con Matteo. - ¿Creo que no estoy entendiendo? - dijo Gregorio. Su esposa se mantuvo en silencio. - Por favor Betania, vayan a las habitaciones del pasillo lateral y acomódense en la que más les guste, yo tengo que atender a toda esta gente. Es urgente lo que está pasando aquí - Raquel miró al esposo de su sobrina -. Gregorio, no te preocupes. Adelaida es una muchacha llena de mucha felicidad. Solo te pido que recuerdes eso. Sin más los dejó a los dos de pie donde estaban y se dirigió de nuevo cerca del cofre. Betania miró a Gregorio, tratando de adivinar el estado de ánimo de su esposo, el que tenía el entrecejo cayéndole sobre la nariz. Le tomó del brazo invitándolo a andar, a que le siguiera, pero en ese momento vio a lo lejos a Adelaida, en la vereda principal dispuesta a entrar al jardín de la casa. Gregorio giró su rostro hacia donde Betania miraba petrificada. Miraron a una Adelaida sucia en toda su humanidad, llena de tierra las ropas, y 112


sucia la cara. El cabello sujeto desordenado al cenit, con tantos mechones sueltos, tantos que a su madre casi le da un infarto. Gregorio por su parte, bufó cómo un animal molesto, al pensar que esas suciedades sobre las telas habían sido el retozar de aquellos dos jóvenes sobre aquellos tan mentados jardines. No, no y no, a su Luisa Adelaida ningún muchacho de pueblo la iba a enamorar para usarla como capricho de su placer y se encaminó hacia ellos. Betania no salía de su asombro, y su decepción que aumentó sin creces la hizo adelantarse a su esposo y salió hasta el jardín. - ¡Luisa Adelaida! - prácticamente le gritó. La pecosa dio un salto y Santiago sin dificultad supo deducir que aquella mujer era la madre de su amada. Pero al ver a Gregorio que no le quitaba los fieros ojos de encima tuvo un mal sentir dentro de su ser. Eran los padres de Adelaida. El alma le dolió. Todo su ser se lo decía, Adelaida se iría pronto de Bardolín, de él, de su lado. El sueño en el que estaba comenzaba a extinguirse. - ¡Mamá! - la pecosa vio con alegría a su madre, pero al segundo siguiente al tomar consciencia de como estaba, sucia de pies a cabeza, frente a la dura expresión de Betania, tan dura como un cuchillo de acero, la helaron de inmediato. Vio a su padre que no quitaba los ojos de Santiago como si quisiera desintegrarlo como un haz de luz del sol que atraviesa un cristal sobre hojas secas, incinerándolas. - ¡Qué es esto! ¡Luisa Adelaida! Mi Dios... tú... tú estás perdida... habló el descontento de Betania. - Mamá - a la pelirroja le dolieron aquellas palabras -, no me trates así. Yo... - Qué vergüenza... ¡Mírate! ¿Qué hacías en Los Jardines? ¿Te revolcabas en las hierbas con este muchacho?

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- Señora, Adelaida es una dama íntegra. Ella está en ese estado porque... - ¡Cierra la boca que nadie te pidió que hablaras! - gruñó Gregorio. - Papá no lo trates así - le rogó Adelaida a su padre. - ¿Qué te pasa Adelaida? ¡Estás arruinando tu vida! ¡Arruinaste tu futuro con Joshep! Pensé que con traerte aquí ibas a... - Betania se quedó en silencio, la verdad es que su esperanza era que su hija se enamorara en Bardolín como lo hizo ella, conmovida por la magia de aquel pueblo. Pero lo que tenía en frente la sobrepasaba, su hija le parecía la mujer de un minero de una mina de carbón. No era la dama que imaginaba encontrarse. Era demasiado para ella. Su hija la había desilusionado hasta los límites. - Mañana mismo nos vamos de aquí - le dijo Gregorio -. Tomaremos el tren del mediodía. - No papá - Adelaida trató de acercársele, con sus pequeños hermosos ojos llenos de lágrimas -, no me quiero ir. - Pero si te vas a ir. No te dejaré ni un día más en este lugar. Adelaida miró por encima de ellos, tratando de encontrar a su tía abuela, protegerse en su amparo. Se sintió demasiado sola, olvidada por Dios y su ángel de la guarda, una vez más. No quería irse. No ahora. Ella trató de acercarse a Betania, trató de sostenerse de su mano, trató de sostenerle el corazón de mujer a mujer, pero su madre no podía con su desencanto y no permitió que ella se le acercara más. - Ni un paso más Luisa Adelaida. Quédate dónde estás. - Mamá...

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- No sé cómo no tienes vergüenza de verme a la cara. Creí que podrías ser una dama. - Mamá... soy una dama... - ¡Ja!... mírate... ¿una dama? Mugre, llena de tierra, despeinada como una pordiosera y libertina con ese muchacho de pueblo. A estas horas, en la oscuridad con un hombre. ¿Acaso te parece que eso sea ser una dama? - Yo conocí una vez a una dama, que se despeinó en Los Jardines enamorada y fue cuando más hermosa se veía - de pronto habló alguien detrás de la sombra de los arbustos que cubrían la verja del jardín. Betania se puso pálida -. Cuantas horas esa dama miró las estrellas a mi lado. Cuantas veces no le importó llenar sus faldas de tierra y hierbas, recostada sobre el regazo de Los Jardines. La más dama de todas las damas que jamás conocí. Mateo dio un pasó y salió de aquella oscuridad que lo venía resguardando un par de minutos atrás, al llegar en silencio hasta la altura de la casa de la dama de damas. Gregorio lo miró de arriba a abajo. Betania, después de tantos años, miró ese rostro de nuevo. El alma se le quería salir del cuerpo. Quería correr a abrazarlo, quería correr lejos de él. Un amor que no pudo ser porque la familia Bardolín se opuso sin consideración alguna. Un amor que quedó con todas sus puertas abiertas, y sus ventanas rebosantes de la luz de aquellas ilusiones que eran suyas, que siempre fueron suyas. Las piernas le temblaron, se quiso desmayar, como si esa fuera la manera más rápida de huir de toda su tormenta interna. - Quién es este - volvió a gruñir Gregorio. - Mateo Bardolín, para servirle - inclinó levemente la cabeza. - ¡Mateo! - Gregorio volteó su rostro hacia su esposa - ¿es el famoso Mateo de tu juventud? ¿Qué demonios hace ese tipo aquí? 115


Más la pobre mujer tenía el alma en un torbellino, se quedó muda. Se quedó pálida dónde estaba. Y reconoció que era cierto, reconoció que muchas horas, días, meses, se resguardaron en Los Jardines, recostados sobre la hierba, entre las flores, bajo la amable brisa y sus murmullos. De todas las veces que se despeinó en un beso, tan apasionado e inocente a la vez. Ninguna de esas cosas la manchó, por el contrario la hicieron sentir viva, capaz de todo en la vida. ¿En qué momento había dejado de ser tan libre como lo fue en ese entonces? Y de pronto lo supo... cuando lo perdió a él... cuando Vicencio Bardolín se lo tuvo que llevar a rastras sostenido por dos fuertes obreros de la Mansión Bardolín. Cuando vio a Mateo intentar con todas sus fuerzas liberarse, para correr hacia a ella y huir juntos. ¿Dónde? No importaba. Juntos, cualquier lugar estaría bien para comenzar a vivir con libertad todo su amor. - Mi familia es dueña de este pueblo, caballero - respondió Mateo tan respetuosamente que a Adelaida le parecía otro. No era el señor altanero de siempre. - ¿Su familia? Pensé que doña Raquel... - No, Raquel no es la dueña de este lugar. O por lo menos no lo será por mucho más - respondió Mateo -. Pero Raquel no está sola. - Mi tía no perderá su hogar - Adelaida lo retó. Betania la miró con ojos confusos. - Señorita Adelaida ¿Qué le sucedió? - Mateo la miró con gracia. Betania no dejaba de estremecerse por dentro. Su antiguo amado y su hija al parecer ya había conversado con anterioridad - Espero que tú tampoco pierdas lo que te ha dado este lugar. La pecosa lo miró sin decirle nada. Pudo ver en el rostro de Mateo una verdadera solidaridad con ella. Casi que entendió la relación de odio y respeto que existía entre su tía abuela y aquel hombre que

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presumía de tener mucha autoconfianza. Excepto en ese momento ante su madre, ante Betania. - ¿Tú sabías que este estaba aquí? - le regañó Gregorio a su esposa, ella lo vio con ojos temerosos. - No, Gregorio. No sabía nada. - Creo que si sabías. Por eso tu comportamiento tan extraño. Ya me parecía raro. - No sabía... - ¡No me mientas! ¿Quieres verme la cara de idiota? - Papá... - Adelaida intentó interceder por su mamá. - Tú no te metas en esto Luisa. No te metas en esto, que tú también tienes mucho que responder. - He estado tres meses sola aquí, lejos de ustedes. Ni una sola vez recibí una carta de mamá o de ti y ¿tengo mucho que responder? Adelaida sentía como su orgullo comenzó a emerger - Te quiero papá, y a ti también te quiero mamá pero me dejaron sola con mi dolor en este lugar. Jamás se los reproché. De pronto aparecen como si nada, como si supieran mucho de mí... - ¿Tu dolor hija? ¡No sabíamos ya que hacer contigo! ¡No salías de tu encierro! Y Luisa Adelaida, aun no hemos podido superar lo que hiciste en casa de los Villafranca. Aun me cuesta creerlo. Pero de eso no quiero hablar ahorita. ¿Cerca de la estación del tren no hay un hotel? Vámonos de aquí Betania. - No me voy a ir - la pecosa tembló, pues nunca había retado a su amado padre. - Tú vas a venir quieras o no quieras. 117


- No papá, no me iré - Adelaida se acercó a Santiago y se abrazó fuertemente a él. El muchacho de las herramientas la envolvió con sus brazos. Muerto, pensó, muerto me la quitan de mi lado. Mateo miró a Betania como si pudieran hablarse con la mirada todavía, como en esa juventud donde casi se entendían con el solo hecho de hacer un gesto. ¿No harás nada? parecía decirle con sus ojos y ella, no sabía qué hacer. ¿Dejarás que tu hija y su amado vivan la misma suerte nuestra? parecía decirle con la mirada. Betania miró a su hija, puso sus ojos por primera vez sobre ella de una forma distinta. No vio a la hija, miró a la mujer, se miró en Adelaida, se reconoció en ella. Por eso es que la había traído aquí, para que el mágico embeleso de Los Jardines la regresaran a la vida, que encontrara el amor bajo los cerezos como todo aquel que se quedaba el suficiente tiempo en aquel noble pueblo. Y al verse feliz las dos, tanto Adelaida como ella, pudieran olvidar el triste dolor de lo sucedido en aquel oscuro chalet. - Entra Adelaida - le dijo Betania aun compungida por sus emociones. - No, mamá, no me apartaré de Santiago. - Muchacho - Betania miró directo a los ojos al joven de las herramientas. Miró en sus ojos la nobleza y la fortaleza de espíritu de él -, ¿Tú amas a mi hija? - ¡Qué pregunta es esa Betania! - estalló molesto Gregorio. Betania ni siquiera lo miró. - Respóndeme. ¿Cuánto amas a mi hija? - No puedo decirle cuanto señora - respondió Santiago sin titubear. - ¿Por qué? - Betania parecía ida, lejana, melancólica. - Porque si le pudiera decir cuánto, no sería amor. 118


Adelaida se abrazó a él aun más. Betania lo miró admirada dentro de sí. Si le dijera cuanto ya no sería amor. Porque el amor no puede medirse, el amor no puede cuantificarse. El amor está lejos de poder ponerse entero en una respuesta. Era cierto, una pregunta como esa solo se puede responder reconociendo que no tiene manera de responderse. - Y que serías capaz de hacer por la felicidad de Adelaida - preguntó aun taciturna - ¿Lo que sea? - No. Solo lo que ella quiera que yo haga. Betania lo siguió admirando. Buena respuesta pensó, no haría lo que fuera, pues si la felicidad de Adelaida dependiera de que yo le pidiera que la dejara ir, porque son de lugares diferentes, el perdería con su propia respuesta. Pero responde tomando en cuenta lo que le pida Adelaida, porque sabe que se quieren el uno al otro. Lo único que haría por hacerla feliz es lo que ella le pidiera en su felicidad. Que dichosa eres hija, pensó. - ¿Y si no dependiera de ella? - No tiene sentido que su felicidad no dependa de ella. - Pareciera que depende de ti. Santiago miró de cerca los amantes y nerviosos ojos de su amada pelirroja un segundo. La miró con todo su amor, pensó en cada momento desde el primer segundo que la vio por primera vez y supo que no era así. Adelaida no dependía de él, como un enfermo de una muleta. Aquello no era cierto. - Adelaida no depende de mí. Cuando la conocí casi que la amé de inmediato, pero ella no se dejaba alcanzar, ella estaba lejana, llena de dureza. Estaba triste por dentro y solo cuando en ella comenzó a brillar una felicidad que nunca supe de donde vino, fue cuando pude acceder a su cariño, a ese lado de Adelaida que pocos conocen 119


porque no se han dado la tarea de tener paciencia para descubrirla. Se quedan en su superficie, en su belleza externa y no entienden que lo que la hace tan hermosa es aquello que no se puede poner en palabras que viene de adentro de ella. Ella se ha acercado más a mí desde que luce tan feliz, tan radiante, tan luminosa. Gregorio se quedó pasmado dividido en dos. Reconociendo dentro de sí que ese muchacho que tenía en frente se expresaba de su Luisa Adelaida como nunca escuchó al hijo de los Villafranca hablar de ella. Por un lado se sentía ardiendo en celos al ver como la niña de sus ojos se abrazaba a él y por el otro, algo dentro de sí le decía que ese joven quería a Adelaida como nadie la había querido antes. - Ella no se irá sino quiere - Santiago no sonó retador. Sus palabras fueron tal como eran. Una verdad. - No me iré mamá - dijo la pecosa mirándola esperando en su madre un pequeño vestigio de entendimiento. Betania la miró en silencio, la miró dolorosa, porque de pronto se descubrió perdonándola con todo su amor, se descubrió reconociéndose demasiado dura para su niña, que ya era una mujer y movida por su alma, por la necesidad que bajo todo su orgullo moraba, le extendió los brazos a Luisa Adelaida. La pecosa titubeó un poco. - Ven hija - le pidió Betania. Mas Adelaida no se movió del lado de Santiago sin saber qué hacer. - Ven hija - le rogó. Y la pecosa miró a Santiago sin saber qué hacer. El muchacho la soltó y besándola en la frente le dijo que fuera. Adelaida se detuvo a mirar a su madre aun insegura. Hace tanto tiempo que no sabía que era un abrazo de Betania, se había habituado a su expresión dura contra ella, a su distancia, a su estricta educación y tutela, que no sabía cómo actuar. Pensaba que estaba llena de tierra, sudada. Pero los brazos abiertos de su madre la llamaban con mucha fuerza, deseaba ese abrazo más que muchas cosas en la vida. 120


- Hija - las lágrimas de Betania empezaron a correr como dos pequeños ríos sobre sus mejillas. El corazón de Adelaida se conmovió y caminando con rapidez se abrazó a ella fuertemente -. Hija, perdóname. - No llores mamá. - Perdóname hija... entiende mi dolor. Lo que te sucedió... hija... nadie más que a mi le duele lo que te sucedió. Entiéndeme hija que no supe cómo manejar tanto dolor, tanta pena. Perdóname mi hija, perdóname... estaba aterrada, estaba paralizada que no sabía qué hacer... perdóname por traerte aquí por no saber cómo consolarte... es que yo misma no tenía consuelo hija... yo misma no lo he tenido... - Mamá - Adelaida cerca del oído de Betania habló en voz baja - No hay nada que perdonar... pero si te hace sentir mejor... te perdono. - Gracias hija mía. - No estés triste. Estoy agradecida por haberme traído aquí. Si supieras lo feliz que soy en todo sentido. Mamá estarías orgullosa de ti misma. Te quiero mamá y comprendo tu dolor. Ahora te comprendo. No llores, pero por favor mamá, por favor, no me lleves de aquí. Si me has traído para mi bien, por mi bien no me lleves de aquí. Y no llores más. - Tu vida está en la ciudad hija. - Mi vida está donde mi corazón está mamá. Y está aquí. - Sólo estás enamorada. - Y tú mamá - se le acercó al oído - ¿Cuanto quieres al señor Mateo todavía? Betania por encima del hombro de Adelaida miró a su antiguo amor. ¿Cuánto? No podía decir cuánto. Se apartó un poco de su hija y 121


quedaron una frente a la otra mirándose a los ojos. Ella no sabía que decirle a la pecosa. No sabía. - No puedes decir cuánto - Adelaida le dijo bajamente. De los ojos de su madre volvieron a correr las lágrimas. Y la pecosa la abrazó con tanta compasión. - Mañana nos vamos Betania. Adelaida ve preparando tus cosas dijo Gregorio ya no tan seguro como antes. - Se queda Gregorio - dijo la madre de la pecosa. - Co... ¿Cómo que se queda? - él se estremeció - ¡Falta que me digas que también te quedas! - Gregorio, tú sabes mi historia, yo te la confié... no le hagamos lo mismo a nuestra hija... - Pero tú me encontraste después, y tuvimos a Adelaida. El mundo no se acabo porque no pudieras estar con este - señaló de mala gana a Mateo con un gesto sin dirección. Mateo no dejaba de hacer otra cosa que mirar a Betania. - Gregorio, por el amor de Dios... - era cierto que ella intentó seguir con su vida, pero es que aquel amor con Mateo nunca terminó, nunca se cerró, porque los dos fueron separados cuando más se amaban mutuamente, nunca pudieron odiarse, despreciarse el uno al otro. Solo extrañarse, llorarse, anhelarse, resaborearse los besos en los labios, soñarse hasta el delirio y luego pretender que lo habían olvidado todo... para nunca olvidarlo... - Luisa Adelaida se viene con nosotros. - No. Gregorio, tú y yo nos vamos. Adelaida se queda.

