volumen 8, número 1
Investigación
CIENTIFICA
agosto–diciembre 2014,
issn 1870 – 8196
R EsEÑA
La muerte en Zacatecas en el siglo XViii Carola E. Isaacson Braunstein
GEORGiA A R ALÚ GOnZÁLEZ P ÉREZ Unidad Académica de Lenguas Extranjeras Unidad Académica de Antropología Universidad Autónoma de Zacatecas
georgi_ara@hotmail.com
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nfinidad de veces he soñado mi muerte pero en ningún momento, pese a mi predilección por la Div ina Comedia, he reconocido los pasajes de las narraciones que he escuchado. No he visto por ejemplo, una luz resplandeciente, tampoco un interminable túnel, no he caminado en el paraíso ni he sentido las brasas de las llamas en mi cuerpo. La muerte en mi sueño es distinta: hay demasiada quietud, demasiada soledad, el paraje es grotescamente inmenso y el silencio es ensordecedor. La muerte en mi sueño semeja más bien la huida que durante tanto tiempo persigue el hombre. Un signo que se transmuta, que trastoca el alma. Mientras releía La muerte en Zacatecas en el siglo xviii, de Carola Isaacson imaginaba, pensaba, recreaba la historia de aquellos individuos que habitaron la ciudad de Zacatecas durante la Colonia. Mineros, ganaderos, comerciantes, agricultores, religiosos, indígenas, cuyos testamentos permiten dilucidar un poco el simbolismo que rodea al acto de morir. Se trata de un universo impregnado de religiosidad. En los testamentos se percibe un temor y a la vez una resignación ante la muerte, así lo expresó Francisco Cuervo y Valdez a principios de 1790: Como fiel cristiano temeroso de la muerte, y deseando que ésta no me coja desprevenido sin tener dispuestas y ordenadas las cosas que son y tocan al descargo de mi conciencia, he deliberado hacer esta disposición para cuyo acierto invoco por mis intercesores y abogados a la Santísima Virgen y al señor San José [...] a quienes suplico intercedan con Dios nuestro señor para que se digne perdonar mis culpas y colocar mi alma entre sus escogidos.1
1 Carola Isaacson, La muerte en Zacatecas en el siglo xviii, México, Universidad Autónoma de Zacatecas, 2012, p. 73.
La fe es un concepto abstracto dotado de significación, ¿de qué manera entenderla en una época fragmentada en diversas cosmovisiones? Por una parte, la elite que comprende el mundo español, que domina; por otro, los religiosos quienes difunden el catolicismo a través de la predicación. Sin embargo, no debe soslayarse la presencia del indígena, quien desde la segunda mitad del siglo XVi tenía derecho a legar sus bienes. En ese sentido, prevalece en el creyente una preocupación por dejar asentado en un testamento la disposición de sus pertenencias. Isaacson recopiló en total doscientos veinticinco testamentos, de los cuales cincuenta y tres habían sido dictados por mujeres. Este dato es clave para entender la manera en que la autora construye la significación del morir en Zacatecas. Y digo del morir porque es una acción contenida en el término muerte, al igual que otros simbolismos. Y si en el morir se encuentra el descanso eterno ¿por qué razón varios estudiosos hacen alusión al binomio vivo–muerto? En aquel tiempo distintos familiares externaban su deseo de prolongar algunas horas el funeral del difunto, con la única intención de constatar su muerte. En ocasiones el mismo testador hacía la solicitud. Se tiene registro en el año de 1743 de alguien que pidió permanecer doce horas después de muerto en la cama y veinticuatro horas después en un hato de paja. En 1790 hubo quien manifestó que luego de que transcurrieron cuarenta y ocho horas de acaecida su muerte, se le golpeara con toda fuerza, con una lanceta en los talones.2 Quizá el terror a ser enterrado vivo o al tener que experimentar ese sufrimiento previo a la muerte, los alentaba para hacer este tipo de solicitudes. Quizá por ello también la lectura que se hacía de los libros de la buena muerte en busca de indicios para evitarla, de2
Ibid, p. 63.
