Psicoanalisis y psicoterapias

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Melancolía freudiana en la atención clínica de

comportamiento suicida e mmanUel Flores BenÍTeZ vÍcTor Javier novoa coTa Universidad Autónoma de San Luis Potosí

Resumen El aumento de los suicidios a nivel mundial indica que cada vez más personas intentan darse muerte, éstos se atribuyen en su mayoría a la depresión. Sin embargo, es posible explicarlos a través de un constructo teórico distinto que incluya la melancolía. Este padecimiento será abordado desde diversos puntos de vista y concretamente en ámbito clínico.

Introducción En el presente trabajo se exponen algunas concepciones acerca de la melancolía, tema desarrollado por Sigmund Freud en 1915 y posteriormente en 1917 con la publicación de «Duelo y melancolía». Asimismo, se examina la concepción de Lacan desde la revisión que hace de Hamlet, así como la aportación del desplazamiento libidinal de Abraham y la visión antropológica de Bartra, que comprende la concepción melancólica del mexicano. El propósito es analizar el concepto de melancolía para vislumbrar cómo una persona puede pensar en la idea de darse muerte y a su vez efectuar un acercamiento al dilema en el que es inconcebible que alguien desee morir. Es pertinente aclarar que la pretensión ética queda fuera, si bien se pueden efectuar cuestionamientos sobre lo aquí planteado y con base en ellos elegir un punto de referencia para el posicionamiento ante dicha clínica. Al respecto, el concepto de melancolía aporta una mirada complementaria a la clínica de los trastornos afectivos y el modo en que influyen en el pensamiento suicida: aquel proceso por el cual el yo no puede


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concebir ya su propia existencia, sino solamente su aniquilamiento.

estrictamente yoicos. Acaso la respuesta a esta pregunta psicológica nos resultó inalcanzable porque no disponíamos de un buen acceso a ella. Creo que aquí sólo

El estado depresivo

es posible partir del estado de la melancolía con el que la clínica nos ha familiarizado y su comparación con el

La depresión es un trastorno caracterizado por falta de ánimo, pérdida de interés hacia actividades que antes satisfacían, tristeza extrema, llanto continuo, afectaciones en el sueño y el apetito. En la actualidad el estado depresivo es una de las alteraciones que más impacto tiene en la sociedad. Su diagnóstico se ha incrementado, junto con el aumento del consumo de antidepresivos. Existen tres tipos: leve, moderado y agudo (oms, 2014).

Factores asociados a las tentativas de suicidio Dentro de la salud pública, las tentativas de suicidio se relacionan con factores anudados a trastornos de carácter afectivo; dichos factores son depresión, angustia y desesperanza, los cuales intervienen en la decisión de una persona de darse muerte (Mingote & Jose, 2004). A continuación, se definirá el término melancolía formulado por Freud, desarrollado por Abraham y retomado por Lacan, y se establecerá su vínculo con la clínica del comportamiento suicida.

Freud y su posición ante el suicidio La obra de Freud no menosprecia el tema del suicidio, al contrario, se pregunta porqué un ser humano busca morir por sí mismo. Para resolver la interrogante, Freud presenta su trabajo de la clínica a través de la melancolía: Queríamos saber cómo es posible que llegue a superarse la pulsión de vivir, de intensidad tan extraordinaria, si sólo puede acontecer con la libido desengañada o bien existe una renuncia del yo a su afirmación por motivos

afecto del duelo. Ahora bien, ignoramos por completo los procesos afectivos que vienen en la melancolía, los destinos de la libido en ese estado y tampoco hemos logrado comprender psicoanalíticamente el afecto duradero del penar en el duelo. Pospongamos entonces nuestro juicio hasta que la experiencia haya resuelto esta tarea (Freud, 1910).

Por ende, a fin de explicar las tentativas de suicidio el estudio debe enfocarse más en el proceso melancólico que se da en el ser humano.

Duelo y melancolía Existe una diferencia clara entre la pérdida de los objetos a la que se expone el individuo y la pérdida de su narcisismo. Los mecanismos psíquicos de los dos procesos son desenvueltos de diferente forma. El tema del duelo en Freud es un aspecto concientizado desde lo natural: «Después de un tiempo veremos que el individuo acepta su pérdida, por lo cual no creeremos correspondiente un abordaje clínico, ya que el individuo alcanzará a superarlo dado un tiempo». En el duelo hay una elaboración ante la pérdida, en la cual la libido que se concentró en el objeto se mantiene en un objeto exterior que vuelve hacia la misma persona; con el tiempo dicha energía regresa hacia el mundo exterior, que pierde por un momento su sentido, mientras que el yo permanece de alguna manera intacto (Freud, 1917). En contraposición con el duelo, en la melancolía no se pierde el sentido ante el mundo externo, sino lo que respecta al sentimiento yoico: la pérdida del objeto, material o ideal, o la frustración ante algún evento o la incapacidad ante dicha situación,


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un amor, la idea de patria, aspiración de índole laboral, artística o deportiva (Freud, 1917).Dentro del melancólico se presentan varios procesos mediante los que se enuncia la concepción de cómo abordar a un individuo que busca darse muerte.

Procesos dentro de la melancolía En principio, se da un adelgazamiento del yo. A diferencia de una persona que ha superado favorablemente el duelo y donde el mundo externo fue el que perdió el sentido, en el melancólico se presenta un vago sentimiento de sí, que al colmarse de auto–reproches inhabilita el yo para sí mismo. A ese adelgazamiento del yo lo acompaña un bajo sentimiento de sí, la persona encuentra dentro de ella todas las cosas que se pudieran reclamar a otra persona, el grandor del yo se reduce, e incluso se elimina. De ese modo, el melancólico se auto castiga y se rebaja en su condición de persona; asimismo, surge la vergüenza de hablar sobre el asunto. Aparece entonces el proceso denominado por Freud como sinceridad del yo: el melancólico habla fácilmente acerca de su condición, de lo vana que es su existencia y de lo poco que vale como persona (Freud, 1917). Lo inquietante en el melancólico no son los auto–reproches (lo más seguro es que en la mayoría de ellos tenga razón), sino su origen, el por qué sucede esto en contra del sentimiento de sí y cómo ha llegado a dicho estado. Debido a que se vuelve hacia su propia persona, ante la incapacidad para llevar los reproches al objeto de amor, los reclamos vinculados con él se regresan contra la misma persona. En tanto, en el duelo se percibe qué fue lo que se perdió y tiene que ver con un nivel consciente de la pérdida; por el contrario, la melancolía desconoce lo que se ha perdido, hay una pérdida de nivel inconsciente (Freud, 1917). Sólo así puede entenderse la condición delirante ante el objeto perdido, ese estancamiento que el

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individuo muestra en su situación, la incapacidad frente a la elaboración de su pérdida y, por tanto, la condición alucinante de la disminución de su propia persona en exceso. Únicamente a través de la caída del individuo neurótico dentro de la melancolía se explica que busque darse muerte: «El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da al estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado» (Freud, 1917). Entonces, el yo se coloca en el lugar del objeto odiado y amado a la vez, pero ahora sólo se odia dicho objeto y por consecuencia, corresponde a la aniquilación hacia sí mismo.

Lacan y su perspectiva de la melancolía Para la intelección de la melancolía, Lacan utiliza la obra de Hamlet, de William Shakespeare; en ella asevera que Hamlet está enfermo de melancolía, a partir de sus cartas de amor se vislumbra que ha enfermado de amor. El fracaso ante el objeto amado se vuelve contra su persona y surge entonces el célebre dilema «ser o no ser». Cabe resaltar que hay una conexión con Edipo cuando alude a un pago por la condición de existir: Hamlet debate consigo mismo y descubre el crimen de existir, por lo que debe pagar: Ser o no ser, es ésa la cuestión. Es una noble señal sufrir las huellas golpeantes de la injusta fortuna, o rebelarme contra esa multitud de males. Morir, dormir, nada más. Es por ese sueño decir que ponemos un término a las angustias del corazón, y a esa multitud de llagas y de dolor. Y esas miles de cosas naturales, de las que la carne es la heredera (Lacan, 1953).

A diferencia de lo que acontece con Edipo, Hamlet se halla inmerso en la incertidumbre de tener que pagar por el pecado del otro, como tal sólo tiene


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dos alternativas: renunciar o pagar, pero por su incapacidad para pagar por ese pecado, asume la posición de estar melancólico.

La melancolía en la obra de Abraham Karl Abraham, alumno de Freud, también aborda la melancolía, la relaciona con una etapa del desarrollo psicosexual de la libido, en específico con la etapa anal sádica; a su vez, la asocia a la neurosis obsesiva. En los trastornos afectivos maniaco depresivos el contacto con el objeto perdido es intermitente, mientras que en la neurosis obsesiva, el individuo conserva el objeto. En el caso del melancólico, ocurre una fijación de la etapa pre– genital, lo que propicia que en ambas afecciones haya una expulsión del objeto y, al mismo tiempo, una introyección, un mecanismo arcaico donde se encuentra el objeto de amor, el que se busca destruir y que ha sido remplazado por el yo (Abraham, 2000).

La jaula de la melancolía de Bartra La obra La jaula de la melancolía de Roger Bartra ofrece una visión acerca del mexicano, de esa concepción que ha adoptado a causa de su nación y su identidad. El mexicano vive en una situación de desesperación, con respecto a su tiempo. Es su indiferencia ante la muerte lo que hace que presente su indiferencia por la vida (Bartra, 2005). El mexicano considera que su tiempo no le pertenece, lo sofoca, no sabe qué hacer con él y para él. Por tal motivo, en ocasiones el mexicano parece lento, perezoso, y enmarca una actitud desconcertante acerca de su visión de la muerte al burlarse de ella, mientras que otras culturas no quieren saber nada. Existen dos vertientes de la melancolía: por un lado está el campesino que intenta escapar de la pesadez de su vida, evita la realidad, no gusta de

lo que realiza pero tampoco hace nada para cambiar su situación; por el otro, están los intelectuales, aquellos que han llegado a la aceptación de lo ineficiente, de la vida como tal, por lo que han aprendido a vivir con su melancolía (Bartra, 2005). El mexicano ha aceptado que la vida no vale nada y vive de esa manera. En opinión de Octavio Paz, el mexicano carece del interés por lo que ocurre en su realidad, extrañamente se escapa siempre de afrontar la vida, evita encarar su problemática.

Conclusiones Se examinó el concepto de melancolía para asociarlo con el comportamiento del suicida; se denotó que es el conjunto de procesos que giran en torno a dicho padecimiento afectivo en el hombre. La inquietud causada por ese comportamiento pone de manifiesto la angustia del hombre que escucha a aquel que ya no quiere vivir. Es imprescindible abrir la escucha y distinguir el delirio melancólico pues no todos los que presentan comportamiento suicida padecen melancolía o viceversa. Por ejemplo, Cioran escribió y abundó sobre el tema de la melancolía y la desesperación de vivir. La propuesta del psicoanálisis se enfoca en detectar esas pérdidas dentro de la historia del individuo, la manera en como afronta dichas pérdidas, la frustración que le genera perder ideales, personas, objetos. Saber si pudo elaborarse un duelo o se ha quedado en el punto de la pérdida y mostrarle que a través de la palabra puede alejarse de ese delirio melancólico o superarlo. El trato hacia el suicida que llega a una sesión terapéutica debe de darse fuera del juicio moral. Al llegar a la clínica ya ha decidido moverse y busca dar cuenta de algo para sí mismo y su historia, hay algo que busca oír. Además, en la mayoría de los casos los individuos con algún comportamiento suicida no presentan problemas para expresarlo. De modo semejante la clínica debe brin-


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dar atención individual a personas de todas las edades. Por ello es preciso realizar un tratamiento más abierto, dirigido a la ética, sin suponer que el individuo sólo quiere llamar la atención ni poner en un nivel más alto a los intentos que a las ideaciones. Pues el malestar del ser humano ante la sociedad donde se desempeña crece cada vez más, lo que suele ser indicativo de que la vida aflige a numerosas personas, debido en parte a las nuevas tecnologías, el establecimiento de las relaciones actuales y un entorno que demanda más del individuo y olvida su subjetividad.

Bibliografía Abraham, K. (2000). «Desarrollo de la melancolía». En Sanfeliu, I. Karl Abraham o el descubrimiento de la melancolía, pp. 224–245. Madrid: Síntesis. Bartra, R. (2005). «El luto primordial». En Bartra, R., La jaula de la melancolía, (pp. 45–61). México: Debolsillo. Bartra, R. (2005). «La muerte fácil». En Bartra, R., La jaula de la melancolía, (pp. 83–95). México: Debolsillo. Freud, S. (1910). «Escritos breves. Contribuciones para un debate sobre el suicidio». En Freud, S., Tomo

xi.

Cinco conferencias sobre psicoanálisis y otras obras. Argentina: Amorrortu. Freud, S. (1917). «Duelo y melancolía». En S. Freud, Tomo xiv.

Contribuciones a la historia del movimiento psicoanalí-

tico. Trabajo sobre metapsicología y otras obras (1914–1916). Buenos Aires: Amorrortu. Lacan, J. (1953). «Clase 13. Hamlet Cannevas». En Miller, J.A., Seminario 6. El deseo y su interpretación. Buenos Aires: Paidós. Mingote, J.C, Jiménez, M.A., Osorio, R. y Palomo, T. (2004). Suicidio: asistencia clínica. Guía práctica de psiquiatría médica. Madrid: Díaz de Santos. Organización Mundial de la Salud. (2014). Depresión. Recuperado de http://www.who.int/topics/depression /es/

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Explicación psicodinámica

de la conducta delictiva y su relación con la familia BeaTriZ m aBel pacHeco a miGo JorGe lUis loZano GUTiÉrreZ solanYe c aiGneT l ima Universidad Autónoma de Zacatecas Universidad Autónoma de Aguascalientes

Resumen La familia, como primera institución de orden socializador, es la encargada de brindar las necesidades básicas de cada uno de sus integrantes. Desde el inicio de las primeras organizaciones sociales se presentan problemáticas derivadas de la interacción diaria familiar, lo que origina índices en el incremento de alteraciones en la conducta de algunos miembros del núcleo familiar. Estas alteraciones son influenciadas por diversos factores que se desenvuelven entre la familia, el sujeto y su medio de interacción, que a su vez puede ser central en la toma de decisiones. En cuanto a las decisiones incorrectas, persiste en el sujeto una simbolización de refugio, de escape de la realidad, y una función de adaptación dentro del sistema, incluso cuando tiene lugar fuera de la normatividad social. El objetivo de este trabajo consiste en desarrollar y explicar la relación directa de la conducta delictiva con los estilos parentales, que conllevan desde una perspectiva psicoanalítica a una estructura mal conformada del sujeto dentro de la sociedad. Para ello, es importante describir los distintos elementos que deben ser atendidos en la fase de diagnosis con el propósito de elaborar alternativas clínicas enfocadas en la familia y en el sujeto que impregna asociaciones sobre el delito–déficit institucional, incluyendo al operador estructural, la culpa.


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Conformación familiar Como primer ente socializador del sujeto, la familia otorga un conjunto de relaciones afectivas que ayudan a prever una conducta fuera de la normalidad social, también brinda a sus miembros un sentido claro de pertenencia. La situación afectiva creada dará a sus integrantes una obligación como parte del núcleo y los hará responder a necesidades y responsabilidades pertinentes, a deseos que imperarán sobre los propios. El núcleo familiar se debe configurar más allá de las necesidades de cada miembro, pero para que sea más cómodo se apoya en el proceso de pertenencia familiar, que en una evolución sana sacrifica la individualidad de los subsistemas familiares para crear una identidad conjunta y de pertenencia. Uno de los problemas más usuales dentro del cambio social y evolutivo cultural es la crianza de los hijos, al niño se le habilita desde temprana edad para desarrollar su individualidad, sin embargo, no siempre se le habilita para tener y adquirir pertenencia dentro de la misma. Este proceso educativo de crianza ayuda al niño a tener habilidades asertivas para lo que desea y quiere en el contexto social, incluso puede buscar alternativas de solución; sin embargo, esas características de crianza coadyuvan al sujeto en formación conductual a ser poco tolerantes, a mostrar falta de cortesía y respeto ante las necesidades de los demás, al articular comportamientos que pueden ser adaptables al medio social, mas no redituables en términos afectivos con los demás por conductas egoístas y solitarias. La formación y la función familiar se construye mediante un grupo social básico formado por vínculos de parentesco o matrimonio, a su vez, la familia proporciona a sus integrantes distintos vínculos en los que destacan protección, compañía, seguridad y socialización. Esta última fomenta lazos de afecto y apoyo emocional entre sus

miembros para que disminuyan las probabilidades de presentar una conducta delictiva. El primer modelo socializador es la institución familiar porque integra diversas conductas básicas en el núcleo familiar: formas de represión y regulación conductual que impidan la castración «simbólica» al sujeto y por ende la gestación y el progreso de conductas negativas, no sólo en el externo social sino entre los miembros del sistema familiar (Hirschi, 1969). En el establecimiento del sistema familiar es importante destacar la conformación del holón conyugal, es decir, mantener la relación y la conceptualización del inicio familiar. Cuando se está en un acuerdo mutuo el vínculo es poseedor de una significación consciente que genera nuevas estructuras y dinámicas concernientes a la integridad de la individualidad de ambas partes, hacia un nuevo horizonte de subsistema parental (Minuchin y Fishman, 2011). La interacción conyugal propicia pautas de interacción que se elaboran de manera progresiva y se adaptan a las necesidades de cada sujeto para enfrentar demandas contextuales. Por ello, el holón conyugal, como un todo–individual, permite crear y recrear límites que protejan y guarden las necesidades afectivas; las cuales más adelante determinarán la estructura familiar. En consecuencia, en la prevención y la evitación de la delincuencia, los cónyuges deberán ofrecer una plataforma que apoye y regule el trato con el referente externo, con el universo extrafamiliar. Asimismo, deben brindar refugio cuando surjan las tensiones externas, que le darán al sujeto una pertenencia al grupo social como la manera adecuada de individuación dentro del contexto socio–familiar. A fin de alcanzar una óptima función parental, el subsistema conyugal debe ser lo «suficientemente bueno» para amoldarse a las interacciones externas y crear vitalidad a los otros subsistemas del funcionamiento parental. Por ello, cuando la fun-


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cionalidad familiar no es la adecuada para generar nuevas opciones de desarrollo, existe una gran probabilidad de gestar conductas transgresoras porque las funciones de crianza no lograron conseguir recursos internos/externos de interacción afectiva por no satisfacer las necesidades de manera eficaz. De ese modo, el infante modela el sentimiento de lo correcto, según su interpretación, así como el tipo de afrontamiento de los conflictos y negociaciones del medio externo inmediato. El subsistema parental puede variar según la estructura de la familia, desde una monoparental hasta familias compuestas; no obstante, la autoridad y la disciplina deben ser objetos concretos que ayuden a una identificación del niño, a una conducta adaptable. En caso contrario, la ausencia de límites y reglas produce inseguridad y se traduce en indecisión, lo que ocasiona vulnerabilidad en el sujeto. También promueve la producción y la recreación de conductas agresivas e inadaptadas que fuerzan al sujeto a integrarse a círculos sociales desorganizados, como forma alternativa de comprensión en un círculo externo que ocasiona conductas equívocas frente a un sustituto de familia empobrecido ante la simbolización y la representación del sujeto delictivo. Proceso que no sólo fallará en ese momento, sino en relaciones futuras por alterar el curso inicial de la integración del súper yo y la función sintética integrativa con la conformación y la evolución de la personalidad.