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Mateo sintió una gran pena dentro de sí. Se alegró por Adelaida pero por el contrario sabía que Betania seguía siendo un imposible para él. Y en la ciudad estaba su esposa, mujer a la que quería. Pero mirar a su más grande amor de su juventud lo hizo sentirse fraccionado en tantos trozos. Por lo menos se sintió satisfecho que su presencia de algún forma había influido en favor de la pecosa. En silencio se colocó el sobrero y comenzó a irse en silencio, pero Betania lo vio. - Mateo - no pudo evitar llamarlo. Él se detuvo sacudido de pronto. Volteó lentamente a mirarla. - Por favor Gregorio, permíteme hablar con él un momento - Betania le rogó a su esposo, que solo la miró en silencio con el entrecejo casi alcanzándole la punta de la nariz - Por favor. Después de esto no lo veré más y tengo que hablar con él. Por favor. Gregorio confía en mí, te amo. Pero por f... - Está bien, ve antes de que me arrepienta - ella se acercó y lo besó en la boca pero él no respondió al beso. Luego se acercó a Mateo, no lo miró solo caminó a su lado y él la acompañó. - Estás hermosa - rompió el silencio Mateo, mientras se detenían algo distante bajo la luz de las estrellas. - Gracias... Mateo... - ¿Eres feliz Betania? - se adelantó a hablar él. Ella asintió. - Gregorio es un gran hombre. - No es esa mi pregunta. - ¿Qué si soy feliz? - ¿Lo eres?

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- Una parte de mí, la que vivió esta vida hasta aquí. Sí Mateo, esa parte de mi es feliz. Tengo un buen esposo y una hermosa hija. Pero no te miento, otra parte de mi, esa la que no pudo vivir esta vida hasta aquí, se lamenta, preguntándose cómo pudo haber sido, lo que no fue. ¿Me entiendes? - Te entiendo. Solo quería saberlo, saber si valió la pena perderte. Si lograste ser feliz, nada fue en vano. - No sé qué tan feliz he sido Mateo, no sé si he sido más dichosa de lo que hubiera sido contigo, solo quiero que no olvides que cuando estuve a tu lado, en tus brazos, era la mujer más feliz del mundo. - Y yo el hombre más feliz del mundo. - Nunca te he podido olvidar. - Nunca la hablaste a tu hija de mí. - Directamente nunca lo hice. ¿Crees en verdad que jamás podría hablarle de ti? Claro que lo hice, pero nunca directamente. - Tanto tiempo queriendo tenerte en frente y ahora no sé qué decir. - Yo tampoco sé que decirte Mateo. Solo que te quiero, que te llevo en mi corazón como algo muy especial. - Quizá preferiría que me odiaras... sería más fácil dejarte ir... - ¿Dejarme ir? No puedes retenerme Mateo, soy una mujer casada. - Te retengo dentro de mí, en mi memoria. - Esa Betania no soy yo. Esa muchacha en tu mente no es la misma que tienes en frente.

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- ¿Y el Mateo que está en tu mente? - Dos fantasmas que no pueden amarse. Dos ilusiones que solo viven en la ilusión. Esa es la Betania en tu cabeza y el Mateo en la mía. - Pero acabas de decir que me quieres aun. - Como sé que me quieres tú... ¿pero no sigue siendo un imposible? - ¿Por qué no me dejaste ir simplemente? ¿Por qué me detuviste? ¿Para hacerme más difícil el recordarte? - Te detuve porque debemos... - Decirnos adiós... - el completó las palabras de ella, como sucedía en el pasado, cómo si le leyera la mente. - Cerrar las puertas abiertas. Y darle descanso a nuestros corazones. - Sabe que te hubiese amado como nadie. - Lo sé Mateo, lo sé... pero no fue... - Betania... - Yo también te hubiese amado como ninguna mujer lo hubiese hecho. - Pero no fue... - No fue Mateo. No por nosotros, no fue nuestra culpa. - Después de esto no te veré más ¿Cierto? - No lo sé. Pero quienes deben decirse adiós son esos fantasmas que llevamos dentro. - Esta bien Betania. Será así, nos diremos adiós. 125


Y sin que ella se lo esperara, él se acercó y la besó. Ella no luchó, se dejó besar y lo besó, pero así supo que lo llevaba en su corazón como algo sumamente especial, como un amor que jamás olvidaría... mas supo de esa manera que ya no lo amaba. Él descubrió lo mismo. Besó a una extraña, no eran los labios que recordaba y soñaba, en verdad ese beso había sido un adiós. Un hermoso adiós, donde las almas se despedían en paz, reconociéndose por fin, libre una de la otra. Ella se abrazó a él con mucho cariño y Mateo la envolvió en sus brazos solo un momento. Luego se miraron en silencio y se separaron cada uno tomando su camino. Ahora el recuerdo que llevarían el uno del otro sería una luz y no una cruz. Personalmente habían cerrado las puertas abiertas y bajado las ventanas. Una casa que jamás sería habitada. Pero se amaron de una forma diferente, de una manera más universal, donde sus corazones estaban llenos de gratitud. - Gracias por amarme como lo hiciste - murmuró para sí mismo Mateo. - Gracias por todo tu amor - pensó ella en su alma. Se acercó de nuevo a la entrada de la casa de la dama de damas y miró a su esposo con un amor que antes no había sentido. Estaba libre por fin. Adelaida no se apartaba de Santiago y Gregorio estaba con expresión melancólica. Betania se acercó a él y le sonrió distinta. Él la miró desconfiado. - Te amo Gregorio, que no te quede duda de eso. Te amo esposo mío - Betania lo besó. Eso si fue un beso. Luego miró a su hija y le sonrió llena de comprensión y feliz por su niña. - Vive hija, vive tu historia que no tiene que ser igual a la de tu mamá. Vive. - Gracias mamá - la pecosa le sonrió con amor.

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- Cuídala - Betania miró a Santiago y le extendió la mano. Santiago se la tomó. - Con mi vida señora, con mi vida la cuido - respondió él. Gregorio por su parte no dijo nada, le hizo un gesto al muchacho de las herramientas y le abrió los brazos a su hija la que se abrazó por fin a él amorosa. - Papá confía en mí. Confía en tu hija. - Yo confío plenamente en mi hermosa dama. Solo quiero que nadie te haga daño. - No me hagas daño tú papá y déjame aquí. No me quiero ir. - Hija te amo tanto - la abrazó y la besó en la coronilla varias veces como si fuera aun su nena pequeña. - Yo también papá, te amo mucho. ¿Confías en mí? - Confío en ti hija... pero si lo piensas mejor mañana mismo podemos... - Papá mejor no lo puedo pensar. ¿Me quieres ver amada? - Claro hija. - Déjame junto a Santiago. ¿Me quieres ver feliz? - Sí hija. - Cree en mí. ¿Me quieres siempre a tu lado? - Por siempre mi niña. - Llévame en tu corazón sabiendo que soy feliz y amada.

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- Hija, cuando estabas junto a Joshep creía que ibas a ser tan feliz ahora me asusta que no lo seas aquí tan lejos de nosotros. - Papá, con Joshep nunca supe que era la felicidad. Nunca, no hay comparación. Y soy feliz no por Santiago sino porque he decido que viviré feliz cada día de mi vida. Y esa felicidad la quiero compartir con él porque sé que me ama como nadie nunca me amó. Merece mi felicidad. - ¿Tan bueno ha sido contigo? - Lo amarás tú también si te das la oportunidad de conocerlo. - Que dices... amar a un hombre... - No te hagas el listo conmigo papá - sonrieron los dos -. Sabes a que me refiero. Lo amarás como a un hijo, porque verás lo bien que ama a tu hija. - Eso espero. - Cree en mí. Gregorio la miró varios segundos en silencio orgulloso de la belleza de su hija. Sintió el gran impulso de abrazarla como si fuera su niña pequeña, pero se esforzó por entender que era ya una mujer. Que sentía como una mujer y que tenía fe en ella. - Creo en ti hija. Bardolín será tu hogar si así quieres. Adelaida lo envolvió en sus brazos con tanto amor, con tanta gratitud. Santiago suspiró. Había esperanzas.

Dios por fin le sonreía.

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Mas Dios le sonreía desde el primer día que estrelló su bicicleta frente de la ventana de la más hermosa de las hermosas damas que jamás hubiese visto. Su hermosa Adelaida.

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Capítulo 28

Estuvo de pie largo rato al final de la vereda, mirando hacia la luna. Cómo si ella pudiera desde su altura ver el futuro y mostrarle alguna imagen de los días por venir. Una que otra vez un oculto grillo rompía el nocturnal silencio sacándolo de sus cavilaciones, cómo si intentara con su canto traerlo al presente. Se sentía lleno de esperanzas, pero a la vez dentro de él giraban temores espesos y sinuosos. ¿Y si de pronto todo cambiara mañana? ¿Si de igual forma Los Jardines de Bardolín no tuviesen salvación, que pasaría con ellos? Suspiró profundamente, mirando hacia abajo, hacia el final de los escalones. Su casa estaba a obscuras, durmiente. Se sentó en el primer escalón y se recostó sobre sus brazos cruzados sobres sus rodillas, miró a lo lejos a un perro que acostumbraba recorrer las veredas todas las noches, un alma solitaria como la suya. Lo llamó en voz baja y el can lo miró dudoso, desconfiado, inmóvil; luego subió las escaleras pasando esquivo por su lado. Lo volvió a llamar pero con mucha más amabilidad y el perro dio unos pasos inseguros hacia él, moviendo su cola entre amistoso y temeroso. - Ven amiguito - le extendió la mano y el perro olfateó el aire, intentando adivinar si le estaba ofreciendo algo de comer. - ¿Dónde vas durante todo el día que solo apareces a estas horas? - le habló amistosamente, pero el perro aunque parecía interesado en acercarse prefirió seguir su camino, lejos de él, dónde si hubiese algo que llevarse al estómago. Santiago lo miró silenciosamente, mientras el animal cruzaba hacia Los Jardines. Tuvo ganas de seguirlo, para salir de la curiosidad, para ver si lograba saber si el flaco perro venía del pueblo vecino del otro lado de los pozos. Sin embargo, en la noche, a pesar de su belleza diurna, aquel hermoso jardín tomaba un aspecto espectral. Había el que decía que podían 130


verse entre las hierbas fugaces fantasmas correr de un lado a otro las noches de luna como aquella. Él no se dejaba asustar por esas historias, aunque a veces, durante las noches que se quedaba en su lugar secreto en Los Jardines, creía escuchar susurros que se mezclaban con el pasar del vendaval nocturno. Galleta le decía que era la hija de Doña Raquel que aun moraba entre las flores, jugando, sin darse cuenta de su suerte. A él no le parecían voces de una niña, le parecían en verdad almas susurrantes, y las veces que las escuchaba terminaba alejándose del lugar. No le gustaban, fuesen lo que fuesen, voces o el simple viento entre las hojas afiladas de los pastos verdes. Y esa noche, lleno de tantas emociones tan profundas, no se sentía de ánimos, ni tan valeroso para ir hasta el gran vergel. Volvió a preguntarse sobre los días siguientes, los cofres, los padres de Adelaida... y sin duda sobre Adelaida y él. Volvió a suspirar profundamente. Sintió el gran deseo de tenerla de nuevo recostada sobre su regazo, con sus delicados brazos rodeándole el cuello. Cuando la tenía cerca se sentía capaz de cualquier cosa en la vida. De que nada podría detenerle. Recordó el momento en que se despidieron, el deseoso de besarla, ella mirando a lo lejos, pensativa. ¿Estaría ella como yo por dentro? se preguntó. La pecosa no le decía nada, solo lo miraba lo que lo ponía nervioso, sin saber qué hacer. ¿Se estará arrepintiendo? pensó en ese momento. Más ella le sonreía suavemente y a él se le llenaba el alma de ella. - Tengo que entrar - le dijo su amada. - ¿Sucede algo? Te has puesto muy pensativa - preguntó el muchacho de las herramientas. Ella movió la cabeza de un lado a otro suavemente. - ¿Estás segura que quieres quedarte en Bardolín? - Santiago titubeó un poco temiendo a la respuesta de la hermosa pelirroja. - Santiago... te soy sincera... hay cosas que extraño de mi casa... pero son más las cosas a las que no quiero volver. En cambio aquí... aquí está mi tía Raquel... le debo tanto, Santiago, no tienes idea. 131


-Es una gran persona - dijo él. - Es maravillosa... También está Lili, la hermana que nunca tuve. A veces siento que la necesito tanto, a veces siento que es ella la que me necesita tanto. En la ciudad nunca tuve una amiga así y no creo que la tenga - Adelaida se quedó en silencio unos segundos mirándolo de nuevo, como si estuviera diciéndose en el secreto de sus pensamientos cosas sobre él. - Sí, Galleta es única. Yo tampoco sé que haría sin ella. También es cómo una hermanita para mí - respondió Santiago un poco confuso. Esos silencios repentinos que hacía Adelaida lo preocupaban un poco. Lamentó que la pelirroja no le dijera que él era una de las razones por las que también decidía quedarse, aunque ¿no debía ser obvio? Temprano cuando se abrazó a él frente a los padres de ella. Cuando se aferró a él cómo si tenía la certeza de que estaría segura entre sus brazos, que nadie la podría mover de ahí. - Lili es única - dijo al fin ella rompiendo su silencio. - Yo... es mejor que yo me vaya - dijo él dando un paso hacia atrás haciendo la muestra de que ya iba a retirarse -. Es tarde. - Sí. Ya debería entrar y papá y mamá me están esperando. Tengo tiempo que no los veo. - No te retengo más - le sonrió. Ella lo volvió a mirar silenciosa y sin decirle palabras caminó hasta él y se le abrazó al pecho muy cariñosamente. Él la envolvió en sus brazos y la sintió suspirar. Tan frágil, tan delicada, siempre sentía esa necesidad de protegerla e impedir que nada la volviera a lastimar nunca más. - Te quiero - dijo ella tan bajamente que él no la escuchó. Se apartó de su pecho y lo miró con los ojos llenos de estrellas. - Descansa Adelaida. 132


- Nos vemos mañana. - Nos vemos mañana - respondió mientras comenzó a alejarse. Ella no se apartó de la pequeña puerta de la verja del jardín, se quedó ahí mirándolo. Incluso estando lejos volteó hacia casa de Doña Raquel, y aun estaba ahí, mirándolo en la distancia. Le saludó con la mano y ella le correspondió, luego ella giró y caminó fuera de su vista entrando por fin. Se inclinó hacia atrás y apoyó sus manos en el suelo, mientras alzaba la mirada una vez más hacía la luna. Recordaba a la pecosa abrazada a su pecho, pero no podía dejar de pensar que de pronto le parecía lejana de nuevo. Lamentó tener la costumbre de quemarse la cabeza pensando demasiado sobres las cosas que le preocupaban. Deseaba poder olvidarse de esas ideas que estaba teniendo y dedicarse a irse a dormir. En ese momento escuchó la puerta de su casa abrirse, y se incorporó hacia adelante sentado aun en el primer escalón de arriba hacia abajo. Miró en la medio penumbra a Fabián que se detuvo cuando lo miró en la distancia. - Iba a buscarte - balbuceó notoriamente soñoliento. - ¿Desde cuándo me sales a buscar en las noches? - le respondió a su hermano sonreído. Aquello le pareció gracioso, más Fabián lo miró con gravedad. - No olvides que los Bardolín están en el pueblo y se comenta que los han visto muy de noche recorriendo esta zona, hacia la entrada de Los Jardines. - No he visto más que un perro... - Entra Santiago - le interrumpió Fabián con autoridad -. Es mejor prevenir. - Esta bien, pero no me regañes. Y yo sé cuidarme - el muchacho de las herramientas se puso de pie y caminó hasta el lado de su 133


hermano y este lo envolvió con un brazo, aun con la mirada llena de sueño. - Santiago, no me perdonaría si te pasara algo. Caminaron hacia la entrada de la casa en silencio y Santiago se lo pensó mejor y pasando también su brazo por sobre el hombro de Fabián le dijo: - Gracias por preocuparte. Seré cuidadoso. Sonrieron, cruzaron el umbral y la puerta quedó cerrada detrás de ellos.