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morarla o bien con la esperanza de descubrir los síntomas reveladores de la proximidad del fin personal como por ejemplo «dormir con los ojos abiertos, tener el cutis duro, extendido y aplanado; o las extremidades frías y la espalda caliente, los amarillos y la nariz afilada en los extremos».3 Lo cierto es que por más precauciones, cuidados médicos, rezos, consejos, la muerte se presentaba sigilosa, silenciosa, a veces vociferando, arremetiendo, condenando. De modo que aquellos lo único que podían hacer era esperar el desenlace. En el caso del cristianismo prevalecía la certeza de una vida después de la muerte; respecto al pensamiento indígena todo era incierto y en opinión de Isaacson mágico. La magia f lotaba en el ambiente, no sólo en los cementerios que anteriormente se ubicaban en las parroquias; la magia estaba en los altares, en cada vela que se encendía, en las flores, en el incienso, en la creencia prehispánica de que existía un lugar mítico llamado Tlalocan, rodeado de agua, a donde iban a descansar las almas, para luego emerger en un nuevo cuerpo, con la posibilidad de un nuevo comienzo. En La muerte en Zacatecas en el siglo xviii asistimos a un cosmos en el que se exalta lo divino y lo social: en principio el moribundo que se sobrecoge ante la idea de que su alma permanezca deambulando en el limbo; en seguida, el sacerdote como intermediario entre la vida y la muerte, quien también llega a fungir como albacea. Frente a ello es inevitable no pensar en el factor económico y lo que subyace en él, porque es justo en este momento cuando asaltan al lector interrogantes vinculadas con la función del clero y los favores otorgados por el descanso de las almas. ¿Hasta que punto se ejerció sobre la población una influencia encaminada hacia el beneficio de unos cuantos? 3
Ibid, p. 55.
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Conviene recordar aquí que de esa muestra de doscientos veinticinco testamentos, los grupos eran muy diversos, desde los más acaudalados como los mineros, hasta los más desprotegidos como los indígenas, ambos aportaban, según sus condiciones, determinado caudal a la Iglesia. María de Pinedo, nativa del pueblo de Tlacuitlapan el 21 de agosto de 1689 dejó estipulado en su memoria lo siguiente: «Legó su casa al convento de San Francisco, a condición de que fuera enterrada ahí, las imágenes a la capillita de Nuestra Señora de la concepción y los petates a sus dos hijos y una nieta».4 Incluso le recomienda a su albacea, fray Tomás Vélez que busque a un individuo de nombre Antonio López para que le entregue una gargantilla de plata que ella le había prestado y así conseguir hacer algo por su alma. Es notorio pues el valor del testamento como práctica social, bajo fundamentos bien establecidos, en los que se estipulaba que no podían dictar un testamento los que tuvieran cierta enfermedad mental, los esclavos ni los sordomudos. Cuerpo y alma se fusionan a la vez que se segregan. Al momento de la muerte el cuerpo pierde el alma y el alma sale del cuerpo. De acuerdo con Isaacson durante un largo periodo persistió la costumbre de amortajar el cuerpo «con el objetivo último de acceder a la gloria eterna». En Zacatecas el hábito más utilizado fue el de san Francisco. Asimismo, se conformaron las cofradías, asociaciones de laicos decididos a colaborar con la Iglesia en la realización de obras pías y en particular en el servicio de auxilios a los agonizantes y a los difuntos. De manera que llegaron a constituirse en verdaderas instituciones de la muerte. Isaacson destaca la imperiosa necesidad de la celebración de misas como un acto de carácter divino y socioeconómico. El creyente se prepara para morir, por ello decide dejar esti4
Ibid, p. 60.
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pulado en su testamento la cantidad de liturgias a efectuarse. Paralelamente, la capellanía adquiere un valor trascendental; aunque su objetivo primordial era el espiritual fue también una forma de incentivar la economía. Aunado a lo anterior, se encuentra el acto de la sepultura en el que confluyen dos ideas: la cristiana y la indígena, la primera alude a una perfección personal cuya preocupación se enfoca en los avatares del mal y la continuidad histórica; la segunda resalta una perfección colectiva, le desconciertan los cambios del cosmos y la fatalidad histórica. Frente a esta contrastante ideología resulta complejo entender la muerte en una sociedad tan diversa. Los lugares comunes de la sepultura fueron las iglesias como símbolo de lo sagrado y lo religioso. Después se construirían cementerios debido a lo insalubre de las tumbas. En síntesis, La muerte en Zacatecas en el siglo xviii, exhibe una sociedad creyente que espera la salvación de su alma a través de liturgias y oraciones. El testamento es un documento que permite reconstruir la ideología de una sociedad minera principalmente. El aspecto económico se vuelve fundamental tanto para el individuo acaudalado como para el indígena que aun sin recursos logra dejar pagadas ciertas misas. La muerte en este periodo adquiere significación según el estatus social y la creencia del testador. Simbólicamente se trata de un concepto en el que convergen cuerpo, alma, espíritu y un misticismo que afianza la fe.
Texto leído por la autora durante el Festival de la muerte celebrado en Saltillo, Coahuila en noviembre 2013.