La violencia conyugal y su relación con la dinámica familiar para ejercer el acto delictivo En la violencia intrafamiliar, conducta agresiva dentro del hogar, se suele mantener y sostener a los sujetos más vulnerables dentro del sistema familiar, por tanto, estas condiciones encarnan consecuencias negativas en el desarrollo de la conduc-

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ta familiar. Se manifiestan de diversas maneras, incluyendo perturbaciones psíquicas, ya sean hereditarias o adquiridas, fallos afectivos en la evolución de la emotividad infantil, como frustraciones, carencias y excesos, que gestan alteraciones conductuales. Al respecto, Echeburrúa (1994) establece ciertas características que impiden la buena socialización dentro del marco familiar: desvalorizaciones continuas, gestos y posturas amenazantes, imposición de conductas degradantes, intentos y actos de restricción, conductas destructivas, y culpar de la conducta violenta a la víctima. Dichas conductas impiden realizar características de apego óptimas en los niños; en adición, la utilización de la violencia rompe la relación de respeto con la otra persona y forja consecuencias clínicas negativas en las víctimas. El maltrato doméstico tiende a conformar una empatía afectiva (porque se identifica con la necesidad del otro); sin embargo, esa pseudo–empatía se transforma en el gestor de la agresión constante. Para tal efecto, el sujeto–niño, que se halla dentro de la dinámica familiar, cree que la agresión es un recurso eficaz y adaptable para hacer frente a las frustraciones domésticas, lo que integra como un contexto normalizado en las relaciones familiares y en el medio exterior. El mantenimiento de la violencia en la familia es un problema social, desarrollado y efectuado en el ámbito privado, resultado de la intimidad y la ternura en su núcleo. Echeburrúa y Corral (1998) refieren algunos componentes que intervienen en la conducta violenta: Actitud de hostilidad. Puede hacer alusión a un estereotipo social sexual, en el que predomina la sumisión ante la agresividad; surge como una estrategia de afrontamiento a soluciones de problemas familiares. Estado emocional. La ira es una emoción que puede variar de una suave irritación hasta una molestia de grandes proporciones que fomenta el impulso de dañar; condición que facilita al agresor el


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invadir a la persona más vulnerable y justifica sus deseos de destrucción en acciones ajenas a la pareja o a los hijos (dificultad económica, alta tensión laboral, etcétera). Factores precipitantes. Uno de ellos es el consumo de alguna sustancia tóxica, que al momento de articularse con pequeñas frustraciones dentro de la familia genera conductas violentas. Conductas pobres. La persona que tiene un repertorio conductual empobrecido posee escasas habilidades de comunicación y de solución de problemas, lo que obstaculiza la redirección de tensiones; situación que se hará más crítica dentro de la familia si se asocia con alguna alteración de la personalidad o caractereología del sujeto. La percepción de la vulnerabilidad de la víctima. El acto agresivo se dirige a la persona que en la familia es percibida como la más vulnerable. Al interior del sistema familiar la pseudoadaptación social es fácil de ocultar y se omite el acto delictivo. La conducta violenta y sus logros. El agresor obtiene beneficios de conductas o técnicas agresivas anteriores; para él, la violencia es un método rápido y efectivo que entraña, en conjunto con otras variables, varios elementos: dependencia emocional y económica, presencia de los hijos, presión social, miedo al futuro. Dichos factores sólo serán objeto de persistencia en tiempo y relaciones inadaptadas en el vínculo familiar. Por otra parte, el sentimiento de culpa, referente importante en el pronóstico del hecho agresor, destaca la violencia impulsiva y la instrumental. La primera consiste en la conducta agresiva instigada por la dificultad de mantener el control y la expresión de los afectos. En este caso se origina de manera espontánea por el arrebato de la impulsividad; también promueve el arrepentimiento con la intención de subsanar al objeto agredido. A diferencia de la anterior, la violencia instrumental posee una mayor gravedad, ya que la conducta es planeada; presenta una gran insatisfacción hacia

el objeto que se agrede y no genera sentimiento de culpabilidad del hecho ni sobre los miembros familiares. A continuación se presentan algunos predictores de orden familiar–conyugal que pueden favorecer a la conducta delictiva: 1. Relaciones maritales poco afectuosas. 2. Ausencia de armonía en las relaciones de los padres. 3. Rechazo mutuo entre madre e hijo. 4. Falta de apego entre padre e hijo, por carecer de relaciones afectivas. 5. Falta de supervisión /control de los padres hacia los hijos, esto promueve la internalización y la simbolización de normas. 6. La supervisión débil durante la infancia es uno de los mayores reactivos predictores de criminalidad a futuro, por no integrar normas adaptables al medio social. 7. Fuerte rigidez de lazos afectivos, en especial en la fase intermedia de la adolescencia, pues se le prohibe equivocarse y no desarrolla lazos empáticos con la familia mediata. Puede concluirse que las dificultades de expresión emocional son de orden bidireccional, es decir, la familia ha originado diversos conflictos internos cuya solución es ineficaz; por ello, el acto delictivo en términos psicodinámicos es una inhibición de los sentimientos. Bajo una percepción equivocada de la realidad ocasiona una distorsión de la misma, que al no poder resolverla de otra forma, se expresa en el síntoma de la conducta delictiva. Esto conduce a un círculo vicioso, que produce una vez más la baja autoestima del delincuente, al reiterar la falta de apego a objetos internalizados. En consecuencia, surgen estrategias de afrontamiento que evaden las conductas delictivas; una de ellas es la minimización del acto, la justificación, en la que se aferran a factores personales y externos. De ahí que la prevención dentro de


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la práctica clínica se oriente a la motivación del tratamiento, siempre y cuando el sujeto no esté diagnosticado con trastorno disocial o antisocial, pues para fines de pronóstico es desfavorable en el tratamiento clínico, sobre todo en el ambulatorio. Con el propósito de no crear resistencia al cambio al tratar las primeras conductas delictivas se deben tener en cuenta las siguientes características: Confidencialidad. Permitirá al sujeto emitir actitudes sin que eso sea motivo para evidenciarlo en público o en una situación jurídica. Ofrecer un programa terapéutico. Debe encaminarse a habilidades de comunicación, autovaloración, cómo solucionar problemas, control de ira, disminución de la manipulación y sus beneficios secundarios, entre otros. Eludir términos peyorativos. De lo contrario pueden provocar al sujeto, y son expresiones indeseables ante la sociedad y ante el sujeto mismo. Transformación de ideas. Es imprescindible llevar de ideas distorsionadas a reales en torno a la conducta y el estilo de afrontamiento. Fomentar y entrenar soluciones. En específico, las relacionadas con su déficit personal y social.

Bibliografía Baracio, R. (2008). Disciplina con amor para adolescentes. México: Pax. Echeburrúa, E. (1994). Personalidades violentas. Madrid: Pirámide. Echeburrúa, E. (1998). Manual de violencia. Madrid: Siglo xxi.

Minuchin, S. y Fishman, H. (2011). Técnicas de Terapia Familiar. México: Paidós. Urra, J. (2002). Tratado de psicología forense. Madrid: Siglo xxi.

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El cuento:

creación y representación en la terapia infantil paTricia prieTo silva Universidad Autónoma de Zacatecas

Desde el inicio del psicoanálisis infantil, tanto de la escuela kleniana como la de Anna Freud, se le ha dado énfasis preponderante a la técnica del juego y del dibujo. Siempre se ha considerado al cuento como un elemento que forma parte del juego, o bien, una forma de intentar descifrar el significado del dibujo. Freud (1992) mencionaba el uso de los cuentos como una alternativa para disminuir en el infante la amenaza del desborde de la angustia ante la interpretación del terapeuta; también era un recurso más para el abordaje terapéutico: una alternativa para que el infante estuviera protegido ante las posibles señalamientos ofensivos o agresivos que pudiera comunicar el terapeuta. Por otro lado, Winnicot (2007) argumentó que el terapeuta debería abstenerse de hacer interpretaciones hasta que el niño tuviera la posibilidad de experimentar componentes subjetivos y objetivos, de tal manera que pudiese fluctuar en una zona intermedia entre su realidad interna y externa, dejando que el niño libere su impulso creativo con su motricidad y afectividad. En su opinión, si al infante no se le da un ambiente con libertad de vivenciar su impulso creador, entonces se dará un estancamiento en la terapia y aflorarán defensas y resistencias, que obstaculizan el trabajo terapéutico y resultan en «enfermedades psíquicas». La capacidad simbólica le permite al niño la suficiente confianza y le brinda las herramientas necesarias para que se desenvuelva favorablemente en el mundo exterior. Le da la posibilidad de integrar y organizar su yo, de verse como un ser individual y ambivalente, de relacionarse e insertarse en el mundo social. Winnicot sostiene que el terapeuta no debe hacer una interpretación de forma abrupta porque puede causar detención o estancamiento en el proceso terapéutico; al contrario, debe ser tolerante


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y paciente al momento de hacer algún señalamiento con la intención de lograr la comprensión de lo que le ocurre al niño. A la vez, le da sentido y uso a los objetos, haciendo plausible que el yo se organice al diferenciar entre lo real y lo subjetivo. Con el uso de la fantasía, el infante le da uso y la ubica fuera de su mundo interno, es decir, que con la fantasía y el yo como parte de un proceso organizador, puede distinguir lo real de lo no real, lo interno de lo externo, su realidad y la del otro. Al respecto, Doltó (1991) afirmaba que el infante tiene una gran necesidad de comunicar algo al otro; cuando el niño interacciona con el otro se da cuenta que la vida no es tan sencilla, por lo que es importante que se produzcan espacios en los que tenga la libertad de expresar su imaginación, su sufrimiento y sus inquietudes a través de la palabra. Una de sus técnicas consiste en que el infante escriba en un papel su sufrimiento, sus necesidades, para que después las comparta con otros niños en reuniones; el objetivo es intercambiar vivencias y tener percepciones diversas sobre sí mismo y sobre los otros. Doltó insiste en que en la terapia se debe dejar al niño que sea como es, que se vea como un sujeto con necesidades, deseos y anhelos, debe permitírsele que vaya descubriendo y redescubriendo por sí solo su mundo, que le dé un sentido de sí mismo y de la vida. Cuando se otorga al niño la posibilidad y la libertad de expresarse en la terapia, él elige diferentes herramientas para manifiesta su sufrimiento: juego, dibujo o cuentos. A través de los cuentos el niño revela elementos inconscientes y conscientes, sin necesidad de que se sienta abatido por la angustia, avergonzado o con temor a las críticas, pues el desplazamiento precisamente hace factible que proyecte sus deseos, fantasías, anhelos, frustraciones. Al contar un cuento, no sólo se lleva a cabo una asociación libre pues se trata de algo más que un simple enunciado: el

cuento tiene una estructura, un principio, un desarrollo, un desenlace o un fin. Lo anterior quiere decir que el infante elabora una serie de procesos creativos y simbolizantes, que conecta elementos cargados de simbolismo, componentes que se desplazan y se condensan, por lo tanto, pone en marcha su capacidad creadora y simbólica. En un cuento el infante representa parte de su realidad, de su mundo interno y la forma en la que se relaciona con los otros y con el mundo exterior. Mediante el cuento se observan en él sus áreas libres de conflicto, ya que el poder verbalizar, condensar, desplazar y simbolizar, comprende un proceso interno que deja entrever su riqueza interna. Adicionalmente, es un espacio que incluye los deseos del niño que se entrelazan con los deseos del otro, el cuento es un espacio transicional, con un ir y venir del inconsciente a la consciencia, es un ir venir de procesos primarios a secundarios. A pesar de que el niño no tiene conocimiento de técnicas para la creación, tiene el impulso creador que le permite verbalizar el cuento como si fuera un literato; le otorga la capacidad para representar en ausencia los objetos de su mundo interno, y crear un mundo propio a través de proyecciones e introyecciones, al construir su realidad y conformar su subjetividad. La fantasía del infante es un escenario en el que los personajes se enfrentan con deseos, anhelos, angustias, preocupaciones, miedos y frustraciones, al concebir soportes imaginarios como las narraciones espontáneas. Es preciso que dentro de la terapia infantil el niño se desenvuelva sin que tenga conciencia de su angustia, temores, odios, amores y anhelos, de tal modo que el terapeuta tenga una herramienta complementaria para la comprensión y el conocimiento de lo que acontece, dándole la libertad de construir su propia ficción a partir de situaciones reales. La ventaja del niño al adulto reside en que el infante puede estar en un ir y venir del mundo interno al externo con facilidad por medio de los


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cuentos y otras formas imaginarias. Esto se vincula con procesos de simbolización, necesarios e indispensables para la salud mental; aunque el niño manifieste sus angustias, frustraciones o ideales, se requiere de un elemento indicador de salud mental que es el proceso de simbolizar. Entonces, en la terapia infantil es de suma importancia el relato del cuento, al igual que el juego y el dibujo; no obstante, no quiere decir que se obligue al niño a contar una historia, sino que a través de la consigna, las reglas, las limitantes y las libertades producidas en la sesión terapéutica pueda expresar libremente su narrativa y le dé énfasis a la forma en la que lo relata, los personajes que introduce, la atmósfera, el inicio y el contexto. Cortázar (2006) apunta que un cuento conlleva a un sinnúmero de significados entre el autor y los afectos. Más allá de que un cuento parezca simple y modesto, tiene la habilidad de transportarse a realidades infinitas; abarca valores, significados y estructura. Todos estos elementos muestran el significado del cuento y lo que el infante representa a través de él. Tal vez el niño relate un cuento al inicio de la terapia: es una forma de expresión de confianza y empatía hacia el terapeuta, pero también muestra su fuerza yoica al ejecutar elementos representacionales y creadores. Si el infante cuenta su relato en la fase intermedia del tratamiento, se puede observar el grado de avance del niño al representar parte de su vida en un cuento; ahora tiene más probabilidades de expresarse y manifiesta plasticidad y flexibilidad para expresar su conflictiva y su mundo interno. En una fase final del tratamiento quizá refleje los caminos recorridos y sus alternativas, además de demostrar la capacidad simbólica necesaria para insertarse a formas y perspectivas que tiene de sí mismo y de los demás, reconociendo sus necesidades y fortalezas, sus anhelos y sufrimientos. El cuento también puede ser la realización de un deseo, un anhelo, un mediatizador transferencial,

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una identificación. El cuento es parte de la historia del niño, por ende es relevante que al interpretarlo se consideren todos los aspectos del niño: su historia, su síntoma, el motivo por el que lo llevan a terapia, sus deseos, sus carencias y sus necesidades.

Viñeta clínica Toño es un niño de siete años de edad, delgado, piel morena, ojos pequeños, nariz afilada y boca delicada. Cuando se presentó por primera ocasión traía un escapulario colgando de su cuello y al preguntarle por él, respondió: «es una estampita para pedirle a Dios el milagro de que mis papás estén juntos otra vez». La madre lo llevó a terapia porque estima que es un niño muy sensible, llora por todo (si sus primos toman sus juguetes, si su abuela le cambia de canal a la televisión cuando él ve un programa, si ella llora). Toño comenta que todas las noches reza para que sus papás estén juntos de nuevo. En una de las sesiones, se le ocurrió a Toño contar un cuento: «Hoy no tengo ganas de jugar, que más puedo hacer». Yo le contesté: «Puedes hacer lo que tú quieras, jugar a lo que desees, dibujar, platicar, hasta puedes contar un cuento». Toño respondió: «Ah, sí, yo me sé uno». Tomé lápiz y papel: «¿Puedo anotar el cuento? Para no perder ningún detalle». Asintió y comenzó: Había una vez un príncipe que quería enamorar a una princesa, pero como ella tenía un guardián, el príncipe no se le acercaba, aparte de que no tenía espada para pelear. Después apareció un duende que le concedió un deseo, pidió una espada para pelear y luego subió a salvar a la princesa, después formaron una familia y fueron felices por un tiempo, luego el papá del príncipe los separó y no se volvieron a ver nunca jamás.

Al hacer el análisis del cuento, en la frase «no tenía espada» hace una condensación que se traduce en


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la impotencia de las circunstancias al ver que su papá no regresará a formar con él una familia. Por otro lado, está el cuestionamiento de su identidad sexual. Asimismo, se observa cómo desplaza la figura del príncipe, que es Toño, un príncipe frágil, desprotegido ante situaciones dolorosas, hacia el príncipe que es el padre; entonces, la princesa es la madre y el duende es Toño, pareciera que la madre se ha encargado de darle un poder especial para que haga que el padre regrese a su lado. El guardián es Toño, quien siempre cuida a la madre y está al pendiente de ella (por ejemplo, hasta la fecha duermen en la misma cama). Al abordarlo de manera transferencial, el terapeuta también es el duende que, con sus poderes mágicos, reunirá a su familia; así expone sus expectativas irreales, mágicas, sobre el tratamiento, que si no son aclaradas propiciarán frustraciones que sólo podrán ser solucionadas por un poder divino. Por otro lado, en el cuento se halla presente el ideal del yo («se hicieron una familia feliz») y cómo relega todo el sufrimiento al padre («el padre del príncipe los separó y no se volvieron a ver»), lo que muestra la escisión de sus primeros objetos de amor: una madre sufrida y buena como toda una princesa, y un padre que quita y abandona. Cabe destacar que Toño relató el cuento en una fase inicial del tratamiento, reflejando claramente su conflictiva actual, la dificultad de desprenderse de su madre y su necesidad de tener una familia unida junto con el padre. En ese sentido, Doltó (1991) reitera que el campo imaginario del infante puede ser intraducible e inaccesible para el adulto, por lo que el intentar recrear la subjetividad en un cuento posee un gran valor literario y contribuye a tener respeto por la subjetividad del niño. A través de los cuentos se transmiten experiencias sensoriales e imaginarias del infante. Los cuentos facultan la elaboración de procesos de simbolización, al mismo tiempo, favorecen el tránsito de la infancia a la vida adulta y

ayudan a comprender su propio desarrollo evolutivo, su conflictiva y su realidad.

Bibliografía Dolto, F. (1991). La causa de los niños. Buenos Aires: Paidós. Winnicot, D. (2007). Realidad y juego. Buenos Aires: Gedisa. Freud, A. (1992). Psicoanálisis del desarrollo del niño y del adolescente (3ª edición). Buenos Aires: Paidós. Binet, E. (2000). Francoise Dolto. Recuperado de http:// www.ibe.unesco.org/publications/Thinkerspdf/ doltos.pdF. Cortázar, J. (2006). Cuentos inolvidables. Buenos Aires: Alfaguara.