Betania estaba pensativa, a solas en el jardín escuchando los sonidos de la noche. Las emociones del día habían mermado y sentía la cabeza más fría para meditar las cosas. No estaba tan emocional como antes y sentía que podía ser crítica de sus propias palabras horas antes. Después de haber conversado largo rato con tía Raquel sobre los acontecimientos de los últimos meses y en especial los de esa tarde en Los Jardines, no podía apartar de su mente la imagen de Adelaida llena de mugre, sudorosa, desaliñada. Su niña haciendo el trabajo de un hombre. ¿En realidad estaba bien que aquel joven que decía amarla la hubiese dejado hacer semejante trabajo? ¿Palear cómo un obrero? Su hija no había ido a ese lugar a perder su delicadeza, a romperse las manos en labores tan rudas. En el fondo no podía aceptarlo, en fin de cuentas Adelaida debía ser una dama... o era que... ¿estaría condenada su hija a no serlo? Aquella lejana noche en el jardín de los Villafranca, su hija olvidó todo lo que una mujer respetable no debe olvidar. No olvidó una sola cosa de muchas, en un minuto las olvidó todas en manos del hijo del alcalde. Nada más y nada menos. En ese momento, pensó, que la excusa de Adelaida había sido el amor. ¡Nuevamente la excusa era la misma! 134


Mi hija es muy ligera, se dijo en baja voz a sí misma, parece no haber valido tanto esfuerzo. Se descorazonó de pronto. No podía comparar su pasado con Mateo, con el presente de Adelaida con Santiago. No eran la misma cosa. Y fuera de toda comparación era obvio para ella, que los Bardolín eran una familia muy influyente y adinerada, de haber podido vivir su vida junto a Mateo no hubiera sufrido carencias. ¿Qué podía ofrecerle Santiago a su hija? ¿El hijo de Antonio? ¿Qué sería, un cartero más? ¿Adelaida de ser la prometida del hijo de un alcalde a ser la enamorada de un cartero? Respiró un poco angustiada. ¿El amor justifica todas estas cosas? En un mundo de fantasías solamente, en el mundo que solo puede crearse en la cabeza de una muchacha sin rumbo como la de mi hija, pensó. - No está bien - dijo apretando los dientes y aferrando con fuerza con una de sus manos la verja del jardín. Comenzaba a arrepentirse de la aprobación que había tenido de la idea de que Luisa Adelaida se quedara en Bardolín, aunque fuese un tiempo más. Por lo menos sabía que había logrado salir de su encierro emocional, que así como había logrado abrir su corazón hacia Santiago, podría hacerlo con otro más respetable. Con otro que si le pudiera ofrecer un verdadero futuro a su hija. Tal vez sería lo mejor, convencer a Adelaida de volver a la ciudad. Cierto era y lo tenía bien claro, que cuando conoció a Gregorio era un comerciante que no poseía gran cosa. Pero Santiago no era Gregorio, eran casos muy diferentes para ella. Y aunque su esposo con los años logró una excelente prosperidad monetaria y vivieron desde entonces cómodamente, a su vez que era un buen hombre; su ideal no era que Adelaida intentara la misma suerte. No tenía por qué. Era su hija y no iba a vivir las mismas angustias que ella, su pelirroja niña tenía que tener una vida distinta. - ¿Qué haces sola aquí en este frío? - se acercó Gregorio por su espalda envolviéndola en sus brazos. - Estoy arrepentida - dijo ella mirándolo a los ojos. 135


- ¿Arrepentida? - Adelaida no debe quedarse aquí - dijo en cierta forma temerosa. Sabía que Gregorio no lo tomaría de muy buena gana al ser él quien primero se opuso a que la niña de sus ojos durara un día más en tan lejano pueblo. - ¿Eh?... Qué tú... ¡Válgame Dios! - se apartó de ella -. ¿Qué sucede ahora? - Baja la voz... - ¿Qué baje la voz? ¿Estás escuchando lo que estás diciendo? ¿Ahora estás arrepentida de que Adelaida se quede? Aquellas palabras se filtraron cómo un espíritu burlón por la ventana de la pecosa y llegaron a sus desprevenidos oídos. La pecosa se paralizó al escucharlas con el cepillo en una mano y su melena roja humedecida en la otra, frente al espejo de la habitación. ¿Había escuchado bien? Dejó el cepillo suavemente sobre la mesa y caminó silenciosa hasta la ventana y miró a sus padres uno frente al otro discutiendo. - ¿Puedes bajar la voz Gregorio? Es que... no sé Gregorio, es que... lo mejor es llevarla a casa... - Le hemos llenado la cabeza de una gran ilusión Betania, ¿ahora vamos a quitársela? - Esa muchacha ya tenía la cabeza llena de ilusiones antes de que llegáramos y precisamente por eso pienso que lo mejor es llevarla a casa. - No nos lo perdonará - gruñó él. - Ella no tiene moral para no perdonarnos - Betania no dejaba de recordar el acontecimiento del chalet. 136


- ¿A qué te refieres? - Recuerda lo que hizo donde los Villafranca. - No estuvo bien, es cierto. Pero solo se pasó de copas, una muchacha que no sabe beber. Eso no puede ser tan grave tampoco él se comenzó a sentir muy molesto. - Gregorio... - Betania se mordió los labios evitando contarle lo realmente sucedido. - Yo soy el primero que quiere llevársela de aquí, pero tampoco me parece bien que... - ¿Te la quieres llevar con nosotros? - le interrumpió ella. - ¡Claro que quiero! - alzó la voz colérico. - ¡No grites! - Betania trató de cubrirle la boca - ¡Apóyame entonces! - Estás demente mujer. ¿Por qué no me apoyaste primero a mí en la tarde cuando llegamos? - apartó la mano de su esposa. Ella se quedó en silencio -. Ah claro... comprendo... en la tarde era más importante el tal Mateo. - Gregorio... - Eras otra temprano, todo aquel nerviosismo, toda aquella actitud misteriosa. - No se trata de mi Gregorio, estamos hablando de Adelaida. - Ahora eres tú quien quiere hablar de Adelaida y sortear el tema. Siempre evadiendo el hecho de venirla a buscar, de hablar de tu hija que estaba distante de nosotros, ahora eres tú la que quiere hablar de Adelaida. 137


- ¿Sucede algo? - Raquel se acercó hasta su puerta, hablando con su característica autoridad. - No tía... nada. - Sí sucede Doña Raquel. Sucede que en la tarde Betania le dice a Adelaida que se quede en este lugar, ahora dice que no la va a dejar quedarse. Después de llenarle de ilusión la cabeza a Luisa Adelaida, ahora ella "lo ha pensado mejor". Después de convencerme a mí de apoyar que se quedara, el que casi le tuvo que arrastrar para venir a buscar a Adelaida, porque si es por Betania ni para su cumpleaños veníamos. - ¡Por favor Gregorio, no me pongas ante mi tía Raquel como una madre insensible! - Les suplico que por favor se calmen un poco - dijo la dama de damas -. Adelaida no está sola aquí en Bardolín. Está bajo mi tutela. Yo no puedo evitar que decidan llevársela, pero si les puedo decir todo el daño que pueden hacerle sino piensan en ella, en especial tú Betania. - Tía... ¿yo?... Tía pero si en este preciso momento estoy pensando en ella - respondió la madre de la pecosa indignada. - ¿Cómo cuando me la trajiste? - ¿Qué quiere decir? - Betania se estremeció, le tenía elevado respeto y temor al mismo tiempo a su tía Raquel. - En la carta que me enviaste antes de traerla decías que Adelaida solo estaba despechada, "cosas de jovencita" - dentro de la anciana comenzó a arder un resquemor - Te pregunto Betania ¿en verdad lo que tenía tu hija eran cosas de jovencita? ¿Un simple despecho?

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- Eh... yo... - la madre de la pelirroja balbuceó un poco. ¿Qué le intentaba decir la dama de damas? ¿Sería que Adelaida le había confesado todo lo que pasó? -. Tía... cosas de muchacha... Estaba deprimida porque su prometido terminó con ella porque Adelaida no cuidó su comportamien... - ¡Tu hija fue abusada Betania! - Raquel pareció rugir. - ¿Qué...? ¿Cómo...? - Gregorio sintió como si el alma se le hubiera salido del cuerpo. - Tía, Adelaida dejó de comportarse como una dama y... - ¡Esa pobre niña es más dama de lo que tú y yo juntas jamás llegaremos a ser nunca! ¿Cómo tienes corazón para no reconocer que el tal Villafranca abuso de ella? Betania se puso pálida. Gregorio le hizo la par, miró como un león furioso a su esposa con sentimientos encontrados. - ¿Abusada? ¿Me puedes explicar Betania de que está hablando Doña Raquel? - ¡Luisa Adelaida no fue abusada! ¡Ella se olvido de lo que era, una dama; ella se le entreg... No había terminado de decirlo cuando sintió una fuerte cachetada que la sacó de equilibrio haciéndola caer sentada sobre la hierba del jardín. Se quedó petrificada en donde estaba viendo a su tía muchísimo más alta de lo que era desde ese ángulo en que la miraba. Raquel estaba fúrica y le daba gracias a Dios que Betania había caído sentada, que si hubiese quedado de pie le daba otra cachetada con mucha más fuerza. Adelaida estaba en la ventana viendo todo aquello suceder. Su corazón volvió a sentir dolor. Su madre la seguía juzgando, su madre la seguía viendo menos de lo que ella sentía que era. Sintió mucha vergüenza saber que su padre supiera lo que realmente sucedió, ella era la niña de sus ojos, ella lo sabía bien. 139


¿Ahora cómo la vería su padre? ¿De la misma manera dura y crítica con que se había acostumbrado a ser mirada por su madre? - ¿Qué clase de madre eres? ¡Tú niña fue embaucada por el joven Villafranca! ¡La engañó hablándole de amor, la metió en aquel chalet y valiéndose de la inocencia de Adelaida, abusó de ella! ¡Luego la humilló aun más pues no estaban solos, habían dos jóvenes entre arbustos viendo todo lo que pasaba! ¡Tu hija fue violada! Gregorio caminó con pasos amplios hacia dentro de la casa rumbo a la habitación de su hija. Adelaida no lo vio entrar, sus ojos estaban inundados por dolorosas lágrimas, el dolor que ahora enfrentaba no tenía nada que ver con lo que había pasado en el jardín de los Villafranca, sino en casa, en presencia de su propia madre. Regresó a ella el recuerdo de cómo Betania no quiso acercarse a ella, no quiso abrazarla mientras ella con el alma destruida le contaba lo que le había sucedido. Tuvo la vana esperanza de que su madre la envolviera en sus brazos, que la hiciera sentir protegida, pero la miró con descontento, la miró con decepción. ¡Qué vergüenza tan grande me estás haciendo pasar! le dijo. No la dejó llorar, le dijo que todo lo sucedido le debía servir de lección. Eso le pasa a las libertinas, no a las damas, le dijo. - Luisa Adelaida - retumbó la voz de Gregorio. Cuando la pecosa lo escuchó cerca de su puerta corrió hacia ella con la intención de girar la llave y no dejarlo pasar, pero antes de llegar hasta la manilla la puerta se abrió bruscamente. Su padre la miró al descompuesto rostro, hinchado de pena, de llanto. Ella se alejó de él. - No, papá, no, no te acerques - lloraba la pecosa. Gregorio dio un paso hacia ella al ver la reacción de temor tan grande que vio en Adelaida. - Hija... 140


- Por favor papá... no... perdóname papá... - Adelaida sintió una vez más como sus rodillas le temblaron, cómo las piernas le fallaron. - Luisa... por el amor de Dios... dime la verdad... - Perdóname papá... - su llanto se hacía más doloroso cada segundo que pasaba. - Dime hija ¿Es cierto lo que dice Doña Raquel? Adelaida solo pudo estallar en llanto de pie donde estaba. Gregorio se acercó con cuidado hasta ella y la abrazó. Su alma la sentía partida en incontables trozos. Sentía cómo Adelaida intentaba zafarse de él, como si le tuviese miedo, pero él no la dejó liberarse de sus brazos, la sostuvo con mucha más fuerza intentando transmitirle todo su amor y toda su compasión. - Hija, mi niña - sin poder contenerlo más de sus ojos también se escaparon sendas lágrimas mientras la pecosa se rendía y dejaba de luchar, mientras se entregaba al resguardo que le estaba ofreciendo paternalmente. - No me odies como mamá - sollozó la pecosa. - Luisa, hija, que sucedió esa noche. - No me odies papá. - No lo haré hija, lo juro, pero dime que pasó esa noche. Betania llegó hasta la puerta y se quedó bajo su umbral sin saber qué hacer. Gregorio llevó a Adelaida hasta la cama y se sentó junto a ella en su orilla. La pecosa miró a su madre sin saber que sentir, sin saber que buscar en aquella mirada igualmente dolorosa de Betania. La triste muchacha se abrazó con fuerza de nuevo a su padre y cerró los ojos queriendo que toda aquella tristeza se fuera lo antes posible.

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- Déjame solo con mi hija - le ordenó Gregorio a Betania de mala gana. Pero en primer momento ella no se movió de donde estaba, no quitaba la mirada de su hija. Sentía la ambigüedad del rencor y la compasión. Le costaba en el fondo perdonarle a su hija lo que había hecho, pero otra parte de ella sabía que no podía lidiar con el dolor de lo que a Adelaida le habían hecho. Sentía una parte de ella que Adelaida pudo haber evitado esa suerte siendo más comedida, más decente, más dama; pero la otra le decía que fue usada en su inocencia, una niña jugando con un lobo, un amor atrapado entre su inocencia de niña y su sentir de mujer. No sabía cómo llevar ese dolor, que sin darse cuenta rechazaba a Adelaida para no sufrir ella, a costa del sufrimiento y la soledad en que dejaba a su propia hija. Su alma intuía eso, más su razón la torturaba con todo aquel pragmatismo de sociedad en donde proyectaba la imagen, tal vez irreal que tenía de Adelaida. Raquel se acercó y la tomó por el brazo y ella se dejó llevar, se dejó alejar de la puerta quedando fuera de la vista de su esposo y de su pequeña. Mientras se alejaba junto a su tía, recordó la primera vez que la tuvo en brazos, esa pequeña muñeca impecablemente blanca, con aquel mechón rojizo de pelo en la cabecita. Era su adoración, no había visto en su vida nada tan hermoso como su niña. La amaba más que nada, su nena sería una de las más bellas de toda la ciudad y tenía el deseo de que fuese respetable, muy admirada, muy noble. Luisa Adelaida la bautizaron, incluso recordó la lucha que dio su nena cuando recibía el agua bendita sobre su cabecita. Será una mujer fuerte, se dijo admirada para sí misma en aquel entonces. Tuvo la mayor aspiración de felicidad para su hija, creó mil sueños en torno a su pelirroja niña. Cuando el hijo de los Villafranca puso sus ojos sobre Adelaida y la cortejó tan caballerosamente se sintió tan orgullosa de la crianza que le había dado, estaba tan orgullosa de ella, de su pequeña dama. Sin embargo, lo que aconteció después la dividió en dos. Se sentía decepcionada, pero no así en el fondo de su alma, pues muy dentro de sí sentía un dolor inmensurable, un sufrimiento indescriptible por lo que le había sucedido a Adelaida. ¿Cómo podía soportar tanto dolor? ¿Cómo mirar día a día a su hija hundida en la miseria de 142


haber sido ultrajada? No, no podía. Debía de alguna manera levantarla, hacerla fuerte, hacerle ver que lo que había sucedido no era tan grave como realmente lo era, que debía estar por encima de eso y que no lo olvidara, que nunca olvidara la lección que toda aquella fatal noche tenía que significar. Toda su dureza con Adelaida era porque la amaba y no sabía cómo expresar ese amor sumido en tanto dolor. Quiso hacer de su hija una mujer de acero, que ningún otro pudiese acercarse a ella llenándola de nuevo con romanticismos, pero al mismo tiempo ella, su propia madre la rechazaba. Es que si llegaba a abrazarla se desmoronaría en llanto y sentía que debía ser fuerte para sí misma y para fortalecer a Adelaida. Nunca midió la soledad en la que la había dejado, nunca sopesó el abandono interno en el que debió sentirse su hija. Nunca... hasta ese momento... Horas antes, frente a Santiago había logrado en un lapso repentino poder mirarla de mujer a mujer, pero en ese momento regresaba a ella la necesidad de mirar a la hija, no a la dama caída en desgracia. Necesitaba mirar a la hija lastimada, a la hija que pedía silenciosamente ser consolada, envuelta, sanada. Sentía cómo la amargura que tanto se tragaba le ardía en el pecho y sin quererlo evitar más, lloró, se desbordó. - Hija - la dama de damas la ayudó a sentarse frente a la mesa redonda. Betania se odió a sí misma, se despreció por lo mala madre que se sentía que había sido. Se llevaba las manos al pecho, se asfixiaba de momentos al recordar el rostro de Adelaida el día siguiente cuando despertó de su desmayo después de lo del chalet, la noche que Gregorio la encontró tirada en el jardín. El rostro de temor, de desamparo, la mirada de una niña maltrecha. Recordó esa mirada que le había dolido tanto, la que se negaba aceptar en su pequeña. Recordó cómo a Adelaida le temblaban las piernas, cómo tenía trémulas las manos cuando las extendió hacia ella, sin que ella diera un paso hacia la muchacha llorosa. Ese ser marchito que tenía en frente no era su niña, no era su razón de ser, no era su sol. No, no lo podía aceptar, su dolor la envolvió. Se negó a reconocer la realidad tal como había sido, mejor era tomar la experiencia y 143


convertirla en una lección para Adelaida. Por lo que la hizo sentir merecedora de lo que le había pasado, la hizo sentir culpable para que desde ese momento en adelante se cuidara como debió haberlo hecho ante Joshep y cualquier otro. - Tía... que mala madre he sido... - miró con ojos atormentados a Raquel. - Ha necesitado mucho de ti. Aun te necesita Betania - la dama de damas se sentó junto a ella -. No es tarde. - Ella me debe odiar... - miró hacia la habitación de la pelirroja - He sido... tan... - Solo tienes que rectificar. Mirarla con verdadero amor y comprensión. Tu hija es una víctima. - Yo no supe que hacer - respondió Betania sin dejar de mirar hacia la entrada de la habitación -. ¿Cómo debe actuar una madre llena de tanto dolor por el sufrimiento de su hija? Oh tía... mi error fue poner por encima mi propio dolor por el de mi hija que era superior al mío. Pero ¿cómo soportar el dolor de ella? Si acaso apenas podía con el mío. Llevar el de ella me hubiera matado, tía, me hubiera matado. - Quizá haberle dado espacio entre tus brazos para hacerla sentir resguardada, defendida, consolada, te hubiera hecho algo de bien a ti también - le habló Raquel maternalmente. - ¿Qué hubiera hecho tía usted en mi lugar? - Betania buscó en los ojos de su tía cómo si pudiera tener la certeza que podría regresa al pasado con la respuesta que le diera ella, para enderezar las cosas. - Yo buscaba a ese muchacho y lo castraba - Raquel le sonrió -. Hija, para serte sincera ¿quién sabe qué hubiera hecho? Lo que si tengo claro es que, si Jazmín hubiera crecido y hubiera vivido algo así, ella hubiera contado conmigo en todo momento. Yo iba a significar para ella todo lo contrario de lo que hubiese significado el dolor, el 144


abuso, el abandono. Si los demás la lastimaban, yo iba a ser su bálsamo. - Yo no supe que hacer tía. Y terminé siendo tan mala cómo los que le hicieron daño a mi hija. Sus amigas le dieron la espalda, la señalaban en el colegio de señoritas, le decían que ese no podía ser ya su lugar. La muchacha del chalet le gritaban desde lejos, cuando íbamos por la calle. Y Adelaida bajaba el rostro y yo le exigía que lo levantara. Me importó más el que dirían, que lo ella sentía. Los muchachos la asediaban, pensaban que ella era una libertina, que ella se acostaría con cualquiera. Los que no sabían lo que realmente había pasado, le decían la borracha roja. Y Adelaida cada vez se me marchitaba más, hablaba menos, sonreía menos. Se encerraba en su habitación y a veces la prefería encerrada que en la calle, recibiendo ofensas. A veces prefería no verla, para no juzgarla yo. Pero hasta en el colegio nos pidieron retirarla porque no era un buen ejemplo para las otras damas. No tuvimos mejor elección que mudarnos al otro extremo de la ciudad donde nadie la conociera. Cuando nos mudamos el encierro de Adelaida fue tan férreo que Gregorio y yo nos comenzamos a preocupar por su salud mental. Sólo se dedicaba a tocar el piano, aunque a su maestro particular lo dejó de recibir. Cuando venía a casa ella no salía de su habitación. - ¿Adelaida toca el piano? - Raquel se sintió admirada. - Hermosamente tía - Betania se enjugó los ojos -. Pero incluso eso dejó de hacerlo. Dejó de escribir poesía... - ¡Oh por el Amor de Dios! - la dama de damas no salía del asombro -. ¿También escribía, la muchacha que dice odiar la poesía? - Tía se marchitó. Yo permití que se marchitara. Escritos hermosos hacía... yo estaba tan orgullosa... - nuevamente sus lágrimas asomaron.

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- Betania, mírame, Adelaida no está marchita, solo está lastimada. No sabes el bien que puedes hacerle dándole tu apoyo, tu fe en ella. - Entiendo por qué no quiere irse... no quiere volver a estar cerca de mi... - No digas eso. Está enamorada. - Sí, de ese muchacho. - No Betania, está enamorada de su nueva vida. - ¿Su nueva vida? - Date la oportunidad de conocer a tu hija realmente. - Pero que quiere decir tía. ¿Su nueva vida? - Betania, acércate a ella. Déjala que se muestre cómo es. Ella necesita que la mires directo a su alma. La madre de la pecosa se quedó en silencio, opaca, meditativa. ¿Conocer a Adelaida? ¿A su propia hija? Ella creía conocerla. ¿O no era así? ¿Qué debo hacer? pensaba ¿Qué le debo decir al verla? Sintió nuevas ganas de abrazarla, de pronto se sintió extrañándola cómo nunca. - Pronto es su cumpleaños - murmuró Betania. - ¿Cuando? Sé que es pronto pero no sé el día. - El cinco. - Bueno, prepárale una gran celebración aquí en mi casa - le sonrió Raquel -. Ese puede ser un gran nuevo comienzo para las dos.

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Betania también sonrió en silencio, tal vez su tía tendría mucha razón. Comenzó a desear con todo su corazón que Adelaida pudiera perdonarla y que esa parte de su propia alma también pudiera perdonar a la pecosa. De pronto Gregorio salió fuera de la habitación de la triste pelirroja y se detuvo unos segundos y miró a su esposa en silencio, cómo decaído, como si mirara a través de ella. Luego prosiguió hacia la entrada principal. - Gregorio ¿A dónde vas? - Betania se puso de pie notoriamente preocupada. El se detuvo de nuevo sin mirarla, sus ojos estaban perdidos en muchos pensamientos. - Necesito aire fresco. Necesito caminar - sin más avanzó y salió de la casa. Ella no hizo nada, lo dejó irse. Por el contrario caminó hacia la habitación en busca de Adelaida y la encontró recostada, soñolienta, llorosa. Se sentó a su lado sin decirle palabra y comenzó a acariciar la hermosa melena de fuego de su hija. Adelaida cerró los ojos, abandonándose a ese extraño afecto que estaba teniendo su mamá con ella, y bajo la pena de su depresión sintió mucho sueño y quiso dormir para olvidarlo todo.

Gregorio se dejó llevar por sus pasos, su alma estaba pendiendo de un hilo. Hace más de un año que le habían ocultado tan grande tragedia. Recordaba una y otra vez el relato de Adelaida, se repetía una y otra vez la imagen horrorosa que creaba en su mente del momento que cayó víctima de la vulgar trampa de Joshep. Y pensar que respetaba y quería a ese muchacho. El que sería el esposo de su hija y parte de su familia, pero no podía superar el hecho de que Joshep no estuviera solo, que hubieran dos jóvenes más viendo a su hija ser abusada, de que la vieran desnuda. Que el hijo de los 147


Villafranca la expusiera de esa manera como si su hija fuera una cualquiera. Sentía que podía matarlo si se le cruzaba en frente en ese momento. La adoración de su vida, su pequeña, su amada hija había sido ultrajada, humillada, abandonada como una poca cosa. Tenía el desmedido impulso de partir a la ciudad en busca de los Villafranca y torcerle el cuello a Joshep. A Adelaida se le tenía que hacer justicia de alguna manera. Lloró mientras apretaba los puños, impotente. Esa noche no debió dejarla en la fiesta de los Villafranca, se arrepintió de confiar en el prometido de su hija. Él era su protector y esa noche, sin imaginarlo la había dejado desprotegida. Cuando la consiguió desmayada en el jardín no estaba ebria, estaba moribunda, estaba con el cuerpo y el alma heridos. La hubiera preferido mil veces ebria, hubiera deseado que la historia que conocía fuese la verdadera y no esa pesadilla, su hija abusada y luego humillada por media ciudad, porque el hijo de los Villafranca fue tan poco hombre, por no desmentir y decir la verdad de lo que había pasado aquella noche. Escuchó un suave rumor, el gorgoteo de la fuente de la vereda principal. Se encaminó hacia a ella y de pronto se detuvo al ver una sombra sentada en su borde. No era supersticioso ni creía en apariciones, pero en ese momento espero no estarse encontrando con algún alma en pena de aquel lugar. Aquella persona se giró al sentirlo cerca. Se miraron uno al otro y se quedaron en silencio. - Es bienvenido a sentarse - dijo la sombra.

Era Mateo.

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Capítulo 29 Su mano recorría suavemente el cabello cobrizo de su amada hija. Hacía tanto tiempo que no se detenía a admirar la belleza exótica de Adelaida. Miró su perfil hundido en la almohada, sus pequeños y hermosos ojos cerrados, el contraste entre sus encendidas pecas, al lado de aquellas más tenues y suaves; su tez blanca. Sus graciosos labios que en cualquier mínimo gesto parecían simular un inocente beso. Le pareció de pronto tan indefensa, tan frágil. ¿Cómo pudo esta niña tan frágil soportar tanto dolor? pensó. La pelirroja hermosa llegó a ser tan dura, tan fuerte, pero cómo todas las cosas de la naturaleza que tienen corazas, son tan indefensas por dentro, tan vulnerables, tan sutiles. La admiró de pronto, reconoció que Adelaida tuvo más fortaleza de espíritu que ella. Betania no pudo soportar llevar a cuestas el dolor que sufría su hija, sin embargo la pecosa sobrellevo su propia pena y el desprecio de los demás y la frialdad de su madre. ¿Cómo hizo para poder levantarse cada día y enfrentarse a un mundo que de un día para otro se le volvió en contra, que luego de ser un lugar de oportunidades y alegrías, se le volvió un pandemónium? Un alma pura puede elevarse sobre todas esas miserias, un alma que aun tiene esperanza de encontrar su propia luz. Se le volvió hacer un nudo en el pecho, la dejé tan sola, se dijo en sus pensamientos, le di la espalda y ella siguió adelante. ¿Importaba tanto que Adelaida fuese una dama ejemplar? ¿Ejemplar para quién? El hijo de los Villafranca poco pudo mirar la pureza y la belleza verdadera que traslucía en su hija. ¿La prefería considerada una dama respetable ante la sociedad, o la prefería sin heridas y feliz? Si tuviese que elegir entre una de ambas, sin duda que fuese feliz lejos de todo mal dolor. Sus lágrimas volvieron a surcar su rostro. Nunca había pensado así de su niña antes, le exigía tanto, la enderezaba con estrictas normas, y nunca se preguntó nada sobre la paz y la felicidad que en verdad deseaba que debía merecer Adelaida. La pecosa entreabrió los ojos, parecía aun lejana en sus 149


pensamientos y emociones, pero cercana a las constantes caricias que dejaba su lastimada madre en sus largos y hermosos cabellos pelirrojos. - ¿Cómo te sientes? - preguntó Betania sin saber cómo sonar maternal para su hija. De que ella sintiera que su pregunta era auténtica y no una evaluación más de su conducta. Mas la muchacha se quedó en silencio. - ¿Le contaste todo a tu papá? - Adelaida sentía que su madre estaba siendo honesta en sus atenciones, pero no estaba segura si eso duraría mucho tiempo. De igual modo le asintió suavemente. - ¿Y qué te dijo? ¿Está molesto contigo? Conmigo sé que lo está dijo entristecida su madre a la pecosa. - No... - apenas musitó Adelaida. - ¿Te dijo algo? - Solo me preguntó por qué nunca le dije nada. - Por mi culpa... yo te lo prohibí. - Mamá - la pelirroja movió la cabeza suavemente de lado a lado negando -. Nunca le dije por miedo. - A que te tratara como lo hice yo - la pecosa se quedó en silencio -. Tu papá fue tu soporte, siempre te defendió de todos, siempre te miró y aún te mira cómo su niña... a pesar de tus errores. Yo te fallé cómo madre... yo te fallé... Adelaida miró hacía el rostro compungido de Betania y al mirar en él tan profundo dolor, se compadeció; le sostuvo de una mano con firmeza.