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Intervención clínica de enfoque psicoanalítico con padres de

neonatos hospitalizados

peTronilo de lUna saTaraY m arÍa a nTonia r eYes a rellano Universidad Autónoma de San Luis Potosí

Resumen Mostrar los hallazgos de la práctica clínica con padres y madres, cuyos hijos recién nacidos fueron hospitalizados por ser prematuros o tener otras patologías médicas, es el objetivo de este trabajo. Dicha práctica se efectuó en un hospital materno infantil en el área de cuidados intensivos neonatales en la ciudad de San Luis Potosí. El enfoque psicoanalítico implementado, además del método freudiano, consideró las aportaciones clínicas y teóricas de D. Winnicott y S. Lebovici a través de las «consultas terapéuticas». El modo de intervención comprendió sesiones breves de acompañamiento a los padres durante la visita a cuneros e incubadoras, bajo la consigna de la escucha libre flotante. Las intervenciones se complementaron con el trabajo clínico en asesoría, lugar de reflexión del procedimiento técnico empleado, así como del sustento teórico implicado. Se encontró en estos padres y madres una demanda de atención a su pathos psíquico, por lo que fueron escuchados y atendidos en su individualidad. Se evidenciaron algunas características propias del posparto asociadas a la madre y se pudo constatar el papel paternal de los varones a favor de la madre y el hijo. El apoyo brindado puede tener efectos preventivos, cuanto no predictivos que posibiliten modificaciones en su ser y actuar de padres y en su hijo. La intervención permite concluir que en las funciones parentales puede haber un equilibrio psíquico en beneficio de la tríada madre–hijo–padre si se incluye al padre en esa dinámica. Finalmente, además de atender a la individualidad y la subjetividad de los padres, el trabajo clínico en instituciones logra relacionar al psicoanálisis con disciplinas médicas, en este caso con la pediatría y la neonatología.


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En el niño está encerrado el futuro del mundo; el padre debe llevarlo a la montaña más alta para que vea cómo es el mundo; la madre debe sostenerlo muy cerca de ella para que sepa que el mundo es él. Proverbio maya

Introducción La aparición de nuevas formas de pathos psíquico demanda la operatividad de un laboratorio clínico que responda con la construcción e implementación de sendas clínicas particulares. Etimológicamente, el concepto de pathos refiere a dolor y sufrimiento (Mateos, 1977), en este caso a dolor psíquico e implica un laboratorio: espacio de trabajo para construir, acondicionar, innovar formas clínicas de intervención, que respondan a las demandas del pathos psíquico (Berlinck, 1998). Un laboratorio clínico que opere bajo un enfoque psicoanalítico —es decir, que haga uso de la teoría y la clínica psicoanalítica al enfocarse en la atención a las nuevas formas de pathos psíquico— deberá mostrar cierta flexibilidad y mantenerse en cauces que garanticen su identidad, sin que ello impida su adaptación para generar clínicas particulares que resuelvan esas nuevas formas de sufrimiento. La Perinatalidad y la Parentalidad son algunos de los pathos psíquicos que actualmente interpelan y movilizan a la clínica psicoanalítica. Este trabajo se circunscribe a dichas temáticas y muestra los hallazgos de llevar a cabo una clínica sui géneris con padres y madres cuyos hijos recién nacidos fueron hospitalizados por diversas patologías médicas (principalmente prematurez) en el área de cuidados intensivos neonatales (Ucin) de un hospital materno–infantil en la ciudad de San Luis Potosí, durante poco más de año y medio. El enfoque psicoanalítico seleccionado comprende el método freudiano y las aportaciones clínicas y teóricas de Winnicott (1965, 1972) y Lebovici (1988, 2000), en específico lo concerniente a lo

que ellos denominan «consultas terapéuticas». La metapsicología freudiana fue el referente base para configurar una clínica particular centrada en la Parentalidad en contextos de crisis. La humanización del «cachorro humano», la constitución del Aparato Psíquico, el apuntalamiento de la pulsión, los primeros momentos de la vida del ser humano, la narcisización, la libidinización, el fantasma y el deseo de los padres, corresponden a puntos teóricos con sendas implicaciones clínicas en la Parentalidad. La dinámica entre padre, madre y bebé, propicia ese dinamismo psíquico que da como efecto la pretendida humanización (Gutton, 1987). De modo similar, Lebovici (1988) insiste en la importancia de las interacciones precoces entre madre y bebé al ubicar el papel del clínico en observación e intervención. Una clínica de lo Parental y un Laboratorio ocupado en las interacciones precoces de madre, bebé, padre, con la asistencia del Agente clínico, considera que lo parental es algo que debe ser construido: «tener un hijo no es lo mismo que convertirse en padre o en madre de su hijo, la Parentalidad humana es un proceso psicológico complejo que se construye en la mente de los padres y necesita acompañamiento» (Lebovici, 1988). Lebovici, precursor del psicoanálisis infantil en Francia, se interesó en los lazos parentales pues estaba convencido de que instauran el umbral a partir del cual surge el proceso de subjetivación, en ello radica su importancia para la vida psíquica del nuevo ser, al igual que los cuidados otorgados por quienes funjan como padres y las interacciones que sucedan entre ellos. Su señalamiento acerca de la Parentalidad en términos de construcción, convoca a laborar desde una clínica especial regida por la idea de que para esa construcción se precisa del acompañamiento del Agente de la Intervención Clínica. Construcción y acompañamiento, son los dos vectores clínicos que definen este modelo de intervención clínica.


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Método y estrategias de intervención La particularidad de esta intervención de enfoque psicoanalítico alude al empleo de los postulados teóricos y clínicos del psicoanálisis pero no de manera clásica, en el sentido más ortodoxo del término, ya que existen restricciones de orden epistémico que determinan una clara diferencia; a saber el Agente Clínico de la Intervención es un psicólogo con conocimientos teóricos y técnicos que se habilita en la praxis de la clínica psicoanalítica, pero no es psicoanalista. Además de otras limitantes dadas por las condiciones de la institución donde se realizó la intervención clínica, tales como la duración de las sesiones y su continuidad. Sin embargo se conservaron los lineamientos técnicos de la escucha libre flotante, concomitante de la consigna fundamental dirigida al paciente, en los términos de «dígalo todo» (Freud, 1937) e intervenciones breves enfocadas a indicar y propiciar que el paciente se piense, se escuche (no es ocioso aclarar que esta intervención evita ser directiva, como ocurre en la práctica psicológica de lo consciente). Partiendo de los lineamientos teórico–clínicos de las consultas terapéuticas, propuestas por Winnicott (1965) y más tarde por Lebovici (1994), mediante el concepto de actitud enactante, que denota el modo en que Winnicott realizaba su práctica clínica, se conformó un modelo particular de intervención clínica para estos casos. Se trabajó in situ, es decir durante el tiempo que dura la visita de padres y madres en cuneros o incubadoras, se dio espacio para la palabra y se interpretó lo observado y escuchado. Cabe destacar que este modelo exige que el observador o investigador se comprometa en la observación de la interacción entre madre y bebé, entre padre y bebé; en adición, es preciso atender el proceso de la acción a la representación (Lebovici, 1988). La práctica clínica se complementa con el

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momento de la asesoría, lugar de la teorización de los hallazgos clínicos y los señalamientos de tipo técnico, con la consigna de conformar una clínica de enfoque psicoanalítico que atienda a lo parental en ese contexto. El sustento teórico de una clínica de la Parentalidad debe abordar cuestiones tripartitas de lado de los padres (preponderantemente la madre), del bebé en ciernes y del agente clínico de la intervención. En cuanto al papel de la madre y algunas de sus funciones específicas en la constitución psíquica del niño, Winnicott (1957) postula: Para que en la mente del niño se produzca esta ilusión es necesario que un ser humano se tome el trabajo de traer al niño el mundo de manera constante y comprensible, y de una manera limitada, adecuada a las necesidades del pequeño. Por esta razón el niño no puede existir solo, psicológica o físicamente, y al principio necesita verdaderamente que una persona lo cuide.

Esa otra persona de la que depende el bebé, debe ser «suficientemente buena», para que mediante la «preocupación materna primaria» se encuentre en un estado de sensibilidad extrema a fin de cubrir las necesidades del niño en los primeros tiempos de vida, que propicie el holding y la ilusión–desilusión, todo ello dentro de un contexto de ambiente facilitador, que funja como espacio transicional y posibilite la entrada del bebé al mundo de lo simbólico y su consecuente humanización, constitución del aparato psíquico. Silvia Bleichmar (1995) menciona, a propósito de la constitución del aparato psíquico, que es el resultante de la relación con otro humano mediante procesos de investimiento. Se indica, en específico, que el papel de la madre en el proceso de humanización sucede por los senderos de las primeras identificaciones. La capacidad de la madre de establecer una identificación del hijo en el orden de lo humano, en el sentido transitivo,


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considerándolo como otro humano, establece las condiciones de la identificación en el niño. El imaginario materno, al representarse la relación con la cría como intersubjetiva, con la atribución de deseos, angustias, fantasías, pensamientos, es el generador de su subjetividad. Entonces, el estado narcisista debe entenderse como efecto o creación de otro, primordialmente la madre en cuanto función. Función de madre alude a otro humano que cumple esas funciones propias del maternaje y que no coincide con la madre de carne y hueso. Surge también la interrogante sobre el lugar del padre en los primeros momentos de la vida del «cachorro humano». La tendencia generalizada es la de subordinar su función al deseo de madre, como refieren Massotta y Silvia Bleichmar: «el padre en los primeros tiempos de vida del hijo no está como padre sino en función materna» (Green, 1980). Tal es el panorama general de la función del padre en la mayoría de las posturas psicoanalíticas: sólo concerniente al deseo de madre, como metáfora o mero proveedor (Olivier, 1995).

Resultados Se encontró en estos padres y madres una demanda de atención a su pathos psíquico, por lo que fueron escuchados y atendidos en su individualidad. Se evidenciaron ciertas características del posparto en la madre (Bydlowski, 2007) y se constató el papel paternal de los varones en el apoyo a la madre y al hijo. El respaldo que se les brindó puede tener efectos preventivos, no predictivos, que posibiliten modificaciones en su ser y actuar de padres y en su hijo. El papel prioritario de las funciones parentales se centra en la investidura narcisista que opera de los padres al recién nacido, expresado en términos de narcisización. A propósito del narcisismo y su cercanía teórica con el concepto de autoerotismo, Freud (1914) postula:

Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son inicialmente primordiales; por lo tanto tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica para que el Narcisismo se constituya.

En ese sentido, considera al narcisismo un estadio intermedio entre el autoerotismo y el amor objetal, uno de los acaecimientos del recorrido libidinal fundado en las primeras experiencias de satisfacción, cuyo investimiento pulsional es necesario y constitutivo de la vida subjetiva. El trabajo en laboratorio clínico se fundamentó en la idea de construcción que propone Lebovici (1988) al indicar que la Parentalidad humana «es un proceso psicológico complejo que se construye en la mente de los padres y que necesita un acompañamiento». El reto era llevar a la práctica una praxis que atendiera a padres y madres que acudían a visitar a sus hijos recién nacidos en el hospital; a idear las estrategias que permitieran un mejor abordaje, donde las acciones de escucha y acompañamiento del agente clínico de la intervención no fuera considerado una intromisión en ese contexto, sobre todo cuando el narcisismo de los padres es expuesto y cuestionado. Al considerar que la Parentalidad, las funciones que de padre y madre impactan en el «cachorro humano», es de vital importancia para la humanización y su constitución psíquica, se dirigió el trabajo del agente clínico de la intervención en la escucha libre flotante en torno a actos y palabras de los padres; asimismo, intervino con preguntas y con señalamientos que indicaron la presencia o ausencia del hijo en la historia transgeneracional. Durante el trabajo in situ (en el tiempo y el espacio de la visita a las incubadoras), se encontró que algunas madres pasan por momentos de ausencia expresada en desinterés por el hijo, lo que


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pudiera explicarse como «transparencia psíquica», que alude al afloramiento de lo reprimido, generando cierto retraimiento de naturaleza narcisista que hace que se olvide de su bebé y que el padre se convierta en el sostén (Bydlowski, 2007). Adicionalmente se constató que los bebés, según lo expuesto por Lebovici (1988) y Candilis (2009), son activos, son sabios, porque propician el investimiento parental y promueven en sus padres esa sensación de que «están luchando por su vida», frase que refleja el resultante de una interacción entre fantasías y deseos. Se infiere también que las mejoras de salud del hijo tienen cierta correlación con las interacciones afectivas en las que los padres son a su vez investidos por los hijos. Se enmarcaron actos y palabras en el proceso de creación parento–filial, a la manera de Lebovici sobre la mutua influencia entre padres, bebés y el agente clínico de la intervención. Dentro de ese circuito cerrado, esa reciprocidad entre madre y bebé, se observó que es indispensable la injerencia del padre y que no debe esperarse a que haga su aparición en el momento edípico. Se demostró de se puede ser padre sin ser maternal, sin tener que exponer el fantasma edípico que le alerta de una posible asimilación con lo femenino o verse inmerso en el mundo maternal (Olivier, 1995).

Conclusiones La implementación de un modelo de intervención clínica de enfoque psicoanalítico permite concluir que la idea de equilibrio en las funciones parentales alude al beneficio psíquico de la tríada parental (madre–hijo–padre) cuando se incluye en dicha interacción al padre. El pathos psíquico que aqueja a estos padres los coloca en una indefensión equiparable con la de su hijo, puesto que se hallan separados y sólo cuentan con breves momentos para compartir e

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interactuar, siempre mediados por la condición hospitalaria. Al respecto, la Parentalidad es un trabajo dirigido a construir un padre, una madre y un hijo, en cuya labor la influencia es mutua y recíproca, además se precisa del apoyo del agente clínico de la intervención, quien debe tener una actitud enactante, su escucha debe ser libre flotante y debe guiarse por una teoría que alude más a «estar ahí», que a un «saber–hacer». Otra de sus funciones entraña retransmitir los mensajes emitidos por cada uno de los actores de la interacción, poniendo en acción su condición enactante a fin de identificarse con cada uno e intervenir con actos y palabras. Es pertinente recalcar que el trabajo clínico en instituciones es susceptible de logros más allá de la atención a la individualidad y la subjetividad de los destinatarios, en este caso de los padres con hijos hospitalizados; y es posible relacionar al psicoanálisis con disciplinas médicas, como la pediatría y la neonatología. Quedarse en una postura clásica de la práctica psicoanalítica, no sólo conlleva el riesgo de anquilosar al psicoanálisis, lo priva de un enriquecimiento capaz de establecer nexos con saberes que aportan sus propios conocimientos en torno a esos nuevos pathos psíquicos. Éstos, le exigen laborar para crear nuevas clínicas que intenten darles solución, lo que redundará en un beneficio teórico gracias al fortalecimiento de sus postulados o al inicio de un proceso de replanteos críticos. El reto es la apertura, innovar, adaptar, sin perder su identidad y la rebeldía que le caracterizan.

Bibliografía Berlinck, M. (1998). «Lo que es la Psicopatología Fundamental». En Revista Latinoamericana de Psicopatología Fundamental, 1(1), pp. 46–59. Bydlowski, M. (2007). La deuda de vida. Itinerario psicoanalítico de la maternidad. Madrid: Biblioteca Nueva.


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Bleichmar, S. (1995). «Las condiciones de la identificación». En Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, (21), p. 212. Candilis–Huisman, D. (2009). ¿Son sabios los bebés? Guadalajara: Casillas y Figueroa. Freud, S. (1937). «Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico». En Obras completas (vol.

xii).

Bue-

nos Aires: Amorrortu. Freud, S. (1914). «Introducción del narcisismo». En Obras completas (vol.

xiv).

Buenos Aires: Amorrortu.

Lebovici, S. (1988). El Lactante, su madre y el psicoanalista. Buenos Aires: Amorrortu. Lebovici, S. (1994). Empathie et «enactement» dans le travail de contre–transfert. Revue Francaise de Psychanalyse, LVIII. Lebovici, S. (1998). L´arbre de vie. En Eléments de la psychopatologie du bebé. France: Érès. Lebovici, S. (2000). «La consultation therapéutique et les interventions métaphorisantes». En Maury, M. y Lamour, M., Alliances autour du bébé: de la recherche á la clinique. Francia: Puf. Mateos, A. (1977). Etimologías griegas del español. México: Esfinge. Olivier, C. (1995). Los hijos de Orestes o la cuestión del padre. Buenos Aires: Nueva Visión. Gutton, P. (1987). El bebé del psicoanalista. Buenos Aires: Amorrortu. Green, A. (1980). Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu. Winnicott, D. (1957). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. Winnicott, D. (1965). Exploraciones psicoanalíticas ii: el valor de la consulta terapéutica. Buenos Aires: Paidós. Winnicott, D. (1972). Realidad y juego. Buenos Aires: Gedisa.


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Discernimiento entre clínica psicoanalítica y terapéuticas micHel oriard valle Universidad Autónoma de Querétaro

En 1888 Sigmund Freud advertía que al descuidar el factor psíquico se tendía a la creación falsa de tipos clínicos: se excluía un elemento imprescindible para la intelección de ciertos malestares y, por lo tanto, eran concebidos múltiples casos que adolecían de explicaciones acordes a una teoría que diese cuenta de ellos satisfactoriamente. Esto repercutía sobre el entendimiento de los fenómenos psíquicos involucrados en el padecimiento cuya causa no es orgánica, aunque en ocasiones su afección sí lo sea. Descuido, u omisión, promovido por su aparente obviedad, respecto a su lugar y función conceptuales dentro del campo clínico. El psicoanálisis, tras su invención, aportes y distintas propuestas de clínicas, no es ajeno a tal situación; misma que denota la relevancia y pertinencia de explicar sobre qué se interviene y cuáles son sus instrumentos a fin de delimitar y diferenciar una práctica de otra. Un ejemplo es la labor argumentativa de Freud para distinguir al inconsciente en psicoanálisis del inconsciente en filosofía. Al igual que en otras disciplinas, en psicoanálisis la posición teórica asumida determina la implicación de los conceptos y explica la experiencia clínica para intervenir en ella. Si ésta funciona desde un aporte novedoso, conllevaría la crítica y el replanteamiento de una praxis; sin embargo, también podría llevarse a cabo a partir del reacomodo de ideas anteriores que cuestionan si su ejercicio pertenece al campo del psicoanálisis. En este documento se aborda la diferenciación de la noción de tratamiento, un punto que es lugar de diálogo y de confusiones entre el campo clínico inaugurado por Freud y las prácticas terapéuticas, y la incidencia de prejuicios que conlleva consecuencias clínicas. En ese sentido, ¿es una obviedad que cualquier tratamiento que se nomina eficaz en el alivio de ciertos malestares asociados al psiquismo, opera sobre lo mismo que otros? Freud destacó que una consecuencia de descuidar al factor psí-