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- No mamá - con los ojos también humedecidos la pelirroja triste respondió -, me fallé a mí misma. Me falló Joshep. Tú no estabas ahí. Tú y papá confiaban en mí. Yo tengo responsabilidad, pero he aprendido a reconocer que tampoco tengo la culpa. - Hija es lo mismo... - No... Antes me sentía culpable, pero no tengo culpa de lo que me pasó mamá. Sin embargo reconozco mi responsabilidad y por eso he decidió avanzar. Dejar de sentenciarme todos los días, asumir mis actos errados, aprender de ellos y dejar de vivir en una auto condena. - Que madura te has vuelto. - No te culpes más mamá. Tú tampoco te culpes más. Hazte responsable... - De ti - le interrumpió. Adelaida se quedó en silencio mirándola -. Sí hija, entiendo lo que me quieres decir. No culpar a nadie que a estas alturas nada hace cambiar lo que pasó, lo que sí puedo hacer es hacerme responsable de mi hija, de su tristeza, de su dolor, de su alegría, de su futuro. Hacerme responsable de mi propia conducta para contigo y ser una madre no culpadora, sino más bien una madre responsable. ¿Sabes hija lo tanto que te amo? Te amo Luisa Adelaida desde el primer momento que te tuve en mis brazos... La pecosa se incorporó en la cama queriendo abrazar a Betania, pero no sabía qué hacer. Aun sostenía su mano con calidez. Vio como su madre tomó la almohada y se la puso sobre las piernas y la intentaba alisar con la palma de su mano mientras de sus ojos las lágrimas corrían desbordadas. - Mamá yo también te amo mucho - Betania al escucharla sintió crecer su remordimiento. ¿Cómo puede amarme si la dejé tan sola, si fui tan indoblegable con ella? Se abrazó a la almohada y bajó la mirada. No se la pudo sostener. 151


- Mamá suelta esa almohada... y ven... abrázame a mi - dijo por fin Adelaida convencida de sus propias palabras y emociones. Le tuvo que quitar de las manos la almohada y envolverla en sus brazos. Betania lloró dolorosa, mientras su hija le tomaba los brazos y con ellos se rodeaba el cuerpo. Recostó su cabeza en el hombre de la pecosa y se abandonó ahí. No hallaba la manera de conseguir consuelo. No hallaba la manera de aligerar el remordimiento que tenía. Reconocía que era muy difícil dejar de sentirse culpable cómo se sentía en ese momento. - Perdóname hija... Adelaida miró en el espacio vacío de su almohada sobre su cama y ahí estaba; el libro de Maira. Lo sostuvo en sus manos un segundo y luego se apartó de Betania; caminó rápido hasta la puerta escondiendo el libro detrás de sí al ver a la tía Raquel sentada en el sillón vinotinto mirando hacia ella. Le mostró una sonrisa, que a la dama de damas le pareció extrañamente nerviosa y cerró respetuosamente la puerta de la habitación y giró la llave. A Raquel aquello le dio curiosidad extrema. La pelirroja hermosa de regreso trotó hasta la cama y se sentó al lado de su madre y comenzó a buscar entre las páginas maltrechas del pequeño libro. - ¡Mi Dios! - exclamó Betania - ¡Ese libro! - ¿Lo conoces? - Adelaida la miró sorprendida. - Sí... ya ni lo recordaba... mi tía te va a matar si se entera que tienes un libro fuera de su biblioteca. - Lo sé - sonrió -. Quiero leerte algo. - No está bien que tengas esto aquí... - Mamá...

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- Está bien - Betania suspiró profundo y le sonrió intentando bordear su pragmatismo. La pecosa buscó rápidamente entre el pequeño y antiguo libro, se detuvo en uno de los capítulos y se le llenó el rostro de ternura. Y comenzó a leer

EL PERDÓN.

No te juzguéis más. Mirad a tu alrededor y no encontrareis ni el tribunal ni al acusante. Los culpables son los que obran con alevosía. Más yo sé, tú, quien leéis estas líneas, que obraste con inocencia y por eso fuisteis lastimada. Pero os digo, sigue inocente, porque no fue la culpa de vuestra inocencia. Culpar vuestra inocencia es culparte a ti misma. Perdonad a aquel que te hizo daño para que puedas estar libre de él. Perdonad siempre. Culpar es una carga, el perdón es su purga. Sentir culpa es una carga, perdonarte a ti misma, es su liberación. No llevéis cargas innecesarias, ni de otros, ni vuestras. La vida aunque os parezca un viaje, en ella no necesitáis llevar de equipaje vuestras penas. Mientras más pesadas nuestras valijas, menos lejos llegaréis. Os juro que la vida solo vale su pena cuando podéis ir lejos. Lejos de vuestro pasado, incluso, lejos de vuestro futuro. Ahora es hoy, en este preciso momento en cada paso del segundero la vida avanza. No espera. Y la culpa es solo un ancla que has puesto en vuestro tiempo, no viváis más anclada en el pasado, que el segundero os deja atrás y la vida va adelante.

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Yo odié a quién tanto dolor marcó en mi pecho y por mucho que se alejó de mi vida, yo no me alejé de su recuerdo. Un puñal que yo misma clavaba a capricho sobre mi lacerado corazón. Me odié, me culpé, me sentí indigna de amor y a su vez, culpé a otros de mi desdicha. Mi única culpa fue culparme. ¿Si vuestros pies tropiezan con la piedra, de quién es la culpa, de vuestro pie o de la piedra? Os aseguro que no importa la respuesta mientras estéis tirada en el suelo lamentándote de vuestras heridas. No seréis la primera que tropiece contra la piedra, os juro que caí más veces de lo que puede caer un ave sin alas en un hoyo infinito. Perdonad a vuestros pies, perdonad a la piedra, y seguid adelante. Y os suplico, hazte responsable de tu andar. No caminéis como una víctima del camino, vuestro camino es el que dibujan vuestras huellas, no esa senda ajena que han marcado delante de ti. Y Maira te da su palabra de honor, que no tropezaréis más y si tropezáis, no os caeréis de bruces. Ya deja de lamentaros por la piedra que no visteis venir al paso, ya has caído, eso no lo borrará vuestro juicio. Solo lo cambiará vuestra voluntad de poneros de pie, mirar el resto del camino y andar dejando el tropiezo en el espacio de suelo donde sucedió. No llevéis la piedra en el pie. Dejadla en el camino. Perdonadle y avanzad. Sé que pensáis que perdonar es tolerar. Mas os digo que tolerar es aguantar el dolor y perdonar es sanarlo. No tenéis que tolerar el dolor, menos el recuerdo y el rencor, que iguales son sirvientes del primero. Perdonad, y libérate de tu pena. Dejadle ir. Abre tus manos, soltadle y veréis que las mismas corrientes del destino alejan su barca de ti. No te aflijáis más, tú, preciosa, quien leéis, que sentenciar en vuestro corazón y memoria no somete al agresor a tu condena. Él sigue libre, mientras eres prisionera de vuestro propio dolor y recordatorio. No le retengáis más. Cortad la cadena que los une, pues a ti es a quien arrastra. Creedme, perdonar no es aceptar el golpe. Perdonar es demostrarle a tu alma que ni en tu recuerdo serás de nuevo agredida por aquel. Porque eres valiosa, porque en la vida hay cosas más hermosas para recordar, cómo la 154


mirada de aquel que te ama. Por eso el perdón es Amor, porque solo el alma se sana y se repara en el Amor. No en el rencor, no en la soberbia, no en la venganza, no en la tristeza. Amad y avanzad. Perdonar es avanzar hacia el Amor. Sin embargo yo sé, porque quién escribe lo supo así, en la propia piel, que el peor agresor, el más despreciado, el que una y otra vez le permitimos flagelarnos, el que nos hunde a capricho, al que odiamos pero permanecemos a su lado, es nuestro propio Juicio. Ámate y avanzad. Perdonarte es avanzar hacia el amor. Liberaos de vuestra propia iniquidad. Liberaos de vuestra propia venganza. Liberaos de vuestro propio rencor. Queréis ser feliz mientras os acusas. ¿Qué alma puede ser feliz condenada por sí misma? ¿Queréis vuestra alma libre? Perdonadla. Amadla. Avanzad. Delante vuestro hay brazos abiertos extendidos, pero estáis mirando siempre al pasado, culpando y culpándote. ¡Girad el rostro, hermosa, y lanzaros a los brazos amorosos que te esperan! Y dejad el pasado en el pasado, el ayer en el ayer, el dolor en el dolor. Perdonadle para que no te duela más, dejadle atrás en el dolor, y vuela libre hacia la alegría. ¡Vivid en el presente! ¡Vivid en la alegría! ¡Corred hacia vuestro Amor, que el dolor perdonado jamás podrá daros alcance! ¿Sabéis por qué? Porque perdonar es purgar el dolor. Porque perdonar es tener el alma libre de cargas innecesarias. Mirad, quien tanto desea amarte, y estáis cegada por la rabia, por la tristeza, por la culpa, y no podéis ver toda la hermosura que te devuelve el espejo en su reflejo. Porque te odiáis y odiáis aquellos que te hicieron odiarte. Perdónate y no tendréis que perdonarlos, porque ya quedarán perdonados. Perdónate y volveréis a mirar tu verdadera belleza. No ese pergamino de sentencias que crees merecer. Inocente, mantente inocente, que solo los inocentes perdonan al siguiente minuto. Solo los inocentes son felices. Porque un alma sin cargas, es libre. Ojalá nunca hubiera sido necesario que perdonaras, pero lleváis dolor en el alma.

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Perdonad. Preciosa perdónate y avanza hacia vuestro propio Amor. Es el primer paso para amar y ser amada de verdad.

Adelaida levantó la mirada del pequeño anónimo libro, hacia el rostro de su madre. La que la miraba con tanto amor, y tanta tristeza al mismo tiempo. ¿Cómo? se decía en su alma ¿Cómo me voy a perdonar haber lastimado tanto a mi niña, a esta alma tan pura? ¿Cómo puedo perdonarme? Los labios de Betania estaban trémulos, repletos de palabras que no se ordenaban para salir. Quería volver abrazar a su dama, a su hermosa hija. Pero por más que lo intentaba se sentía indigna. - Hija... - Mamá que tienes - la pecosa se acercó a ella, dejando el libro de Maira a un lado -. Estás pálida. - No me lo puedo perdonar - y lloró de nuevo. - Mamá... mírame... - la muchacha de cabellos de fuego tomó el rostro de su amada madre y con delicadeza, con sus dedos sutiles, le alzó la mirada hacia la de ella - Te amo. - Ay Luisa... perdóname... - Mamá - le sonrió con ternura -, no quiero tu perdón, quiero tu amor. Y para eso debes perdonarte. Yo lo he ido entendiendo. Perdónate y avanza hacia mí, hacia mi cariño, hacia mi amor. - Adelaida hay cosas que aun no me has perdonado, yo lo sé. - Tal vez mamá, tal vez, pero te amo. ¿Y el amor no es en sí mismo perdón? 156


- Lo que acabas de leer decía que perdonar es alejarse del que te lastimó. - No mamá, míralo de esta manera, para mí, lo que entiendo es que perdonar es tener el alma libre de rencor para poder seguir viviendo, para poder seguir amando. Y que solo los culpables son aquellos que hacen daño sabiendo que lo están haciendo. Pero incluso a esos hay que perdonar. - Hija... ¿tú has perdonado a Joshep lo que te hizo? - Mamá, no has entendido... Me perdono a mi misma y no tengo que perdonarle, porque ya queda perdonado cómo parte de mis antiguas culpas. Me perdono y sigo adelante con mi vida, hacia un más digno amor. Me libero del mal que me dejó; me perdono, dejo de condenarme, de sentirme indigna; dejo de sentirme merecedora de lo que me sucedió. - Yo tengo culpa de que te sien... - ¡Mamá!... ¡Por favor basta! ¡No te culpes más! Quiero que te acerques a mi sin remordimientos - a Adelaida los ojos se le nublaron de lágrimas -. Te necesito. - Ahora lo sé hija, lo tanto que me necesitaste... - No importa ya lo pasado. Mamá, te necesito ahora. Te amo mucho. Si supieras lo bien que me ha hecho estar aquí con la tía abuela, en este precioso pueblo. Te lo debo a ti, yo estaba tan hundida que en tu desesperanza no se te ocurrió más que traerme. Y tu decisión me salvó de mi misma. Yo me menospreciaba, yo me odiaba mamá, yo me sentía culpable de toda mi mala suerte. Pero yo actué con mi corazón delante de mí, yo di mi alma, yo di mi amor inocentemente mamá. ¿Cómo puedo ser culpable? ¿Cómo? No hay manera de serlo. Pero tampoco quiero ser la víctima. Tampoco quiero vivir debajo de la sombra del maltrato que sufrí de todos en el Oeste de la ciudad. No quiero vivir bajo la sombra de lo que me hizo Joshep. Yo soy 157


más digna que todo eso. Yo soy más elevada. Yo valgo mamá. Soy una buena mujer, soy una buena dama. Sé que no soy perfecta mamá, pero tengo un buen corazón. Yo estoy por encima de todo lo que me sucedió, porque quiero ser feliz y no voy a seguir permitiendo que el pasado me robe mi paz. No quiero esa carga en mi alma. Me perdono mamá, porque he ido aprendiendo amarme, y solo el amor perdona, porque el perdón es eso... - Es Amor - asintió llorosa Betania. - ¿Ves que si lo entiendes? Perdónate mamá y sigamos juntas, más que antes. Se abrazaron de nuevo. Raquel cerca de la ventana desde el jardín escuchó todo aquello. Le había movido la curiosidad por la extraña actitud de la pecosa al cerrar la puerta. Ya lo comprendía, era por aquel libro. Caminó hasta la verja del jardín y miró la noche clara, iluminada por aquella luna resplandeciente, que dejaba su halo misterioso sobre todas las soñolientas casas de Bardolín. Los insectos nocturnos seguían dando sus serenatas y conciertos entre los pastos mozos de las veredas. - Así que lo conseguiste Adelaida, el libro de Maira - murmuró para sí misma -. Es una de las mejores cosas que te pudo haber pasado. Escúchala. Recordó el día que consiguió aquel libro tirado en una de las primeras veredas de Bardolín. Época en la que aquel lugar era muy concurrido por cercanos de la familia de Guillermo. Estaba casi segura que el pequeño texto le pertenecía a una dama muy particular que había visto por aquel entonces. Era muy independiente, muy segura, muy valiente al hablar. Era una mujer que parecía traída de otro mundo. Se veía feliz siempre. Ella en el fondo de su ser la admiraba, porque ella no hallaba la manera de dejar de ser cada vez tan dura. Había todo un mundo de personas señalándola y señalando a Guillermo por elegirla a ella, de entre tantas mujeres. 158


- ¿De verdad Guillermo... por qué a mí? - se volvió a preguntar después de tan largos años -. Gracias -musitó -, gracias por amarme de la forma en que lo hiciste. Miraste en mi lo que ni yo misma miraba. Miró de nuevo hacia la ventana de la pecosa y sonrió. Niña valiente, pensó, te has atrevido a sacar ese libro de mi biblioteca. Mas no estaba molesta como lo podrían temer Betania y Adelaida. Estaba muy contenta de que lo estuvieran leyendo juntas. Deseó que su pelirroja sobrina lograra ser como aquella dama que de pronto recordó, aquella mujer que parecía ser la misma autora del libro de Maira. Nunca supo su nombre, pero siempre tuvo la idea que solo una mujer como aquella podía haber escrito un libro tan valiente como aquel, en un mundo dominado por hombres. Un libro de una mujer escrito para otras mujeres. Aunque también creía que era una bendición no saber quien lo había escrito, pues quien siempre lo leía terminaba siendo reflejo de la autora, como la autora decía que era el reflejo de quién le lee. Libro misterioso, se dijo, escrito anónimamente para que pudiera llevar la autoría de todas nosotras, la que lo hemos tenido en manos. Vino a su mente el día en que se acercó a aquella deslumbrante mujer de cabellos café y le extendió el libro, preguntándole si le pertenecía, la dama luminosa, lo miró unos segundos en silencio sin decir nada, luego la miró a los ojos, le sonrió y le dijo que no le pertenecía, que si se lo había encontrado ella, es porque algo tenía que decirle. Recordó que le dijo que un libro aparece como lo hacen los maestros, solo cuando el aprendiz está listo. Fue la última vez que la vio en Bardolín, nunca pudo darle las gracias por esas palabras porque en realidad cuando se sentó a leer el pequeño libro, se conmovió tanto que comenzó a cambiar mucho de sí misma, y casi pudo jurar que aquella dama de melena café, era Maira. ¿Acaso Guillermo no le había dicho que era la esposa de Juan Valladares? "Incluso os ruego, no olvidéis a Juan, llevaros en vuestra memoria un rato más", decía Maira en una de sus páginas.