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quico era la creación tergiversada de tipos clínicos puesto que el lugar y su función conceptual dentro del campo clínico eran considerados una obviedad y no se los cuestionaba. El descuido no sólo consiste en soslayar o desconocer su influencia, sino que radica en la falta de claridad concerniente a su entendimiento como tal, en cómo se define a lo psíquico, su intervención y sus herramientas. En Sobre psicoanálisis (1913 [1911]), Freud sostiene que el psicoanálisis comprende un método de investigación y tratamiento delimitado. Por lo tanto, es necesario explicar, de manera argumentada, cómo se demarca y diferencia la propuesta de Freud de otras que en apariencia convergen al ofrecerse como tratamiento del sufrimiento psíquico. Esto exige que la posición teórica asumida sea rigurosa, ya que no basta el uso de términos reconocidos como referentes a cierta disciplina si carecen de articulación coherente que haga factible la crítica y el diálogo como disciplina. Es posible que los aportes presentados como novedosos conlleven una crítica y reformulen una praxis; no obstante, los hay que proceden a partir del reacomodo de ideas anteriores, de ahía que se discuta si concuerdan con ese campo o producen un efecto de confusión. Referente al tratamiento, el vocablo conlleva una problemática porque se vincula con la terapéutica. En el diccionario de María Moliner (2007, p. 2852), ésta es definida como parte de la medicina y tratamiento para la curación de enfermedades; en tanto que curar implica cese, o desaparición, de la enfermedad, aplicable a dolencias o padecimientos espirituales y del alma (Moliner, 2007, p. 887). Entonces, la noción de tratamiento no se limita al campo médico; también es un modo para transformar algo (Moliner, 2007, p. 2939). Es decir, una vez que algo ha pasado por un tratamiento se convierte en otra cosa. Parte de la problemática es el punto en el que concurren medicina, biología, filosofía, religión, psicología, mitología y esoterismo. Así, el trata-

miento asociado a la terapéutica es un modo para transformar algo, enfermedades o dolencias corporales–orgánicas, del alma o espirituales; y un resultado de dicha transformación puede ser la curación. La interrogante es ¿cómo despejar y acotar lo que nos corresponde? Cabe recordar, de modo breve, la importancia del hipnotismo para Freud, quien tradujo un apartado de las lecciones de Charcot y algunas obras de Bernheim. La obra De la sugestión y de sus aplicaciones a la terapéutica de este último era relevante por su introducción al estudio del hipnotismo «desde el punto de vista de la sugestión» (Freud, 1991, i, p. 91) y porque es fundamental explicar sobre qué se trabaja y con qué se lo hace. Por lo general, la sugestión se da por sobreentendida, se considera natural, como una obviedad, y lo mismo sucede con el concepto de hipnotismo. Freud recurre a la sugestión para explicarse el hipnotismo a manera de recurso terapéutico, y la precisa como un influjo psíquico diferenciado de otros; en cuyo caso «se despierta en un cerebro ajeno una representación que no es examinada en cuanto a su origen, sino que es aceptada como si hubiese surgido espontáneamente en dicho cerebro» (Freud, 2011, p. 9). La sugestión despierta, como si surgiera, una representación; no produce una nueva, ésta ya estaba. No se trata de la influencia o el convencimiento que pueda ejercer el hipnotizador sobre el hipnotizado. Con la sugestión, los fenómenos de la hipnosis son consecuencia de la representación evocada durante ella. El hipnotizador ejerce la sugestión cuando trabaja con la representación despertada y que, por asociación, alivia a los enfermos. Para Freud, la hipnosis es un estado del alma y la representación patológica, en su conexión con las restantes del sistema nervioso, influye sobre funciones corporales sensibles y motrices: memoria, sentimientos y actividad voluntaria. En el método terapéutico sólo importa lo relacionado con esa representación. El problema es aproximarse a la re-


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presentación patológica para asegurarse de que se lleva a cabo la sugestión y no otra clase de influjo. En adición, Freud asevera que de los tres caminos conocidos para lograr la hipnosis (influjo psíquico; fijación, atención puesta a un estímulo externo; y autoinflujo) únicamente el primero es válido y comprobable, las otras maneras no responden a un ejercicio terapéutico. Discierne al hipnotismo al procurar entender y explicar de modo coherente y apropiado el funcionamiento de los fenómenos psíquicos en la clínica, a la par que disiente de Bernheim, a quien se le atribuye la noción de psicoterapia. Resulta preciso aclarar que Freud reconoce que el psicoanálisis se funda en el análisis de los sueños. En La interpretación de los sueños (1900 [1899]), postula que al «operar» como otros actos de la psique el sueño es equivalente a ellos por el determinismo (Determinierung) psíquico; es decir, hay una ley sobre su disposición, el encadenamiento de sus elementos no es arbitrario. Al determinismo le atañe la realidad psíquica que «es una forma particular de existencia que no debe confundirse con la realidad material» (Freud, 1991, V, p. 607); dado que el miramiento por la certidumbre de que el sueño relatado fue lo soñado es un estorbo para su interpretación. Debido a que la interpretación es semejante al desciframiento de una escritura figural antigua, se trata al sueño, y en extenso a las demás operaciones psíquicas, como un texto en el que algunos de sus elementos son ilegibles, no interpretables, pero su función consiste en asegurar que otros sean susceptibles de entendimiento; a saber: una operación psíquica es efectiva y significa por sus relaciones. Tal situación las vuelve exentas de interpretaciones concebidas a priori. En El interés por el psicoanálisis (1913), Freud observa que un detenimiento para comprender esta idea radica en el desconocimiento del analista de puntos de vista y conocimientos que aportan los lingüistas.

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La formación de todo sueño es posible por las mociones de deseo que continuarán produciéndolos mientras sean inconscientes y reprimidas. El inconsciente es condición sine qua non para poder interpretar un sueño en el campo clínico inaugurado por Freud. Cabe mencionar que es insuficiente oponer al inconsciente [Unbewusste] a la conciencia pues «todo acto psíquico comienza como inconsciente» (Freud, 1991, xii, p. 275). Lo inconsciente designa pensamientos (latentes y reprimidos) eficientes con relaciones funcionales y dinámicas; opera como función de dos sistemas: inconsciente reprimido y preconsciente. Su núcleo consiste en agencias representantes de pulsión que «se le[s] deniega la admisión en lo consciente» (Freud, 1991, xiv, p. 143) y son reprimidas. Por su empuje [Drang] para su satisfacción, son unas fuerzas que participan en los procesos psíquicos; por ende, los procesos patológicos se sitúan en relacióncon ellas. La represión de las pulsiones sexuales es la causa de los efectos patológicos en las neurosis. Los distintos puntos de vista (dinámico, económico y tópico), la actividad mecanicista, los sistemas e instancias, forman proposiciones que circunscriben al inconsciente freudiano y propician que Freud lo presente como una psicología de su propia cosecha. En el Breve informe sobre el psicoanálisis (1924 [1923]) declara: «A partir de la interpretación de los sueños, el psicoanálisis alcanzó una doble significación: no era sólo una nueva terapia de las neurosis, sino, además, una nueva psicología» (Freud, 1991, xix, p. 212). Por consiguiente, el sueño es paradigma para dilucidar el mecanismo psíquico de las neurosis. Al interior del psicoanálisis lo psíquico se piensa de una nueva manera en un lugar particular, la clínica; es desigual e irreductible, mas no aislado de las diversas producciones disciplinarias. ¿Queda asentado que el método propuesto por Freud interviene sobre los procesos patológicos que son actos psíquicos, como Freud los define,


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por efecto de la represión? El psicoanálisis es un método de investigación y tratamiento del inconsciente dinámico o reprimido, y no trata ni investiga otras cosas. Si éste es sobre lo que se interviene, falta el cómo. Con relación al sueño, Freud afirma que es lícito tener por certero que nunca se ejerce influencia sobre él si es ajena: «A menudo puede influirse al soñante en aquello sobre lo cual ha de soñar, pero nunca instilarle lo que soñará» (Freud, 1991, xv, p. 218). Con «sobre lo cual ha de soñar» se refiere al material onírico, las percepciones, y con «lo que soñará», al sueño mismo. Así, «el mecanismo del trabajo del sueño y el del deseo onírico inconciente están sustraídos a cualquier influencia ajena» (Freud, 1991, xv, p. 218). Se dice ajeno a lo que no tiene operación en el asunto; sobre lo que se interviene en la clínica psicoanalítica es con los medios propios del inconsciente. Freud se preguntaba cómo podía saber si los sueños contados por los pacientes eran efectos del tratamiento o de algo distinto, sugestión o deferencia hacia su persona, porque la diferencia estriba en que en sólo uno de los casos el efecto es eficiente. Lo eficiente es realizar una operación correspondiente a su función. Es una labor argumentativa acerca de la pertinencia de cómo interviene. Comparó su solución con la de los rompecabezas, complicados no por su dificultad, sino que no son comprensibles con facilidad debido al desconcierto de sus piezas, cada una fragmento ininteligible por sí mismo, cortes discontinuos que al ser ordenados de un modo particular adquieren sentido, dirección, para deducir el lugar de la siguiente pieza por sus relaciones entre ellas. El funcionamiento del sueño, y de cualquier acto psíquico, es un orden lógico. con el propósito de acceder a lo reprimido Freud menciona las siguientes operaciones discursivas: interpretar, construir y comunicar; y si el sueño se examina como un texto, el quehacer del analista es lógico–discursivo. En consecuencia, los hallazgos

atribuidos a recuerdos recuperados durante el tratamiento se deben, en realidad, a una coherencia discursiva que funda la convicción subjetiva. En la implicación de los conceptos, su interdependencia, debe valorarse la parte teórica: «La teoría en sí no sirve para nada, salvo porque nos convence de la interrelación de los fenómenos» (Goethe, 2002, p. 151), lo cual no quiere decir que con la teoría las cosas estén dichas de una vez y para siempre. Si la terapéutica es un modo para transformar los padecimientos corporales, psíquicos o espirituales para su curación (el cese o desaparición de ellos), entonces no empata con el modo de tratar al sufrimiento en la clínica psicoanalítica, pues «el psicoanálisis no es una cómoda panacea para el sufrimiento psíquico» (Freud, 1991, xx, p. 252). Lo anterior constituye una aserción contraria a la terapéutica en su sentido más amplio. Hay efectos terapéuticos en la experiencia analítica pero no conforman el leitmotiv de un análisis; incluso no coinciden con la prosecución del análisis. A veces los efectos terapéuticos se tornan motivo para interrumpirlo. En Una dificultad del psicoanálisis (1917 [1916]) se expone que «el psicoanálisis se ocupa de esclarecer y eliminar las perturbaciones llamadas neuróticas» (Freud, 1991, xvii, p. 252). Otras prácticas colocan el esclarecimiento en puntos disímiles, son saberes distintos, mientras que para el psicoanálisis se trata de un saber inconsciente sobre la causa del malestar, que concierne a quien padece. Es consabido que el análisis es interminable para Freud, postula que el criterio para dar un tratamiento por terminado debe ser práctico, su meta es alcanzar un nivel de normalidad psíquica, por ende, los normales no se analizan. Los efectos correlativos al criterio son: capacidad para gozar (el disfrute aunado a la felicidad) y capacidad para producir, o sea, trabajar. Ambos son dispuestos como inherentes a la autonomía, el dominio sobre sí. Las secuelas serían un renovado interés por


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la vida y mejores relaciones significativas. Para conseguirlo establece dos condiciones: el paciente no padece a causa de sus síntomas; y haber intervenido de tal índole que no se repitan los procesos patológicos. No obstante, es preciso ser cuidadosos pues el cese del sufrimiento no simpre significa que ha dejado de ser efectivo o que las intervenciones han resultado eficientes. Su finalidad es «producir un agotamiento radical de las posibilidades de enfermedad y una alteración profunda de la persona» (Freud, 1991, xxiii, p. 227) vía la admisión de la pulsión en la armonía del yo, al aliarse el analista «con el yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello» (Freud, 1991, xxiii, p. 237). Sobresale, en uno de los últimos textos de Freud, la injerencia de ubicar un inconsciente para cada individuo y la remisión a la idea de autonomía, engarce que apunta en especial a la instancia del yo como objeto de intervención. Con este planteamiento versan dos problemas al colocar al yo como núcleo del ser, lo auténtico, conocido en cierta tradición filosófica (particularmente el idealismo alemán), como «el concepto material de la sustancia» (Fichte, 1996, p. 39); y con ello, el yo, es segregado de los medios que intervienen en la clínica psicoanalítica. Hacer lo necesario para que el yo obtenga y recupere dominio equivale a sustraerlo de cualquier cuestionamiento, se lo trata como una obviedad. Así, de la formación en determinada disciplina aparecen prejuicios que dificultan el abordaje y cómo se teoriza. Por sus condiciones la teoría asigna límites para su constitución y explicación de indispensable rigurosidad; de lo contrario, es desplazada a otros ámbitos y no extrañaría exponer al psicoanálisis como una psicología que estudiase el influjo del medio sobre la persona o a las neurosis como fallas de su adaptación. Sin teoría no hay psicoanálisis, ni interpretaciones analíticas.

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Depende de la interrelación entre sus proposiciones, con relación a la clínica, que el ejercicio sea formalmente del campo psicoanalítico; ello evitaría la práctica de la psicología del desarrollo con motes «psicoanalíticos», la cual sólo provocaría contrariedades al desconocer el instrumento. Existen saberes previos a una experiencia analítica, sin embargo, cabe inquirir si las intervenciones están en función de los modos discursivos–lógicos o son realizadas desde referencias desarticuladas, por influencia ajena. Acerca del ser, en la conferencia de 1954 Del símbolo y de su función religiosa, Lacan replantea la cuestión a partir de la palabra: «El modo en que el hombre constituye su ser en la palabra es todo un problema, porque el ser rebasa el orden de la palabra» (Lacan, 2010, p. 83). La constitución del ser por la palabra es un problema cuando se comprende su existencia como previa a la palabra. Ante el ser en términos de es lo que es y no es lo que no es, no hay más que decir, no hay posibilidades de interrogar ese saber. Empero, «[s]i se puede hablar del ser, es justamente en la medida en que él no es cuando ustedes hablan de él, y que si se puede hablar del no–ser, es justamente porque ustedes lo hacen ser mediante vuestra palabra» (Lacan, 2010, p. 83). Con la palabra se otorga la existencia, es una crítica apoyada en la operatoria significante, el axioma A es igual a A, donde una cosa es igual a sí misma. Durante el análisis acaecen efectos terapéuticos, a la inversa, efectos analíticos en una terapéutica por la especificidad del campo. El saber inconsciente sitúa un lugar particular acerca de la demanda del analizante y la función del analista. Tres elementos, con sus pormenores y vínculos, intransferibles por su dependencia con otros para dar cuenta de la praxis clínica y propiciar su cuestionamiento crítico; tarea argumentativa constante, desemejante a la reproducción por imitación, efectuada desde la posición teórica asumida.


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Bibliografía Fichte, J.G. (1996). Sobre la capacidad lingüística y el origen de la lengua. Madrid: Tecnos. Freud, S. (1991). «Prólogo. De la suggestion (1888–1891)». En Obras completas (vol. i). Buenos Aires: Amorrortu. Freud, S. (2011). «Prólogo. De la Suggestion et de ses applications à la thérapeutique (1888–1889)». En Obras completas (vol. i). México: Siglo

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iv

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v),

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Efectos del lenguaje en los diagnósticos: un caso clínico HUGo pedroZa FalcÓn m arÍa crisTina orTeGa m arTÍneZ JosÉ m anUel rUBio rUBio Universidad Autónoma de Querétaro

Resumen El lenguaje, cuyo valor clínico y terapéutico es esencial para el profesional de la salud mental, tiene efectos contundentes, los cuales pueden ser benéficos o perjudiciales para el paciente. El diagnóstico, por otra parte, hace uso del lenguaje a fin de abordar a los sujetos y las particularidades de su vida y enfermedad. Nuestro propósito es mostrar dichos efectos lingüísticos del diagnóstico en el campo clínico a través de un caso en particular: la vida y la obra de Jorge Cuesta, quien sucumbió al diagnóstico de una enfermedad mental: la esquizofrenia. Las consecuencias fueron funestas por el resto de sus días. Murió en el encierro porque se opuso a ocupar el lugar que pretendían asignarle, se mantuvo siempre fiel a sí mismo al ser traicionado por aquel que colocaron en el lugar del amo ante su deseo (Deleuze y Guattari, 2004, p. 134). Él mismo se auto sacrificó: hizo de su muerte un simbolismo y un mensaje (Léthier en Litoral, 2003, p. 109). Se aprecia la manera en que los prejuicios del médico producen juicios precipitados, disfrazados de diagnósticos. Su libertad fue coartada y su palabra no fue escuchada; no era su enfermedad la que se expresaba, sino la supuesta experiencia de un médico que buscaba intereses propios. Quienes consideran el caso de forma externa, sin mediar la escucha del paciente, incurren en dictámenes médicos absurdos e ininteligibles, cuyos errores afectan gravemente a la persona cuya conducta pretenden explicar.


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Preámbulo Las labores del psicólogo clínico son muy variadas. Obedecen tanto a la formación y la inclinación personal de cada uno como a las necesidades y los encargos sociales. El diagnóstico clínico es ambas cosas: además de una inclinación, es una herramienta requerida y solicitada. En este punto existen disidencias acerca de quienes se intersan por la clínica y el psicoanálisis, pues el uso del diagnóstico desde el ámbito médico–psicológico ha abusado del lenguaje en perjuicio del paciente y de la propia disciplina. El continuar con la labor diagnóstica, pero respetando la individualidad de los sujetos, exige una forma de hacer clínica que solamente se vuelve posible con el auxilio del psicoanálisis. Desde el origen del psicoanálisis existió la necesidad de diagnosticar adecuadamente los padecimientos neuróticos, a fin de ensayar un proceso curativo apropiado. Dicha forma de diagnóstico aconsejaba prestar tanta atención a las condiciones humanas de los enfermos como a los datos somáticos y a los síntomas patológicos (Freud, 1905). Freud hacía énfasis en las condiciones humanas que rodeaban al paciente, en particular lo referente a sus relaciones familiares, y no sólo por la herencia genética, sino por los lazos mismos, donde se despliega su subjetividad. No obstante, en la práctica actual esto parece olvidarse, suele dejarse de lado la historia de vida del paciente. En su lugar se coloca un adjetivo que define su persona y le impide expresarse. Por ello, el caso de Jorge Cuesta ejemplifica esa situación: los efectos del lenguaje en los diagnósticos.

El peso del diagnóstico El caso del poeta Jorge Cuesta es muy representativo porque plantea las características propias de un individuo que sucumbe al diagnóstico de enfermedad mental: la esquizofrenia. Bajo dicho diag-

nóstico fue internado en un asilo mental y murió en el encierro; además se opuso a ocupar hasta el final de sus días el lugar de «enfermo mental», pero fiel a sí mismo es traicionado por el discurso de aquel a quien colocaron en el lugar del amo ante su deseo (Deleuze y Guattari, 2004, p. 134). Su suicidio convirtió su auto sacrificio en un simbolismo y un mensaje (Léthier, 2003, p. 109). El texto que lo condenó proviene de un sistema lingüístico, régimen de significancia paranoico interpretativo, y un régimen subjetivo, post significante, pasional, que supone un agenciamiento del individuo que lo padece y del conjunto social: el estigma del cuadro gnoseológico–psiquiátrico (Deleuze y Guattari, 2004, p. 129).

El caso Jorge Cuesta Antecedentes históricos Entre toda la bibliografía acerca de Jorge Cuesta, la biografía más completa procede del 2003 y fue escrita por Jesús R. Martínez Malo, quien presentó el 15 de abril de 1998 un trabajo intitulado «Jorge Cuesta, una correspondencia entre la letra epistolar y la locura». Dicho documento permite vislumbrar la complejidad de percibir su vida y obra. Al respecto, Roland Léthier publicó el artículo «Cuerpo Laboratorio», en el que hace también una recapitulación de su vida y obra. Enseguida se hará una semblanza breve del poeta. Su abuelo, Jean Porte–Petit, era originario de Cardesse, un pequeño poblado cercano a Pau; emigró de su tierra porque, como hermano menor que era, debía buscar su propio futuro. León, el hermano mayor, había heredado la tierra de sus padres. En 1858 emigró a América y desembarcó en el puerto de Veracruz, ahí estableció un negocio de café. En 1869 se enamoró de Philomène Trubel, hija de un médico francés; siete años después, el 17 de octubre de 1876, lo comunicó a su hermano León.