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Volvió a sonreír. Tenía esperanzas en Adelaida, cómo en mucho tiempo no las tenía en nadie, supo que la vida, que Dios, le había traído a la pelirroja y endurecida muchacha no solo para sanarse a sí misma, sino para cambiarle la vida a tan solitaria anciana y tenía el presentimiento, de los cuales había aprendido a confiar con el paso de los años, que Adelaida cambiaría a Los Jardines de Bardolín. Algo brillaba en esa jovencita cada día con mayor intensidad, que hacía que ella no dejara de pensar que la pecosa tenía un propósito y un destino muy grande en tan amable pueblo. - Preciosa pelirroja, has cambiado la vida de todos los que has conocido en Bardolín... incluyéndome - dijo a la luz de la luna. Regresó sigilosa dentro de casa y se dirigió hacia su habitación, recogió a Jazmín de la repisa donde estaba siempre con su cara de felicidad perpetua, le acarició la rojiza melena y suspiró. - Vámonos a dormir Jazmín. Mañana será otro día - le dijo a la niña de porcelana. Entró en su habitación y cerró la puerta detrás de sí.

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Capítulo 30 Se quedó de pie mirándolo con desagrado. Estuvo a punto de voltearse e irse del lugar. Ya bastante tenía en ese momento recordando lo que le había acabado de contar Adelaida, para tener que enfrentarse también con la presencia de Mateo Bardolín. Sintió como si la impotencia y la ira le corrieran por las venas, como si fueran carcajadas que se burlaran de él. - Por favor - habló Mateo -, siéntese. Hay algo que me gustaría decirle. - ¿Sobre qué, sobre Betania? - bufó Gregorio sin la más mínima muestra de acceder. - No. Realmente lo que tengo que decirle es sobre mi familia. - Vaya engreído. ¿Cree que me interesa algo sobre su familia? - Suponía que sí porque implica a Raquel - Mateo hizo alarde cómo siempre de su actitud altanera, y mirando de soslayo a Gregorio prosiguió: y también a la señorita Adelaida. - ¿Cómo que también a Adelaida? - dio un paso hacia él fúrico, mas el hombre del bastón solo alzó una pequeña botella de cristal y vació un poco de licor, oscuro y de olor dulce, en un pequeño vaso de metal. Ni siquiera miró al rabioso hombre que tenía en frente a punto de hacerlo nadar en la fuente de un puñetazo. - Pues sí - respondió sin mirarlo, bebiendo un sorbo. Al final se inclinó y lo miró cómo si viera a un muñeco de paja -. Siéntese y conversemos.

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- No me voy a sentar. Explíqueme a que se refiere - a Gregorio se le tensó el cuello como una soga que intenta sostener a un barco de un muelle en un día de tormenta. - Siéntese y le digo - Mateo cruzó la pierna y tomó otro sorbo sin mirarlo. El padre de Adelaida sintió verdaderas ganas de ahogar en la fuente a tan prepotente personaje, más al ver que este no hacía el más mínimo caso de su mal humor, dudó un momento en quedarse de pie o sentarse, en fin de cuentas no se quedaría ahora con la intriga sobre lo que aquel Bardolín tenía que decir sobre su niña, sobre su amada hija. No la volvería a desamparar. Terminó sentándose con desconfianza, como si se acercara al lado de un oso salvaje. Sin embargo Mateo siguió sin mirarlo. - Le escucho - gruñó Gregorio. El hombre del bastón suspiró profundo. - Vienen días difíciles para este amable lugar - miró las casas cercanas como objetos amados - y Raquel está perdiendo la batalla... Se la está ganando el tiempo. - ¿Qué quiere decir? - Gregorio notó con extrañeza lo que parecía verdadera preocupación en el rostro de Mateo. - ¿No sabe lo del documento? - miró al fondo de su vaso notando que ya estaba vacío. - Doña Raquel hablaba algo sobre eso con mi esposa Betania Mateo lo miró con cierta gracia. "Mi esposa Betania" había dicho Gregorio. - La verdad caballero, es que si en unas semanas no aparece ese documento... lo que no va a suceder... - ¿Cómo está tan seguro?

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- ¿Gusta? - Mateo le extendió la pequeña botella junto al vaso. Gregorio miró el licor oscuro mecerse y dudó aceptar. Al final se negó. El Bardolín miró con lamentación que no aceptara, pero terminó encogiéndose de hombros -. La verdad, si no ha aparecido en cuarenta y cuatro años no lo hará justo ahora. - ¿Cuarenta y cuatro años? Pero ¿que sucedió realmente con ese documento? ¿Cómo es que Doña Raquel debe tenerlo? - Lo tenía pero mi tío lo escondió. - ¡Pues no me sorprende...! - Caballero... caballero... mi tío era esposo de Raquel... lo escondió no de Raquel, mi tío escondió el documento de nuestra familia. - Eh... no... Un momento, no entiendo. ¿Me está tomando el pelo? ¿Un Bardolín escondió el documento de su propia familia? ¿Y el esposo de Doña Raquel era familia de usted? Me toma el pelo. No, esto no tiene nada de sentido - Lo tiene, más del que se imagina. Muy pocos recuerdan la historia de la tía abuela de su esposa. Pero yo no quiero hablar de la vida de Raquel. Sino de lo que está por acontecer en este lugar. - Usted dirá. Mateo miró unos segundos a Gregorio cómo estudiándolo. Se sonrió para sí mismo, en fin de cuentas le caía bien el esposo de Betania. Un buen tipo, pensó, con carácter bravío. - Me puedes tutear. No es necesario que seamos tan formales - dijo el hombre del bastón, inclinándose hacia atrás un poco. - Yo solo tuteo a mis amigos.

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- Yo también amigo - respondió Mateo con una amplia sonrisa en el rostro. - Yo no soy su amigo - dijo entre dientes Gregorio, imaginando la cabeza de Mateo sumergida en el fondo de la fuente sujetada por el cuello por sus propias manos. - Pero yo sí el tuyo. - ¿Porque sería usted mi amigo? - Por la señorita Adelaida. Magnífica dama. Inteligente y madura. - ¡Me molesta que mencione a mi hija a cada momento y no vaya al punto! - ¿El punto? El punto es que parte de mi familia trama algo sucio. Y lo que traman será perjudicial tanto para la señorita Adelaida, tanto cómo para Raquel. - ¿Y por qué le preocupa eso? - Porque yo tengo principios - Mateo miró a los ojos de Gregorio mostrándole que era honesto en sus palabras. - Me parece que la trampa me la quiere tender usted. - ¡Oh! Pues créeme que no. Me preocupo de verdad - dijo Mateo haciendo un gesto en el aire. - Me cuesta creerle. ¿Por qué usted va a ser distinto de su familia? Le escuché decir a Doña Raquel cómo querían sacar de aquí a todos, hacerse con las tierras aledañas alegando que aquí hay petróleo. - Me interesa lo del petróleo, pero mi propio padre años atrás fracasó en su búsqueda. Me interesa más este lugar por razones distintas. - ¿Qué razones? 164


- Personales. Ciertos apegos podemos decir. Y por la memoria de mi abuelo. - ¿En serio? ¿Todo eso es más importante para usted que el petróleo? - Gregorio respondió irónico. - En ese sentido no me preocupa que no me creas - respondió Mateo con su típica altanería -. Sin embargo me preocupa la señorita Adelaida. Pronto a Bardolín llegará el hijo de los Villafranca... - ¿Qué demonios dice? ¡Lo mato! ¡Cuando llegue no va a salir de este pueblo con vida! ¿Por qué viene? ¿Viene por Luisa Adelaida? - No. En verdad dudo que sepa que ella esté aquí, pero no lo puedo asegurar. Viene por lo mismo que la mayoría, por las riquezas que presuponen este lugar. Y mi hermano León y él tienen "negocios" pendientes. - ¿Negocios? ¿Su hermano y los Villafranca se conocen? - Sin duda alguna. Dos familias tan prestigiosas de la ciudad sin duda se conocen. Gregorio se quedó en silencio. Era demasiado para un solo día. El entrecejo casi le llegaba a la punta de la nariz, le daba mucha desconfianza todo aquello. ¿Por qué Mateo Bardolín le decía todas esas cosas? ¿Lo intentaba timar? ¿Burlarse de él por rencor, por envidia, porque él era el esposo de Betania? Lo miró con soberbia. Sin embargo Mateo parecía indiferente a él, seguía sentado con la pierna cruzada, relajado, meditativo en su igual repentino silencio. Miraba la pequeña botella de licor que tenía en manos, prácticamente llena. - Es una pena lo que le tocó vivir a la señorita Adelaida - dijo al fin Mateo. El padre de la pecosa tragó hondo. ¿Acaso todos sabían lo que había pasado con su hija menos él? -. Pero es admirable. Por Dios que es de admirar. 165


- ¿A qué se refiere con lo que le tocó vivir? - Si quieres matar al hijo de los Villafranca, sabes a que me refiero. Mas sin embargo tu hija es mi heroína. Hablar con ella demuestra la magnífica educación que le han dado, lo inteligente y madura que es. Y lo fuerte que ha sido, más que nadie, para hacerle frente a tanta gente vacía que la señaló, sin saber que ella era una víctima. - Mi hija es una dama... - Gregorio intentó defender la dignidad de Adelaida. - Sin duda alguna amigo mío. Cómo muy pocas que se consiguen en la vida. Una dama de verdad. - Cuando llegue Joshep tendrá que vérselas conmigo. - Eso empeorará las cosas Gregorio. - Pero... ¿Qué quiere que haga, que me quedé de brazos cruzados viéndolo pasar como si nada, burlándose y humillando aun más a mi hija? - No, pero te propongo algo. Necesito de tu ayuda. La idea de mi hermano León es humillar a Raquel, y valerse del afecto que tiene por su sobrina, la señorita Adelaida para hundirla aun más. Quiere desposeerla de todas sus bienes, y he escuchado cosas, en caso de que milagrosamente aparezca el documento, mi primo trama una jugada sucia. Que tiene un as bajo la manga. - A que se refiere. - Bueno, en el documento que hay que firmar existe una cláusula que reza, que cualquier heredero de Guillermo Bardolín, mi tío que en paz descanse, automáticamente se hace dueño del título de propiedad de todas estas tierras.

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- Pero tengo entendido que la hija de Doña Raquel y su esposo cayó en uno de los pozos, y luego él no tuvo una suerte mejor. Y nunca dejaron herederos. - Te tengo que contar algo. La muerte de Jazmín es un misterio. Yo estuve el día de la tormenta en la que ella cayó en aquel pozo. Yo era un niño pequeño de seis años. Y ahora no tengo clara la imagen, pero yo recuerdo haberla visto caer en aquel pozo. Dos niños más y yo la vimos caer - señaló con su pulgar hacia el callejón detrás de la fuente, en dirección de la casa de Galleta -. Margot y Gaspar estaban conmigo esa vez, jugábamos con Jazmín. Ese día estaba aquí toda mi familia, pero ese día la única que se fue antes, y apenas terminó la tormenta, llena de mucho misterio fue mi tía Celia. Decían que estaba trastornada porque nunca pudo casarse y tener hijos. Y bueno, siempre corrió un rumor al respecto de ese día y de la partida misteriosa de mi tía. - ¿Qué rumor? - Qué en medio de la confusión de la tormenta, ella raptó a Jazmín y se la llevó. Si eso es así, cosa que no sabría que decirte, de estar viva, sería la dueña de todo esto. Y si fuese cierto, de haber sido criada por mi tía Celia que despreciaba a Raquel, pues ya imaginarás cual sería la actitud de Jazmín respecto a su madre y a todo este lugar... pero yo no lo recuerdo así, yo recuerdo haberla visto caer, pero ya no estoy tan seguro. Hace tanto tiempo de eso, estuve teniendo pesadillas mucho tiempo que no sé cuáles de esos recuerdos son los reales y cuáles no. - Un momento, algo no me cuadra. Si fuese así, por qué no la han traído antes, o por qué ella misma no ha venido a reclamar lo suyo. - Ahí es donde entras tú - dijo Mateo puliendo contra su manga un poco la empuñadura dorada de su bastón. - ¿Qué tengo que ver yo con todo eso? 167


- Te voy a pedir que hagas un viaje... - ¡No, no, no! ¡Esto es una broma! ¡Yo no voy a dejar a mi hija y a mi esposa aquí solas! ¿Me toma por imbécil? - No, realmente no. Si fuera así no te pediría tu ayuda. Y mi idea es que puedas llevarte a la señorita Adelaida y a Betania lejos de aquí. Mientras averiguas la verdad sobre Jazmín. Los tres tendrán todos los gastos pagos. El viaje es para Europa. Gregorio se quedó mudo. Pensaba que si aquello era cierto, podría llevarse a su familia lejos de todos esos dementes, alejar a su hija de Santiago, un pueblerino que no estaba a la altura de Luisa Adelaida, alejarla de la llegada de Joshep Villafranca, y alejarla de todo aquel conflicto que parecía avecinarse, y en especial alejarla del mismo Mateo Bardolín. Tanto a su hija como a su esposa. - Yo te daré todas las indicaciones necesarias. Mi tía Celia aun vive, está muy anciana pero aun vive. - ¿Y si no es cierto, si no está allá? - preguntó Gregorio aun desconfiado. - Bueno, habrán viajado de paseo por Europa con todos los gastos pagos. - Usted... realmente me confunde mucho, que con anterioridad parecía estar a favor de esa idea de mi hija de estar cerca del pueblerino ese. - Santiago... buen muchacho. Pero lo he pensado y aquí las cosas se pondrán demasiado duras y sería injusto que la señorita Adelaida tenga que pasar de nuevo por la humillación de Joshep y de mi familia. - Mi hija no va a aceptar. 168


- ¿Un viaje a Europa? Pues claro que lo va aceptar. Es una oportunidad de conocer y es joven, esas cosas atraen a la gente joven. Conocer mundo. - Ella ya conoce Europa. - Aceptará - dijo Mateo llenando de nuevo el pequeño vaso. - ¿Y que gano yo con todo esto? - ¿Te parece poco? - el Bardolín lo miró levantando las cejas -. Viajarás con tu familia a Europa sin gastar un centavo, y te las llevarás lejos de aquí, cosa que deseas hacer. - ¿Y usted que gana? - Si es cierta la historia, le gano a León e impido otra injusticia más. Si no es cierta, igual gano, porque por lo menos sé la verdad. Y tendré claro que si aparece el documento mi familia tendrá que resignarse. - Se rumorea que los Bardolín van camino a la quiebra. ¿Cómo es que usted parece tan despreocupado de no hacerse con estas tierras? - Soy el que más ha venido a este pueblo, amigo mío. Y tengo ojos y oídos donde nadie se imagina. Yo sé que puedo negociar con Raquel para sortear la suerte de mi familia, que casi me ha desterrado. - ¿Desterrado? - Y desheredado. Por defender a la señorita Adelaida ante mí hermano León. - ¿Lo desheredaron...? - No, no... pero casi.

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- ¿Defenderla? ¿A qué se refiere? ¿Acaso su hermano León intentó acercarse y propasarse con Luisa Adelaida? - Mi hermano es un cobarde que nunca hace las cosas él mismo. Sin embargo... - Me cuesta creer lo que me dice. Me parece que se burla de mí. - No, yo no me burlo de ti, sin embargo lo que suceda aquí pasará así me creas o no. - Y si acepto cuando tendría que partir. - Cuando quieras - Mateo le ofreció de nuevo el vaso lleno de licor, el que no había probado después de haberlo servido. Esta vez Gregorio lo sostuvo. - ¿Y por qué no va usted personalmente a averiguar? - Obvio. Soy un Bardolín en desgracia y no me voy a poder acercar a mi tía Celia ni a los sitios donde tengo que ir. Mejor alguien que la familia no conozca. - A Betania la conocen. - No realmente, pocos de mi familia llegaron a conocerla y ninguna de esa familia está en Europa. Gregorio probó el licor, pensativo, dio un pequeño sorbo y sintió un sabor espeso y dulce llenarle la boca. - Me cuesta creerle - le respondió aun sintiendo el concentrado sabor del licor en su paladar. - Amigo mío, cómo ya te lo he comentado; me creas o no, sucederán cosas aquí en Bardolín que no son buenas para Raquel y sus seres queridos. 170


Gregorio lo miró en silencio. Parecía sincero. Entre todo ese aire altanero, podía sentir honestidad en Mateo. Comenzaba a bajar la guardia ante aquel hombre que en un pasado había sido el amor de su esposa. Internamente se sonrió, pensando lo irónico que sería entablar amistad con precisamente aquel fantasma del pasado de Betania. Ese al que él le había tenido tantos celos sin conocerlo. Ahora lo tenía en frente y parecía honesto frente a los afectos que expresaba sobre Adelaida, incluso sobre Raquel. - Entonces conoció a Jazmín, la hija de Doña Raquel - el padre de la pecosa rompió el breve silencio. - Sí. A ella le recuerdo cómo si la hubiera visto ayer por última vez. Muy vivaz, extrovertida, divertida, sonriente. Así es el recuerdo que tengo de ella. Si la hubieras conocido, te sorprendería lo que se parece tu hija Jazmín. - Luisa Adelaida no es extrovertida, nunca lo ha sido. Tal vez sonriente, pero no vivaz. Más bien introvertida, dura de carácter aunque puede ser muy amistosa. Amable, tierna, y muy sensible. - ¡Oh!... Bueno... me refería en apariencia... físicamente... Pelirrojas, pecosas, sus rostros ovalados como una avellana. La misma mirada, la misma sonrisa. Te sorprenderías de verdad. No tengo duda que Jazmín se hubiera visto igual que la señorita Adelaida de haber llegado a la misma edad. - ¿Y dice que la vio caer en uno de los pozos que están aquí en Bardolín? - Tres la vimos caer. O ya no sé lo que vi. Después de eso sufrí muchas pesadillas, donde la veía caer siempre en un pozo distinto. Tenía seis años. Ya no sé que es un recuerdo de lo real o un recuerdo de lo que soñaba.

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- Betania me contó que nunca fue encontrada. ¿Y los tres que la vieron caer no coincidieron en el lugar donde cayó? - En semejante tormenta, no había orientación, llegamos a la verja de Los Jardines por un milagro. Es lo único que puedo creer, porque no se podía ver más allá de unos cuantos metros. - Pero... ¿cuánto tiempo la buscaron? - Muchas semanas se invirtieron para recuperar su cuerpo, pero nunca se le pudo hallar. He ahí que surgieron muchas versiones. Una de esas, la que te conté hace unos minutos, que mi tía se la llevó. Otra versión es que cayó en "La Boca del Diablo"... - ¿En la que? - El pozo más hondo que se conoce. Ese es el nombre que le han puesto los bardolideños. Otros, que podía estar en cualquiera de los otros pozos, que muchos de ellos estaban hasta arriba de lodo y agua de la lluvia. Yo frecuentaba mucho la casa de mi tío Guillermo y en aquellos días ya no era tan amable como lo era antes. No me trataba mal, pero estaba siempre en silencio o hablando demasiado de cualquier cosa. En especial se encerraba en su biblioteca y nadie le podía molestar. Solo Raquel. - Entonces Doña Raquel es su tía política. - Ahora que lo dices - Mateo sonrió taciturno -. ¿Irónico no? Sí. Jazmín era mi prima. - Es una historia muy triste la de Doña Raquel. - Y pareciera que la vida quisiera hacerla aun más triste. No vienen días fáciles. Nadie piensa que si ella se queda sin su hogar no tiene ningún lugar a donde irse. Toda su vida transcurrió aquí, sola, con sus recuerdos. Ella muere el mismo día que la saquen de este pueblo. 172


No tengo duda. Su vida es este lugar. Igual cómo sería tan difícil imaginar a Los Jardines de Bardolín sin Raquel. - ¿Y nadie más puede hacer nada? - No... - Mateo Suspiró hondamente - Raquel está sola. Sí no hacemos algo por ella, claro está. - Todavía no puedo creer que quiera ayudar a Doña Raquel. - Sí, difícil de creer. No lo dudo. Pero te lo vuelvo a decir, no importa que creas... - Ya lo tengo claro. - ¿Entonces qué me dices? - Lo voy a pensar. - Eso es mejor que nada. Esperaré tú respuesta, pero recuerda que el tiempo apremia. El padre de la pelirroja lo volvió a mirar en silencio mientras tomaba otro sorbo de licor. Tendría que pensarlo muy bien y pensar que decirle a Luisa Adelaida y a Betania al respecto. - Muy buen licor - dijo Gregorio, después de saborear el sorbo que acaba de tomar. - Muy bueno, sí. Es algo local, lo hacen aquí. Le dicen Magdala. - ¿Magdala? - Sí, dicen que quien creó ese licor fue una mujer que vivió hace mucho tiempo atrás aquí. La llamaban "Magdalena", según que había llorado mucho por un amor que perdió trágicamente... - ¿Cómo? 173


- La verdad lo ignoro. Cuentan que un día un hombre llegó a Bardolín y se enamoró de ella perdidamente, pero ella solo tenía amor para la memoria de aquel que amaba. Pero dicen que ese forastero fue tan dedicado que logró que ella fuera olvidando su dolor. Ella fue poco a poco dejándose querer, sin embargo decían que había llorado tanto que sus propios besos eran desagradables, sabían a lágrimas y ella lo sabía. Evitaba ser besada, aunque deseaba ser besada por aquel, que ya comenzaba a entristecerse y a comenzar a alejarse. Movido por la desesperación de no perder a ese hombre que la había sacado de su honda pena, pensó que para retenerlo, para demostrarle con un beso lo tanto que lo comenzaba a amar, debía endulzar sus besos. Lo que tenía a la mano eran cerezas de Los Jardines y otras hierbas y almendras y un licor neutro. Dicen que mientras lo hacía, mientras lo preparaba comenzó a llorar de nuevo y movida por sus emociones, se dejó guiar y logró este licor. Cuando recibió esa tarde a su amado, le dio a probar de su licor, pero decían que no se lo dio en un vaso, sino en un beso. Dicen que humedeció sus labios con aquel licor y lo besó y fue tan dulce el beso, que aquel hombre alzó voces de alegría aquel día, y se quedó junto con ella para siempre. Dicen que el gran secreto real de aquel licor, es que en aquella preparación cayeron aquellas lágrimas de amor de ella. Por eso a este licor le dicen Magdala. Obviamente no se prepara con lágrimas de nadie. Pero deja un sabor dulce y agradable en la boca que te hace sentir optimista del futuro. Que en realidad el mañana puede ser dulce, después de las lágrimas. Gregorio vio dentro del vaso el magdala mecerse silencioso y espeso. Vaya historia, pensó. El mañana puede ser dulce, después de las lágrimas. Deseó de pronto lo mismo para Luisa Adelaida, recordó todo lo que su hija lloraba a solas, o aquellos silencios por días, o aquellos claustros que hacía la pecosa en su habitación, o aquellas largas horas frente al piano sin producir más sonido que el que pudiera hacer el gran instrumento musical. Parecía un alma en pena en la casa. Ahora sabía por qué. Sin duda alguna la Adelaida que encontró al llegar a Bardolín era otra. Con vida en los ojos, la 174


había visto sonreída, radiante, al verla llegar junto al tal Santiago. Aunque estaba mugre, que parecía que había salido de una cueva, Adelaida se veía feliz. Hace tanto tiempo que no había vuelto a ver la sonrisa de su amada hija, hasta ese momento. Su hija había sido una Magdala también. ¿Habría encontrado dulzura para sus días en la presencia de aquel muchacho? Suspiró profundamente. No sabía que pensar y sentir en ese momento. - Salud por la señorita Adelaida - Mateo alzó la pequeña botella y la acercó a Gregorio. El padre de la pecosa acercó su vaso a la botella y se dejó escuchar el pequeño armónico del contacto de metal y cristal. - Salud - respondió taciturno. - Por un dulce mañana para ella - el Bardolín miró solidario al Castelán. - Por un dulce mañana para Adelaida - tomó otro sorbo. Era cierto, aquel magdala le dejaba un sabor dulce y agradable en la boca que lo hacía sentir optimista del futuro. Las lágrimas pueden ser cambiadas por algo mejor. Acercó de nuevo su vaso hacia Mateo. Este lo vio un segundo, sonrió y se lo volvió a llenar. Cada uno en silencio brindó por los días que estaban por venir.

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Capítulo 31

Entró al mercado con paso alegre y decidido. El sol besó sus mejillas dulcemente al salir de la sombra de la última casa de la vereda. La suave brisa de la mañana volvió a acariciar sus cabellos de fuego, meciéndose en ellos como si un hada invisible se tratara. Nuevamente los olores de los tarantines la alcanzaron y la hicieron aspirar profundamente, amando todos aquellos aromas. Se detuvo frente a una repisa llena de frascos llenos de todo tipo de conservas, muy provocativos a la vista. Podría llevar uno para su papá y su mamá cómo obsequio, sostuvo uno de ellos y lo miró con ojos de joyero. Por detrás de ella pasó un grupo de tres jovencitas que iban conversando muy animosas, y a cada minuto dejaban oír sonoras risas al unísono. Ella volteó a mirarlas un segundo, al trío de muchachas alegres que parecían hablar de cuanta cosa y cuanta persona les pasara cerca. Les perdió interés rápido y regresó sus pequeños hermosos ojos sobre el frasco que tenía entre sus pequeñas y delicadas manos. - Señor Marcos, me llevo este - Adelaida le extendió unas monedas al mercader, las que con una amable sonrisa las recibió. El anciano con premura buscó para darle el cambio, pero la pecosa lo rechazó. Con un gesto amable le hizo saber que podía quedárselo. - Muchas gracias señorita. - Sus conservas valen mucho más de lo que usted las cobra. ¡Son una delicia! - le dijo con hoyuelos en las mejillas la hermosa pelirroja. - Muy amable. 176


- Hasta luego - se despidió contenta con su frasco en manos y siguió caminando entre los tarantines hasta llegar cerca de una gran cesta llena de ciruelas. Su olor y colores intensos la hicieron detenerse en frente tentada a probar uno, pero al estar ahí escuchó cerca a las tres muchachas que había visto minutos antes, un poco más adelante de donde ella estaba. Entre el bullicio del lugar, entre las voces que venían en todas direcciones, se filtró la voz de una de ellas hasta sus oídos. Había dicho algo de Santiago. Puso mucha atención intentando alcanzar a escuchar la conversación pero haciéndose la desentendida. - Tú le diste la dos cerezas Rebeca, muchos pensábamos que ibas a romper la maldición de Santiago hace tres años atrás - dijo una, las otras dos rieron a boca de jarro. - Hubiera sido Fabián y le daba hasta seis... - respondió Rebeca. - Pero Fabián te daba vueltas. Algo le hiciste que se alejó de ti - dijo Clara. - Él no me daba vueltas, él es pícaro con todas por igual. - Sí, eso es cierto - dijo Clara dándole giros entre sus dedos a uno de sus mechones. - Pero con qué cara lo dices - la codeó Rebeca. La muchacha rió ampliamente. - Bueno, a mí también me dio vueltas. - Estás inventando. - No, lo juro - Clara abrió los ojos ampliamente, con expresión de cordero. - La verdad es que a ninguna nos llegó serenata de él, el año pasado - dijo Laura. 177


- Pero a todas nos coqueteó - dijo Clara. - No ha todas - dijo Laura. - Ah... es que Fabián es de buenos gustos - rieron dos de ellas. - ¿Qué te crees? Se te pudrieron las cerezas esperándolo - dijo Laura un poco mal humorada. Volvieron a reír las otras. - Yo no lo esperaba a él - dijo Clara. - ¿A Santiago? - dijeron las otras casi al unísono. - ¡No! Esperaba a Cristóbal... pero para esas fechas viajó. - Es un chico listo - dijo Rebeca. - ¿Qué quieres decir? - Nada. Pero tú sabes que todas esperamos a Fabián en el mes de las cerezas - volvieron a reír. - Tiene un tiempo que no se le ve con nadie - reflexionó Laura. - Con alguien sí - dijo Clara. - Ah sí... - Rebeca hizo un gesto despectivo - con la rarita. A Adelaida se le estremeció el cuerpo. "La rarita", sabía de quien iban a hablar. Tenía ganas de arrojarle el frasco contra la cabeza, pero se contuvo e intentó seguirlas escuchando a paso retirado mientras estás comenzaban a caminar de nuevo. - Le tendrá cariño - dijo Laura. - O ella lo embrujó - Clara se pasó un dedo por la muñeca haciendo un gesto extraño. - Yo creo que es lástima - dijo Rebeca. 178


- Sí, pero por lástima él no va a dejar de darle serenata a alguna de las muchachas de Bardolín. Siempre tan galante, siempre se le ha conocido teniendo alguna novia. De verdad que no dura mucho solo. - Es que difícil no lo tiene. - Pero es muy extraño, como dices. ¿Estará enamorado de Galleta? dijo Laura. Las otras rieron tanto que casi se caen al avanzar. Adelaida iba detrás de ellas tragando hondo, estaba a un paso de acercarse y de ponerlas en su lugar. - ¿Cómo se te ocurren tonterías? - dijo una de ellas. - Entonces explícame. - Por favor, seamos serias. Fabián se le han conocido las más bellas novias de Bardolín. - Si hablamos en serio Galleta es muy bonita... - dijo Laura. - Es rara. Escurridiza como un perro callejero. Silenciosa como un muerto en pie. Metida todo el santo día en Los Jardines recogiendo hierbas y sapos. Seguro hará hechizos encerrada en su cuarto y tendrá a Fabián embrujado - dijo Clara. Rebeca no pudo contener la risa. - Hablo en serio - gruñó Clara -. Pues miren, hablando del Rey de Roma... Galleta estaba en el mercado, cargaba algunas frutas en una cesta y caminaba delante de ellas sumergida como siempre en sus pensamientos. El trío de parlanchinas aceleraron el paso hacia ella y el corazón de Adelaida se sacudió, también apresuró el paso. - Hola Galleta - la rodearon. Lili dio un respingo y las miró con sus grandes ojos marrones, algo llenos de temor. No estaba 179


acostumbrada a que se le acercaran los demás de esa manera y menos el trío de parlanchinas en particular. - Está muda - murmuró Clara. - Nos estábamos preguntando Galleta... - Rebeca la miró maliciosa ¿Te gusta Fabián? Galleta se quedó petrificada mirándola fijamente, sus ojos se le humedecieron. Sintió tanta vergüenza ante tal pregunta. Terminó bajando la mirada queriendo salir corriendo pero le tenían el paso cerrado. - La vas a hacer llorar - dijo Laura por lo bajo, sintiendo un poco de pena por la muchacha tímida y temerosa -. Mejor déjala. - Por favor Laura, ¿qué le cuesta responder? Todos saben que le encanta ir donde Fabián y que él la atiende porque tiene buen corazón. - ¿También esperas que Fabián algún día te lleve tu primera serenata? - dijo Clara. Ella y Rebeca estallaron en risa, a Laura aquello no le estaba gustando al ver el rostro de Lili tan adolorido. - Muchachas, mejor seguimos andando - dijo Laura. Mas las otras dos la ignoraron. Rebeca tomó por la barbilla a Galleta y le levantó el rostro suavemente. - Fabián tiene un buen corazón, por eso te recibe en su casa, porque le das pena. Te digo esto para que no vayas a sufrir. Él no se fijará nunca en una muchacha como tú. Lo sabes ¿verdad? - No la escuches Lili - Adelaida dijo de improvisto, que las hizo dar un salto a todas -. No escuches a estas frustradas.