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Antes de casarse, Jean y Philomène tuvieron dos hijos que fallecieron; más tarde, nacieron Georges Adalberto, en 1871; Michel, en agosto de 1875; y Natalia, el 6 de octubre de 1876. En 1881, Jean decidió regresar junto con su esposa e hijos, a su tierra de origen; sin embargo, ante el rechazo de la familia, regresó a Veracruz con su hija Natalia, los demás volvieron en 1885. Posteriormente, la pareja tuvo dos hijos más: Ricardo y Ernesto. Natalia Porte–Petit Trubel se casó en Córdoba, Veracruz, con Néstor Cuesta, español avecindado en México después de una estancia en los Estados Unidos. El padre del poeta, Néstor Cuesta Ruiz, fue un hacendado que cultivaba la caña de azúcar, el café y la naranja. Era un hombre autoritario, ambicioso, nacionalista. En 1917 publicó por su cuenta Ahora o nunca para los mexicanos; en 1919 fue elegido presidente municipal de la ciudad de Córdoba. Por su parte, su madre era una mujer dedicada por completo a su casa y a sus hijos, de creencias un tanto supersticiosas, usaba remedios mágicos y creía en las fuerzas ocultas. Probablemente de ahí el interés de su hijo por la química y la búsqueda de remedios definitivos para curar diversas enfermedades. Jorge Mateo fue el mayor de siete hijos, nació el 21 de septiembre de 1903; le sucedieron Néstor, Jean, Gustavo Juan, Víctor y Natalia. Fieles a sus creencias y tradiciones católicas, sus padres decidieron darle ese nombre por haber nacido el día de San Mateo. Con tan sólo un año de edad sufrió un accidente: al caer de los brazos de su nana se golpeó en la cabeza con el filo de una mesa, motivo por el cual sufriría de un lagrimeo constante, que desapareció a los nueve años gracias a que se le practicó una operación en el párpado superior izquierdo, de allí surgió el apodo de «el conde de miramechueco». Roland Léthier propone, para abordar el estudio de Jorge Cuesta, establecer una anamnesis correcta, para lo cual recurre a Louis Panabière1 y

Jesús R. Martínez Malo. Desde el comienzo de la revisión de los datos obtenidos, Léthier subraya el hecho de que a los veracruzanos se les da el apelativo de jarochos, por su carácter lleno de dinamismo, rebeldía y anticonformismo. Habría que agregar que el vocablo proviene de una hierba silvestre que crece en el estado de Veracruz, a la orilla de arroyos sucios y de aguas negras, son hierbas puntiagudas que no tienen ninguna utilidad. «Mala hierba», se dice en México cuando crece la maleza sin control.

En cuanto a su obra, comenzó a escribir a los diecisiete años. En 1921 ingresó en la Escuela de Ciencias Químicas de la Universidad de la ciudad de México. En 1924 formó un grupo de intelectuales llamado «Grupo sin grupo», mejor conocido como Los contemporáneos, entre los que se encontraban los poetas Gilberto Owen, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Terminó sus estudios como ingeniero químico y aunque nunca se tituló, sí ejerció su profesión. En 1924 publicó sus primeros escritos, entre ellos «La resurrección de don Francisco», un cuento en el que Léthier hace notar coincidencias existentes entre el título, el director de la revista que lo publicó, y la calle donde vivía el abuelo en Veracruz. Trata de la muerte de Francisco, de quien se dice no tiene alma, pues resucita y no se va al infierno, ni al cielo, ni al purgatorio; su paso por este mundo es efímero y volátil. En 1925, por medio del grupo de Los contemporáneos, conoció al matrimonio formado por Guadalupe Marín y Diego Rivera, quienes organizaban reuniones semanales a las que asistían artistas, escritores e intelectuales de la época. Cuesta fue invitado a una de ellas por Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Lupe,

1 Panabiére, Luis. «El itinerario de la disidencia de un intelectual mexicano», Tesis presentada en la Universidad de Perpignan, Francia.

1980. En esa tesis recogió los testimonios de Lucio Antonio Cuesta Marín y Natalia Cuesta.

Cuesta, químico y poeta


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la «Gata Marín» —apodada así por sus ojos color verde intenso— nació en 1895 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco; entre sus rasgos físicos destacaban su piel morena —herencia de sus padres mexicanos— y una larga cabellera negra. En 1927, Diego viajó a Moscú para celebrar con sus amigos el x aniversario de la Revolución rusa, Lupe Marín se quedó sola en su casa de Coyoacán. Fue en ese tiempo, durante la ausencia de Rivera, que su esposa se enamoró de Jorge Cuesta y éste correspondió con un apasionamiento desbordado. Desde el inicio de la relación, Jorge advirtió a Guadalupe acerca de sus intensos dolores de cabeza, le explicó que eran de origen hipofisario y que eso, a la larga, sería causante de locura (sic), que seguramente a los treinta y cinco años se volvería loco. De su unión con Lupe Marín, en marzo de 1930 nació Lucio Antonio; durante el embarazo, Marín padeció varias enfermedades muy raras e inexplicables para la época. Nueve años después, ella publicó una novela autobiográfica, en la que afirma que los médicos atribuían sus padecimientos a «pura cuestión nerviosa» (Marín, 1938, p. 35). Lo que finalmente le diagnosticaron fue un desarreglo hormonal y le prescribieron un régimen alimenticio. Léthier destaca una carta del poeta a su madre fechada el 14 de marzo de 1930, un día después del nacimiento de su hijo: 14 de marzo de 1930

Querida mamá: Anoche se vino la cosa y ya eres abuela. A pesar de que lo eres a pesar tuyo estoy seguro de que te va dar gusto ver a tu nieto. No sé, pero se me figura igual al primer Juanito.2 Es güero y con los ojos claros. ¿Quieres venir a conocerlo? Nació el 13 de marzo y viernes, faltando veinte minutos para las doce de la noche. Se refiere a su hermano Juan Elpidio, nacido el 1906 y muerto el 13 de diciembre de 1915. 2

Te besa tu hijo que te quiere. Jorge P.D. Comunícaselo a los tíos y a la tía. Espero que Lupe ahora se alivie y se restablezca. Parece que todo fue con felicidad (Cuesta, 2007, p. 215).

En la vida de Jorge Cuesta sobresale el hecho de que las creencias y las supersticiones tenían un efecto en él, les daba cierta credibilidad. Por ejemplo, cuando nació su hijo Lucio Antonio, el mes 03, viernes 13 de 1930, en la carta que le escribe a su madre lo subraya. Quizás ese fue el principio del final de su romance; tras el nacimiento, los problemas entre Lupe y Jorge se acrecentaron. Las tierras calurosas de Veracruz nunca fueron del agrado de Marín y la relación con sus suegros fue un desastre; en 1932, ella decidió separarse y dejar la custodia de su hijo a la abuela paterna. Partió para Europa y él regresó a la ciudad de México. En 1934 firmaron el divorcio.

La tensión de las relaciones en el desarrollo de Cuesta En 2003 se celebró el centenario del nacimiento de Jorge Cuesta, por tal motivo se efectuaron diversos coloquios y publicaciones dedicados a él. En México, la editorial Fondo de Cultura Económica publicó por primera vez las Obras Completas, reunidas en tres tomos; la edición estuvo a cargo de Jesús R. Martínez Malo. A propósito de esa celebración, el mismo año, las revistas de la école lacanienne de psychanalyse, Littoral en su número 33 y Me cayó el veinte número 8, publicaron diversos trabajos, lque hacen plausible acercarse a su vida y obra. El hecho desencadenante que marca la última etapa de su vida es la consulta del 19 de septiembre de 1940 con el médico psiquiatra Gonzalo R. Lafora a petición de su hermana Natalia y el argumento escrito en el que le replica sus opiniones


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médicas. Durante la consulta el poeta expuso sus preocupaciones y de manera inmediata y sin mediar una revisión médica, Lafora efectuó diversos diagnósticos, eso molestó a Cuesta y se retiró del consultorio. Ese día escribió una carta dirigida al médico, en la que aclaraba su punto de vista acerca de lo ocurrido y rechazaba el diagnóstico:

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Usted desechó la observación del padecimiento que me aflige, y por cuyas manifestaciones fisiológicas no se interesó, […] consideró usted por encima de lo anatómico un padecimiento mental o nervioso, constituido probablemente por una obsesión sexual, originada en una homosexualidad reprimida […] Y lo que a mí personalmente me interesa es que un médico con la competencia que usted tiene examine objetivamente mi padeci-

Me expresó usted que seguramente padecía yo de una

miento antes de valorizarlo, si le merece interés, o si no

inclinación homosexual reprimida, y que esta inclina-

le quita un tiempo que le es de más utilidad empleado

ción y su represión consiguiente eran causa de una ma-

en otras cosas. […] Y el fin de esta carta no es otro, se-

nía u obsesión mental, que usted pretendió poner de

ñor doctor, que preguntar a usted si quiere interesarse,

manifiesto con sus preguntas desde el principio del re-

no en mi preocupación, sino en lo que constituye su

conocimiento […] por pura intuición. Su diagnóstico hi-

objeto o sea la evolución anatómica y fisiológica que

potético a priori dejó de lado los hechos relacionados

se ha verificado en mi organismo probablemente desde

con la enfermedad de que yo estaba consciente (Cuesta,

hace diez y seis años, y que también fue acelerada por

2007, p. 194).

la ingestión de substancias enzimáticas, cuya naturaleza me he interesado en mostrar a usted (Cuesta, 2007,

El poeta subrayó cómo el médico pretendía desde un inicio, en su ignorancia, dictaminar acerca de su estado, sin escuchar la explicación. En su discurso surgió una explicación a su padecimiento, derivada de sus propios estudios y lecturas, y no sólo de su imaginación, lo que Lafora califica como «absurdo» y no como una opinión para validar o no: Sin hacerme un examen anatómico, usted calificó que la exposición de mi padecimiento, y no mi padecimiento mismo, era lo que constituía mi enfermedad, la cual era una obsesión o manía. Pues (juzgó usted) lo que yo pretendía era absurdo (Cuesta, 2007, p. 195).

¿Quién porta el absurdo? Cuesta se quejó del afán nosológico del psiquiatra que deriva en un diagnóstico de la ignorancia y considera absurdo lo que desconoce, y lo atribuye a una obsesión mental, a una manía del paciente. En los párrafos numerados como ix, x y xi por Jesús R. Martínez se lee el argumento de Cuesta en contra del diagnóstico del médico:

pp. 196–197).

Martínez Malo hace un análisis del contexto en que se suscita la consulta, dos días antes de que cumpliera treinta y siete años. El cargo que ocupaba en la Sociedad Nacional de Productores de Alcohol le permitió disponer de un buen laboratorio, en el que realizó múltiples experimentos, algunos de los cuales verificó en su propio cuerpo, como es el caso de las mencionadas substancias enzimáticas, de función digestiva. A esto se refería como «su enfermedad», situación que es ignorada por el médico. En 1938, realizó y publicó una investigación sobre una sustancia que permite la maduración tardía de las frutas para conservar más tiempo su frescura; también llevó a cabo otras investigaciones: acerca del tratamiento del cáncer, sobre una molécula semejante al lsd y sobre el reciclaje del aceite automotriz.


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Los usos del lenguaje En 1938, Guadalupe Marín escribió la novela La única, publicada por cuenta propia, bajo la firma de editorial Jalisco. Léthier la califica como «infamante y deletérea» (en Litoral, 2003, p. 114). Un texto, sin duda, autobiográfico, vulgar y difamatorio, que en un afán destructivo divulga, entre otras cosas, las supuestas perturbaciones sexuales de Jorge Cuesta, a quien le imputa una pasión incestuosa con su hermana Natalia, un «enganche loco» con su madre, de la que dice masturbaba a su nieto Lucio Antonio para dormirlo. En adición, la novela afirma que Cuesta, quien aparece con el seudónimo de «Andrés», ha sido obnubilado por el éxito y la notoriedad; y es acusado de haber querido violar a su cuñada, Isabel Marín (Léthier, 2003, p. 78). La portada del libro fue diseñada por Diego Rivera, a encargo de la autora, pese a la escandalosa ruptura con el pintor. El dibujo es un cuerpo bicéfalo con las caras de Guadalupe e Isabel Marín, que llevan en sus manos una charola con la cabeza de Cuesta, y el hilo de sangre que escurre de ella delinea las palabras La única. Años más tarde, su hija Guadalupe Marín afirmó que la locura de Cuesta fue propiciada por los problemas que entre los dos se sucedieron. ¿Locura a dos? Algunos biógrafos, incluso Léthier, comparten esa opinión. Léthier considera que esa publicación fue una puesta en escena que no correspondía a la verdad de los acontecimientos, según los testimonios de quienes conocieron y trataron de cerca al poeta. Cuesta nunca trató sus asuntos personales en público, su vida privada fue muy independiente de su ejercicio literario, sus pasiones, amores y angustias no eran asunto que le gustara compartir. En su vestir, sobrio y elegante, reflejaba la discreción y el respeto que le merecían su vida privada y los que le rodeaban en su círculo de relaciones más cercano.

Como crítico de arte y literatura siempre defendió su obra ante la crítica, jamás lo hizo cuando adquiría un matiz personal. En 1938 publicó una decena de sonetos en diversas revistas, e inició la escritura del poema Canto a un dios mineral, considerado por los expertos, aritmética y literariamente, bien elaborado. Concerniente a los diagnósticos diversos a que fue sometido, Léthier los documenta todos. Existen varias opiniones, comenzando por la que emite el doctor Lafora y contra argumenta Cuesta en la carta ya mencionada. En 1984, el doctor Manuel Guevara estableció el siguiente diagnóstico: Cuesta era un paranoico esquizofrénico, padecía complejo de persecución y de extensa ansiedad. Jorge tenía un concepto irreal de autoevaluación, que le producía dudas e inseguridades con sentimientos de inferioridad, compensados con delirios de grandeza (Silvester, 1984, pp. 26–27).

Sin duda, se trata de un diagnóstico médico–psiquiátrico derivado de una descripción de conductas que no profundiza en el caso en sí, y mucho menos en la comprensión del sujeto en sí. Ejemplo de ese falso acercamiento al entendimiento de los hechos y el individuo, se aprecia en el 5º Congreso Mundial de Psiquiatría, celebrado en 1971. Los doctores Héctor Pérez Rincón, Cesar Pérez de Francisco y Patricia Rodríguez del Instituto Nacional de Neurología de México emitieron el siguiente diagnóstico: El poeta Cuesta, uno de los más brillantes de su generación, desarrolló a partir de la adolescencia un cuadro esquizofrénico que presentó dos periodos delirantes durante su vida. 1) Durante el segundo, abrumado por la idea obsesiva que marca su vida, se auto mutila (auto emasculación) muriendo por hemorragia aguda (sic): Las ideas fundamentales que dominan el cuadro mental y que se encuentran, sea veladas o sugeridas, sea de manera clara o a lo largo de su producción literaria, son: la


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obsesión del incesto, la aparición de tendencias homosexuales, la idea de muerte y, unida a ésta la mención del universo inanimado de la química, su profesión. Tratando de observar los cambios que la enfermedad opera en la obra, se han investigado once características temáticas del texto antes y después del periodo delirante: Narcisismo, transformaciones corporales, escatología, sexo, conciencia de enfermedad mental, escenas cruen-

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Huerta, J. (2003). «De secretos públicos. Acerca de la dilución de Jorge Cuesta». Me cayó el veinte, (8). Lacan, J. (1979). De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. México: Siglo

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tas, uso de colores, alusiones a la muerte, mención de

Marín, G. (1938). La única. México: Jalisco.

Dios, mención del demonio, estados crepusculares (Pa-

Martínez, M.J.R. (2003). «Una carta recobrada». En Me

nabière, 1983, p. 84).

cayó el veinte, (8). Panabiére, L. (1983). Itinerario de una disidencia. Jorge Cuesta

Léthier valora lo anterior como algo «francamente risible», es como si de la «letra asignante» se tratara, «tiene el tono de certidumbre sabia y se adorna de tal autoridad que todo debate queda excluido». (Léthier, 2003, p. 88). El debate se ha retomado a propósito de este paradigmático caso, que muestra los peligros del uso del lenguaje y el ejercicio del poder de quienes lo detentan.

(1903–1942). México: Fondo de Cultura Económica. Pérez, R. (2003). «Prólogo». En Psiquis, (2). Rodríguez, L.G. (2003). «La reforma de la moral sexual». En Me cayó el veinte, (8). Sériux, P. y Capgras, J. (2002). Las locuras razonantes. México: Anace. Tamayo, L. (2010). Sobre el tratamiento analítico de la locura (en prensa). Valenciano, G.L. (1977). El doctor Lafora y su época. Madrid:

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Buenos Aires: Amorrortu.

Morata.



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Terapia del espiral versus terapia del círculo m arÍa crisTina orTeGa m arTÍneZ HUGo pedroZa FalcÓn Universidad Autónoma de Querétaro

Las problemáticas actuales del ser humano muestran rasgos distintos de otras épocas, como el individualismo, la cosificación y el nihilismo. La interrogante entonces es cómo responden aquellos saberes dedicados a «curar» el alma de los hombres. La respuesta inmediata y más simple se halla en la autoayuda y la autosuperación. ¿No es eso seguir subrayando el individualismo? ¿Hay lugar para el terapeuta? ¿Hacia dónde conduce el psicoanalista en el diván? La contrapropuesta es llevarlo a encontrarse con el otro, quien le retroalimente y que, a pesar de no tener un sentido social u otra certeza más que la muerte, se resuelva la existencia a partir de opciones de creación (estar con alguien, producir literatura, ayudar a los demás, trabajar y amar). Cada uno, crea lo que aporta sentido a su existencia, pero no en una labor aislada, sino en el acompañamiento con el otro. Es, de acuerdo con Eidelsztein, habilitar el acto del deseo que siempre tendrá que ver con otro; más que anularlo debe confirmarlo. No se trata de intentar cerrar experiencias en círculos, sino reorganizarlas para dar paso a algo más, como el espiral. En efecto: la tarea de las psicoterapias orientadas a la cura, en sus connotaciones particulares según la corriente psicológica en la que se hallen inmersas, es una labor que se ha puesto en cuestionamiento porque han existido muchas formas, desde las asociadas a lo mágico o a lo esotérico, hasta los intentos más extremos cientificistas, y por sus resultados, que en numerosos casos pueden no ser evidentes o comprobables. Otro problema con el que se enfrentan las psicoterapias es el cambio en el ser humano durante las diferentes épocas históricas por las que atraviesa y es atravesado. Las patologías, los padecimientos, se modifican, por lo que la práctica clínica también sufre alteraciones; de lo contrario, provoca el malestar en las personas que pretende curar.


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El psicoanálisis es una de las prácticas clínicas clásicas y resulta pertinente revisar las implicaciones del método que utiliza y los padecimientos de hoy, puesto que como clínica ha prevalecido. Desde el estudio de la topología con la lectura lacaniana, se examinará si la propuesta psicoanalítica ofrece algo al acontecer actual del ser humano. En principio, modernidad y posmodernidad no comprenden un espacio en el tiempo, aluden a fenómenos, a una condición, a maneras de conformarse socialmente, de vivir, de subjetivarse, etcétera. La modernidad surge a partir de la Ilustración, del momento en que renace el hombre, cuando se da cuenta de que posee libre albedrío. El asunto de la salvación se convierte en algo personal y no de un pueblo entero como consecuencia del Nuevo Testamento en el que se indica la existencia del alma individual y no colectiva. Así, se le da el reconocimiento a la razón por encima de la fe. Es una transformación en lo social, en el conocimiento, en lo político y en lo religioso. Comienza la pregunta, la duda, el pensar y la búsqueda del autoconocimiento. Caen los dioses, sí, aunque se erigen las estructuras que puedan responder al vacío de la fe. Si ya no hay un destino divino y la redención es algo particular, ¿qué es el ser y qué es el sujeto? Empieza la búsqueda de la identidad. La respuesta más accesible se vincula con los sentidos, con el mirar, sobre todo. De tal manera que sólo lo que puede ser susceptible de la mirada se convierte en el conocimiento objetivo del mundo. A la par se presentan el energetismo y el evolucionismo, saberes objetivos que dan cabida al psicoanálisis (de ahí el inicio de la teoría de la pulsión freudiana). En suma, la modernidad sustituye a la fe en Dios y plantea sus modos de emancipación. En lo social aparecen nuevas formas de organización, como el marxismo; mientras que en el conocimiento la ciencia, considerada como lo verdadero,

se realiza por medio de la observación y el razonamiento que guarda una lógica, que posee condiciones de posibilidad. Ya no es Dios quien sabe hacia dónde se dirige el hombre, ahora son el Estado y la Ciencia quienes le proveen un sentido. Lo que determina el pensamiento es él mismo y no un ser supremo. Lo existente son los hechos físicos, el lenguaje y la historia. Es una forma crítica de revelarse ante lo dado. En los años setenta, Lyotard denomina «condición posmoderna» a la caída de esos metarelatos que sustituyeron a Dios. Esos otros absolutos que podían resolver la vida del sujeto son insuficientes, incluyendo el psicoanálisis y su propuesta inicial de hacer consciente lo inconsciente para conseguir la autonomía del sujeto. Según Dufuor, lo que ha quedado es el dios– mercado, las relaciones personales han sido suplantadas por las comerciales, todo es posible de intercambiarse, de lo contrario, no tiene sentido. El hombre se halla sumergido en un mundo cibernético, en la realidad virtual, sujeto de la tecnología. A fin de continuar en esta especie de adicción a las cosas, devasta los medios naturales que aún existen, pensándolos eternos cuando son finitos. Necesidades (¿deseos?) creadas por el mercado, por los grandes monopolios que se presentan como omnipotentes, pero que al mismo tiempo no se les puede increpar si caen en alguna falta o si dañan, pues carecen de responsabilidad como sujetos, porque no lo son. Se compra la inimputabilidad y se olvida que hay cosas que no pueden hacerse, o mejor dicho, que no deberían hacerse. Hoy, todo puede comprarse: casas, viajes a la luna, hijos, parejas, órganos y permisos para manipular aquello manipulable. Ni siquiera se puede considerar una estructura familiar cuando gran parte de la población vive sola; cuando las nuevas maneras de relacionarse han dejado atrás a la familia tradicional, la nuclear y la conyugal; cuando la ciencia puede dar hijos de algo y no de alguien.


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Mientras Dufuor alude al hombre como ser neoteno —es decir inacabado, inmaduro al nacer—, cuyos defectos físicos se resuelven con el paso del tiempo y los psíquicos se convierten en síntomas, en el malestar en la cultura —esa búsqueda de depender de Otro y que sea diferente al que se aspira—, se cae en un círculo sin salida porque esos absolutos dejan de existir y la subjetivación cambia. En un síntoma evidente, como parte de la «locura social invisible», puede existir el célebre «dolor crónico». Se han abierto especialidades en el estudio de la medicina para atender estos padecimientos, que implican dolores agudos no asociados a una enfermedad, o cuya relación no es suficiente para tal efecto. Por ejemplo, la fibromialgia es un dolor que ha sido reducido a la explicación del estrés, lo que ha propiciado que el hombre se anestesie, esa es la vocación de quienes se dedican a la «clínica del dolor». El hombre se dedica a atenuar el dolor, a evadir el sufrimiento que tal vez sea producto de la enfermedad del narcisismo. ¿Será todo esto lo que ha originado la huida del pensar de Heidegger, el pensar calculador que no quiere avanzar al meditativo? Aquel que busca sólo lo inmediato, lo fácil, lo práctico; hechos que adormecen, que enceguecen, realidades virtuales, comercio, cuerpo doliente que es mejor que calle. No pensar, no ver. Otros autores formulan tres signos de los tiempos actuales de Occidente, estos tres rasgos son: el individualismo, la cosificación y el nihilismo (europeo). El individualismo3 ha sido resultado de las pugnas sociales que han deshecho los intereses generales y la búsqueda por el bien común. Ha exaltado lo que un hombre puede conseguir por sí mismo. La física cuántica comercial tiene su origen en él, en tanto que supone que la persona Dufuor prefiere llamarlo egocentrismo, pues el individualismo supone un lazo social, aunque sea del orden imaginario, mientras que el egocentrismo no. 3

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puede obtener lo que desee, «ese es el secreto del universo», más allá de las afectaciones o daños que pueda provocar. Es simplemente la preocupación por él mismo. En la cosificación, que se apoya en especial en las ciencias duras, es verdadero aquello que se puede materializar, mirar y medir, en la operación y los datos cuantitativos, pues «sólo lo que se mide se puede cambiar». Como resultado —o causa— hay una falta de sentido personal y social. No hay una búsqueda de un para qué que organice el grupo para que combata por eso. No hay una búsqueda de salvación como especie, desde el punto de vista religioso, porque cada uno debe conseguir el perdón de acuerdo con su comportamiento. No hay una identidad nacional, porque se ha dado paso a la globalización. La psicología, la psicoterapia, el psicoanálisis y todos los saberes dedicados a «curar» el alma de los hombres ofrecen soluciones rápidas: la autoayuda, la autosuperación. Con ello, continúan subrayando el individualismo y no queda lugar para el terapeuta o psicoanalista, ya que la persona puede curarse a si misma. Al respecto, ¿qué ofrece el psicoanalista? Que el paciente se haga responsable de lo que le sucede, de sus decisiones, de los hechos que enfrenta como partícipe activo. Y si no decidió, su omisión no deja de hacerlo responsable. ¿No es el mismo individualismo? Pensar que el sujeto deba atravesar su «fantasma», solucionar sus conflictos sin que ello signifique una modificación en la conducta, porque no se trata de conductismo, que el sujeto se sienta bien y reconozca su castración, etcétera. ¿Cuál es en estos días la cura psicoanalítica que no condena al sujeto a su soledad? En lugar de «curarlo» de su malestar, se le está instaurando en él, tal vez incluso se le habilita. Alfredo Eidelsztein propone una lectura psicoanalítica de estos fenómenos y de la interven-


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ción terapéutica en la que se contrarresten. La finalidad es buscar la condición particular del sujeto, inscribiéndolo en el campo del otro. Dicha idea retoma los postulados lacanianos del fantasma, en los que el rombo que aparece al centro, ese que separa al sujeto en falta del objeto a, léase objeto del deseo, falta, y no la causa. ($

a)

Figura 1. Fórmula lacaniana del fantasma.

Esta fórmula se puede descomponer en dos pasos, puesto que el rombo se divide en dos flechas: una que surge del sujeto en falta hacia el objeto a; y la otra que proviene del objeto a hacia el sujeto en falta. El sujeto pregunta al objeto y éste le responde, existe una retroalimentación. ($

a)

Figura 2. Fórmula lacaniana del fantasma en la que se descompone el rombo en dos flechas.

En otras palabras, ante la soledad propia del ser humano, llevarlo a encontrarse con el otro, con el semejante, con quien le pueda retroalimentar y que, a pesar de no poseer un sentido social o no tener otra certeza más que la muerte, permite resolver la existencia a partir de posibilidades, no de seguridades, de opciones de creación. Sea esto lo que signifique para cada quien: estar con alguien, producir literatura, ayudar a los demás, ser psicoanalista, trabajar y amar. Cada uno —porque no se deja de ser individuo—, crea lo que da sentido a la existencia, pero no en una labor aislada, sino en el acompañamiento con el otro. Por su parte, Jean Allouch propone el spychanalyse, que no se enfoca en la razón, en el pensar del analizante, sino en el espíritu; es decir, es el proceso mismo del análisis o «el cuidado de sí», que propone Foucault. Otra lectura sobre el psicoanálisis es la que se sustenta en la mística

cristiana4 y en el zen. Esos saberes enuncian una posición ante el mundo de respeto, de «santa indiferencia» o de «indiferencia desinteresada» y que Heidegger llama la «serenidad», por la que se puede estar en el mundo y la tecnología, pero sin someterse a ella. Descubrir y no conquistar. Es pertinente aclarar que no son planteamientos novedosos o que parten de la nada, sino que han ido modificando y ajustando sus condiciones al contexto. De ahí que en el psicoanálisis haya tantas vertientes psicoanalíticas como grupos de personas que comparten una práctica o un pensamiento. Desde un principio Freud propuso una forma de trabajo que se ha ido perdiendo y que aparece en su texto Tratamiento psíquico (tratamiento del alma), donde explica que el significado de la expresión «Tratamiento psíquico» entraña un «tratamiento desde el alma —ya sea de perturbaciones anímicas o corporales— con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico del hombre. Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra» (Freud, 1890/1998, pág. 115). Sostiene que no es un encuentro donde alguien sabe lo que le pasa al otro y las razones se imponen. No comenta que el psicoanalista desde su formación intelectual cura al paciente, sino que es desde el alma (aquí aún no aborda al inconsciente); el recurso para la cura es la palabra y la fuente de ella, el alma con todas sus connotaciones. Además, indica que la palabra tiene que transcurrir; es decir, no se proporciona algo del orden de la cura, con el silencio o la carencia de una escucha pasiva y simplemente receptora de todo cuanto dice el que pide ayuda, sino que debe dársele una respuesta, una palabra que puede tener una función balsámica. Eso es recibir una respuesta —no una interpretación— del psicoanalista. Una palabra que tal vez sea una pregunta o una afirmación, una mención, pero Especialmente la que se conoce a partir de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. 4


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que es capaz de instaurar un encuentro discursivo donde no sólo es escuchado el paciente, también es comprendido o atendido. Asimismo, existe una proposición basada en la figura del bucle o espiral, por el que la persona regresa a sus asuntos, al pasado o a aquello que le conflictúa y avanza hacia otro momento; si retorna es en otro nivel, ya con diversos pensamientos o acciones.

Figura 3. El espiral.

Lo anterior acontece a la manera de un curador de arte, que no instala un nuevo cuadro, sino que acomoda los que ya existen de modo distinto. En sus primeros textos Freud explica como está organizado el inconsciente y plantea una especie de espiral cruzada por temas o contenidos nucleares.

Figura 4. Espiral.

La figura 4 podría ser el dibujo de lo mencionado por Freud: hay un núcleo central del que se desprende un camino con ligaduras que todo el tiempo se encuentran enervadas al centro. Complementariamente, la figura del bucle o espiral provoca un movimiento distinto al simple ce-

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rrar el círculo de la experiencia de la terapia Gestalt, basada en la psicología de la percepción alemana. Cerrar la experiencia es tener una explicación que redunde en uno mismo, es el movimiento del paranoico o del celotípico: lo odio, porque me odia y me odia porque lo odio. Se cierra el círculo, mientras que el bucle ocasiona ir hacia el otro y regresar a uno mismo en otro sitio temporoespacial. El sentido terapéutico del psicoanálisis se limita a dar explicación al sujeto para que comprenda qué le sucede y por qué, y de ese modo se cierre el círculo del entendimiento. En opinión de Eidelsztein, lo anterior entraña una posición cientificista, puesto que se da explicación a fenómenos; se pretende saber, pero siempre dejando la pregunta, la búsqueda, el devenir, el movimiento. En la clínica, esto propicia enfrentarse con la resistencia del analista, que intenta dar explicaciones a lo que escucha, buscar el referente teórico, cuando en realidad el que sabe es el paciente, el analizante, y es quien hace su propia teoría viva. Dentro de varias disciplinas se ha manejado el espiral, incluso Kurt Lewin lo intodujo en la Gestalt alemana, como una forma de investigación–acción participativa o cooperativa y que fue retomada por Sandín (citado en Hernández, Fernández y Baptista, 2010, pág. 511). Su investigación asume que el investigador está implicado en el problema y también en la solución (investigación participante). Este espiral plantea que aunque se tengan hipótesis iniciales, se llevan a la acción, luego se revisan y surgen otras hipótesis. Lo mismo sucede en el proceso terapéutico. Otros autores basados en Lacan hacen referencia la botella de Klein y la banda de moebius, figuras que exponen esas vueltas siempre al inicio, o al que se considera el inicio o causa de la dinámica del sujeto, para mostrar que lo que se cree que es el fin es en realidad el inicio. También se formula la extimidad asumida por Lacan, en la que aquello que se cree es interior y a la vez exterior al sujeto.


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Figura 5. Botella de Klein.

Sin embargo, el espiral o bucle presenta el proceso como un movimiento continuo en el que surgen preguntas todo el tiempo y se crea un círculo abierto a otro —preguntas continuas—, lo que produce un movimiento ascendente que evoluciona o mejora. Se trata de volver a un punto de inicio que está en el mismo eje pero en un sitio superior, circunstancia conectada con la noción del eterno retorno o del presente continuo. Es esa vuelta al pasado para reconocerlo y reconocer al sujeto como perteneciente de él, porque los antepasados también estructuran y dan respuesta. En ese sentido, la figura 6 examina el conocimiento, aunque la psicoterapia no lo considere un logro meramente intelectual.

tes, evitando la atención a la pernepsi,5 o la tendencia a diagnosticar todo lo que se dice. Lo anterior, no es labor única de la psicología existencial o de terapias humanistas, es trabajo de todos: conductistas, psicoanalistas, lacanianos. Es un asunto de acotar el dolor crónico y transformarlo, como todo síntoma, en palabra, en creación, que pueda ser leído por otro, porque al ser escuchado o atendido por otro, el sujeto recuerda que existe, que hay un vínculo. De otra manera, si desde el consultorio se ven los designios de los tiempos y se continúa con esa labor individualista, cosificadora, mercantilista, la práctica clínica se convertirá en un signo más, en otro de los síntomas del malestar en la cultura.

Bibliografía Allouch, J. (1988). «Perturbación en Pernepsi». En Litoral, (15). Allouch, J. (1997). «Intolerable ‹Tú eres esto›». En Litoral, (25/26). Allouch, J. (2006). «Spychanalyse ii». En Litoral, (39). Dufuor, D.R. (julio 2006). «La muerte de Dios posmoderna (entrevista)». La Jornada Semanal, (591). Eidelsztein, A. (2007). Seminario: Función y campo del psicoanálisis en la sociedad moderna. México: Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Eidelsztein, A. (2006). La topología en la clínica psicoanalítica. Buenos Aires: Letra Viva. Freud, S. (1998). «Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)». En Obras Completas (vol. i). Buenos Aires:

Figura 6. Espiral del conocimiento.

Amorrortu. Freud, S. (1998). «Estudios sobre la histeria». En Obras

La figura 6 exhibe un movimiento que tiende a provocar actos, en concreto, habilitar el acto del deseo, que de modo imprescindible tiene que ver con el otro, sin que eso lo anule, sino que lo confirme. Escuchar, sin excluir los discursos diferen-

Completas (vol. ii). Buenos Aires: Amorrortu. Heidegger, M. (1994). Serenidad. Madrid: Serbal. Hernández, R., Fernández, C. y Baptista, P. (2010). Metodología de la Investigación. México: McGrawHill. Allouch nombra así a la escucha de discursos perversos, neuróticos o psicóticos; construyó el vocablo con las letras de inicio de estos términos de la psicopatología en el planteamiento psicoanalítico. 5


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La clínica psicoanalítica, una cura que viene por añadidura H ans Hiram pacHeco GarcÍa Universidad Autónoma de Zacatecas

El psicoanálisis se inició como una terapia, pero no quise recomendarlo al interés de ustedes en calidad de tal, sino por su contenido de verdad, por las informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre; su propio ser; también, por los nexos que descubre entre los más diferentes quehaceres humanos. Sigmund Freud Miller: Recientemente usted lanzó esta fórmula con disimulo: la psicoterapia conduce a lo peor. Eso debería implicar que uno no debería decirse lacaniano y psicoterapeuta. ¿Me pregunto hasta qué punto se toma eso en serio, y a decir verdad hasta qué punto usted toma en serio eso que dijo? Jacques Lacan: Dije eso con seriedad. Miller: Las psicoterapias ¿no valen la pena? Jacques Lacan: Es cierto, no vale la pena terapiar lo psíquico. También Freud pensaba así. Pensaba que no hacía falta apresurarse a curar. No se trata de sugerir, ni de convencer.

El psicoanálisis no pretende erradicar la enfermedad mental, ya que al igual que su contraparte, la salud mental, no tiene lugar en la clínica psicoanalítica ni en su discurso; es decir, la cosmovisión que el mundo y las terapéuticas se han formado de la afección psíquica, o de lo psicopatológico, es algo que en psicoanálisis no existe, que los psicoanalistas no permiten que aparezca en su discurso. Desde el psicoanálisis no es viable asumir al sujeto como enfermo, pues hay rechazo y escepticismo a creer en la salud mental y a someterse a modelos, esquemas e ideales de la comunidad. Por supuesto que la cura tiene lugar en el psicoanálisis, pero no es la misma que la terapéutica o el sistema procura. Al respecto, Miller comenta:


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Vemos entonces que, contrariamente a lo que el optimismo gubernamental profesa, no hay salud mental. Se opone a la salud mental —y a la terapéutica, que se supone que conduce a ella [...]. En otras palabras, el aparato del deseo, que es singular para cada uno, objeta la salud mental. El deseo está en el polo opuesto de cualquier norma, es como tal extranormativo. Y si el psicoanálisis es la experiencia que permitiría al sujeto explicar su deseo en su singularidad, éste no puede desarrollarse más que rechazando toda intención terapéutica. Así, la terapia de lo psíquico es la tentativa profundamente vana de estandarizar el deseo para encarrilar al sujeto en el sendero de los ideales comunes, de un como todo el mundo. [...] El falso psicoanálisis es entonces el que sigue los pasos de la norma, ese cuyo objeto es reducir la singularidad en beneficio de un desarrollo que convergería en una madurez constitutiva del ideal de la especie. El falso psicoanálisis es el psicoanálisis que se piensa como terapéutico [...] El discurso analítico sólo reconoce como norma la norma singular que se desprende de un sujeto aislado como tal de la sociedad. Hay, pues, que elegir entre el sujeto y la sociedad, y el análisis está del lado del sujeto [...] Las normas sociales —en el psicoanálisis verdadero— ya no predominarán respecto de la norma singular, un sujeto que alcanzó lo auténtico de su deseo puede estar en contradicción respecto de este orden que supuestamente lo domina (Miller, 2008, p. 36).