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- ¿Cómo dijo? - preguntó Clara a sus amigas. La pecosa con las orejas enrojecidas de la rabia, pasó entre ellas y tomó de la mano a Galleta e intentó sacarla de en medio de sus agresoras. - ¿Qué te crees tú, muñequita de la ciudad, para decirnos frustradas? - dijo Rebeca retadora, cerrándole el paso a la pelirroja, la que por su frágil estampa parecía una niña entre ellas. - ¿Qué te crees en verdad? ¿Con tus vestiditos y modales burgueses crees que tienes el derecho de insultarnos? - dijo Clara. - ¿Insultarlas? - le respondió Adelaida - Si ustedes mismas se hacen el favor. Las tres se miraron sin entender muy bien. Logró hacerse paso entre ellas llevándose consigo a Lili. - Nos dijiste frustradas y pretendes irte como si nada - dijo Rebeca -. De seguro la frustrada eres tú, que vienes a rescatar a la frustrada de Galleta que en su vida a recibido una serenata de nadie. Esa si es una frustrada. Adelaida se detuvo en seco y se giró hacia ellas. Sintió cómo Lili comenzaba a llorar intentando reprimir con todas sus fuerzas el llanto. Eso le bastó, esa era la gota que derramaría el vaso. - Les voy a decir algo y espero que su limitado entendimiento les alcance para comprender - dijo la pecosa en alta voz que los que estaban cerca se detuvieron a escucharla -. Cuando miran a los demás y los señalan desde sus propios juicios, están señalando la propia idea que tienen en sus huecas cabezas. Cuando le dicen "rara" a Lili, no es que ella lo sea, sino que en sus estrechas mentes no pueden ver más allá de lo que ustedes mismas son. ¿Les da gracia que ella nunca haya recibido una serenata? Ustedes habrán recibido muchas para seguir solas, cómo un trío de cuervos que se creen cisnes, que no les queda más que reunirse con sus semejantes para no sentirse desdichadas. Por eso Lili anda sola, porque no hay como 181


ella semejante en este lugar, porque es única, porque es un alma pura, algo que ustedes no tienen. ¿Qué les importa si a ella le gusta o no le gusta alguien en Bardolín? ¿Quieren desahogar su frustración en la única muchacha que ha logrado la atención de Fabián últimamente? ¿Se preguntan por qué Fabián la recibe? Claro, obvio, es menos doloroso que preguntarse por qué Fabián NO las recibe a ustedes. ¿Se preguntan que tiene Lili? Pregúntense que NO tienen ustedes. Esa es la verdadera pregunta que se deben hacer. - ¿Quién te recuerda esa escena? - dijo risueño Gerónimo Valdez al amigo que lo acompañaba en el mercado, mientras escuchaban a Adelaida. - Pues sin duda a La Señora de Bardolín - dijo el segundo. Sonrieron los dos asintiendo. - Van por todos lados murmurando de todos, siseando entre ustedes como una cesta llena de serpientes. ¿Se creen mejores que Lili? Demuéstrenlo. Vamos, este es el momento, frente a todos los presentes demuestren que tan mejores son ustedes. Demuestren en que la superan. Bueno, si de chismes se trata, nadie las supera... - Nos dijo serpientes - balbuceó Clara. - Tú no eres de aquí y no tienes derecho de... - Rebeca intentó interrumpir a la pelirroja. - A mi no me hables de tener o no tener derecho y poco me importa de dónde seas tú, de Bardolín o del Cielo, jamás te voy a permitir que humilles a Lili solo porque te gana con sencillez donde tú tienes que hacer hazañas. Ella no tiene la culpa que seas tan nula. - Son unos cuervos - comenzó a decir un señor desde su tarantín -. Galleta es un ángel. - Sí, en verdad son unos cuervos - dijeron desde otras partes los que escuchaban. 182


- ¿Vieron muchachas? Yo les dije que era mejor que... - intentó hablar Laura. - Es mejor que te calles - le espetó Rebeca a su amiga, luego miró con soberbia a Adelaida -. Todo tu palabrerío refinado me tiene sin cuidado. Ella sigue siendo la rara, y todos aquí lo saben y quieren hacerse los solidarios con la sobrina de Doña Raquel, solo porque es la sobrina de Doña Raquel. Galleta es un bicho raro. Así como Santiago, ellos son los bichos raros de Bardolín. ¡Y-todos-lo-saben! A la pelirroja le hirvió la sangre. ¡Santiago bicho raro! Era demasiado, primero a Lili después a Santiago, no se lo iba a permitir. Tenía que ponerla en su lugar. Lili le apretó la mano queriendo que su amiga dejara todo aquello y poder irse de ahí, pero Adelaida no lo iba a dejar así. - ¿Cómo te llamas? - miró con autoridad a una de las muchachas. - Laura - dijo esta casi temerosa. - Ven, eres lo único rescatable de ahí - le extendió la mano. - Si das un paso, te tocará andar en los rincones sola, como la rara esa - le amenazó Clara. - No se te ocurra Laura - le regañó Rebeca. - Ven Laura, ya está sola estando con ellas - Adelaida mantenía la mano extendida hacia ella con determinación, con seguridad -. Tú no eres como ellas - Sí das un paso hacia allá es que te crees mejor que nosotras y no lo eres - dijo Clara. - Demuéstrale que si lo eres Laura. Ven, tú no eres cómo ellas. Mira a Lili ¿Le harías daño si no estuvieras junto a ellas?

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- No - dijo bajamente mirando a Galleta. - Yo sé que no - le sonrió Adelaida -. Ven, Laura. - Si das un paso pierdes nuestra amistad - dijo Clara molesta. - Pero gana la nuestra - respondió la pecosa -. Pierde de andar con dos cuervos y gana de andar con dos damas. - Muchachas reconozcamos que estábamos haciendo mal y... - ¡Laura la boba, siempre tú! Nunca puedes ser solidaria - le dijo Rebeca. - Ven Laura, eres mejor que eso. Eres mejor que ellas, por eso quieren tenerte por debajo, porque son unas frustradas. De aquel lado, las demás son raras, o bobas. Del lado nuestro no hay nada de eso, hay personas, y las respetamos. Ven. Laura miró a Rebeca y a Clara, decepcionada y triste. Le habían dicho una vez más "la boba", por solo querer hacer lo correcto. Miró a Adelaida tan solidaria con Galleta, miró como aquella pelirroja que tenía en frente hacía lo que ella, de tener el valor, hubiera hecho. Estaba del lado equivocado, solo por miedo a estar sola, a que le dijeran rara, a que la despreciaran como a Galleta. Pero no más, pensó que no más, que le valdría más estar sola que con tan mala compañía. - Nunca me creí mejor que ustedes muchachas - al fin les dijo -, pero tampoco soy menos que ustedes. No soy una boba. - Siempre lo has sido - le dijo Rebeca -, y lo estás demostrando una vez más. La muchacha llena de decepción las miró en silencio unos segundos, se giró y caminó hasta la mano extendida de Adelaida y se la tomó.

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Se le salieron las lágrimas, en el fondo seguía teniendo miedo de que la trataran como lo hacían con Galleta. - Y así es cómo de tres cuervos contra dos damas, se logra obtener tres damas contra dos cuervos - les dijo Adelaida. Las otras dos por mucho orgullo que tenían sintieron vergüenza ante la mirada de todos, cuando entraron en razón que medio mercado las miraba. Se sintieron reducidas en su propia pena. Sintieron ganas de salir corriendo. Gerónimo cerca del lugar escuchó todo el enfrentamiento, junto al amigo que siempre lo recibía en Bardolín. - Divide et impera - dijo para sí mismo con su gran sonrisa de abuelo, orgulloso de la sobrina de su preciada Raquel. El anciano que le acompañaba asintió al escucharlo. Adelaida tomada de las manos de Galleta y Laura las alejó del lugar como si de dos niñas pequeñas se tratara, protegidas bajo su amparo. Las otras dos muchachas se quedaron mudas viendo como su amiga las dejaba atrás, sin siquiera voltear. El resto de las personas que escuchaban aplaudieron a Adelaida. - No temas Laura, no estarás sola, nosotras seremos tus amigas - le dijo la pecosa mientras le soltaba las manos a ambas y tomaba de nuevo el frasco que había puesto sobre las frutas que llevaba Lili. - Discúlpame Galleta - le dijo la muchacha a la tímida de cabellos lacios, la que asintió sin levantar la mirada. - No te preocupes Laura, no permitiré que ellas se metan contigo - le animó la pecosa. - Rebeca tiene razón - dijo Lili aun sin levantar la mirada. Adelaida suspiró profundo sabiendo el daño que habían hecho en la frágil autoconfianza de su adorada amiga.

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- No Lili, no tiene razón. Olvídate de lo que te dijo. Sabes que Fabián contigo es cómo no lo es con nadie, y eso es porque eres especial para él. - Porque tiene buen... - ¡Lilibeth! - la pecosa le habló con carácter, la muchacha de cabellos lacios levantó la mirada con los ojos amplios, como de costumbre, parecidos a dos grandes ventanas abiertas -. Te prohíbo que repitas las palabras de esa muchacha. - Galleta - dijo Laura con afecto -, ella solo quería lastimarte. No le creas lo que te dijo. Yo si puedo creer que Fabián se fije en ti. ¿Por qué no? Mira todo lo bonita que eres. Y quizá lo que más le gusta a él de ti, es que no te le lanzas en los brazos como ya quisiera una de ellas. Que él tiene que hacer su mejor esfuerzo para llegar a ti, que tiene que ser todo lo delicado que nunca ha sido, todo lo cariñoso que nunca ha sido, todo lo paciente que nunca ha sido y si está haciendo cada una de esas cosas, es porque te quiere. - No me equivoqué contigo - le sonrió Adelaida. Lili miró a Laura, con sus lágrimas aun a punto de desbordarse, pero la miró pensando en todas sus palabras. - Se ha ganado a dos enemigas - Laura le advirtió a la pecosa. - Perderán su tiempo porque jamás me pondré al nivel de ellas. Pero tampoco le permitiré que humillen a Lili. Más bien siento pena por ellas. - ¿Pena? - Laura pareció extrañada. - Cuando una persona está tan molesta con la vida como ellas, es porque no se quiere a sí misma. Que para sentirse mejor ataca al mundo, intenta reducirlo, porque desprecia lo que ella misma es. Hasta que no cambien esa actitud vivirán a la defensiva y lastimarán 186


a los demás queriéndolo o sin querer. Ellas son personas más solitarias de lo que parecen. - Creo que tiene razón señorita - dijo Laura. - Mi nombre es Adelaida y por favor no seas tan formal conmigo. - Es que usted es tan refinada... - Nada de eso - le interrumpió la pelirroja hermosa -. Aquí las tres somos por igual. Así que nada de usted, ni de señorita Adelaida, nada de eso. Para las amigas yo soy Adelaida. - Está bien - sonrió Laura. - Me tengo que ir - dijo Lili, sin levantar la mirada. - Oh, bueno... yo te acompaño - la pecosa se dispuso a acompañarla. - No quiero molestar, Adelaida, puedo irme sola. - Sola imposible. - Estoy acostumbrada a estas cosas. He vivido con ello toda mi vida. - No tienes por qué seguirlo viviendo. Mientras yo... - No estarás aquí para siempre - le dijo la muchacha de ojos marrones. - Lili... - Lo sabes, no vas a estar ahí siempre para protegerme, cómo no lo estuviste antes de llegar aquí. - No me digas esas cosas Lili, me haces sentir mal - Adelaida metió el cabello de Galleta tras sus orejas dejando al descubierto su hermoso rostro ovalado y simétrico -. Mírame, tú y yo somos amigas 187


y hermanas. Desearía poder estar siempre cuidándote, no porque te crea desvalida, sino porque eres importante para mí. Tú fuiste el primer cimiento que conseguí aquí en Bardolín, yo era una flor marchita y tú me recibiste en tu mundo sin reservar nada para ti. Gracias a lo sincero de tu amistad, de lo puro de tu corazón yo pude ir abriendo mi corazón poco a poco, tanto que gracias a ti, pude sincerarme con mi tía abuela y desde entonces mi vida cambió. Soy otra, más feliz. Y yo estoy muy agradecida contigo. Es cierto lo que dices, no sé cuánto tiempo estaré aquí, pero mientras esté aquí, sea una hora más o toda la vida, cuentas conmigo. No te voy a dejar sola. La muchacha de grandes ojos marrones y tristes se abrazó a ella fuertemente. Que sería de ella cuando Adelaida no estuviera, cuando llegaran esos días que parecían tan cercanos, con la presencia de los padres de la pelirroja en Bardolín, los días en que volvería a caminar siempre sola por las veredas sin mayor compañía que el viento de las tardes, o de los pequeños insectos de los cuales siempre andaba observando y aprendiendo. Quién la acompañaría en su habitación lleno de sus ilusiones a escucharla leer sus libros favoritos. Quién la sacaría de sus depresiones, de sus soledades. Quién la haría sentir bonita ante el espejo, quién le daría esa confianza. A parte de Fabián, a quién más le podría hablar de sus mariposas. Con quién se sentaría al borde de la fuente a reír y a hablar de todas sus reflexiones intrincadas de la vida. Quién la escucharía sin mirarla como algo extraño. No te vayas nunca, quería decirle, pero sabía que su pelirroja amiga no pertenecía a ese lugar, que la vida de ella la esperaba en la ciudad donde estaba su verdadero hogar. No te vayas, repetía una y otra vez en sus pensamientos, cómo si deseara que Adelaida lograra alcanzarla a oír, aunque sabía que no se podía quedar. - Vamos - la pecosa se enjugó los ojos; también dentro de ella sentía la falta que le haría Lili en el momento que tuviese que irse de verdad. Sin embargo dentro de su alma abrazaba una ilusión, 188


deseaba que la vida le diera un milagro, porque no solo la ausencia de Galleta sería dura para ella, también la ausencia de su tía abuela... y Santiago. Sí, aquel muchacho que la miraba de esa forma, cómo nunca había sido mirada. Que la trataba como nunca había sido tratada. Que por alguna razón la amaba, no importaba cual, ella lo sentía, Santiago la amaba, no porque ella se metiera en la cabeza esa idea, sino que el muchacho de ojos nobles se lo hacía sentir en cada momento que lo tenía cerca, la hacía sentir protegida, la hacía sentir segura, hermosa, valorada. Lili, la tía Raquel y Santiago... No se podía imaginar el día que ya no pudiera verlos. Invitó a Laura que las acompañara la que en silencio se unió a ellas, respetando los afectos de las dos amigas, admirándolas. Supo que había hecho lo correcto alejándose de Clara y de Rebeca y se sentía más a gusto, más cómoda junto a Adelaida y Galleta. En tan breve tiempo se sintió relajada como hace mucho no se sentía junto a sus antiguas amigas. Mientras caminaban, Adelaida meditaba dentro de sí, miraba a Lili y miraba a Laura. Quizá Dios se la había mandado para que cuando ella tuviera que irse, su amiga y hermana, no se quedara sola. Sigue siendo injusto, pensaba, yo soy la que pierde más. Miró a su alrededor, amo todo lo que veía, las casas, las veredas, los jardines dividos por bajos muros o por verjas blancas. Rosas, claveles, trinitarias, cerezos, granados, sin fin de flores y arbustos que hacían de aquel lugar un pequeño Edén. Aunque era el mismo Sol que iluminaba sobre su ciudad, en Bardolín le parecía distinto, amable y cálido, llenando todo de colores tostados. Hasta amó el canto de un pequeño grillo escondido entre los pequeños pastos verdes bordeando la vereda. Entendió cuando tía Raquel había dicho que solo muerta salía de tan amable pueblo, cierto era, que cuando ella se fuera una parte se quedaría en Bardolín, una parte de ella se iría sin vida a la ciudad, vacía, hueca, silenciosa en ella. Aunque presentía que ese día se acercaba ella seguía esperando en el centro de su alma, su milagro. Y de algo estaba segura, Los Jardines 189


de Bardolín era un lugar que tenía su hechizo, dónde hasta una tristeza como la suya podía ser sanada. Un lugar donde al Amor se le daba la bienvenida con tres cerezas. Y ella amaba las cerezas. ¿Acaso no era el lugar perfecto para ella?

Su alma sabía que lo era.

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