En efecto: la terapia de lo psíquico es la tentativa profundamente vana, es una de las ideas formuladas por Lacan, al aseverar que terapiar lo psíquico no vale la pena (1977, p. 33). Quien intente aplicar psicoterapia al deseo o al inconsciente, se verá en una acción superflua y absurda, porque tanto el deseo como el inconsciente escapan de la normalización, de la tentativa de ubicarlos como anormales o sanos, de psicoterapiarlos. El deseo y el in-

consciente no pueden tratarse en terapia pues no están enfermos. El inconsciente no puede ser rehabilitado, ni el deseo puede llevarse a un estado de salud. Así, lo inconsciente, desde el psicoanálisis, no se sujeta a un tratamiento, no se pretende someterlo a un tratamiento, que es el «conjunto de medios que se emplean para curar o aliviar una enfermedad» (drae, 2014). La clínica analítica no asume al sujeto como enfermo, sino como apasionado, en la medida en que sus pasiones lo pueden afligir. Etimológicamente, el concepto de psicopatología se compone de tres vocablos griegos: psique, que remite a la idea de «alma»; pathos, que por lo común se traduce como «enfermedad»; y logos, que se entiende como «tratado» o «estudio» . En este sentido, la psicopatología es el estudio o el tratado de las enfermedades del alma, pero si esto fuera así, y bajo el principio de que la forma de entender al sujeto (logos–estudiar) es la manera en que se le atiende (logos–tratar), entonces quien presenta alguna patología es insertado en la lógica cartesiana; gracias a su enfermedad–pathos es diagnosticado en la enfermedad mental. Dentro del psicoanálisis lacaniano, el pathos del sujeto no constituye una enfermedad, pues el concepto griego no siempre debe ser interpretado de ese modo, en paralelo opuesto a la salud, circunstancia que clasifica y sacrifica la dimensión de sujeto. Por el contrario, el pathos cobra otro significado: «pasión» o «afección», términos que carecen de una dicotomía, de una contracara y que se resisten a una clasificación. De ahí que el psicoanálisis pueda ser definido como el análisis de las pasiones del alma. La pasión no puede ser juzgada como mala o buena, sana o enferma, desordenada o trastornada. El psicoanálisis no puede adaptar el nombre de psicoterapia (el psicoanálisis no es una terapéutica) porque el concepto (psico) terapia conlleva la idea de un tratamiento de la enfermedad; es decir,


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a diferencia del vocablo «psicoanálisis», la palabra «psicoterapia» sí alude al hecho de sufrir una enfermedad: «tratamiento de las enfermedades, especialmente de las nerviosas, por medio de la sugestión o persuasión o por otros procedimientos psíquicos» (drae, 2014). En tanto que la «terapéutica» es: «parte de la medicina que enseña los preceptos y remedios para el tratamiento de las enfermedades» (drae, 2014). Acerca de la actividad terapéutica (o terapia) la Organización Mundial de la Salud (oms) puntualiza: «se refiere a la prevención, el diagnóstico y el tratamiento satisfactorios de enfermedades físicas y mentales, el alivio de los síntomas de las enfermedades y la modificación o regulación beneficiosa del estado físico y mental del organismo». Por tal razón, el psicoanálisis no es una psicoterapia, no pretende ser una especie de psicoprofilaxis, ni prioriza la realización de un diagnóstico, no trata una enfermedad, ni busca aliviar o desaparecer sus síntomas. Entonces, el psicoanálisis no depende del tratamiento de la enfermedad mental, ni tiene «razón de ser» en el intento de desaparecer el trastorno psíquico; tampoco procura fortalecer el yo para que se adapte al entorno y pueda acceder a un estado sano, funcional, equilibrado o restaurado, como sucede en la terapéutica, en la que se desea recuperar un estado óptimo previo al accidente o trauma que causó la enfermedad. Cabe destacar que en la clínica psicoanalítica, «la ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica» (Freud, 1912, p. 118), porque es inoportuno proponerla como una clínica educativa; del mismo modo, resulta inapropiada la pretensión de transformarla en una psicoterapia. Por ello, y en contraposición a lo que sostienen los que han superado a Freud, ansiosos por establecerse dentro del pragmatismo americano, el psicoanálisis no incluye ningún punto de vista adaptativo en sus postulados metapsicológicos. Colocarlo en

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el camino de la adaptación del yo (como representante de los intereses de la persona total) a la realidad exterior, en contra de él y antes de él, implica asociar la psicología de la conciencia con el conductismo y soslayar la exigencia teórica desde la que Freud propuso la existencia de ese insólito objeto: el inconsciente (Braunstein, 1988, p. 222). En su última conferencia dirigida a los integrantes del Colegio de Médicos de Viena y publicada con el título «Sobre psicoterapia» (1904), Freud explica a sus colegas lo que es el psicoanálisis. Inicia hablando de la psicoterapia y la sugestión: La psicoterapia no es un procedimiento terapéutico moderno. Al contrario, es la terapia más antigua de que se ha servido la medicina [...], pueden averiguar ustedes los métodos de que se valía la medicina primitiva y la de los antiguos. Se verán precisados a clasificarla en buena parte como psicoterapia; con miras a la curación. [...] Los médicos no podemos renunciar a la psicoterapia [...] nosotros, los médicos, todos ustedes, por tanto, cultivan permanentemente la psicoterapia» (1905, p. 248).

En ocasiones, al tener contacto con sus enfermos, los médicos influyen mediante la sugestión, que comprende la base de la terapéutica (según constata Lacan en el seminario «El acto psicoanalítico» de 1968). La técnica terapéutica se fundamenta en la sugestión, por lo que Freud plantea que los médicos, desde tiempos remotos, hacen psicoterapia cuando utilizan la sugestión. Puede afirmarse que la psicoterapia es el tratamiento más antiguo al que ha acudido la medicina. Muestra de ello son las prácticas curativas de brujos, curanderos y chamanes, donde se encuentran indicios de lo terapéutico, puesto que estos médicos primitivos no se limitaban a tratar con los malestares físicos, también procuraban atender lo concerniente al orden espiritual (psique). En varios de sus rituales involucraban a la familia o a la tribu; sus rituales, hechizos, devociones, póci-


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mas y plegarias dan cuenta de que el individuo al que asistían era un ente con cuerpo y alma indivisible, tal como Lévi–Strauss lo advirtió, incluso indicó ciertas diferencias entre la psicoterapia y el psicoanálisis. Es preciso hacer énfasis en las diferencias entre el psicoanálisis y la psicoterapia (ya sea primitiva o moderna). Durante la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el analista de la escuela, Lacan indica que hay que constituir al psicoanálisis como experiencia original, llevado hasta el punto que figura su finitud [...] Esta experiencia es esencial para aislarlo de la terapéutica, la cual distorsiona el psicoanálisis no solamente por relajar su rigor. Señalaré en efecto que la única definición posible de la terapéutica es la de la restitución a un estado primero. Definición imposible, precisamente, de plantear en psicoanálisis.

En el psicoanálisis freudiano no existe un estado primero o una condición sana original, de ahí que el psicoanálisis no busca llevar al sujeto a terapia, porque en palabras de Lacan «no vale la pena terapiar lo psíquico», no vale la pena terapiar lo inconsciente. Hay que recordar que en el psicoanálisis no se encuentran enfermos ni existe un tratamiento terapéutico. Las tres unidades clínicas de Freud, neurosis, psicosis o perversión, no son trastornos, enfermedades ni personalidades que requieran un tratamiento terapéutico; es inconcebible la idea de curar a un sujeto de su determinada estructura clínica para deshacer o modificar una estructura subjetiva. Asimismo, en la clase del 13 de junio de 1962 Lacan aclara: El neurótico como el perverso, como el psicótico mismo, no son sino caras de la estructura normal [...] El neurótico es el normal en tanto para él el Otro con una A tiene toda la importancia. El perverso es el normal en tanto que para él el Falo —el mayúsculo que vamos a iden-

tificar a ese punto que da a la pieza central del plano proyectivo toda su consistencia— tiene toda la importancia. Para el psicótico el cuerpo propio; que debe ser distinguido en su lugar (placer). En esta estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda la importancia.

Lacan no considera que las estructuras subjetivas pertenezcan al ámbito de la enfermedad, y no las asume como el centro de una intervención analítica que desaparezca la neurosis, ajuste la perversión y cure–cuide la psicosis. El psicoanálisis no intenta normalizar ninguna de estas estructuras subjetivas. Cuando Lacan sostiene que dichas estructuras son normales, no alude a una normalidad relacionada con lo equilibrado, sensato, cuerdo o cabal, sino equivalente a lo común, habitual, ordinario o usual, ya que las tres expresiones deberían ser asumidas sin asombro alguno, con toda naturalidad. Acerca del vocablo «psico–terapia», se aprecia que el concepto reconoce la existencia de una enfermedad y obliga a asumir la alteración de un estado primario ideal al que es necesario regresar con ayuda de la intervención terapéutica. La terapia procura restablecer o recuperar ese estadio anterior. Tal idea se aproxima a la medicina de la que proviene la noción de «terapia»: la intervención médica se centra en reparar un daño (la rehabilitación); es decir, a regresar al ente a una condición previa idónea, en este caso, una fase psíquica adecuada o sana. Sin embargo, en psicoanálisis no hay un retorno a una faceta anterior para restituir algo perdido (la salud); de lo contrario se configuraría un contra–psicoanálisis. Lacan sugiere en «Lo no sabido que sabe de la una–equivocación se ampara en la morra» (1976): «de hecho, aparentemente, y puedo confirmarlo realmente, el hecho de haber franqueado —como pacientes— un psicoanálisis no podría ser vuelto a llevar al estado anterior, salvo al practicar otro corte, que sería equivalente a un contra–psicoanálisis». En opinión de Hornstein:


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mientras que en la medicina se tiende a restablecer un estado previo concebido como de no enfermedad, la meta analítica es producir un estado que jamás existió sino de manera potencial. [...] El análisis es el resultante entre la demanda de curación del paciente y el le puedo ayudar a acercarse a sus propias verdades del analista. [...] El deseo de curar no debe de estar ausente en el análisis, sino puesto entre paréntesis (1988, p. 6).

Pensar la clínica como la reparación de un daño, como un intento de que el paciente regrese a un estado óptimo anterior, o recupere una especie de equilibrio ideal, conforma un acercamiento a la escuela hipocrática que entendía la enfermedad como una consecuencia de un desequilibrio en el cuerpo, un desajuste de los cuatro humores, según los postulados de Hipócrates de Cos. De esa manera el padre de la medicina explicaba el origen de las enfermedades al suponer (al igual que otros médicos, filósofos y físicos de las antiguas civilizaciones) que el estado original y natural del cuerpo está previamente equilibrado, cuando ese equilibro innato es perturbado aparece la enfermedad o el dolor. Tras la inestabilidad o desproporción de los cuatro humores (discrasia, mala mezcla), la persona enfermaba y así permanecía hasta que pudiera recuperar la proporción de los fluidos que existía previa a la enfermedad. La terapia hipocrática procuraba la restauración de ese estado equilibrado y por lo tanto ideal. Entonces, lo terapéutico busca «el alivio de los síntomas de las enfermedades» (de acuerdo con la oms) y espera la «restitución de un estado primario» («única definición posible de la terapéutica», según Lacan); intenta apaciguar una afección o dolor, pretende recuperar el justo equilibrio natural que se perdió tras una perturbación o trauma. En última instancia, promueve no sólo la cura, sino la prevención de un mal común, es decir, lo terapéutico tiene una función paliativa, objetivos que el psicoanálisis no asume como prioritarios.

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Lo anterior no significa que se piense que el psicoanálisis sea mejor que la psicoterapia, más bien se indica que prevalece una diferencia sustancial entre el psicoanálisis, la psicología, las psicoterapias y la psiquiatría. Cabe recordar que «hay muchas variedades de psicoterapia, y muchos caminos para aplicarla. Todos son buenos si llevan a la meta de la curación» (Freud, 1904, p. 249). La manera en que cada propuesta teórica–clínica define su meta o cura es uno de los parámetros de distinción entre las diversas propuestas del campo «psi», junto con el método y la técnica (los caminos para aplicarla) usados con el interés de alcanzar sus fines. Lacan plantea en el seminario «El acto psicoanalítico» (1968) que se puede dar cuenta de qué es el psicoanálisis y diferenciarlo de la psicología, la psicoterapia y la psiquiatría, si se define la cura propuesta por el psicoanálisis, una cura que adviene por añadidura, como un plus del acto de analizar y no de dar terapia. Por otro lado, la idea de que a través de lo terapéutico es plausible recuperar o alcanzar un estado idóneo que fue perdido, se relaciona con la medicina y con el método catártico que el psicoanálisis desestimó hace más de un siglo; es decir, en la técnica psicoterapéutica se hallan los principios de la catarsis, los que en la clínica psicoanalítica son repudiados. En «El método psicoanalítico», Freud resume la condición, la base, la meta y el método del procedimiento catártico y de algunas psicoterapias, que sin darse cuenta o con toda la intención enfocan sus técnicas y teorías en la catarsis: El procedimiento catártico tenía por condición que el paciente fuese susceptible de hipnosis y se basaba en la ampliación de la conciencia que sobreviene en ese estado. Su meta era eliminar los síntomas patológicos, y la alcanzaba haciendo retroceder al paciente hasta el estado psíquico en que el síntoma se había presentado por primera vez [...] afirmando que el síntoma reemplazaba a unos procesos psíquicos sofocados que no llegaban


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hasta la conciencia [...] pero en casi todos los casos este

clásica, académica, a saber, que los seres vivos son se-

esquema simple de intervención terapéutica se compli-

res adaptados, como suele decirse, ya que viven, y que

có; en efecto, se vio que en la génesis del síntoma no

por ende todo debe encajar bien. Si piensan así no son

participaba una impresión (traumática) única, sino casi

psicoanalistas. Ser psicoanalistas es, sencillamente, abrir

siempre una serie de ellas, difíciles de abarcar (Freud,

los ojos ante la evidencia de que nada es más dispara-

1904, p. 237).

tado que la realidad humana. Si creen tener un yo bien adaptado, razonable, que sabe navegar, reconocer lo que

Mientras la terapéutica–catarsis requiere que el paciente sea sugestionable («susceptible de hipnosis»), el psicoanálisis se opone a la técnica sugestiva y evita abandonar la transferencia. La cura analítica, a diferencia de la cura por sugestión de algunas terapéuticas, se lleva a cabo bajo los efectos transferenciales, por lo que el analista debe intentar que la cura que surge en su clínica no sea solamente por los influjos sugestivos, como advierte Lacan: estamos aquí muy cerca de los problemas de la cura y de la distinción profunda entre la sugestión y la transferencia. La transferencia es ese vínculo con el Otro que establece la forma de demanda a la que da lugar el análisis, para que desde ese lugar exista esa repetición, en la cual no es la necesidad lo que se repite, sino el más allá que la demanda dibuja en ella (1958, p. 188).

En lugar de hacer de la conciencia (los procesos psicológicos básicos) el fundamento de la intervención, como sucede con la sugestión y la terapéutica, que se empeñan en atender al yo al fortalecerlo e intentar su mejor equilibrio adaptativo (Kernberg, 2007, p. 208) y una personalidad bien integrada y enriquecida, la terapéutica procura promover una persona emocionalmente madura con desarrollo satisfactorio, pacientes adaptados a un mundo externo que no interfiera con la libertad de sus emociones y pensamientos, así como la fuerza para tolerar el sufrimiento (Klein, 1960, pp. 328 y 331). Al respecto, Lacan expone: Siempre hay cosas que no encajan. Es algo evidente, si no partimos de la idea que inspira a toda la psicología

debe y lo que no debe hacer, tener en cuenta las realidades, sólo queda apartarlos de aquí, del psicoanálisis (1956, p. 120).

El psicoanálisis no pretende conformarse ni intervenir en la instancia consciente (el yo) y sustentar sus interpretaciones en el plano de lo inconsciente, que constituye la columna principal del quehacer analítico. Su método, la forma de alcanzar la meta deseada (sanar–deshacerse del síntoma), es «haciendo retroceder al paciente hasta el estado psíquico en que el síntoma se había presentado por primera vez», buscando que el paciente vuelva a su historia y se desahogue ante un terapeuta, o que haga catarsis ante protocolos y formatos de entrevista, los cuales contemplan temáticas preestablecidas; temas que suelen remitir al paciente a su pasado (a sus relaciones de pareja, con sus padres, laborales, etcétera) o a determinado aspecto de su vida. Con ello se elimina la posibilidad de la libre asociación y la atención libremente flotante. Es pertinente puntualizar que «este esquema simple de intervención terapéutica» (como Freud le llamaría), de hacer que el paciente trabaje algo del pasado, no obedece a la condición subjetiva del inconsciente, y por ende se halla en contra de las normas del inconsciente. Como es sabido, antes de que Freud concibiera el psicoanálisis se aventuró a experimentar con otros procedimientos y métodos, a fin de dar respuesta a una interrogante que le aquejaba desde su campo médico: la pregunta sobre el síntoma histérico. Dicho cuestionamiento impulsó a Freud a buscar respuestas no sólo en la medicina, sino en


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la hipnosis (con Jean–Martin Charcot) y en la catarsis (con Josef Breuer), además de experimentar con varias clases de terapias (hidroterapia, electroterapia y magnetismo animal). Pero ¿por qué estos procedimientos (la medicina, la hipnosis y la catarsis) no lo dejaron satisfecho? ¿Qué esperaba de los diferentes métodos terapéuticos en los que incursionó? ¿Cuáles fueron sus fallas? ¿Por qué no se conformó con la hipnosis o la catarsis, si fueron capaces de aminorar o eliminar los síntomas? Parece que desde el inicio de las investigaciones freudianas, él no esperaba ni se conformaba con efectos terapéuticos que sólo aliviaran una enfermedad y deshicieran el síntoma. De ello se desprende que el psicoanálisis está lejos de ser una psicoterapia o una parte de la psiquiatría, pues en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de psiquiatría [dsm], dentro del capítulo de «Terapia», junto a procedimientos como la sugestión hipnótica, la autosugestión, la persuasión, que, creados por nuestra ignorancia, deben sus efímeros efectos a la inercia y cobardía de las masas de seres humanos. [El psicoanálisis] Merece un mejor destino, y confiamos en que lo tendrá (Freud, 1926, p. 232).

Freud no puede concebir un psicoanálisis subscrito al campo médico–psiquiátrico, a la vez que se opone a que sea considerado como una terapéutica, un método sugestivo o de trabajo con el yo y la conciencia. En otras palabras, sería deplorable para el psicoanálisis que se le insertara dentro del campo de la terapia, o confundir una técnica terapéutica con una altica, porque los psicoanalistas no son técnicos o terapistas de la psique; tampoco la clínica psicoanalítica es un procedimiento psicoterapéutico, sugestivo y de persuasión. Pero con el cuidado de que «después de haber renunciado —con razón— a convertir al análisis en una or-

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topedia del yo, hay que evitar el peligro con una búsqueda metafísica del origen y de la verdad absoluta» (Hornstein, 1988, p. 7). Cabe resaltar que, a pesar de que algunas disciplinas o supuestos analistas utilizan ciertos conceptos freudianos, en numerosas ocasiones se presenta una manipulación de dichos conceptos teórico–clínicos: «lo curioso es que en esa alternativa terapéutica del supuesto psicoanalista ya no queda espacio alguno para el psicoanálisis» (Freud, 1910, p. 224). Esto sucede con determinadas alternativas terapéuticas, que si bien intentan utilizar ciertas ideas psicoanalíticas, en el fondo son otra cosa, tal como lo denunció Freud en 1910 en «Sobre psicoanálisis silvestre» (o también traducido como «Sobre psicoanálisis salvaje»), en el que describe a un «aparente analista». No basta con emplear los conceptos freudianos para fundamentar que ciertas prácticas son psicoanalíticas, cuando lo que se entiende de ellos (las nociones teóricas) no corresponde a su significado original; o cuando en el intento de «completar» o actualizar la teoría, o de proponer una nueva alternativa teórico–clínica, se desfasa al psicoanálisis y a sus conceptos fundamentales, al grado de forzarlos para que encuadren con las nuevas posturas. Muestra de ello son las nociones del inconsciente y de sexualidad. Freud plantea que los filósofos hablan de un inconsciente diferente al propuesto por él (1905, p. 255), y que la definición de sexualidad es recurrente en el discurso común, en la sexología, la biología o la psicología, de manera distinta a la enunciada por la teoría–clínica psicoanalítica. Lacan también ratifica cómo se puede tener una idea disímil a la psicoanalítica de sus propios conceptos; en la conferencia titulada «Lugar, origen y fin de mi enseñanza» (pp. 17–23 y 31): afirmamos por nuestra parte que la técnica no puede ser comprendida, ni por consiguiente correctamente apli-


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cada, si se desconocen los conceptos que la fundan [...] Punto en que hacemos notar que para manejar un concepto freudiano, la lectura de Freud no podría ser considerada superflua, aunque fuese para aquellos que son homónimos de nociones corrientes. Como lo muestra la malaventura que la temporada nos trae a la memoria de una teoría de los instintos, revisada de Freud por un autor poco despierto a la parte (Lacan, 1953, p. 236).

Adicionalmente, Lacan responde a propósito de la relación entre psicoanálisis y psicoterapia (es probable que el vínculo sólo sea que la segunda intenta basarse en la primera, según reconoció Winnicott en «Variedades de psicoterapia», 1961, p. 117): Tanto el psicoanálisis como la psicoterapia sólo actúan por medio de palabras. Sin embargo se oponen. ¿En qué? Lacan: Para los tiempos que corren, no existe psicoterapia de la que no se exija que sea de «inspiración psicoanalítica». Modulo la cosa con las comillas que merece. La diferencia ahí sustentada, ¿consistirá solamente en que no se va a la lona, al diván quiero decir? [...] En la medida en que interesa al inconsciente, hay dos vertientes que la estructura emite, es decir el lenguaje. La vertiente del sentido, aquella de la que se creerá que es la del análisis que con el barco sexual nos inunda con las olas del sentido. Es sorprendente que este sentido se reduzca al no– sentido de la relación sexual, patente desde siempre a los decires del amor. Patente hasta el punto de ser aullante: lo que da una alta idea del humano pensamiento. Y encima hay sentido que se hace tomar por el buen sentido, que encima se pretende sentido común. Es la cima de lo cómico, a diferencia que lo cómico conlleva al saber de la no–relación que está en el golpe, en el golpe del sexo [...] El buen sentido representa la sugestión, la comedia, la risa. ¿Es decir que bastan, aparte de ser poco compatibles? Es ahí que la psicoterapia, no alcanza, no que no ejerza algún bien, sino que nos retrotrae a lo peor (1970, p. 89).

En apariencia, la psicoterapia y el psicoanálisis trabajan con el mismo medio: las palabras, el lenguaje; pero esas palabras en el psicoanálisis son diferentes a las que escucha el psicoterapeuta (aunque sean las mismas), ya que quienes creen en el inconsciente saben que el lenguaje se compone de palabras que contienen un sin–sentido que es privilegiado, separado del sentido–común o buen sentido. No se trata de ser lingüistas: el lacaniano no es sinónimo de lingüista, ya que la lingüística nos importa un bledo (Lacan, 1971, p. 42). Se trata de reconocer que en psicoanálisis se trabaja con lenguaje (la palabra), con un inconsciente estructurado como lenguaje, esto es, que el sujeto está inmerso en lo que dice cuando habla (en la palabra plena): «la función del lenguaje no es informar, sino evocar» (Lacan, 1953, p. 288). En el Seminario 1, acerca de lo que se evoca en la palabra, Lacan afirma: «el descubrimiento freudiano nos conduce pues a escuchar en el discurso esa palabra que se manifiesta a través, o incluso a pesar del sujeto [...] porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que lo que sabe decir» (1954, p. 387). Lacan intenta acentuar cómo en la actualidad el psicoanálisis ha influido e inspirado a varias terapéuticas, aunque al seguir su propio y legítimo camino éstas abandonen el rigor que al psicoanálisis le da sustento y sentido. No debe confundirse una psicoterapia con un análisis, como si se tratara de lo mismo; y sería conveniente evitar el error de decirle psicoanalista a un psicoterapeuta (más allá de que ostente ciertas orientaciones al psicoanálisis), por el respeto de ambos campos disciplinares. Por lo menos así debería ser entre la comunidad de psicoterapeutas, psicólogos y psicoanalistas, puesto que es difícil que la sociedad tenga en cuenta tales diferencias sustanciales. Asimismo, hay una diferencia evidente entre el psicoanálisis y la llamada psicoterapia psicoanalítica. En el artículo denominado «Psicoanálisis puro, psicoanálisis aplicado y psicoterapia», Miller des-


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cribe las desemejanzas entre psicoanálisis y psicoterapia, en especial aquellas que tienen una orientación psicoanalítica (no obstante, los millerianos han hecho del psicoanálisis una especie de psicoterapia) y subraya la importancia de reconocer dichas discrepancias: El hecho de que no se haya establecido la diferencia entre psicoanálisis puro y psicoanálisis aplicado a la psicoterapia conduce a confusiones, nos ha llevado a confusiones prácticas, al planteamiento de falsos problemas y, sobre todo, a esbozar falsas confusiones. Dicho brevemente, nos ha dirigido a un cierto número de embrollos a la hora de ubicar como corresponde lo que hacemos en la práctica (2001).

Complementariamente, Laplanche, Pontalis y Lagache exponen de manera estricta en el Diccionario de psicoanálisis que «a menudo se opone el psicoanálisis a las diversas formas de psicoterapia [...] el nombre de psicoterapia analítica designa una forma de psicoterapia basada en los principios teóricos y técnicos del psicoanálisis, aunque sin realizar las condiciones de una cura psicoanalítica rigurosa» (1996, p. 322). La aclaración de que en la psicoterapia psicoanalítica no prevalece el rigor de los objetivos y los métodos del psicoanálisis aparece también en el Diccionario de psicoanálisis de Roudinesco y Plon, al precisar que «la psicoterapia analítica (o psicoanalítica) se basa en los principios teóricos de la cura freudiana, sin adoptar todas las condiciones de la técnica psicoanalítica» (2008, p. 893). Lo anterior concuerda con las afirmaciones de Freud en «Sobre psicoterapia»: «la cura analítica lleva consigo muchas peculiaridades que la alejan del ideal de una terapia» (1905, p. 252). A continuación se enlistan los nombres de investigadores que abordan la diferencia entre psicoanálisis y psicoterapia, psicoterapia de inspiración u orientación psicoanalítica (pip o pop): Daniel

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Lagache (1955), Winnicott (1961), R. Langs (1963), L. Wolberg (1967), R. S. P. H. Dewal (1969), Wallerstein (1975), René R. Held (1975), I. H. Paul (1978), I. G. Sarason (1978), Braunstein (1980), J. Coderch (1987), Hornstein (1988), E. A. Braier (1990), Bernard Auriol (1992), Korman (1996), Albin y Widlöcher (1997), Paul–Laurent Assoun (1997), A. Sangnier (1999), Bleichmar (2001), Aguirre y Vega (2002), Brousse (2002), M. Conde D. (2004), Tappan (2008), Kaplan y Sadock (2010), H.H. Pacheco García (2013). Es un hecho que existen terapéuticas que de modo abierto se declaran psicoanalíticas, pero su meta y la forma de conseguirla se encuentran distantes al psicoanálisis; de ahí que Lacan module con comillas la idea de «inspiración psicoanalítica», al aludir a la psicoterapia que intenta tener la orientación psicoanalítica. En ese sentido, cabe cuestionar ¿qué tanto una terapia respetó su musa inspiradora?, ¿cuánto psicoanálisis (freudiano) queda en ideas y procedimientos de determinada psicoterapia? Al parecer, Freud no se equivocó al predecir en Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica que la pureza del psicoanálisis se mezclaría con otros procedimientos y fines. Las terapéuticas que de manera abierta o en algunos de sus principios han considerado las propuestas psicoanalíticas (llámense freudianas, lacanianas, kleinianas, etcétera), pretenden denominar al psicoanálisis con varios adjetivos (clásico, ortodoxo o estándar) cuando es solamente psicoanálisis. El adjetivo correspondería a las disciplinas que devienen después o gracias al psicoanálisis, y que tal vez buscan ser reconocidas por él, como la nombrada por Lagache y Roudinesco psicoterapia psicoanalítica o analítica, o las reconocidas bajo el término Psicoterapias de Inspiración Psicoanalítica (pip). Lacan no es ortodoxo, Lacan es psicoanalista y punto. No obstante, si se dice que es ortodoxo por retornar al rigor del psicoanálisis, entonces que se siga diciendo, puesto que se tiene la correcta–opinión (orto–doxo).


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Otto Kernberg, en su artículo «Psicoanálisis, psicoterapia psicoanalítica y psicoterapia de fortalecimiento: controversias contemporáneas» (2007), detalla que existen siete razones que justifican el por qué le preocupan a la comunidad psicoanalítica las discrepancias entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica, e indica que para establecer la diferencia entre psicoanálisis, [y] la psicoterapia psicoanalítica [...] es importante en primer lugar diferenciar la teoría global del tratamiento de sus objetivos y separar las técnicas empleadas del proceso resultante […] conceptualmente entre psicoanálisis y psicoterapia [se] requiere de una clara definición de la esencia de la metodología de tratamiento (o técnica psicoanalítica) y de una clara delimitación de su frontera (p. 207).

Kernberg muestra que hay dos razones que inspiran a algunos analistas a plantear estas controversias: la primera es «a causa del desarrollo de un amplio espectro de psicoterapias psicoanalíticas derivadas del psicoanálisis y que tienen a éste último como la teoría y el método básico de tratamiento», y la segunda remite a los cambios en «la teoría y en la práctica psicoanalítica de algunas escuelas, desdibujando implícitamente las diferencias entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica» (p. 202). Es importante aclarar que las ideas de Kernberg surgen en la comparación entre la psicoterapia psicoanalítica, el psicoanálisis con enfoque kleiniano y la psicología del yo (p. 206), y no con el psicoanálisis freudiano; es probable que con él habría más oposiciones entre la terapéutica y el análisis. Además, aclara que el objetivo del psicoanálisis de Klein es reorganizar parcialmente la estructura psíquica en el contexto de cambios sintomáticos significativos, mientras el fin de algunas psicoterapias con orientación psicoanalítica es un mejor equilibrio adaptativo de las configuraciones pulsión/defensa (p. 208). Concluye que las controver-

sias surgen no sólo a nivel conceptual, sino también clínico, educativo y político. En «Controversias contemporáneas de las teorías psicoanalíticas, sus técnicas y aplicaciones» (2007, p. 236), Kernberg describe la problemática «de la ‹dilución› de la técnica estándar cuando no se mantiene una distinción clara entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica, en contraste con los que desean experimentar libremente los elementos de la técnica psicoanalítica —estándar— y aplicarlos a nuevos campos». En el marco de la controversia se involucra el problema de cómo el cuerpo sólido de la teoría y clínica psicoanalítica puede disolverse si se confunde con una psicoterapia psicoanalítica, idea que se aproxima a la advertencia que hace Freud, cuando refiere que el oro puro del psicoanálisis puede aliarse con el cobre, para hacer una nueva propuesta teórico–clínica. Sin embargo, Kernberg asevera que desde su punto de vista «resulta aconsejable hacer una diferencia muy marcada entre psicoanálisis estándar y la psicoterapia psicoanalítica, pero sin considerar esta última como un tratamiento de segunda mano» (p. 236). Con ello revela que no porque el psicoanálisis sea diferente de las psicoterapias psicoanalíticas, se pretende menospreciarlas. Al contrario, se hace énfasis en la distinción entre ambos. Resulta apropiado destacar que el psicoanálisis no busca transitar en el ámbito de la terapéutica, a pesar de que en el análisis sea inevitable encontrarse con ciertos efectos terapéuticos, sin que se hayan buscado. Es decir, si bien el psicoanálisis no tiene como objetivo eliminar los síntomas, a veces de manera inevitable éstos pueden ceder en el trabajo analítico, incluso desde las primeras sesiones, y tropezarse fortuitamente con resultados terapéuticos. Sin embargo, entiéndase que el psicoanálisis no se conformará con ello, y tampoco se podrá vanagloriar. Por tal razón, la cura en psicoanálisis no se detiene en los efectos terapéuticos (eliminando sín-


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tomas), en el aspecto de sólo detener la repetición del síntoma, sin que la moción de deseo que insiste en el contenido latente de lo sintomático se sustraiga del dominio del inconsciente, tal como ocurre en los sueños que se repiten. El objetivo del psicoanálisis es analizar y como consecuencia posible construir una cura que se anexa a la manera de un efecto del acto de analizar. La idea de que la cura deviene o se construye como un plus del análisis fue abordada por Lacan en tres momentos clave: en la sesión del 5 de febrero de 1952 de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, en el artículo «Variantes de la cura–tipo» de 1955, y en la clase del 12 de diciembre de 1962 del seminario «La angustia». En su intervención de 1952 expuso:

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Bien advertido Freud de que debe examinar de cerca los efectos en su experiencia de aquello cuyo peligro queda suficientemente anunciado por el término furor sanandi, no se aferra a fin de cuentas a dar sus apariencias. Si admite pues el sanar como beneficio por añadidura de la cura psicoanalítica, se defiende de todo abuso del deseo de sanar (1955, p. 312).

Finalmente, en la tercera referencia, comprendida en el capítulo «Lo que engaña», Lacan comenta que la cura se sujeta a lo subjetivo, a lo singular, al caso por caso: Recuerdo haber provocado la indignación de aquella clase de colegas que saben, llegado el caso, parapetarse tras no sé qué inflación de buenos sentimientos destina-

La cura tiene siempre un carácter de bienestar por aña-

dos a tranquilizar vaya a saber a quién, cuando dije que

didura —como lo he dicho para escándalo de algunas

en el análisis la curación venía por añadidura. Se vio en

orejas—, pero el mecanismo del análisis no está orien-

ello algún desdén por aquel que está a nuestro cargo y

tado a la cura como fin. Nada digo allí que Freud no

que sufre, cuando yo hablaba desde un punto de vista

haya articulado poderosamente en tanto todo desvío

metodológico. Es muy cierto que nuestra justificación,

del análisis hacia la cura como fin —haciendo del aná-

así como nuestro deber, es mejorar la posición del su-

lisis un puro y simple medio hacia un fin preciso— da

jeto. Pero yo sostengo que nada es más vacilante, en el

como resultado algo que estaría ligado al medio más

campo en el que nos encontramos, que el concepto de

corto, y que no podría más que falsear el análisis (1952,

curación (1962, p. 67).

p. 309).

Lacan alude a un particular tipo de cura, aquella que se construye en psicoanálisis, y que cuando deviene trae consigo un carácter de bienestar. No es que el psicoanálisis prometa dicho bienestar; lo que ofrece es un espacio donde se pueda dirigir y de esa manera constituir una cura particular, sin desconocer que podrá tener efecto consecuente un estado grato para el sujeto. Freud y Lacan van más allá, porque el psicoanálisis no garantiza ese carácter de bienestar, ni promete la cura como fin. El fin del psicoanálisis no es la cura, su propósito es analizar, y como resultado del acto de analizar podrá adherirse la cura, incluso con la desaparición de síntomas. Lacan declara:

En las tres referencias bibliográficas en las que Lacan aborda la cura como el efecto del acto de analizar (único objetivo del psicoanálisis) hay diferencias sustanciales. Por una parte, entre 1952 y 1953 Lacan arguye que la cura tiene por añadidura el bienestar y el sanar, respectivamente. En 1962 declara que es al acto de analizar (interpretar) a lo que se añade la cura. Así, puede plantearse que el objetivo del psicoanálisis es analizar y lo que trae consigo es la cura analítica (como efecto secundario), a la cual se añade (como efecto terciario) el bienestar y la salud. En otras palabras, el objetivo del psicoanalista no es conseguir la cura, ni hacer del análisis una actividad terapéutica que busca el sanar y el bien del otro, son eslabones que se adju-


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Investigación

CIENTIFICA

dican de forma lógica, a los cuales no se les rehúye pero tampoco se les evoca de manera directa. El psicoanálisis debe cuidarse de aquel furor sanandi mencionado por Freud; es decir, el riesgo que lleva consigo el deseo de sanar, del cual «en definitiva, la sociedad humana en realidad tiene poca necesidad del furor sanandi» (Freud, 1915, p. 174). A saber,

En última instancia, si existen efectos terapéuticos en un proceso analítico, no se procuran ni se promueven, no constituyen su objetivo. Parece que los propósitos de estas disciplinas las llevan por senderos completamente diferentes y a veces contradictorios. Elizabeth Roudinesco expone: Lo que falta en nuestros días a estas poderosas socie-

el psicoanálisis no es una terapéutica como las demás.

dades es un alma, un compromiso intelectual y políti-

Pues la rúbrica de las variantes no quiere decir ni la

co. Una pasión. En resumen, a esas asociaciones les falta

adaptación de la cura, sobre la base de criterios empí-

creatividad, espíritu de aventura, un pensamiento.

ricos ni, digámoslo, clínicos [...] Se trata ciertamente de

Al convertirse en trabajadores de la psique, los psi-

un rigor en cierto modo ético, fuera del cual toda cura,

coanálisis dejaron de ser intelectuales. Se han conver-

incluso atiborrada de conocimientos psicoanalíticos, no

tido en psicoterapeutas, en honestos médicos del dolor

sería sino psicoterapia (Lacan, 1955, p. 312).

psíquico. [...] Los psicoanalistas, ¿están destinados a convertirse

El psicoanálisis es ajeno a la terapéutica no sólo porque su propio nombre lo excluye de dar tratamiento y combatir a la enfermedad. La palabra «psicoanálisis» no alude al deber de sanar o a la noción del padecimiento, ya que se inscribe en la ética (nuestra terap–ética) de no intentar adaptar o readaptar al yo a lo que cada uno entiende por lo sano, como sí sucede con la definición etimológica, histórica y conceptual del término psicoterapia. Entonces, «¿el psicoanálisis es pura y simplemente una terapéutica, un medicamento, un emplasto, polvos de la madre Celestina, todo eso que cura? A primera vista, ¿por qué no? Sólo que el psicoanálisis no es en absoluto eso» (Lacan, 1967, p. 24). A pesar de que la terapéutica sea capaz de alcanzar la cura y tenga la posibilidad de llegar a sus propias metas, el psicoanálisis no es una psicoterapia, en la medida que su método y la cura que en él se gesta dista de ser psicoterapéutica. Dentro de la clínica psicoanalítica no hay nada (lo inconsciente, la historia, el discurso, los síntomas, el psiquismo…) que se intente tratar en terapia; aunque algunas terapéuticas hayan adoptado algunos conceptos del psicoanálisis o se hayan inspirado en él.

en psicólogos, en técnicos del alma o psicoterapeutas, es decir, simples clínicos apartados de las investigaciones más profundas? ¿Están destinados a sustituir a los psiquiatras cuya disciplina está en vías de integrarse en la neurología? Está claro que nos podemos apoyar en Lacan, pensador del desorden, para criticar esta evolución del movimiento psicoanalítico.

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